Me retrasé con éste porque, como lo prometí, actualicé otra de mis historias que ya merecía ser retomada... Pero seguiré actualizando éste con más frecuencia que los demás, no quiero que la inspiración se me vaya a otra parte.

Por cierto que, en mi historia el evento de la Ikedaya se retrasará un año, ya que Kenshin tardará más en unirse al clan Chosu, lo que retrasa la formación del Ishin Shishi.

Disclaimer: Rurouni Kenshin pertenece a Nobuhiro Watsuki


Capítulo 8

Prendiendo las luces del camino de flores...

1864

Primavera

Durante toda su vida Momiji soñó con formar su propio hogar. En su mente visualizaba una habitación cálida, la cual daba a un jardín privado. Sería una casa compartida y toda su familia crecería en las habitaciones de la misma. La joven veía las siluetas de niños corriendo por el piso de madera, seguidas de risas, y el reflejo de la luz vibrando a través de las copas de los árboles de cerezo que sin duda bordearían la casa.

Sin embargo, ése sueño ahora estaba lejos de volverse realidad, sino es que era ya un imposible.

-Mujer estúpida. -Las palabras brotaron de la boca del Guji con dejes de decepción y tristeza. El hombre estaba encorvado intentando recobrar el aliento tras la batalla.

Momiji sólo podía ver las partes del cuerpo del agresor que el cuerpo del mismo Guji no tapaba. Era una figura quieta sobre el suelo sagrante de madera.

Muerto. Sin duda ése hombre estaba muerto.

Aquello trajo una sonrisa a los labios de la miko. Incluso si su vida también se estaba desvaneciendo con agravante prisa, se sentía satisfecha de ver que sus oraciones finalmente habían sido escuchadas por los dioses del cielo.

-Tú provocaste esto… -Acusó el Guji al notar la felicidad en el rostro de la mujer.

El sacerdote se acercó a la miko a paso lento, la herida en su muslo izquierdo le estropeaba el paso. Momiji estaba sobre el suelo de madera, cerca del atrio, la herida en su costado evidente únicamente por el charco de sangre que se había formado alrededor de ésta.

-Pude, haber estado satisfecha, sólo nosotros dos. -Logró decir ella, aunque con dificultad. Se notaba contenta.

Aquél día se había dedicado a preparar el santuario para la visita del alto clero sintoísta que llegaría en dos días contando desde entonces, en su mayoría de Edo, de la misma corte imperial. Llevaban horas dedicados a los pequeños altares derrochados en la larga escalinata cuando habían sido acorralados por dos supuestos oficiales del Shinsengumi. Aquello desde luego resultaba falso. Eran meros fanáticos. Y lo que suponía un enfrentamiento hueco terminó siendo una masacre.

Diez hombres muertos, once si se contaba el samurai que el Guji acababa de matar segundos atrás. Cuatro de ellos habían pertenecido al santuario. Kaede junto con su paje, una niña de menos de quince años que recién había ingresado al santuario, habían conseguido salir corriendo escaleras arriba.

Y todo por la mujer que tenía en frente.

Momiji arrujó el gesto.

-Pero… En la vida… que elegiste para nosotros… -Continuó, respirando con dificultad -Me obligaste, a servir… Y no puedo, ver a alguien, especialmente ella… sufrir lo mismo, que yo.

El hombre apretó su agarre en la lanza ahora manchada de sangre. Él lo había sabido por supuesto, pero había, ingenuamente, ignorado aquellos susurros con la esperanza de que murieran solos. La apremiante situación política y social prometía las llaves de las puertas del infierno para cualquiera que decidiese involucrarse en la guerra que se avecinaba. Y él había deseado permanecer neutro ante el conflicto, ignorando estúpidamente la tormenta que caería sobre el clero.

Algo que ninguno de sus compañeros del santuario había decidido pasar por alto. Siendo el centro de aquél desastre la joven vidente, Kaoru.

-Tu error fue verte en quien tiene un destino diferente -Aseguró él, todavía renuente a ceder a la verdad que la misma miko frente a sí le había mostrado incontables veces.

-¿Lo tiene? -Cuestionó ella, el pecho subía más lentamente, una clara señal del esfuerzo que representaba-. Sé sincero, Udo. -Pidió. -Ninguno de nosotros… puede negar, la sentencia que se nos dio.

El hombre se quiebra entonces, cayendo de rodillas al suelo se arrastra hacia ella y la toma en sus brazos. Él sabe que lo dice ella es cierto. Aún con todo el poder del clero, el actual gobierno los ha ido encerrando en las paredes de los santuarios, usado como meros instrumentos para mantener o subir su control y popularidad entre la gente.

Aquél mundo del que él había querido rescatarla y del cual había terminado siendo esclavo también.

-¿Qué quieres que haga? -Se quejó amargamente, el llanto claro en el lamento de su voz. -¡Lo hice todo por ti!

Momiji le escucha sin sentir nada ya. Se había liberado de aquella culpa para poder organizar el trato que había hecho casi tres semanas atrás. Cuando el "guerrero y la doncella" reflejados en las figuras de Kenshin y Kaoru bajo el abrazo de su reencuentro, le había recordado el suyo propio con el hombre que ahora la acunaba en sus brazos.

Hubo una vez en la que ambos se amaron.

Hubo una vez en la que ambos miraron al futuro con esperanzas de forjar su propio destino y crear una vida juntos. Una que prometía no otro dios más que el amor que se tenían el uno al otro…

Mas el despertar de Momiji había sido el trago de realidad que les había hecho notar los imposibles que no habían querido ver en su juventud. Él era el hijo de un samurai de bajo rango, y ella hija de granjeros. El santuario prometía una vida de lujos para la joven… y también la oportunidad de recibir un niño de los dioses.

-Tú sabías del juramento que me ataba… -sollozó.

Pero incluso si ella sabía que aquello era cierto, sólo podía sentir enojo y rencor ante tal juramento. El Guji, a pesar de ser tan joven, había conseguido su cargo a base de milagros… o al menos eso se había oído decir cada que se mencionaba su rápida ascensión en la jerarquía. Él había rezado con fuerza, si le permitían alcanzarla y protegerla, él se entregaría de lleno al servicio de los dioses.

Y su deseo se había conseguido, con cada vida que había apagado…

-¡Momiji! -Le llamó, dejando los honoríficos. Había lágrimas en sus ojos por fin- ¿Cómo esperas que viva sin ti?

La aludida, haciendo uso de todas sus fuerzas, levantó la mano para acariciarle el rostro. Él se sumergió en la caricia, cerrando los ojos con pesar.

-No te preocupes… -Le dijo con el atisbo de una sonrisa en la comisura de sus labios. -No te dejaré, vacío…

Udo abrió los ojos en alarma.

-¿Qué-?

Pero había sido tarde.

Tan pronto sus ojos se abrieron, los de la miko se sellaron con los suyos y el brillo de poder se hizo evidente en sus irises verdes, pintándose de un tono plateado.

-Mátalos a todos… -susurró.

El hombre estaba completamente paralizado, esclavo y presa del poder que irradiaba la mirada de ella… el mismo poder que se vertía en sus propios ojos.

-Mátalos a todos -ordenó con rencor-, Jinei Udo.

-¡Momiji!

El grito que salió de sus labios cargaba la pena de un hombre condenado.

Con la muerte de la sacerdotisa, el espíritu del hombre se desvaneció y en su lugar quedó sólo el asesino.


Marzo

Había sido temprano por la mañana cuando Kenshin se había dirigido al Santuario Fushimi Inari, aunque había una distancia considerable entre éste y la casa de su maestro, casi todo el camino era de bajada, por lo que no hacía más de veinte minutos en llegar a pie a paso lento pero firme. Aquél día si bien esperaba el que Kaoru lo recibiera, no esperó el que ésta saliera prácticamente al instante, obviando el protocolo tras una visita. Kenshin creyó que recibiría la indicación de esperar por ella, así que había sido una grata sorpresa cuando su amiga había salido corriendo a recibirlo, todavía en sus ropas de entrenamiento.

El abrazo había sido una segunda sorpresa, una que hablaba por lo que había en los corazones de ambos por encima de lo propio. Y, sin importarles los ojos ocultos que pudiesen estar observando, ambos se habían alejado del edificio principal, bajando los escalones de dos en dos y perdiéndose después entre el follaje de la montaña.

Sería difícil definir quién tuvo la idea primero, para esas alturas mientras reían y corrían -Kaoru fuertemente abrazada al brazo de Kenshin – poco importaba el destino que tuvieran. Los incontables gatos, tan característicos del templo, se vieron atraídos por la pareja y unos cuantos incluso les siguieron en su carrera.

Habían sido tan solo dos meses de que no se vieran, pero para los niños se había sentido casi como una vida. Después de todo, habían ocurrido muchos cambios en la vida de ambos.

-No puedo creer que hayas llegado a la corte del shogun -exclamó Kaoru, sentada sobre una gran roca con un gato en su regazo y dos más a sus pies.

-A penas y podía creerlo yo mismo -contestó Kenshin, de pie a pasos de distancia de ella, manos cruzadas dentro de su gi, semi recargado en uno de los árboles de bambú.

Se encontraban en el "jardín secreto de bambú", así que estaban seguros de que no les encontrarían en un largo rato. Completamente protegidos de los visitantes al santuario y los trabajadores de éste. Kaoru no había perdido el tiempo y había atacado con preguntas a su compañero sobre su viaje y lo que había hecho y visto mientras tanto. Kenshin había accedido a contarle complaciente.

-¿Fue difícil? -preguntó ella mientras acariciaba al minino que ahora dormía en su regazo.

-No tanto como lo esperé en un inicio, aunque supongo que tengo que agradecer a shishou(maestro) de eso. -Contestó él.

Durante su viaje le había sorprendido descubrir la cantidad de puertas que se abrían para él si mencionaba el nombre de pila de su maestro.

-Es difícil de creer la cantidad de conocidos que tiene -asintió ella.

Kenshin apenas y asintió. Posó de nuevo su atención en ella al notar cómo dos gatos más se unían a su compañero, trepando a la roca para restregarse contra el cuerpo de la aprendiza. Una sonrisa se formó en sus labios ante la imagen.

-Parece que les gustas bastante.

-Les gustas más tú -refutó ella riendo.

Y algo llevaba de razón, el pelirrojo tenía más gatos alrededor de él que la misma Kaoru, casi como si le rindieran culto.

-Creo que me encuentran uno de ellos. -Observó él, agachándose para tomar uno de los gatos en sus manos, uno rubio. -A este punto todos somos vagabundos. -Señaló divertido, mirando al gato a distancia bajo la luz que se colaba por los bambús antes de volverlo a dejar sobre el suelo. Luego volvió la vista a ella. -Pero cuando se acercan a ti, estoy seguro de que ven algo más.

Ella parpadeó mirándole con atención. La imagen del samurai se veía recortada por la luz del sol.

-¿Cómo qué?

Él no tuvo ninguna duda cuando respondió.

-Salvación.

Por un segundo se hizo el silencio, luego Kaoru estalló en risas.

-Eso fue malo, incluso para ti -dijo.

Él sacudió los hombros sonriendo.

-Di lo que quieras, pero no dejas de ser parte del santuario, ¿no es eso lo que los creyentes ven en un servidor de los dioses?

La risa se detuvo, y la joven le miró con el ceño fruncido.

-Ahora sólo estás siendo molesto -se quejó. Los gatos a su alrededor parecían estar de acuerdo con ella. Mas él no se inmutó.

-Gomen (perdona), creo que simplemente estoy comenzando a creer.

Kaoru deshizo su expresión, ligeramente sonrojada. No había pasado por alto la insinuación en las palabras de él. Después de todo, su mirada había estado fija en ella, con una resolución que pocas veces le había visto; básicamente le estaba confesando que ella era su razón de creer.

Desvió la mirada sintiéndose de pronto abochornada, buscando algo qué decir en su lugar. Así fue como sus ojos dieron con la nueva arma del joven, descansando lado a lado con la anterior que ahora se veía demasiado pequeña en comparación.

-Tienes una nueva espada.

El efecto fue el esperado, la atención del pelirrojo se centró en lo que ella veía. Sacó la katana y la extendió de frente a ella, desenvainándola para mostrarle la hoja.

-Este año cumplo quince. -Recordó, como a modo de explicación, todavía faltaban un par de meses para Junio, pero no resultaba extraño -dadas las circunstancias al menos- el que se adelantase aquél presente como celebración de su paso a la adultez. -Digamos que fue mi regalo ceremonial por parte de shishou

-No suenas muy convencido -Señaló con ligera sospecha.

Kenshin sacudió los hombros, volviendo a envainar la espada.

-Tengo mis reservas con respecto a shishou. -Refutó. No era que le tuviera poca fe al hombre en lo que a sentimientos y tacto se trataba… pero es que le tenía poca fe al hombre en lo que a sentimientos y tacto se trataba… -Lo que me recuerda, tengo un presente para ti. -Dijo, buscando en las mangas de su gi.

-¿Qué es?

Kenshin acercó el pequeño obsequio y se lo ofreció a Kaoru. Ésta lo recibió en sus manos levantándolo para admirarlo a contra luz; era una estructura pequeña, de tonos rosas y blancos, con círculos similares a los del cascarón de un caracol.

-Es una concha de mar. -Le dijo él. -¿Alguna vez has visto la playa?

-No. -Contestó, mirando con ligera tristeza el presente. -En una ocasión teníamos un viaje a una casa de descanso, pero fue el día que recibí mi primera visión. Estuve en cama durante una semana con fiebre.

-¿Las visiones te ponían enferma?

-Era sólo una niña entonces, apenas unos cinco años, y fue la visión del funeral de mi madre, así que resultó bastante sobrecogedor.

Kenshin se avergonzó al instante tras haber traído un recuerdo tan triste de ella.

-Perdona, no era mi intención…

-Está bien. No te preocupes, hace mucho que lo superé. -Le aseguró, apretando su mano en la suya propia en un gesto de cariño. -Entonces, ¿el mar? ¿Cómo es?

Él volvió a sonreír. Y al instante siguiente se perdió en el relato de su viaje. Las razones que lo llevaron a tal lugar, los medios por los que había llegado, la imagen del atardecer a la orilla de la playa, el mar, la sal, las olas, la arena… Kaoru le miraba embelesada mientras sostenía con fuerza la pequeña concha en sus manos, a la altura del pecho.

-Deseo llevarte a verlo conmigo -confesó él, aunque no había pretendido decirlo en voz alta.

Por un segundo temió una negativa, mas Kaoru seguía presa de su relato, que se encontró a sí misma permitiéndose aquél sueño.

-Quizá algún día pueda acompañarte en uno de tus viajes.

A él el corazón le saltó en el pecho.

-¿Sería posible? -preguntó esperanzado.

Kaoru se mordió el labio.

-No tengo permitido contratar un samurai, pero no veo problema en viajar con un amigo. -Aseguró, pensando en que siempre quedaba la opción de convertirse en una sacerdotisa errante, sin importar que estas habían comenzado a censurarse. -Quizá una vez reciba mi nombre pueda dedicarme a peregrinar.

Aquello desde luego era un imposible. Cuando Kaoru recibiera el nombre del Kami que la bendijo, ella debería pasar cerca de medio año en religiosa reclusión, donde su única responsabilidad sería la de servir al templo dedicado a éste.

Mas Kenshin no sabía esto…

-Si… -Comenzó él, con la esperanza pendiéndole de un hilo. -Si nuestros caminos siguen de algún modo cerca del otro… me gustaría escoltarte. -Confesó.

Kaoru apenas y se sintió culpable de aquella mentira piadosa, secretamente deseaba hacer realidad el mismo imposible.

-Es una promesa. -Dijo, mas no pidió unir su mano a la de él esta vez. Se apresuró a cambiar el tema en su lugar. -¿Y? ¿Tuviste algún tipo de encuentro?

-¿Oro? -Él parpadeó algo confuso. -¿A qué tipo de encuentro te refieres?

Las mejillas de la morena se tiñeron de rojo.

-Ya sabes. Alguno donde, fuiste el héroe… -Murmuró por lo bajo, si él no hubiese estado de pie frente a ella no le habría escuchado.

-¿Héroe? -cuestionó todavía confundido.

Kaoru desvió la mirada, sus labios hicieron un adorable puchero que a Kenshin le provocó el sonreír. Ella se removió y peló con las palabras, evidentemente abochornada.

-Como, un samurai con una noble misión, ya sabes, alguna lucha de honor.

Él pareció entenderlo al fin.

-Ahora que lo mencionas, hubo un altercado, cerca de Edo. -Dijo, desviando la vista envuelto en un recuerdo. Kaoru le miró con cierta preocupación. -Momiji sama estuvo presente, aunque no tuve oportunidad de acercarme a ella, sé que tuvo que ver en que aquello terminase como lo hizo.

Secretamente ella se sobresaltó, Kenshin no le había entendido a final de cuentas, y ella recordaba a qué evento se refería su compañero. A mediados de febrero, habían recibido a una miko errante, que había permanecido enclaustrada en un templo budista, el cual había resultado ser un escondite de fanáticos que habían tomado control de una pequeña aldea cerca de Edo.

-¿Hablas sobre el templo caído? -cuestionó ella, ya sin tanto interés.

Él asintió.

-Fue una de las peores situaciones que enfrenté. -Confesó. -Lo que me recuerda, Sasaki dono ingresó al santuario ¿cierto?

-¡Eh! -Kaoru saltó al instante, completamente nerviosa y con renovado interés. ¡Cómo olvidar a la joven de ojos chocolate! La cual había cautivado los corazones de todos los chokkas, incluida ella. -Sí, lo hizo. -Asintió incómoda. -Sasaki san era, era… muy amable. -Soltó al fin, ante la mirada curiosa de él.

-Lo era. -Asintió, después su semblante se volvió contrito. -Lo cual sólo agrava la pena de lo que le sucedió.

Incluso si aquello era cierto, y Kaoru lo sabía, la joven había después de todo sufrido de terribles maltratos, la morena no podía evitar sentirse molesta por la atención que el pelirrojo dedicaba al tema.

-Ella, era también muy hermosa. -Soltó sin querer con evidente molestia.

-¿Oro? -Kenshin se sobresaltó, totalmente alejado del hilo anterior de pensamiento. -No sabría decirlo, no presté verdadera atención.

-Bromeas, ¿verdad? -Dijo ella elevando una ceja. -Su belleza sobresalta, además a tu edad…

-A mi edad es más factible pensar en qué comeré al siguiente día que en jovencitas. -Le cortó él, de pronto entendiendo la molestia de su compañera. -Recuerda que yo no soy un aristócrata.

Kaoru se sintió avergonzada entonces.

-No quise ser impertinente. -Se disculpó verdaderamente contrita.

-Lo sé, créeme, no estoy molesto. -Le aseguró él, tomándose la libertad de sentarse a los pies de ella. -Entonces, ¿te preocupabas sobre mi vida amorosa? -Le picó.

Kaoru saltó al instante.

-¡¿Nani?! (qué) lie, lie (no, no) Era por el bien de las doncellas del templo. -Se excusó.

Kenshin elevó las cejas.

-¿En serio?

-Mm. -Asintió ella con demasiada fuerza, él estaba riendo internamente, secretamente extasiado por el sentir de ella. -Estando tan excluidas del mundo fuera del santuario, es normal que tengamos interés en leer o escuchar historias de aventuras y romance, ¿ne?

Él satisfecho de saberse en los pensamientos de su amiga, decidió darle tregua por esta vez.

-Puedo imaginarlo. -Asintió sonriente.

-¡Kaoru! -Se escuchó a lo lejos.

Sólo entonces ambos se dieron cuenta de que el sol ya había comenzado a caer, pronto sería la hora de la cena y ambos debían volver a sus respectivos deberes.

-Parece que están por encontrarnos. -Señaló Kenshin al sentir la presencia avanzar en dirección a ellos.

-Ése debe ser mi hermano.

-¿Koishijiro?

Ella asintió. Ambos se pusieron de pie entonces, los gatos salieron corriendo igualmente.

-¿Quieres conocerlo?

-¡Kaoru! –Lamentó la voz del hombre.

Justo entonces, el mayor de los Kamiya hizo acto de presencia, no se detuvo en su carrera y saltó inmediatamente sobre su hermana pequeña, ante la mirada atónita de Kenshin. -¡Pensé que te habíamos perdido para siempre! -Sollozó éste apretándola con fuerza.

-¡Niisan! ¡Quítate de encima! -Gruñó la morena.

-Y tú. -Dijo Koishijiro, dedicándole una mirada larga al pelirrojo. -Tú debes ser Himura.

El aludido parpadeó fuera de su asombro, e hizo la reverencia propia.

-Himura Kenshin, aprendiz del Hiten Mitsurugi Ryu -se presentó.

-Kamiya Koishijiro, creador del Kamiya Kasshin Ryu -dijo, pero todavía sin soltar a su hermana, la cual no paraba de retorcerse en un intento de salir de su abrazo de oso-, estoy seguro de que mi pequeña hermana te ha hablado de éste.

-Lo hizo. -Asintió Kenshin -Incluso me permitió observar la técnica.

Ante esto, el moreno la miró con verdadero interés, soltándo por fin a su hermana la cual cayó de bruces contra el suelo, para el horror de Kenshin.

-¡Kaoru dono!

-¿Entrenó contigo? -cuestionó el mayor cortándole el paso al menor.

-Un par de veces. -Dijo nervioso.

Koishijiro lo miró largo y tendido antes de asentir con una sonrisa.

-Está bien, lo apruebo.

-¿Qué tonterías dices? -Gruñó Kaoru desde su posición en el suelo. -¿Qué es lo que apruebas? -Exigió saber, totalmente enojada.

Mas su hermano seguía con la atención puesta en el samurai.

-Cuenta conmigo para lo que necesites -soltó con emoción mientras tomaba las manos del pelirrojo.

-¿Oro? -exclamó éste aún más ansioso.

El mayor siguió presionando, obligando al menor a dar pasos en reversa mientras su compañero insistía en pegarse a él, especialmente juntando sus rostros.

-Te apoyaré incondicionalmente, puedo incluso conseguirles un par de estadías en el camino, sólo necesitas decirme qué rumbo seguirás

-¿Rumbo? -preguntó Kenshin confundido.

-Niisan -La menor se levantó entonces y les siguió.

-Necesitamos estar preparados desde luego. -Continuó el mayor. -Dime, ¿cuándo exactamente planeas fugarte con mi querida hermana?

-¡Oro! / -¡Niisan! -Gritaron ambos al tiempo.

Pero el mayor no escuchaba.

-Recomiendo que sea por la noche, ah y no tienes qué preocuparte por el decoro, puedo conseguir un arreglo en la siguiente prefectura para que puedan casarse en el siguiente santuario.

-¡Ororororororo! -La cabeza de Kenshin daba vueltas.

-¡No digas ridiculeces! -Gritó una avergonzada Kaoru, al tiempo en que le soltaba tremendo derechazo a su hermano, el cual cayó al suelo con un estrepitoso golpe. Kenshin vió la escena con terror en el rostro.

-¡Corramos! -Le insto ella, tomándole la mano.

-¿Oro?

-No me des ese 'oro' y sólo haz lo que te digo -obligó.

-Pero, tu hermano…

-Si se lo comen los zorros será una bendición para él -sentenció.

Y ambos salieron corriendo en dirección del santuario.

Koishijiro por su parte se dio un tiempo para analizar lo que había ocurrido. Aquella había sido la primera vez que su hermana había reaccionado de aquella manera ante una de sus tretas. Horas atrás había sido casi lo mismo, se recordó. El nombre de Himura había pintado una emoción en el rostro de su hermana que no había visto desde que la misma se internara en el santuario.

Descubrir la historia entre ambos de boca de sus compañeras chokka y comprobarlo con sus ojos había sido otro descubrimiento que lo había dejado anonadado. Kaoru jamás había mostrado tanta cercanía con alguien fuera de su familia. Y justo ahora, la había abochornado tanto al punto de pintarle el rostro del color de las Sakuranbo (cerezas japonesas), pero lejos de echarle bronca, había salido huyendo con el chico con el que había insinuado un compromiso.

Koishijiro sonrió, agradecido de que, si bien su hermana siendo tan testaruda no desistiría de su camino al santuario, cuando menos había tenido la oportunidad de experimentar su primer amor, incluso si ella aún no estaba consciente de lo que estaba sintiendo.

Al final Kenshin se había quedado a comer en el santuario, pero se había retirado tan pronto la cena concluyó. No había nada qué hacerle, el hermano de Kaoru, si bien un invitado, tampoco pudo permanecer con ella después de la hora de queda.

La aprendiza de miko se había demorado aquella noche en el onsen, las palabras de Koishijiro habían resonado membranas en la psique de la menor.

Kaoru miró su reflejo en el agua. Su rostro seguía teniendo esa forma redonda característica de los niños, tenía once años todavía, y aunque su cumpleaños real era en Junio, no hacía mucho cambio en cuanto a su crecimiento. Kenshin era tres años más grande que ella, no era una diferencia muy notoria, y sus estaturas eran bastante similares. Mas ella sabía que no sería así por siempre.

Se puso de pie entonces, dejando caer la toalla la abandonó sobre el borde de la piscina y se miró después el pecho. No era del todo plano, las cumbres habían comenzado a formarse, pero difícilmente era le pecho de una mujer, resultaban demasiado pequeñas dedujo ella con cierta decepción. Sus manos cayeron involuntariamente sobre los pequeños montes en punta, maravillándose con la suavidad de su piel.

-Las niñas sin duda crecen más rápido.

-¡Momiji sama! -Exclamó asustada al ser descubierta de aquella manera. -Yo no…

-No te disculpes por actuar de acuerdo con tu naturaleza. -Le cortó la mayor, decidiéndose a entrar a la piscina también.

Kaoru se volvió a cubrir con la toalla, hundiéndose de nuevo en el agua, insegura sobre si debía salir ya o si la mayor lo tomaría como una ofensa, aunque menor.

-Puede que la tradición dicte que los niños se vuelven hombres a los quince, pero la realidad es que siguen siendo unos chiquillos. -Soltó Momiji de pronto, atrayendo la atención de su compañera. -Contrario a las niñas, cuya niñez puede interrumpirse antes si el regalo de la sangre llega antes de que alcancen la "edad de la adultez".

Se hizo un breve silencio, durante el cual Kaoru analizó las palabras de Momiji.

-Y en cierta forma, creo que tú y Himura kun poseen la misma edad. -Declaró la miko, ante el asombro de la menor. -Al menos en lo que cuenta.

La morena iba a refutar cuando la castaña volvió a interrumpirle.

-¿Lo dudas? -Cuestionó, la aludida agachó la mirada abochornada, no sabía qué decir. Momiji sonrió ante su reacción. -No luches en contra de la verdad. -Le dijo. -Mejor acéptala. Recíbela por lo que es y luego déjalo ser. Así dolerá menos cuando tengas que decirle adiós.

El corazón de Kaoru se saltó un latido.

-¿Estaba escuchando? -Cuestionó nerviosa y algo ofendida.

-Es difícil no hacerlo cuando soy tu guardiana -Declaró.

Y Kaoru tuvo que morderse la lengua pues no tenía nada qué refutar ante esto. Molesta, más consigo misma que con su superior, salió a prisa del baño, y corrió a refugiarse en su habitación.

Aquella noche fue la primera vez de muchas más, que Kaoru dudó de su destino.

En el centro de las calles concurridas de Kyoto, donde la vida seguía en varios establecimientos nocturnos, un samurai caminaba entre la muchedumbre con la mente perdida en un sueño.

-Casarse, uh… -dijo de pronto.

La calle en la que se encontraba era apenas un pequeño barrio de mercadeo.

-Bellas prendas para las damas, puede llevar la que le guste. -Dijo alguien a su derecha, justo en el punto en el que había detenido su andar.

-Para un familiar, o quizá una bonita novia. -Insistió una segunda voz a su derecha.

Kenshin miró a uno y luego a otro vendedor.

-Si la dama aún no es suya, puede ser un buen obsequio de cortejo. -Comentó una mujer a su lado, al ver cómo él dudaba.

Una cinta azul llamó su atención entonces.

Azul como los ojos de su amiga, tan parecidos a la profundidad de una noche estrellada.

Kenshin elevó el rostro al cielo y con los ojos cerrados suspiró.

"Kaoru dono."

Al día siguiente, Momiji entregó se reunió con Kaede, Yumi y varios Gusho (administradores del santuario), había llegado el momento de decidir el futuro del santuario y velar por los intereses de sus protegidos.

La elegida a llevar el mensaje al Kiheikai, el clan Chosu, había sido Yumi. Se había llevado a Kago consigo, además de otros chokkas, como mera precaución y para cerca de las diez de la mañana habían llegado a la posada en la que el grupo se escondía.

Yumi había ingresado sola, sus compañeros se habían quedado en el recibidor, donde el apasible restaurante -el cual era solo una fachada- se encontraba. La miko atravesó el patio central y se internó hasta el segundo edificio. Mas el filo de una espada la hizo detener el paso antes de alcanzar la engawa.

-Es la primera vez que veo a una doncella del templo en el camino al infierno -dijo el hombre.

Su rostro era atractivo, su voz gruesa, alto y con el cabello tan negro como la noche, amarrado en una coleta larga que le llegaba hasta la cintura. Su espada, por el contrario, tenía infinidad de dientes en la hoja.

Para crédito de la joven, Yumi no se inmutó.

-Estoy buscando a Katsura Kogoro, tengo un mensaje para él. -Dijo con autoridad.

El hombre sonrió.

-Y supongo que no lo entregarás a nadie más que no sea él, uh.

La castaña arrugó el gesto.

-No me hagas perder el tiempo ronin. -Le insultó.

El hombre rió por lo bajo, con una sonrisa satisfecha, envainando su espada al instante siguiente.

-Te llevaré con él. Sólo porque has demostrado fortaleza. -Senteció, comenzando a avanzar por delante de ella, Yumi lo siguió.

-Makoto kun, esto no es una posada. -Y a los pocos pasos se vieron interrumpidos por una mujer aparentemente en sus cuarentas.

El samurai sólo se jactó más ante la acusación de la mujer de que él hubiese llevado una compañera de camas.

-Disculpe Okami, pero la dama viene a ver a Katsura -le informó.

La aludida le miró con atención y Yumi tuvo que recordarse que su posición como miko le dada autoridad sobre cualquiera, incluso si entonces cubría su vestimenta y su rostro bajo una capa.

-A partir de aquí yo me encargo -dijo al fin la mujer.

-Como gustes -asintió el hombre y se dio la vuelta dejando atrás a ambas mujeres.

Yumi siguió ahora a la mujer sin decir palabra alguna, ésta la guió a una habitación en el tercer piso de la posada. La habitación tenía el fusuma descorrido y Yumi pudo observar a los dos hombres dentro de ésta y a la mujer que tocaba a un lado de ellos, supuso una geisha.

-Katsura san, parece que los dioses finalmente le responden -dijo la mujer tan pronto llegaron a la habitación.

-oh, ho, ho. Sin duda este es un interesante giro. -Dijo el más alto.

-Tranquilo Shinzaku, no queremos quedar mal con nuestra invitada. -Dijo, atento a cómo la misma observaba la habitación con cautela. -Bienvenida, Yumi Miko sama, ¿a qué debo el honor de su visita? -Dijo, tan pronto Okami se había ido.

La miko permaneció regia a pesar de la amabilidad que mostraban los hombres frente a ella. La geisha se retiró al fondo de la habitación a preparar té.

-Primero deberá responder a mis preguntas -dijo al fin-, y si sus respuestas son satisfactorias, entonces le entregaré la carta que mi superior le envía.

-Una petición arriesgada. -Asintió divertido Shinsaku.

Katsura por su parte permaneció serio.

-¿Esas fueron tus instrucciones? -Inquirió, queriendo destantearla, mas ella se mantuvo igual de impasible que él, esto no era una treta personal, se dio cuenta el hombre. -Ya veo. -Dijo, y tras sopesarlo un instante, accedió. -De acuerdo, pregunta y corresponderé como según corresponda.

El silencio se extendió un par de segundos. El corazón de Yumi latía pesado, con ansiedad ante un posible fracaso.

-Si apoyamos a los rebeldes -comenzó-, ¿el sintoísmo se defenderá como la única religión de Japón?

-Aunque no podemos obligar a los creyentes, el sentido nacionalista que defendemos radica principalmente en la defensa de nuestras raíces. No reconoceremos ninguna religión extranjera como verdadera por encima del sintoísmo.

Una respuesta a favor, pero no del todo comprometida.

-¿Qué hay del patrocinio de los daimyos?

-Lo requerimos tanto como ustedes. -Refutó, no sin cierto pesar. -Sin embargo, apelaremos por fuera para evitar los saqueos.

Aquello significaba bajo las sombras, lejos de la ley del shogun.

-¿Usarán los recintos como escondite?

Katsura dudó tan sólo un breve instante. No quería mentir, pero tampoco quería pasar por un aprovechado. Involucrar a civiles no era su objetivo, después de todo.

-Únicamente si nos encontráramos en una situación de emergencia, desde luego que no pondríamos asesinos en terreno sagrado.

-¿Y si llegara a ocurrir?

-Nosotros tomaremos la responsabilidad como corresponde -aseguró con fuerza.

Por detrás de él, Shinsaku sonreía. Yumi se sintió un tanto más inquieta, apretó la manga del kimono donde guardaba la carta de Momiji.

-¿Qué hay de Kaoru dono?

Katsura inspiró con fuerza, éste era el momento por el que había estado esperando.

-Sólo la requerimos como un símbolo. -Dijo, secretamente rezando por no arruinar sus expectativas de conseguir a la vidente a su causa. -Su presencia no será del todo requerida, bastará con que se nos permita correr la voz sobre sus milagros.

Ante esto Yumi arrugó el gesto.

-No consentiremos mentiras sobre ella.

-Y no lo haremos, pero no podemos asegurar que una vez se esparza la noticia fuera de Kyoto, la realidad se vea exagerada.

Eso era entendible, pero ninguna de ellas apostaría con una vida ajena, menos la de su protegida.

-Si no pueden asegurar su seguridad…

-Te aseguro que nadie con intenciones de hacerle daño será capaz de entrar al santuario -afirmó.

-¿Cómo lo puedes asegurar?

-Siempre habrá alguien cuidándola. -Prometió. -Además, si conseguimos que su fama se acreciente como el milagro que representa, la misma gente no consentirá ningún daño hacia ella.

Todo estaba ocurriendo tal como Momiji había predicho… Entonces, ¿por qué se sentía insegura?

-Y en cuanto a la función de las mikos, ¿se mantiene su oferta anterior?

El hombre asintió.

-Tienes mi palabra.

Yumi cerró los ojos y dejó salir el aire que sin saber había estado conteniendo. El hombre había pasado la prueba. La miko sacó la carta y la extendió hacia el samurai.

-Por favor, lea la carta cuando se encuentre completamente solo.

Shinsaku soltó una risotada.

-Descuida, entendí la indirecta -dijo.

Ella le ignoró.

-Es de vital importancia.

Katsura asintió.

Cuando abandonó la sala, Okami la esperaba para guiarla de vuelta a la salida, la que atravesaba el restaurante que fungía como fachada de su escondite. El samurai que la había saludado al llegar salió a su encuentro.

-¿Terminaste tan pronto? -Preguntó.

Yumi le dedicó una mirada calculadora. Quizás ella también debía empezar a jugar bajo sus propias predicciones.

-Dime algo, ronin. ¿Eres fuerte?

La sonrisa del hombre se extendió de medio lado.

-¿Quieres una demostración?

La miko volvió a analizarlo, después alejó la mirada de éste.

-Tal vez. -Contestó y luego se alejó sin mirar atrás, hasta llegar a donde sus compañeros la esperaban.

Shishio vio alejarse el carro con extensa sonrisa y un sentimiento de satisfacción.

-Interesante -dijo.

-Deja de tener pensamientos perversos, Shishio kun. -Le acusó Okami por detrás de él, llevaba charolas de comida en las manos. -Este no es el lugar para hacerlo.

-No puedes culpar a un hombre por actuar de acuerdo a su naturaleza, Okami san. -Se defendió, todavía sonriendo con esa satisfacción tan atractiva en su rostro. -Pero aceptaré que es muy temprano todavía para intoxicar el ambiente con mis deseos. Será mejor que me retire.

Okami bufó con cierta irritación, no le acababa de agradar el hitokiri que Katsura había hecho su protegido. Igualmente debía tolerarlo si quería que una nueva era surgiera.

Cuando Hiko volvió de su retiro diario -como dictaba su rol de heredero del Hiten Mitsurugi Ryu- se sorprendió de encontrar a Kenshin entrenando afuera de su choza.

-Pensé que partirías directo a Chosu. -Dijo, a modo de saludo.

Su alumno continuó con sus ejercicios sin perder la concentración.

-Iba a hacerlo, pero Shaku san me informó de que el grupo de los rebeldes ya ha entrado en Kyoto -Respondió. -El grupo que quedó atrás, apenas y se involucrará en el movimiento.

El mayor bufó, antes de sentarse sobre la pila de troncos de madera que hacían las veces de banquillo.

-Gente débil, supongo.

-Prefiero verlos como gente con otro tipo de fortaleza -refutó su alumno.

-Quizá. -Aceptó, la botella de sake seguí colgando de su mano, sostenida por el lazo alrededor del cuello de ésta. -Entonces, ¿irás a verlos ahora? ¿O regresarás al santuario con esa chiquilla?

Por un breve instante, el pelirrojo casi pierde la postura, Hiko ni siquiera intentó ocultar su sonrisa.

-Aunque me gustaría permanecer junto a Kaoru dono, esta semana tiene un par de ceremonias que atender, incluida la boda del daimyo de la región. Sus tiempos libres los pasará en compañía de su hermano, Koishijiro quien ha venido igualmente a despedirse de su hermana.

Aunque el encuentro había sido algo incómodo, Kenshin no podía negar que le había dejado más conmovido que abochornado. Se descubrió así mismo no teniendo ningún problema con que lo emparejaran con Kaoru, y debió reconocer que incluso saboreó la idea de huir con ella. Y sin importar cuánto intentara reprocharse aquellos pensamientos, no podía hallar en sí ningún sentimiento de culpa o vergüenza.

Era por eso, que aún si deseaba estar cerca de ella todo el tiempo que le fuese posible, había recibido de brazos abiertos aquella distancia.

Hiko por su parte tenía una idea muy diferente.

-Lo hacen ver como si fuera a morirse -se burló, aunque sin risa en sus palabras, más bien con un cierto desprecio.

Sólo entonces, su alumno rompió la postura, dejando de lado su entrenamiento.

-Está dejando atrás una vida, es normal que se vea de esa manera.

Hiko bufó, una pequeña risa que le levantó una comisura del labio en forma de burla.

-Es ahí donde te equivocas, Kamiya Kaoru seguirá siendo la misma que ha sido hasta ahora. -Aseguró, el filo de su mirada no permitía una contradicción. -La gente no cambia, Kenshin, sencillamente madura. Y a veces el crecimiento es tanto que pareciera que se ha sufrido de una transformación, cuando en realidad se ha descubierto algo que siempre estuvo ahí... Puede que se vuelva una miko consagrada a un kami, y que los límites del cómo vivirá su vida cambien en comparación a como son ahora; pero no son permanentes. En cualquier momento puede prescindir de ellos.

El agarre de Kenshin en la empuñadura de su katana se hizo más fuerte.

-Kaoru dono no es alguien que tenga una determinación tan pobre, ella es… genuina.

-No digo que no lo sea. -Le cortó el mayor. -Lo que digo es que siempre serán sus creencias el reflejo de su yo interno, el mismo que de a poco ha ido descubriendo. Esa misma convicción puede elegir otra perspectiva; que siga siendo fiel a ella misma, queda por verse.

Mutismo.

Y no porque no tuviera modo de refutar las palabras de su maestro, de negarlas y seguir peleando hasta el final que Kaoru jamás cambiaría su destino, el destino que ella misma estaba forjando para sí… Sino porque una parte de él, que cada día era más grande, secretamente deseaba que sus sentimientos fuesen recíprocos y que, en algún momento, la joven aprendiz de miko lo eligiera a él por encima del camino que había trazado para sí misma.

-Como sea, no parece que tengas intenciones de abandonarla. -Señaló Hiko, tras ver la duda en su estudiante. -No todavía al menos. Eres igual de ciego que ella.

-¡Shishio! -Refutó escandalizado.

-Déjalo. -Le cortó, poniéndose de pie. -No espero que lo entiendas ahora, pero algún día lo harás sin duda. Esperemos que para cuando lo hagas, no te arrepientas. ¿Y? ¿Irás a ver al tal Katsura?

Sorprendido ante el cambio de tema, Kenshin alejó los pensamientos sobre Kaoru.

-Esta noche -afirmó. Llevaba días preparando aquél encuentro.

-Bien. Recuerda que una vez decidas unirte, no podrás regresar aquí.

-Lo entiendo.

Si aceptaba unirse a algún grupo, sería de algún modo ir contra de los principios del estilo que su maestro le había enseñado.

Temprano a la mañana siguiente, una novia esperaba con nerviosismo el carro que la llevaría hasta el santuario en donde uniría su vida al de su amado. En aquél entonces no era tan común el uso de carromatos en lugar de los tradicionales palanquines para las bodas, pero se consideraría algo especial dado la posición del clan Kiyosato, quien era un general de renombre y familiar directo del daimyo de la región.

Aunque el santuario en el que se oficiaría la boda no sería en Fushimi Inari sino en Santuario de Gion, al ser bendecida con el don de la visión Kaoru sería parte de las ceremonias de buena fortuna. La joven se enterneció al ver a la joven novia pendiente de la entrada.

-Te ves hermosa Tomoe san -le dijo, entrando o más bien saliendo del recinto principal, la joven novia estaba en el acceso principal de la mansión, mientras que la aprendiza de miko había usado uno de los accesos secundarios.

-¡Kaoru dono! -Exclamó en cuanto la vió. Se acercó a ella de inmediato, la fina tela blanca brillaba con el reflejo del sol. -Temía que no fuese a llegar a tiempo.

-¿Por qué no habría de llegar en tiempo? -Refutó ella con ironía.

-Lo siento, estoy muy nerviosa.

-No tienes nada de qué preocuparte. -Le aseguró sonriendo, tomando sus manos en las suyas propias. -Todo saldrá bien.

-Hai -asintió la joven novia con una tímida sonrisa.

"Tímida", se recordó la aprendiza de miko. Recordando su conversación meses atrás con quien fuera el prometido de la joven que tenía en frente, y cómo aquél encuentro había permitido dicho evento.

Akira había visitado a Kaoru apenas al día siguiente del nacimiento del sobrino de Tomoe. Aunque la carta había sido entregado por Shinji, Yumi había estado demasiado alterada -igual que el resto de las mikos- como para acordarse de entregarla. No fue sino hasta que el muchacho se presentó en la entrada del santuario que la castaña recordó el encargo.

El joven desde luego, había restado importancia al hecho, interiormente agradeciendo el haber interrumpido la misiva, pues lo que había confesado en aquellas líneas prefería decirlo de frente. Yumi le devolvió la carta entonces.

Fue así como se halló en el recinto privado de la aprendiza de miko, en el jardín seco donde el día anterior la pequeña había recibido su castigo a la visión de Tomoe.

-Supe que estuviste grave.

-No fue nada serio, no debes preocuparte -aseguró Kaoru, sentada en la engawa con los pies colgando.

Akira estaba de pie frente a ella.

-¿Podrás hacer la danza aún así? -cuestionó preocupado.

La ceremonia de bendición estaba dispuesta para esa tarde, habiendo determinado que la salud de la joven estaba en óptimas condiciones. Si Kenshin se hubiese enterado de toda la fanfarrea preparada sin duda se habría encerrado con ella en la habitación, pensó Kaoru para sí, con una sonrisa secreta en sus labios.

-De no poder, no me permitirían siquiera el presentarme -aseguró, imaginando que era a Kenshin a quien respondía.

-Perdona. No quise ser grosero.

Ella al fina parpadeó fuera de ilusión, viendo por vez primera al joven que tenía en frente. Un muchacho de rostro amable y personalidad gentil, cuya sonrisa la había deslumbrado en más de una ocasión.

-Akira san…

Así como el recuerdo de su muerte a manos de un hitokiri…

-No debes elegir la milicia.

A él el corazón se le saltó un latido.

-¿Es ése el veredicto de tus visiones? ¿O tu deseo de protegerme?

-Ambos. -Contestó al instante, sin dar tiempo a que él interpretara sus emociones en base a su silencio. -Tomoe san no merece el que la abandones -Dijo, él tuvo a bien el verse contrito. -Créeme cuando te digo que tus dudas están infundadas.

-¿Por qué me cuesta trabajo creerlo? -Suspiró.

Para él, su prometida seguía tan distante como siempre.

-¿Cómo esperas que ella confíe en tu amor, si tú no eres capaz de confiar en el de ella? -Refutó con fuerza. -Tomoe simplemente es demasiado tímida para expresar sus emociones, pero se nota que desea cambiar.

-¿Y tú? -Le cortó. -¿Cuánto han cambiado tus sentimientos? Shinji me informó de la partida de Himura kun. -Dijo, ella se encogió ante la mención de su amigo. -¿Está relacionado a ti?

-Él tiene, otro camino que seguir -contestó incómoda. -Y yo, ya no podía seguir deteniéndolo.

-¿Y querías detenerlo?

Kaoru se escandalizó, aquello era una grosería de su parte.

-¡Akira san!

-Lo lamento, no quise ser grosero. -Se disculpó, aunque no se notaba del todo arrepentido. -Pero debes entender mi insistencia. ¿Por qué no aceptas tomar la mano de Shinji?

La joven suspiró. Ella entendía la plegaria oculta de él, cómo a través de su hermano pedía porque ella cambiase de rumbo. En su afán de conseguir aquél arreglo, los que habían terminado volviéndose cercanos habían sido ella y Akira; sin embargo, el sentimiento distaba de ser del todo romántico, al menos de parte de la primera.

La llegada de Kenshin al templo, había terminado por acabar con cualquier posibilidad de arreglo entre las dos partes.

-Tu hermano no me quiere, no de esa manera al menos.

-Pudo haberlo hecho -volvió a insistir, casi como pidiéndole que le diese otra oportunidad-, si tan sólo Himura kun no hubiese aparecido.

-Quizá su presencia fue una intervención divina. -Dijo ella. -Éste es el camino que elegí para mí. Harías bien en recordarlo.

Akira se veía frustrado.

-¿Y yo? ¿He escogido bien?

Kaoru le miró con pena.

-Eso es algo que sólo tú podrás descubrir.

-¿Por qué no me dices lo que viste? Debió ser bastante grave si incluso Tomoe quedó tan consternada.

-No tengo el derecho a decírtelo. Por favor entiende. -Confesó y le rehuyó la mirada. Después de todo, aquel descuido era la razón de su pronta separación del pelirrojo. -Pero, si has hecho tantos sacrificios para llegar aquí, quizá debas llevar a término dicha empresa.

Mutismo.

Akira reflexionó. Kaoru por supuesto tenía razón. En la carta que no había entregado, el joven samurai había confesado su verdadera procedencia. El cómo había ingresado a la familia de Shinji para que éste se pudiese encargar de dirigir el clan sin arriesgar su vida en la milicia. Le contaba cómo su deseo de superación para tener algo que ofrecerle a Tomoe, quien fuera su amor desde la infancia, para que pudiese recibirle como esposo; en especial después de que la misma y su hermano fuesen acogidos por la familia de su tía, quien era desde luego una aristócrata.

Y aún si no había terminado por confesárselo, el joven sentía que la aprendiza de miko frente a él ya lo sabía.

Al final suspiró resignado.

-Tienes toda la razón. He sido un tonto.

Tras aquél encuentro, Akira se dedicó seriamente a meditar su futuro y las opciones que tenía. Si bien no renunció a unirse a las líneas del Shinsengumi, sí accedió a adelantar su boda con Tomoe y con esto retrasar su ingreso a la milicia. Si tan sólo para confiar en las palabras de su amiga.

Kaoru no había parado de rezar desde entonces, porque aquél futuro no llegase jamás.

-Quería agradecerte. -Dijo la novia, sacándola de sus pensamientos. -De otro modo esta boda se habría retrasado hasta después de entrada la primavera.

La aludida tembló internamente, si tan sólo Tomoe supiera todo lo que había detrás de su boda, pensó la niña.

-No podríamos haber permitido tal infortunio -aseguró sonriendo.

Kagome entró en ese momento, llevaba un velo en las manos.

-Tomoe san, es hora -dijo la mujer.

La aludida se removió nerviosa.

-Iré al frente de ti. No te preocupes. -Le aseguró Kaoru al ver su nerviosismo. -Tienes la bendición de los dioses.

Tomoe volvió a sonreír convencida.

Enishi entró entonces.

-Nee san, date prisa -exigió. Se veía mucho más incómodo y abochornado que cuando el compromiso había sido anunciado.

Su hermana quiso acercarse a él, pero este le rehuyó.

-¿Estás bien, Enishi?

Él asintió, mejillas arreboladas.

-Estoy conteniéndome lo más que puedo, así que apúrate. -Confesó. -Tan pronto termine la ceremonia, podré abrazarte como se debe.

Los ojos de su hermana se abrieron en asombro, y luego le dedicó una mirada conmovedora, la joven entendía la despedida que su boda representaba.

-Hai -dijo, acariciándole el rostro una última vez.

Afuera la procesión esperaba a la joven novia. Fiel a su palabra, Kaoru se posicionó al frente junto a sus compañeros chokka del santuario vecino, Momiji -al ser la miko de la corte del emperador- le acompañó durante la travesía.

Durante toda la procesión y la ceremonia de boda, los corazones de Tomoe y Kaoru latieron como uno solo, aunque cada uno con una motivación diferente.

Kaoru no había vuelto a mirar en el futuro de la joven pareja, más allá de lo requerido ante el santuario para la bendición de la boda. Mas si se había permitido generar aquél nuevo camino en el destino de ambos, la visión de la muerte de Akira seguía siendo la misma.

Mas no podía confesarlo…

Así que, con el corazón apesadumbrado, la joven aprendiz de miko celebró y bendijo la unión de los novios, dedicándoles una sonrisa que disfrazaba su pena.

Sólo podía rezar porque pudiese asegurar para ambos la mayor cantidad de felicidad posible, por muy efímera que fuera ésta.

La posada en la que entrenaba el grupo de Chosu, era apenas una fachada, cerca de ésta se encontraba la mansión Tsushima en la que se ocultaban. Kenshin había investigado rigurosamente los movimientos del grupo alrededor de Kyoto, así como los de los clanes -Tosa y Higo- con la misma ideología.

Meses atrás, antes de su encuentro con Kaoru, el pelirrojo se habría reportado como voluntario para formar parte del Kiheitai (clan Chosu), ciegamente creyendo estar del lado de la justicia que ayudaría a la gente que estaba sufriendo entonces. Ahora, sin embargo, tras su choque de creencias con la aprendiza de miko y lo que había visto durante sus viajes a Edo y las prefecturas alrededor del shogún, su perspectiva se había ampliado al grado de entender que no existía tal cosa como lado bueno y lado malo. Debía ver por sí mismo, qué ideales defendería y si valdría la pena unirse a algún bando para defenderlos.

Oculto bajo las sombras, aquella noche Kenshin atacó.

Quería probar la motivación y determinación del grupo. Y si había alguien al mando capaz de controlar al grupo tan disparejo de ronins.

De momento no encontró verdadera resistencia. Tan pronto su presencia se hizo evidente, el grupo le atacó en movimientos sin ritmo. El pelirrojo pretendía hacerse notar y fue por eso que terminó dirigiéndolos al patio central de la mansión, donde la mayoría de ronins terminó por congregarse. Incluso para él, enfrentarse a un grupo grande no resultaría encomienda fácil, pero los hombres se notaban sin entrenamiento de combate en grupo, y fue fácil escabullirse entre ellos.

Cuando el grupo se había vuelto reducido, Kenshin detectó la nueva presencia.

-¡Alto! -Rugió Katsura. Ante la fuerza de su voz, la calma reinó por fin en la mansión. Tanto los ronin como el intruso se detuvieron, y el pelirrojo no pudo más que admirar la autoridad que irradiaba el hombre. Al lado de éste se encontraba su mano derecha, Shinzaku. -Por favor, te pido que no destroces el espíritu de mis hombres.

Kenshin se irguió, rompiendo al fin su postura de ataque.

-¿Katsura Kogoro? -Cuestionó.

-El mismo. -Afirmó éste. -Supongo que vienes a hablar conmigo.

Kenshin le analizó un instante antes de decidir enfundar su espada. El resto de los ronin con los que había peleado hicieron lo mismo, al menos los que quedaban de pie.

El líder del Kiheitai le recibió en sus aposentos privados, emocionado de por fin tener al samurai de la vidente en sus terrenos -saboreando el poder tener tan cerca la oportunidad de que el mismo se le uniera-, le atendió el mismo compartiendo el té. Shinzaku, como era costumbre, le acompañaba también.

Kenshin explicó que tenía interés en conocer del movimiento, pues su deseo era igualmente ayudar a la gente que sufría con su espada para traer justicia, pero que dados los eventos transcurridos en Japón estaba inseguro sobre qué camino debía seguir su gente para asegurar una era de paz y prosperidad para todos. Katsura no perdió tiempo en exponer sus razones y su plan sobre cómo forjar una nueva era, el sueño ya de varios clanes; así como su afán de evitar una contienda grande a cambio de pequeños encuentros clandestinos.

Tras un instante de meditarlo, el pelirrojo expuso su sentir al fin.

-Aunque entiendo lo que dices, no tengo intención de ser partidario de ningún grupo -concluyó. Al final ninguna de las razones había sido suficiente, incluso si vibraba con su deseo de cambiar el actual gobierno, los ideales no vibraban del todo. No después de las enseñanzas de su amiga.

-¿Incluso si la revolución es necesaria para la estabilidad del país? -Presionó Katsura.

Kenshin pensó sus palabras antes de liberarlas.

-No soy letrado como muchos samuráis de nobles familias, ni tampoco soy lo suficientemente sabio como para entender los conceptos bajo los que se deciden los cambios de un gobierno, pero incluso alguien como yo es capaz de entender que la violencia no puede generar estabilidad.

Por detrás de ambos, Shinzaku dejó escapar una risilla. El hombre estaba sentado en el pasillo que llevaba a uno de los jardines privados de la mansión. Aunque el instrumento no le acompañaba entonces, era fácil sentir la música que parecía seguirle a todas partes.

-Entiendo lo que tratas de decir, Himura kun. -Contestó Katsura, obviando con cierta dificultad la reacción de su compañero. -Pero me gustaría que hicieses un esfuerzo en entendernos. Nosotros tampoco deseamos un conflicto armado, pretendemos terminar el enfrentamiento erradicando únicamente a aquellos cuya existencia amenaza la vida y la seguridad del pueblo de Japón.

-¿Y cómo pueden estar seguros de que su juicio es el correcto? -Refutó el muchacho.

-Tenemos pruebas, desde luego, y conocimiento tanto político como militar.

-Son estrategas, es lo que quieren decir.

-Básicamente es como un juego de shogui. -Interrumpió Shinzaku, ante el forcejeo de su amigo con las palabras, de nada le serviría a éste perder los estribos en ese momento. -Y en la guerra, me temo, estas decisiones deben hacerse por hombres como nosotros.

Kenshin lo sopesó.

-No soy todavía un hombre. -Señaló. -Jamás he tomado una vida. Y si he de ser sincero, una parte de mí espera jamás tener que hacerlo. Al menos no en las sombras. -Concluyó y se levantó para abandonar la sala.

Ambos hombres tuvieron que aceptarlo, aquella noche Kenshin no había desenfundado su espada, los ronin caídos apenas y estaban inconscientes. A lo que se refería el muchacho era a que si habría de pelear lo haría en campo abierto en un enfrentamiento justo de ambas partes.

-Has perdido, viejo amigo. -Dijo Shinzaku, posando una mano sobre el hombro de Katsura para calmarlo. -Deja que se vaya. No le convencerás esta noche.

A regañadientes, el mayor entendió que debía ceder.

-¿Podemos confiar al menos, en que tu espada se pondrá del lado de los débiles? -Cuestionó.

El pelirrojo asintió al instante con una sonrisa.

-Por supuesto, ése es el principio del Hiten Mitsurugi Ryu -Declaró.

Kenshin se despidió de ambos hombres y abandonó la mansión Tsushima esta vez por la entrada principal y caminando. Tanto Katsura como Shinzaku le miraron partir, pero éste último fue capaz de descubrir la determinación en los ojos de su compañero.

-Conozco esa mirada -le dijo, su sonrisa ahora lucía más triste que divertida.

-Quiero a ese chico -respondió Katsura, sus ojos todavía fijos en la espalda del pelirrojo.

-Cuidado, Katsura. -Le advirtió Shinzaku, dándose la vuelta de regreso al interior de la mansión. -Estás tan cerca de ganarte el infierno, quizá con él selles tu destino.

-Sabes tan bien como yo, que no hay nadie mejor.

-Es apenas un niño.

-Lo sé.

Ninguno de los hombres cedió.

-Y aún así le pedirás que cometa los asesinatos por ti… -Concluyó Shinzaku, a sabiendas de que no habría manera de cambiar la mente de su compañero. -Vas a lamentarte, toda tu vida, viejo amigo.

Sólo entonces Katsura se volvió hacia él.

-Entonces, ¿crees que él acepte venir…?

Shinzaku lo sopesó un instante.

-Si no lo hace, sé bien que tú lo obligarás a hacerlo. Y creo que la carta que recibiste ayer, es la clave para lograrlo -concluyó alejándose.

Katsura volvió la mirada a la calle, en dirección a donde el pelirrojo había desaparecido.

-Himura Kenshin -dijo, saboreando el nombre.

Hasta entonces, se había resignado a tener que usar a Shishio, incluso si el mismo no estaba del todo listo -y agradeció la ausencia del mismo aquella noche-; mas tras haber observado la destreza del pelirrojo, sabía que había encontrado a su asesino.

"La carta", se recordó, si usaba sus cartas bien, podría matar dos pájaros de un tiro y tener tanto al santuario como al joven samurai de su lado.

Abril

El primero de Abril de aquél año, Kaoru recibió la visita de las tres mikos del santuario Fushimi Inari en su sala de retiro, en el segundo piso del edificio principal. Las tres le informaron de un último regalo que recibiría antes de la ceremonia del Kuchiyose, lo que decidiera tras este regalo nadie -le aseguraron las tres- se lo refutaría; por lo que las tres le pidieron el que pensara cuidadosamente su destino, pero que por sobre todas las cosas disfrutara al máximo de aquél regalo.

Fue así que la aprendiz de miko, terminó escribiendo su segunda carta a su samurai favorito.

Mi querido Kenshin:

Te escribo esta nota esperando ya estés de vuelta de Chosu. A partir de dos días, contando desde hoy, empezará nuestro periodo de meditación previo al Kuchiyose, y tengo una buena noticia.

Yumi sama me ha informado que podrás quedarte en el santuario durante este periodo junto conmigo y el resto de los chokkas. ¿No es magnífico? Tendremos la oportunidad de ser parte de la comunidad de Kyoto además, y mezclarnos con el resto de las personas. Será como vivir una vida diferente.

Dí que sí, Kenshin. Mi corazón salta de gozo ante la posibilidad de poder compartir este tiempo contigo. Ignoro si así es como debe hacerse o si he recibido de nuevo una bondad de mis superiores dado mi don, pero confieso que no me importa si con ello consigo tenerte por estas dos semanas.

Por favor, Kenshin, di que sí… Te estaré esperando en el jardín de bambú secreto en dos días al atardecer.

Tu amiga,

Kamiya Kaoru.

El tres de abril -y tras haber investigado las filas del shinsengumi en la región de Aizu- Kenshin regresó al hogar de su maestro, ignorando como siempre el jalón que le rogaba ir hacia el santuario. En esta ocasión, su maestro lo esperaba a orillas de la cascada donde solían entrenar.

-Llegas antes de lo previsto, casi pareciera una terrible coincidencia -dijo.

-Es bueno ver que le da gusto verme de nuevo, shishou -contestó Kenshin sintiéndose irritado ante la actitud de su maestro.

Hiko bufó con fingida molestia.

-Lo único que me da gusto, es que no pareces ser tan tonto como originalmente pensé -señaló, haciendo alusión a que el hecho de volver significaba que no había elegido un bando de guerra aún.

-Siempre tan cariñoso -se quejó.

El pelirrojo estaba por acercarse a su maestro con la disposición a entrenar y discutir parte de lo que había descubierto en su último viaje, más el mayor le cortó el paso al lanzarle lo que parecía una piedra de papel.

-Toma.

Kenshin la atrapó al instante, algo destanteado, miró el objeto y luego lo desenrrolló.

-¿Cuándo? -Preguntó con premura, el corazón le latía con fuerza en el pecho ante la excitación.

-Descuida, hace apenas un día. -Respondió Hiko, girándose de nueva cuenta hacia la cascada. -Quizá debiste decirle antes que permanecerías en Kyoto. Aunque de haberlo hecho, probablemente no hubiera habido motivo para tal misiva.

-Si me disculpa -se disculpó el discípulo, que evidentemente no había hecho caso de lo que había dicho el mayor.

Hiko lo disculpó con un movimiento de mano temiendo por adelantado la respuesta. Tal como predijo, el muchacho no tardó en leer la carta.

-¡Shishio! -Exclamó con fuerza. -Mañana… -empezó y luego enmudeció evidentemente avergonzado.

El hombre ni siquiera hizo el intento por ocultar su sonrisa.

-¿Te vas de nuevo?

Kenshin tragó seco.

-Lo dijo usted mismo, es básicamente un funeral -refutó, devolviendo las palabras que días atrás él mismo le dijera.

-Chico listo. -Sonrió. -Veamos si celebras tal inteligencia una vez la pierdas.

Esto último fue una espina en el corazón del joven samurai que no supo cómo contestar. Era evidente que ambos -Kenshin y Kaoru- se la estaban jugando con el tiempo que les quedaba.

-Asegúrate de dejar suficiente agua antes de irte -le recordó.

El joven ya no fue capaz de ocultar su sonrisa.

-Hai -asintió y salió corriendo en dirección a la choza.

Hiko volvió a reír ante lo evidente de los sentimientos de su discípulo, antes de volver a sentir el pesar que desde finales del año pasado le dominara el pensamiento.

Él consideraba que una dosis de realidad era necesaria para que su baka deshii madurara, que a un hombre le rompieran el corazón era el parteaguas que generaría un notorio crecimiento de carácter, sino bien remarcaba el ya formado en el mismo. Mas al ver lo genuino de los sentimientos de su discípulo y la niña con la que estuviese intercambiando corazón, una parte de él lamentaba el evidente desenlace.

Mientras que otra parte, aún más egoísta, deseaba poner todo en manos de la joven vidente para evitar el que su alumno perdiese el camino; incluso si terminaba acabando con el sueño de la niña.

Por ahora, sólo podía seguir haciendo apuestas, mientras observaba la historia desenvolverse frente a sus ojos.

...

Horas después, a cerca de un kilómetro de distancia de la choza de Hiko, el samurai y la doncella volvían a reunirse en su lugar secreto. Uno corriendo al encuentro del otro, volvían a fundirse en un abrazo.

Cuánto más podía durar esa inocencia, no podía saberse aún.

Incluso si el aire, olía a sangre...


A/N: Una vez más si quieren ver el diseño de personajes de este fic, pueden buscarme como naru_astalina en instagram.