Buenas noches o madrugadas XD

Ando un poco desvelada, pero aquí les traigo el noveno capítulo, el recuerdo de la ceremonia de primavera desde el punto de vista de Agasha. Así mismo, pasaremos a otra parte de la trama ;3

Debo confesar que me costó un poco de trabajo manejar el mismo recuerdo compartido entre ambos, pensé que sería fácil, pero es más complicado de lo que parece XDXD Eso de estar moviendo escenas y ajustarlas al punto de vista del él o de ella, si me resultó difícil XD :P bueno, no tengo suficiente experiencia como escritora, en fin X3

Pasen a leer y espero sea de su agrado para que me regalen algunos reviews.


Sobre sus comentarios:

Melka1: Ellos tendrán un final feliz en esta historia, definitivamente sí ;D Y también espero poder desarrollar un poquito su relación más adelante, ya veremos :D

antares ascorpii: Me encanta tu punto de vista, has expresado una gran verdad, Lugonis no fue sincero con Albafica, eso fue muy cruel para el pobre chico. Probablemente, si hubiera manejado de otra forma la situación, su hijo adoptivo no hubiera desarrollado semejante miedo a tocar a los demás. Shion no puede dejar de ser un lindo borrego metiche, pero lo hace con la mejor intención :D Y sobre Agasha, sí, ella verá con más calma todo, pero aun así, estará un poco inquieta cuando llegue el momento ;D

Yista: Gracias por tus palabras estimada lectora :D Aquí verás la continuación del recuerdo por parte de Agasha, espero te guste ;)

Lucy-Lu: Es verdad, Albafica debió pasar por muchos momentos frustrantes. Al menos Shion fue un apoyo emocional para él y ahora lo seguirá siendo. Espero te emociones con el recuerdo de Agasha y gracias por los buenos deseos ;3

Leyla: Si, poco a poco veremos como cambia la suerte de Albafica. Me alegra saber que estás emocionada, ahora leerás el recuerdo de la florista. No dejes de suspirar, aunque te vean raro XD


Atención: Todos los personajes de Saint Seiya y Saint Seiya: The Lost Canvas, pertenecen a Masami Kurumada y Shiori Teshirogi respectivamente. Los OC son de mi autoría personal, así como la historia, la cual solamente escribí por gusto y diversión.


Capítulo 9: Lo Sutil II

Rodorio, mismo día por la mañana.

Agasha estaba terminando de podar las últimas ramas del enorme rosal. Se había levantado muy temprano para hacer dicha actividad, mientras su padre se encargaba de ordenar los sacos de semillas en el cobertizo para la próxima temporada de siembra.

Suspiró despacio y se limpió el sudor de la frente. Cortar esas ramas no era sencillo y más teniendo en cuenta que las espinas eran peligrosas. Pero ciertamente, eso ya no le preocupaba mucho. Desde hace años que había aprendido a lidiar con las heridas que implicaba su trabajo como florista y cultivadora de alimentos y plantas medicinales.

Esa era su vida y ella se sentía feliz cada vez que alguien admiraba y pagaba por sus flores en el mercado dominical o le pedían cierta hierba para curar alguna dolencia.

Se ajustó las fundas de carnaza una vez más y siguió cortando la rama faltante con la pequeña hachazuela que usaba únicamente para esa actividad. Quizás sus manos ya estaban curtidas, pero no se arriesgaría a una herida innecesaria si podía usar protección extra. Después de todo, esos guantes los confeccionó su padre y la piel de la que estaban hechos, era muy resistente y lo suficientemente maleable para dicho trabajo.

Exhaló de nuevo y sonrió al ver que el imponente rosal había quedado perfecto. Sus largas ramas entrelazadas tenían pocos espacios libres, ya que todo estaba lleno de botones en florecimiento y las rosas más grandes se veían encantadoras y brillantes. Sin lugar a dudas, el regalo de Piscis era todo un prodigio de belleza.

–Hija, vamos a desayunar– llamó su padre desde la ventana de la cocina. –Recuerda que hoy debemos ir al campo de girasoles. –

–Ya voy, papá– confirmó, mientras se quitaba los guantes y miraba por última vez el rosal. –Son preciosas, la diosa Deméter estará encantada. –

Unas horas más tarde, después del mediodía.

Agasha y su padre por fin habían regresado con su cosecha de girasoles. Dado que el jardín de su casa no era muy extenso, solían sembrar en los campos a las afueras del pueblo. Muchos agricultores tenían sus terrenos ubicados en los alrededores, de ésta manera, podían sembrar más cantidad y no limitarse a las parcelas hogareñas.

Estelios había logrado comprar un pequeño lote con los ahorros que había hecho en la época en que cazaba animales y vendía sus pieles. Y gracias a eso, pudieron comenzar con el cultivo dedicado a plantas ornamentales. Y éste año, habían sembrado el terreno con girasoles, los cuales emplearían para adornar la plaza del pueblo. Evidentemente, recibirían una compensación adecuada por parte del alcalde Aristo.

Rato después, la joven florista limpiaba los tallos y escogía las flores de tamaño mediano. Tenía planeado elaborar cadenas con ellas y aureolas con los ejemplares más grandes para los adornos. Su actividad prosiguió tranquilamente, poniendo atención a la forma en que las hojas debían ser acomodas para que también resaltaran en el entramado.

Sonrió de repente cuando recordó a quien le había enseñado el mejor método para dichos adornos. Alguien muy especial.

–Señor Albafica… – murmuró, al mismo tiempo que un suspiro involuntario se le escapaba de los labios. –Siempre tengo muy presente la manera en que me enseñó a crear coronas de flores– su sonrisa se amplió un poco más.

Los recuerdos volvían a ella con más frecuencia debido a ese sentimiento de emoción entremezclado con la incertidumbre de lo que estaba por venir.

*:*:*:*:*

Rodorio, sábado por la tarde.

Agasha terminó de exprimir el manto blanco y luego lo sacudió en el aire con fuerza. La fragancia se había quedado impregnada lo suficiente para permanecer en la tela por un par de días.

–Ya quedó lista– sonrió, mientras tendía la capa en una cuerda colocada en un espacio del patio. –Ahora la voy a dejar secar con el fresco de la noche. –

La florista había lavado una vez más la capa que le prestó el santo de Piscis, pero en ésta ocasión, lo hizo empleando agua perfumada con pétalos de jazmines. Pensando que tal vez eso sería un gesto lindo en agradecimiento por haberla ayudado.

Entonces escuchó la puerta de la calle, su padre por fin había regresado de su visita al taller del alfarero.

–Ya estoy aquí, Agasha– dijo el hombre mayor. – ¿Qué te parece? – preguntó, mostrándole una elegante vasija.

Ella hizo un gesto de asombro ante lo que veía. La pieza artesanal era hermosa, decorada finamente con motivos florales. Su tonalidad era de un suave azul turquesa y los dibujos estaban pintados con colores variados. Sin lugar a dudas, ese recipiente era toda una obra de arte.

– ¡Es preciosa! – se acercó para contemplar más de cerca el acabado. –El gran patriarca estará complacido con tan bella vasija y más cuando vea las rosas que hemos cultivado. –

–Así es, las rosas arcoíris serán el centro principal, por cierto, ya debemos comenzar a prepararlas– dijo Estelios, colocando la vasija en una mesa. –Mañana te acompañaré hasta la entrada del Santuario y tú subirás al templo patriarcal. –

– ¿Entonces no iras? –

Apenas en la mañana, su padre había recibido la visita de un par de italianos que andaban en busca de narcisos sin cortar y después de negociar por un rato, acordaron que les vendería una buena cantidad de dichas flores, sembradas en sus respectivas macetas. Los hombres pagaron por adelantado y se marcharían del pueblo el domingo por la tarde, así que Estelios debía preparar todo con antelación.

Por lo tanto, no iría al templo patriarcal.

–No me daría tiempo, pero no te preocupes, ya redacté una carta ofreciendo mis disculpas para el patriarca Sage, él lo comprenderá y, además, tú eres muy hábil elaborando ornamentos, seguro podrás ayudar a las doncellas en todo lo que te pidan. –

–Está bien papá, como digas– asintió Agasha.

Ambos se encaminaron al jardín donde mantenían las rosas arcoíris, debían arreglarlas para el día siguiente.

Santuario, domingo por la mañana.

El señor Estelios y su hija llegaron a la entrada del Santuario, los vigías ya sabían que algunos aldeanos irían para ayudar con los preparativos de la ceremonia de primavera, así que los saludaron con un gesto sencillo después de admirar las bellas flores que llevaban.

–Agasha, ten cuidado cuando vayas subiendo, no te vayas a tropezar– dijo el hombre, mientras le entregaba la vasija con las rosas coloreadas. –Y no se te olvide entregar mi mensaje al patriarca. –

–Entendido papá, no te preocupes– asintió la chiquilla, tomando con firmeza el recipiente. –Regreso al rato– se despidió para luego comenzar a subir por las extensas escaleras.

Algunos minutos después, llegaba al patio de Aries. Ya había bastante movimiento en esa zona dado que era el lugar donde se estaba recibiendo todo lo necesario para las ofrendas. Una doncella la saludó amablemente y le indicó que debía seguir el trayecto de las doce casas zodiacales hasta el salón patriarcal.

Los guardianes dorados ya estaban al tanto del paso de los sirvientes y los aldeanos con permiso especial, así que el camino estaba libre para ellos. Algunos santos tenían la misión de ayudar en ciertas actividades, mientras que otros, vigilaban el movimiento general y la seguridad en los templos, pero sin interrumpir o incomodar a los demás.

Agasha suspiró lentamente al ver el largo recorrido que le esperaba. Se tardaría un poco en llegar, así que sólo deseaba que nadie se molestara por su pequeño retraso.

Después del fatigoso ascenso y luego de entregar la carta de su padre al patriarca Sage, Agasha por fin llegaba al salón principal donde se llevaría a cabo la ceremonia de primavera. Tan pronto cruzó el umbral de entrada, todas las miradas se posaron sobre ella y las preciosas rosas arcoíris.

Escuchó comentarios de un lado y de otro, hasta que una doncella se acercó a ella.

–Son preciosas, ¿Tú las cultivaste? – preguntó admirada.

La chica asintió animadamente.

–Sí, mi padre y yo quisimos hacer una ofrenda especial, digna de la madre de las cosechas. –

–Me parecen increíblemente bellas– sonrió la moza. –Por cierto, ¿No vendrá el señor Estelios? –

Agasha negó y sonrió levemente.

–Mi padre manda sus disculpas en una carta que le acabo de entregar al patriarca Sage hace unos momentos, no pudo venir porque ayer, unos comerciantes italianos lo visitaron para negociar un gran pedido de narcisos, así que se quedó cosechándolos. Yo voy a ayudarles en todo lo que necesiten. –

–Eso me parece muy bien, entonces lleva las rosas allá, el caballero de Piscis te dirá qué hacer– señaló la terraza donde se encontraba Albafica.

De inmediato, Agasha se encaminó al lugar indicado, pero conforme se aproximaba, una sensación de incomodidad la invadió. En su espalda traía un pequeño morral donde transportaba el manto, limpio y doblado. Tenía planeado devolvérselo al final de las actividades y sólo esperaba que el santo no se comportara tan grosero como la última vez.

Respiró profundamente y se presentó ante él.

–B-buenos días– dijo nerviosa. –T-traigo el ornamento central para el altar de la diosa Deméter. –

El hombre de cabello azul le dirigió una mirada serena y contestó a su saludo.

–Bienvenida, mi nombre es Albafica de Piscis– dijo su nombre amablemente, inclinando un poco la frente. –Permíteme felicitarte, tus rosas arcoíris son el adorno perfecto para el altar, había oído hablar de ellas, pero es la primera vez que las veo. –

Agasha sonrió mientras trataba de no verlo directamente, pues su atractivo físico era innegable. Se sintió contenta al escuchar su alabanza para el trabajo hecho con las rosas. Y es que la técnica para colorear los pétalos, era un poco complicada, ya que conseguir los pigmentos no era nada fácil, asimismo, el proceso debía hacerse con mucha paciencia y cuidado para no acortar demasiado el tiempo de vida de la flor.

–Gracias, señor Albafica– contestó ella. – ¿Dónde debo colocarlas? –

El caballero le hizo un ademán para que lo siguiera, seguramente la llevaría al altar de la diosa Deméter. Fue tras él, mantenido un par de metros de distancia. Al llegar a la terraza, se quedó impresionada al ver todo el entorno bellamente decorado y la gran cantidad de ofrendas para la madre de las flores.

–Colócalas aquí– Albafica señaló los pies de la estatua.

La florista se acercó y con sumo cuidado puso la vasija, para después empezar a ordenar las coloridas rosas. Sonrió para sí misma, sintiéndose orgullosa de la ofrenda que ella y su padre entregaban. Al terminar, juntó ambas manos e inició una oración.

–Diosa Deméter, acepta éste presente en agradecimiento por las cosechas pasadas… – pidió en voz baja. –Por favor, te pedimos que fertilices la tierra con tu suave toque, que los brotes sean tan verdes como tu esencia misma, que las semillas brillen tanto como tu mirada y que las flores siempre adornen nuestras vidas… –

Su plegaría contenía frases muy específicas que habían pasado de generación en generación, rezadas una y otra vez por toda persona que cultivaba la tierra y se alimentaba de sus frutos. Nadie conocía el origen de dichas palabras, pero sabía que ese rezo era sumamente antiguo. Agasha siempre lo recitaba y sabía que funcionaba, ya que nunca les había faltado el alimento.

Permanecía concentrada en su actividad, cuando de repente, sintió la mirada del santo dorado posarse sobre ella. Sabía que él estaba observando sus acciones, pero pudo notar que lo hacía con más intensidad de lo normal. No se sintió incómoda, pero sí se le hizo un poco raro.

–Madre de la naturaleza, heredera de Gea, nunca permitas que Limos pise nuestro hogar y siempre bendícenos con tu amor… Gracias. –

Terminó su plegaría y volteó a mirarlo.

–Señor Albafica– lo llamó una vez, pero él parecía no haberla escuchado. – ¡Señor Albafica! – alzó la voz.

El guardián de Piscis tuvo un repentino sonrojo en el rostro, lo que sorprendió bastante a la adolescente.

– ¿En qué puedo ayudarlo ahora, señor Albafica? – preguntó con rapidez y ladeó el rostro ligeramente para disimular que lo había descubierto mirándola.

–Regresa… a la mesa de flores y continúa dividiendo… los girasoles, de cinco en cinco– dijo en un tono inseguro, mientras volteaba para otro lado. –Tengo que… revisar otro asunto, enseguida vuelvo. –

La florista parpadeó sorprendida al ver como el guapo hombre se alejaba con premura. Por un instante no supo qué pensar, pero decidió no darle importancia a su extraño comportamiento. Regresó a la terraza donde estaban las tinas con las flores y comenzó a separar los ramos.

Los minutos pasaron y Agasha terminó de dividir los girasoles y después continúo con los tulipanes. Dado que el caballero de Piscis estaba demorando en regresar, decidió que lo mejor sería avanzar con los ornamentos ella misma, después de todo, para eso había sido llamada.

–Hola Agasha– alguien la saludó de pronto a su izquierda.

–Buenos días, señor Shion– contestó el saludo. –No pensé que estaría aquí, ¿También se pondrá a decorar? –

Él movió la cabeza en gesto de negación.

–Oh, claro que no, yo no sé cómo tratar con flores, a mí me asignaron de mensajero, llevando papeles y cajas de un lado a otro– rodó los ojos con algo de aburrimiento. –Oye, ¿Has visto al santo de Piscis?, le traigo unos costales que huelen un poco raro. –

–No sé a dónde se fue, me dijo que separara las flores, pero ya se tardó en volver– se alzó de hombros.

Entonces el aludido hizo acto de presencia como si lo hubiesen invocado.

– ¿Qué necesitas, Shion? – preguntó Albafica, acercándose a ellos.

–Traigo un pedido para ti, lo dejé afuera porque creo que se trata de sacos de abono y no es muy grato su olor– explicó, revisando las hojas que llevaba con él.

–Puedes llevarlos a mi templo, por favor– solicitó Piscis.

Agasha lo vio acercarse de nuevo a la mesa y tomar algunos girasoles para comenzar a trenzarlos en una cadena. Entonces miró al santo de Aries, quien no se veía muy contento con la petición de andar transportando abono de un lado a otro.

–Está bien, los llevaré a tu templo– contestó y luego volteó a mirarla. –Oye Agasha, ¿Ya se disculpó contigo? –

– ¿Eh? –

Esa pregunta tomó por sorpresa a la joven y no logró comprenderla de inmediato. Pero en ese instante pudo notar como la expresión del caballero Albafica se tornaba ligeramente seria y en su voz se distinguió la advertencia hacia su compañero.

–Shion… –

El primer santo sonrió levemente.

–Cómo te decía, Agasha, el otro día que estaba lloviendo, el guardián de Piscis realmente no quiso hablarte de esa manera, ¿Verdad Albafica? –

La adolescente parpadeó extrañada, llevando su mirada de un guerrero a otro. Entonces recordó el suceso de la lluvia, el manto blanco y las palabras del doceavo caballero. Ahora entendía cuál era la intención de Aries, pero antes de poder decir algo, Piscis intervino.

–Shion, es hora de que te vayas, el patriarca está buscándote. –

Ella miró hacia la puerta, Sage estaba ahí, buscando a alguien. Regresó su vista al primer santo, quien se alzó de hombros y se despidió con la mano para después alejarse, sin dejar de sonreír con travesura. Agasha no necesitaba razonar demasiado para entender lo que estaba sucediendo.

El silencio se volvió incómodo e inmediatamente retomó su actividad con los tulipanes, evitando mirar al representante del pez dorado. Sabía perfectamente que lo acontecido el otro día, no había sido algo personal, simplemente se debió a la forma de ser de Albafica. Por lo tanto, no había necesidad de traer a colación dicho tema. Cuando todas las actividades concluyeran, le entregaría su capa y ese sería su gesto de gratitud.

De pronto, unas palabras la sacaron de sus pensamientos.

–Lo siento. –

La florista alzó el rostro. El santo estaba del otro lado de la mesa, acomodando los girasoles en un entramado. No la veía directamente, pero sabía que estaba dirigiéndose a ella.

–Lamento haberte hablado de esa manera el otro día, no fue mi intención– se disculpó. –Supongo que ya sabes que yo no puedo estar cerca de los demás… ni permitir que me toquen. –

Ella confirmó con un movimiento de cabeza y siguió acomodando los tulipanes, no pudiendo evitar sonreír un poco.

–Yo lo entiendo perfectamente, señor Albafica, no se preocupe. Mi padre me explicó su situación y sé que debo mantener mi distancia, no volverá a suceder. –

Piscis no dijo más, asintió despacio y continúo con su propia actividad. Agasha pudo notar como la tensión desaparecía y el proceso de creación de ornamentos se reanudaba tranquilamente.

Albafica no hablaba mucho, pero sí estuvo dándole indicaciones y consejos para crear bonitos arreglos que iban desde ramos bien distribuidos, hasta elaboradas coronas con todo tipo de flores. Era increíble para ella descubrir ese lado tan artístico de un guerrero como él. Y gracias a eso, pudo lucirse con sus propias creaciones, las cuales fueron colocadas a lo largo del gran salón.

Pero tenía que sincerarse consigo misma.

Durante todo ese lapso de tiempo, le había resultado imposible no mirar de reojo al atractivo hombre. Piscis tenía un porte muy masculino a pesar de sus finos rasgos y ese aire melancólico que a veces parecía mostrar, le resultaba demasiado llamativo. No porque se compadeciese de él, sino porque sentía curiosidad de querer verlo sonreír.

No sabía cómo era su sonrisa. Seguramente podría ser encantadora.

Pero quizás era una idea tonta el desear ver una expresión de ese tipo en él.

Después de todo… era tan solitario.

Pero, por extraño que pareciese, Agasha tenía la sensación de que él anhelaba eso y quizás también deseaba poder estar cerca de los demás. Realmente ella no supo porque de pronto se puso a razonar lo complicado que podría ser la vida de los santos de Piscis. Pero, de acuerdo a lo platicado por su padre, seguramente era muy duro el vivir en soledad, sin amigos, sin convivencia… sin alegría.

A ella le gustaría poder cambiar eso, porque nadie merece estar solo y menos si se trata de un guerrero que sirve a la diosa protectora de la Tierra. Lamentablemente, esa buena intención no era fácil de llevar a cabo. Así que la joven florista decidió que al menos trataría de mantener un trato cordial y amable hacia Piscis. Y quizás, más adelante, podría ofrecerle su amistad… si él lo permitía.

Volvió a enfocarse en su trabajo con las flores para poder terminar pronto los arreglos.

Un par de horas más tarde.

La ceremonia inició exactamente a medio día y mientras la mayoría de santos y civiles estaban concentrados en las palabras que el patriarca exponía frente al altar de la diosa Deméter, Agasha buscaba a Piscis con la mirada.

Minutos antes, cuando terminaron toda la actividad de las flores y los arreglos, Albafica le había dado las gracias por su ayuda y por la ofrenda de rosas arcoíris. Pero antes de ir a buscar al patriarca para darle su reporte, le dijo a ella que era libre de quedarse en la ceremonia o marcharse.

Agasha decidió que volvería con su padre, ya que tenían pendiente la entrega de los narcisos. Entonces debía devolverle su capa al santo dorado antes de marcharse. Sin embargo, tuvo que abandonar el salón patriarcal por unos momentos, ya que quiso ayudar a las doncellas a retirar los restos de flores y hojas que habían quedado de todo el trabajo de decoración.

Posteriormente, regresó en busca de Albafica, pero el susodicho no permanecía con el grupo de dorados y eso lo comprobó cuando el guardián de Aries notó que ella estaba buscándolo. Shion le hizo una señal con la mano, apuntando en dirección de una terraza apartada.

La chica agradeció con una inclinación de rostro y luego se encaminó al sitio, preguntándose porque Piscis no estaba en la ceremonia. Conforme se iba aproximando, pudo ver el largo cabello azulado agitándose con suavidad por la tenue brisa. El santo de oro estaba sentado en el borde de la amplia barandilla de piedra, en una posición algo relajada.

Él notó su presencia y volteó a mirarla. La florista pudo ver su miraba, parecía lejana y nostálgica.

A ella no le agradó ver eso, porque sentía que sus llamativos ojos azules se opacaban innecesariamente, así que tal vez podría distraerlo del pensamiento que lo hacía sentir así.

–Señor Albafica– le habló con voz suave, quitándose su pequeño morral de la espalda. –Antes de retirarme, yo quería regresarle esto. –

Sacó el manto blanco, perfectamente plegado, y lo extendió en su dirección, conservando cierta distancia.

–Es su capa, me tomé la libertad de lavarla y doblarla con cuidado. Muchas gracias por prestármela el otro día, en verdad me protegió de la lluvia hasta que regresé al pueblo. –

Inclinó un poco la frente a modo de agradecimiento. Entonces lo escuchó bajar de la baranda, así que levantó la mirada para verlo, su gesto era sereno a pesar de todo.

–No tienes nada que agradecer– dijo Albafica.

Ella podría jurar que vio un tenue brillo en sus ojos, aunque de inmediato pensó que eso no era posible. Él aproximó su mano y tomó la capa. En ese momento, Agasha sintió un fino toque sobre su dorso, pero fue tan sutil, que creyó haberlo imaginado.

O tal vez no.

Justamente cuando retiraba las manos y le sonreía cortésmente, pudo percibir con claridad su mirada sobre ella. Albafica la observaba de la misma forma que hace rato, con bastante intensidad. No sabía a qué se debía ese comportamiento, quizás sin querer, lo estaba poniendo incómodo con su cercanía.

Decidió que no lo inquietaría más con su presencia, por si se trataba de eso, así que se despidió.

–Me retiro ahora– hizo otra reverencia. –Hasta luego, señor Albafica. –

Dio media vuelta y se alejó.

Conforme se dirigía a la salida, tuvo la sensación de que algo extraño había sucedido ahí. Se acarició la mano donde había sentido su toque y no pudo evitar sonrojarse.

Inició el descenso de las escaleras, llevándose las manos a la cara para disimular su rubor, mientras sonreía de nuevo. Sin proponérselo, su imaginación empezó a crear ideas extrañas sobre el santo de Piscis… como, por ejemplo, que él la observaba de una manera diferente a los demás.

Efectivamente, sólo se trataba de la loca imaginación de una adolescente.

*:*:*:*:*

Agasha suspiró una vez más, dejando de hacer su entramado de flores.

Se miró el dorso de la mano y pasó sus dedos por encima, sintiendo suaves cosquillas. A estas alturas de la vida, no podría asegurarlo, pero quizás en aquella ocasión, Albafica la había tocado accidentalmente. Sin embargo, la mirada que le dirigió, insinuaba todo lo contrario.

Por esos tiempos, ella era una muchachita hasta cierto punto inocente, pero eso no quería decir que no supiera distinguir los sentimientos y las emociones que tenía para con los demás. Sabía perfectamente reconocer el amor paternal de su padre, la amistad infantil que tenía con Zarek, la confianza maternal con la señora Calíope y… la atracción que empezaba a sentir por otras personas.

A los 15 años, ya había tenido muchas ideas en la mente, como cualquier jovencita en edad casadera. Pero ahora, siendo adulta, era capaz de comprender que aquel sentimiento que desarrolló en esos años por el caballero de Piscis, no era otra cosa más que, "amor platónico".

Sí, podría sonar tonto, unos cuantos encuentros de vista y algunas pláticas sencillas no deberían ser tomadas con tanto valor como para crear un sentimiento afectivo hacia alguien. Pero a veces, el corazón es caprichoso y más cuando éste es joven.

Agasha lo podía ver mejor ahora en el presente. Pero no estaba segura si esa situación solamente le sucedió a ella en el pasado… porque Albafica también había dado muestras muy sutiles de corresponder al mismo sentimiento. Lamentablemente, su sacrificio en la guerra santa cortó de tajo la posibilidad de confirmarlo.

Y a pesar de que el tiempo siguió su fría marcha por seis largos años… ella siempre continuó pensando en él.

Entonces, ¿Seguía siendo amor platónico?

Eso no podría saberlo todavía. Primero necesitaba confirmar sus emociones y sentimientos. Y la única manera de hacerlo, era volviendo a ver a ese hombre.

Liberó un último suspiro y retomó de nuevo su actividad con los girasoles. En ese instante su padre entró a la estancia.

–Vaya que eres rápida, ya llevas varias cadenas– dijo el hombre, sentándose en un banquillo cercano.

–Es práctica, papá– sonrió ella. –Oye, ¿Sólo será la plaza la que se va a decorar?, porque de lo contrario, no serán suficientes los girasoles que tenemos. –

Estelios comenzó a organizar las flores más grandes para iniciar el armado de las coronas.

–Con esto es suficiente, el alcalde no quiso dar más presupuesto para los adornos, dice que éste año lo que llama la atención en las celebraciones, son los espectáculos de artistas extranjeros– explicó, alzándose de hombros.

–Ya veo, ojalá traigan eventos divertidos. –

–Por cierto, también van a venir los habitantes del Santuario– indicó el hombre. –Me dijo el señor Aristo que ya mandó la invitación al patriarca Shion. –

Agasha sonrió levemente, el caballero de Aries había mantenido su amistad con ella después de la guerra santa y algunas veces lo encontraba en el patio del primer templo, cuando iba a dejar sus arreglos florales. Ahora lo veía en menos ocasiones, dado que su responsabilidad como jerarca consumía mucho de su tiempo y casi siempre se la pasaba en el salón patriarcal.

–Qué bueno, después de todo, los soldados, aprendices y doncellas también merecen un poco de distracción. –

Ambos continuaron con la elaboración de cadenas y coronas de flores por un buen rato y posteriormente, tomaron un descanso para comer.

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Isla de los curanderos, media tarde.

El joven sanador se encontraba en su laboratorio, sentado frente a su mesa de trabajo. Estaba haciendo unas anotaciones al mismo tiempo que miraba a través del ocular del microscopio. Se había pasado todo el domingo haciendo pruebas una y otra vez con todas las variaciones de extractos que había obtenido de la calavera verde.

Cuando llegó la noche, estaba tan cansado, que se quedó durmiendo en el sillón de la biblioteca. Pero al día siguiente, Pefko prosiguió con su labor, deteniéndose apenas para comer algo y luego continuar. Estaba completamente entregado a su misión de perfeccionar el antídoto. Y ahora, siendo media tarde del día lunes, sus avances habían sido significativos, ya estaba muy cerca de su meta.

–Bien, la infusión número 32 ha sido la mejor hasta ahora– anotó con su pluma entintada. –Las reacciones son mínimamente agresivas– se asomó de nuevo al ocular. –Ésta variante es muy efectiva, la sangre se nota limpia en un 95 por ciento en las primeras pruebas. –

Entonces tomó el portaobjetos y lo llevó a un estante donde estaba colocando todos los resultados de su experimentación. Después de lograr disminuir la concentración de la toxina de la calavera verde en diferentes cantidades, empezó a usar los extractos en varias muestras de la sangre de Albafica para ver reacciones simultáneas.

Poco a poco fue descartando infusiones hasta que finalmente se quedó con 3 variantes, de las cuales, sólo le faltaba determinar la mejor. Se quitó la bata, los guantes y el tapabocas para luego regresar a su cuaderno de trabajo y escribir un par de cosas más.

De repente, una fragancia de flores silvestres llamó su atención. Se levantó de golpe y volteó hacia la salida, la puerta estaba abierta.

–Ese aroma… – murmuró inquieto.

Se acercó lentamente al notar un resplandor verde titilando cada vez más fuerte. Cuando se asomó al pasillo, se quedó sin palabras ante lo que veía. La diosa de las cosechas estaba manifestándose a escasos metros de distancia.

Deméter apareció por completo, envuelta en resplandores semi dorados y verdes. Volteó hacia Pefko y le dirigió una cálida sonrisa.

–Hola pequeño. –

El chiquillo sintió la emoción creciendo en su pecho. Había pasado mucho tiempo desde aquella visita, cuando ella le encomendó la misión de encontrar la cura para la sangre envenenada de Piscis. La deidad solamente lo visitó algunas veces en sueños, donde le susurraba que no se rindiera hasta lograr su meta. Pero ahora, estaba de nuevo ante él.

– ¡M-madre de las flores! – dijo sin aliento, apenas conteniendo la alegría mientras se aceraba a ella con paso lento. – ¡Por fin ha vuelto! – sin avisar, se abrazó a la cintura de la diosa, cual niño emocionado.

La deidad hizo un gesto de sorpresa ante la confianza que se tomaba el muchachito, pero eso no le molestó, por el contrario, sonrió un poco más.

–Oh, que afectuoso eres Pefko– le pasó la mano por el cabello. –Mira que grande estás. –

El joven curandero alzó el rostro, sus ojos tenían un brillo húmedo y una sonrisa inocente. Deméter pudo percibir todo lo que el chiquillo quería decirle con sólo esa mirada. Él lo había conseguido, cumplió el juramento que le había hecho y estaba feliz por ello.

– ¿Hay algo que quieras contarme? – preguntó, apretando con suavidad la mejilla de Pefko.

El adolescente asintió y se apartó lentamente de ella, mientras se limpiaba las sutiles lágrimas.

– ¡Sí, diosa Deméter!, por fin lo conseguí, he logrado perfeccionar el antídoto para el veneno de las rosas demoníacas– sonrió emocionando. –Y también he visto de nuevo al señor Albafica, ¡Él ha vuelto y vino a visitarme con el señor Shion! –

La deidad asintió.

–Muy bien pequeño, me alegra saber eso, ahora muéstrame lo que has conseguido, el tiempo apremia y Albafica debe encontrarse con alguien lo más pronto posible. –

Pefko corrió de regresó a la biblioteca y le hizo un gesto para que lo siguiera. La elegante mujer así lo hizo, llegando a la mesa de trabajo del jovencito, donde pudo ver su cuaderno de anotaciones y sus instrumentos de experimentación.

–Aquí está– dijo el curandero, colocando en la mesa una caja mediana de madera que contenía 3 botellas pequeñas de vidrio oscuro. –Estas tres infusiones son las más cercanas al antídoto, después de los ensayos que he estado haciendo con la sangre que me dejó el señor Albafica, sólo resta hacer pruebas finales. –

Deméter tomó cada una de las botellas y las examinó lentamente, abriéndolas con cuidado y oliendo su contenido, como si estuviera ella misma evaluándolas a través de alguna habilidad sobrenatural que permanecía fuera del entendimiento humano. Al terminar, cerró todos los contenedores y los colocó de regreso en la caja.

–Las tres fórmulas son eficientes– concluyó con determinación. –Lo has conseguido pequeño Pefko, tu trabajo ha sido excelente, sin embargo… – colocó su mano por encima de las botellas. –Ya no hay tiempo para que continúes probándolas con más sangre, es necesario que las lleves de inmediato al santo de Piscis. –

El jovencito hizo un gesto de preocupación.

–Pero, diosa de las cosechas, si el antídoto no está listo, podría hacerle daño a… – se quedó mudo al ver lo que hacía la deidad.

–No Pefko, no le hará daño– su palma comenzó a generar una suave luz dorada que envolvió por completo las tres redomas. –Estoy otorgando mi bendición, el antídoto que has creado es el adecuado y con esto, ya no tendrás de que preocuparte, lo demás, le corresponde a Albafica. –

El adolescente confirmó con un movimiento de cabeza, si la diosa de la agricultura aseguraba que no había necesidad de hacer algo más, él le creería. No obstante, una curiosidad repentina, lo llevó a inquirir un poco más.

–Madre de las flores, perdone mi pregunta, pero… ¿Por qué es prioritario que el señor Albafica tome el antídoto?, ¿Con quién debe encontrarse? –

El rostro de la deidad adquirió una expresión divertida al mismo tiempo que terminaba de bendecir el antídoto. El brillo de su palma cesó, retiró su mano y volteó hacia Pefko.

–Albafica debe encontrarse con su futura esposa– sonrió levemente. –Y es de suma importancia que ellos se unan antes de la próxima luna, así lo requiero para llevar a cabo mi ritual de fertilidad. –

El muchachito abrió los ojos sorprendido, esa revelación no se la esperaba… Albafica iba a casarse. Y sobre el ritual del que hablaba la diosa… bueno, eso tendría que investigarlo más tarde.

– ¡Es fantástico! – dijo con real inocencia y sinceridad, él comprendía lo que significaba la soledad de los portadores de Piscis, así que, escuchar que Albafica ya no estaría solo, le alegraba bastante. – ¡Entonces llevaré de inmediato el antídoto al Santuario! –

Deméter asintió de nuevo, ampliando su sonrisa. Su plan estaba ejecutándose perfectamente y el chiquillo ya había cumplido su parte al pie de la letra, sabía que no se había equivocado al otorgarle la flor calavera verde. Por lo tanto, Pefko se había ganado su bendición permanente para ser un gran sanador.

–Te lo encargo pequeño, dile a Albafica que debe empezar a tomarlo de inmediato, dos veces al día antes de cada alimento– explicó la deidad. –El antídoto le provocará algunas molestias al principio, así que debe soportarlas con ayuda de hierbas medicinales, tú sabrás cuales darle cuando veas los síntomas. –

El joven curandero asintió con un gesto levemente serio en el rostro. Comprendía perfectamente las consecuencias que un contraveneno le traería al santo de Piscis. Obviamente, curar su sangre tóxica, no sería tan fácil.

–Así lo haré, diosa Deméter– hizo una reverencia ante ella.

La mujer le alborotó suavemente el cenizo cabello antes de despedirse.

–Hasta luego, Pefko– se dio media vuelta y comenzó a caminar rumbo a la salida.

A cada paso que daba, se iba desvaneciendo en una estela de tonalidades verdes que terminó por desaparecer en el aire. El adolescente parpadeó un par de veces y volvió a sonreír, fascinado por todo lo que estaba sucediendo.

Regresó a su cuaderno de notas y terminó de redactar sus avances. Así mismo, revisó de nuevo las botellas con el antídoto y luego las aseguró dentro de la caja, cerrándola con cuidado y preparándola para el viaje.

Si salía ahora mismo del puerto, podría llegar al Santuario al anochecer.


Continuará...

Espero les haya gustado y me dejen un comentario :D eso me hace feliz y me motiva.

A partir de aquí, regreso a las actualizaciones cada dos semanas, ya saben, tengo que corregir mis bocetos ;D