El resto ya se lo saben…
Los personajes no me pertenecen son creación de Rumiko Takahashi,
Sin embargo esta historia es invención mía.
Nota de la autora: Este mini fic es para celebrar El día de todos los Santos. Si hay una época que más me gusta es sin duda el ambiente alrededor de Halloween y Día de Muertos.
La historia está dividida en capítulos que ya están concluidos y se subirán en el transcurso de estos días.
Disclaimer: La historia habla sobre temas que pueden ser sensibles para algunos públicos, se recomienda discreción.
—Ven conmigo—
El barrio entero olía a muerte. Olía a la podredumbre usual característica de los humanos.
Humanos que nacen, crecen y se pudren.
Son fastidiosos y aburridos. Son solo una espora en el universo. Yo lo sé porque he andado siglos por todo el mundo y conozco su naturaleza salvaje.
No valen nada. No son nada.
Y a pesar de que lo sé y que estoy consciente de lo que son no me puedo decidir por terminar la vida de alguno esta noche.
—Me estoy aburriendo Akane —bostezó a mi lado Ukyo cambiando la posición de su cabeza al sostenerla con la otra mano —solo elige a uno.
Por supuesto la ignoré y mientras lo hice alcé mi brazo porque me apetecía una taza de café. Con este simple gesto podía pedirle al chico bonito que nos trajera bebidas con canela y mucha espuma. No era necesario asegurarme de que él me viera, yo sabía que había escuchado igual mi petición en su cabeza.
Diseccioné con la mirada a los humanos que estaban en la cafetería resguardándose de la fuerte e imprevista lluvia fuera. La gente entraba al lugar más de lo que salía, abarrotando el espacio cálido. Lo que era ideal para mí, más gente equivalía a más posibilidades.
—Aquí tienen —habló el jovencito de kimono negro y rojo que se volvía tímido cada vez que se acercaba a Ukyo. Su vestimenta de mujer lo embellecía. Era lindo.
Con mucha habilidad y gracia dejó en nuestra mesa las dos tazas de café.
—Gracias —respondió Ukyo con un falso y sobre endulzado tono de cortesía y escuché como el corazón del chico se aceleró. Si, si, él se sentía atraído por mi hermana. La espié sin cuidado ¿Ukyo que sentía por él?
Al ver que Konatsu no se movía yo también le agradecí la atención y solo así se distrajo lo necesario para relajar el palpitar en su pecho que instantes antes sonaba como una canción animada, llena de deseos peligrosos.
La música que más me gustaba oír y que con tanta fascinación coleccionaba era la de los corazones ilusionados.
Lo escuché en el retumbar de su pecho, no era solo atracción, no, él realmente parecía ya haber enaltecido en sus pensamientos a mi acompañante. Lo imaginé con solo ver el asombro en los ojos de Ukyo.
—Dile a la chef que envíe panqués con nata —le ordené a Konatsu y él asintió de modo silencioso observando disimuladamente a la razón de su obsesión.
Cuando se marchó capté a Ukyo de soslayo sin apartar su atención del chico.
—¿Qué? —preguntó divertida. También lo había escuchado pero más segura estaba de que había visto lo que su mente pensaba de ella.
—¿Piensas llevártelo o solo jugar con él?
Ukyo se movió en su asiento y lo contempló descaradamente, mucho más obvia ahora para que no existiera confusión alguna en su deseo. Él seguía embobado en ella tratando de manera inútil no mirarla cuando era lo único que estaba haciendo desde la entrada de la cocina.
—Tal vez, a lo mejor se me antoja tenerlo a mis pies unos días y después lo empleo para algún hechizo. O solo lo mantengo como mi esclavo hasta que me parezca soso.
Gemí como respuesta mientras tomaba mi taza de café —¿Y si me decido por él?
Ukyo gruñó por lo bajo —Yo lo vi primero. No puedes. Es mío.
Sonreí satisfecha de molestarla. A mi no podía mentirme cuando la conocía tan bien, cuando habíamos vivido tantas cosas juntas. A ella ese muchachito le gustaba más de lo que le convenía.
Era una mala idea.
Suspiré sin proponérmelo. ¿Qué no sabría yo de malas decisiones? De lo peligroso que podía resultar estar demasiado interesada en uno de estos humanos.
Bebí de mi taza, contemplando con mayor interés a Konatsu. Torturando a Ukyo. El placer de fastidiarla últimamente era lo que me daba vida pero sobre todo lo que me distraía de mis obligaciones.
—No puedes Akane —dijo de nuevo, esta vez más insistente y con una nota de preocupación en su voz —Yo ya lo he reclamado. Es ley y si te atreves voy a…
Agité la mano para desestimar su letanía y callarla —Si, si, si, tranquila. Solo quería fastidiarte. Estoy también demasiado aburrida.
Ukyo me mostró la punta de sus colmillos defendiendo lo que había proclamado como suyo por derecho y sus pupilas casi se cubrieron de negro un segundo —Estas inexplicablemente indecisa. Se supone que es tu deber como la heredera del aquelarre… — hizo una pausa con una sonrisa cargada de promesas en sus labios, de amenazas dolorosas —Ya sabes, a lady Hinako le va a molestar cuando le cuente tus problemas para decidirte.
Se miró las uñas con indiferencia cuando la fulminé con la mirada.
—Justamente porque ella sabe la relevancia de mi decisión debo elegir al mejor.
—Creí haber entendido que ella ya eligió a alguien para ti, un tal Shinnosuke escuché. Me contaron que es indebidamente atractivo.
Puse cara de fastidio —Sí, también me lo dijo. Más a pesar de que el tiempo se agota le pedí unos días antes de que lo traiga. Un hombre elegido por lady Hinako no estoy segura de que sea lo que quiero.
Ukyo se lamentó —Solo elige a uno guapo y ya. ¿Qué tal aquel? Por lo que leo dentro de su cabeza es un rico heredero de apellido Kuno —señaló sin problemas con el mentón a un joven adinerado muy alto, de cabello negro y ojos azules con expresión petulante —Si es rico e influyente podría ser de mucha ayuda.
El hombre era apuesto, en eso tenía razón, pero carecía de un alma pura suficiente para lo que necesitaba. Esto era importante para mí.
—Tiene el alma podrida —confirmé sin bajar mi taza —no me servirá.
Ukyo chasqueo la lengua —al menos un tiempo te serviría y además podrías jugar con él, divertirte. ¿Hace cuanto que no te diviertes Akane? Por lo menos desde Jusenkyo.
—¿Jusenkyo, cuando? —la miré con odio. Una advertencia que no debía pasar por alto.
Suspiró indiferente —esta bien —se levantó de su asiento alisando su atuendo de esa noche —iré a besuquearme con Konatsu para pasar al menos el rato. Enviaré con alguien más tu postre.
La miré desde abajo y asentí. No podía culparla por estar tan harta, nos habíamos pasado las últimas semanas sentadas en aquella misma mesa mirando hombre tras hombre y ninguno me convencía para mi ritual.
Pronto expiraría el tiempo para realizarlo y pensar en esperar nueve años más otra vez me estaba irritando. Ukyo no sabía que ahora buscaba al candidato perfecto por mí, porque pretendía romper el ciclo del fénix. Quería poner fin a esta tortura temporal y cobrar mi venganza, nuestra venganza.
Había localizado a los últimos sobrevivientes de la dinastía Musk y tenía grandes planes para ellos.
¡Oh! Me daban escalofríos de solo pensar en la exquisita idea de clavar dagas en su piel, como muñecos vivientes del vudú. Me lo debían. Ellos ya sabían que iría tras sus almas malditas. Sabían que tendrían que pagar como todos los otros lo habían hecho. Su malnacida descendencia.
Pasé mis dedos por la calidez de la luz artificial al centro de nuestra mesa y entonces escuché la puerta abrirse otra vez, pero a diferencia de la sensación soporífera usual en esa diminuta fracción del tiempo sentí una ráfaga de energía distinta a la que irradiaban estos humanos a mi alrededor.
Puse atención y escuché unos pasos ya habituales de alguna de las gemelas acercarse al recién llegado. La vocecita de Link le ofreció un lugar en la barra al hombre, mismo que lo rechazó con una voz rasposa alegando que compraría todo su consumo para llevar y que su plan nunca había sido el quedarse. De modo que Link se alejó diligente para buscar un menú.
Entonces sí me interesó verlo.
El endeble sujeto fue directo a los estantes donde se exhibía la mercancía esotérica que tanto llamaba la atención de los humanos curiosos.
Era risible ver como algunos se sentían ofendidos y otros emocionados. Como si alguno de esos objetos fueran mera coincidencia cuando los elegían incluso en contra de sus creencias. Como si no hubieran sido preparados para alguna de esas probables almas a encantar por mí o alguna de mis protegidas.
Nada en esta cafetería les ocurría solo por casualidad. Aquellos objetos eran una especie de anzuelos tendidos en una amplia red de pesca.
Pero este humano era otra historia. Nada ahí estaba expuesto para pescarlo. No a él. No a su energía extraña.
Alcé a modo precavido la mirada, un poco más suspicaz de lo que yo misma creí, al sentir crecer esa energía. ¿Un brujo? ¿Un espíritu que había reclamado un espacio dentro del humano para cohabitar? No, esto era algo que danzaba entre las sombras.
De espaldas a mí, acariciando por encima con las yemas de sus largos dedos los objetos en exhibición, comencé a analizar minuciosamente al hombre enjuto, alto, de traje oscuro. Nada que fuera una amenaza salía de aquella figura, aunque igual nada era simplemente humano.
Tuve que levantarme para descartar si el lugar de procedencia real de aquella energía era ese hombre y no algo que portara. Algún objeto embrujado tal vez.
El movimiento me hizo recordar eventos menos agradables con cada paso. ¡Basta! Chasqueé los dedos y estiré el tiempo lo suficiente para mirarlo de frente con calma.
Cuando alcé mi rostro ya de pie frente al hombre él bajó sus iris hacia mí.
Lo supe.
El tiempo volvió a su lugar y yo me levanté de nuevo de mi silla al regresar todo a la normalidad.
Las tazas se movían en las mesas de madera, los platos golpeaban superficies rígidas y las conversaciones se elevaban por encima de todos los presentes como un baile de antaño. Y yo me abrí paso entre todo ese mundo de sonidos como la dueña que era del espacio que les ofrecía a estos seres, sin titubeos y confiada.
Cuando me coloqué al lado de aquel hombre este sonrió complacido sin necesidad de girarse. Seguro recordaba como un sueño nuestras miradas analizarse aunque estaba yo confiaba de que él no tuviera la certeza si había sucedido tiempo atrás o solo unos segundos antes, y por supuesto esperaba que yo me acercara primero. Nuestra interacción solo era un déjà vu para él.
—Una hija de la Diosa de la noche, —parecía animado volteando con lentitud teatral su rostro para observarme —tan hermosa como cualquiera creería que es, mi señora. Las pinturas no le hacen justicia.
Observé con más precisión el tatuaje en su pecho y deje soltar el aire contenido con los labios relajados —Un sacerdote de la noche —alcé una ceja aliviada de ver que aún se mantenía con vida la orden de aquellos caballeros que nos habían intentado salvar en innumerables ocasiones o que habían intervenido con sus propias vidas para conseguir ayudarnos.
Uno incluso me había advertido de un monstruo cuando era una bruja joven en las vísperas de mi ascensión.
El hombre hizo una suave reverencia, algo que solo yo podría notar.
—Sentí la energía de la casa de la Diosa en este sitio y creí que solo estaba mal interpretando todo, pero ahora me doy cuenta que un aquelarre se ha escondido en este edificio.
—Una parte, algunas de mis hermanas más pequeñas y que están a mi cargo —miré a Link volver con la carta y cuando se dio cuenta de mi presencia pasó un pie tras su tobillo en una reverencia más notoria con el brillo que muchos humanos catalogaron por años como algo impío danzando en sus ojos. El brillo de nuestra Diosa de la noche, la bendición sobre todas sus hijas.
—Regresa en diez minutos niña —le ordené —y no pidas ni una moneda de oro a este caballero.
—Como ordene, mi señora.
El sacerdote sonrió de lado —No es necesario pero le agradezco el gesto, mi señora.
—¿Qué necesitas de este mueble, sacerdote?
—Nada en realidad —se giró de nuevo hacia los objetos —Mi único mal para con esta hermosa red es que soy un coleccionista de mazos del tarot y tuve la necesidad de contemplar la selección que han puesto a la venta.
—Son inservibles —afirmé —lo sabes ¿cierto?
—Lo sé, es regla de los aquelarres no dejar que nadie realmente mire más allá del presente independiente de sus motivos para colocar algo de este tipo aquí —sus ojos se movieron hasta donde los atrapa sueños —¿Siguen necesitando absorber sueños, dulce dama de la noche?
—Para una mujer como cualquiera de nosotras, que no duerme y por obviedad no sueña, el alimentarse de las vívidas fantasías de los humanos es como…
—Una sobredosis de endorfinas y dopaminas —completó y yo moví la cabeza de arriba abajo —No era mi intención ofenderla.
—No lo hiciste, las verdades no pueden ser ofensas porque son ciertas. Las especulaciones y las calumnias… —lo contemple con amargura —ya conoces la historia.
El sacerdote miró por encima de mi hombro al resto del lugar —Es un sitio muy pintoresco. Pero… ¿una cafetería?
—Necesito un hombre en particular para un ritual particular, no quiero atraer demasiada paja para encontrar la aguja.
—Sabe lo que piensa la orden respecto a los rituales, me temo que no puedo ayudarla.
—No quiero tu ayuda. Y sí, conozco la advertencia de la orden pero todo se hará de manera limpia y discreta. No moveré nada de la vida de quien resulte… ¿cómo lo llaman ustedes? ¿Condenado?
El sacerdote frunció los labios en desacuerdo.
Reí satisfecha de su malestar —No te debo nada, mi deuda con los tuyos ya ha sido pagada muchas veces. No te puedes meter en esto.
—Lo comprendo, mi señora; pero habla con tanta ligereza cuando se trata de una vida. No puede esperar que me quede tranquilo cuando piensa cometer un asesinato.
—De un humano —hablé como si le estuviera diciendo que podaría la hierba mala —No significa nada para mí salvo un mal necesario.
—¿Tanto odio sigue habitando en su corazón?
No le debía explicación alguna y esto ciertamente no le importaba. Este sacerdote era nuevo, si acaso unos 26 o 27 años de vida tendría, no podía saber toda la verdad salvo lo que sus mayores le hubieran adoctrinado. Aprender no era lo mismo que vivirlo.
Y sin embargo el modo como me contempló, su lástima era un frío recordatorio de mi propia compasión por seres inferiores. Y yo tenía encerrados todos esos sentimientos que me habían vuelto una vez débil en un mejor lugar.
Pasé de él y tomé el mazo que había estado contemplando, lo envolví con mis manos y recité un conjuro para liberar el paso del tiempo por las cartas.
—Toma, piensa en esto como el generoso pago por tu silencio. Ahora pide lo que quieras de la cafetería y lárgate de mi magnífica trampa.
El sacerdote se inclino hacia mí, un gesto atrevido y peligroso y yo le concedí seguir vivo por animarse a desafiarme, por brindarme una emoción olvidada. Le concedí recordarme quien era yo y por qué quienes sabían lo que yo era me temían y que era justo el motivo exacto por el cuál este hombre no lo hacía.
Tras décadas de andar en la niebla de humanos ignorantes saber que alguien, además de mis hermanas, me reconocía como algo oscuro y peligroso fue vibrante.
Yo era el heraldo de libertad de mis hermanas. No una bruja cualquiera. Pronto la justicia rompería el horizonte triunfal.
—Gracias, mi señora —su quijada se tensó, por supuesto no estaba de acuerdo pero se encontraba en mi casa y no tenía opción más que resignarse si es que quería salir entero de aquí —. Espero que realmente valga la pena el sacrificio que piensa realizar —murmuró acercándose a mi oído como un secreto.
Yo lo observé a los ojos cuando se separó, nuestros labios tan cercanos que podía sentir su respiración debajo de mi nariz —Lo vale —alcé una ceja —Mataría a cada maldito humano en esta cafetería sin chistar si con ello garantizara obtener lo que quiero.
Asintió y justo en ese momento Link apareció a su lado mientras yo lo abandonaba.
Por supuesto que valdría cada maldita vida.
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Dos siglos atrás…
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La imagen por sí sola era escandalosa. Cuerpos balanceándose en un vaivén macabro mientras la carne podrida seguía desprendiéndose del hueso.
La sangre hacía mucho que había sido drenada por la gravedad dejando un manchón oscuro en el pasto debajo y la piel que aún quedaba se veía cetrina, también se notaba que allá donde deberían estar las marcas de moretones solo manchas negras y verduzcas relucían.
El cabello eran jirones de lo que queda, sin duda la gente se había ensañado en arrancarles en carne viva trozos grandes que incluyeron tramos de cuero cabelludo durante el jaloneo o a lo mejor por causa de alguna clase retorcida de tortura.
Lo peor era la ausencia de los ojos, en todas aquellas mujeres solo se podían contemplar ahora cuencos negros. La oquedad le hacía a uno preguntar, ¿Qué atrocidades habrían contemplado? De pensarlo se me helaba la piel.
—Sin duda también les cortaron la lengua. Probablemente el clima no permitió quemarlas y pensaron que cantarían.
Escuché la voz de Ukyo en un suave murmullo solemne pero sabía que estaba igual de dolida por lo que veía como yo. Seguro se daba cuenta de mi aprehensión y el peso en mis hombros ante la escena porque sentí de repente, cuando no respondí, como cruzó su meñique con el mío. Una caricia cómplice que decía no estas sola, me tienes a mí.
Negué con la cabeza —Lo han hecho como una advertencia para cualquier bruja que se atreva a entrar.
—Ya no las mires, Akane. No hay forma alguna de ayudarlas. Sus almas han partido hace mucho de regreso al seno de la Diosa.
—Al menos deberíamos bajarlas —mi voz sonó tan seca como sentía la boca —Darles digna sepultura.
Jaló de mí y yo giré la cabeza ante el gesto —No podemos —su rostro también estaba igual de entristecido por la crueldad —si alguien nos ve… —señaló con la mandíbula la carreta que empezaba a aparecer a lo lejos.
—Malditos hijos del sol —murmuré con los dientes apretados y la bilis danzando en mí lengua. Todos los humanos eran iguales, soldados del templo o no, eran bárbaros.
Ukyo me soltó y recogimos del suelo los bultos que cargábamos con nuestras pocas pertenencias.
Pasando la colina asomarían los techos rojizos de aquella villa mezclada en costumbres que se tendía al pie de las montañas de todo el territorio de Jusenkyo.
Había decidido cumplir en esa villa, a mitad de tanta magia, mi cometido.
La tarea para la cual la soberana Lady Hinako sentía ya estaba preparada. Era muy simple y sin embargo significaba la demostración más fiel y compleja que se le podía exigir a una bruja como señal de lealtad y la búsqueda de su propia ascensión.
Un corazón.
La vida de un humano jamás sería igual de preciosa que la de una de mis hermanas. Y yo debía demostrarlo si pensaba ser algún día quien guiara a un aquelarre propio antes de tomar el trono para el cual estaba destinada.
Me sentía lista para ejercer mi derecho divino.
Cerré el puño alrededor de la tela de la falda de mi vestido para levantarla y dejé atrás a aquel aquelarre que había sido sacrificado en nombre de la luz, pero la realidad de sus trágicas muertes había sido a causa de los prejuicios de los hombres.
Contrario a lo que se pensaría ninguna de esas brujas que ahora colgaban de las ramas de los árboles habría hecho daño a alguno de estos seres inferiores; eran brujas herbolarias, sus dedos estaban manchados con los rastros de los tintes y las ampollas provocadas por trabajar con hierbas, flores y tierra. Si acaso su único pecado fue que ellas salvaron vidas con sus pócimas y sus ungüentos. No estaban hechas para la guerra.
Alguien debió haberlas delatado, un mal agradecido a quien seguramente hubieran salvado y quien se hubiera negado a pagar con un recuerdo.
Los recuerdos de los humanos ayudaban a las plantas a crecer más rápido, ese era el único pago que una bruja herbolaria deseaba más que otra cosa.
Las brujas teníamos un mal nombre porque no nos regíamos bajo las reglas sin sentido de los humanos, amábamos el conocimiento y ejercíamos dicho poder. Los hombres eran hipócritas que predicaban una gloria bendita que estaba manchada de sangre cuando blandían sus espadas y conquistaban territorios que no les pertenecían.
Nosotras tuvimos que defendernos cuando quisieron atar nuestras manos, silenciar nuestras voces y cegar nuestros ojos por no comulgar con sus creencias y sus hábitos. Por no doblegar nuestra voluntad ante ellos. Por no ceder nuestras tierras o regalar nuestro conocimiento.
No obstante, aunque siempre hemos sido más poderosas y listas ellos en algún momento nos superaron en número. Además contaban con algo que consumía nuestros dones con facilidad, luz solar concentrada o lo que se conocía coloquialmente como el fuego celestial. Una flama especial que provenía directa del sol y que adquirían con un mecanismo reflejante en sus templos.
Los legionarios llevaban entre sus tropas lámparas especiales para poder salvaguardar de los climas caprichosos dichas flamas, pero no solo eran las lámparas de luz lo que nos preocupaba. El hierro y acero en sus manos estaban manchados con nuestra propia sangre.
La sangre llama a la sangre, es por ello que por décadas pensamos que a veces se les facilitaba encontrar a las nuestras solo cuando había sangre derramada.
Y las mujeres sangran cada mes.
Los humanos, los hombres, siempre nos han dado caza porque nos temen. Porque temen a nuestro poder y las maravillas que nosotras somos capaces de hacer, nosotras y no ellos… los conquistadores.
Cuenta la historia lo siguiente…
Su Dios Celestial era uno de los muchos amantes de nuestra Diosa de la noche, celoso del poder natural de nuestra Diosa y de las bendiciones que ella ofrecía al compartirlo con los hombres y mujeres de la Tierra el ser de luz le arrebató su dominio sobre la mayoría de los humanos.
Apartándoles de su lado. Y sin súbditos la Diosa de la noche solo era una luz en el firmamento.
La engañó cuando se aprovechó de ella al pensar que el Dios les daría una bendición mientras en cambio este por una maldición los obligó a dormir. Esa ruptura en la unión con los hombres y mujeres causó que el reino de la Diosa se partiera en dos, creando el día y la noche en lugar del hasta entonces velo nocturno que nos dotaba de toda esa magia naciente de la Diosa.
No obstante ella al menos fue capaz de proteger a un pequeño grupo de mujeres devotas, escondiéndolas del Dios Celestial en uno de los templos que todavía estaban en pie dedicados a ella durante el inicio de la nueva regencia.
Nosotras somos las descendientes de aquellas mujeres. Lady Hinako es la última hija directa de aquellas mujeres, y yo nací para ser la sucesora de Lady Hinako. La tercera hija de la tercera hija de la tercera hija.
Cuando el Dios Celestial se dio cuenta de que su triunfo se había eclipsado por un puñado de defensoras de la oscuridad él les otorgó un fragmento de su propia luz solar en estado puro a los hombres que habían seguido obedientemente sus mandatos. Esperando paciente que con ello esos caballeros y legionarios desarrollaran poderes propios como las hijas de la noche los habían mantenido.
Lo que no ocurrió.
Centenares de años pasaron, pero la caza de aquellos legionarios sigue tan activa como el primer día en que su Dios ordenó matarnos por el miedo y el cansancio de esperar.
Lo que el Dios no sabía era que no se trataba solo de los hombres y mujeres para que estos produjeran poderes como él había pensado. Era una combinación correcta provocada por el manto de la Diosa sobre estos, la fe en ella. Y bueno… para el Dios Celestial la decepción y el fiasco fueron solo una burla de la Diosa a quien se atrevió a engañar una vez con palabras de amor. Toda aquella conquista no había valido lo que esperaba así que cuando no puedes obtener lo que quieres, entonces eliminas lo que deseabas.
Admito que una guerra no se puede jugar en solitario, es cierto, también hemos hecho cosas que podrían fácilmente cuestionarse.
Para nosotras siempre ha estado muy claro que la guerra no es un terreno de santos. No blandimos estandartes orgullosas, ni desfilamos como heroínas. No aún, no hasta que acabemos con el dominio de los hombres del Dios Celestial y volvamos a regir sobre los mortales en nombre de nuestra Diosa.
—Señoritas, señoritas —la carreta se detuvo a nuestro lado cuando al fin nos dio alcance y un hombre con vestimentas ostentosas se asomó por un lado —¿Se dirigen a la villa?
Ukyo fue la primera en detenerse, alzó su rostro con una sonrisa elaborada solo para hombres como aquel. Simplones de nulo atractivo que buscaban obtener con tontas frases y actitudes mediocres un lugar entre nuestras piernas.
—Así es mi señor —respondió melosa.
Parecía desagradable y apestaba a licor, pero si aquella carreta nos evitaba andar a pie hasta la villa sería muy bien recibido. Y además iba a ser mucho menos sospechoso que entráramos como acompañamiento de hombres comerciantes que dos mujeres solas a pie. Entre menos atención llamáramos por el momento mucho mejor.
Del frente del toldo elevado que cubría la carreta la tela de la puerta se extendió lo suficiente y un segundo hombre se asomó abriendo mucho los ojos, mirándonos sin reparos de pies a cabeza —Podemos llevarlas si así lo desean.
Ukyo me miró por el rabillo de su ojo, una pregunta silenciosa para comprobar si compartíamos la misma idea. Asentí y di un paso al frente.
—Lo deseamos —respondí con lentitud, acercando mis ojos a los de ambos hombres por turnos —¿Ustedes lo desean? ¿Desean llevarnos en su carreta hasta la villa?
Observé como brillaba danzante en el iris de sus ojos la conexión que había creado para domar sus mentes, el hechizo para doblegar su voluntad a mi placer hacía efecto.
Era justo por este don que se decía que la soberana Lady Hinako me había nombrado sin chistar su sucesora, a pesar de que en realidad todavía no demostraba mis cualidades al completo.
Si quería dejar claro ante todas las brujas que yo era digna del título y que no era solo un designio primero tenía que cuidar de mi propio aquelarre antes.
—Por supuesto que sí —respondió el primero con lentitud sin dejar de observarme, hechizado por completo.
El segundo se movió a un lado abriendo la puerta de tela para darnos espacio y fue cuando un tercer hombre salió.
—¿Qué ocurre imbéciles? ¿Por qué nos hemos detenido?
Era un hombre joven, apuesto, de piel ligeramente bronceada y rasgos definidos. Espalda recta y mirada orgullosa, este hombre no era cualquiera aunque sus ropas lo quisieran disfrazar.
—¿Ustedes quienes son? —su pregunta fue dura, pero su mirada fue peor.
Tanto Ukyo como yo hicimos una reverencia igualmente estudiada —Solo un par de campesinas que buscamos probar suerte en la villa, encontrar algún empleo —contesté con el discurso que teníamos preparado y que más utilizábamos para cada pueblo que visitábamos mientras ejercitábamos nuestros dones.
El hombre hizo lo que sus otros dos acompañantes, nos miró de arriba abajo, pero a diferencia de ellos él no parecía encantado con nuestra presencia sino que daba toda la impresión de que éramos un obstáculo en su camino. A lo mejor si lo éramos.
—Con esas vestimentas de niñas ricas no me creo el cuento de las campesinas.
Apreté los ojos al instante que cuestionaba nuestra apariencia. ¡Mierda! Del último sitio donde habíamos estado nos llevamos los mejores vestidos de la dueña, una mimada aristócrata europea.
—Estamos buscando refugio. Huimos del cruel prometido de mi prima —dijo Ukyo con su mejor voz quebradiza.
Me costó mucho trabajo no sonreír ante su ingenio para resolver la situación con el cambio de jugada.
El hombre siguió mirándonos con dureza pero algo en lo que Ukyo le había contado parecía haber hecho mella en él y se desplazó a un lado.
—Es peligroso que dos damas de sociedad anden por ahí solas —torció la boca —supongo que pueden entrar a la villa con nosotros pero después, cuando lleguemos a donde nos dirigimos, es problema de ustedes lo que hagan. ¿Entendieron?
Ambas afirmamos con cautela y subimos a la carreta.
—Yo soy Herb y estos idiotas son mis compañeros, Lime y Mint —se presentó el extraño y duro hombre y fue todo lo que habló por el resto del camino hasta que se detuvieron en el establo de la taberna más popular y ruidosa.
Nosotras tomamos nuestras pertenencias y mientras el grupo de la carreta entraba a la ruidosa taberna Ukyo y yo caminamos en sentido opuesto rumbo a la tienda de alimentos para re abastecernos.
No teníamos planes de quedarnos en el pueblo, nunca lo hacíamos. Usualmente solíamos acampar en los alrededores ya que solo permanecíamos un par de días.
Esta ocasión no sería diferente. Investigaríamos que había ocurrido con el aquelarre, trataríamos de encontrar un objetivo para mi ritual y nos iríamos con los bolsillos lo suficientemente llenos para poder regresar a casa, al otro lado del mar.
—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—
Ya teníamos instalada una tienda de campaña sencilla en un pequeño prado protegido por arbustos de hojas largas que nos cubrían a la vista de cualquier curioso que pasara a la distancia.
La noche ya había caído al fin y ambas teníamos en la mente el mismo tema, Herb.
Por supuesto que el nombre no nos era desconocido a ninguna de las dos cuando lo escuchamos. Usualmente la gente que podría considerarse una amenaza a nuestros aquelarres debía ser del conocimiento a la perfección de toda bruja.
Herb no era un simple comerciante como habían querido disfrazar él y sus acompañantes con esa carreta llena de telas y granos y metales. No, no, no, pues al igual que ese medio de transporte él tampoco era quien parecía ser. Él era el heredero de la dinastía Musk y por lo tanto el príncipe dragón.
—Esconde su aroma ¿lo notaste? —Ukyo empujó con una vara los troncos en nuestra fogata hecha con fuego de bruja, el único al que podíamos acercarnos con seguridad sin necesidad de protecciones o encantamientos.
Los ruidos alrededor de nuestro rústico campamento crepitaron con la voz de Ukyo que rompió el sonido del bosque.
—Y por lo mismo me pregunto si él notó que no éramos simples humanas.
—Hubiera dicho algo, dudo que sea de los que mantiene la compostura o la boca cerrada. Viste lo fácil que desmanteló la historia de las campesinas.
Un amago de risa forzada sonó en mi garganta —Eso no dice nada, tan solo mira como vamos vestidas.
Arrojé los huesos de mi pieza de carne al centro del fuego, la llama se rompió ante el choque y chirrió para luego volver a su danza habitual.
—Yo creo que sí se dio cuenta, pero también creo que sabe que no le conviene entrometerse en nuestros asuntos porque implicaría darnos permiso de entrometernos en los suyos.
Ukyo aulló con decepción —pensé que iríamos a buscarlos a la taberna para averiguar cual es su propósito tan lejos de sus dominios.
—Los dominios de la dinastía Musk no se encuentran tan lejos de aquí, uno o dos días a pie —señalé con la mirada las montañas que se perdían a la distancia en el horizonte nocturno.
—Pues para un incordio como el que suelen ser todas esas tribus que se alimentan de la magia del agua de Jusenkyo yo siento que es mucha distancia de por medio.
Me giré hacia donde se encontraban las luces de la villa. El pueblo a mitad de todo lo que era Jusenkyo. Tan inquieto y ruidoso como cualquier pueblo humano. Como si los habitantes buscaran activamente desafiar a las bestias que los rodeaban.
—Algo trama. Pero no es de nuestra incumbencia. Tenemos otra misión.
—¿Iremos al pueblo esta noche?
Suspiré harta del viaje pero al segundo siguiente una sonrisa llena de malicia se dibujó en mi rostro —Por supuesto que sí, solo hay que darnos un baño y cambiarnos de atuendo. De otro modo no llamaremos la atención de alguien que valga lo necesario.
—¿Ya sabes qué es lo que buscas?
—Nobleza, no me refiero a un príncipe o un emperador. Quiero decir… —me llevé una mano al pecho para enfatizar mi pensamiento —alguien con un corazón leal. Creo que es lo que necesito crezca entre las hermanas que conformen nuestro aquelarre.
Ukyo imitó lo que yo había hecho con los restos de comida, lanzando al fuego los sobrantes de su plato —le pedí a Hinako dejarme partir con tu aquelarre.
—No tenía idea.
Sus labios se crisparon y su mirada se perdió en la danza de las flamas azuladas —por supuesto dijo que la única manera de irme de su lado sería teniendo a mis propias brujas, no siguiéndote como un cachorro que amamanta.
Un dolor inundó mi alma —Lo siento —tomé aire y me limpié la nariz con el dorso de la mano —. Pero ella tiene razón.
—¿Y qué si yo no quiero tener brujas a mi mando? Solo quiero permanecer a tu lado, somos hermanas.
—Tus dones son demasiado valiosos para no proteger e instruir a brujas novatas.
Ukyo movió su cuello de lado a lado —No.
Sabía que no tenía sentido discutir el tema con ella, era mejor darle espacio y fomentar la importancia de los aquelarres.
—Ya me harté de tanta cháchara. Vayamos al lago cercano.
Asintió y mientras ella apagaba el fuego que nos calentaba yo saque todo lo necesario para bañarnos.
Cargando con cuidado la ropa limpia entre los brazos caminamos por un sendero de hojas aplastadas por el lodo. No era un sendero natural, era algo que muchas pisadas recientes habían creado.
No hizo falta siquiera ver el lago para escuchar el escándalo de las tropas que se bañaban en el agua cercana.
—¿Crees que tarden demasiado? —preguntó Ukyo cuando comenzamos a escuchar y a oler a los hombres cada vez más próximos. Siendo en todo momento sigilosas, casi sin tocar el suelo, con solo el ruido de nuestras largas faldas arrastrándose de vez en cuando.
Agucé el oído —No tengo certeza, pero parece que están compartiendo historias de gloria.
Los labios de Ukyo se ladearon de modo socarrón —¿Las mentiras que cuentan por vanagloriarse de los agujeros donde han metido sus miembros y de aquellos donde jamás lo harán?
Las dos reímos. Y entonces una rama se rompió muy cerca.
—Ustedes dos —escuchamos una voz grave a nuestras espaldas luego del trueno de la madera y las hojas secas en el suelo —¿pretenden espiar a una legión de hombres desnudos?
Me di media vuelta ante la acusación, no era una pregunta, era una acusación y si algo no me interesaba era espiar a hombres a quienes fácilmente, si es que alguno me gustaba, podía doblegar sus voluntades para que hicieran mi deseo.
No solo eso. ¿Por qué querría espiarlos si con el chasquido de mis dedos simplemente detendría el paso del tiempo para observarlos tan de cerca como yo quisiera?
Aunque lógicamente a los ojos de este hombre seguro éramos dos jovencitas curiosas.
—¿Acaso hay algo interesante en espiarlos? —me llevé las manos, con ropa y objetos para el aseo, al pecho como muestra de una falsa inocencia —O más bien te da envidia que nos adelantamos a tus propios planes ¿No estas igual aquí resguardado de la luz? —sugerí con perversidad en mis palabras.
De entre las sombras que había más allá de los árboles y arbustos la silueta se volvió cada vez más nítida cuando la voz obtuvo por fin forma y sustancia sobre el brillo de una lámpara de….
Di un paso involuntario atrás, primer error.
Siseé por lo bajo, con el corazón golpeándome los huesos en pánico. Ukyo se puso delante de mí a modo de protección. Las dos contemplamos la flama celestial en las manos de aquel hombre.
—Parece como si hubieran visto un fantasma —apuntó con los ojos entornados cuando por fin sus rasgos se mostraron ante nosotras.
Y a pesar de que su mirada era suspicaz puedo jurar que escuché un suave suspiró cuando sus ojos pasaron de Ukyo a mí.
Aunque tal vez el suspiro había salido de mis labios.
Era el hombre más hermoso que había visto, ojos azules como nunca antes había encontrado, mandíbula marcada y pómulos a juego, su nariz era recta pero se veían marcas de viejos golpes, su cabello era negro como la noche sin estrellas y largo, lo llevaba trenzado desde la base de la nuca rodeando su cuello, descansando la punta final un poco antes de su clavícula.
Noté los rasguños y las cicatrices propias de un guerrero experimentado, aun cuando su vestimenta simple compuesta por una camisa de lino y pantalones de cuero no mostraban su rango real yo no tenía duda alguna de que se trataba de un líder.
—Solo queríamos tomar un baño, no sabíamos que estaba un regimiento cerca —expliqué dejando atrás mi tono embustero.
Me mostraba calmada pero el miedo primario por la luz en sus manos palpitaba contra mis sienes. El fuego celestial que doblegaba mis poderes, limitaba mi sensibilidad mágica y eso nos volvía vulnerables a Ukyo y a mí ante nuestro enemigo.
—¿Dónde están acampando? ¿Por qué aquí y no una posada? —preguntas totalmente justas de hacerle a dos señoritas que vestían pesadas prendas que solo alguien de alta cuna podría costear.
—No podemos pagarlo —respondí dubitativa —estoy huyendo.
—¿Huyendo? —nos miró con recelo.
—Mi familia me quiere casar a la fuerza —mentira —y sé que mi prometido tiene mal carácter —mentira —incluso ha intentado pegarme en numerosas ocasiones cuando no he accedido a… —bajé el mentón avergonzada.
Mentira, mentira, mentira. Toda la historia del prometido inadecuado era una de las tantas que teníamos para mantener perfiles bajos y lastimosos.
Nadie observa las espinas en una rosa herida.
—¿Lo reportaste a tu templo?
Quise reírme, si fuera cierto lo que le contaba ¿algún obispo del Dios Celestial creería en mi palabra? Solo era la hija de alguien, la futura esposa de alguien. A sus ojos no era nadie.
Por el temor de los hombres a las brujas las mujeres humanas no tenían valor salvo por el que les proporcionaba ser la pertenencia de algún macho. Ese era el motivo por el cual no había soldados mujeres.
—No podría. La vergüenza… yo…
Esperaba la reprimenda del soldado frente a nosotras pero noté y escuché como tragaba saliva con pesadez.
—Vengan, es mejor que estén resguardadas por mi legión a quedarse solas en el bosque. Es peligroso —avanzó dejándonos tras él.
Tanto Ukyo como yo sabíamos que no debíamos estar cerca de los soldados, y al ver la lámpara ninguna tenía duda que se trataba de un regimiento de templo.
El hombre se detuvo al no escuchar nuestros pasos y giró su torso —Les doy mi palabra que ninguno de mis hombres les tocará un solo cabello. Están bajo mi protección.
Caminé un par de pasos hacia él —¿Y que tanto vale su palabra, mi señor?
Su duro gesto se suavizó y una esquina de su boca se curvó hacia arriba de manera orgullosa —soy el Coronel Ranma Kotaro, creo que mis acciones valen mi palabra.
El famoso coronel, ungido por el emperador mismo en alabanzas y glorias. El más joven de los que habían alguna vez tomado el cargo. La promesa que acabaría con todos los aquelarres.
¿Cómo no se había dado cuenta de lo que éramos? Nuestros disfraces eran buenos, pero hasta yo misma me flagelé internamente cuando había ocurrido ese leve titubeo al notar la flama en sus manos.
—Vamos señoritas, les daré una tienda solo para ustedes y podrán bañarse con toda la privacidad que deseen. Además, si así me lo permiten, yo mismo las acompañaré al templo de la villa para exponer su caso.
—¿Por qué nos extiende tanta amabilidad, coronel? —la pregunta escapó de mi boca sin que pudiera detenerla. Akane tonta.
El modo como me dirigió la mirada, todo ese dolor y toda esa pena… —Conozco de primera mano lo que es vivir con un monstruo.
No ofreció mayor explicación y yo tampoco tuve el valor de exigirla.
Mis hermosos lectores, pues creo que no tengo mucho que comentar en este inicio. Solo como siempre agradecer su interés.
Quiero aprovechar el espacio para felicitar a Dakucheri por su reciente cumpleaños, espero que haya pasado un día fantástico y emocionante. Te mando un abrazo enorme y mis mejores deseos.
Y pues mil, mil, mil gracias...
BereNeST: todo mi cariño por el apoyo y el entusiasmo. Me fascinaría conocer esas teorías a ver que tan cerca estás de lo que va a suceder * sonrisa malvada *
strix0702: Aaaaain! Mil gracias! Bueno sí, yo pensaría que hay para todos los gustos pero ya me he llevado algunas sorpresas raras jajaja así que te agradezco el animo y las porras. Abrazos gorditos, gorditos!
Danielle: Al contrario! no sabes lo agradecida que me siento que la leas * ojitos emocionados * espero este siendo de tu agrado.
