Aquí sigo, tratando de corregir lo que sin querer arruiné TT_TT

Disclaimer: Rurouni Kenshin pertenece a Nobuhiro Watsuki.


Chapter 2: Bajo el cielo azul.

1861

La primera vez que Kenshin vio a la sacerdotisa de ojos azules tenía apenas once años, y ella no era todavía una sacerdotisa, ni siquiera una aspirante.

Fue en el santuario Fushimi Inari, y era Año Nuevo.

Su maestro Hiko, había decidido entonces que, contrario a sus costumbres, pasarían la noche en la aldea para disfrutar de los ritos del año nuevo. Kenshin suponía que tenía más que ver con las posibles ventas que su maestro hacía de vez en vez y el acceso al sake durante tal celebración.

No había pasado mucho desde la apertura de Japón, pero incluso antes de la reclusión algunas mezclas de sangre se habían hecho entre japoneses e inmigrantes. Por lo que no resultaba tan increíble encontrar japoneses de ojos azules. Mas seguía siendo poco común.

-Quédate quieto -ordenó Hiko, deteniendo al chico con la pura inflexión de su voz.

Kenshin había intentado acercarse al pódium, donde las aspirantes a Miko estaban por iniciar una de sus danzas.

-¿No iremos al frente? -preguntó el niño, incluso después de llevar casi tres años entrenando el manejo de la espada, su autocontrol seguía siendo débil.

-No somos parte -declaró el mayor, y Kenshin lo entendió.

O fingió que lo entendía.

En la distancia pudo apreciar los movimientos delicados de las niñas danzarinas, había tres Mikos bailando al centro de éstas. Kenshin no creía del todo en la religión; al igual que en la política, había demasiadas corrientes, y en el último año había sido testigo de las persecuciones del cristianismo. Pero incluso él podía apreciar la belleza de los ritos sintoístas. No por primera vez deseó ser parte de aquella chusma.

Para el final de la danza del arroz, su maestro se había retirado en búsqueda de sake, y le había dado el permiso de deambular por la aldea siempre y cuando encontrara su camino a la pensión en la que se hospedaban. Si Hiko se levantaba al día siguiente y él no estaba presente, le abandonaría a su suerte.

-Yo estaría más preocupado si fuera usted shishou (maestro) -sentenció Kenshin, aludiendo a la adicción del hombre al alcohol.

-Dímelo cuando hayas dejado de mojar la cama -declaró el mayor.

-¡Shishou!

Kenshin saltó de su sitio en el suelo, mirando a todos lados, esperando que nadie le hubiese escuchado, tenía el rostro rojo como tomate. Para cuando volvió la vista, su maestro ya se había marchado.

Deambuló por entre los puestos, indeciso sobre qué comprar o si siquiera debía comprar algo. La acusación de su maestro bailándole en la mente. La verdad era que lo había intentado, refugiándose en el dominio de la espada y su mente; tristemente, aquello sólo había servido para intensificar las pesadillas que lo abrumaban de noche.

Se levantaba gritando, hundido en llanto… y la cama mojada.

Había tenido seis cuando sus padres murieron de cólera. Cerca de siete cuando el resto de sus familiares murieron también; su último guardián lo había vendido como esclavo a una pequeña caravana de granjeros cuando finalmente había cumplido los siete; había un daimyo (señor feudal) que necesitaba manos extras en sus tierras. Ocho cuando los bandidos acabaron con su nuevo grupo. Ocho, cuando su maestro le había rescatado, arrebatado su viejo nombre y bendecido con uno nuevo.

Uno digno de un samurai.

Ken – Shin (corazón de espada)

Aunque ni siquiera estaba seguro de querer ser un guerrero, lo que podría explicar sus pesadillas, se sentía bien tener un propósito y no estar solo, para variar.

"No pertenecemos" Había dicho Hiko. Y tenía razón. El Hiten Misurugi Ryu no estaba hecho para los hombres, aunque servía para el balance en la vida de éstos.

Kenshin apenas si lo entendía. Lo único que tenía seguro, era que, tras casi tres años de estar aprendiendo dicho estilo, finalmente sentía que de verdad no pertenecía a la sociedad de los hombres. Así que solo miraba caminando por entre los puestos, no animándose ni siquiera a comprar algún dulce. No estaba particularmente triste, quizá sólo era que aquella danza le había alterado de alguna manera.

No estaba seguro.

Tan perdido estaba en sus pensamientos que no notó cuando había salido de los terrenos del santuario y sumergido en los bosques de los alrededores. Giró sobre sí, de vuelta al santuario. Las luces bailaban creando la sensación de un paisaje naranja, seguramente ya habrían encendido las hogueras, pensó. Decidiendo que cuando menos le gustaría ver bailar a la gente incluso si él seguía solo, inició el camino de regreso.

-Shinta

Y se quedó quieto al escuchar aquél nombre.

Su antiguo nombre.

-Shinta -volvió a decir la voz, esta vez más fuerte.

Kenshin giró en dirección a la voz. Había una pequeña colina sostenida por las raíces de los árboles más viejos. El niño entrecerró los ojos intentando distinguir a la figura oculta, la luz de la luna, colándose entre las copas de los árboles, apenas y permitía distinguir nada. Sin pensárselo, el pelirrojo se acercó lo suficiente para poder distinguirla.

Era una niña.

Si el moño azul en su cabeza era señal de esto. Llevaba puesta una máscara de conejo, vestía un kimono morado con bordados de mariposas doradas. La hija de un daimyo sin duda alguna. Aunque ¿por qué estaba sola? ¿En las afueras del santuario? ¿Estaba buscando por alguien? Lo más seguro era que sí, y que probablemente era una coincidencia que la persona a la que ella buscara tuviese su antiguo nombre.

-Rojo -murmuró de nuevo la niña, tenía el rostro elevado, mirando al cielo -Rojo… Shinta.

El corazón de Kenshin se saltó un latido.

-¡Oi! -le llamó.

Pero la niña no parecía oírle. Él lo intentó otra vez.

-¿Estás bien? -preguntó tocándola del hombro-. ¡Ah!

Kenshin se queda sin aliento.

Azul. Los ojos de la niña son de un azul intenso. Como zafiros. Como dos pedazos de cielo.

El niño pasa saliva con algo de esfuerzo. La mirada de la niña parece atravesarle el alma.

-¿Estás, bien? -vuelve a preguntar comenzando a avanzar a ella sin darse cuenta realmente.

La niña finalmente parpadea. Reacciona al segundo después.

-¡Ah!

Y lo siguiente que pasa es que Kenshin cae de nalgas al suelo.

-¿Qué te pasa? -gruñe elevando la voz una octava. La niña lo había empujado con bastante fuerza para hacerlo caer.

La aludida vuelve a parpadear. Y pareciera que por fin lo ve. Realmente lo ve.

-¡Lo siento! -se apresura a él, ayudándolo a levantarse, para sorpresa del mismo Kenshin, éste no se queja. Hay algo en la voz de la niña que pareciera cantarle. -Pero es tu culpa por asustarme.

Él se indigna.

-Te llamé varias veces, fuiste tú quien no respondía.

Ella tiene a bien mirarse avergonzada.

-Lo hice de nuevo -murmura, rostro mirando el suelo.

-¿Qué cosa? -pregunta con genuina curiosidad, molestia ignorada casi por completo.

Cuando ella vuelve a levantar el rostro y clava su mirada azul intensa en la de él, la molestia se esfuma por completo.

-Voy a ser aprendiz de sacerdotisa -declara con determinación, el brillo contenido en sus ojos es inmenso.

El niño replantea el murmuro de la niña con su propia pregunta y lo que ésta contestó en su lugar, y descubre que no tiene sentido lo que dice.

-Ya lo sé -contesta ella nuevamente avergonzada, y Kenshin se sobresalta al darse cuenta de que había dicho en voz alta su pensamiento anterior, tan sólo para sorprenderse de la facilidad con la que ella vuelve a reponerse-. Deja que lo replantee nuevamente -le pide.

La niña se aclara la garganta y, acto seguido, se deshace de la máscara de conejo dejándola caer al suelo. Kenshin juraría que el ruido de la máscara al golpear el suelo había sido el de su corazón propio.

No hay nada extraordinario en el rostro de la niña, salvo sus ojos azules, resulta bastante ordinaria; pero había algo en el poder de su sonrisa, como si el rostro se transfigurara en el de la misma Artemisa. Ni siquiera la sonrisa de Akane podría competir con la niña que tenía enfrente.

-Soy una de las hijas de la honorable familia Kamiya -se presenta- y he sido bendecida con el poder de la visión, de ahí que a veces me pierda -explica, diciendo lo último con una risa adornando sus palabras.

El niño procesa nuevamente lo que ella le ha dicho y concluye que, de haber sido creyente, efectivamente habría bastado con aquella burda explicación para entender lo que "había hecho otra vez"; bajo sus palabras había tenido una visión. Sin embargo, al no ser creyente, no pudo evitar mirarla con escepticismo.

-¿He de suponer que tuviste una visión? -inquiere, la irritación se deja ver en su rostro, afortunadamente la oscuridad confunde las expresiones y ella no lo nota, pues contesta bastante entusiasmada.

-¡Así es! Aunque no siempre entiendo lo que veo.

Kenshin gruñe para sus adentros. Asumiendo que ella sea más o menos de su misma edad, sin duda solo está haciendo un juego. No hay forma de que la hija de un terrateniente sea entregada por voluntad al templo. Y si realmente su don fuese tan importante no la habría encontrado sola.

-Ajá, ya veo.

-No me crees -se dio cuenta, haciendo un puchero.

Él sintió una espina en el pecho, inseguro del por qué.

-No soy creyente. -Se excusa, decidiéndose a marcharse, ya había perdido bastante tiempo.

-Entonces no te diré lo que vi -refuta ella.

-Puedo vivir sin ello -contesta él, dándose la vuelta y empezando a avanzar.

-Pero tiene que ver contigo. -Insiste ella, elevando la voz y con las manos en puños cerca del pecho.

Él se ríe antes de responder.

-No puedes engañarme, no me tragaré que se trate de mí.

-Pero eres Shinta, ¿no?

Kenshin se detiene de golpe.

-Eres Shinta -repite ella, aunque suena como que lo acaba de concluir.

Él la ve por encima del hombro, indeciso entre volver o irse. Mas cuando su mirada se topa con la de ella, con esa intensidad de luz brillado en sus faros azules…

Es demasiado.

-Te equivocas -contesta con rabia, y una tormenta en su pecho -Mi nombre es-

-¡Kaoru dono!

-¡Ojousama! (Señorita, para la nobleza)

Varias voces comienzan a llamar a la ojousama que Kenshin tiene en frente, y aquél barullo de voces le ayudan a volver al presente. No se detiene a esperar, tan pronto se acerca el grupo de búsqueda, Kenshin se escurre por entre los árboles y se aleja.

-¡Shinta! -vuelve a gritar la chica tras de sí.

Y Kenshin no puede evitar el detenerse.

-Kasumi san, Sakura san y Akane san te desean un bendecido feliz año nuevo -le dice con voz fuerte, aunque sin llegar a gritar.

Kenshin siente un frío y una calidez chocar contra su cuerpo. Se gira, oculto entre los árboles, para mirar de nueva cuenta a la futura aprendiz de sacerdotisa. La niña le mira con una sonrisa inmensa.

-Dicen que están muy contentas de que estés vivo.

Algo en su pecho cruje, pero sin llegar a romperse. No. Es más bien como si las piezas comenzaran a acomodarse. Sabe, por lo borroso de su visión, que está a punto de soltarse a llorar.

Da un paso en dirección a la niña, dispuesto a seguir escuchándola…

-Así que dicen que no debes preocuparte por mojar la cama. Que es bastante normal.

…Y se detiene al instante después de oírla.

La condenada tiene el descaro de seguir sonriendo.

Kenshin está a punto de soltar una lista de reclamos e insultos, cuando el grupo de búsqueda finalmente da con la niña. Él vuelve a esconderse, mas se queda hasta que el grupo se ha ido. Una vez está seguro de que no volverán, vuelve a salir al pequeño claro, mirando en dirección al santuario.

"Así que no mentía", pensó para sí. Sin duda era una de las pocas de la nobleza japonesa que sería entregada al templo. Y todo por un don que para él no era más un juego, aunque…

Incluso si la misma le hubiese escuchado decir aquello a su maestro, ¿cómo sabía su nombre y el de sus difuntas hermanas? La máscara olvidada de conejo en el suelo pareciera compartir su misma duda.

Kenshin regresa a la posada, no sin antes hacer sonar el cascabel y pedir una plegaria. Se dice que mañana irá por su suerte.

Cuando Seijuro Hiko despierta a la mañana siguiente, lo recibe el rostro de un conejo. Por un instante se siente tentado de darle un golpe directo a la cara -y quebrar con éste la estúpida máscara- a su idiota aprendiz, pero luego deshecha la idea. Algo ha cambiado, se da cuenta.

-¿Qué traes con la máscara? -Pregunta.

-No he mojado la cama -contesta el niño en su lugar.

Hiko eleva primero una y luego las dos cejas en verdadera sorpresa. Luego su expresión vuelve a ser la de siempre.

-¿Y qué esperas exactamente? ¿Qué te dé un premio por lo que deberías haber dejado de hacer años atrás?

El hombre nota el enojo de su idiota discípulo aun con la máscara puesta, el muy tonto todavía no sabe controlar su ki. Y por segunda vez es sorprendido cuando el niño se traga su coraje y se levanta tranquilo de su postura del suelo.

-Mis disculpas shishou, no volverá a pasar.

Y fiel a su palabra, Kenshin dejó de mojar la cama.

"Y sólo le tomó cumplir once años", se burló su maestro.

Quizá no estaba mal salir de vez en cuando, se dijo.


A/N: ¿Alguna palabra de consuelo? ¿no? ¿ninguna? Bueno... sniff...