El resto ya se lo saben…

Los personajes no me pertenecen son creación de Rumiko Takahashi,

Sin embargo esta historia es invención mía.

Nota de la autora: Este mini fic es para celebrar El día de todos los Santos. Si hay una época que más me gusta es sin duda el ambiente alrededor de Samhain, Halloween y Día de Muertos.

La historia está dividida en capítulos que se subirán en Octubre y Noviembre.

Disclaimer: Se habla de temas que pueden resultar sensibles para algunos públicos, se recomienda discreción.


Espíritus fríos

Me refugié bajo un toldo de lona cuando las primeras gotas de aquella lluvia de otoño cayeron sobre mi hombro.

Era un poco raro el clima para la temporada pero así a veces sucedía en la ciudad. Más con lo que ocurría en el planeta y todo el tema del calentamiento global.

El frío ambiente no hizo más que acentuarse todavía más con la lluvia, y la gente corría por la calle buscando refugio. Tal como yo lo había hecho.

Una chica de ojos azules y cabello oscuro se coló a mi lado bajo la misma lona.

—Que desafortunado —murmuró en tono de reproche sin percatarse todavía de mi presencia mirando sus pies.

Hice lo mismo que ella. Sus zapatos parecían costosos igual que el resto de su vestimenta de diseñador. Y todo estaba empapado hasta gotear.

Se limpió la cara con el dorso de una mano mientras en la otra mantenía sobre su oído un teléfono, último modelo sin duda.

—Bien, bien, de prisa —ordenó a quien estuviera del otro lado de la línea.

Alargué galante un pañuelo desechable para que se limpiara las gotas restantes de su bonita cara y entonces alzó la vista y me miró con curiosidad. Curiosidad y luego una sonrisa como de quien encuentra un tesoro sin proponérselo.

Yo sabía que era atractivo. Las mujeres me lo repetían constantemente. Pero ninguna nunca me gustaba lo suficiente como para algo más allá de unas cuantas citas o alguna cosa de una sola noche.

—Hola —sonrió con la mirada inclinada y un parpadeo sutil propio de quien se propone a coquetear. Guardó entonces su teléfono.

Me complació su reacción y trate de demostrarlo levemente con la mirada —Vaya clima ¿cierto?

Ella se mordió el labio inferior, era enigmática, tenía que reconocerlo. Ojos azules y piel blanca impoluta. Labios rojos y mejillas a juego, su cabello negro recogido en una coleta alta que le rozaba poco más allá de los hombros.

Me imaginé, o tan siquiera lo intente, como se vería con el cabello suelto. ¿Como caería por su espalda o sus pechos? ¿Qué tan largo sería en realidad? ¿Sería falso?

—Lo sé, es horrible —sus ojos me analizaron de pies a cabeza sin disimulo —aunque tuviste mejor suerte que yo.

Si, a diferencia de ella yo estaba casi o lo más completo de seco. Unas cuantas gotas aquí y allá pero nada comparado con el estado que ella mostraba.

Tiritaba por el frío y siendo un verdadero caballero me habría dado más prisa en quitarme el abrigo para ofrecérselo antes de que un auto negro se estacionara frente a nosotros.

—Señorita Kuno —habló con urgencia el chofer uniformado que descendió del auto con una sombrilla sobre su cabeza —le pido me disculpe por la tardanza.

La chica me miró y luego al chofer.

—Creo que te irás a casa entonces —suspiré pero esta vez por pensar en la calidez de aquel auto lujoso.

Si yo quería ir a casa debía armarme de valor y cruzar el resto de calles que me faltaban para llegar a la estación más próxima del metro. Aunque admitía era mejor alternativa que haber conducido la moto.

—Si quieres te puedo llevar hasta tu casa y tal vez… —me miró con descarado deseo.

Pensé en la posibilidad pero una chica de su obvio estatus social ¿Se sentiría a gusto en el departamento de un publicista como yo? No me iba mal, ganaba buen dinero, pero seguro no podría costearme algo de la marca que ella vestía o el teléfono último modelo que llevaba.

Me mordí el interior de la mejilla antes de hacer una reverencia galante y dramática —tengo una reunión cerca, en realidad no voy a casa —mentí.

Noté como infló sus mejillas molesta. Estaba encaprichada conmigo y no se había salido con la suya como seguramente siempre ocurría. Eso me gustó de un modo enfermo.

Anda, pensé, sé valiente y pídeme mi número.

Me gustaba que las mujeres me miraran así, como inalcanzable. Y que fueran valientes para pelear por mí me mataba. ¡Argh, mi ego! Sabía que mi vanidad era por mucho mi peor defecto.

—Entonces llámame si te interesa salir a tomar algo un día que no este el clima tan horrible como hoy —me entregó una tarjeta y decepcionado se la acepté por educación. Guiño un ojo y subió a su auto privado.

Cuando el vehículo se perdió en el tránsito de la carretera más cercana arrugue en mi mano la tarjeta y dejé que cayera a mis pies.

En serio me parecía atractiva y en serio le hubiera invitado algo. Sin embargo su desenvolvimiento no me embrujó lo suficiente como para esforzarme en hacer el trabajo.

Contemplé mis posibilidades y decidí sacar mi teléfono de la bolsa de mis jeans, eran apenas las 7 de la noche. No tenía ganas de ir a casa. Podía llamar a Ryoga y ver si le apetecía cenar en nuestro lugar favorito.

Marqué. El tono sonó y sonó y tras una larga espera de repente me mandó al buzón.

—Debe estar con su novia.

El cerdo de mi mejor amigo tenía una mujer maravillosa que no se merecía, siendo honesto no entendía que le veía Akari a Ryoga. Era desubicado y poco observador. Para mí ellos eran el claro ejemplo de que el amor es ciego.

Y sin embargo no quería cenar solo.

También estaba la opción de llamar a Ryu, mi compañero de trabajo. Aunque según había entendido en la junta que acabábamos de tener un par de horas antes el miserable había alardeado sobre tener una cita con una chica que había conocido durante sus clases de artes marciales.

—A lo mejor es momento de retomar la actividad física —sopesé la posibilidad de conocer mujeres con intereses similares a los míos. Que igual me serviría el ejercicio.

Un año y medio atrás mi padre había fallecido, un ataque al corazón. Desde entonces había perdido el interés por practicar el deporte que me había inculcado desde pequeño. Todavía corría por las mañanas pero no era lo mismo.

Extrañaba a mi padre, lo que me impedía practicar las artes marciales.

Los viajes con él, para los entrenamientos, eran lo que más recordaba con cariño. El viejo era un bastardo insensible y me trataba como a su peor enemigo en aquellas circunstancias cuando estábamos alejados de la civilización. Pero yo lo quería porque a su modo era un buen padre.

Mamá evitaba hablar de la muerte de papá. A veces, cuando la llamaba para saber como se encontraba o si no le hacía falta algo, me daba la impresión que no quería reconocer o aceptar lo sucedido.

Necesitaba tiempo para procesar su dolor. Para procesar su pérdida. Pero me tenía incondicionalmente a mí… o al menos hasta que empezaba a presionar con que debía casarme.

El matrimonio no es para todos, le dije la última vez que habíamos desayunado juntos.

Suspiré al pensar en mis padres.

Me di cuenta que la lluvia cesó un poco y yo aproveché para huir de mi escondite bajo la lona mientras el estómago comenzó a gruñirme.

Vi a un pequeño gato caminar por una barda lo suficientemente lejos para no entrar en pánico por mi fobia a los animalitos como él y supe con exactitud a donde debía ir.

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Un par de horas después salí del sitio de ramen satisfecho. La comida en aquel lugar era deliciosa, cosa de recetas secretas de la familia de una buena amiga de mi adolescencia.

—¿Ranma? —escuché la vocecita de Shampoo a la puerta mientras terminaba de acomodar el cuello del abrigo para que protegiera mejor la piel de mi nuca.

—¿Olvidé algo? —pregunté pensando que no había otro motivo para que Shampoo me siguiera fuera, el lugar estaba a reventar y seguro su abuela la reprendería por haberse ido.

—Toma —me entregó un sobre color caramelo con un sello de cera y las iniciales de ella y su prometido.

Abrí los ojos contento por ambos —¿Ya han fijado una fecha?

Movió la cabeza entusiasmada de arriba abajo, enamorada, alegre. Sentí una punzada de envidia.

—En tres meses, lo que te da tiempo suficiente para que encuentres una pareja con quien ir o te prometo que la abuela te aparejará con alguna de mis primas y no estarás contento.

Me estremecí por la sola idea. Cuando éramos apenas unos adolescentes la vieja Cologne se había aferrado a que su nieta y yo estuviéramos juntos. Para mi suerte Shampoo ya tenía su corazón ocupado. Pero a pesar de aquello la anciana no quitaba el dedo del renglón por buscar la manera de hacerme formar parte de su familia.

Tienes buena madera de guerrero muchacho, solía decirme la mujer cuando ella misma se esmeraba en atenderme en noches más tranquilas que esa.

—¿Acaso no puedo ir solo a tu boda? —sonreí descarado mientras observaba como rodaban exasperados sus ojos. Desprovista de cualquier conformidad con mi pregunta.

—Te lo advertí, no es mi responsabilidad si terminas comprometido con alguna amazona al final del día —me dio un golpecito en el brazo antes de girarse para volver dentro.

—Shampoo… —la detuve de repente —me da gusto por ambos.

Se sonrojó antes de hablar determinada. —Más bien deberías felicitar a Mousse —su gesto fue embustero, fiero, una amazona no se rinde ante ningún hombre. Tenía que ocultarlo pero a mi no podía mentirme, ella estaba tan emocionada como cualquier novia ruborizada.

Asentí deleitado y ella entró en el restaurante.

Me alejé del Nekohanten con las manos dentro de los bolsillos del abrigo, pasaban de las 9 de la noche para entonces y se me antojó comprar una bebida caliente camino a casa.

Por uno de los callejones cercanos a mi edificio habían abierto una cafetería nueva con temática Norte Americana que me recordaba a mi último viaje a Massachusetts.

Era bastante popular y definitivamente muy pintoresca para la época. Un par de noches antes había incluso intentado comprar un café pero el sitio estaba a reventar, lo que complicó que pudiera entrar. Con suerte, por la hora, ya sería más sencillo.

Tomé con fuerza la barra metálica e intenté abrir la puerta de grueso cristal del recibidor previo a la verdadera entrada de la cafetería cuando esta me jaló hacia dentro. Y yo trastabillé a punto de caer.

—Disculpa —me dijo un hombre como de mi edad cuando abrió la puerta sin notar que yo sostenía el otro extremo —por el reflejo de las luces no te vi.

Era delgado, con la cara marcada o demacrada, vestido de negro riguroso con un traje de buena clase. No costoso como la ropa de diseñador de la señorita Kuno pero si lo suficientemente notable. Seguro algo hecho a la medida.

—No hay problema —respondí y cuando por fin entré al recibidor, luego de que él se moviera para ofrecerme el paso, sentí un peso extraño en el pecho como si algo invisible me oprimiera el tórax

El hombre me observó con una ceja levantada —¿Puedo hacerte una sugerencia?

—¿Respecto al menú? —pregunté observando en su mano libre una bolsa de papel kraft con varios contenedores cobrizos dentro en tanto que yo me empujaba el abdomen con malestar, seguramente me sentía así por la cena.

Su gestó se volvió relajado tanto que sonrió por fin —Debes probar sin duda el capuchino de temporada y el pan de calabaza con cobertura de jengibre.

Asentí extrañado pero abierto a la sugerencia —lo tendré en cuenta. Gracias.

—Pero… yo que tú no entraría.

—¿Está lleno? ¿De verdad? —asomé la mirada decepcionado por entre los tablones que formaban la enigmática puerta de madera rústica desgastada.

—No —su respuesta fue titubeante, como si hubiera querido decir que si —solo no creo que sea de buena suerte que hoy entres.

—¿De buena suerte? —sin duda el tipo estaba loco.

De sus largos y delgados dedos resbalaron al piso las llaves de lo que suponía yo pertenecían a su auto. Por inercia ambos nos agachamos a recogerlas y cuando levanté la mirada pude ver tatuado en su pecho una de esas muñecas de paja que se usan para las maldiciones.

—Interesante elección de tinta —comenté señalando con los ojos el diseño tras su camisa ligeramente entreabierta.

Se puso tensó, su respuesta fue un silencio que mataría a cualquier lengua floja como yo. El hombre olía a cera e incienso.

De repente coloco la bolsa en el piso un segundo después que su teléfono sonara y tuvo que sacarlo del interior de su saco. Ahí fue cuando también noté con más detalle un mazo del tarot dentro de la bolsa de compras que había hecho en la cafetería.

—¿Acaso lees las cartas? —pregunté como un imbécil para romper la tensión, capaz que me estaba metiendo con alguien estudiado en poder arrojarme una maldición.

No que creyera en esa clase de cosas que pueden dañarte espiritualmente hablando pero mi madre siempre me había instruido en no tentar a lo desconocido. Claro que ella se refería, más bien, a mi amistad con las amazonas. Misma que por supuesto no aprobaba.

El hombre se relajó al escuchar mi pregunta que sonaba verdaderamente como si me interesara. Una parte de mí sentía curiosidad por esa clase de tópicos en los cuales la gente solía decir era capaz de ver en las cartas eventos del futuro.

Guardó su teléfono de nuevo dentro de su ropa luego de responder con una mano, por supuesto, el mensaje que le había llegado y suspiró.

—Si lograste ver todos estos detalles en menos de cinco minutos en mí ten por seguro que si te digo que no entres es por tu propio bien.

Incliné mis hombros hacia él sin estar del todo convencido aún por sus palabras —¿No puedes darme un sobre aviso más específico?

Sus ojos se volvieron serios, hielo.

—¿Acaso me cobrarán mal por un café y un postre? ¿Tendré la mala suerte de encontrar algo desagradable dentro de mi comida?

—Puedes burlarte todo lo que quieras.

Alcé mis manos a modo defensivo, con las palmas expuestas en son de paz —No era burla, es solo que yo…

—No crees.

Su afirmación fue lastimera, como si por no creer en nada eso me hiciera menos que un parásito. Y sentí vergüenza, una extraña y pegajosa vergüenza por mi falta de respeto. Porque yo si creía sólo no dejaba que me afectara igual que a los demás esa clase de ideas sobrenaturales.

No me inclinaba ni con los fanáticos que adoraban lo desconocido, pero tampoco con los que temían a lo desconocido.

—Ten cuidado y si llegas a necesitar de alguien como yo… —metió su mano de nuevo en el bolsillo interno de su saco —llámame —me entregó una tarjeta oscura, notable, simple de líneas finas en color dorado con su nombre y un número a la vuelta.

—¿Y tú eres…? —pregunté esta vez molesto, si se trataba de un servidor de la vida galante se había confundido conmigo. No tenía esa clase de aficiones.

—Soy un sacerdote de la noche —sonrió orgulloso o eso parecían estar haciendo sus labios sutilmente curvos —no entres.

Insistió de nuevo pero esta vez ya no se quedó a escuchar mis estupideces, tomó su bolsa de papel y salió por la puerta que daba a la calle.

La puerta de cristal se cerró con lentitud a causa del pequeño amortiguador superior y mientras perdía la visibilidad del extraño sujeto, cuyo nombre en la tarjeta se leía como Hikaru Gosunkugi, sopesé de verdad el no entrar.

Pero a un Saotome nadie le dice que tiene que hacer.

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Tal como esperaba al interior el lugar si estaba lleno, incluso casi choqué contra una pareja que buscaba salir y que parecían algo abatidos luego de no encontrar un sitio donde sentarse.

—Buenas noches —me saludó una chica con delantal negro adornado por hojas dibujadas en muchas tonalidades de naranja cuando logré poner oficialmente un pie dentro de aquel interesante sitio —No tenemos mesas disponibles por ahora pero… — echó un ojo tras de mí —si vienes solo puedo ofrecerte un espacio en la barra, si gustas.

La charola a juego que llevaba entre sus brazos tenía tallado el nombre de la cafetería por todo el borde y se leía Regresarás a mí.

—Que nombre tan curioso —señalé sin miramientos.

Como publicista desde que lo instalaron en la fachada me pareció peculiar que una cafetería no tuviera un nombre más abreviado, más atractivo o uno que definiera mejor el ambiente que se proponía ofrecer a los adictos a la cafeína con el diente dulce.

Más aún cuando ni siquiera tenía ventanas que dieran al exterior. A lo mejor en el secretismo radicaba su atractivo.

Ella sonrió encantadora, como cualquiera que trabaje en una cafetería se supone que debe sonreír cuando un cliente le dice algo, así sea una tontería, como lo que acababa de comentar.

—Bueno —tomó aire antes de decir el resto —los regulares suelen decir que no pueden dejar de pensar en el sabor de nuestras bebidas una vez que las han probado, por eso el nombre.

Chasqueé la lengua —Suena prometedor entonces si el nombre mismo del sitio lo asegura.

Otra risita, otro par de arrugas en las esquinas de sus ojos y seguramente otra mala palabra en sus pensamientos para describirme.

—La barra suena bien —por fin le di una respuesta a su sugerencia, y aunque debería haber contestado que compraría algo para llevarlo a casa en cuanto la chica se acercó a hablarme escuché como la lluvia había vuelto con fuerza a golpear en el exterior. Solo un loco dejaría atrás la calidez del establecimiento, e igual no tenía prisa por volver a casa de cualquier modo.

La joven dio media vuelta y comenzó a guiarme.

Encima de que el lugar era… curioso, por decidirme grosso modo describirlo, las luces eran escasas. En su mayoría la iluminación estaba proporcionada gracias a las velas artificiales en los centros de las mesas, lo que provocaba un ambiente íntimo, enigmático, propicio para el inicio de cosas prohibidas.

Los tonos en las paredes eran colores oscuros pero cálidos, la sensación que te daba el espacio a nuestro alrededor era como de un abrazo acogedor. Estabas a gusto con tan solo estar de pie ahí.

Yo me sentía a gusto en el Nekohanten porque conocía a la familia dueña del sitio, porque era como un segundo hogar que me alimentaba. Años de convivencia, años de cercanía.

Pero esta cafetería, aún cuando era la primera vez que realmente ponía un pie dentro, me hacía sentir como si estuviera en casa con mis seres más amados a pesar de encontrarme solo.

Descubrí que más allá de cualquier pretexto realmente no me quería ir.

Puse atención de nuevo a la jovencita hasta donde el café y el té olían con más intensidad, eran una mezcla de aromas que prometían. En la opinión de mi cuerpo estaba más que satisfecho por la cena de ramen pero el aroma de aquellas mezclas me hizo agua la boca.

—¡Pink! —alguien gritó a lo lejos y entonces la pequeña mesera se alejó dejando frente a mí un menú impreso cuando una de sus compañeras en la barra le llamó y ella aprovechó para huir.

—Alguien le atenderá pronto aquí —dijo sin más antes de correr.

Tomé asiento en el banquillo alto. A mi alrededor escuchaba a la gente que charlaba animada por lo que me giré sobre mi lugar con el menú entre las manos tratando de reconocer mejor el terreno. En serio que estaba lleno.

Había grupos de amigos inundando todos los espacios, algunas parejas acarameladas mirándose a los ojos, primeras citas en un par de mesas escondidas. Te dabas cuenta que eran primeras citas por los nervios que parecían brotar como energía contenida de aquellas futuras parejas.

¿Cuánto había pasado desde la última vez que tuve una primer cita? No era del tipo romántico, era más bien práctico.

Y es que suponía que si algún día aparecía la chica adecuada mi lado romántico afloraría. Pero si jamás ocurría tampoco era un tema que me robara el sueño. Como dije siempre fui práctico.

—Hola —escuché a alguien a mi espalda antes de terminar de devanar el panorama, me giré de vuelta seguro de que algún barista querría ya saber que bebida tomaría.

Fue hasta que nuestros ojos se cruzaron que lo noté.

—Todo el personal que atiende aquí ¿son mujeres?

La joven suspiró cansada, probablemente la misma pregunta ya la habría escuchado docenas de veces en el transcurso de la noche, pero respondió siendo muy amable —también hay algunos chicos —señaló con la mirada tras de mí y yo seguí el rastro hasta un joven con un kimono en tonos rojizos y negros, el cabello largo recogido en un arreglo que simulaba una versión moderna de una geisha. Llevaba ligeramente delineados los ojos y un brillo en los labios. Estaba dejando un par de tazas en una mesa donde había solo dos chicas mientras se llevaba otras dos tazas vacías.

Fue entonces que mi corazón se saltó un latido cuando una de ellas alzó su rostro para agradecer la atención del mesero.

Su sonrisa fue la luz en medio de un mar embravecido, sus ojos el reflejo del otoño, sus mejillas de un rosa perfecto a juego con su boca pintada solo lo suficiente. El cabello suelto, corto, por debajo de su mandíbula azulado. Dejando al descubierto la piel de su cuello, un poco de sus hombros y también la clavícula aunque esto último debía agradecerlo por el corte en el escote de su vestimenta oscura que parecía una uve que le llegaba casi a la mitad del abdomen.

Y sin embargo no era su vestimenta lo que escandalizaba, era ella que tenía algo magnético. Algo que hacia imposible no mirarla. No comprendía como nadie más no la estaba observando, como nadie más no se sentía atraído, como nadie más…

—Entonces… ¿ya te decidiste por alguna bebida? —preguntó la barista a quien había molestado con mis tontas observaciones.

Me giré una segunda vez para enfrentarla, nervioso y distraído por la visión de la chica en aquella mesa atendida por el joven del kimono.

—Lo que gustes, lo que te parezca más de temporada o la bebida de la casa —respondí con un jadeo que incluso a mi me sorprendió escuchar.

—Bien —parecía divertida o complacida de mi actuar, seguro pensando que se debía a su compañero de trabajo —no tardaré.

Asentí, muchas veces. ¡Malditos nervios!

Por encima del hombro intentaba ver otra vez a la chica de cabello azul oscuro. Se veía contenta charlando con su amiga. ¿Sería solo su amiga? La duda me asaltó cuando de repente su acompañante le colocó una mano en el muslo y acercó su cuerpo para decirle algo al oído.

Ella se puso tensa, noté el cambio de su postura cuando la otra chica se separó. Sus labios se volvieron una fina linea y entonces su vista escaneo el local.

Buscando. Buscando. Algo quería encontrar con urgencia sin duda.

Sus ojos se posaron entonces en un extraño sentado en una mesa que estaba cruzando el espacio. Alto, cabello negro en una coleta corta a la altura de la nuca, ojos azules. Pero no estaba solo, frente a él había una mujer de cabello largo, castaño, suelto hasta la cintura. Rostro afilado, facciones marcadas. Demasiado atractiva a mi parecer, me recordaba a una modelo.

¿Lo estaría observando con detenimiento porque de verdad estaba interesada en ese hombre? ¿Estaba acaso celosa?

Algo en mi ego parpadeo deseoso y necesitado de obtener un poco de esa atención.

—Aquí tienes —escuché la voz de la barista al dejar frente a mí la taza con la bebida que había preparado a su gusto, tal como yo le había permitido —mi especialidad, que lo disfrutes.

—Gracias —creo haber respondido, no estoy tan seguro, al menos no metería mis manos al fuego.

La joven de cabello corto seguía mirando al hombre y a la modelo, ahora a ambos. Tan intensamente que solo un ciego no lo vería.

¿Sería su novio o su ex?

Tomé mi taza sin despegar los ojos de la escena, como si de tan solo mirar pudiera atravesar la notable tensión en aquella fotografía y así comprender mejor lo que estaba sucediendo o lo que estaba por suceder.

Pero… ¡claro!, la taza estaba hirviendo y en lugar de haberla tomado por el asa lo había hecho por el cuerpo.

Mi ego, mi maldito ego y mi creciente deseo necesitado de que ella me mirara a mí y no a ese hombre que parecía estarla ignorando deliberadamente. Porque… ¿quién no podía ponerle atención a ella?

Mis dedos soltaron la taza que golpeo primero mi pierna dispuesta a medio camino fuera del banquillo por la extraña posición en la que me había contorsionado sin ser discreto para nada al observar lo que acontecía.

El líquido fue como brasas en mi ropa y llamas en mi piel. Me levanté de golpe ante la sorpresa y la taza continuó su viaje hasta romperse del todo en el suelo.

La pequeña mesera que me había recibido al entrar soltó un gritito a lo lejos al escuchar mi propio grito de dolor mientras se acercaba corriendo hasta mí. Otra chica del staff hizo lo mismo. Y solo entonces, solo en medio de ese caos que a cualquiera hubiera avergonzado, la chica de cabello corto, ojos cálidos y sonrisa rosada me miró.

Y sonrió.

Y el universo entero se deshizo entre mis dedos con el latir acelerado de mi corazón.

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Cada paso que daba para acercarse más, hasta donde ya tres meseras intentaban levantar los trozos pequeños de la taza destruida a mis pies y limpiar al mismo tiempo la enorme mancha de té o café de mi ropa, cada uno de esos pasos parecía como si una hada de cuento estuviera por consumir mi alma con su sola presencia.

En donde yo me ofrecía para dicho motivo porque verla acercarse se sentía como mirar al sol directamente. Como si una estrella te susurrara un secreto divino al oído. Era mágico y celestial, misterioso y peligroso. Y yo comencé a ambicionar.

—¿Eres real? —fue lo primero que mis labios decidieron era buena idea decir. Culpa del publicista en mí al final.

Ella inclinó avergonzada su rostro mientras su dedos pasaban con delicadeza algunas hebras de cabello suelto tras su oreja dejando a la vista un par de aretes en perforaciones hélix gemelas sobre el cartílago lo que la hacía ver endemoniadamente sexy.

—¿Necesitaste montar todo este número para llamar mi atención? —preguntó y luego se lamió el labio inferior.

Intencional o no eso la hizo ver aún más sexy.

—Si funcionó es la mejor excusa que puedo darte para justificar la realidad en mi torpeza.

Sus labios se levantaron un poco haciendo que sus pómulos marcados se vieran encantadores y provocadores a la vez. Era tan hermosa.

—¿Quieres saber que es lo que pienso que sucedió?

Asentí. Como si estuvieran por contarme el secreto del universo.

—Yo creo que te distrajiste y que acabas de tirar una bebida perfecta elaborada por nuestra mejor barista —señaló a alguien tras de mí y al girarme vi a la joven que me había atendido alzando los hombros, resignada y algo molesta —¿Podrás perdonarlo Satsuki? —preguntó a la barista y ella puso cara seria antes de darse media vuelta y continuar con su trabajo.

—¿Nuestra, barista? —entorne los ojos al preguntar —¿Acaso eres la dueña? —me sorprendí de su juventud, aunque deduje por el llamativo anillo en su mano izquierda que debía tener dinero de sobra.

Su cara se movió de lado con curiosidad —Una de las dueñas. Otra de mis socias está ahí atrás —señaló a su espalda a la mujer con quien estaba en la mesa.

La otra joven alzó sus cejas al notar que la observábamos y empujó con una mano su cabello castaño, adornado solo por una diadema blanca, sobre su hombro dejando al descubierto la piel desnuda por la vestimenta sin tirantes que llevaba.

Y luego decidió que todo el numerito parecía demasiado aburrido girando su rostro hacia el otro lado.

—Pues este lugar es asombroso —lo elogie con verdadera sinceridad porque lo era.

—Lo diseñé para atraerte, —respondió tranquila y de forma natural —y tal parece que funcionó.

Me reí inquieto, sabía que estaba coqueteando conmigo sin embargo la frase pecaba de peculiar.

—Bueno pues… —extendí los brazos a cada lado de mi cuerpo con las palmas hacia arriba para seguir su juego —aquí me tienes.

Alzó un hombro ruborizada. Dejando escapar de su boca un gemido divertido.

—¿Puedo invitarle una bebida a la dueña de esta enigmática cafetería?

Sus pestañas peinaron el marco de sus pómulos cuando sus ojos se colaron por entre estas para mirarme —mejor te invito yo —dijo en voz baja.

Sentí que el aire me faltó.

—Eso no me haría ver como un caballero. Y quiero ser un caballero.

—Oh, pero lo eres —lo dijo con una certeza que debería haberme parecido extraña. Me tendió una de sus manos antes de darme oportunidad a pensarlo —¿Vamos?

Sus ojos mostraban un rastro temeroso, tal vez de que yo dudara en aceptar. Mi corazón latió más ante esa expresión, pero esa vez no fue por la emoción de hablar y coquetear con una chica tan bonita como ella sino por recelo. Como una advertencia al peligro.

De verdad era algo inusual lo que estaba ocurriéndome. ¿Qué probabilidades había de encontrar a esta chica hermosa y aparentemente tan interesada en mí tanto como yo de ella?

A mi memoria llegó el recordatorio del absurdo consejo del sacerdote de la noche que me había advertido sobre no entrar.

Cuanto más lo pensaba más se me antojaba como una tontería, empero, una que al parecer había calado más hondo de lo que esperaba.

—¿Sí? —preguntó de nuevo, insistente, mirándome con mayor determinación a los ojos.

Era tan hermosa.

—Si —balbuceé encantado colocando mi mano sobre la suya.

No solo era hermosa, también era suave y delicada. Su piel se veía impoluta a primera vista pero me apetecía mirar más de cerca, descubrir si tenía lunares o pecas que no fueran visibles para nadie más que para un amante devoto, pasar mis labios por su piel incluso.

Nunca había deseado tanto en mi vida estar con una mujer como con esta extraña.

Se acomodó por delante de mí, con el brazo estirado tras su espalda sujetando mi mano, y comenzó a avanzar. Y tuve que ser cuidadoso de no pisar o empujar a alguna de las chicas que seguía limpiando el desastre que había causado cuando la seguí.

Yo estaba absorto en el movimiento de las caderas al andar de la joven frente a mí. Quise nombrarla para distraer mi emoción pero entonces recordé que ni siquiera sabía como se llamaba. Era peculiar que ella tampoco hubiese preguntado mi nombre y aún así me estuviera llevando a alguna parte con tanta confianza y soltura.

—Soy Ranma —me apresuré a hablar sin detenernos —Saotome. ¿Y tú?

Sus caderas se balanceaban con cada paso, podía ver como golpeaban la tela de su sencillo vestido corto, negro, que aunque no se ajustaba del todo a su cuerpo dejaba entre ver su silueta.

Ella era perfecta bajo aquella tela sedosa desprovista de adorno alguno.

—Akane —respondió por encima de su hombro.

Solo Akane. Ok, me ganaría el conocer su apellido.

Pasamos de largo entre las mesas, creí que se despediría de su socia pero la otra mujer ya no estaba en su sitio. Las tazas de las dos quedaron abandonadas, aún humeantes, en la superficie.

En cambio Akane siguió hasta llevarnos hacia la puerta de la cafetería. Sin titubeos la abrió con gracia con la mano libre y sí, tal como sospechaba, fuera la lluvia era una tormenta helada.

—Espera… —me frené notando que ella solo vestía ese atuendo de hombros y espalda ligeramente descubiertos.

Me solté de su agarre y me quité rápidamente el abrigo antes de permitir que atravesara la puerta que daba hacia la calle.

Ella me miró de manera endiosada como si estuviera convirtiendo el agua en vino frente a sus ojos, como si no creyera lo que ocurría, como si nadie jamás hubiera mostrado un gesto amable. Y el solo pensamiento me molestó.

—Hace demasiado frío y sigue lloviendo —me explique mientras colocaba a su alrededor, para protegerla del clima, mi todavía cálido abrigo.

Akane apenas sujetó las orillas y escondió la cara en el cuello de la prenda —Huele a ti —dijo con un tono dulce, inocente y entre los pliegues que se hicieron de la tela me contempló.

Sentí el calor de sus palabras y de sus ojos como una huella que prometía no solo dulzura sino lascivia y deseo. Se palpaban los vacíos y el silencio que se instaló entre ambos en los segundos que siguieron como una estela de añoranza, como si fuéramos viejos amantes.

Esta mujer sería un peligro si me afectaba de esta forma con solo unas cuantas letras correctamente acomodadas en su lengua.

—Te dije que era un caballero —intenté no mostrar flaqueza.

—Y te dije que lo sabía. Gracias —agregó pestañeando un par de veces antes de volver a buscar mi mano para sujetarla con premura.

Fue entonces cuando noté que estaba tibia mientras yo ya sentía incluso la nariz fría. Tal vez Akane era de esa clase de personas que resistía mejor las temperaturas. Sin embargo se veía frágil y pequeña. Necesitada de mi protección. Yo quería protegerla.

Abrió la segunda puerta sin aviso alguno y salimos, resguardados por el techo que nos proporcionaban los balcones del piso superior.

Los dientes me castañetearon por el súbito frío y de inmediato me ofrecí a llamar un taxi para ir a cualquier otro sitio, pero mientras sacaba del bolsillo de mis pantalones el teléfono celular ella caminó arrastrándome con su andar hacia una puerta de metal y madera que estaba a tan solo unos cuantos pasos de distancia del local que dejábamos atrás.

—¿Acaso también tienes un bar secreto tal vez? —pregunté boquiabierto al ver la luz que parpadeaba intermitente al otro lado de los cristales biselados en la puerta.

Ella negó mientras sacaba del bolsillo oculto de su vestido un juego de llaves que parecían muy antiguas.

—Es mi departamento —explicó mientras intentaba abrir la puerta —vivimos aquí mi socia, otra amiga y yo.

—Roomies.

Por supuesto no era tampoco tan extraño. La cafetería era recién nueva y seguramente todas habían aportado dinero para abrirla. Lo lógico era que compartieran vivienda.

—Algo así.

Akane siguió girando la llave y entonces algo tras nosotros captó mi atención en mi visión periférica. La calle estaba vacía por causa de la lluvia, pero a lo lejos había una silueta voluminosa solo de pie, sin intención de moverse.

Un suspiro frío salió de mi boca y el sonido fue como si la hubiera llamado, la silueta inició su caminata haciéndose a cada paso más grande, a cada paso más notoria.

Comencé a descubrir detalles conforme se acercaba, una persona de complexión robusta, hombre, con un impermeable largo y una bandana en la cabeza, gafas que reflejaban la luz de las lamparas de la calle.

Me quedé petrificado cuando lo noté.

Era imposible, pero era idéntico.

—¿Papá? —la pregunta fue más para mí.

El hombre que caminaba hacia nosotros, porque así parecía estarlo haciendo, bien podría ser mi padre si tan solo yo no tuviera la certeza de que el viejo estaba enterrado bajo la tierra desde hacia más de un año.

Un súbito miedo me cubrió conforme más se acercaba. Apreté mi mano con fuerza alrededor de la de Akane y cuando parecía inevitable que estuviera por mirar la cara del hombre bajo la luz de un poste cercano a nosotros escuché el crujir de la puerta y Akane me arrastró dentro.

Y sentí alivio.

—¿Estás bien? —preguntó divertida alzando más su cuerpo al pararse de puntitas para intentar mirarme a los ojos —Parece como si hubieras visto un fantasma.

Apreté los ojos un segundo regulando mi respiración —creo que lo vi.

—¿Un fantasma? —sus ojos estaban abiertos más por la sorpresa genuina, o eso creí cuando me dispuse a mirarla, que por la burla como esperaría de cualquier persona. Luego volvió a descender su altura y sujeto mi otra mano con la suya a modo de consuelo —probablemente fue por causa de la lluvia, bajo el agua uno piensa ver cosas que no existen.

La sorpresa fue mía cuando elevó mis manos hasta que sus labios rozaron mis nudillos. Un beso primero —No pienses en eso —otro beso después —¿sí? —su tono era miel.

Tragué saliva sin saber que responder. La única certeza que tuve ante aquel gesto suyo fue la de volver al momento con esa chica hermosa y olvidarme de las cosas que no podían existir, como mi padre bajo la lluvia.

—Sí —respondí.

De repente la luz alumbró todo frente a nosotros cuando Akane soltó una de mis manos para accionar el apagador. Entendí mejor el motivo de su cercanía y el porque no nos habíamos movido más allá de aquel espacio reducido que funcionaba de recibidor.

Y es que tras su espalda se apreciaba una muy inclinada escalera.

El espacio donde estábamos era a penas lo suficiente para solo nosotros dos y eso incluía tener tan cerca de mí su figura como para oler con calma su aroma a cerezas y sándalo.

¿Acaso estaba oscuro cuando entramos? ¿No había visto yo luces desde el exterior a través de los cristales?

Me deshice del pensamiento.

—Oh vaya, creo que nunca había visto una entrada de este tipo. Con una escalera tan estrecha —intenté darle sentido a lo que había visto fuera contra lo que estaba viendo ahora.

En verdad el recibidor no solo era pequeño, también era estrecho, mis hombros apenas tenían espacio libre a cada extremo de la pared que envolvía a su vez la escalera. Paredes de madera ceñidas a cada lado que permitían el paso a una persona a la vez en aquel viaje piso arriba.

—Lo sé, pero ofrece cierta protección si lo piensas.

Miré la pendiente con más detenimiento y al final de aquella secuencia que se antojaba infinita de escalones solo había otra puerta, una que desde donde nos encontrábamos parecía pertenecer a una casa de muñecas de lo pequeña que se veía. Era un largo camino hacia arriba.

—¿Cuántos escalones son? —mi curiosidad preguntó y puede que también el repentino dolor en las piernas por la inclinación.

Debí haber retomado el ejercicio la semana anterior, pensé.

—Un poco más de 50, supongo. Nunca los he contado.

—Y… ¿que hay entre estos escalones y el siguiente piso? —toqué con mi palma la madera de aquella pared —¿Qué hay detrás de estas paredes como para robar tanto espacio a la escalera?

—Tranquilo, lo que hay detrás es parte de la cocina de la cafetería —su sonrisa realmente me serenó, aunque más que su sonrisa fue la confianza con la que había contestado.

—Claro —me sentí tonto de haber dudado o de entrar en un mini ataque de paranoia.

Justificado completamente porque no era muy entusiasta de los espacios pequeños, no que sufriera claustrofobia pero la poca luz y el estar encerrado… no era mi definición del ambiente perfecto para pasarla bien.

De repente Akane pasó sus dos brazos, al dejar libre mi otra mano, por debajo de los míos a un costado de mi cintura.

Mi corazón retumbó más y más ante el repentino movimiento pero mientras esperaba lívido a que ella me besara o colocara sus manos por mi espalda para cerrar el abrazo, por que fue lo que supuse haría con aquel contacto, escuché tras mi espalda como la llave tronaba con cada giro… estaba cerrando la puerta y yo no lo cuestioné.

Aliviado y decepcionado por partes iguales.

Si lo pensaba con la cabeza fría esto era una tontería para los dos. Ella apenas me conocía y yo también. Y estábamos ahí, encerrados en aquel diminuto espacio. Dos extraños.

¿Cómo confiaba en mí?

Yo confiaba en ella porque hasta donde cabía la posibilidad yo podía ser un asesino serial y ella se estaba encerrando en su casa conmigo. Lógicamente yo era más una amenaza por donde se le viera, era más alto, con más músculos, con más fuerza. Entrenado en las artes marciales estilo libre, lo que significa que todo se valía como arma. Sabía como defenderme.

Fríamente ¿qué daño podría hacerme ella a mí?

Me quedé sobresaltado ante la sombría idea que había surgido en mi mente.

—No tengas miedo —colocó una mano sobre mi pecho y yo miré sus dedos encima de la tela de mi camiseta —no haré nada que no quieras.

¡Por todo lo sagrado! ¿Acaso me había congelado bajo la lluvia mientras me decidía ir a cenar y todo esto era un sueño muy lúcido?

Cuando volví a tragar saliva por los nervios el regusto en la lengua de las especies del ramen que había comido en el Nekohanten me dejó en claro que no era un sueño, que era verdad.

Una chica bonita, una chica además muy atrevida. ¿No era esto lo que yo había querido? Una chica que se atreviera a dar el primer paso, que supiera que quería de mí.

El problema era que ahora yo no estaba del todo seguro lo que quería de ella. Porque quería más, más que el simple acostón que prometía aquella noche.

Quería… conocerla.


Hello mis guapos lectores y felices fiestas! Esta historia originalmente se me ocurrió a principios de Agosto y comencé a elaborarla como un OneShot pero empezaron a salir más y más detalles así que al final decidí hacer un mini fic de dos capítulos peeeero... el primer capítulo es demasiado largo para un solo archivo por lo que para fácil lectura decidí dividirlo en 3.

Estos tres primeros capítulos ser subirán diario este fin de semana.

Yo sé que el tema va a incomodar a algunos, pero es una historia de Día de brujas debe. No quise colocar TW porque siento que al hacerlo les daría muchos spoilers y si algo odio en esta vida son los spoilers.

Gracias a mis incondicionales lectoras, sin ustedes en serio no publicaría nada jaja. Gracias especiales a EroLadyLawliet por tú incondicional amistad y ánimos, ¡eres mi roca literaria mujer!

Y basta, les mando muchos abrazos y besos y les deseo recolecten muchos dulces en estos días :D