Aviso: Hay mucha angustia en este capi...

Agradecimientos especiales a SakataGinkox3 por tu review y a Loriel09 bienvenida nueva lectora.

Disclaimer: Rurouni Kenshin pertenece a Nobuhiro Watsuki.


Capítulo 5

"Confesiones"

Invierno de 1863 parte 2

Cuando Kaoru despertó a la mañana siguiente, todo lo que sus ojos podían ver eran los listones de pelo rojo de Kenshin. El lazo que apretaba su cabello se había aflojado, y los hilos rojos caían como cascada por delante de su pecho, justo a la altura en la que ella estaba recostada, paralela a éste. El muchacho estaba profundamente dormido; su pecho subía y bajaba en un ritmo acompasado. Se notaba exhausto.

Durante el tiempo que llevaban compartiendo habitación Kaoru jamás se había atrevido a mirar del otro lado de la pantalla, ni siquiera las pocas veces en las que había conseguido despertar instantes antes que su compañero se había atrevido a cruzar esa línea. Aquello no tenía nada que ver con las reglas de la propiedad; no podía ponerlo en palabras exactamente, pero sentía que un manto de magia descendía sobre ellos y que éste desaparecía si acaso intentara arriesgar una mirada.

Había sido su deseo egoísta el conseguir aquél arreglo de camas. La única vez en la que había usado la carta de su don como su ventaja, se había plantado delante del mismo Guji (sacerdote principal) y defendido su caso: ella necesitaba tener su propio "guardia". Por supuesto, no le había dicho nada de esto a Kenshin -no le veía la necesidad-; incluso si había dado un discurso lleno de razones que entonces tenían absoluto sentido, la niña sabía que no engañaba a nadie y que el mismo Guji había sonreído con diversión y no precisamente con admiración por su elocuencia.

Si era honesta, reconocía que se había tomado libertades con el destino del muchacho que ahora descansaba a un lado suyo, al borde de su futón. Pero entonces, el mismo se había visto tan perdido, y ella -por vez primera- había sabido entender la vibración de su ki.

"Acéptame", decía.

Así que ella le había recibido de brazos abiertos.

Kaoru respiró con dificultad, con las emociones a flor de piel. Su mano se extendió por delante hasta alcanzar el pecho de su compañero, sin llegar realmente a tocarlo, por el contrario sus dedos se entretuvieron en jugar con las hebras rojas de su pelo.

Tenía once años, el día anterior había recibido a un bebé en sus manos, un año y varios meses atrás había sido arrancada de su hogar y entregada al santuario, desde niña había recibido visiones, y tenía conciencia de la realidad del mundo a su alrededor y la maldad que moraba en cada rincón de éste, en que en cada alma humana y -a veces incluso- que los más cercanos al cielo también guardaban oscuros secretos. Era hija de un daimyo, e incluso si durante la última década la edad de las futuras novias había ascendido a arriba de los quince años -y a pesar de su tierna edad- la niña estaba consciente de lo que implicaba la relación de un hombre con una mujer y que la atracción no era del todo inherente a los años que se tenía; especialmente para la aristocracia, cuyos compromisos seguían considerando como mujeres completas a quienes recibían el regalo de la sangre -sin importar la edad a la que ésta les llegara-.

Kaoru aún no había recibido la suya… Eso era lo único que había impedido el que su kuchiyose (ceremonia de coronación) no se hubiese adelantado -pues su don prácticamente la avanzaba en su entrenamiento-. Pero incluso si se retrasaba hasta después de los catorce años, Kaoru sólo podía pasar tres años como aprendiz, después de ése tiempo -con sangre o sin ella- la niña se coronaría como la novia elegida de Kamisama.

Y entonces…

Ya no podría dormir con Kenshin.

Kaoru cerró los ojos con pesar, su mano de vuelta sobre su propio pecho en un gesto claro de angustia. No era tan inmadura como para proclamar que estaba enamorada de su compañero, porque sabía que no lo estaba. Pero tampoco era tan infantil como para no reconocer el lazo de emociones que ahora la ataban a éste.

Levantó el rostro entonces, siguiendo con la mirada la figura del chico hasta parar en el rostro de él. Sus ojos se clavaron en la mejilla expuesta -la izquierda- donde en su visión había habido una cicatriz y donde ella terminaba haciendo una nueva.

Se atrevió a acariciarle la mejilla; con el dedo índice dibujó la cicatriz en forma de cruz mientras sentía cómo el corazón se le apretaba.

Los párpados de Kenshin temblaron ante el contacto, más el chico no se despertó; terminó soltando un suspiro y después se acercó un poco más a su compañera. El corazón de ésta dio un sobresalto, conteniendo la respiración un segundo en anticipación y miedo, mas la mano del pelirrojo apenas y se quedó a un roce de distancia de la cintura de ella -su brazo derecho fungía entonces como almohada-.

Las puertas de la habitación se abrieron en ese momento en un susurro, la aprendiz de miko levantó la mirada por encima de su cabeza, notando entonces que la espada de Kenshin descansaba paralela a su almohada.

-Yumi sama…! -Exclamó al verla.

La miko la veía con expresión seria -y un tanto incierta-, todavía sosteniendo las puertas del shoji con los brazos extendidos. La castaña la miró largo y tendido, ignorando al samurai, y tras un instante más, se dio la vuelta y comenzó a avanzar hacia las segundas puertas, las que daban al pasillo.

Kaoru no tardó en entender que debía levantarse.

Con cuidado de no despertar a Kenshin -y comprobando que el moño de su iromuji estuviese lo suficientemente ajustado-, salió detrás de la mayor.

Yumi la esperaba en el pasillo, pero en vez de seguir hacia los recintos principales, dio vuelta hacia el patio privado de los aposentos de la menor, aquél que conectaba a su vez con el recinto de purificación y cuyos otros extremos estaban bordeados por murallas de piedra.

La sangre se heló en las venas de la pelinegra al entender lo que vendría a continuación. El bloque de castigo -que no era más que un tronco grueso de madera- ya había sido limpiado y dispuesto.

Se quedaron de pie en la engawa, Kaoru sabía que el Guji ya estaría en camino con el abanico de ramas de bambú. Sus manos se posaron una encima de la otra, apretando la falda blanca del iromuji; el labio inferior le había empezado a temblar, y la niña hacía un esfuerzo por no morderlo.

Yumi miraba al frente, aunque sin enfocar la mirada, sólo, veía… Tenía un montón de cosas que quería decirle a su compañera pero no podía darle voz a ninguna de ellas, ¿de qué serviría? No cambiaría el destino de ésta.

Y, al mismo tiempo, tampoco podía permitirse la crueldad de quedarse en silencio. Así que al final, apartando de lado sus sentimientos, decidió hablarle como su superior y no como la hermana que había intentado ser desde que la habían puesto a su cargo.

-Guji sama y yo dispusimos que no querrías extender el castigo a tus compañeras y a los pobres chokkas que siguieron tus órdenes durante los eventos de ayer por la noche.

El corazón de Kaoru brincó en alarma.

-¿Por qué habrían de ser castigados?

La miko la miró de reojo.

-Preguntas por qué, cuando deberías de saber la respuesta.

La morena agachó la mirada, evidentemente herida.

-Ellos no sabían… -intentó justificar.

Yumi elevó una delicada ceja.

-¿Oh?, entonces debemos castigar al pequeño samurai que dio órdenes en voz tuya -no era una pregunta.

-¡Kenshin no es culpable! -soltó con fuerza, perdiendo todo su autocontrol

El lienzo blanco se pintaba en su mente.

-¡Fui solo yo! -Sentenció, las lágrimas acumulándose en las cuencas de sus ojos, volviendo su mirada cristalina -¡Fui yo!

El listón rojo tiñendo la nieve de un río escarlata.

-¡Fui yo la que egoístamente se aferró a su presencia!

-Entonces camina al frente y acepta tu destino -rugió la voz del Guji a sus espaldas.

Kaoru le miró sobresaltada, las lágrimas corrían libres por sus mejillas.

El Guji era un hombre en sus cuarentas, amable y de corazón blando, a quien rara vez se le veía ejerciendo castigos -a pesar de que el deber de su cargo lo obligaba a-, desde antes de su entrada oficial al santuario, siempre había tratado a Kaoru casi como a un familiar, como si fuese su propia sobrina; por lo que resultaba perturbador para ella verlo con aquella expresión tan fría.

Sin querer, la aprendiz retrocedió un paso. El sacerdote notó su angustia.

-Kaoru dono, entraste a este santuario con la firme convicción de que tu destino era servir a Kamisama -le dijo, las palabras un frío recordatorio de un viejo sueño-, con una determinación que es inusual en alguien de edad tan tierna. Sabías por tu don, que estabas destinada a la grandeza, al liderazgo. Esto es parte de ése camino que has elegido me temo. Incluso si podemos mostrar misericordia, el castigo no puede ser ignorado.

La niña le miró un instante, analizando la fluctuación de su ki y luego el de su compañera.

Y entonces, lo entendió.

Ambos, usando la excusa de la bendición de su don, la estaban protegiendo. Su castigo debía ser más grande. Sus compañeros del santuario serían perdonados de una culpa que era de ellos, aunque hubiese sido provocada por ella misma, ellos tenían la responsabilidad de comprobar que el rito no sufriera un sacrilegio. Uno como el que ella había cometido anoche.

Y Kenshin era un samurai…

Si él fuese, por honor, a aceptar su culpa… No. Cerró los ojos con fuerza alejando la terrible imagen que había evocado su mente. "No", se repitió, obligándose a acallar la tormenta de emociones que rugía en su pecho.

-Hai -contestó al fin en un susurro, sino bien del todo tranquila, convencida de que debía aceptar aquél favor.

Kaoru deshizo el moño de su obi, doblándolo con cuidado, lo entregó a Yumi -quien lo acomodó en el suelo y fue haciendo lo mismo con el resto de las prendas-, se desvistió dejando el haneri sobre la yukata interior -Yumi le amarró el cabello en una coleta alta-. Después cruzó el patio y se hincó frente al banco de castigo; las manos le sudaban, el aire se sentía pesado y su corazón latía con prisa.

Kaoru se descubrió la espalda.

-Deja las cintas -le ordenó el Guji.

Una pequeña concesión, entendió, e hizo como le dijo.

Se recostó sobre la superficie de madera con los brazos extendidos, aferrándose al borde con ambas manos, y el rostro inclinado hacia un lado, en dirección a su habitación, donde Kenshin aún dormía…

"No me veas", rogaba, mientras su corazón pedía ser salvada. "Kenshin…"

El calor le había abandonado el cuerpo, el miedo dominaba su ser… Kaoru cerró los ojos ante el murmullo de susurros y el agitar del aire bajo el abanico de pajas de bambú.

Trató de prepararse para el dolor, obligándose a no gritar…

Mas cuando el primer latigazo lastimó su piel, la sensación la golpeó como lengüetazos de fuego, contrastando con el frío que le había entumecido el cuerpo. Haciendo que el dolor de las herida infringida, fuera lo único que sus sentidos sintieran.

-¡Ah!

Durante el tiempo que Kenshin llevaba en el santuario, su sueño había sido un vacío de oscuridad que le había permitido descansar como hacía años no lo había hecho; en una choza en el centro de una aldea que ahora ya no existía, con una familia cuyos rostros habían sido olvidados. Sin embargo, la noche anterior su mente al fin había dibujado un sueño vivo de imágenes de paisajes que jamás había visto en lo que llevaba de vida. Un camino de cerezos en flor que dejaban caer flores de sakura hasta crear un manto rosa en el suelo; y la escena de un río lleno de luciérnagas, en mitad de una noche calurosa de verano.

Había una joven al borde del río. Él había caminado hacia ella, con una emoción desconocida en su pecho. La chica había volteado a verle con una sonrisa en cuanto le había sentido acercarse. Mas su semblante se había entristecido al instante después.

Él había abrazado a esa joven, con el corazón apretujado y el deseo de nunca soltarla.

Lamentablemente, aquél encuentro se había quedado a medias, alguien pronunciaba su nombre al tiempo en que el calor le abandonaba.

"Kenshin"

El cuerpo del joven se removió -todavía en sueños- lejanamente le llegaba el sonido de cortos lamentos.

"Kenshin"

Frío. Sentía mucho frío. Había el eco de un ki familiar vibrando en angustia y esa misma angustia había comenzado a ahogarle.

"Kenshin. Kenshin."

El sueño comenzó a abandonarle con prisa, una alarma en el fondo de su mente gritaba con vehemencia….

"¡Kenshin!"

-¡Ah! -Se despertó de golpe, sentándose del sobresalto -¡Kaoru dono! -gritó tan pronto se enderezó. Sus ojos acostumbrándose a la luz de la mañana y reconociendo el lugar en el que se encontraba.

Solo. Estaba solo. Su respiración se aceleró, ése ki -el ki de su amiga- le gritaba en angustia y dolor… Se levantó al instante, reconociendo al fin los lamentos que se escuchaban en el aire. -¡Kaoru dono!

Salió corriendo fuera de la habitación -espada en mano-, dejando las puertas del shogi abiertas; siguiendo el palpitar de la fuerza vital de su amiga.

Vio la imagen antes de entenderla… vio el arco del abanico bajar sobre la piel de la aprendiz y las heridas en la piel de ésta. Sus pies reaccionaron por si solos.

-¡Kaoru dono!

-Dame (no) -Se escuchó la orden.

Apenas llegó a la engawa todo su cuerpo se paralizó. A su lado, Yumi se encontraba erguida con el sonajero de cascabeles extendido en dirección del samurai, quien entendió el pequeño encantamiento mental que la miko había ejercido sobre éste.

-Deja de resistirte -le ordenó.

Kenshin gruñó bajo el control del hechizo -una técnica de paralización que consistía en someter el ki del individuo-, intentando con todo de sí el liberarse. Yumi tuvo que reconocer la fuerza del joven samurai, quien parecía más bien ser detenido por hilos invisibles que realmente estar inmóvil.

-Dame. -Volvió a ordenar, con más fuerza, batallando con mantener el control de su recién enemigo- Si sientes algo de respeto por lo que representa Kaoru, no ofenderás su honor interfiriendo.

Fue poco, pero por un instante la voluntad del pelirrojo flaqueó se dio cuenta Yumi. Ya se daba una idea de por dónde debía presionar.

Kenshin le miró con ojos fieros, y la miko se sorprendió de ver la transformación de color que las orbes del muchacho proyectaban. De morado a azul intenso, casi negro, gris por menos de un segundo y luego…

Dorado.

Sus enfurecidos ojos, tenían un brillo dorado.

El samurai era la viva imagen de un Oni (demonio)…

Yumi podía escuchar los reclamos que los ojos del pelirrojo proyectaban.

¿Qué crimen podría cometer alguien como Kaoru? ¿Cómo puede ser ella merecedora de tal ultraje? ¿Cómo se atreven a lastimarla?

Y por debajo de aquél interrogatorio, un mantra vivo de sangre y venganza.

¡Los mataré!... ¡Los mataré!

Esto, era lo que Yumi había visto en las tablas… El augurio de una tragedia.

-¡Kenshin! -Les llegó el grito de la aprendiz entre jadeos, desde el centro del patio.

Todo, desde la postura hasta la energía que proyectaba, cambió con el llamado de Kaoru.

-Onegai… -sollozó, el Guji se había detenido un momento y ella había aprovechado para hablarle, intentado recomponerse -Terminará… Pronto -prometió en un susurro de voces.

Angustia.

Yumi notó la angustia en la expresión del samurai. Admirándose de cómo, sin necesidad de más palabras, eran capaces de entenderse a través de las miradas. Pero por encima de todo, del respeto que traspiraba entre ambos, principalmente de él.

A regañadientes, Kenshin deshizo la tensión bajo la que se había encontrado su cuerpo, rindiéndose momentáneamente al encantamiento de Yumi.

Al menos hasta que el abanico de bambú volvió a caer sobre la espalda de la aprendiz.

Entonces la reacción de su cuerpo había sido inmediata. Apretó la quijada haciendo que los dientes rechinaran, su agarre en la espada también se había hecho más fuerte. Sufría físicamente por detenerse a sí mismo de salir corriendo en auxilio de su amiga.

-¿Por qué? -consiguió decir, más gruñido que palabras.

Yumi, notando que él no intentaría detener el castigo -ya no al menos- deshizo el hechizo, los cascabeles tintinearon en murmullos.

-Anoche, cometió una falta -explicó.

Kenshin se removió entre culpable y ofendido.

-Tú me dijiste que me quedara con ella -gruñó, elevando la voz una octava y abandonando los honoríficos que siempre usaba para con cualquiera.

-Ésa no es la razón, Kenshin kun -le aseguró Yumi, quien sufría igual que él ante la flagelación de su aprendiz, se dio cuenta él. -Deja que sea ella quien te lo diga -Pidió.

El samurai no podía apartar la mirada de Kaoru, se obligó a no apartar la mirada.

Tras completar dieciséis latigazos el castigo finalmente terminó.

Kenshin corrió al instante hacia ella.

-Kaoru…

Él no sabía cómo ayudarla, momentáneamente paralizado por la escena frente a sus ojos, asqueado ante el daño en la piel de la joven a quien admiraba. ¿Cómo la cargaba? ¿Debería llevarla de vuelta a la habitación o con alguna de las otras mikos que se especializaban en sanación? ¿Deberían siquiera permanecer en el santuario?...

Kaoru respiraba con dificultad, las lágrimas se mezclaban con el sudor de su piel. El cabello, todavía amarrado, caía por el lado derecho de su cuerpo. Tenía pequeñas mordidas en sus manos, las cuales seguían agarradas al borde de la madera. Kenshin entendió que ella había intentado contener su llanto.

-Kaoru -le llamó con la voz temblando -voy a llevarte a mis espaldas, ¿crees que puedas apoyarme?

La aludida le miró desde su posición, hipando a ratos, pequeños suspiros en medio de sus lágrimas; se veía exhausta y él sabía que lo estaba.

Finalmente, la joven asintió con la cabeza.

Se sostuvo a él con trémulas manos, aferrándose a la tela de su haori, él se encargó de lo demás. Con cuidado y con prisa, el samurai la llevó de vuelta a su habitación. Hikari y Fuu ya esperaban dentro con la cajonera de medicinas. Las dos aprendices se veían contritas y las marcas en su rostro evidenciaban el que habían estado llorando.

Todavía inseguro y molesto, Kenshin permitió que las dos jóvenes atendieran a su compañera, pero se negó a abandonarla.

Las dos jóvenes trabajaron en silencio limpiando las heridas -largos rasguños rojos que se entrecruzaban, algunos todavía sangraban-, aplicaron salvia sobre la piel viva, meticulosamente, mientras la joven se encogía ante el escozor. El samurai sentía el dolor como si fuese el suyo propio, y aquello sólo conseguía incentivar aún más su enojo. Kaoru era su primera amiga, la primera después de sus hermanas, la primera cercana a su edad después de la pérdida de su aldea ante el cólera. La primera que no le miraba ni con juicios en su mente, ni con lástima.

Estaba tan perdido en sus en sus pensamientos que no notó el pasar del tiempo. Hikari y Fuu habían terminado sus atenciones para con su compañera.

-Se quedó dormida. -Señaló Hikari, ella era la más chica del grupo, apenas un año más joven que Kaoru.

Kenshin dirigió su mirada hacia la pelinegra. Cierto a las palabras de Hikari, Kaoru dormía profundamente, lo cual era entendible considerando lo que había sufrido instantes atrás. Ni siquiera había desayunado…

Hikari fue la primera en adivinar lo que el chico quizás estaba pensando.

-Himura kun… para el desayuno…

Pero la joven enmudeció ante la fiera mirada de su compañero, quien seguía sin poder disminuir su enojo. Fuu intervino para alivio de la menor.

-Lo que Hikari quiere decir, es que seremos el vínculo; así podrás permanecer con ella el mayor tiempo posible.

Se moverían bajo sus órdenes, se pondrían a su disposición incluso por encima de sus deberes.

-Entiendo… -dijo al fin.

-Estaremos a un llamado -prosiguió Fuu- en caso de que necesites salir, para tomar tu lugar.

Kenshin asintió, porque no podía hacer nada más. Y tras un instante de duda, las dos aprendices salieron.

Kenshin suspiró. Dejando por fin la katana a un lado suyo.

Iba a ser una mañana ocupada.

Cerca del mediodía, tras un insípido desayuno y cuando ya había repasado la mayor parte de los libros de la niña, ésta finalmente despertó.

La aprendiz se sentía cansada, sus ojos parpadearon varias veces antes de conseguir mantenerse abiertos. Kenshin estaba sentado a un lado de ella, manos dentro del gi.

-Hey -Le saludó en cuanto la notó despierta.

-Te ves molesto -dijo en un susurro, casi imperceptible, su voz ronca.

-Lo estoy. -Contestó él, el filo de su emoción brillando en sus orbes casi amarillas.

-No lo estés, por favor… -suplicó.

Él arrugó el gesto, debatiéndose entre la angustia, la confusión y el enojo.

"¿Cómo puedes pedirme eso?", parecían decir sus ojos.

Kaoru inspiró con dificultad, emocionalmente cansada.

-Kenshin… cometí un grave error, varios, en realidad… -confesó, luego la garganta se le secó -¿Mizu? (agua) -pidió.

El pelirrojo se levantó casi al instante.

-Espera… -pidió, tomando el bote de agua y sirviendo un vaso de porcelana por la mitad. Se dirigió a su compañera y por un instante se detuvo inseguro -¿Puedes? -Pidió.

La morena entendió la súplica, tomó fuerzas y consiguió erguirse lo suficiente para sentarse sobre el futón, haciendo una mueca de dolor cuando la piel de su espalda se estiraba.

-Estoy bien… -Aseguró, ante la reacción inmediata de su compañero.

Ella bebió el agua con ayuda de éste, hasta que la hubo terminado toda. Kenshin puso los trastes sobre la charola, cuando sintió el jalón de sus ropas, Kaoru le miraba, los ojos brillando de emoción. -¿Te molestaría…?

Y Kenshin, que en ese punto era incapaz de negarle nada, volvió a tomarla en sus brazos, con sumo cuidado. Se sentó con la espalda pegada a la pared, Kaoru entre sus piernas -sentada de lado- con el rostro recostado sobre el pecho de él. El muchacho dejó que ella terminara de acomodarse y luego la cubrió con el haori que hasta entonces había descansado olvidado en el suelo.

Pasado ese momento, Kenshin se aclaró la garganta para atraer su atención.

-Ahora, dime. ¿Qué es ésa tontería de que merecías esto?

Kaoru cerró los ojos con pesar.

-Honestamente no sé por dónde empezar… Kenshin, anoche, ¿a dónde me trajiste? -Preguntó, girando el rostro para poder mirarlo a los ojos. -Dime…

El aludido la miró con sincera confusión. Terminó debatiéndose con las palabras.

-No entiendo, ¿qué?, ¿por qué imp-?, Kaoru dono…

-Sé que Yumi sama te informó sobre el rito… -Señaló ella, él se removió incómodo. -Kenshin, anoche, ¿a dónde me trajiste y a dónde debías llevarme?

Estaría mintiendo si dijera que no lo entendía, que desconocía lo que ella estaba tratando de insinuar, pues Yumi sama se lo había dicho. La antesala de la habitación de la chica, era también una especie de recinto espiritual, con tablas y talismanes colgados en lo alto de las paredes. Por el contrario, el llevarla a su habitación representaba un gesto de intimidad.

-¿Por qué importa? -Dijo en su lugar, desviando la mirada.

Kaoru sintió ganas de reír, pero se sentía cansada, no lo suficiente lista como para señalar el verdadero problema sin rodeos, sin contexto, sin una justificación loable para sus sentimientos y sus libertades para con él. Así que se fue por la opción más obvia, la más fácil y la más sencilla.

-Tengo once ahora, y tú catorce. -Señaló, apartando la mirada de él-. La brecha que nos separa se ha ido haciendo más corta.

Kenshin inhaló y exhaló con dificultad, algo similar a un forzado suspiro, la única seña de que él había estado consciente de las implicaciones de su relación con ella, incluso si nunca las había reconocido en voz alta. Casi como si se sintiese atrapado, en peligro de que sus sentimientos se descubran.

-Quizá no sea mucho -continuó ella-, pero estás a medio año de cumplir quince, un hombre bajo los estándares de nuestra cultura. Estoy segura de que eres capaz de entender el peligro que todos ven en tu unión conmigo.

-Yo jamás te forzaría. -Interrumpió con fuerza, aunque sin levantar la voz.

Kaoru asintió, con el asomo de una sonrisa en las comisuras de sus labios.

-Yo te pedí que te quedaras, y aunque puedo excusarme en el dolor que sentía, era mi deber estar consciente.

-Sería pedirte demasiado -volvió a interrumpir, su molestia evidente en cada una de sus palabras- estabas sufriendo -remarcó con angustia.

-Quizás… -Concedió ella, sin permitir que las emociones de él la disuadieran-. Pero este es el camino que elegí para mí. Pude haberlo rechazado. -Confesó y él enmudeció, sorprendido por el hecho de que ella estaba abriéndose para él. -Mi padre, es un hombre amable, y mi hermano es una viva copia de él. Desde que vi la muerte de mamá semanas antes de que partiera, ni una sola vez, ninguno de los dos mencionó algo sobre el santuario. Me tomó un año entender que me estaban dando una salida. Ellos no dirían nada. -Sus ojos volvieron a cerrarse por ese breve instante, recordando el eco de una vida que parecía ajena al sentirse tan lejana-. Incluso después de llegar aquí, hace dos años, cuando te conocí.

Kenshin recordaba aquél encuentro. El mismo le había perseguido noche tras noche, convirtiéndose en el bálsamo de sus constantes pesadillas. Trayendo en su lugar los rostros sonrientes de sus hermanas adoptivas… regalándole un atisbo del casi olvidado rostros de sus padres.

-Siempre, he tenido gente a mi alrededor -dijo ella sonriendo-, gente que vela por mí aún a riesgo de perder su honor.

Kenshin se escandalizó.

-¿Dónde está lo honorable en lastimarte de esta manera? -Reclamó.

-Kenshin. -Kaoru le apretó la tela de su gi, arrugándola entre sus dedos, una pequeña súplica que consiguió calmarlo-. Todos tenemos un deber. -Le dijo con seriedad tan pronto el enojo de él cedió-. Incluso si ese deber nos cuesta la vida, debemos llevarlo a término. Hikari, Fuu, Koga… todos ellos sabían que debían quedarse hasta estar seguros de que el rito se llevase a cabo como debía. Aún así eligieron escuchar tus palabras.

-Entonces la culpa es sólo mía. -Interrumpió él irritado.

Kaoru negó con la cabeza.

-No Kenshin. Ellos eligieron. -Remarcó las últimas palabras. -Por ti… pero principalmente por mí. Merecían un castigo igual que yo. Y tú también.

El pelirrojo se mordió interiormente el labio inferior, buscando sin detenerse razones para contradecirla.

-¿Entonces por qué fuiste la única…? -Cuestionó con voz ahogada, por fin el enojo estaba dando paso al verdadero sentir del muchacho.

Culpa.

Ella se irguió lo suficiente para poder mirarlo de frente, sus manos apretando la tela del gi a la altura de sus hombros.

-¿No lo ves Kenshin? -Cuestionó sintiéndose desesperada-. Tanto Guji sama como Yumi sama, los dos, tuvieron una bondad conmigo. No quieres saber del verdadero castigo que debió dársenos a cada uno. ¡Kenshin! -Sollozó. Los ojos se le cerraron y su frente cayó sobre el pecho de su compañero-. ¡Eres un samurai…!

Había un ritual dedicado para cuando un samurai había sido incapaz de proteger a su señor, ya sea porque éste sufriera un gran daño y casi muriera, o porque la falta de su deber había sido notoria.

"Senppuku"

E incluso si Kenshin lo entendía, no le era suficiente. No cuando la había visto sufrir aquél castigo.

-Aún así…

-¿Me habrías abandonado? -Le interrumpió ella finalmente con determinación en sus ojos azules, los cuales fijó en los de él. Ante aquél gesto y la emoción que bailaban en las orbes de su compañera, Kenshin cedió-. Tienes un corazón amable, Shinta. -Señaló sonriendo, volviendo a esconderse en el pecho de él-. Y yo, abusé de esa amabilidad.

Hubo un pequeño silencio.

Kenshin no creeía aquélla confesión, e incluso si resultase ser cierta, se descubrió confesando que no le importaría. Ella podía tomar todo lo que quisiera de él, y él estaría encantado de complacerla.

-Nadie en este santuario, me mira más allá de mi destino… -Lamentó. -Sí, me cuidan, me respetan, a veces incluso bromean conmigo, pero aún esos pequeños deslices se sienten forzados. No hay una verdadera conexión simplemente compartimos el mismo espacio. Estoy segura de que te has dado cuenta.

Lo había hecho. Era la misma amabilidad con la que a él lo habían tratado siempre que estaba con Hiko.

-Quizá por eso fue por lo que me obsesioné contigo. -Confesó. -Me irritas…

Kenshin rió por lo bajo.

-El sentimiento es mutuo -Aseguró.

Kaoru se mordió el labio inferior, todavía temerosa de decir en voz alta lo que residía en su corazón. Él no la presionó. Se limitó a respirarla, a beber su imagen y disfrutar de su cercanía.

-Fui yo quien pidió este arreglo de camas. -Soltó ella al fina tras un largo instante de duda. -Sé que no debí hacerlo. Fue la primera mentira que te dije…

Él lo había sospechado tras los primeros días que compartieron cuarto.

-Si fue permitido, ¿por qué te culpas?

Ella suspiró.

-Cuando pedí que te dejaran permanecer conmigo, alegué que serías mi guardaespaldas, mi propio samurai, incluso si no había un juramento de por medio, estaba dispuesta a fingir que lo había.

Él sopesó sus palabras, escarbando todo lo que sabía sobre el código de honor de un samurai y su relación con su señor.

-Entonces debería de dormir en el pasillo. -Dijo, medio enserio, medio en broma. -O en una habitación separada.

Ella sonrió.

-Ah, pero al ser bendecida por Kamisama, necesitaba que mi guardián no tuviera el impedimento de un fusuma. -Aseguró-. Si el asesino ya estaba dentro de la habitación, sería perder valiosos minutos.

Kenshin bufó, rodando los ojos, la miró después con incredulidad.

-Tienes una daga dentro de tu obi, todo el tiempo.

-Exacto, la bendecida de Kamisama no debería tener que recurrir a la violencia.

Él volvió a reír.

-Entonces, he estado trabajando sin una paga. -Acusó.

Ella juntó las cejas en un gesto pensativo, a él le costó descubrir que ella hablaba en serio.

-Guji sama dijo que se encargaría de eso, supongo que tendrás que verlo con él.

-Supongo que tendré que hacerlo. -Aceptó. Luego volvió a mirarla con gesto serio, había notado cómo tras ese desliz el aire volvía a tensarse. Consciente de que eso no podía ser lo que realmente tenía tan agobiada a su amiga. La mirada que le dedicó parecía preguntar "¿Es todo?" , y la aprendiza de miko volvió a dudar, él lo notó esta vez. -Si no deseas hablar-

-No. -Le interrumpió. -No. -Repitió. -Quiero hacerlo. Es sólo que es difícil… No quiero que me odies.

-Jamás podría. -Contestó al instante.

Y ella supo que él creía esas palabras. No había duda en sus ojos, su ki palpitaba vivo, como si aquello fuese un juramento de vida. Quizá lo fuera, igualmente, Kaoru no quiso tener que romper aquél imposible. Después de todo, él podría odiarla, pero lo que dependía de ella el que aquello fuese realidad o no, pesaba menos que lo que dependía de él.

Así que no refutó sus palabras y, por el contrario -volviendo a recargarse en el pecho del muchacho-, empezó con el relato.

-Aún así, sé que no era aquí a donde pretendías ir.

Escuchar aquello fue como una punzada en el pecho. El muchacho era consciente de que estaba retrasando su partida, si bien no la había abandonado de lleno, y aquellas dudas le hacían sentir ligeramente culpable. Estaba siendo hipócrita, mucho más preocupado en justificar su estadía que en reconocer las razones de su eminente partida.

-Si he de ser honesto, hace tiempo que me cuestiono si de verdad era ése el camino que había elegido. -Dijo al fin-. Shisho estaba en contra de que yo me fuera. Igualmente me dejó ir… Todavía no doy con la respuesta Kaoru dono, pero algo me dice que estando cerca de ti podré encontrarla.

Kaoru sopesó aquello. Su corazón haciendo un twist en su pecho. Estaba contenta de ser correspondida, y a la vez preocupada de no cumplir con los estándares de aquella admiración, de terminar decepcionándolo.

-¿Podrías explicarme ahora, por qué lo de ayer fue tan grave? -Preguntó él, sacándola de sus reflexiones. -Entiendo las implicaciones, pero sólo me estás revelando la superficie.

-Lo sé. -Admitió contrita.

-No tienes que decírmelo, puedo esperar.

-Kenshin… -Suspiró. Ella no quería ser injusta con él. -Es una historia larga…

Kenshin sintió entonces la alteración en el ki de su compañera. Errático. Hay un eco de miedo reflejado en la vibración de éste. Movido por un sentimiento hasta entonces desconocido, el pelirrojo acaricia el rostro de su compañera, logrando que ésta lo mire. Él le dedica una sonrisa.

-Tengo tiempo -le dice.

Finalmente, Kaoru comienza a hablar.

-Hay tres formas diferentes en las que puedo alcanzar una visión. -Comienza ella, sus ojos han ido perdiendo su enfoque, su mente perdida en los recuerdos-. La primera y la más común, es a través de sueños.

"Tenía seis cuando soñé con el funeral de mi madre. Recuerdo que me desperté llorando y que no dejé de llorar sino hasta que el sol iluminó mi rostro. Mi hermano, Koishijiro se quedó despierto conmigo. Dos semanas después mi madre se enfermó de gravedad, murió por la fiebre, y el funeral terminó siendo exactamente igual que en mis sueños.

Los sueños son la forma de visión más sencilla. Los veo, pero no los vivo. No hay verdadero sentimiento en éstos. Muchas veces son escenas de una historia desconocida para mí, muchos de esos atisbos están fuera de contexto, aún cuando me revelan imágenes de gente cercana a mí.

No los controlo, por supuesto, y puedo recibirlos en cualquier momento. Los pergaminos que has visto sobre mi escritorio son para registrarlos tan pronto despierto, sino lo hago puedo olvidarlos…"

-Tu visión sobre Shinta -interrumpe Kenshin, mencionándose a sí mismo como tercera persona, hace mucho que comenzó a aseverarse de aquella identidad -¿entra en ésta categoría?

Ella lo considera.

-La verdad es que no estoy segura -confiesa. -Podrías decir que fue un sueño despierta, uno muy lúcido. Pero el Guji insiste en que ver fantasmas es un don diferente.

Él se remueve incómodo.

-¿Tú crees, que las viste?

-Me gustaría pensar que sí. Eran muy cálidas. -Sonríe, luego reconsidera y frunce el señor-. Y en sí me hablaron, ví lo que ellas quisieron que viera.

-Ya veo… -contesta por lo bajo. Su corazón está sumido en el mismo mar de dudas y miedos que el de ella.

Aún así, Kaoru se obliga a continuar.

- Después de mis primeros sueños, hubo pequeños atisbos de futuros inciertos. -Dijo. -Durante meses, fui capaz de vislumbrar esos huecos a través del contacto. No sé decir exactamente qué lo detonaba, pero una vez empecé con el entrenamiento fue fácil controlarlos en cierta medida.

"Me has visto hacer pequeños augurios en las ceremonias de bautizo. Eso es porque cuando un recién nacido llega al mundo, su conexión con el mundo espiritual es mucho más fuerte que su conexión con el nuestro. Lo que me permite tocar el hilo de su vida, sin necesidad de tener que prepararme. Pero incluso así, puede haber riesgos…

Hace un año, Yumi sama y yo fuimos a la casa del representante del daimyo de esta región, yo acababa de dar el buen augurio, por lo que todavía estaba semi sumergida en ese mundo. En realidad, había sido un accidente, pero mi impertinencia fue querer dominar aquel suceso.

Cuando toco a alguien, Kenshin; cuando estoy de pie sobre esa línea divisoria, puede parecer apenas cosa de un segundo, pero vivo aquellas visiones… No solo veo, estoy ahí, soy parte del evento. Y si no tengo algo amarrándome aquí, puedo fácilmente perderme. Por eso los ritos, los rezos y los cantos; son salvaguardas que me protegen cuando acaricio aquellas visiones.

En aquella ocasión tuve la suerte de la ceremonia, eso me permitió volver. Pero lo que ví… La casa estaba siendo atacada, samuráis dejando cadáveres a su paso. Vi los cuerpos y la sangre. Escuché a alguien decir "Debimos irnos de Kyoto cuando pudimos", y decidí jugármela con ese pedazo de información. Volví a la realidad y advertí al jefe de esto, "Serán más felices si se van de aquí…" Fui una estúpida. Cada que recuerdo aquello me avergüenzo. El daño que pude haber hecho…

Afortunadamente para mí, el representante ya había recibido la oferta del cambio a Edo, y nadie lo vio como un augurio diferente o ajeno al anterior ya dado, sino como un complemento. Ésa fue la primera vez que Yumi sama me reprendió."

Inconscientemente, la mano de ella descansó en su mejilla izquierda, el recuerdo de aquella bofetada vivo en su conciencia.

-Hice un juramento entonces -Confiesa ella-. Y ayer, Kenshin, rompí ese juramento.

-Invocaste una visión -comprendió él-, sin prepararte.

-No fue solo eso -negó ella-. Has visto los encantamientos y las salvaguardas en las paredes, es prácticamente una trampa si no llevo primero una preparación. Estaba consciente de eso ayer, sabía el riesgo, pero… -Recuerda el rostro de Tomoe, la vibración de su ki que la llamaba como un canto. -Elegí… -termina diciendo, porque no puede pensar en otra palabra que defina lo que hizo- Elegí -repite con fuerza- ignorar aquella alarma en mi cabeza y forcé mi entrada a ese mundo.

-¿Es por eso que sufrías? -cuestiona, Kenshin.

Él había despertado ante la fuerte vibración en el aire. Muerte, cantaba el eco. Desorientado ante la ausencia de Kaoru en la habitación con él, se había levantado en alarma como si estuviese a punto de entrar en una batalla. Había estado a nada de desenvainar la katana, cuando había visto a su amiga retorcerse en dolor y angustia siendo sostenida por las manos de aquella chica, que solamente pudo pensar en separarla.

Ahora reconocía la brusquedad con la que había actuado, quizá debía disculparse con la entonces invitada, pero en aquel momento e incluso ahora, él sabía que volvería a actuar de la misma manera. Su prioridad había sido Kaoru, su lealtad estaba con ella, incluso si el mismo Guji hubiese estado en el lugar de la otra chica, él no se habría detenido a pensar si debía o no intervenir.

Justo como aquella mañana, si Yumi no le hubiese detenido, él habría reaccionado antes de pensar si estaba bien o no. Involuntariamente se estremeció. La ira que había sentido entonces no se compara con ninguna otra experiencia pasada con aquella emoción. Estaba seguro, que hubiera sido capaz de tomar su primera vida entonces.

Y no estaba seguro de que lo fuera a lamentar.

-En parte -admitió ella, comprendiendo la emoción en los ojos de su compañero. Se preparó para confesar lo que seguía. –Sin embargo, Kenshin, creo que el dolor vino más bien de intentar salir.

-¿Cómo dices? -Le miró con perplejidad.

-Traté de entrar al inicio. Forzar mi entrada -explica-. Pero una vez entré fue como entrar en un remolino de agua -Cerró los ojos, su cuerpo se estremeció ante el recuerdo-. Me hundí en él. Como si… como si estuviese a penas intentando asomar la cabeza tras un clavado y me encontrase con que estoy debajo de una cascada. Estaba aterrada…!

"Vi las imágenes… las vi como recuerdos… El dolor en mi pecho…! Kenshin… Era peor que cuando falleció mi madre; había perdido a alguien importante, el atisbo de un futuro que prometía ser bueno, y tenía tantos arrepentimientos y ¡ninguno era mío!

-Kaoru…

-No era yo -confiesa- y tampoco puedo decir que era ella -Tomoe- No lo sé, porque no veía fuera de mí, no solo estaba ahí, yo era ella…

Su rostro se volvió entonces al de él. Kenshin se sobresaltó ante las emociones reflejadas en el rostro de Kaoru, bañado en lágrimas.

-Y cuando tú… cuando tú me tocaste… -La voz se le quiebra, siente un nudo en el pecho que no le permite hablar.

-Kaoru… -El trata de detenerla, de disuadirla, pero ella se niega.

-No sé lo que hice -Confiesa. -No sé siquiera si fui yo quien lo hizo… Pero, la vida que estaba invadiendo entonces, se ligó con la tuya.

Es como si un balde de agua fría le hubiese caído encima, el calor abandonándole el cuerpo casi de golpe. Muerte. La habitación había olido a muerte.

-¡Lo siento Kenshin! -Vuelve a sollozar. -Vi tu futuro… Y no puedo decirte, no puedo, lo siento, no puedo… -Su voz ha ido cediendo, su figura igualmente. El agarre en las ropas de él se ha ido aflojando también, mas su rostro sigue oculto en su pecho. Le está rogando que la perdone.

Kenshin realmente no sabe qué decir. Las implicaciones de aquella confesión, de su llanto y el dolor que ella había sentido…

"Sé que no era aquí a donde pretendías ir."

-¿Qué habría pasado, si te hubiese dejado dentro de las salvaguardas? -Se escucha a sí mismo preguntar.

-…No estoy segura -logra decir tras lograr calmarse un poco. -Probablemente el vínculo se hubiese cortado.

-¿A qué te refieres con que hiciste una unión? -No había querido sonar molesto, pero su cuerpo y su mente no parecían querer coordinar.

Kaoru se mordió el labio.

-No puedo decírtelo.

Él apretó la mandíbula, su ki vibró en enojo.

-Así que viste lo que será de mí, y aún cuando sabías que no debías seguir viendo me pediste quedarme -prolongando con eso aquella invasión- ¿y no puedes decírmelo?

Ella se encogió ante cada reclamo.

-Lo siento… -sollozó.

Kenshin se debatió entre el enojo y la decepción. La tristeza de no poder recibir su plena confianza por no tener derecho a ésta dado el status de ambos, el ultraje de saberse observado sin su consentimiento, y la angustia de no poder realmente estar molesto con ella. De sentir que quería ayudarla pero no podía hacerlo. Mas pensar que la respuesta que había estado buscando estaba al alcance de su mano… Y ella la tenía…

La ira será entonces, decidió.

-¿Voy a morir? ¿O voy a matar? -Preguntó con voz grave, fría, cruel… -¿O ambas?

Kaoru permaneció en silencio, de a poco soltó por completo las ropas de él y se encogió en si misma. Aquello le partió el corazón a él.

-Bien -dijo, sintiéndose defraudado. -No me digas nada.

Y salió de la habitación sin mirar atrás.

Era bien entrada la noche, cuando su degustación de sake se vio interrumpida por su baka deshi. Hiko le miró con botella a medio camino de su boca, decidiendo si valdría la pena o no interrumpir la velada; el fuego llevaba tiempo ardiendo después de todo. Mas cuando Kenshin se plantó con ojos que bailaban entre el violeta y el dorado, el hombre entendió que no podía rechazarlo.

-Llegas tarde. -Soltó. -Meses tarde.

Él había estado al pendiente de las acciones del chico en el santuario, de la fascinación con la que se había entregado a la joven aprendiz de miko, y de cómo había pretendido obviar la desesperación que aún ahora sentía dentro de sí.

Su baka deshi todavía deseaba entrar a la guerra.

-No estaba listo entonces. -Contesta el menor, ojos violetas.

Hiko eleva una ceja, su rostro denota un gesto entre burla y curiosidad sincera.

-¿Y lo estás ahora? -Cuestiona.

El dorado se refleja un instante en los ojos de su alumno.

-Eso es lo que quiero probar.

Silencio.

Hiko considera aquella declaración. Su baka deshi está pidiendo con aquella declaración el que su maestro lo vuelva a acoger. Y aunque él había estado esperando el momento de aquél encuentro -seguro de que el chico volvería- necesita determinar primero dónde se para su alumno, cuando cree encontrar en la mirada de éste lo que busca, finalmente contesta.

-Ve y trae agua. -Ordena. -Va a ser un largo invierno.

Kenshin toma el balde y se aleja en dirección del río.

Hiko decide conveniente, hacer una visita al santuario al día siguiente.


A/N: Una disculpa por el retraso. Contrario a mis otras historias, ésta tengo bien claro tanto el número de capítulos como lo que quiero que pase en cada uno de éstos, además de definido el final; por lo que creo con certeza que podré terminarla pronto. Es sólo que la última semana no conté con espacios libres para escribirl.