Senkuu llevaba más de un minuto con la cabeza en blanco, observando el objeto dentro de la caja que acababa de llegar como delivery a su departamento. Se supondría que ese mismo día llegaría el microscopio que había estado esperando por meses, y la emoción por finalmente probar su compra lo había cegado tanto que no se detuvo a revisar para quién estaba dirigido el pedido.
Y realmente, habría sido bastante menos chocante si era cualquier otra cosa, menos lo que había frente a sus ojos.
Senkuu carraspeó fuertemente, sabiendo que la remitente del artículo; su vieja amiga y compañera de piso Kohaku no se encontraba actualmente en el departamento.
Se trataba de un vibrador plástico de seis velocidades con la forma de un pene de tamaño considerable con un gancho asociado para lo que el científico asumió que era para la estimulación de un clítoris. Era de un brillante color rosado y pesaba lo suficiente como para confundir a cualquiera.
El joven cerró rápidamente la caja, con la cabeza aún dando vueltas ante el prospecto de que su compañera descubriese que había abierto su pedido por error. Su corazón se había acelerado mientras que sentía gotas de sudor formarse en sus sienes.
¿Cómo podría salvarse de esta y ahorrarse que Kohaku sintiera una profunda vergüenza e indignación cuando llegase? Senkuu se sentía consternado, y apenas podía moverse de su posición; sentado frente a su escritorio con la caja a la altura de su abdomen.
Para suerte de él -que usualmente era bastante pésima- pudo pensar en algo que encubriera su crimen pero solo a la mitad, y hurgueteó en su escritorio en búsqueda de alguna bolsa de género para meter el consolador y dejarlo en la misma caja, simulando que solo había alcanzado a abrir el pedido sin mirar lo que había dentro de esa bolsa.
Sí. Eso sonaba convincente. Omitir la verdad era mucho más fácil que mentirle directamente o decirle la verdad, haciéndola pasar por la vergüenza de su vida, y de paso de la de él, quien fue el maldito estúpido que no se fijó en las etiquetas.
Senkuu dejó la caja en la sala de estar, sobre la pequeña mesa de centro, y volvió a su habitación, aún sumamente agitado y atemorizado.
¿Era esto algo común en ella? El peliverde se preguntó, en contra del buen juicio esperable de un viejo amigo. Senkuu jamás le había conocido alguna pareja, y Kohaku jamás había mencionado algo al respecto. Era muy discreta con respecto a su vida sexual, y el científico no sabía si era debido a que él le había expresado su rechazo con respecto a temas como ese desde que se conocieron, o por decisión propia.
Quizás había logrado ocultar todo eso hasta ese día.
Y quizá, simultáneamente, Senkuu había logrado suprimir toda idea de ella como una persona sexual.
Pronto, todos los comentarios que había escuchado en su vida con respecto a Kohaku volvieron a sus recuerdos con profunda claridad; comentarios alabando su inigualable belleza; comentarios relacionados con un posible enamoramiento de ella hacia él; y, por último, perversos comentarios con respecto al tamaño de sus pechos, la firmeza de su culo y la curvatura de su cintura. Senkuu no les había dado nunca el tiempo de entrar a su foco, y sinceramente estaba agradecido de que así fuera, porque de otra forma se habría detenido a observar detalladamente a la rubia y darse cuenta de lo preciosa que era.
Y de que imaginarla con las piernas abiertas de par en par, sudorosa y húmeda mientras se daba placer era algo tan adictivo como problemático.
Senkuu sintió un reconocible calor acumularse en su entrepierna al imaginar el uso que le daría a su juguete. Sin embargo, todo acabó súbitamente cuando escuchó la puerta de entrada abrirse y cerrarse.
-¡¿Hola?! -Kohaku exclamó, como solía hacerlo a diario para saber si Senkuu estaba también en el departamento.
El peliverde tragó saliva y se colocó de pie para abrir la puerta de su habitación y saludarla.
Pero no estaba preparado para verla en sostén deportivo y unas ajustadas calzas que delineaban perfectamente su esbelta figura. Senkuu sintió su cabeza dar vueltas mientras evitaba mirarla a ella o a la caja en la mesa de centro.
-Hola, leona. -la saludó, con su voz completamente agravada.
Kohaku le sonrió pacíficamente, cargando sus bolsos a la habitación al lado izquierdo de la de él.
-Hola. ¿Cómo estás?
-Perfecto.
Senkuu acababa de darse cuenta de que hacía un tiempo a Kohaku no le molestaba su sobrenombre.
-Te llegó un pedido y lo abrí sin fijarme. No vi más allá de la bolsa. -el científico continuó hablando, armándose de fuerza para indicarle con la mirada la caja que él mismo había dejado en la sala de estar.
Kohaku simplemente la miró, algo extrañada.
-Está bien. A cualquiera le puede pasar. -la rubia ojeó la caja sobre la mesita antes de cargar sus bolsos hacia su habitación, para volver luego por ella. -Me ducharé ahora, ¿quieres pedir algo de comer para más tarde? -exclamó desde su habitación.
-Sí. Pediré tailandesa.
-Perfecto.
Senkuu cerró la puerta de su habitación tras él, reprendiéndose a sí mismo por lo inadecuados de sus pensamientos tan pronto como Kohaku llegó. Ahora mismo no podía quitarse la cabeza la imagen de la leona desnuda bajo la ducha.
Por su propio bien, el conflictuado científico prefirió ordenar lo antes posible la comida y encerrarse a comerla, evitando compartir más tiempo con Kohaku. Sabía lo perceptiva que ella era y que no tardaría en darse cuenta de que algo había cambiado en él.
Senkuu temía que su mente continuase creando escenarios ficticios con su amiga de años por miedo a caer en la tentación de tocarse y hacer de todo esto algo mucho más real y tangible, por lo que se escudó en la ciencia, focalizando su concentración en el último proyecto científico en el que estaba trabajando, antes de que la caja llegase a sus manos.
Estaba al borde de quedarse dormido sobre las sábanas y con la ropa puesta cuando escuchó claramente un gemido de Kohaku, acompañado de una incesante vibración.
¿Qué clase de retorcida suerte estaba teniendo? Senkuu se preguntó, antes de escuchar un nuevo gemido del otro lado de la pared, que sonó más ahogado que el anterior.
-Leona ridícula… -se quejó el científico, sintiendo su verga endurecerse rápidamente.
No iba a hacerlo. No podía tocarse. Parecía que Kohaku estaba retándolo a hacerlo en este mismo momento y debía negarse a toda costa tal enfermizo placer.
Era su amiga. Kohaku era su mejor amiga. Por respeto a ella, no podía hacerlo.
Pero entonces la escuchó jadear, y parecía estar tan cerca de él que casi sentía que estaba a su lado, retorciéndose de placer.
Senkuu siseó cuando metió la mano derecha debajo de sus pantalones, luego de desabrocharlos. Si esto era algo recurrente, ¿por qué no la había escuchado antes? ¿acaso simplemente no estaba atento?
¿Acaso se había dado cuenta de que había visto más de lo que admitió y ahora estaba emitiendo esos sonidos con la boca pegada a la pared mientras se reía de él?
Qué cruel de su parte. Senkuu solo quería evitar que viviera una terrible vergüenza.
El científico comenzó a masturbarse lentamente, indeciso, pero demasiado excitado con toda esta situación. Su mano, áspera y fría, no podría compararse ni en un billón de años con el interior de Kohaku: esta solo actuaba como un triste reemplazo. Senkuu jamás había hecho algo como esto pensando en alguien en particular, pero en ese momento podía imaginar claramente el rostro extasiado de la leona, sus ojos brillantes y pupilas dilatadas, acompañando a los eróticos sonidos que salían de su boca, y que resonaban en su cabeza.
¿En qué estaría pensando ella ahora? ¿Estaría recostada boca arriba en su cama? ¿Estaría arruinando el colchón con sus fluidos? Senkuu se preguntó, reforzando ahora su agarre y añadiendo velocidad, imaginando que el vibrador que Kohaku usaba era en vez su miembro entrando y saliendo de ella.
Senkuu escuchó a Kohaku gritar, alimentando cada vez más sus fantasías. Estaba al borde de venirse en su propia mano cuando distinguió de entre todo el ruido de la habitación contigua el sonido de su nombre en los labios de la leona, con la voz aterciopelada tras el orgasmo.
Eso provocó que el corazón del científico comenzara a latir erráticamente en su boca, urgiéndolo a pronunciar el nombre de Kohaku suavemente cuando se corrió, en contraste, de manera desastrosa.
Mierda. Ya no le importaba si esto era una cruel burla de parte de la leona. Senkuu ya no podía dejar de pensar en Kohaku como su amiga, al punto en que no entendía cómo en todo el tiempo que la había conocido había podido resistirse a mirarla como más que eso, e ignorar deliberadamente ciertas complejas pero relevantes señales que indicaban que algo más le estaba pasando con ella.
Señales simples y específicas como el hecho de que su pecho se apretaba cuando veía a alguien coquetear con Kohaku; o el hecho de que se sintiera pleno y feliz cuando ella llegaba al departamento luego de un largo día, sonriéndole ampliamente.
Senkuu se quedó plácidamente dormido luego de correr a su baño personal para darse una larga ducha que -ojalá- pudiese librarlo de sus pecados, aunque jamás hubiese creído en cosas como esa.
Los viernes, Senkuu siempre trabajaba desde las siete de la mañana a las diez de la noche, intentando finalizar con todas las cosas que se había propuesto en la semana y que no podía completar con el teletrabajo. Llegaba siempre agotadísimo al departamento, que usualmente Kohaku dejaba con las luces prendidas en la sala de estar para que él no entrase a oscuras, mientras ella dormía profundamente luego de su semana de largos entrenamientos, estudios y trabajo.
Esta vez, sin embargo, la puerta de la habitación de la leona no estaba cerrada, y desde la entrada Senkuu pudo ver la luz prendida de su mesa de noche. Quizás estaba a punto de dormirse en ese momento, por lo que no le tomó mucha importancia a la situación y cerró la puerta de entrada suavemente tras él antes de caminar hacia su habitación.
Pero un reconocible sonido lo detuvo en seco.
Kohaku no estaba durmiendo, o a punto de dormir.
-¡Ghhh! -el peliverde la escuchó exclamar, poniéndole los pelos de punta.
El sonido del juguete que había comenzado con una seguidilla de pensamientos obscenos de su parte resonó en su cabeza, distrayéndolo de todo el cansancio que podía sentir.
¿No lo había escuchado entrar? Senkuu tragó saliva, sintiendo su verga endurecerse más rápido de lo usual.
Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, el científico caminó sigilosamente hacia la puerta entreabierta y llegó a observar a Kohaku vestida con su camisón de noche, recostada en su cama y estimulando su clítoris con el consolador, con el rostro tapado por una almohada que sostenía firmemente con una mano.
Senkuu salivó, aunque se sintiera profundamente culpable. El deseo lo nublaba demasiado; lo hizo relamerse los labios al observar su pelvis moverse hacia adelante mientras todo su sexo palpitaba de placer.
¿Podría estar pensando en él? el científico la miró detenidamente, no sintiéndose aún lo suficientemente morboso como para parar. Sus pezones endurecidos se asomaban por la delgada tela, que dejaba también ver el color rosado de estos, en sintonía con el de sus labios.
Un particular posicionamiento del juguete la hizo gemir sonoramente, despertando a Senkuu de su trance, quien se alejó inmediatamente de su puerta.
Su torpeza y su mala suerte se conjuraron en el preciso momento en que se tropezó con la pequeña mesa de arrimo entre las habitaciones y botar una taza que él mismo había dejado ahí, rompiéndola en cien pedazos.
La vibración cesó y escuchó a la leona ponerse de pie rápidamente, apareciendo en el campo visual del científico en cosa de segundos.
-Mierda. Me asustaste. -se quejó Kohaku, con la voz ronca de su propia lujuria.
-L-lo siento. -Senkuu titubeó, desviando la mirada lo más posible de ella.
Pasaron unos segundos que se le hicieron eternos antes de que la leona continuase con la conversación.
-¿Hace cuánto…?
-Cinco minutos. -el científico respondió agitadamente, interrumpiéndola.
-¿Estabas… mirándome?
Senkuu se sintió tan mareado que juraría que podría vomitar ahí mismo. Maldito imbécil morboso.
Su mente estaba en blanco. Solo podía pensar en que Kohaku lo había descubierto, y que estaba a punto de morir, o peor, ser completamente eliminado de su vida.
Maldito imbécil morboso. Maldito, asqueroso, estúpido.
-Has sido bastante malo, Senkuu. -la leona continuó hablando, y la sintió acercarse a él.
Olía a su clásico perfume y a sexo. Senkuu tragó saliva cuando ese hecho se registró en su cerebro.
-Primero, revisas mis cosas sin mi permiso. Segundo, te masturbas pensando en mí. Tercero, te pones a espiarme.
Sabía que no había pasado desapercibido. Kohaku era demasiado suspicaz.
-Mírame cuando te hablo. -ordenó la rubia.
Senkuu tardó, pero siguió sus instrucciones.
No supo cómo interpretar la mirada que Kohaku estaba dándole. No parecía molesta en lo más mínimo, y tampoco estaba burlándose de él.
-Lo siento. -el científico volvió a disculparse, más consistentemente.
-No quiero que te disculpes, Senkuu. -Kohaku murmuró con una sonrisa antes de acortar la distancia entre ambos.
La leona tomó al científico del cuello de la camisa para atraerlo a sus labios, que tan pronto como hicieron contacto con los de él se mostraron impacientes y deseosos, incitándolo a besarla con el ímpetu de toda necesidad por ella.
Porque eso era. Senkuu se sentía deshidratado y necesitaba a Kohaku ahora como necesitaba el agua. No era consciente de lo desesperado que estaba por la leona hasta que lo besó. Ni si quiera había interpuesto su lengua para sentirse profundamente excitado por probarla completa.
-Estás increíblemente duro. -notó la rubia sobre sus labios, mientras con una mano lo palmaba por sobre el pantalón.
Senkuu no tuvo tiempo de responder cuando Kohaku delineó sus labios con la lengua, sacándolo de quicio. Inmediatamente la imitó, y el beso profundizó naturalmente cuando ambas lenguas se juntaron, tímida pero decididamente. El contraste del atrevimiento con que lo estaba tocando y lo suave de su beso estaba volviéndolo loco, provocando que sus manos viajaran a la cabeza de la leona a manera de sostenerla mientras transformaba el lento vaivén de sus lenguas a uno más desesperado por contacto.
A Senkuu no le importó pisar los fragmentos de la taza rota cuando Kohaku lo guio hacia su habitación, a la que había entrado solo un par de veces, y lo empujó hacia su cama. No había podido despegarse de la boca de ella, que ahora mordía y succionaba sus labios, y lo sometía vertiginosamente a su voluntad.
El científico gruñó cuando la chica se sentó sobre su miembro palpitante constreñido por la ropa, y se separó de sus labios para mirarlo, esta vez sí, con algo de burla.
-Tu castigo será que no podrás tocarme hasta que yo te lo diga.
Senkuu pudo haberse quejado, pero la verdad era que el prospecto de saber hasta dónde podría llegar la leona le pareció lo suficientemente bueno como para asomar una pequeña sonrisa.
Kohaku se mordió los labios cuando comenzó a desabotonar, uno por uno, los botones de su camisa, mirando fijamente cada pedazo de piel que descubría en el acto, y manteniéndose inclinada hacia él de manera que no dejaba su peso caer sobre su sexo. Aunque parecía decidida en esto, Senkuu notó las manos de la rubia temblar en la medida que se acercaba cada vez más al final, y pareció dudar antes de tironear de su camisa para sacársela de dentro de los pantalones.
La leona posó sus manos, suaves, sobre el pecho de Senkuu, mientras que con sus ojos lo inspeccionó atentamente, deteniendo su mirada justo bajo su ombligo. Parecía extrañamente fascinada con su anatomía, como si la hubiese delineado en su mente con anterioridad.
-Me gustas, Senkuu. -Kohaku murmuró, mirándolo suavemente a los ojos.
-Tú también me gustas, Kohaku.
Pocas veces llamaba a la leona por su nombre, y por lo mismo, hacerlo dotaba todo de una mayor intimidad. La chica esbozó una tímida sonrisa, que contrastó con el acalorado beso que comenzó en el cuello del científico, en el que usó su lengua y sus dientes intermitentemente.
Senkuu debía recordar que no debía tocarla a cada segundo, porque le era difícil no empujarla hacia sí mismo para sentir su piel caliente sobre la de él. El beso, que ahora ella localizaba en su clavícula, y que aumentaba y disminuía en intensidad, había secado su boca y acelerado su corazón de manera casi ridícula. Ansiaba hacer lo mismo que ella, pero sabía que no le correspondía.
Kohaku realmente había logrado excitarlo más de lo que ya estaba, y Senkuu podía jurar que se correría en sus pantalones si es que llegaba a sentarse nuevamente sobre su miembro. La ansiedad del científico aumentaba en la medida que la leona avanzaba. Había también trazado patrones con su lengua en su pezón, provocándole un inesperado cosquilleo, que luego moría cuando Kohaku usaba sus dientes, marcándolo como si fuese únicamente de ella.
Y a Senkuu le gustaba pensar que lo era. Al menos, cuando Kohaku comenzó a desabrocharle los pantalones, lo único en que podía pensar era en la dulce boca de la chica alrededor de su pene; quien no había cesado de mirarlo como si fuese su genuino tesoro.
Senkuu inspiró hondo cuando Kohaku bajó sus bóxers lentamente, como si quisiera torturarlo. Incluso se lamió los labios cuando lo vio, completamente listo para ella, y llevó una de sus manos para tocarse a sí misma.
-Leona… -el científico se quejó, observando su lujuriosa expresión y la manera en que sus redondeados pechos rebasaban la tela de su camisón.
-Silencio. -ordenó ella, antes de dar una curiosa lamida por la completa longitud de su miembro.
Las caderas de Senkuu se movieron inconscientemente hacia adelante, provocando una traviesa risa de su compañera, que ahora se dedicaba a tocarlo con los dedos suavemente, sin llegar a masturbarlo. El científico no se percató de que sus manos se aferraban a las sábanas de Kohaku hasta que las escuchó rasgarse.
La rubia emitió un sonido reprobatorio, antes de enterrarle las uñas en el muslo. Toda su actitud dominante, sin embargo, contrastó con la cuidadosa manera en que comenzó a hundirlo en su boca, como si intentase descifrar la manera en que debía hacerlo.
Senkuu no esperó que fuera su primera vez: el control que estaba ejerciendo sobre él ocultaba excelentemente su inexperiencia. Sin embargo, eso era lo que menos le importaba. El científico se sentía en éxtasis de solo verla disfrutar y sentir sus labios alrededor de él.
Las caderas de Senkuu se movieron para alcanzar a la leona cuando ella lo rodeó con la lengua, y succionó ligeramente. Kohaku pareció anotar en su mente la efectividad de sus acciones antes de rodearle con la mano lo que su boca no alcanzaba, y lo movió lentamente mientras repetía sus movimientos anteriores. Estaba aprendiendo rápido, porque Senkuu sentía su paciencia desvaneciéndose poco a poco, ante la idea de tomarla del pelo y guiarla de la manera que a él le gustaba.
Pero no lo hizo. Le preocupaba que el castigo significara que Kohaku dejase de comérselo como si fuese una paleta de helado. La leona debió interpretar el latir de su miembro como señal de que estaba cerca del orgasmo, y lo miró fijamente a los ojos antes de despegarse de él súbitamente, provocando una sonora queja de parte de Senkuu.
La rubia no lo reprendió. Simplemente se quedó mirándolo fijamente mientras limpiaba sus labios con el reverso de la mano.
-Estoy algo cansada. -Kohaku respiró pesado, antes de quitarse el camisón y mostrarse a él. -Tu turno.
Sorprendido, el científico se quedó unos segundos tan solo mirándola de pies a cabeza antes de sentarse y atraerla por la cintura.
-¿Pensabas en mí cuando te tocabas? -musitó el científico, con la voz ronca.
El jadeo de Kohaku solo confirmó su suposición. Aunque ya estaba siendo bastante obvio que todo lo que había sucedido hasta ahora era un elaborado plan de la leona para llevarlo a su cama.
-¿Desde cuándo haces eso? Respóndeme. -Senkuu continuó, enterrando las uñas en la suave piel de la cintura de la rubia. Se había abstenido de besarla solo porque quería oírla.
-Un año. -respondió ella simplemente.
Mierda. Senkuu debería sentirse avergonzado por no darse por enterado con anterioridad. Sentía que su cuerpo estaba a punto de combustionar de solo pensar en lo que podrían hacer ahora.
-¿Pensabas que ese tonto juguete podría reemplazarme? -el científico suavizó su voz, besando el cuello de la leona con devoción. -Mmm. Debiste sentirte desesperada.
Kohaku asintió enérgicamente, dándole más acceso a su cuello.
Senkuu guio a Kohaku hacia su lado, para que quedase de espaldas sobre el colchón, y se colocó sobre ella, encarcelándola entre sus extremidades. La leona había pasado de verse empoderada a completamente indefensa en cosa de segundos, y el científico no podía dejar de imaginar lo divertido que sería hacer esto de manera regular.
El científico identificó el consolador de la leona sobre su velador, y una interesante idea se le vino a la mente. Sin advertir de sus intenciones, Senkuu lo tomó de su lugar y lo encendió. El aparato se movía lenta y circularmente además de vibrar, y Kohaku lo miró son completa sorpresa y alguna pizca de malicia cuando comenzó a acercarlo a ella.
La rubia brincó cuando el peliverde comenzó a estimular sus pezones con el objeto, y gruñó por el roce que esto provocó con su entrepierna. Senkuu aplacó los gemidos que Kohaku comenzó a emitir con su lengua; besándola sofocantemente mientras recorría su torso con el juguete, que pronto reemplazó con sus curiosas manos.
La piel de Kohaku era suave y caliente. Podía sentir sus músculos con cada centímetro que tocaba, y la suavidad de sus pechos que cabían perfectamente en su mano. Deseoso por más, Senkuu comenzó a bajar con su boca, probando con su lengua, dientes y labios el cuello, los hombros, los pechos, el ombligo y el vientre de la leona, deleitándose con su particular sabor dulce y ácido a la vez.
Cuando ya llegó a su sexo, húmedo e hinchado tras un pequeño jardín de vellos rubios, Senkuu volvió a encender el juguete para colocarlo en su entrada, sin llegar a penetrarla, mientras con la lengua lamió y succionó sus labios inferiores, deteniéndose sobre su botón nervioso para darle especial atención.
Cuando Kohaku gritó su nombre, Senkuu introdujo el consolador dentro de ella, deteniéndose a la mitad.
-Por favor, Senkuu… -se quejó la leona, con la voz ronca por el deseo. -Te necesito… te necesito a ti.
El científico se maldijo a sí mismo por ser tan débil ante las plegarias de la rubia, antes de retirar el objeto de su interior y dejarlo a un lado.
-Ponte en cuatro. -ordenó él, ante la mirada estupefacta de Kohaku.
No la dejaría ganar tan fácil.
La rubia obedeció, lentamente dando la vuelta para colocarse de rodillas y codos en la cama, levantando su culo a la altura de la entrepierna del científico.
Mierda. Senkuu podría correrse ahí mismo.
-Has sido cruel conmigo, leona. -murmuró, tragando saliva cuando acarició sus perfectos glúteos con ambas manos. Estaba tan húmeda que podría comenzar a gotear. -Por eso no podré tratarte como la reina que eres.
Senkuu estampó la palma de su mano en el glúteo derecho de Kohaku, dejando una marca y haciéndola suspirar. Sabía que podía soportar eso.
-Me veo obligado a follarte. -el peliverde llevó una mano al cabello de la rubia, y tiró de él para que lo mirase a los ojos mientras le hablaba.
Parecía conforme con su sentencia. Incluso, Senkuu pudo identificar una leve sonrisa.
-Voy a domesticarte como la leona que eres.
Kohaku gimoteó, agitando su trasero y tentándolo a más no poder.
A pesar de la dureza de sus palabras, Senkuu no la penetró de golpe. Se tomó su tiempo para entrar en ella y asentarse. Era más grande que el consolador de Kohaku y debía darle unos momentos para ajustarse a su tamaño y forma, a pesar de que el calor que lo rodeaba y la deliciosa forma en que lo apretaba era casi insoportable.
Cuando estuvo listo, y Kohaku comenzó a moverse en círculos, Senkuu llevó una mano a la cintura de la chica para retirarse de ella y volver, con suficiente fuerza como para tambalearla hacia adelante. Su interior se apretó alrededor del peliverde y este gruñó apreciativamente antes de repetir el movimiento.
Senkuu se sintió en un trance al observar el cuerpo de Kohaku perlado por el sudor, que resaltaba sus pronunciadas curvas. El sonido de sus cuerpos era tan erótico como los gemidos de la leona, que lo recibía siempre húmeda y caliente cada vez que entraba en ella. El científico no entendía cómo aún podía mantenerse en pie, aferrado a su cintura, cuando podía sentir -además- la conexión de sus cuerpos sin barreras.
Pero luego, ella pronunció su nombre, y su interior se contrajo aún más alrededor de él. Solo eso fue suficiente para guiarlo derechamente a su orgasmo. Y para suerte de ambos logró salir a tiempo y correrse sobre la espalda de la rubia, quien continuó en la misma posición.
No estaba aún lista. Lo sabía.
Senkuu tomó nuevamente el consolador y lo encendió para colocarlo directamente en su clítoris. Y aunque estuviese completamente deshecho por el potente orgasmo, aún así sintió que su energía incrementaba cuando vio a Kohaku temblar del placer y mojar sus muslos y la cama con un potente rugido saliendo de sus labios.
Senkuu despertó horas después, recostado boca arriba en un cálido lecho de abundante olor a ella, sintiendo una mirada fija en él. Cuando abrió los ojos, se encontró frente a frente con la misma leona, mirándolo con incontenida malicia.
-¿Qué?
-¿Listo para la segunda?
El científico rio relajadamente antes de percatarse que Kohaku estaba acercando su consolador peligrosamente hacia él.
-Creíste que de dejaría ponerme en cuatro sin ninguna condición, ¿no?
