El resto ya se lo saben…
Los personajes no me pertenecen son creación de Rumiko Takahashi,
Sin embargo esta historia es invención mía.
Nota de la autora: Este mini fic es para celebrar El día de todos los Santos. Si hay una época que más me gusta es sin duda el ambiente alrededor de Halloween y Día de Muertos.
Disclaimer: La historia habla sobre temas que pueden ser sensibles para algunos públicos, se recomienda discreción.
—Algo para anhelar—
La fiebre fue el primer aviso de que una infección trataba de arrancarme mis dones. Ukyo nos había escondido en una de las cuevas que estaban en la base de la montaña cercana a la villa pero más allá del bosque donde habíamos acampado la noche anterior.
Lo suficientemente lejos.
—Le rompí el corazón —susurré cuando mi hermana se acercó para colocar sobre mis labios una pequeña vial con una poción reparadora —me miró como si fuera un monstruo porque lo soy.
—Shh, shh, no hagas esfuerzos Akane y bebe.
El brebaje era espeso y apestaba a putrefacción.
—Enviaré un mensaje a lady Hinako para pedir ayuda.
Cuando Ukyo se intentó levantar la sujeté de la muñeca —No. Tengo una misión.
—No puedes cumplir con ningún ritual en este estado, acabas de ser atacada por un Musk por lo que es posible que su lanza contenga veneno y sea el motivo por el cual no estás sanando por ti misma.
Miró a la distancia, más allá de la boca de la cueva —Y estamos cerca de una villa con un regimiento de soldados del templo esperando una ceremonia de bendición. Acabamos de darles el aviso de que tienen dos brujas cerca, dudo que sea el mejor momento para demostrar tus habilidades y lo digo yo quien siempre ha confiado en tus magníficos dones.
—No —gemí sintiendo el punzante y lento malestar de la piel uniéndose en mi abdomen gracias al brebaje.
—Sientes culpa —sus cejas se juntaron al centro de su frente cuando esta se arrugo con su mirada de lástima —Te enamoraste de un humano por primera vez.
—No, no, no —gemí más fuerte —Yo no lo amo, solo tenía curiosidad por el sonido de su corazón. Por lo que era capaz de provocar en esa canción.
Ukyo suspiró como nunca antes lo había hecho. Como si quisiera consolarme.
—Él también siente curiosidad por ti, desde que te vio en las sombras anoche no ha dejado de preguntarse quien eres. No solo le gustas, él esta fascinado.
—Pero ahora sabe lo que soy y vendrá por mí. Debes huir.
—Deja de decir estupideces —jaló el brazo para liberarse de mis uñas clavadas en su piel —retrae las garras Akane.
Arrojé mi existencia sobre el duro piso de piedra y tierra, exhausta de respirar. Si decidía morir aquí Ukyo podría tomar mis dones en una cajita de cristal y llevarlos hasta el seno de nuestro aquelarre mayor. No todo estaría perdido para mis hermanas.
—Ni lo pienses —gritó furiosa unos pasos más allá, cerca de la entrada de la cueva cubierta por ramas y enredaderas con hojas grandes —solo mueve esa magia de bruja por tus venas para que puedas dejar de sangrar y nos podamos ir pronto.
Gemí por el dolor y agradecí que me dejará sola para poder llorar la herida en mi alma.
—Estaré vigilando, trata de meditar un poco antes de la siguiente dosis.
Moví la cabeza de arriba abajo y me mordí la lengua para que ya no se escuchara un solo lamento de mi boca. Ukyo estaba siendo valiente por ambas y yo no podía ser una carga.
El sabor de mi propia sangre se mezclo con los residuos del amargo brebaje.
Que desafortunada debió haberse sentido la Diosa de la noche cuando la traición llegó a ella. Entendía por fin su dolor y quise acabar con el mundo para callar mi pena.
Cerré los ojos acompasando mi respiración. Saldría de esto y cuando estuviéramos lo suficientemente lejos completaría mi ritual con la primer alma que se me cruzara. Y por fin cuando mis poderes ascendieran volvería y acabaría con cada humano en esta villa empezando por el maldito heredero de la dinastía Musk.
Como una respuesta del mundo escuché la naturaleza golpeando con furia en el exterior, una representación literal del cielo llorando por mi desgracia.
En algún punto de ese extraño silencio el sosiego me permitió meditar y en la meditación me alejé de la realidad. Esto era lo más cercano para las brujas a lo que los humanos experimentaban como sueños.
El tiempo se fragmentó y mis dones titubearon confundidos al no saber que hacer, el recipiente en el cual habitaban estaba dañado pero tampoco parecían dispuestos a abandonarme. Eramos lo mismo, mi alma, mi corazón, mi vida, mis dones, mi cuerpo.
La fiebre todo lo vuelve confuso.
—Atrévete a entrar humano y descubrirás lo que significa arder de verdad.
Giré la vista hacia la entrada donde estaba Ukyo cuando escuché la advertencia en su voz. Una conminación. ¿Cuánto tiempo había pasado realmente ya? A mi lado había ya tres cuencos vacíos con restos del brebaje.
El verde de la entrada había cambiado a un azul crepitante. Mi hermana se había visto en la necesidad de crear una columna de fuego de bruja para evitar que unos soldados entraran a la cueva. Traté de levantarme para ayudar pero las fuerzas me fallaron, así que chasqueé los dedos para conseguirnos tiempo. Pero el tiempo no acudió a mi llamado.
—¿Qué ocurre? —susurré preocupada, aunque no lo suficientemente fuerte para que Ukyo o alguien además del vació al fondo del espacio de piedra que nos cubría me escuchara.
—En nombre del Dios Celestial y su sagrada iglesia yo les condeno brujas a morir —el soldado al otro lado de la tormenta azul gritó para que ambas le escucháramos.
—Atrévete, me encantaría ver como arden también ustedes —las palabras de Ukyo no eran fortuitas pero si los humanos no temían a las flamas que veían y se atrevían a cruzar yo sabía que no les pasaría nada.
Las flamas azules solo nos servían a las brujas pero ante los humanos no eran más que una ilusión.
Esperé una eternidad la resolución sosteniendo el aliento. Atenta al silencioso martillar de la lluvia fuera de la cueva respondiendo al martillar dentro de mi pecho.
Si tenía fe en que el coronel no nos delataría ahora ya no me quedaba duda alguna de que él debió haber dado la orden a sus hombres para buscarnos y al final un grupo nos encontró.
Debí obligar a mi hermana a llevarse mis dones, ahora ella estaría a salvo y la posibilidad de que una mejor bruja hiciera uso de estos para salvar a los aquelarres seguiría existiendo. Los soldados se atreverían tarde o temprano a traspasar las llamas y con nuestra inminente ejecución toda posibilidad de las brujas se perdería, al igual que nuestra magia.
—Suéltame maldito, suéltame ahora —Ukyo gritó forcejeando para librarse de tres espadas que los soldados habían clavado en su cuerpo en zonas eficaces para evitar daños importantes.
El grito de mi hermana rompió el mundo cuando las flamas se desvanecieron y los soldados empujaron a Ukyo obligando a su espalda a chocar contra la pared de piedra.
No habría salvación para nosotras. Tonta, tonta, tonta Akane. El tercer error que había cometido ocurrió cuando besé al coronel y bajé la guardia.
—Levántate bruja —uno de los soldados pateo mi miserable cuerpo en el suelo.
—No puedo idiota, estoy herida —respondí con los dientes tan apretados que creí me los rompería.
—No me importa, ponte de pie.
—Déjala —escuché la voz del teniente coronel al asomarse tras los hombres mientras otros tantos arrastraban a Ukyo fuera —yo la llevaré.
Los hombres se hicieron a un lado para darle el paso.
El teniente me tomó en brazos y cargó conmigo fuera de la cueva —es una pena que una mujer tan bonita haya resultado ser una embustera bruja —me susurró al oído —lo cierto es que con esa cara no culpo al coronel.
No respondí nada y él rió mordaz, pero tampoco dijo otra cosa hasta que estuvimos montados en su corcel.
—A tu amiga la van a desangrar para la ceremonia de bendición, pero a ti… —acaricio con su pulgar mi mentón desviando la mirada hasta el inicio de mi escote —te espera algo mucho peor.
—¿Me vas a colgar luego de torturarme para saber donde esta mi aquelarre? —me mofé —perderás energía y tu tiempo, como el resto de mis hermanas sabes que no diré nada.
—Ya lo sé, así que pedí que te arrojaran al río que baja de las montañas. Con esta lluvia será imposible quemarte en una pira como correspondería. Pero enclaustrada en acero y hierro morirás por toda la eternidad una y otra vez en el fondo del agua.
—No te daré la satisfacción de que veas miedo en mí. Haz lo que tengas que hacer, humano, traidor.
El teniente Ryu rió por lo bajo —Eso pensé —y entonces sentí la madera de la empuñadura de su espada romper algo en mi cabeza y todo se volvió confuso. Como si hubiese bebido de más y mi consciencia no fuera del todo mía por un rato.
—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—
Un golpeteo débil comenzó a molestarme y al abrir los ojos me descubrí en una celda fría y evidentemente descuidada. Algo volvió a golpear pero esta vez en la pared al otro lado de donde estaba recargada.
Así que me arrastré y pegué la oreja a la piedra.
—Saldremos de esto, siempre hemos conseguido salir de los peores escenarios —dijo Ukyo con la voz ahogada por tener los labios pegados entre los huecos de la pared que nos separaba en los calabozos bajo el templo.
Escuchaba el gotear del agua de lluvia que se filtraba y enfriaba aún más el congelado lugar.
—Debiste largarte con mis dones cuando lo sugerí.
—Deberías confiar más en tu hermana antes de decir estupideces.
Me recargué más recta en las piedras para pegar mejor mis labios contra la piedra como ella
—¿Enviaste un mensaje a lady Hinako después de todo?
—No, no me dio tiempo. Y tampoco quería desobedecerte. Pero conseguí ocultar bajo mi piel una daga hecha con mis huesos.
—Eso no te servirá para romper el acero de estos soldados Ukyo.
El acero y el hierro nos estaban debilitando. Yo lo sabía. Ukyo lo sabía.
—Pero me ayudará a matar al obispo. Para poder desangrarme tiene por fuerza que liberarme de los grilletes.
—¿Y después? Justamente por el riesgo que representarás el obispo seguro no estará solo, seguro habrá más hombres durante las oraciones.
—Eso no lo sabemos, hay versiones que dicen que el obispo debe estar solo mientras desangra a la bruja.
—Te aferras de nuevo a las esperanzas y ve a donde nos han traído esas ideas. Vas a estar demasiado débil.
Ukyo refunfuño molesta —Yo no fui quien bajó la guardia.
Arrojé mi cabeza contra la piedra y el sonido hueco del golpe fue un alivio para mi culpa —Tienes razón. Tu plan es mejor plan que el mío.
—¿Qué tienes pensado? —preguntó ilusionada al otro lado.
—Nada —observé mis manos rodeadas de las cadenas de las que hasta entonces no había estado muy consciente —mis dones no servían antes de estar amarrada por acero y hierro —miré las esquinas de mi celda y vi las tenues lámparas con fuego celestial brillando —no tengo idea de cómo me salvaré. Sálvate tú si tienes la oportunidad.
Ukyo se quedó callada.
—Y cuando seas libre… dile… —tomé aire mordiéndome los labios antes de seguir —dile a mis hermanas que siempre estuvieron en mis pensamientos cuando vuelvas a verlas. Y dile a lady Hinako que lamento haber fallado.
Silencio.
Solo danzaba en el aire el ruido de mi equivocación, de mi debilidad.
—Se los diré —respondió cuando tuvo la certeza de que hablaba en serio.
Al menos pude respirar otra vez.
Deseé tener una ventana cerca para contemplar la noche porque sabía que al amanecer todo terminaría.
—Lamento haberte fallado también a ti, hermana —agregué.
Silencio.
Luego escuché como se levantó para irse lejos de la pared y horas más tarde el desgarre de sus uñas sobre la piel de su antebrazo seguramente. Preparando su plan.
Bien. Estaba en su derecho el no perdonarme en mi hora final. Así que comencé a meditar de nuevo, sintiendo todavía más el lento curar de mi cuerpo. Pudiera que cadenas y fuego estuvieran trabajando para desactivar mis dones pero el brebaje en mis venas seguía funcionando. Lento, pero ahí estaba mi única esperanza si es que me aventuraba a planear algo.
Que brujita tan tonta, esto te lo buscaste tú misma por poner atención en una melodía hermosa.
En mi hora más oscura la muerte susurraba palabras tristes de amor en mi cuello. Y sentí celos de la mujer que terminaría quedándose con el coronel luego de que yo dejara de existir.
No era… ¿justo?
No. Yo no era una cobarde, había nacido para ser la líder de las brujas y llevar a los aquelarres a la gloria. Este no sería mi fin.
El aire frío salió como humo de mi boca.
—No será mi fin.
Clave las uñas en la tierra húmeda, como una manda a la Diosa de la noche pero sobre todo a mí misma. Y la tierra respondió con vibraciones diminutas.
Necesitaba tiempo. Aceros y hierros no mitigarían mis dones.
A la mañana siguiente la lluvia empeoró. Supimos que el obispo no realizaría su sangrienta ceremonia cuando un soldado arrojó por los barrotes un poco de alimentos descompuestos que se suponía eran nuestra comida del día.
—Intenten no morir un poco más, brujas.
Al día siguiente sucedió lo mismo. De mi plato podía ver los gusanos moverse entre las verduras mohosas.
Mi magia permanecía igual de silenciosa.
Al día que le siguió la misma clase de alimentos incomibles. Y para entonces el agua del balde que dejó el soldado estaba tan estancada que cuando metí una mano en la oscuridad quebrada saqué del fondo tierra.
—A lo mejor su plan es matarnos de hambre —rió desganada Ukyo luego de cinco días con la lluvia constante y la comida insuficiente.
—Pensarán que como somos inmortales no tiene oportunidad la hambruna de reclamar nuestros cuerpos —respondí suspirando agotada.
—¿Cómo… cómo sigues?
Me llevé una mano bajo la camisa, desde el principio había perdido el corpiño y tenía un par de días que me había quitado el pesado vestido para usarlo de cobija.
—La herida por fin ha cerrado.
—A lo mejor eso es lo que esperaban.
—Sería muy imprudente de su parte darme una oportunidad de defenderme.
Ukyo rió menos frustrada o al menos lo intentó.
—¿Haz tratado de hacer magia? —pregunté pero escuché el gemido negativo de mi hermana.
—¿Tú?
—No se ha doblado el tiempo para mí. Por lo que dudo que sirva de algo tratar de encantar a algún soldado.
Ukyo ya no contestó y escuché en cambio el afilar de su daga de hueso contra la piedra de nuestra cárcel.
Otros dos días más pasaron. Para entonces la muerte sonaba encantadora cuando comprendí que mi buena voluntad por sobrevivir no serviría de nada sin mis dones y con el estómago vacío.
La lluvia no había cesado en todo ese tiempo. Pero eso en definitivo no aminoró los ánimos de los soldados que me habían capturado cuando al fin, luego de ese crudo cautiverio, nos sacaron a rastras de las celdas al octavo día.
No vi a Ukyo, sentía su presencia pero no podía verla por los cuerpos de los soldados que nos rodeaban a las dos por separado. Al final del largo pasillo que se rompía en dos senderos con direcciones opuestas la perdí, escuché su silencioso andar al lado contrario a mi destino.
Me sentía cansada, hambrienta, atontada.
Deseé con todas las fuerzas que me quedaban que Ukyo consiguiera triunfar en su plan.
Cuando al fin los soldados me sacaron a la intemperie la luz blanquecina casi me deja ciega luego de días en la oscuridad bajo el templo.
Vi una pira montada en una tarima lo suficientemente alta para que todos pudieran verme arder viva pero yo sabía que el clima invariablemente no les permitiría quemarme. Y sin duda ellos creían que esto era a causa de las bruja que retenían. Sabían tan poco de lo que éramos y no capaces; el clima, definitivamente, no era algo que pudiéramos dominar.
Así que, como ya habían decidido desde que nos habían atrapado, me iban a ahogar.
Me arrojaron dentro de una carroza de hierro, con los grilletes amarrados al suelo. En cada oportunidad que tuve para alzar la mirada trate de buscar con la vista al coronel. Nada.
Los caballos jalaron de la carroza y el tirón me dejó tendida boca abajo todo el viaje, sintiendo el camino de piedras con cada golpe y trote. Golpe. Trote.
En el momento que la secuencia se detuvo y sacaron mi miserable existencia de la caja me amarraron en un pilar donde pretendían acabar conmigo.
Un largo tronco se extendía tras mi espalda, pero en lugar de colocar maderos y paja bajo mis pies decidieron armar una clase de pedestal hecho con rocas y cadenas. Hierro y acero. Las cuerdas ungidas con sangre de bruja rodearon mi cuerpo en vueltas que parecían infinitas y me lamenté pensando que esa sangre que se sentía tan fresca a lo mejor era de mi hermana.
Mientras el metal se incrustaba en mis tobillos comprendí que el herrero se había esmerado en no pulir los bordes dejando en bruto algunos tramos altos de las cadenas. Espinas largas del metal se clavaron a mis muslos conforme los soldados seguían construyendo la estructura bajo y a mi alrededor.
Los gritos de dolor parecían una cortesía descuidada con la cual agradar más a mis captores. Traté de parar, traté de mantener el poco orgullo que me quedaba. Pero el dolor… era infinito. Principio y fin.
Para ese punto la promesa de seguir con vida era como si me fuera ajena. Estaba cansada de pelear. Cansada de no intentar liberarme. El hierro alrededor de mis muñecas me había debilitado desde días atrás. Y ahora que se incrustaba realmente en mi piel y se mezclaba con mi sangre la tarea de pensar y encontrar el modo de huir era imposible.
Mi mente era un avispero confundido.
En algún momento de delirios y gritos más de media docena de fuertes hombres me alzaron una vez que quedé asegurada a la madera.
—Por tus crímenes contra la vida —un hombre que no era el obispo comenzó a hablar —Yo, el general Genma, representante del emperador, te condeno bruja a morir ahogada.
Vi desde mi rígida posición por encima de las cabezas de los soldados y del mundo mismo el agua correr de un río cercano que antes no había escuchado.
Es mi fin, pensé. Las lágrimas descendían con tristeza desde mis ojos cerrados con fuerza hasta perderse en la piel de mi cuello.
Comencé a titiritar, ya fuera por el frío ambiente o el miedo creciente en la base de mi estómago vacío. Si sentía miedo supuse podía aferrarme a él como un hilo de fe y eso era algo bueno porque significaba que seguía viva.
Rogué a la diosa de la noche y a la diosa del ocaso. Rogué a la diosa de la vida y a la de la muerte por ayuda. Rogué y rogué y como los días anteriores ninguna acudió a mi ayuda.
Estaba sola.
Y pronto estarás muerta. La voz susurrante de mi culpa.
Pero no, no estaría muerta. No realmente.
Inhalé buscando desesperada una última oportunidad por ese deseo de pelear por mi vida cuando los hombres que cargaban mi cuerpo lo comenzaron a balancear.
Escuché un conteo con cada movimiento.
Mi pulso se aceleró mientras veía el agua mezclarse con mi llanto y mi sangre. Inhalé de nuevo, una vez más y otra y otra con cada ir y venir de mi extraño sarcófago expuesto hecho de piedra y madera y hierro y sangre.
Y entonces me lanzaron.
Y el mundo pareció estrellarse contra mí a gran velocidad.
El frío aumentó, el agua entró a raudales por mi nariz y boca, llenando mis pulmones, quemando todo a su paso.
No podía respirar o ver, pero podía sentir el jaloneo de la corriente rompiendo cada espacio que encontraba para quebrar en mi cuerpo, arremetiendo contra cada hueso. Rompiendo, dejándome adolorida y desesperada.
Iba a morir, iba a morir y sería además doloroso. Y cuando muriera y perdiera la consciencia y despertara volvería a vivirlo todo porque yo era inmortal y no había forma de dejarme morir ahí.
Solo me quedaba desear que mi cordura se rompiera también pronto y así poder abandonarme al vacío.
Que mediocre salvadora resulté ser. Ni mis dones o mi magia natural me salvarían.
La corriente seguía arrastrándome a pesar de mi excesivo peso adicional cuando de repente unos brazos fuertes me detuvieron. Envolviendo mi cintura y empujando mi cabeza lo suficiente para que pudiera sacar al menos la nariz y los labios en el cauce latente e inmisericorde.
Inhalé de nuevo, intentando llenar mis pulmones con aire. Todo quemaba.
—Te tengo, te tengo.
La voz. Era él, el apuesto coronel a quien había besado y de quien me sentía tan atraída. Él, quien me había delatado y venía a salvarme.
¿Me había entregado y ahora me salvaba? Que extraños eran los humanos.
Cuando me arrastró con mi pesada carga hasta la orilla y al fin pude verlo le ofrecí una mirada llena de significado ¿Estaba agradecida? ¿O simplemente sentía odio por él?
—Voy a arrancar rápido todo el metal, algunas puntas están enterradas en tu piel y será incómodo —su atención estaba completamente puesta sobre mi cuerpo magullado.
Asentí. Con la garganta en carne viva por el agua. Traté de llenar más y más mis pulmones de aire suficiente para hablar.
Ranma negó con la cabeza —No, solo respira.
Lo miré en respuesta en tanto que se acercaba a mí con la espada entre sus manos. No llevaba su armadura de coronel, solo una camisa de lino y pantalones de cuero y noté marcas enrojecidas en sus muñecas.
Tomé aire en cuanto alzó el acero en sus manos.
El primer golpe de su espada contra las cadenas y la soga también chocó contra la madera que servía de eje de toda la estructura.
Mis huesos se rompieron con el replicar, es muy posible que no literalmente pero el ardor corrió por todo espacio bajo mi piel. Las lágrimas salían de mis ojos por el dolor.
—Necesito seguir rompiendo más metal. Será desagradable.
Asentí otra vez, aterrada y más consciente ahora a lo que nos rodeaba.
—No, no te preocupes, estamos demasiado lejos como para que alguien escuche o nos encuentre. Deben pensar que sigues descendiendo por la corriente.
Parpadeé para que supiera que entendía.
Otro golpe rompió mi aliento y otro más mi capacidad de sentir esa tortura. Los siguientes martillazos de su espada contra mi ataúd fueron igual de horribles que el ser arrojada al río.
Me impresionaba que siguiera alerta, sintiendo, no sintiendo. Quería morirme igual.
—Ahora te quitaré todo el peso y sangrarás mucho. ¿Entiendes?
Creo que solo inhale con fuerza como respuesta.
La sangre era tanta que conforme Ranma tiraba del metal era lo único que olía. Ya no importaba nada.
Empecé a sentir apretones en distintas partes de mis brazos y piernas, alrededor de mi abdomen y mi vientre bajo. Mis muslos, mi tobillo, mi muñeca.
—No es tan grave —había alivio en el rostro del coronel —Te llevaré a un lugar seguro donde podré sanarte.
—¿Mi hermana? —la voz sonaba rota, rasposa, no sonaba a mí.
Los ojos de Ranma danzaron con los míos, fijos y tensos. Sus labios se estiraron en una fina línea y su quijada crujió antes de responder —Acribilló al obispo y salió corriendo con esa velocidad sobre natural. Ahora todos en la villa temen que haya ido a buscar refuerzos para salvarte.
—Si fuese su idea, los refuerzos no llegaran hasta dentro de algunos días.
Ranma no contestó y simplemente me cargó con la mayor consideración que pudo.
—Volviste por mí —dije al fin cuando dejé caer mi cabeza sobre su pecho.
—Vine por ti.
—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—
Sabía que estábamos lejos de la villa, una montaña a distancia, y la noche nos cubría. En el remoto caso de que alguien anduviera tras nosotros le resultaría complejo hallar nuestro rastro con tantos posibles caminos a seguir desde los quiebres del cause del río en pequeñas ramas distintas.
A pie, Ranma me llevó hasta una casa vieja que según me contó era donde solía hospedarse en los entrenamientos cuando niño.
El lugar estaba abandonado desde hacia muchos años, olvidado, casi en ruinas peligrosas.
La lluvia seguía y había diluido mi sangre en nuestro andar.
—Saldré a cubrir lo mejor que se pueda nuestro rastro —dijo luego de limpiar y cubrir mis heridas, colocándome en una esquina lo suficientemente seca.
Al final Ranma creyó que había corrido con suerte por no tener heridas tan graves, pero supuse que esa milagrosa salvación se debía a los remanentes del brebaje que Ukyo me había dado en la cueva.
Me dejé arrullar por el sonido de la naturaleza, observando paciente la puerta cuando Ranma salió, sin apartar mi vista hasta que muchas horas después regresó.
Intentó alimentarme con un caldo insípido de hongos que encontró en el bosque. Comparado con los alimentos de los últimos días era un banquete que ni el emperador mismo merecía.
—Traté de buscarlas antes de que mis hombres las encontraran —dijo con voz grave sin dejar de observarme devorar la sopa —pero llegué tarde, Ryu se me había adelantado.
—Creí que lo habías enviado tú.
—No, yo no... —no pudo mirarme.
—¿Entonces como supieron lo que éramos?
Dejó salir el aire por sus labios y por el frío ambiente pareció como una fumarola de tabaco.
—El obispo sospechaba de ustedes, aunque siempre sospecha de los visitantes nuevos a la villa.
Trate de reírme —Solo de las mujeres, por supuesto.
Ranma no lo negó.
—Pero fue por el mensaje del príncipe Herb que no tuvo más dudas. Él fue quien las delató cuando buscó la ayuda del obispo ¿Por qué te atacó?
Inhalé con fuerza, las costillas me dolieron y no pude evitar toser —Quería algo que pertenece a mi lady.
—Ah.
—No lo obtendrá de todos modos y al final, con el tiempo, me vengaré.
Ranma se acercó y tomó de mis manos el trasto de madera. Acariciando mis dedos con mucha suavidad.
—¿También te vas a vengar de mí?
Contemple la tortura en sus ojos.
—A lo mejor.
—Te salvé. Intenté salvarte antes de que llegara tu amiga por ti cuando el príncipe te apuñaló.
—Mi hermana —lo corregí —es una bruja como yo.
Inclinó su cabeza como una ofrenda de paz.
—Te mantendré caliente, trata de dormir.
—Las brujas no dormimos. A lo mejor no te conviene tenerme a tu lado.
Me sujetó entonces la cara con ambas manos —Dímelo Akane ¿Vas a matarme ahora?
Tragué saliva con fuerza y el acto quemó mi garganta lastimada —No.
Me tomó firmemente de los hombros y me acercó a él. Envolviendo mi cuerpo con el suyo.
—Entonces trata de acelerar tu magia, sánate para que podamos movernos y alcanzar a tu hermana antes de que pueda desatar el caos en la villa.
No respondí. Y eso pareció suficiente para él.
—Mi padre fue quien te llevó hasta la cima de la montaña —dijo de repente.
—El general.
—Cuando llegó a la villa yo ya estaba encerrado en una celda para criminales en otra parte del templo.
—¿Quién te encerró?
—Ryu. Le contó al obispo que me había visto muy servicial contigo y que seguramente era porque me habías hechizado.
—¿Ryu sospechaba de nosotras?
—Él siempre cree que todas las mujeres tienen algo de hechiceras cuando no las conoce aún. No puede evitarlo, se dice que una bruja terminó con toda su familia.
—Oh. Ya veo.
Apoyé las palmas de mis manos sobre su pecho, sintiendo el cálido golpeteo de su corazón. Inhalé el aroma de la melodía.
—Por esperar a tu padre ¿fue que retrasaron nuestras ejecuciones?
—Sí, al estar yo encarcelado no había quien dictara la sentencia —Ranma apartó un poco de mi cabello suelto que se acumulaba en la curva de mi hombro —. Y no descansará hasta ver tu cadáver y el de tu hermana para poder quemarlos en el momento que el clima nos dé un respiro.
Exhalé al imaginar el calor del fuego.
—No sé que haya hecho tu hermana —agregó —pero será suficiente para mantener ocupado a mi padre. Del salón donde está el altar comenzaron a escucharse los alaridos del obispo.
—La muy infeliz lo logró.
—En la confusión yo pude hacerme de una espada y degollé a uno de mis hombres para forzar a su compañero de abrir los grilletes de mis manos, luego tomé un caballo y lo llevé hasta el límite tan cerca de la cima como pude. Pero llegué tarde, vi cuando te arrojaron al río. Sentí que también iba a morir si no conseguía salvarte.
—Quisiera decirte que lo siento. No puedo, no tienen derecho de decidir si somos o no buenas.
—Han matado inocentes.
—Los soldados del templo también, en el nombre de su Dios han quemado mujeres humanas por una sospecha sin fundamentos.
Ranma se quedó en silencio un rato más y luego sentí como el sueño se apoderaba de su cansado cuerpo. Y lo dejé dormir en paz deseando por primera vez yo también ser capaz de hacerlo y darle un respiro a mi mente.
—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—
Pasamos tres días ocultos en aquella cabaña ruinosa, tiempo suficiente para que mi cuerpo lograra no reclamar furioso con el movimiento. Entonces nos fuimos al caer el sol del tercer día.
—Deberías regresar a la villa, calmar a tu padre, pedir su perdón.
—No me queda nada ahí. Mi reputación estará arruinada ya.
Ranma iba delante mío, abriendo el camino, apartando hojas y troncos.
Gemí sin detenerme.
—Y además… no quiero irme de tu lado.
Un hormigueo triunfal se anidó en mi vientre.
Avanzamos por la noche y el día siguiente y de nuevo la noche sin descanso y a la segundo mañana llegamos lo más lejos que pudieron mis pies dejarme caminar. Luego nos refugiamos bajo un árbol caído.
La lluvia se mantenía inexpugnable y los dos conversamos devorando hojas crudas, observando los troncos crujir ante los truenos y a la naturaleza al resguardo del clima. Por la noche volvimos a recostarnos abrazados.
Pasé una noche más escuchando la melodía de su corazón.
Ranma dormía. Yo escuchaba atenta.
Pasaron otros dos días, la lluvia ahora era un poco más ligera. Así que Ranma cazaba animales silvestres para alimentarnos y yo los cocinaba con apenas un poco de fuego de bruja para no causar fumarolas que llamaran la atención, aunque el sabor dejaba mucho que desear pero él se encargaba de arreglarlos siempre que podía.
—Me gusta cocinar y soy bastante hábil para ello —dijo una vez conforme frotaba la carne cruda con hierbas aromáticas antes de colocarlas al fuego.
Estábamos viviendo una aparente calma pero yo sabía que era solo el ojo del huracán. Presentía que no podríamos cantar victoria.
Ranma esperaba que llegáramos con mi aquelarre a tiempo en cuanto mi magia volviera. Era un iluso, mi aquelarre no estaba ni de lejos en esas montañas.
Si es que Ukyo había conseguido atravesar el mar hasta llegar con lady Hinako y las brujas de verdad ya venían en camino su único propósito sería el de buscar venganza. Matarían a todos y cazarían a la dinastía Musk hasta acabar con ella.
Yo no tendría voto para hacerlas cambiar de parecer. Había fallado, había sido descuidada, ni siquiera era una bruja ascendente. Seguía siendo una tonta novata.
—No van a escucharme —dije una mañana mientras caminábamos por un sendero desgastado y maltrecho por la lluvia. Lodo y hojas se pegaban a la orilla de mi vestido.
Si entendió mis palabras o no simplemente permaneció en silencio hasta que el caminó terminó en una colina que despejaba a sus pies al otro lado un valle de flores silvestres.
Como una pintura en una vasija luego del valle se apreciaban altas montañas de Jusenkyo, rodeadas de nubes multicolor y a medio camino entre la tierra y el cielo una mansión antigua.
—Mi madre provenía de una dinastía que se extinguió por las guerras entre los clanes de estas montañas, ella fue la única sobreviviente —explicó —. Esa mansión es lo que queda además de mi madre. Pero mi padre no quiso reclamarla.
Giró su mirada hacia mí —se cree que estas montañas están habitadas por seres malditos a causa de unas fosas mágicas.
—Las fosas de Jusenkyo —asentí.
Ranma movió su cabeza de arriba abajo —vamos —me ofreció una mano luego de tanto andar.
Su corazón. La melodía que amaba. Volvió a sonar como cuando nos conocimos.
El ardid en mis mejillas no fue a causa del frío aire, sino de la expectativa de nosotros dos apartados del mundo entero. Escondidos en el tiempo en una mansión protegida por la magia más ancestral de Jusenkyo.
Así que dejé que mis dedos recorrieran con lentitud la palma extendida de su mano. Sentí el aire de su nariz sobre mi piel cuando se agachó a besar mis nudillos y una calma extraña provocó que mis garras se movieran inquietas bajo mis dedos ante el contacto.
Algo natural parecía extenderse en el corazón que él me ofrecía como tributo y mis garras dispuestas a arrancarlo.
Recogí veloz mi mano por miedo a lastimarlo. O miedo de que viera las garras de una bruja.
—Te sigo —dije envuelta en la repentina tensión.
Sus hombros se alzaron y su cara gritaba la decepción que se escuchaba en el interior de su cuerpo. ¿El arrepentimiento de salvar a una bruja?
Le había costado su libertad y su nombre. Sería cazado como lo era yo y colgado por traicionar a los hombres de su fe. Su padre lo torturaría si lo alcanzaba. Pero yo no dejaría que eso sucediera.
—¿Tus poderes? —preguntó al pie de la montaña luego de un largo rato de un silencio incómodo.
Negué.
Mi magia, que solía sentirse viva y armoniosa, ahora solo era un hueco oscuro en mi pecho. Como si yo misma me hubiera arrancado el corazón.
Por la noche Ranma prendió una fogata en el patio interno de la mansión. Yo me alejé lo más que pude.
—Es solo fuego, Akane. No fuego celestial.
—Prefiero no arriesgarme —respondí desde donde me encontraba sin apartar la vista de las llamas.
Así que apagó la luz con un poco de arena y tierra.
—No era necesario, sé que requieres más calor que yo para sobrevivir. Llevamos días caminando bajo la lluvia.
Fue hacia donde yo estaba, directo a mí o más bien caminó pasando de mí, de vuelta al palacio —Debe haber mucha ropa que sirva para abrigarnos —luego me miró de arriba abajo —necesitas un vestido nuevo.
Miré los retazos de tela sucia.
—Necesito un baño.
—Es tu noche de suerte, en el ala de las mujeres hay tinas con un sistema que acarrea el agua desde los pozos bajo la mansión. Vamos.
—¿Tu madre te lo contó?
Seguí sus pasos cuando no se detuvo y ya no respondió.
—¿Ranma? —pregunté desde el pasillo que llevaba a otro patio más pequeño, repleto de fauna y flora que había crecido a su antojo. Reclamando el espacio robado por el edificio a mitad de la montaña.
—Por acá —asomó la cabeza detrás de unas cuantas enredaderas.
Corrí hasta alcanzarlo.
—Mi madre nunca habla de su vida antes de mi padre —retomó la conversación —esto yo lo sé porque yo solía venir a explorar aquí cuando me escapaba de los entrenamientos.
—Un estudiante rebelde.
Me miró con las cejas levantadas de manera festiva —No se descubre nada fascinante siguiendo las reglas siempre.
Comprendí mejor porque había llamado tanto su atención con aquella calma inusual.
Dimos vuelta por un pasillo adornado con biombos de flores y aves, hermosas pinturas doradas que parecían poseer vida propia entre las sombras de la noche.
—Es muy bonito.
—Era mi parte favorita del palacio después de la armería.
—Es una pena que hubiese sido abandonado.
—La gente suele temer innecesariamente por sus creencias y eso los priva de tanta belleza.
Cuando lo dijo sentí sus ojos sobre mi, por lo que me detuve para enfrentarlo al mirarlo también.
—¿Te arrepientes?
—¿De salvarte?
Asentí.
—No.
—Te has destruido por hacerlo.
—Ya lo estaba, es complicado servir a alguien a quien le temes.
—¿Tu padre?
Me miró unos segundos más, como si quisiera decir que sí pero no pudiera hacerlo. Luego se dio media vuelta y entró a una habitación larga de madera con una tina del mismo material al centro.
Los postes constantes detallaban que ahí se extendían infinitas cantidades de telas efímeras para dar privacidad a quien hiciera uso de este baño.
Por supuesto el interior de la tina estaba seco, lleno de polvo y vegetación.
—Debió ser encantador.
—Esta es demasiado grande para poder llenarla —inclinó la cabeza una vez, mostrando más atrás otra serie de postes y tinas más pequeñas —creo que un par de estas nos servirán.
—Podemos compartir una.
Su corazón bombeo más fuerte, más rápido y yo me sonrojé —si te parece bien.
—Sí, me parece bien —sus dedos jugaron con los mechones sueltos de mi trenza —pero no sería correcto.
Coloqué mis manos sobre sus hombros —soy una bruja, Ranma. He vivido siglos, he estado con infinidad de hombres, si pudiera andaría desnuda por el mundo —extendí mis brazos y alce mi cabeza y la luna me sonrió ante la declaración y por primera vez en días me sentí de nuevo yo misma.
—Sería todo un escándalo si lo hicieras.
Baje la cabeza para verlo otra vez, me observaba como si quisiera aprenderse cada centímetro de mi rostro —Pero valdría la pena, ya intentaron matarme unas cuantas veces en otras ocasiones y días atrás casi lo consiguen.
Sin decir otra palabra me deshice de la tela que me cubría y dejé que mi piel fuera acariciada por el frío viento permitiendo que los vellos se erizaran.
Ranma jamás retiró su mirada de mí. Todo lo contrario comenzó a descender por mis senos, la curvatura de mi abdomen, el hueco de mi ombligo, las líneas hasta mi vientre y sus ojos se llenaron de mi centro antes de continuar por mis muslos y mis piernas hasta los tobillos y los pies, como si sus manos tocaran lo que sus ojos quemaban a su paso.
Y el beso que me exigió al final fue la culminación de dicho viaje.
—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—
Me quedé sentada en la orilla de la tina más pequeña, suficiente para nosotros dos, a que se llenara mientras Ranma hurgaba entre los baúles abandonados de las habitaciones continuas.
El agua estaba helada y a pesar de que yo era capaz de soportar mejor las temperaturas sabía que desde los días en cautiverio bajo el templo esa resistencia se había detenido. Mi magia era la que me protegía de los cambios más bruscos y por el momento mi magia seguía ausente.
Así que sí, el agua estaba helada.
—No sé si valga la pena el baño —grité desde mi sitio y Ranma rió.
—No seas una cobarde, yo entraré ahí contigo para que no sientas tanto frío.
La imagen de ambos desnudos bajo el agua no era para nada mala, más el recuerdo de ambos bajo el agua helada del río opacaba cualquier posibilidad de disfrutarla.
—No lo sé. Está demasiado fría, — dije más seria —podrías enfermar.
—Ah, te prometo que nada podrá superar las congeladas aguas matutinas con las que debo bañarme durante los entrenamientos.
Escuché sus pasos y luego el caer de mucha ropa cerca de donde me encontraba.
—Esta tina de agua fría será un placer comparado con lo que suelo soportar en casa.
Dejé que mis pies jugaran dentro de la tina —Yo no puedo enfermarme —insistí —mi magia volverá y será como si nada hubiera pasado.
Ranma se sentó a mi lado, ya desnudo y yo traté de no abrir la boca por la agradable visión.
—¿También se irán las marcas donde el acero y el hierro se clavaron? —preguntó con los ojos encima de la vieja marca que estaba en uno de mis hombros.
Negué suavemente —No, esas permanecerán hasta que ascienda.
Tomó aire con fuerza como si con lo que le explicaba comprendiera bien la implicaciones —Necesitas robar un corazón ¿cierto? —su entrecejo se frunció —¿Por eso estabas en la villa?
—No… yo… —negué pero ante su —preferiría no hablar de eso.
—¿Por qué? ¿Está prohibido?
Alcé un hombro, empujando una pierna con más fuerza para arrojar un poco de agua a la distancia con el empeine —Eres un soldado del templo, el coronel Ranma Kotaro, la luz del Imperio. No estoy segura que quieras escuchar las tradiciones que profiere mi aquelarre, yo no querría saber los sórdidos detalles de tus ceremonias.
Cruzó sus brazos a la altura de su pecho —Cuando somos óptimos para usar espadas de verdad hay una ceremonia llamada Fe ciega. Somos niños de 13 o 14 años aún, pero los obispos nos mantienen en las celdas del templo por 15 días, incomunicados del exterior, en solitario confinamiento para rezar. Al termino de ese tiempo nos vendan los ojos y nos dan una daga de hierro, luego nos llevan a un patio interno dentro del templo y colocan un par de obstáculos asignados para cada uno de nosotros.
Sus hombros se tensaron mientras contaba la historia.
—Lo que no nos dicen nuestros superiores es que el obstáculo al cuál debemos enfrentar con nuestro filo es el cadáver de una bruja.
Sentí un escalofrío.
—Aquella que hubiese sido desangrada para alguna ceremonia de bendición. Se perfuma y se arregla para que no notemos con el olfato el aroma a muerte.
—¿Y qué debes hacer con ella?
—Con la bruja nada muy relevante, —tomó aire —la prueba de fe consiste en identificar cual de los obstáculos en el patio es ella.
—¿Y el otro obstáculo que es?
Sus brazos se movieron a cada lado de su cuerpo, empujando una palma de sus manos sobre la otra como si se estuviera quitándo de encima polvo invisible.
—A quien más amamos.
La boca se me secó por la angustia en el tono de su voz.
—¿Quién era el otro obstáculo en tu prueba?
Su mirada se perdió en el agua que seguía llenando la tina —mi madre.
—Pero pasaste ¿cierto?
Asintió con lentitud y una disculpa cuando se giró a verme.
—Era la primera vez que mi daga atravesaba algo que no fuera un saco de piel seca relleno de paja. Jamás he olvidado el sonido y la sensación cuando perforé el pecho de la bruja. Me quité la venda al instante y vi horrorizado a mi madre con pena en sus ojos al lado de la mujer muerta.
Dejé que mi mano buscara un lugar entre las de Ranma y entrelacé mis dedos con los suyos.
—La primera vez que maté a un humano tenía 12 años. Vivía todavía en el templo de las novatas con mis hermanas y algunas niñas más del aquelarre. Habíamos tenido una celebración de cambio de estación y las brujas que se suponía estaban de guardia bebieron demasiado hidromiel durante el solsticio.
El aire escapó de mis labios, frío como el agua que rodeaba mis piernas.
—Mi magia fue la que me salvó, los soldados del templo que irrumpieron en el aquelarre eran muy hábiles y silenciosos. Yo desperté antes de que llegaran al dormitorio y mi grito, cuando uno de ellos entró, fue lo que puso sobre alerta a mis hermanas de cuarto.
—El soldado intentó clavarme su espada en el pecho, pero yo instintivamente chasqueé mis dedos y el hombre se detuvo —giré mi vista hacia el coronel que escuchaba atento —fue la primera vez que el tiempo se fraccionaba para mí. Lady Hinako sabía que yo poseía el don pero jamás lo había demostrado.
Bajé mi mentón apretando instintivamente mis dedos con los de Ranma —Debajo de mi almohada tenía una daga de hueso que había aprendido a hacer unas semanas atrás y que me avergonzaba no haber podido retornar a mi brazo.
Ranma abrió los ojos interesado.
—Así que metí mi mano bajo la suave superficie y saqué mi arma y se la clavé en el cuello al soldado. Pero eso hizo que el tiempo se rompiera otra vez y a pesar de que el hombre se movió su espada terminó incrustada en mi hombro. Acero ungido con sangre de bruja.
La boca del coronel descendió hasta besar mi cicatriz.
—No somos tan diferentes y a la vez somos totalmente lo opuesto —murmuró sin dejar de besar la cicatriz y yo gemí por la caricia tibia de su aliento.
Mi mano libre se acercó para tomar su mejilla contraria a mi hombro, delineé con mis dedos cada espacio en su pómulo y empujé tras su oreja el cabello ahora suelto, negro y hermoso.
—Te debo mi vida, puedes pedirme lo que quieras —susurré con mi boca pegada sobre su coronilla.
Ranma movió uno de sus brazos para sujetar mi cintura con su mano al soltarme —¿Lo que yo quiera?
Asentí confundida por el golpeteo irregular tras mis costillas —Lo que tú quieras, puedo hacerte olvidar todo y devolverte tu vida.
—No quiero olvidarte. No quiero esa vida.
Un jadeo tembloroso salió de mi boca.
—Quiero… —alzó la mirada para que sus ojos se enfrentaran a los míos —quiero… —murmuró —estar siempre contigo.
Nuestros labios se unieron en aquel pacto privado. Una petición que yo aceptaba encantada de cumplir. Imaginé algo que de niña soñaba, un mundo en el cual yo era libre y mis hermanas también y mientras mi lengua se deleitaba en la exquisita agonía de una batalla pasional con la lengua de Ranma dejé que ese sueño se tejiera en una posibilidad.
Teniendo a un coronel tan renombrado como él tal vez nuestros mundos por fin tuvieran un respiro de tanta muerte y destrucción.
Yo era, a pesar de todo, la heredera de los aquelarres.
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La superficie húmeda de la madera se pegaba a mi piel sudorosa por la actividad que realizábamos con tanta diligencia el coronel y yo.
Luego de sumergirnos en el agua fría, Ranma talló mi espalda y lavó mi cabello y yo hice lo mismo con él. Y después acaricie su miembro de arriba abajo fascinada mirando como su boca se entreabría por el placer y su respiración se agitaba, pero fue esa melodía hermosa en su pecho la que me causó mi propia excitación.
Así que lo besé y le mostré a sus dedos el camino hacia mi propio placer, le mostré como debía frotar los nervios ahí unidos y cuan rápido debía hacerlo.
Cuando comencé a gemir en su boca Ranma me tomó de la cintura y la cadera y me sacó sin esfuerzo del agua.
Yo me olvidé de la ruptura que nuestro encuentro había causado en nuestro mundo, deseando tener mi don para fracturar este momento y encerrarnos en un bucle eterno donde me llenaba solo de él y yo me deshacía solo para él.
Así que, recostada en la madera fría, rodeé con mis piernas su cuerpo cuando se colocó encima mío y me penetró suave y gentil.
—Más —dije aferrando mis dedos a sus hombros —más —susurré a su oído —más —lamí con la punta de mi lengua la piel de su cartílago.
—No quiero ser una bestia —dijo con la voz ronca, conteniéndose como un caballero al introducir sólo una parte de su erección.
Pero yo quería a la bestia, quería que me mostrara que era capaz de romperme de una manera buena y placentera.
—Más —volví a hablar seductora esta vez empujando yo misma mi cadera hacia él, dejando que me atravesara y gritando por el dolor de su intrusión.
Lo había visto a mi lado cuando me contaba los horrores de su entrenamiento y yo le contaba las monstruosidades de mi vida y estaba consciente de su longitud. Y mientras lo acariciaba bajo el agua supe que sería doloroso y eso me animó más, esa tortura placentera que deseaba con urgencia. Sentirme llena, sentirlo a él dentro de mí.
Ranma empujó un poco más su erección, lento, muy lento, y para cuando por fin la base tocó mi piel gemí extasiada estirando mi cabeza hacia arriba contemplando la luna en el cielo a través de los ventanales cercanos.
Dejó que me acostumbrara a él y solo comenzó a moverse cuando yo me moví para besarlo, con una oscilación de mi cintura y parte baja para complacerlo.
El bombeo fue suave y creciente, con la paciencia de quien está orando para alcanzar la paz.
Ambos lo necesitábamos, nos necesitábamos. Desde el momento en que nos habíamos visto lo supe, que él sería mío de un modo u otro para siempre.
Las brujas no debemos enamorarnos porque consumimos corazones, pero yo lo había amado en cuanto me ofreció consuelo ante la mentira que le contaba. Me había salvado y ahora yo lo salvaría a él.
Convencería a mi aquelarre, encontraría el modo de no destruirlo.
Ranma hablaba y sonreía encantador con cada penetración. Me decía lo hermosa que era, lo cálida que me sentía y su melodioso corazón era como el canto del cual me temía jamás tendría suficiente. Y aunque traté de poner toda mi atención a sus caricias y sus besos dedicados yo lo único en lo que podía pensar era en seguir hundiendo los dedos en su sedoso pelo, morder su labio inferior hasta hacerlo sangrar y exigirle una fiera recompensa por haberme cautivado con su sola existencia.
Algo me retenía ahí, en él y por él.
Y un frío miedo, un aviso primigenio de que cosas malas por suceder se acercaban recorrió mi columna una fracción antes de sucumbir al orgasmo pleno y triunfante.
Me apreté más contra él, saboreando sus gemidos con mi lengua y el temblor de su cuerpo al dejarse llevar por la explosión en mi interior. Y comencé a gritar de placer al caer por el abismo de la tranquilidad y el gozo.
—¿Estás bien? —preguntó con voz temblorosa y ojos muy abiertos.
Una calma maravillosa inundó la habitación que ahora olía a los dos.
Como una invitación mi magia comenzó a crepitar en la punta de mis dedos.
—Sí, estoy perfecta —sonreí satisfecha. Genuinamente feliz. Con él dentro de mí sentía que había encontrado mi lugar en la vida.
Inhalé, como si todo este tiempo sin mis dones hubiese seguido bajo el agua. Una fuerte y tranquilizante bocanada de magia del universo y de la Diosa de la noche llenó mi cuerpo.
Los dedos de Ranma dibujaron formas perezosas sobre mi espalda luego de salir de mí y acomodarme con cuidado sobre su pecho, como si fuera lo más precioso para él y que quisiera mantener cerca de su corazón.
—Te quiero Akane, haré lo que sea para protegerte.
Alce mi rostro, apoyé el mentón sobre sus pectorales desnudos y aunque vi la determinación en su gesto pensé, este hombre humano ni siquiera ha podido cuidarme de los suyos.
Ranma bajó su mirada para encontrarse con la mía en mi silencio ante sus palabras y entendí que lo decía más allá de sus propios límites.
Ante tal fuerza en su promesa algo cambio y le creí.
—También cuidaré de ti —susurré depositando un suave beso sobre su piel.
Pareció satisfecho. Sujetó con más firmeza mi cuerpo al suyo y por primera vez en siglos me sentí lo suficientemente segura para descansar.
Cerré los ojos y soñé y en mis sueños a quien veía era a la Diosa de la noche cautivada por mi humano y lo que sentía yo por él.
Creo que Ranma también durmió, porque de la nada sus dedos se aferraron repentinos en mi cintura en un apretón inseguro sobre mi piel siendo justo la causa para que yo me despertara.
¿O fueron los gritos lo que nos despertó a los dos?
—¿Como pudiste meterte con esa abominación? Hubiese sido mejor que fornicaras con los cerdos.
Aquella pregunta, que fue más el grito de incredulidad, y la frase de odio que le siguió se escucharon a nuestros pies.
Ambos abrimos los ojos al mismo instante y la silueta del padre de Ranma se distinguía entre las sombras del amanecer.
Los dos nos levantamos rápidamente. Ranma en un segundo se colocó por delante mío y yo envolví con mis dedos sus hombros cuando empujó mi cuerpo con el suyo hasta la pared tras mi espalda.
—Padre debes comprender que ella no es una amenaza.
El gesto severo del hombre parecía una máscara grotesca, asqueado y lleno de rencor, me recordó a las máscaras de demonios que usaba la gente en los días de festival.
—Ella te ha embrujado y tú gustoso te metiste entre sus piernas para sólo Dios Celestial sabrá con que clase de intenciones. Seguramente pretende que le engendres una abominación en ese vientre maldito.
—No te permito que hables así de Akane —estiro su brazo para resguardarme mejor —me iré con ella y no tendrás que preocuparte más de lo que creas sobre lo que es. Solo déjanos pasar y nos iremos en paz.
—¿En paz? Con las brujas nunca puede existir paz muchacho estúpido ¿No te das cuenta como nos devoran? Arrancan corazones humanos con los cuales se alimentan para ser más poderosas.
—¿Y matando a todas las mujeres que creemos sospechosas nos hace mejores? —encaró a su padre —Si no dejas que nos vayamos la bruja mayor vendrá por ti y toda la villa. Solo Akane y yo podemos evitarlo.
El general me miró de la forma más detestable —envenenaste la mente de mi único heredero varón y te mataré por ello con mis propias manos, bruja.
Ranma extendió sus brazos para cubrirme mejor —Tendrás que pasar por encima de mí.
Una sonrisa odiosa se formó en su boca conforme sacaba el sable de su funda —Pudiste ser la salvación de todos y dejaste que un rostro bonito acabara con tu destino. Yo ya no tengo un hijo.
Mis dedos chasquearon, sentí el tiempo estirarse y luego un frío helado remover la magia a mi alrededor. Hinako, ¿estaba castigándome como el general Genma castigaba a Ranma?
—Mi única heredera, cautivada por un hombre de carne y hueso y sangre y melodías. ¿Tanto quieres salvarlo, Akane? —escuché su voz en mi cabeza.
Alcé el rostro y ví a espaldas del general la sombra nocturna de lady Hinako.
—Sí, porque lo amo.
Hinako me respondió con lástima en su gesto —Entonces cumple con tu papel en esta vida. Eres una bruja y las brujas devoramos corazones humanos.
Sentí la sangre antes de verla sobre mi cuerpo desnudo y luego el ruido de Ranma ahogándose cuando el general le cortó la garganta de tajo a tajo.
Mi amante me observó con los ojos abiertos por el terror y la incredulidad. Sabía, mientras lo sujetaba entre mis brazos y el peso de su cuerpo desvencijado caía conmigo al suelo, que no había manera de evitar la muerte.
Mis poderes habían sido tan débiles que lady Hinako me había demostrado con facilidad lo inútil que seguía siendo para proteger lo que amaba. Una cruel lección de otra clase de monstruo.
La mano de Ranma acaricio mi mejilla, sangre tibia seguía brotando de su garganta segmentada.
Recordé como mi don vio la luz cuando un soldado intentó matarme. Esa ruptura en mi alma, el saber que corría peligro como un hecho tangible había forzado mi magia.
Justo en ese momento, cuando veía la vida escapando del coronel y la melodía de su corazón cada latido más débil se sintió como algo similar. Veía un hilo rojo saliendo de su pecho.
Y entonces grité, desgarradora y desconsolada. Grité y antes de que el general Genma me atacara con su sable estiré un brazo y mis garras atraparon la carne de su cuello.
—El único monstruo aquí eres tú.
Su mirada fue más serena de lo que deseaba.
—Tú me robaste todo lo que me importaba, bruja —gruñó con dificultad y ví con satisfacción el vacío en su mirada cuando lady Hinako le arrancó por la espalda el corazón.
—Lo mismo digo —respondí con un susurró antes de escuchar el murmullo proveniente del pecho de mi amado Ranma.
Hinako flotó más cerca ahora volviéndose más tangible también.
—Akane —dijo mi nombre como una orden y cuando nuestras miradas se encontraron a medio camino bajó su rostro hacia el moribundo coronel sobre mis piernas —tienes que hacerlo si vas a atar tu vida a la de él.
Hice lo mismo que lady Hinako y observé a Ranma, su rostro cada vez más pálido, sus labios entre abiertos y su cuerpo soportando como el guerrero que era. El azul de su mirada se movía inquieto contemplando mi cara.
—Yo te voy a salvar ¿sí? —sollocé —y siempre voy a cuidar de ti —me agaché para depositar un suave beso sobre sus labios mientras tentaba con la palma abierta de mi mano su pecho, tratando de encontrar el pulso en su caja torácica.
—Y volveré a encontrarte y estaremos juntos —agregué.
Ranma suspiró y dejé que mis garras perforaran la piel. Sentí el ritmo de su corazón danzando atraído como un imán hacia mi mano. La canción más bella y casi ya no podía escucharla.
Gemí por la pena y mis labios temblaron sobre los de él y cuando el latir golpeo mi palma cerré mis dedos en la blanda y tibia superficie antes de sacar de nuevo mi mano de su pecho con el tesoro de mi amado.
Alrededor de mi muñeca se enroscaba el hilo rojo que había conseguido encontrar, la señal vital de su alma y su vida.
Hinako siguió a mi lado como una espectadora que murmuraba en la lengua de nuestra Diosa, su voz fue creciendo y ese susurro se convirtió en una plegaria apoyada por un coro de voces, las voces de mis hermanas que se unieron a ella mientras aparecían para rodearnos. Una oración por mí, por mi pena, por mi amor. Un regalo para su heredera. Un conjuro de eternidad y almas unidas por ese hilo rojo del destino.
Supe lo que tendría que hacer si quería volver a encontrarlo y mantener su alma conmigo. Así que a mitad del mar de lágrimas que caía de mis ojos y el escalofrío tembloroso que recorría mi cuerpo separé los labios y devoré su corazón.
Y la magia estalló en mi pecho como una noche de luna llena iluminando mi piel entera. Y ya no me sentí perdida o sola. El tiempo bailó a mi placer y la melodía del corazón de Ranma acaricio mi piel entera como un abrazo, limpiando las cicatrices de los martirios a su paso como una serie de besos amorosos.
Volveríamos a estar juntos, porque ese era el perdón de mi Diosa a su propia tragedia.
Yo nos reuniría y el mundo sería distinto.
—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—
Doscientos años,
y un día después….
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Suspiré con miedo y temblando. Acababa de cometer el más grande conjuro de toda mi existencia y solo deseaba haberlo hecho bien.
Me levanté de la cama y me cubrí el cuerpo con una vaporosa bata. Descalza fui hasta el otro lado de la habitación y levanté del suelo la muñeca que contenía todas mis debilidades.
El envase donde mi lastima y remordimiento y curiosidad cohabitaban.
—Fuiste muy entrometida, te dije en la cocina que estaba segura que él sería perfecto.
La muñeca parpadeó una vez, un sí.
—Y casi lo arruinas. ¿Te das cuenta? —peiné su cabello, mi cabello, hacia atrás en una caricia reconciliadora —pero no es tu culpa, eres también toda mi compasión por los humanos. Por eso existes.
Suspiré hasta llevarla a su caja —tendrás que quedarte encerrada unos días aquí, luego te absorberé y volverás a mí.
Sus ojos se abrieron grandes, habían pasado décadas desde la última vez que la había absorbido. Cuando encontré por tercera vez un cuerpo para Ranma pensando sería el definitivo. Sin embargo aquello no había funcionado pero esta vez estaba segura que esta sería la definitiva.
Encontraba cada tanto algún humano que podía servir de recipiente para el alma de mi coronel, de mi amor. Poco tiempo atrás supe que el emperador fénix había resurgido en Jusenkyo por fin luego de años de entregarle a Kiema la reliquia que les hacía tanta falta, y cuando viajé a las montañas con mis hermanas lo conocí.
En su sabiduría, la de quien vive entre mundos y ve todo y conoce todo, me prometió que la reencarnación de mi coronel era verdad y estaría cerca de mí pronto. Y que debía estar atenta.
Hinako se esmeró en encontrar a cuanto hombre coincidiera. Tenía a alguien que estaba segura sería el candidato óptimo, justamente el hombre que estaba con ella en la cafetería horas antes.
Podría decirse que lady Hinako deseaba ayudarme pero para ella esto de encontrar un recipiente para mi otra mitad era solo un juego, le divertía verme cazando.
Estaba por resignarme a otros cien años si no lo encontraba pronto y luego lo vi. Fue cuando dejó estrellarse la taza y un hormigueo que no debería existir vibró por mi piel que no tuve dudas de que el emperador fénix no me mentía.
Hallar un cuerpo renacido exactamente igual es más que la suma de detalles y casualidades.
Sentir ese arrepentimiento antes de sacar el corazón de este Ranma fue como aquella trágica noche cuando tuve que consumir otro muy distinto para salvar su alma del más allá.
Me miré las manos ensangrentadas luego de re colocar el corazón tibio tras cantarle la melodía que mi coronel hacía latir en su pecho, quería enseñarle el camino y recordarle como debía latir. Lo que fue sencillo pues la canción de este chico humano era muy, muy similar.
Estaba emocionada.
Vi de nuevo el reloj, habían pasado nueve horas desde lo ocurrido así que abracé con más fuerza su cintura para pegarme a él. Tarareando nerviosa.
Todavía estaba muy quieto y su respiración era lenta y débil.
¿Y si no funcionaba? ¿Y si había cometido un error?
Y entonces sentí el abrazo siendo correspondido. Me aferré más a su cuerpo, a la calidez en su pecho.
—Brujita.
Murmuró con la boca pegada en mi cabeza y yo inhalé su aroma a vida antes de arrastrarme hasta sus labios para besarlo.
Mis hermosos lectores, ya solo nos queda el epílogo. Quiero agradecer el tiempo que se han tomado para llegar hasta este capítulo final. Yo de verdad siempre he sentido fascinación por las cosas oscuras y prohibidas, por aquello que infunde miedo y no tiene explicación.
Las historias de brujas han sido en estos meses un recurrente entre mi repertorio de lecturas. Tuve la idea de escribir este mini fic para Halloween un día que llovía mucho a finales de Julio creo y recuerdo que lo primero que me imaginé fue a Akane sentada en una cafetería esperando.
Luego recordé un consejo que vi hace años de que el orden de los sucesos en una historia pueden cambiar toda la trama y fue lo que hice, le di una voz al Ranma del presente. ¿Qué haría él si se topara con una misteriosa y hermosa mujer que resultara una bruja?
Lo de los corazones era una idea que tenía para un retelling de la sirenita, de hecho hace años había publicado el prólogo pero quise tomar algo de lo que tenía en esa historia y acoplarlo a esta nueva trama.
Al final sabía que muy poquita gente lo iba a leer, no a todos les gustan las historias que no estén enfocadas única y exclusivamente en el típico romance.
Como lo dije en una respuesta anterior a un comentario… esto tenía que sacarlo de mi cabeza de cualquier forma.
Mil, mil, mil gracias por tomarse el tiempo de hacerme saber que les pareció. La verdad es que las reseñas son la única manera que tenemos de enterarnos si alguien nos lee.
Bealtr: Aaaain! Espero que esta última parte haya sido de todo tu agrado. Muchisimas gracias por el interés y por leer esta historia. Abrazos gorditos!
Benani0125: Sí, la verdad estaba muy complicado que Ranma supiera la naturaleza de Akane y se quedara muy tranquilo. Pero pues necesitábamos al metiche cobarde! Jejeje Mil gracias hermosa por leer este mini fic. Abrazos gorditos!
BereNeST: Totalmente cierto, ellos son destino les guste o no. Siempre van a estar juntos porque es lo que son. Te agradezco el interés por este fic, espero haya sido de tu agrado! Abrazos gorditos!
Vero .Guti: Lo sé, a mi me dolió imaginar su carita de shock. Él ya todo enamorado y perdido por Akane y de repente sale a la luz lo que es. La confusión y el trauma! Espero que la historia te haya gustado en general. Mil gracias por leerla! Abrazos gorditos!
AkaneMx: Es que yo siempre he imaginado a este par como enemigos que al final van a terminar siendo amados amantes. Los opuestos se atraen al parecer jajaja * risa malvada * Muchísimas gracias por leerlo y más aún por tu review! Abrazos gorditos!
strix0702: Me encantaría saber como pensaste que terminaría el capítulo anterior * curiosidad! * Sí! Claro que lo tengo presente y creo que tomaste una sabia decisión al abrir tu cuenta en Fanfic para, justamente, poder guardar y darle seguimiento a las historias que te vayan gustando. Wow! Pues mil gracias por leer lo que escribo, yo de verdad lo comparto con mis mejores deseos pero han sido unos años raros jajaja comprender que no tiene nada de malo lo que hago y que no porque a la gente no le guste signifique que esté horrible ha sido un viaje complicado y angustioso la verdad.
De Deidad actualizaré un capítulo ahora en Diciembre y dependiendo de lo que suceda con esa actualización ya decidiré cada cuanto subiré capítulo nuevo. También tengo que cuidar de mi integridad * guiño, guiño * Obvio no pienso abandonarlo pero darle todo mi tiempo no resultó en su momento y fue un desgaste emocional. Ser un ficker es complejo y a veces, muchas veces, solitario.
¡Nueva Zelanda! Es de los destinos que tengo que conocer antes de morir, justamente mi hermana y yo habíamos pensado visitar Australia y Nueva Zelanda por ahí del 2022 o 23 pero esos eran los planes antes de la pandemia... ahora no sé cuanto más nos tomará ir. Pero yo no me puedo ir de este mundo sin hacer senderismo por tus tierras jeje Los paisajes son lo que más ilusión me da.
Te envío abrazos enormes y gorditos!
