Sip, cada vez los capítulos se irán haciendo más y más largos.
Disclaimer: Rurouni Kenshin pertenece a Nobuhiro Watsuki.
Capítulo 2
"Premonición"
1862
Kaoru tiene apenas nueve meses -ni siquiera un año - viviendo en el santuario cuando se entera de la pérdida de más feligreses.
Era de esperarse, considerando el gran auge del budismo en los últimos años. Los templos y los santuarios parecen estar en una especie de guerra de oraciones. No es que esté molesta – aunque sí preocupada – es más bien la ironía de ver que grupos que deberían promover la paz, se están envolviendo en actos violentos. Si bien no son precisamente el clero en sí, sí lo son algunos creyentes.
Han habido ataques entre ciertos grupos, aunque sabe que todo se debe más a los llamados patriotas. La formación de los grupos ha sido algo silenciosa, pero todo mundo sabe, es un secreto a voces. El descontento con el gobierno de Tokugawa se ha ido haciendo cada vez más evidente, y la formación del Shinsen Gumi sólo reafirma que el gobierno del shogun está al tanto del riesgo que corren.
-Kaoru dono, estás temblando.
La aludida parpadea, interrumpiendo el hilo de sus pensamientos. A su lado, Yumi continua preparándose para la ceremonia. Es un soleado día después de una semana de intensas lluvias, y el santuario ha recibido solicitudes de varias familias para que lleven sus bendiciones.
-Lo siento, Miko sama
La aludida deja salir una risa cantarina.
-Te he dicho que puedes llamarme Yumi -le aseguró la joven.
La morena la miró entonces, Yumi era hermosa; tenía el cabello largo hasta la cintura, de un tono castaño que parecía dorado bajo los intensos rayos del sol. Su rostro tenía facciones finas, sus labios eran llenos, y sus ojos castaños tenían un brillo de misterio en ellos. Tenía diecinueve años, y había sido la Miko principal durante los últimos tres años, después de todo, venía de una honorable familia de sacerdotes, los Komagata. Kaoru a veces pensaba, que la belleza de Yumi habría sido mejor aprovechada como Geisha que como Miko.
-Yumi sama -respondió la morena.
La castaña negó divertida con la cabeza.
-¿Qué es lo que te tiene tan consternada Kaoru dono?
-¿No es obvio? -contestó mordiéndose el labio inferior- han habido más ataques silenciosos, perdimos el apoyo de una de las honorables familias que proveían al santuario, sin mencionar la lista de refugiados de los otros santuarios.
Yumi la miró sorprendida. Incluso si la información no era algo que estuviese ocultándose precisamente, comprender la gravedad de lo que ocurría no era tarea sencilla.
-¿Qué edad tienes Kaoru dono?
-Tengo nueve -contestó, con determinación brillando en sus ojos.
La mayor se vio capturada de pronto por el fuego en esos zafiros. A veces era fácil olvidar la diferencia de edad entre todas ellas; supuso que era de esperarse al vivir juntas. Pero Kaoru era diferente de las demás, no sólo por su don de vidente, sino por la inocencia que poseía sin llegar a ser ingenua. O, mejor dicho, no era tonta, era demasiado lista para su edad aún bajo la joven vida que dominaban sus pupilas; muy contrario a las suyas propias.
A veces, cuando el peso de todo lo vivido se reflejaba en sus orbes castañas, Yumi la envidiaba. Envidiaba la resiliencia y la motivación de vivir de la niña, aquél positivismo ante cualquier tragedia.
-A veces me preocupas, Kaoru dono -ella era la única a la que le llamaban con ese apelativo "dono" en el santuario desde que se volviera aprendiz de miko, todo debido a su potencial como futura médium- Muchas de nosotras nacimos en este mundo. Otras más lo conocían sino bien lo vivían de lleno gracias a sus familias. Y todas entrenamos entre cuatro y siete años para convertirnos en Miko.
-¿Yumi sama…?
La niña la miró con cierta confusión. La mayor parecía perdida en sus recuerdos en lugar de estar mirándola a ella.
-Y a veces aparecen irregularidades como tú. Niñas que han sido bendecidas con un don, aunque es raro que provengan de algún daimyo. Siendo princesas, posibles puentes de unión política, no cualquiera es liberada. Especialmente cuando el sintoismo perdió su fuerza política.
La niña agachó el rostro, de pronto sintiéndose algo ofendida y herida, todo al mismo tiempo.
-¿Es mi procedencia vergonzosa?
-No -afirmó Yumi con fuerza- Lo que trato de decir, es que eres muy joven y te han arrancado de tu hogar, un lugar en el que eras prácticamente una princesa, tan sólo para servir a otros. Temo Kaoru dono, que termines con muchos arrepentimientos.
Las manos de la niña se cerraron en puños sobre su regazo, quijada apretada y un naciente enojo en su pecho. Kaoru hizo un esfuerzo en soltar su temperamento. Entendía las razones de su superior incluso si no las compartía.
-No tendré arrepentimientos. -Soltó con fuerza.
Yumi la miró con pena.
-Kaoru dono-
-No tendré arrepentimientos -le interrumpió, su mirada firme en la de su compañera.
-Muy bien -asintió tras un instante de analizarla-. En ese caso deberás acompañarme en todos mis asuntos de hoy.
La niña se escandalizó.
-¡Sólo tengo autorización para el bautizo! -recalcó sintiéndose entre emocionada y avergonzada. Aquella orden sin duda ocultaba una reprimenda, de eso la niña estaba segura.
-Tú misma lo has sentenciado -dijo la mayor, poniéndose de pie para ajustarse la hakama, y Kaoru supo que lo que decía era cierto- Si estás lista para esta vida, entonces será mejor que empieces cuanto antes. Después de todo, lo principal es que te des cuenta de lo que significa realmente dedicar tu vida al clero.
La morena estuvo segura entonces, de que había hablado demasiado pronto, mas no se desanimó. Se inclinó como el respeto dictaba y aceptó el desafío.
-Hai(sí), Yumi sama.
…
Salieron del santuario rumbo a la aldea en las afueras de Kyoto, su primer encuentro estaba en una de las casas más acomodadas de la región, era la casa del representante del daimyo de la región. De ahí tomarían un coche al corazón de Kyoto, a menos de una hora de distancia.
En los últimos días el santuario había estado recibiendo muchas aruki mikos (sacerdotisas errantes) la mayoría de las cuales -tristemente – habían caído en la prostitución. El ritual del éxtasis originalmente no estaba permitido fuera del santuario, pero desde el periodo Kamakura -cuando nacieron las aruki mikos – se había dado una degradación en el oficio de las sacerdotisas. Aunque también habían estado recibiendo refugiados políticos. Aquello no amoldaba con los ideales de Kaoru.
Yumi esperó hasta haber pasado el Tori para señalar las preocupaciones de la niña.
-Sé lo que estás pensando. -Le dijo, la morena sólo se encogió aún más-. El santuario parece más un refugio ahora que un templo de oración. Pero piénsalo, Kaoru dono, ¿no es esa la misión del clérigo?
-Incluso de esas chicas.
-Incluyéndolas a ellas principalmente. -Reafirmó la castaña.
-¿De verdad serán usadas, de esa manera?
Ah, así que eso era lo que realmente le preocupaba, se dijo Yumi. Debió saber que alguien con el corazón de conejo como Kaoru, no podría estar haciendo juicios sobre la historia de las personas, sino más bien, se preocupaba por buscar la forma de ayudarlos.
-Vivimos para servir, Kaoru dono, nuestras vidas no nos pertenecen. -Le recordó-. Aunque no debes temer por ellas; el santuario para ellas es una oportunidad de redención. No serán Mikos, no totalmente, pero podrán aspirar a Chokkai (rango de nivel de entrada), que es más de lo que podrán aspirar en cualquier parte.
Kaoru lo entendía. El sistema actual de castas no era exactamente justo ni siquiera dentro de sus propios peldaños. Sin mencionar que la naturaleza del hombre -incluso de aquellos que vivían para servir a los dioses- se inclinaba a la perversión. Por otro lado, el ritual del éxtasis se consideraba también un servicio de la miko al dios que la seleccionaba, pero a veces podía ocurrir bajo otras circunstancias.
-Tú no tienes que preocuparte, ése no será tu futuro. -Le despertó su compañera de sus cavilaciones, evidentemente se había dado cuenta de lo que realmente la agobiaba. Sabía que Yumi estaba en lo cierto. Al ser una vidente, su cuerpo debía permanecer por siempre casto-. Por eso justamente temo por ti -murmuró Yumi al final.
-¿Eh?
La niña apenas y la había escuchado. Iba a cuestionarla cuando la mayor la obligó a detenerse con ella.
-Hemos llegado.
Una pequeña comitiva las esperaba a la entrada de la mansión. Ambas jóvenes fueron guiadas al recinto principal donde los recibió Kanagawa quien era el jefe de la región, un hombre en sus cuarentas, rostro amable, y que en ese momento se veía pálido y ansioso.
-Yumi Miko sama, Kaoru dono, bienvenidas. -Las saludó con una reverencia que sus invitadas imitaron. -Si son tan amables de seguirme, el doctor sigue en la habitación con mi esposa, pero ya todo está listo en la habitación frente al jardín seco.
A pesar de la situación, no tuvieron que esperar mucho. Cuando todo estuvo listo, Kaoru se ocupó en asistir a Yumi para la danza de bendición que realizaría en honor del recién nacido. La mayor requirió del tradicional sonajero hecho de cascabeles, mientras Kaoru tocaba el tambor. Cuando hubo terminado se dirigió a su compañera.
-Kaoru dono, tu turno.
-Hai, Yumi sama.
Durante el tiempo que ha estado en el santuario -y dado al potencial de su don- Kaoru ha estado recibiendo un entrenamiento especial en el lenguaje de los kamis y en el control de su don. Si bien no puede obligar una visión, sí puede alcanzar a ésta con las puntas de los dedos a través de una adivinación un tanto más completa.
Tan sólo debe hacer contacto directo con la persona en cuestión. Su corazón reboza ante el contacto que se ha hecho con el corazón del pequeño a través de la unión de sus manos.
-¿Y bien? -pregunta la madre, un tanto nerviosa.
La aprendiza de miko suelta la pequeña mano del bebé y se endereza mirando a los nuevos padres con una amplia sonrisa.
-Una vida de prosperidad le espera por delante. -Declara, y el alivio se hace evidente en toda la sala.
Palabras de felicitación y apoyo bailan en el aire; contrastando la expresión acongojada que de pronto ha invadido el rostro de la niña cuando el daimyo Kanagawa le tomó de las manos en un acto de agradecimiento y una inclinación que casi toca el suelo. Kaoru se remueve incómoda, la visión es muy clara, y termina hablando antes de siquiera distinguir las palabras en su mente-. Demo (pero)… ése camino les llevará fuera de Kyoto en los años por venir.
Silencio.
Kaoru siente el regaño a través de la mirada de su compañera, el resto de los presentes parecieran estar conteniendo la respiración. Yumi se adelanta inclinándose y obligando a su aprendiz a inclinarse con ella.
-Me disculpo por mi compañera, aún es joven y sigue siendo una aprendiz.
La pareja se mira antes de sonreír de vuelta hacia la niña, solo entonces la tensión se desvanece.
-No, no. No se preocupe -exclama Kanagawa-, la verdad me tomó por sorpresa dado que justamente recibimos una oportunidad de movernos a Otsu. -Explica, haciendo aún más grande la sorpresa de los presentes, que ahora miran con algo similar a la adoración a la niña de ojos azules-. Sin duda alguna, Kaoru dono ha sido muy bendecida.
-Este indigno ser agradece sus palabras. -Contesta ella, todavía inclinada sobre el suelo.
…
La bofetada llega certera y fuerte sobre su mejilla izquierda. Kaoru se tambalea y consigue permanecer de pie a pesar de que el golpe le dio una fuerte sacudida. Su mirada permanece en el suelo y se obliga a no tocarse la pulsante mejilla.
Delante de ella, Yumi la mira con rabia.
-Confío en que entiendas lo que hiciste mal y lo rectifiques.
La niña se encoge ante las palabras de la mayor, porque entiende que habló fuera de lugar y que bien pudo haberse inmiscuido en un problema político. Nadie había pedido por ese oráculo.
Kaoru se inclina en reverencia, maños pegadas a sus costados.
-Hai, Yumi sama. No volverá a suceder. -Promete.
-Así lo espero. -La castaña la observa, y pareciera que hay una batalla en sus ojos, una que al final pareciera haber perdido-. Sin embargo, a donde vamos ahora, tendrás que hacer un uso más grande de ese poder.
-¿Eh? -Kaoru la mira con sorpresa.
Regresan sobre el camino al santuario y pasan de él. Consiguen un coche y se dirigen al centro de la ciudad, muy cerca del castillo Edo, pero todavía fuera de la prefectura del shogun. La mansión a la que llegan está muy por encima de lo que Kaoru había conocido hasta entonces. Ni siquiera su casa en Izumo es tan grande.
-Me preocupaba que no alcanzasen a venir -habla el hombre que las recibe en el salón de visitas, un general retirado de apellido Kiyosato.
-Tuvimos un pequeño inconveniente en el camino -justifica Yumi con una sonrisa.
-Ya veo. -Concluye el hombre, y Kaoru no puede evitar sentirse atraída ante la mirada del hombre.
Amable pero al mismo tiempo cruel.
-Ella es Kaoru dono -Presenta al notar el interés del hombre en la niña pero éste la interrumpe.
-La famosa vidente del templo, hija de la honorable familia Kamiya. Conozco a su padre, un hombre honorable. -Y esta vez, la sonrisa es honesta.
-Kaoru dono está aquí para asistirme en la adivinación -Explica Yumi, y Kiyosato se ve gratamente asombrado.
-¿Será posible merecer una visión?
-Si el Cielo lo permite. -Sonríe Yumi-. Sin embargo, el don de Kaoru dono no depende de las cartas. Necesitará tener un contacto, al menos con alguno de los involucrados.
-Ya veo… -El hombre parece algo consternado, como si aquel debate fuera una decisión de vida o muerte, lo que deja perpleja a la niña.
Lo que Kaoru no sabe, es que efectivamente es así para él, Yumi lo entiende: Kaoru no aparenta la edad que tiene al ser más alta que las niñas de su edad, pero sabe que eso no es todo lo que preocupa a su anfitrión.
En la mente del general, el encuentro entre una aprendiz de sacerdotisa y un aprendiz de samurai fácilmente puede convertirse en una complicación, una que no puede darse el lujo de que ocurra cuando está tratando de hacer una unión política que asegure la prosperidad de su clan. Que incluso si sabe lo increíble del asunto, no es ignorante de las conexiones de la joven y de la facilidad e inmensa fuerza del primer romance de un hombre. Pero, al final, la curiosidad gana.
El hombre le hace una reverencia a la niña, su frente sobre las puntas de los dedos de sus manos. -Kaoru dono, me pongo en sus manos.
Ahora la niña está intrigada.
…
Yumi se queda en la sala anterior, en compañía de sus tablas de adivinación, avanzando en la misma mientras el general guía a la aprendiza de sacerdotisa en dirección al patio trasero de la casa, donde se extienden los jardines.
Hay un joven sentado en la baranda disfrutando de una taza de té.
-Él es mi hijo, Akira -le informa Kiyosato.
-Honorable Padre. -El joven al oírle se levanta casi al instante y se acerca a los recién llegados.
-Akira, ella es Kaoru dono, aprendiz de miko del santuario Fushimi Inari
Ambos jóvenes hacen las debidas referencias.
-Es un placer conocerla.
-El placer es mío.
Por un instante el hombre vuelve a temer la formación de un vínculo. Incluso si puede fácilmente obligar a su hijo a hacer su voluntad, le tiene en demasiada estima como para ir en contra de la felicidad del mismo. Espera no haber estado en lo incorrecto al asumir que su hijo tenía una fijación por quien había elegido como su principal prospecto a prometida.
Pero sólo los dioses saben el resultado de dicha apuesta, y es por esto, se recuerda, que ha accedido a aquél encuentro.
-Akira, Kaoru dono está aquí para hacer una adivinación a través de su don. Debes asistirla como ella lo necesite.
-Entendido, honorable padre.
Padre e hijo voltean a ver a la niña, la cual se sobresalta algo abochornada ante la mirada inquisidora de ambos.
-Un paseo por el jardín será suficiente -suelta apresurada.
A su lado Akira sonríe. Y es la sonrisa más amable que Kaoru haya visto hasta entonces, internamente se pregunta si llegará a conocer otra mejor.
-Será un honor. -Contesta él.
Para alivio de la niña, el padre explica lo que la sacerdotisa Yumi le ha explicado sobre cómo funciona el don de Kaoru. El hijo asiente y le ofrece la mano -palma arriba- a su invitada. La morena acepta el gesto y posa su mano sobre la de él.
Caminan por el jardín en relativa calma. Akira guía la mayor parte de la conversación, Kaoru asiente o niega sólo cuando se requiere. Hay una cierta ansiedad que no le permite concentrarse del todo, pero no logra identificar la razón. Siente que debe reconocerla, que este encuentro, esta persona, será importante en su vida.
-Espero no estarla aburriendo -comenta él de pronto al notar el silencio en el que ha caído su compañera.
La niña salta al instante.
-En lo absoluto, agradezco el paseo. El jardín es bellísimo. -Suelta torpemente.
-Me alegro.
Y ahí está de nuevo esa sonrisa. Para su molestia, Kaoru se sonroja.
-Creo que con este encuentro será suficiente -declara, mas por no poder soportar su propia vergüenza que porque haya tenido suficiente para una adivinación.
-Supongo que será una larga noche de oraciones -Ríe, y al ver la perplejidad en el rostro de ella es el turno de él de sonrojarse, una mano va directo detrás de su cuello -Lo lamento, soy bastante nervioso verá, tiendo a bromear incluso cuando no es gracioso.
Kaoru se relaja al fin.
-Está bien.
Un momento estaba a punto de desenvolverse, cuando Akira nota por la periferia el peligro.
-¡Cuidado!
Kaoru sólo es capaz de registrar la fuerza de los brazos de Akira cuando éstos la envuelven y la hacen girar para apartarla del objeto que amenaza con golpearlos. Tropiezan y caen al suelo. Su compañero se asegura de ayudarla a levantarse antes de voltear sobre el culpable.
-¡Shinji! -regaña.
Kaoru levanta la vista a tiempo para ver al joven correr a su encuentro, una versión más pequeña del compañero que tiene a su derecha, pero con un brillo diferente en su mirada.
-¡Lo siento! -se excusa al alcanzarlos, excusa porque no hay un atisbo de arrepentimiento en su voz, y porque pasa de largo para recoger el balón.
-Lo lamento mucho -vuelve a disculparse Akira.
-Estoy bien -contesta Kaoru, ligeramente intrigada por el recién llegado.
-Es mi pequeño hermano, que aun no sabe cómo comportarse.
-No fue mi culpa -gruñe el menor.
Akira pone los ojos en blanco.
-Nunca lo es.
Kaoru interviene.
-Está bien, después de todo es sólo un niño pequeño.
La reacción es inmediata.
-¿Qué dijiste?!
-Shinji, no. -Gruñe el mayor.
Pero es demasiado tarde.
…
-Honestamente Kaoru dono, ¿qué estabas pensando? -Recrimina Yumi.
No estaba pensando, ése había sido el problema. Y como consecuencia, su temperamento había tomado lo mejor de sí misma, se dice ésta mientras soporta el regaño camino de regreso al santuario.
El niño en cuestión -Shinji – había resultado ser incluso mucho más inmaduro que ella a pesar de ser dos años más grande que ella. Descubrir sus edades había sido otra sorpresa un tanto incómodo. Akira tenía catorce años, Shinji doce y ella nueve. El mayor se había sorprendido al descubrir lo pequeña que era. No joven, pequeña. Y eso de algún modo le había molestado sobre manera.
El conflicto sólo se había elevado tras el primer aparente insulto. Y terminado cuando el puño de Kaoru había terminado sobre la cabeza de Shinji. El revuelo había atraído la atención del general y la misma Yumi, quien no sabía cómo disculparse ante la escena. Fue el mayor quien había ido a su rescate.
-Tienes suerte de que Akira san hablara en tu favor, y de que el mismo fuese el heredero de la familia; si los papeles hubiesen estado al revés – y viendo cómo Shinji kun se quejó de ti con vehemencia – no habrías salido tan bien librada.
-Lo siento -murmuró contrita. Porque sí, estaba avergonzada de tal demostración de carisma, una miko debía ser más centrada se recordó.
-Discúlpate cuando de verdad lo sientas. -Se burló Yumi, en dirección al carro que las esperaba-. Vamos. Todavía tenemos que colgar un par de talismanes.
…
El general Kiyosato estaba sentado en la baranda que daba al jardín, disfrutando de una copa de sake, con su heredero como compañía.
-¿Qué pensaste de la aprendiz? -cuestionó el general.
-Es una niña dulce -sonrió.
-¿Oh? -El hombre arqueó una ceja con interés.
-Pero es una niña -remarcó sin dejar de sonreír.
-No pensaste que fuera una niña.
-Debo reconocer que no se ve como una, no a primera vista -luego recordó el enfrentamiento de la misma con su hermano y el pecho se le entibió- Shinji sería un mejor compañero.
El general lo sopesó.
Incluso si Kaoru tenía un don, no dejaba de ser miembro de la familia Kamiya, uno de los daimyos principales de la región de Izumo. Si conseguía un Omiai (matrimonio arreglado) podría casarla con su hijo antes de que la misma tomara sus votos.
-Lo consideraré -respondió.
…
En las afueras de Kyoto y cerca de la aldea colindante al santuario Fushimi Inari, Kenshin se enfrenta a un grupo de renegados al lado de su maestro.
-Este es el cuarto -declara el pelirrojo.
Durante la última semana más y más renegados han ido colindando la ciudad de Kyoto, es el preludio de una batalla que se ha ido calentando desde la invasión americana años atrás.
-¿Qué? ¿Ahora llevas la cuenta? -a su lado su maestro se burla.
Limpian las armas y Hiko gira en dirección a la montaña donde descansa la choza en la que viven. A Kenshin le cuesta más tiempo.
-Idiota, no es tu pelea -le recuerda, al notar la duda en el menor.
El joven aprieta las manos y la quijada.
-Ya sé. No pertenecemos. -Gruñe.
-Cuidado Kenshin. -Le advierte su maestro, y el aludido sabe que el hombre sigue midiendo el valor de su aprendiz -Tu mente explotará si no consigues dominarte. Ahora, sostén bien esa espada.
Hay un sentimiento que ha comenzado a quemar el pecho del chico.
Rabia.
Ha comenzado a cuestionarse cuál es el sentido de adquirir fuerza si no se le da uso a la misma. Si no se sostiene por nada, entonces ¿por qué pelea?
En los últimos disturbios, cada vez más y más gente sufre frente a sus ojos. Y Kenshin no sabe por cuánto tiempo más podrá permanecer ignorante.
Mas es aún pronto, todavía no tiene la confianza suficiente para moverse por sí solo.
…
Es tarde cuando ha Kaoru la consume el sueño. Pero antes incluso de que pueda iniciar sus oraciones. Apenas había hecho el ritual de purificación -agua fría sobre su cuerpo limpio- cuando el graznido de un cuervo la había transportado a un mundo de hielo.
Hay una joven en el centro. Está escribiendo en un libro. Es un lienzo blanco donde la tinta negra cae para tornarse roja, la nieve se tiñe de sangre.
Y de pronto la joven está de pie frente a ella, sus ojos castaños, oscuros, casi negros, parecieran atravesarla, ver muy dentro de ella. Sus labios se abren y pronuncian un nombre.
-¡Ah!
Kaoru abre los ojos de un sobre salto, respirando aire por la boca en un jadeo; sigue en el jardín con la yukata húmeda y el pelo mojado. Sigue en un trance. Se pone de pie y camina de vuelta al edificio de habitaciones.
Entra a su habitación, guiada por el mismo espíritu negro que la dominaba. Toma la tablilla pero no hay tinta negra, sólo tintes rojos y dorados.
La morena toma el pincel y lo moja.
Ella escribe un nombre.
El nombre que los labios de la joven habían pronunciado.
Ella traza las líneas de los kanjis con experto dominio, pintando un paisaje blanco teñido de rojo. Termina el nombre y lo mira. Las líneas rojas sobresalen sobre la madera.
Éste parece estar pintado en sangre.
Rojo.
Rojo como Shinta, recuerda.
¿Quién era Shinta?
"Te equivocas. Ése no es mi nombre."
El cuervo vuelve a graznar, y la niña vuelve a caer inconsciente. La tablilla todavía en su mano, donde Yumi la encuentra a la mañana siguiente.
Kaoru no tiene tiempo de explicarle nada, ni siquiera de detenerla. Tratando de evitar una tragedia que sin saber porqué le hiere como si fuera su propia historia.
Mas para cuando Yumi ha mandado el mensaje a la casa Kiyosato, Kaoru ha olvidado el sueño. Y prefiere no decir nada.
Mientras en la mansión, el general mira gustoso el nombre en la tablilla, el nombre que él mismo había elegido ya previamente, ahora con la bendición de los dioses y sonríe satisfecho.
Camina en dirección a su hijo a sabiendas de que el nombre -una vez lo lea- será la llama que abra la puerta de su felicidad.
Bajo la luz del sol, los kanjis brillan revelando el nombre de la futura novia.
…
Yukishiro Tomoe
A/N: Si todo va como hasta ahora, avanzaremos relativamente rápido... pero no hago promesas, no aún.
