Buenas tardes :3

Lamento la tardanza, pero en verdad me costó trabajo desarrollar esta parte, porque aunque tenía bosquejado lo que iba a suceder, al momento de redactar, se me complicó el manejo de emociones y el cómo lograr que expresaran su sentir cada personaje. Espero haberlo conseguido 0_0 soy novata en esto de redactar romance XP así que tendrán que perdonarme si no queda muy bien ;P :) La longitud del capítulo no la pude reducir, era necesario abarcar varias cosillas, tómenlo como una recompensa por el mes que me tardé XDXD

Otra cosa, recuerden que Albafica es un guerrero orgulloso y un poquito soberbio al momento de pelear. Así que si tomamos en cuenta que está "peleando" por tener una vida normal con Agasha, no se extrañen del pequeño comportamiento "especial" que tendrá con el herrero XDXD Simplemente no pude evitar que el desarrollo de la historia se diera así, lo necesitaba y así quedó :D

*Adormidera: Planta del Opio, usada como anestésico/calmante en la antigüedad.

*Madreselva: Planta medicinal para tratar todo lo referente a las vías respiratorias y taquicardias.

Recuerden, esto es sólo una historia de mi loca imaginación, no se tomen en serio todo lo que leen. Sean bienvenidos los nuevos lectores y agradezco de antemano el tiempo que le dedican al fanfic y los reviews que gusten regalarme :3


Sobre sus comentarios:

antares ascorpii: Lamento hacerlos esperar, pero aquí está la recompensa :D Espero que te agrade el reencuentro y sí, yo también los veo como familiares, es más, en el fanfic los voy a dejar como "hermanos" :D :3 Sobre la escena que mencionas y tu pregunta: Soy fiel a la idea de que Albafica le hizo una promesa y la rosa era una manera de sellarla. En el próximo capítulo voy a desarrollar más ese tema, quiero aportar mi granito de arena con una teoría de lo que pudo haberle dicho a la florista ;D Pero creo que con lo que van a leer aquí, se podrán dar una idea :D Gracias por comentar.

Lucy-Lu: Gracias por tu fidelidad :) :D Sobre el tema de la fiesta de Rodorio, realmente busqué poco (por falta de tiempo) pero me basé en cosas que he leído, en películas con ambiente del siglo XVIII europeo, en la Wikipedia y en imágenes aleatorias de Internet XDXD y claro, un montón de imaginación loca, así que no se lo tomen en serio, puede haber varios errores, pero por favor, no les hagan demasiado caso, es sólo un fanfic para entretenerse ;D ;D No te preocupes por lo acentos, yo comprendo eso del teclado en otro idioma XD

Lumilla: Bienvenida al fanfic :3 :D Me halagan tus palabras y deberías ver mi cara sonrojada XDXD muchas gracias. Y vaya, me alegra saber que leíste todo el fanfic de corrido, pero lamento que te desvelaras tanto :D:) Es grato saber que la trama te ha gustado, la pareja de Agasha y Albafica es encantadora y a ella la puse como viuda porque es quién guiará a Piscis en su nueva vida :3 Y, precisamente por Deméter, es que la florista deberá llevar la batuta, recordemos que Albafica no tiene experiencia en nada, pero debe pagar su deuda y cumplir la misión que le encomendaron XDXD Agradezco enormemente tu comentario, me ayuda bastante ;)

Leyla: Sí, aquí está el tan esperado reencuentro :3 lamento la espera XDXD La rosa que le dio Albafica era muy especial, desde un principio decidí que esa flor tendría un peso importante en la trama :D:D No te preocupes por el herrero, aquí tendrá su castigo XDXD Pefko es adorable y sigue siendo muy importante. Gracias por leer y comentar.

Roses Girl: Bienvenida al fanfic ;) me alegra que estés leyendo la historia y así es, Agasha y Albafica son una bella pareja. Pefko siempre se me hizo un chiquillo muy tierno y creo firmemente que él podría haber curado el veneno de las rosas diabólicas. Gracias por comentar :3


Atención: Todos los personajes de Saint Seiya y Saint Seiya: The Lost Canvas, pertenecen a Masami Kurumada y Shiori Teshirogi respectivamente. Los OC son de mi autoría personal, así como la historia, la cual solamente escribí por gusto y diversión.


Capítulo 12: El Reencuentro

Era cerca del mediodía cuando Agasha y su padre terminaron de colocar su mercancía en exhibición. Tenían flores de todo tipo para decoración y algunas plantas medicinales. El espacio dónde les había tocado instalarse no era en la plaza principal, sino a un par de calles del centro. Por lo tanto, había afluencia de gente, pero no tanta como para impedir el libre paso.

Los visitantes iban y venían, algunos preguntaban por los precios de las flores y las compraban, otros solamente observaban y pasaban de largo. Alguna que otra ama de casa llegaba a solicitar hierbas para curar alguna molestia y un gitano, con aspecto de merolico, se llevó todos los ramos de lavanda que tenían.

Mientras Agasha atendía a los clientes espontáneos, su padre seguía platicando con la señora Calíope, quien tenía su local de ropa y costura cerca de ellos. A ella le agradaba verlos charlar amistosamente, porque de cierta forma, sabía que eso ayudaba a la buena salud anímica de su padre. Tantos años de viudez no eran fáciles de soportar. La joven jamás supo porque su progenitor no se casó de nuevo después de la muerte de su madre, pero al menos sabía que la buena relación con la costurera era un gran aliciente.

Entonces se escuchó la campana de la plaza central y a lo lejos un llamado resonando con ayuda de un cono de metal a modo de megáfono.

–"Primera llamada, en unos minutos el alcalde Aristo hará la inauguración de la fiesta de Rodorio, no se la pierdan y sean todos bienvenidos"– mencionó una voz masculina.

Los floristas y la costurera prestaron atención.

–Ya van a inaugurar las celebraciones– dijo Estelios. – ¿Quieres ir, Agasha? –

–No papá, no tengo ganas de escuchar al señor Aristo y su largo discurso, además, todavía no nos paga los girasoles, así que, recuérdaselo– respondió ella, mientras acomodaba unas orquídeas.

–Tienes razón, de una vez voy a preguntar por eso– miró a la costurera. – ¿Y tú, Calíope? –

–Sí, vamos a ver que dice éste año y espero que nos explique porque tanto gitano vino ahora– confirmó la mujer, al mismo tiempo que cerraba temporalmente su exhibidor de ropa.

–Aquí los espero, yo me encargo de las ventas– comentó Agasha, para luego saludar a una pareja que llegaba en ese momento. –Buenos días, ¿Le gustaría una flor para su compañera? –

Los clientes asintieron y la transacción comenzó, mientras Estelios y Calíope se marchaban rumbo a la plaza.

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Centro de Rodorio, oficina del magistrado.

Shion estaba a unos cuantos pasos de llegar al despacho del alcalde Aristo, ya se le había hecho un poco tarde, pero no pudo evitar querer asegurarse de que Albafica iría a buscar a la florista. Se sentía preocupado por el comportamiento de Piscis, él sabía perfectamente que su amigo era un guerrero fuerte y valiente… pero eso era en el campo de batalla, al servicio de la diosa de la guerra y la sabiduría.

En otros aspectos de la vida, todo era muy distinto.

Un tema que comprendía perfectamente el lemuriano.

Una vez que finalizó la guerra santa y la paz volvió, Shion tuvo que enfrentarse al hecho de dejar de ser el santo de Aries para convertirse en el nuevo patriarca. Lo cual fue un completo cambio en su vida, que modificó el enfoque de su existencia. Él, así como los demás guerreros zodiacales, había sido preparado desde joven, porque precisamente su generación, nació en la época que coincidía con el enfrentamiento entre Athena y Hades, por lo tanto, fue una obligación vivir de cierta manera.

Pero una vez que todo terminó, modificar su visión no fue nada fácil. Su propósito ya no era proteger un templo zodiacal, ni entregar su lealtad a una diosa. Quizás encargarse del Santuario y las misiones sí, pero de ahí en fuera, su vida era completamente normal ahora. Y eso había sido un cambio lento que le había tomado al menos un par de años asimilar.

Entonces, no se podía imaginar lo que estaría sintiendo Albafica de Piscis en éste momento, dado que su vida fue mucho más complicada que la de los otros santos dorados. Para el doceavo guardián no sería tan fácil adaptarse a dichos cambios. O al menos eso creía Aries.

Quizás lo estaba subestimando, después de todo, Albafica siempre supo sobrellevar su soledad, cosa que muy pocos hombres lograrían con efectividad. Entonces, también lograría superar esto y únicamente debía ser paciente y apoyarlo. Piscis no lo defraudaría, así que sólo se enfocaría en cumplir su misión de apoyo.

–Bienvenido, ¿A quién busca? – preguntó un hombre sentado en un escritorio a la entrada del lugar.

El lemuriano se descubrió la cabeza e hizo una media sonrisa.

–Buen día, vengo a hablar con el alcalde Aristo. –

– ¡Gran patriarca! – se sorprendió el hombre, levantándose y haciendo una inclinación a modo de respeto. –Claro que sí, deme un momento por favor. –

–Gracias. –

Momentos después, un hombre maduro, un poco calvo, de estatura promedio y con aspecto bonachón, salió a su encuentro.

–Buenos días patriarca Shion– saludó el alcalde, haciendo una inclinación respetuosa. –Pensé que no vendría. –

El Lemuriano también inclinó el rostro para corresponder al saludo. Ambos hombres eran la máxima autoridad en sus respectivos lugares de regencia y aunque había una diferencia de edad notable y, por lo tanto, de experiencia en la vida, los dos habían estado trabajando juntos para el beneficio de su gente.

Aristo fue unos de los sobrevivientes del ataque del espectro Minos a Rodorio, así mismo, también fue el encargado de mantener el control en el pueblo, una vez que se desató la guerra santa formalmente. De no haber sido por él, la gente habría abandonado sus casas y migrado lejos, convirtiendo la villa en un lugar fantasmal. Y, por lo tanto, afectando terriblemente al Santuario.

Shion estaba agradecido por eso, después de todo, si no hubiera sido por los habitantes de Rodorio y su buena voluntad, el no habría podido soportar el peso que cayó sobre sus hombros al ser nombrado patriarca y retornar a un lugar devastado y con pocos sobrevivientes.

–Lamento mi retraso alcalde– se disculpó. –Pero antes, debía avisar a los habitantes del Santuario sobre su cordial invitación a la festividad. –

–Comprendo patriarca, no hay problema, venga por favor, revisemos los pendientes de una vez y después vamos a la plaza para la inauguración. –

Ambos entraron a la oficina de Aristo, tomaron asiento y la plática dio inicio. Los temas a tratar fueron los avances de la reconstrucción del Santuario, el abastecimiento de mercancías que necesitaban, los acuerdos de vigilancia para la protección del pueblo y otras cuestiones más.

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En alguna calle de Rodorio.

Albafica caminaba bastante tranquilo, a decir verdad, lo hacía lentamente. Tenía la mirada perdida en todo el bullicio de la gente, en los puestos de mercancías, en los aromas del ambiente. Había estado muerto por seis años, pero para él, realmente era cómo sí sólo hubiese pasado un día. No obstante, al ir observando las calles, las viviendas y la gente, se percató de que todo había sufrido un gran cambio.

El pueblo fue reconstruido después del ataque de Minos y ya no lucia de la misma forma. Por el contrario, había crecido y se notaba más vivo que antes. Y él quería disfrutar de eso, así como lo hacía cuando bajaba solo para pasear y distraerse de su soledad.

Pefko iba a su lado, admirando todo lo que veía. Aunque realmente el chico se veía mucho más tranquilo, más acostumbrado a esto. Probablemente en la isla de los curanderos también se daban éste tipo de celebraciones. Pero para Piscis, era mucho más emocionante de lo que alguna vez pudo apreciar y disfrutar.

En el pasado, cuando bajaba a la villa, era para huir del aislamiento. Le agradaba ir solo, pero también disfrutaba cuando alguno de sus compañeros lo acompañaba. O más específicamente, cuando eran Shion y Manigoldo. Esos dos eran tan distintos de carácter, que al mismo tiempo se podían llevar muy bien debido a esas diferencias.

Albafica se sentía cómodo con ambos, quizás porque ellos le inspiraban confianza y lo trataban con una naturalidad que pocas veces podía esperar de los demás. Sonrió para sus adentros. Cuando todo estuviera más tranquilo, le pediría a Shion acompañarlo a la taberna a la cual le gustaba ir a Manigoldo. Pedirían un par de cervezas y brindarían por él.

De pronto, la voz del curandero llamó su atención.

– ¡Mire, señor Albafica! – señaló emocionado. – ¡Un puesto de flores por allá! –

El doceavo caballero sintió escalofríos en la espalda al seguir la dirección que indicaba el chiquillo. No obstante, su sobresalto menguó casi de inmediato cuando, a la distancia, vio a la persona que atendía dicho local. Era un muchacho de apariencia tranquila y gesto amable.

Y él lo conocía… se trataba de Pakia, uno de los alumnos del santo de Capricornio.

Albafica recordaba perfectamente que El Cid fue quién más aprendices tuvo bajo su cuidado. Algo contrastante, teniendo en cuenta lo rudo y frío que era el ibérico. Pakia había sido su mejor discípulo, el muchacho tenía mucho potencial para convertirse en su mano derecha y futuro heredero de Capricornio. Lamentablemente, el miedo natural a morir en la guerra santa, lo llevó a desertar.

Afortunadamente, consiguió el perdón por su falta y ahora era un ciudadano común que vendía flores en Rodorio. Pero evidentemente, no trabajaba con Agasha, incluso tal vez, eran competidores comerciales.

–No Pefko… ella no está ahí– dijo en voz baja. –Pero veamos que mercancías ofrece. –

–Oh, ya veo, es otro vendedor de flores– se rascó la cabeza el chiquillo, mientras seguía al santo.

Ambos se acercaron y pudieron notar que en el local se vendían flores ornamentales, pero en muy poca cantidad. Lo que más predominaba, eran las plantas y árboles frutales, en especial el olivo. Al parecer, Pakia se había especializado en el cultivo del árbol predilecto de Athena, probablemente cómo un gesto de fidelidad y respeto. Había todo tipo de productos: aceitunas, aceites, huesos, destilado de orujo e incluso productos elaborados con madera olivar.

–Oh vaya, éste aceite se ve recién extraído– dijo el joven sanador, revisando una botella.

–Sean bienvenidos– saludó Pakia. – ¿Les interesa algún producto? –

Albafica no tenía interés en nada, más bien, deseaba preguntar por el paradero de la bella florista.

–No gracias, pero quisiera saber si podrías darme información sobre una florista llamada Agasha– dijo el santo, sereno por fuera y nervioso por dentro.

Pakia hizo un gesto de curiosidad ante aquel hombre, del cual sólo veía una parte de su rostro y cabello azulado. Entonces meditó un par de segundos antes de contestar. Él conocía perfectamente a los otros floristas, se podría decir que eran su competencia, pero eso no era del todo cierto. Estelios y Agasha se especializaban en flores decorativas y plantas medicinales. En cambio, él cultivaba el olivo y árboles frutales de otras especies.

–Sí, la conozco– sonrió y luego señaló hacia el centro del pueblo. –Ella y su padre tienen asignado un lugar para vender sus flores del otro lado de la plaza, a un par de calles en esa dirección. –

El doceavo caballero asintió, mirando con interés el rumbo indicado.

–Muchas gracias. –

–Yo me llevo el aceite, ¿Cuánto cuesta? – dijo Pefko, sacando dinero de su morral.

–Serían tres monedas, por favor. –

Momentos después, ambos caminaban hacia el centro del lugar.

Albafica no estaba seguro de querer encontrar tan rápido a Agasha, no porque no quisiera, sino porque no podía evitar la curiosidad que le generaba ver a los artistas callejeros y todo el bullicio de la celebración. En verdad tenía deseos de distraerse con toda esa energía y diversión que flotaba en el aire.

–"Primera llamada, en unos minutos el alcalde Aristo hará la inauguración de la fiesta de Rodorio, no se la pierdan y sean todos bienvenidos"–

Escucharon el aviso a lo lejos y siguieron avanzando.

– ¡Mire eso, señor Albafica! – llamó el adolescente.

Piscis observó un carromato decorado con vivos colores y muchas marionetas colgando de sus laterales. Había un grupo de personas asomándose en la ventana lateral, medio ocultas atrás de un pequeño telón, haciendo una exhibición de títeres danzantes para varios niños pequeños que aplaudían encantados. Pefko y él se acercaron a un espacio libre y apreciaron el espectáculo.

Albafica sonrió levemente, hacía mucho tiempo que no veía algo así, prácticamente desde que era un niño. Miró de reojo a Pefko, notando que reía encantado con las marionetas. Entonces decidió que disfrutaría un poco de éste tranquilo momento, después de todo, se sentía bien estar rodeado por la felicidad de otras personas, la cual, se le contagiaba.

– ¿Gustan una fruta acaramelada? – una voz infantil habló a sus espaldas. –Es cortesía de la alcaldía. –

Una niña de no más de diez años, llevaba una gran charola de madera sobre su cabeza, en la cual había manzanas cocidas y cubiertas de miel, con su respectivo palito de madera para sostenerlas. Andaba regalando la fruta a cuanto extranjero se paseaba por las calles, cómo muestra de bienvenida.

El santo dorado lo dudó por un instante, no quiso levantar la mano para tomar el postre, a pesar de que el olor dulce lo llamó. Entonces Pefko, ni lento ni perezoso, se adelantó para agarrar las dos manzanas.

–Muchas gracias– dijo, mientras le entregaba la fruta a Albafica y mordía la propia.

La niña sonrió y luego se alejó para seguir repartiendo.

El portador del pez dorado se quedó mirando el acaramelado obsequio. Una sensación cálida latía dentro de él y no estaba seguro de cómo manejarla. En otros tiempos, no hubiera tolerado estar en medio de tanta gente sin sentir un ataque de pánico por temor a lastimarlos y mucho menos hubiera aceptado la fruta. Sin embargo, el joven sanador se manejaba con tanta naturalidad, que le transmitía esa misma confianza para hacer lo mismo.

–No tenga miedo, señor Albafica– murmuró Pefko, sin mirarlo directamente. –Todo ira mejor ahora. –

El hombre no pudo evitar agachar levemente el rostro y pasar saliva despacio. Realmente se le estaba complicando lidiar con el desbordamiento de emociones y cambios que se suscitaban a su alrededor y en sí mismo. No dijo nada y solamente asintió, para después comenzar a degustar la dulce manzana.

Se quedaron algunos minutos viendo el espectáculo de títeres hasta que se oyó otro aviso en megáfono.

–"Segunda llamada, en unos minutos el alcalde Aristo hará la inauguración de la fiesta de Rodorio, no se la pierdan y sean todos bienvenidos"–

Albafica observó a su alrededor, muchas personas ya se encaminaban hacia la plaza y otras se quedaban en los locales. Para ser sinceros, él tenía más curiosidad de seguir recorriendo todo, que de ver la inauguración.

–Vamos a ver a los gitanos, señor Albafica– habló el chiquillo, adivinándole la mente.

Piscis asintió, terminando de comer su fruta. Comenzaron a caminar nuevamente, cuando de pronto, tuvo una sensación de mareo. Sólo duró un instante y no fue necesario detenerse, así que no le dio importancia alguna.

Avanzaron a lo largo de la calle, mirando en todas direcciones. Por un lado, había tres mujeres que danzaban con sus coloridos vestidos al ritmo de las panderetas y las guitarras. Su baile era muy coordinado y mientras lo hacían, arrojaba pétalos de flores hacia el público que las rodeaba. Un poco más allá, un tragafuego hacía malabares con unas antorchas y escupía sus llamas al cielo en una demostración un poco inquietante. Más adelante, un hombre con larga barba ofrecía elixires para hacer que el cabello creciera, o bien, para atraer a la persona amada.

En todo eso andaban cuando el olor a comida se hizo más intenso. Las mesas centrales ya estaban listas y dentro de poco empezarían a ofrecer los alimentos típicos de Rodorio. El aroma del pan horneándose, le trajo recuerdos agradables a Albafica, de cuando su maestro Lugonis llegaba en las tardes de invierno a la cabaña con una canasta llena de panecillos para cenar.

Sonrió para sus adentros y se puso a buscar el local de pan, de pronto tenía ganas de recordar ese grato sabor. No tardaron mucho en llegar y mientras evadían a la gente que iba y venía, logró distinguir una casa cercana a la plaza, la cual era también panadería.

–Huele muy bien– dijo Pefko.

–Compremos unos panecillos. –

Minutos después, el doceavo caballero disfrutaba del suave sabor del bollo en sus manos. No es que tuviera hambre a esas horas, simplemente era por el antojo de recordar cosas agradables de su pasado y que ahora le daban a una nueva perspectiva a todo lo que estaba viviendo. Eran nuevos recuerdos para su nueva vida.

Caminando a su lado, el muchachito también mordisqueaba un pan, mientras se distraía con los demás puestos de mercancías. Ambos atravesaron la plaza central, donde ya había bastantes visitantes extranjeros y pueblerinos, esperando la presentación del alcalde. Los músicos en el escenario, entonaban algunas canciones tradicionales para entretener al público.

Entonces Pefko hizo un comentario.

–Señor Albafica, ya vamos a llegar a dónde indicó el vendedor de olivos– señaló una de las dos calles que se distinguían a lo lejos. – ¿Pero en cuál estará el puesto de flores? –

No escuchó respuesta, así que se giró para ver qué sucedía.

El guardián de Piscis estaba de pie en medio de la plaza, frente al monumento de Athena. Parecía observar fijamente la estatua de la diosa, la cual era una representación de su imagen mitológica, portando una lanza y un escudo, junto con su yelmo de guerra. La efigie se ubicaba sobre un pedestal, precedido por cuatro escalones semicirculares. Y por detrás de todo, un imponente marco rectangular de piedra negra con grabados en griego antiguo, cuyo significado era: "Athena es la protectora de Rodorio".

El adolescente se aproximó y escuchó al santo diciendo una oración en voz baja, manteniendo una reverencia respetuosa.

–Mi señora Athena, he regresado gracias al beneplácito de la madre de las flores y por su divina misericordia… cumpliré con la última misión que me ha encomendado y la honraré por lo que me reste de vida. –

Se incorporó de nuevo y miró al curandero, quién le regresó una sonrisa alegre.

–Señor Albafica, ¿Ya vio las bonitas coronas que adornan el altar? –

Regresó la mirada, no había puesto atención a ese detalle antes de ponerse a rezar. Sus ojos se ampliaron enormemente y su corazón dio un vuelco doloroso. Las coronas de girasoles eran preciosas, sumamente detalladas y el estilo de entramado era idéntico al que él utilizaba. El mismo método que le había enseñado a Agasha. Por un momento se quedó sin palabras cuando siguió la línea de adornos y descubrió las cadenas de flores que colgaban a lo largo del lugar.

Era una grata sorpresa y un aliciente para ponerlo más nervioso. La joven florista estaba cada vez más cerca.

–Son hermosas… algo que solamente ella podría hacer– murmuró.

Entonces, la música se silenció por completo.

La gente enfocó su atención en el escenario principal, el alcalde Aristo estaba a punto de inaugurar la fiesta anual del pueblo.

– ¡Queridos habitantes de Rodorio y estimados visitantes que nos acompañan!, ¡Sean todos bienvenidos a nuestra celebración anual! – habló con fuerza a través del cono de metal para que todos pudiesen escucharlo. – ¡En éste glorioso día…! –

El hombre bonachón inició su discurso de bienvenida. Seguramente podría ser entretenido y llamativo para los visitantes, pero Albafica estaba enfocado en otra cosa.

–Sigamos buscando, Pefko– lo llamó, retomando su marcha hacia el otro lado de la plaza. –Tenemos que… –

Súbitamente se quedó mudo. El chiquillo se acercó y pudo ver cómo el hombre palidecía notoriamente a pesar de estar cubierto con su capucha.

– ¿Se siente mal, señor Albafica? – interrogó rápidamente. – ¿Está sintiendo alguna molestia física? –

Entonces, y de forma completamente inesperada, Piscis tomó a Pefko de la mano y corrió con él hacia la parte trasera del monumento de Athena. Había visto a alguien acercándose hacia ellos, provocando que el nerviosismo le estrujara el estómago. No estaba seguro si esa persona lo reconocería, pero por el momento, no se arriesgaría a que lo viese.

– ¿Qué sucede? – susurró el adolescente, manteniéndose junto al santo, quien parecía estar huyendo de alguien de una forma que resultaba un poco graciosa.

–No digas nada, guarda silencio– pidió en voz baja, mientras se asomaba de reojo por uno de los laterales del altar.

Había tanta gente deambulando, que nadie prestó atención al raro comportamiento de ambos. Albafica siguió con la mirada al hombre que caminaba rumbo al escenario principal, acompañado por una mujer. Se trataba de Estelios, el padre de Agasha. Sabía perfectamente que nadie podía ver su rostro completo debido a la capucha, pero aun así, se sentía nervioso.

Esto era una situación nueva y desconcertante.

El señor Estelios se convertiría en su suegro y no tenía ni la más mínima idea de cómo sería su relación con él. Su padre adoptivo Lugonis jamás tocó un tema de ese tipo, por obvias razones vinculadas a la soledad del linaje de Piscis. No obstante, le quedaba en claro que debía manejarse con mucho respeto y seriedad ante el progenitor de su futura esposa.

Futura esposa.

Esa idea ya revoloteaba con más fuerza en su mente, generándole ansiedad. No es que no quisiera aceptar dicha situación, sino que no sabía cómo asimilarla, porque tenía miedo de equivocarse. Le preocupaba pisar terreno desconocido, ya que nunca sería lo mismo leer acerca de un tema, que enfrentarse directamente a ello.

– ¿Conoce a ese hombre?, ¿Quién es? – preguntó el sanador, sacándolo de sus pensamientos.

El chiquillo era muy observador y no tenía caso mentirle.

–Es… el padre de Agasha… –

– ¡Oh vaya, eso quiere decir que es su suegro! – soltó de pronto, sorprendido y emocionado. – ¡Debemos preguntarle por…! – de pronto, una mano le tapó la boca.

Una venita de impaciencia brincó en la frente de Piscis, mientras sujetaba a Pefko con un brazo y le impedía seguir hablando cómo una de esas exóticas aves parlanchinas que a veces traían los navegantes de otras tierras. Definitivamente, se comportaba cómo un hermanito travieso, que no entendía lo delicado que podía ser un asunto.

–No, no podemos hacer eso– comentó Albafica, soltándolo despacio. –Debo encontrar primero a Agasha para hablar con ella… a solas– suspiró preocupado.

–Oh, ya entiendo, perdón– sonrió el curandero, rascándose la cabeza inocentemente.

Reanudaron su marcha, avanzando con algo de lentitud, dado que la gente seguía congregándose en la plaza.

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En otra calle de Rodorio.

Agasha estaba acomodando unas rosas blancas para que se vieran más vistosas. Ya había vendido tres ramos y al parecer, las ventas irían incrementándose conforme avanzara la tarde. Apenas hace unos momentos escuchó que el alcalde comenzaba su efusivo discurso. Seguramente estaba encantado de ver a tantos visitantes, éste año se notaba muchas más afluencia.

Tomó asiento en un banquillo detrás de la carreta para poder tener un poco de sombra del edificio adyacente, dado que el sol estaba en su punto más alto. Se quedó mirando el ir y venir de las personas, pudiendo notar que la mayoría se alejaba rumbo a la plaza, incluyendo a uno que otro comerciante, dejando despejada la calle.

Suspiró y enfocó la mirada en sus flores.

Desde hace rato había comenzado a sentirse inquieta y no sabía por qué. Evidentemente el disgusto con Zarek podría ser el motivo, no obstante, ella estaba segura que no era eso. La sensación de expectación que percibía, siempre se acompañaba por la imagen de Albafica en su mente.

Hoy era el día en que algo importante iba a suceder, podía sentirlo. Su corazón se lo decía y también los recuerdos constantes de lo vivido con el santo dorado hace seis años. No pudo evitar sonreír, al rememorar esas situaciones que, aunque sutiles, le dejaron en claro que, ella no le fue indiferente a Piscis.

*:*:*:*:*

Hace 6 años.

Agasha iba subiendo por las escaleras rumbo al primer templo. El día de hoy llevaba un bonito ramo de narcisos y orquídeas para el patriarca.

Ya habían pasado tres semanas desde la ceremonia de primavera, pero la emoción todavía le cosquilleaba en el estómago. Aquella vez, luego de despedirse de Piscis, regresó a su casa con la cara sonrojada por lo que había sucedido con él.

Solamente había sido un sutil roce en el dorso de la mano, no tenía por qué darle importancia, dado que pudo ser un accidente. Sin embargo, la intensa mirada azul que le dirigió, no lo fue. Agasha estaba segura que algo más había pasado con el doceavo guardián. Tal vez lo puso nervioso por haber estado tan "cerca" de él a lo largo de esa mañana.

Ya se lo había dicho, ninguna persona debía tocarlo o aproximarse demasiado a su espacio personal, por el peligro que representaba su sangre envenenada. Pero eso no justificaba la insistente contemplación de esas dos ocasiones… ni de las que siguieron. Días después, la florista pudo darse cuenta de ello, cuando iba dejar sus flores al Santuario.

Por fin llegó al patio de Aries, el cual permanecía despejado, quizás el guardián estaba en alguna misión. Se encaminó al cobertizo para dejar su entrega y platicar un poco con las doncellas. Minutos más tarde, se despidió y salió caminando tranquilamente rumbo a las escaleras.

Pero antes de alcanzarlas, se detuvo. Ahí estaba de nuevo… la sensación de estar siendo observada desde algún lugar del templo zodiacal.

Al principio había creído que era su imaginación, pero conforme pasaron los días, pudo verificar que era real su presentimiento. En otras circunstancias, se hubiera asustado y lo habría comentado de inmediato con su padre o con Shion de Aries. Sin embargo, quién la miraba, no era una amenaza.

Sonrió divertida y se agachó lentamente, flexionando una de sus rodillas, para luego fingir revisar las correas de su sandalia derecha. Ese pequeño truco ya lo había usado con anterioridad para ver quién era la persona que la contemplaba a la distancia. Su cabello, sujetado en una coleta floja, cayó al lado de su cara, ofreciendo una "cortina" que disimulaba su mirada.

Mientras movía las manos sobre el pie, sus ojos viajaron hacia el lateral del templo, donde se alcanzaba a notar parte de las columnas. Los espacios entre los mechones de su pelo, le permitieron distinguir más o menos bien el entorno y entonces, lo vio.

Estaba semi oculto detrás de una pilastra, sin embargo, la sombra de la misma, no alcanzaba a disimular el brillo dorado de su armadura, ni la tonalidad aguamarina de su largo cabello. Es más, precisamente fueron esas largas hebras las que le confirmaron quién era. Hubiera sido imposible no reconocer al guardián de Piscis.

El santo se mantenía bastante disimulado, mirándola con un gesto relajado y casi podía asegurar que tenía una tenue sonrisa en los labios. Pero no lograba confirmarlo desde dónde estaba. Lo que, si podía asegurar, era que esta situación ya llevaba tiempo presentándose, incluso desde antes del evento de primavera, sólo que, en aquel entonces, no había prestado suficiente atención.

La joven florista volvió a sonreír para sí misma.

Era una situación curiosa, ella tenía el presentimiento de que Albafica realmente quería ir más allá de esa lejana contemplación, pero probablemente tenía miedo. Ella podía intuirlo, es decir, después del buen trato que mantuvieron durante la elaboración de adornos, Agasha le había dejado en claro que mantendría su distancia para no incomodarlo, pero no por ello, se negaría a convivir amigablemente con él.

No se lo dijo abiertamente, pero con su amable forma de tratarlo, le había dado a entender que ella le ofrecía su amistad. Tal vez Albafica supo leer entre líneas y quería intentarlo, pero no sabía cómo.

La adolescente sintió un poco de preocupación por eso, es decir, nadie debería sufrir de soledad. No estaba segura de cómo podría ayudarlo, pero lo intentaría y qué mejor oportunidad que la fiesta anual de Rodorio. Los habitantes del Santuario también solían acudir a dicha celebración y esa podría ser una oportunidad para acercarse a él.

Bueno, sólo si asistía.

Dejó de mirar disimuladamente, ajustó un poco las correas y se incorporó de nuevo, como si nada hubiera ocurrido. Suspiró lentamente sin poder quitar la sonrisa de su rostro, mientras retomaba el camino para regresar al pueblo.

Sabía que Albafica la seguiría con la mirada hasta perderse por completo. Y por extraño que pareciera, eso simplemente, la hizo sentirse especial.

*:*:*:*:*

Agasha acarició el dorso de su mano.

Piscis fue serio y amable con ella, pero nunca impasible. Lamentablemente, su "relación" no pudo concretarse debido a la guerra santa. La muerte de Albafica fue algo que en verdad lastimó su joven corazón y a pesar de que los años pasaron, ese sentimiento perduró. Quizás guardado en su corazón, pero nunca olvidado.

–Bueno, supongo que cuando llegue el momento de encontrarnos, podré confirmar si sólo fue amor platónico o no– dijo en voz baja, suspirando de nuevo.

De repente, sintió un escalofrío en la espalda y su intuición le dijo que algo no andaba bien.

Antes de poder girar el rostro para ver la parte posterior del callejón, una tosca mano le cubrió la boca y la inmovilizó rodeándola con un brazo enorme. En un instante, sintió como la arrastraban hacia atrás, dejando tirado el banquillo.

Dado que las personas se habían congregado en la plaza central y algunas más estaban distraídas en los otros locales, nadie se percató de que un sujeto malencarado llevaba a la florista hacia el interior de la callejuela. Dicho lugar estaba flanqueado por dos edificios altos que en ese momento permanecían cerrados, dado que eran bodegas para almacenamiento de grano y no había labores hoy.

Por lo tanto, Agasha estaba en una situación de riesgo y nadie se daría cuenta, a menos que se acercaran al carromato de flores. Lo cual no pasaría de inmediato.

¡Por Athena, ¿Qué está sucediendo?! – se preguntó, mientras forcejeaba inútilmente.

El hombre que la cargaba parecía un oso, dada su enorme estatura y corpulento físico. Se adentró en el callejón un poco más, hasta llegar a dónde alguien más esperaba oculto entre sombras.

–Aquí está la chica– dijo el mastodonte, cuyo aliento a podrido mareó a la florista.

–Bien hecho. –

Agasha palideció al escuchar esa voz y su corazón brincó de miedo. Esta situación no se la esperaba, sabía que estaba en peligro, pero no pudo evitar sentirse molesta al identificar a su agresor.

– ¡¿Qué pretendes, Zarek?! – reclamó, tan pronto el otro sujeto dejó de taparle la boca, para únicamente sujetarla por detrás.

El herrero salió de su escondite y la expresión de su rostro en verdad se veía amenazante.

–Te lo advertí, Agasha– masculló en un tono afilado, acercándose a ella. –Te dije que no era buena idea provocarme– con la mano izquierda la tomó bruscamente el cabello, inmovilizándola.

La joven se quejó de dolor, pero no bajó la mirada y a pesar del miedo que estaba sintiendo, lo encaró.

– ¡Suéltame en éste momento o te denunciaré con el alcalde! – dijo, tratando de no perder los nervios. – ¡Eres un idio…! –

Ya no pudo terminar la frase, Zarek le había cubierto la boca de nuevo.

– ¡No estás en posición de amenazarme! – gruñó, para luego acercarse a su rostro. –Sé que tu padre y tú se llevan muy bien con Aristo, pero no creo que en éste momento alguien pueda escucharte– sonrió con malicia.

Agasha tragó saliva con dificultad. La mirada del herrero parecía perturbada y sus pupilas se veían dilatadas. Si no se equivocaba, Zarek había consumido adormidera, probablemente para mitigar el dolor del golpe que le había dado. Debido a eso, ahora tenía un aspecto levemente drogado e inquietante.

El estómago se le contrajo dolorosamente cuando él liberó su cabello y comenzó a recorrer su mejilla con el dorso de la mano, para luego bajar por su cuello lentamente, ocasionándole un escalofrío.

–Deberías haber considerado mi propuesta, Agasha– sus ojos se deslizaron, siguiendo el recorrido de sus dedos, el cual ahora se acercaba al escote del vestido. –Te hubiera ido mucho mejor que lo que te espera ahora. –

La oscura insinuación en sus palabras asustó a la florista, quién se agitó con fuerza, intentando soltarse. Sin embargo, estar aprisionada y no poder gritar, la dejaban completamente vulnerable. Además de que tampoco había suficientes personas en la calle por el momento.

–Deja de perder el tiempo, herrero– gruñó el torvo sujeto que la atenazaba por detrás. –Si vas a divertirte con ella antes de que me la lleve al barco, hazlo de una vez. –

El dolor en el estómago de ella empeoró, comenzando a temblar notoriamente.

No era difícil interpretar lo que decía, ni tampoco imaginar las intenciones del vengativo forjador. El hombre que la arrastró hacia el callejón parecía ser del tipo de marineros que se dedican a la piratería, por lo tanto, se trataba de un extranjero que había aceptado hacer algún tipo de negocio sucio con Zarek. Y ella era la mercancía de pago.

–Claro… porque no. –

Agasha pudo ver cómo la expresión, del que antes fuera su amigo desde la adolescencia, se volvía completamente perturbadora.

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Albafica y Pefko por fin lograron salir de la plaza central.

Esto era un alivio para el santo dorado, ya que los visitantes se habían congregado tan rápido, que por poco y no lograban pasar en medio del tumulto. Además de que otro mareo, un poco más intenso, lo asaltó de forma inesperada. Quizás era por la cantidad de gente o el calor del sol, pero no relacionó dicho síntoma con algo más. Estaba tan concentrado en mantener distancia con las personas, que se olvidó de avisar a Pefko.

Y es que Piscis todavía no se acostumbraba a tener tantos individuos cerca de él. No obstante, hacía todo lo posible por controlar la ansiedad que eso le provocaba.

No puedes hacerles daño con tu cercanía… no tengas miedo… – se repetía firmemente.

Esto era importante y necesario hacerlo, porque si permitía que el pánico lo dominara, no podría hablarle a Agasha. Y en verdad no quería desperdiciar semejante oportunidad ya que, independientemente del plazo límite que mencionó la diosa Deméter, él en verdad deseaba con todo su corazón volver a ver a la bella florista.

Después de todo, sus sentimientos estaban presentes y latiendo con demasiada fuerza. Recordándole que había hecho una promesa a la joven de ojos verdes. Un juramento que la muerte no le permitió cumplir en su totalidad hace seis años.

Agasha… – su mente susurró.

De pronto, sintió el tirón de su capa. Volteó para mirar al adolescente, quién le señalaba una dirección.

–Señor Albafica, en esas dos calles están concentrados varios puestos de mercancías– se levantó de puntitas, colocándose la mano sobre los ojos a modo de visera. – ¿En cuál estará el puesto de flores? –

El doceavo guardián observó atentamente, debido a su estatura, podía distinguir mejor lo que Pefko decía. Las cubiertas de colores que hacían la función de techo sobre algunos comercios se notaban claramente, así como el pasar de algunas personas que preguntaban por los productos.

– ¿Dónde…? – quiso adivinar.

Repentinamente, una brusca sensación le atenazó el estómago.

Su cuerpo se sacudió y el mareo volvió con más fuerza, haciendo que las sienes le punzaran. Tuvo que detenerse de golpe y sujetarse la frente con una mano. Ese efecto era demasiado extraño, ya que no sólo se trataba del súbito vértigo ni del sudor frío que comenzó a perlar su frente, sino que también pudo sentir… un terrible miedo.

– ¿Sucede algo? – preguntó el chiquillo, al notar con claridad el trastabillo de Albafica y su rara palidez.

Un escalofrió bajó por la espalda del hombre de cabello azul. De inmediato, levantó la mirada hacia una de las calles. Había algo que lo estaba impulsando a ir urgentemente hacia allá. Su instinto se alertó de sobremanera y aunque no entendía porque, el repentino pensamiento de Agasha sufriendo, lo alteró excesivamente.

Él podía percibir a la florista no muy lejos y rápidamente comprendió que estaba en peligro. Era exactamente la misma sensación que sintió cuando se enfrentó por segunda vez al juez Minos hace seis años, justo cuando éste amenazaba de muerte a las personas que él apreciaba y amaba. La furia comenzó a sustituir a la ansiedad y a los síntomas físicos, el cosmos dorado vibró en su interior.

Pefko apenas tuvo tiempo de parpadear. En un instante, Albafica estaba a su lado y al otro, ya se alejaba velozmente rumbo a una de las calles. El muchachito no supo qué pensar, pero comenzó a seguirlo, ya que tenía un mal presentimiento.

Ver al doceavo caballero palidecer dos veces y notarlo inquieto, no era normal. El joven sanador siempre había sido muy observador, su trabajo se lo exigía, de lo contrario, no podría curar adecuadamente a los pacientes. Y temía que esos leves síntomas fueran las consecuencias del antídoto. Era necesario estar atento y preparado para lo que fuese a suceder.

Mientras avanzaba entre las personas, metió la mano en su pequeño morral y sacó un frasquito transparente, en el cuál había unas bolitas de color verde pálido. Tragó saliva nerviosamente, esperando no tener que usar dicho medicamento.

El portador del pez dorado corrió ágilmente, usando su habilidad sobrehumana para esquivar a las personas y los obstáculos en su camino. No estaba seguro a dónde debía ir, simplemente seguía las ordenes de su instinto y conforme se acercaba a su destino, el corazón le latía cada vez más fuerte en el pecho.

Ella estaba muy cerca.

El miedo y la ansiedad por su reencuentro desparecieron en ese instante, nada más importaba que su seguridad.

Pasó una esquina, luego otra y entonces se detuvo precipitadamente, debía doblar en una dirección, pero no sabía si a la izquierda o a la derecha. Enfocó la mirada, revisando todos los puestos distribuidos a lo largo del lugar. Entonces lo vio, el mismo carromato del otro día, donde los floristas transportaban sus plantas. Estaba ubicado enfrente de una callejuela y no había nadie atendiéndolo.

Un nuevo escalofrío le arañó la nuca, cuando un lejano grito llegó a sus oídos. Ya no lo pensó más y corrió hacia el callejón, adentrándose en el.

Lo que vio, le hizo hervir la sangre.

Agasha gritó de dolor cuando la cachetada se estrelló en su mejilla.

El herrero había deslizado la mano en su escote para manosearla y ella, en un intento por evitarlo, se zarandeó lo suficiente como para liberar el agarre sobre su boca. Sin perder tiempo, le mordió un par de dedos con bastante fuerza, logrando que Zarek se pusiera furioso.

Éste no midió la fuerza de su bofetada, provocando que la joven florista quedara momentáneamente aturdida, pero sin perder la conciencia. Su cuerpo se aflojo parcialmente, quedando a merced de ambos sujetos.

–Bien, creo que ahora será más fácil– se burló el marinero, sosteniéndola todavía.

El forjador escupió alguna maldición por lo bajo mientras se revisaba los dedos. Tenía la piel rasgada, algo de sangre brotaba y el dolor empezaba a ser molesto.

– ¡Tú te lo buscaste, Agasha! – masculló, mientras la tomaba por el cuello.

De repente, se escucharon pasos, desconcertando a los dos de sobremanera. Cuando giraron los rostros, vieron a un hombre cubierto de pies a cabeza con una larga capa negra, que avanzaba hacia ellos despacio y con aire casi amenazante.

–Nunca debiste haberla tocado… ahora te romperé esa mano… –

La voz de Albafica se escuchó afilada y sumamente fría.

Tan pronto entró al callejón, pudo darse cuenta de que Agasha estaba ahí, amenazada por un par de tipejos, que seguramente buscaban propasarse con ella. Claramente sintió cómo la furia crecía en su interior, alterándolo rápidamente y más cuando vio el golpe marcado en su mejilla. Si hubiera tenido sus rosas negras a la mano, ya les habría destrozado el cráneo sin misericordia.

Pero no disponía de sus rosas diabólicas, así que tendría que enfrentarlos directamente en una pelea cuerpo a cuerpo. Un juego de niños para él, ya que, a pesar de poder usar su cosmos dorado para acabar con ellos, Albafica estaba deseando con vehemencia hacerlos pagar por haberse atrevido tocar a su futura esposa.

Un guerrero siempre debe guiarse por la lógica y la ecuanimidad al momento de actuar. Y según los preceptos de justicia de la diosa Athena, que los caballeros dorados siempre obedecían, ellos no podían hacer uso de su poder sobrehumano en contra de personas comunes para castigarlas si no recibían directamente la orden para hacerlo. Eso debían dejárselo a las leyes civiles.

Pero… Albafica de Piscis ya no era un santo de Athena.

La expresión de su rostro se volvió gélida brevemente, su tiempo de servicio había concluido hace seis años y en éste momento, sólo era un civil más.

– ¡Nos descubrieron! – gruñó el pirata, empujando a la mujer hacia Zarek para que la sostuviera. – ¡Tendré que cortarle el cuello! – su mano derecha se movió hacia su flanco izquierdo para desenvainar una cimitarra.

– ¡Encárgate de él! – ordenó el herrero, mientras cargaba a Agasha sobre su hombro.

No sabía quién era ese maldito inoportuno, pero poco la importaba. No estaba dispuesto a dejarse atrapar, así que se encaminó al fondo del callejón, dónde había una puerta trasera de acceso a uno de los graneros. Siendo un herrero, conocía bien las cerraduras de Rodorio, así que forjó una llave maestra para vulnerar la que quisiera. Eso le permitió entrar al edificio para escabullirse con su secuaz y poder secuestrar a la joven. Ahora la usaría para escapar, a fin de cuentas, la gente estaba tan distraída con los festejos, que nadie se percataría.

Albafica observó detenidamente al enorme sujeto que se aproximaba a él. Su estatura lo rebasaba por al menos veinte centímetros y pudo notar claramente el filo del arma, así como la destreza con la que era maniobrada. Tal vez el marinero sabía pelear con espada y su fuerza le daba gran ventaja, pero eso era inútil contra un hombre que sirvió a una diosa de la guerra.

Hizo un gesto de desprecio hacia el tosco sujeto, no podía perder el tiempo con tonterías. Así que, haciendo gala de la velocidad sobrenatural que podían usar los santos dorados, se lanzó directo a él.

– ¡Atacarme de frente es una estupi…! –

Ya no pudo completar la frase, el misterioso hombre se desvaneció ante sus ojos y después sintió un tremendo golpe en la nuca. Perdió el conocimiento y se desplomó al suelo pesadamente.

Zarek no pudo siquiera colocar la llave maestra en la cerradura, porque en ese momento, sintió una pesada presencia a sus espaldas.

– ¡Maldita sea, pero cómo…! –

El hombre encapuchado estaba a escasos dos metros de distancia, no podía verlo por completo, pero pudo distinguir los rasgos finos de la parte descubierta de su rostro, así como los largos mechones azulados.

–Suéltala– ordenó Albafica, manteniendo un tono peligroso.

El forjador gruñó furioso, decidiendo que lo enfrentaría ahí mismo. Después de todo, él era bastante hábil en peleas de todo tipo y gracias a los años de duro trabajo metalúrgico, había desarrollado bastante fuerza y resistencia física. Además, el recién llegado no parecía tener la complexión ni la destreza para enfrentarlo. Desconocía cómo venció al pirata, pero con él no sería tan fácil.

–No deberías entrometerte en lo que no te importa, maldito imbécil. –

Bajó a la florista y la dejó recargada contra la pared. Agasha soltó un débil gemido, aún estaba mareada por la bofetada y no parecía poder reaccionar todavía.

Ver eso, incitó aún más en Albafica el deseo de querer romperle los huesos al hombre, muy lentamente. Piscis había hecho una promesa en el pasado y en éste instante, sentía que no la estaba cumpliendo cabalmente al ver a la joven en ese estado.

Entonces, el herrero se lanzó contra él.

Zarek era tan alto como el doceavo caballero, pero su complexión física era mucho más robusta. Sin embargo, eso no significaba nada para el portador del pez dorado, quién comenzó a esquivar sus puños y patadas con pasmosa facilidad, casi jugando cínicamente.

– ¡Enfréntame bastardo! – rugió, al ver cómo lo evadía.

Albafica sonrió sutilmente.

–Tú no puedes vencerme– entonces su mano detuvo el puño derecho del forjador, sin apenas inmutarse. –Y cómo te lo advertí en un principio… – sus dedos comenzaron a presionar.

El crujido de los huesos se oyó tenebrosamente claro.

Zarek gritó a todo pulmón y se sacudió violentamente, tratando de liberarse del férreo agarre.

– ¡M-malnacido! – bramó, arronjando su otro puño contra el rostro de su adversario.

Sintió dolor nuevamente en los nudillos y cuando retrocedió el brazo, la capucha que cubría al recién llegado cayó hacia atrás, revelando su cara completa, así como su helada sonrisa. Zarek palideció y por un instante no supo qué pensar al ver que no le había hecho daño alguno. Sus rasgos finos le sorprendieron y al mismo tiempo, lo aterraron.

Otro crujido.

La mano perdió su forma natural debido a la presión que el santo ejercía sobre ella, comenzando a sangrar debido al desgarramiento de los huesos y la piel. Un nuevo grito escapó de la garganta del forjador, mientras sus rodillas dejaban de sostenerlo, postrándolo en el suelo.

–Jamás vuelvas a acercarte a ella o a cualquier otra mujer… – habló Albafica, agachando el rostro sobre Zarek para amenazarlo. –O lo próximo que romperé, será tu cráneo… –

El hombre comenzó a lloriquear, mientras asentía torpemente con el rostro, ya que ni siquiera podía hablar ahora debido al insoportable dolor.

–No lo hagas… por favor… – susurró una voz femenina.

Albafica alzó la mirada y sintió cómo el corazón le dolía, era la florista quién le hablaba. Soltó al herrero y se hizo aún lado, dejando el camino libre, dándole a entender que podía irse con la cola entre la patas. Zarek no lo pensó dos veces y como pudo, sostuvo su brazo lastimado, incorporándose para huir de inmediato. No miró atrás y no le importó dejar a su cómplice desmayado.

Tan pronto lo perdió de vista, Piscis se aproximó despacio a la mujer, quién se frotaba las sienes y aún mantenía el rostro semi agachado. Estaba preocupado por su estado de salud debido al golpe que recibió, aunque sabía perfectamente que había llegado a tiempo para salvarla de algo mucho peor.

Súbitamente, un nuevo vértigo lo invadió.

Detuvo su marcha al sentir cómo el sudor frío perlaba otra vez su frente. Quiso dar otro paso, pero un potente dolor estalló en su caja torácica, haciendo que la respiración se le detuviera de golpe. El tremendo espasmo se deslizó por su pecho y abdomen, obligándolo a doblarse hasta caer de rodillas al suelo.

Se sostuvo con ambas manos, empezando a temblar demasiado, al mismo tiempo que el aliento volvía de forma errática a sus pulmones.

¡¿Q-qué… s-sucede?!

Agasha aún estaba atontada por el golpe.

Ese imbécil de Zarek se había atrevido a tocarla y sus intenciones eran mucho peores. Sin embargo, algo sucedió, alguien había evitado la agresión. Pero no pudo distinguir quién era, la bofetada le dejó un zumbido en los oídos y la vista borrosa. Los segundos pasaron, vagamente oyó ruidos, sintió cómo la levantaban y después la bajaban de nuevo.

Luego pudo distinguir el sonido de algo rompiéndose y el grito del forjador. Esto se repitió y después vino esa voz, la cual era imposible no reconocerla, a pesar de que tenía un matiz amenazante. El corazón se le detuvo, mientras su estómago se comprimía con fuerza.

Albafica de Piscis.

Ella quiso levantar el rostro para confirmar lo que sus oídos habían escuchado, pero el aturdimiento no se disipaba, así que sólo atinó a hablar en un susurro, que fue lo suficientemente claro para llamar la atención del guerrero y detener el castigo que estaba imponiendo. No es que Zarek le importara demasiado, simplemente no deseaba que se manchara las manos con alguien que no valía la pena.

Ahora que lo escuchaba aproximarse a ella, no pudo evitar que una intensa emoción le recorriera todo el cuerpo. Quería verlo de nuevo y asegurarse que la diosa de las flores no mintió. Deseaba escucharlo y confirmar que las sensaciones de preocupación, percibidas a la distancia, no habían sido sólo su imaginación. Y, finalmente, anhelaba saber si los sentimientos que nacieron por él, hace seis años, eran reales y seguían vigentes.

Oyó un quejido de dolor y eso la hizo abrir los ojos por fin, así como recuperar la compostura. Aún le dolía la mejilla, pero eso quedó en segundo plano cuando vio a un hombre arrodillado y encorvado cerca de ella. Su largo cabello aguamarina caía a los lados de su cabeza y estaba temblando.

– ¿S-señor… A-Albafica? – pronunció su nombre con lentitud.

Él no respondió.

La florista sintió un escalofrío al verlo en esa posición, las imágenes del pasado retornaron a ella dolorosamente. El recuerdo de verlo agonizar y morir sin poder acercarse, le desgarró el corazón nuevamente. Tal y cómo sucedió hace seis años.

¡No de nuevo!

Todo a su alrededor desapareció y lo único que le importó fue llegar a él. Se levantó y aunque trastabillaba un poco, se apresuró a reducir la distancia que los separaba.

Albafica se desplomó sobre el suelo, respirando entrecortadamente, sintiendo múltiples malestares retorciéndose en su interior. El sudor frío aumentó, sus músculos empezaron a doler y una intensa sensación de fiebre se expandió por todo su cuerpo. Era cómo un envenenamiento, él conocía perfectamente dichos efectos porque… se sentía cómo cuando recibió por primera vez la sangre de Piscis en el ritual de lazos rojos.

Entonces, lo que estaba sucediendo, posiblemente se debía al efecto del antídoto de Pefko. Lo comprendió de inmediato, a pesar de que el dolor lo estaba debilitando. La toxina de la calavera verde había entrado en su cuerpo y obviamente se distribuiría en su sistema sanguíneo para comenzar a trabajar. Y eso quería decir que, tal vez cometió un error al bajar a Rodorio.

El no prestar atención a los síntomas iniciales, caminar bajo el intenso sol, soportar el estrés de la gente a su alrededor y luego hacer uso de su cosmos para llegar a la florista, habían provocado que su metabolismo se acelerara, trayendo consecuencias físicas bastante fuertes.

Pero eso ya no importaba ahora.

Albafica estaba dispuesto a sufrir lo que fuera necesario para poder estar con ella… con su hermosa flor.

Entonces sintió un tirón que lo volteó bocarriba y luego unas manos que alzaban su cabeza con suavidad para depositarla sobre algo blando. Ese tacto era tan gentil, que le costó trabajo asimilar que realmente lo estaba percibiendo, ya que no lograba enfocar la mirada, haciendo que su realidad se viera distorsionada.

Hasta que un aroma llegó a su nariz. La fragancia de jazmines casi le acarició el alma y por un breve instante, su mente se relajó.

Era ella.

Agasha.

La bella florista estaba a su lado, arrodillada en el suelo, ofreciéndole sus manos para ayudarlo. Pudo sentirlo cuando lo acomodó sobre su regazo, para después apartarle el cabello de la cara y comenzar a limpiar el sudor de su frente con un suave paño.

Sus manos, su toque… tan humano y cálido.

¡Ella lo estaba tocando!

Esa revelación le estrujó el corazón a tal grado, que empezó a liberar toda la carga emocional que mantuvo guardada por años. Sus emociones y sentimientos se retorcieron frenéticamente, en un intento por liberarse y poder expresar el deseo más profundo que tenía.

Otro cariñoso roce de los dedos femeninos sobre su mentón fue suficiente para conseguirlo. Una solitaria lágrima por fin logró escapar y rodar como una muestra de la felicidad que se gestaba dentro de él.

Albafica siempre había anhelado eso: El contacto humano en diferentes formas.

Lo cual empezó a recibir de poco a poco luego de la resurrección. Primero con la amistad y casi hermandad de Shion, luego con el afecto y lealtad de Pefko. Ahora, finalmente llegaba lo que más ambicionaba: Poder apreciar la cercanía de ella, escuchar su linda voz, ver sus preciosos ojos verdes, disfrutar de su perfume floral y más que nada… sentir la caricia de sus manos.

Pero…

Casi al mismo tiempo y de forma incontrolable, el miedo arraigado de su cruel pasado lo golpeó con fuerza. El temor de lastimar a otra persona debido a la maldición de su sangre envenenada, comenzó a crecer de nuevo. La soledad que lo acompañó durante años se aferraba a él con frías garras, sin la intención de liberarlo tan fácilmente. Y todo terminaba por reflejarse en el pánico de perder lo que más amaba.

Agasha…no lo hagas… – quiso pronunciar esas palabras para alejarla, pero se quedaron atoradas en su garganta.

Instintivamente se agitó, tratando de apartarse de su regazo, pero el dolor que le atravesaba el torso volvió a dejarlo imposibilitado y sin aliento.

–No me alejes… por favor… – pidió ella.

Su mano se posó por completo sobre su mejilla, de forma lenta, con confianza, respeto y una increíble delicadeza. Ese gesto, tan simple para cualquiera, era un tesoro invaluable para Piscis. Otra lágrima escapó, haciéndole sentir a Albafica que todo el sufrimiento pasado, por fin sería recompensado.

Agasha no podía creer lo que veía.

El caballero de Piscis había vuelto y ahora trataba de confortarlo, sin saber cómo digerir su propia avalancha de emociones. Todo fue tan repentino, que se quedó sin palabras y solamente atinó a querer ayudarlo tan pronto lo alcanzó. Con un pañuelo que llevaba, empezó a limpiar el sudor de su rostro, mientras confirmaba que no estaba soñando y que, en ese preciso instante, el guerrero de Athena que dio su vida por Rodorio, por sus habitantes y por ella, estaba recostado en su regazo.

No había cambiado en absoluto, era el mismo hombre de rasgos finos y cabello azulado que ella conoció y trató en los meses previos a la guerra santa. El mismo caballero dorado al que le ofreció su amistad y por el cual comenzó a desarrollar sentimientos platónicos. La misma persona que le regaló una rosa escarlata y le hizo una promesa… que insinuaba una retribución a dichas emociones.

Albafica de Piscis.

Ha vuelto… él ha regresado– su mente susurró lo que no podía pronunciar.

Notó su lágrima y no pudo evitar sonreír tenuemente, el portador del pez dorado estaba experimentando un sinfín de emociones también. La enjugó con suavidad, pero casi de inmediato, lo sintió querer alejarse y eso le provocó una sensación de malestar… él seguía temiendo lastimar a los demás.

–No me alejes… por favor… –

Colocó su mano sobre la mejilla, haciéndole una caricia dulce para darle a entender que no lo abandonaría y que no le importaba el peligro que pudiese significar su cercanía. Una segunda lágrima le confirmó que el hombre se resignaba a su toque y que tal vez… lo anhelaba demasiado.

–A-Agasha… – por fin logró articular.

El matiz doloroso en su voz la asustó, pero al mismo tiempo, sintió que el corazón le latía mucho más fuerte al escucharlo pronunciar de nuevo su nombre. Los ojos se le humedecieron y con una sonrisa le respondió.

–Aquí estoy… –

El doceavo guardián logró enfocar un poco la mirada para verla y también quiso sonreír, pero súbitamente, sintió que todo le daba vueltas de una forma vertiginosa. El pecho le dolía debido a la palpitación acelerada de su corazón y la temperatura en aumento comenzó a sofocarlo. Su temblor se hizo más evidente y de pronto, no supo más de sí mismo.

La florista sintió cómo Albafica se tensaba y luego su cuerpo se aflojó por completo, quedando totalmente inerte. El pánico la invadió.

– ¡¿Señor Albafica?! – lo agitó un poco. – ¡Señor Albafica, responda! – las lágrimas rodaron por sus mejillas a causa de la tremenda impresión que esa escena le provocó. – ¡No, por favor NO…! –

Por un breve instante, la joven pensó que estaba perdiéndolo de nuevo.

.

.

Sin embargo, no era así.

– ¡Aquí está! – gritaron desde la entrada del callejón.

Ella levantó el rostro y pudo ver a un chico de cabello rubio cenizo, acompañado por alguien a quién ya conocía.

Pefko y Shion se acercaron rápidamente, el marinero desmayado los sorprendió, pero decidieron que luego averiguarían, Albafica necesitaba ayuda inmediata.

– ¡Patriarca Shion! – llamó la joven, completamente asustada. – ¡Por favor, ayude al señor Albafica! –

El lemuriano se arrodilló y tomó a su amigo para medio incorporarlo.

–No te preocupes Agasha, él solamente está sufriendo los síntomas de un antídoto– dijo rápidamente, no era necesario saludar en este momento, ya que podía ver con claridad la angustia de la florista. –Pefko, ¿Tienes algo para ayudarlo? –

El sanador también se postró a un lado, colocando de inmediato un par de dedos en el cuello de Piscis para contar las pulsaciones de su latido. Con la otra mano, tocó su frente, comprobando la temperatura. Después de eso, sacó el frasquito con las bolitas verdes y lo destapó.

–Sí, yo me encargo, no se preocupen, ya sabía que esto podría suceder– tomó un par de esferitas. –Ábrale la boca, debo colocarlas debajo de la lengua. –

El patriarca lo hizo con cuidado, Pefko situó el medicamento y luego cerró de nuevo la mandíbula del desfallecido Albafica.

– ¿Qué es eso? – quiso saber Shion.

–Son flores de madreselva, disminuirá las taquicardias de su corazón, pero es necesario regresar al Santuario y llevarlo a la enfermería, sólo así podré darle el tratamiento requerido con mis plantas medicinales. –

Agasha escuchaba en silencio, mientras se frotaba las manos nerviosamente. No entendía lo que estaba sucediendo, pero le quedaba en claro que Shion y ese niño, estaban ayudando a Albafica. Su temor disminuyó al comprender que solamente era un desmayo y que no corría peligro alguno, sino que simplemente, era una reacción debido a un antídoto.

¿Un antídoto para qué?

Para curar su maldición, susurraron dentro de su mente.

–Vámonos entonces– dijo el lemuriano, levantándose con el santo de Piscis en brazos.

La florista reaccionó y también se puso de pie.

– ¡Patriarca Shion, quiero ir también! –

Aries solamente la miró y asintió con solemnidad, ella tenía que ir de cualquier manera. Y dado que el tiempo se les estaba escurriendo cómo agua entre los dedos, Agasha ya no podía estar lejos de Albafica. No ahora que por fin se habían reencontrado, tal y cómo lo solicitó la diosa Deméter.

–Sujeten mis hombros y no se aparten hasta que yo lo diga– les solicitó a ambos.

El adolescente y la mujer lo hicieron, los cuatro desaparecieron del callejón.


Continuará...

¿Y bien, que les pareció?

Sé que fue un poco dramático, pero a partir de aquí, es donde comienza el romance para la pareja, dado que antes necesitaba construir toda la relación previa que tuvieron para que fuera más fácil el nuevo comienzo. En el siguiente capítulo me enfocaré en su convivencia y en cómo van asimilando sus sentimientos, después de todo, están comprometidos en una misión. Pero creo que logré dejar en claro que los dos, sienten algo el uno por el otro :D

Déjenme saber su opinión por favor, anímense a dejar más comentarios, créanme que me ayudan bastante ;D

Hasta la próxima :3