Nota: Angst. Porque tengo hambre, sueño y me puse triste (?). Es posible que haya fuera de personaje pero, es necesario.
Apenas su turno en el hospital terminó –checando de a ratos y muchas veces, no disimuladamente su reloj de mano–, guardó sus cosas, se cambió y se despidió con un vago ademán para salir de ahí con un cigarrillo (el último de la cajetilla) en sus labios sin encender.
Checando constantemente la hora, mentalmente contando u otras veces perdiéndose en sus pensamientos en lo que esperaba el metro que la llevaría hasta la parada de autobuses, donde tomaría el de rayas celestes que la dejaría cerca de un supermercado donde pasaría a hacer las compras para luego irse caminando al departamento. En una ya muy conocida rutina.
Permitiéndose finalmente fumar al salir del supermercado con una bolsa de lo que faltaba para hacer la cena esa noche. Volviendo a echarle un vistazo a la hora que indicaba su reloj, suspirando tenuemente, exhausta y un poco impaciente por llegar.
Subió las escaleras al segundo piso, siendo únicamente acompañada por el sonido de sus tacones y su tenue sombra producto de las luces del pasillo hasta detenerse en la última puerta donde asentó la bolsa y hurgando en su bolso buscó las llaves.
Llaves, que al final no usó pues la puerta fue inmediatamente abierta cuando las tuvo en mano. Miró por unos largos minutos al que le abrió la puerta, suspirando ligeramente.
- Sabes que no debes abrirle a los extraños, Satoru.
Él frunció el ceño.
- Tú no eres una extraña, Shouko.
- Aun así – se agachó, recogiendo la bolsa para dársela al albino antes de pasar y meterse al apartamento junto con él. Cerrando con llave, escuchando como dejaba la compra asentada en la mesa y hurgaba su contenido.
- Sabía que eras tú, por eso abrí – pasó sus dedos por cada lata y envase, pesándolo e incluso agitándolo ligeramente cerca de su oído para hacerse una idea de lo que era. Sacando ligeramente la lengua en una mueca que le hizo sonreír levemente.
- Creí que estarías leyendo.
- Lo dejé a la mitad, me aburrí. Pero llegaste y ahora ya no es aburrido.
- Hubieras escuchado música si querías.
- No tenía ganas. Pero dejando mi aburrido día de lado, ¿Qué tal hoy?
- Mmm, nada interesante – respondió, tomando las latas de condimentos que Satoru había dejado en la mesa, dirigiéndose a la cocina para así comenzar a hacer la cena siendo seguida de cerca por él –. Sólo fue checar a algunos pacientes y dar diagnósticos, no hubo accidentes esta vez.
- Con razón llegaste temprano.
- Se podría decir que sí… Aunque ya sabes, no puedo dejarte solo tanto tiempo.
El no recibir respuesta de su parte le hizo saber que estaba disgustado, no necesitaba voltearse a verlo para saberlo. Se mordió levemente la lengua, reprimiendo un suspiro.
-… Discúlpame.
Satoru suspiró, negando con la cabeza –. Está bien, no pasa nada.
Y se retiró, dejándola sola en la cocina con el sentimiento de haber cometido un error. Se apretó el puente de la nariz, molesta consigo misma.
- Eres una idiota, Shouko Ieiri.
No era como si hubiese sido decisión de Gojō de quedarse ciego. Es decir, el hecho de haber perdido la visión en lo que podríamos llamar "la batalla final", había sido inesperado; él no escatimó en las consecuencias, en llevar sus habilidades al límite. Todo para al final, quedar así.
Y aunque ella trató con su técnica hacer algo por él, por su mejor amigo y el hechicero más fuerte. Al final, se dio cuenta de que todo tenía un límite, que era prácticamente imposible devolverle a Satoru su vista.
Ningún trago supo tan amargo y seco, como lo fue la impotencia de ser inútil.
Y aunque Satoru le sonrió casi como sólo él solía hacerlo, asegurándole que estaba bien (cuando realmente nada lo estaba, nada), a Shouko se le escaparon unas lágrimas en silencio que no detuvo –pero que Gojō, con torpeza y tanteo, limpió–.
Lágrimas que no se había atrevido a llorar y que eran ácido para su alma.
Por ello, decidió desertar junto a Satoru. Prometiendo estar siempre a su lado, ser de alguna manera sus "ojos".
Desde entonces, el tiempo había pasado y los dos tenían ahora 42 años.
(Se sentía como un viejo matrimonio a veces).
Cambiando muchas cosas en esos años. La apariencia, los papeles, yéndose a vivir a otro país, adaptándose al entorno y la nueva vida, entre otras y demasiadas cosas.
Cosas que a veces, resultaban ser bastante abrumadoras y un poco aterradoras. O sólo difíciles de sobrellevar.
- Vamos a comer – le llamó, luego de servir el curry, mirándolo leer en silencio uno de los tantos libros en braille que había comprado y buscado exhaustivamente para que no se aburriera mientras ella no estuviera. Por supuesto, Satoru no le respondió.
Encendió la luz de la sala para luego volver con ambos platos y asentarlos con cuidado en la ratona, sentándose a su lado en el sillón en silencio. Recargando ligeramente su cabeza en su hombro.
-… ¿Qué piensas?
-… ¿Sobre qué?
- Sobre todo.
- Eso es muy ambiguo, Shou – cerró el libro, dejándolo sobre su regazo –… ¿Debería estar pensando en algo?
- Eso deberías decírmelo tú.
Satoru sonrió levemente ante de voltear a "verla", pasando uno de sus brazos sobre sus hombros en un vago abrazo mientras se recargaba en el respaldo del mueble –. No te estoy mintiendo cuando te digo, que… cuando estás, no es aburrido.
(No estoy solo cuando estás aquí, aunque no pueda verte).
-… Sabes que no me vas a perder, ¿cierto?
(No te voy a dejar, quiero que lo sepas).
- Lo sé… así como tampoco vas a deshacerte de mí.
Shouko le picó la mejilla, con una pequeña sonrisa juguetona –. Como si quisiera hacerlo, Satoru.
(He dado un paso al frente y no voy a echarme para atrás).
Gojō la atrajo hacia sí, abrazándola. En una posición donde ella quedaba encima y él recostado en el sillón; donde podía escuchar muy claramente los latidos de su corazón y sentir su calidez, que le brindaban calma y un suave confort como un hogar.
- Gracias.
No hay de qué fue pronunciado en un pequeño beso en la mejilla.
