Ya por fin, la confrontación del templo.

Disclaimer: Rurouni Kenshin pertenece a Nobuhiro Watsuki.


"Y todo arde hasta volverse cenizas pt.2"

Abril, 1864

El sol estaba muriendo en el firmamento cuando el shinsengumi había decidido por fin intervenir en el cierre del santuario. Acorde al plan, el shogun declaró no tener conocimiento de la guardia de ronins, y había por fin dispuesto el que su fuerza especial fuese a investigar.

Aquello sólo lo evidenciaba aún más, pensó Sishio con molestia. Después de todo incluso el grupo de Chosu estaba al tanto de la purga que se llevaría entonces. Se habían negado a participar, por supuesto, concientes del riesgo que implicaba ponerse delante de la corte del shogun, aún no estaban listos para un enfrentamiento frente a frente.

-Makoto kun, pensé que habías acompañado a Katsura dono -exclamo Izuka a sus espaldas, con fingido asombro.

Shishio detestaba al hombre por la debilidad que residía en sus ojos. Este hombre era un cobarde, se dijo.

-Sabes tan bien como yo que Katsura tiene otra trampa que tender. -Izuka mantuvo su sonrisa. -Y si yo fuera tú -advirtió, quitando el seguro de su katana en una clara amenaza -me aseguraría de no mostrarte frente a mí.

El aludido perdió por un breve instante su fachada mas se recompuso inmediatamente.

-Una disculpa, Makoto kun. No volveré a interferir -dijo, tras lo cual abandonó la sala.

Shishio volvió a bajar la guardia, mirando de nueva cuenta por la ventana de la oficina de Katsura, el mayor temía la filtración de espías -con justa razón- y ahora él se encontraba resguardando el lugar.

-Honestamente -pensó- preferiría estar matando ahí afuera -sonrió.

Kenshin

Durante los últimos dos días Kenshin había estado moviéndose en medio de un trance.

No podía creer el tener la suerte que se pintaba por delante suyo. En cada espacio de tiempo libre que tenía, sus manos volvían a buscar aquélla hoja de papel en las mangas de su gi, y volvía a leer la confesión grabada en ésta.

Estaba feliz.

Como nunca antes lo había estado.

Estaba eufórico.

-Te ves más idiota de lo que normalmente te ves -declaró su maestro.

En otras circunstancias, el pelirrojo quizá hubiera saltado a refutarle al mayor, pero en esta ocasión estaba tan contento, que aquél insulto apenas y le había hecho cosquillas.

-Eso está bien -aceptó sonriendo.

Hiko elevó una ceja, necesitó de sólo un segundo para analizarlo por completo y descubrir lo que tramaba.

-Vas a huir. -Declaró, consiguiendo por fin el que su discípulo perdiese la sonrisa mientras el corazón le saltaba en alarma al saberse descubierto. -Con la chiquilla del santuario -concluyó.

Kenshin se quedó inmóvil entonces, sintiendo la mirada de su maestro en la nuca, mientras éste lo analizaba.

-¿Has pensando esto bien, Kenshin?

No. No lo había hecho. Aunque para él poco importaba. Salvo el hecho de que ella sería libre para elegir, para elegirlo a él.

¡Había tantas posibilidades! Y todas y cada una se abrían por delante para él.

-No he parado de pensar -admitió, girándose por fin hacia su maestro para verle de frente.

Hiko ahogó una burla.

-Soñar sería más exacto -señaló, luego se cruzó de brazos irguiéndose en toda su estatura, mirando a su aprendiz como si lo sometiera a un juicio. -¿Y bien? ¿Cuál es el plan?

-¿Plan? -parpadeó el joven confuso.

No era que no fuese consciente de que debía tener claro de menos cómo llevar a cabo su huida con la que fuera su mejor amiga -de momento-, sino que no vislumbraba aquello como alguna especie de misión; él tenía intención de preocuparse de un cosa a la vez. Aunque ahora, viendo la molesta mirada de su maestro, comenzó por fin a entender el error de sus pasos.

Hiko se desesperó.

-¿Participarás en la lucha y la harás partícipe al pedirle compartir tu destino? -Cuestionó el mayor, comenzando a avanzar hacia su estudiante; éste por su parte, reaccionó alejándose consciente de la amenaza- ¿O planeas huir en una dirección diferente? -Instó, y adoptó la primera postura de ataque tras desenvainar su espada.

Las manos de Kenshin volaron a la empuñadura de su katana en respuesta, adoptando la postura battou, consciente de la intención de su maestro-. ¿Te quedarás para completar tu entrenamiento? ¿Y qué papel tendrá ella en todo esto?

¿Qué papel sin duda?, se cuestionó su discípulo, pasando saliva con dificultad y sudando frío. Su postura cambió a una de defensa.

-No he pensado aun tan a futuro -dijo, obligándose a hablar, porque de pronto le pesaba reconocer que justo como su maestro le decía, estaba siendo un idiota.

-¿Por qué no? -Bramó el hombre, elevando su voz sin gritar mas consiguiendo que el eco de ésta reverberara en los bordes de la montaña.

El poder masivo de su ki terminó por ahuyentar a las aves vecinas, las cuales salieron volando lejos de tal energía. Aún así Kenshin se mantuvo firme.

-Sabes que no te permitiré permanecer si decides unirte en la guerra que se avecina -le recordó Hiko-. Tu habilidad como está es suficiente para inclinar la balanza a cualquiera que sea el grupo al que decidas unirte, y eso de por sí ya es un error. Mis enseñanzas no son para convertirse en esclavos de ningún líder político.

Hiko atacó.

Kenshin apenas y pudo responder el golpe, conteniéndolo. La velocidad de su maestro lo superaba por mucho.

-¡Y lo entiendo! -Afirmó con fuerza, casi desesperado mientras seguía conteniendo el ataque con dificultad. -No pretendo exigir más de lo que me corresponde.

-¿Si quiera sabes lo que te corresponde? -volvió a rugir el mayor, quien presionó con la suficiente fuerza para hacer retroceder a su alumno a una distancia considerable con tan sólo un movimiento de su espada.

El pelirrojo apenas y consiguió mantenerse de pie tras trastabillar al recibir de lleno el golpe, apenas había recobrado la postura cuando Hiko ya estaba por encima de él con una de sus técnicas favoritas. Kenshin se protegió con un contrataque girando a tiempo de evitar el golpe directo de su oponente, más la fuerza creada por este último lo atrapó hasta inmovilizarlo; el mayor aprovechó la abertura y le golpeó en la base del estómago con la mano que no sostenía la espada, pateando a la base de sus pies para hacerlo caer justo después.

El joven alumno cayó de cara al suelo tras rodar por ésta debido a la fuerza del golpe.

Hiko deshizo la postura, con la espada frente así, eligió mirar su propio reflejo antes que la patética imagen que le ofrecía su alumno. Se sabía egoísta, además; que Kenshin corriera de la mano de la chiquilla del santuario embonaba con sus planes de enseñanza de la escuela Hiten Mitsurugi Ryu. Sin embargo, debía tener cuidado de marcarles a ambos el camino o la espada de su baka deshii se corrompería.

-Puedo ver que estás feliz por la oportunidad abierta de huir con ella -admitió no sin cierto pesar-. ¿Pero qué tienes por ofrecer realmente? -Instó-. ¿Qué puedes darle tú que no la haga arrepentirse de haberte elegido?

Kenshin apenas y consiguió removerse en el suelo tras haber por fin recuperado el aliento, mas no tenía fuerzas para contestar. Ni siquiera podía asegurar que tenía una respuesta y se odió por eso. Aunque la espada seguía debajo de su mano, quedaba evidente que la había soltado al caer.

Patético.

Se sentía patético.

-Si no tienes las respuestas, Kenshin… -Hiko envainó la espada y miró una última vez a su aprendiz-. No mereces la oferta -sentenció.

El hombre volvió a adentrarse en el camino que llevaba de vuelta a su choza, dejando atrás a un derrotado Kenshin.

Le tomaría un poco más el poder levantarse otra vez.

¿Cuánto tiempo había pasado? Se cuestionó el mayor. Había momentos en los que se veía a sí mismo en Kenshin, aunque definitivamente él no había sido tan idiota como éste, se aseguró. La presencia de la chiquilla del santuario -Kaoru- había representado una promesa de que su alumno terminaría por aceptar de lleno los preceptos de su estilo de la espada.

Kaoru representaría ese amor inalcanzable, que mantendría el espíritu de Kenshin puro y amable; completamente desligado de cualquier obligación. Su alumno tendría algo -alguien- a quien proteger y a través del cariño recíproco de ésta -y las enseñanzas de la misma en cuanto al valor de la vida- desarrollaría el deseo de vivir que era estrictamente necesario para una espada libre, la muerte no era una opción.

Él continuaría vagando, buscando aliviar con su espada los pesares de la era, y volvería siempre al mismo punto, para -en el momento correcto- heredar el manto de Seijuro Hiko.

Pero, huir…

Suspiró con resignación. Una parte de él, que se había ido haciendo mucho más grande con el tiempo, deseaba el darle a su alumno aquella felicidad. Después de todo, el estilo pedía que el alumno fuera huérfano para no tener ataduras personales y enfocarse en el entrenamiento, mas no decía nada sobre tomar una compañera. Para Hiko, había un límite a lo que el hombre podía negarse, y sabía que Kenshin estaba por alcanzar ése límite, ¿por qué no usarlo mejor en su favor? ¿Cómo una motivación, quizá? Aceptaría incluso a la niña de ser necesario bajo su manto.

Pero no así, nunca así.

-Encuentra la respuesta, Kenshin -dijo al aire, esperando que su tonto discípulo de algún modo escuchara y entendiera sus palabras.

El sol ya había comenzado su descenso cuando Kenshin por fin descansaba boca arriba sobre el suelo, en vez de ser un guerrero derrotado incapaz de levantarse mientras saboreaba la tierra que le había entrado en la boca al caer. Había estado molesto en principio por aquél enfrentamiento, mas tan pronto se había girado de frente al cielo dicha molestia se había esfumado.

Se sentía de cierta forma perdido. Navegando a la deriva mientras la fuerza del río le llevaba cuesta abajo, y se preguntó si acaso conviniera el dejarse caer de lleno.

Entendía por supuesto lo que su maestro le exigía. El samurai sabía que estaba todavía lejos de terminar con su entrenamiento, había técnicas que aún no alcanzaría sino hasta llegar a cierto nivel de fuerza y destreza; mas también sabía ahora -y tras sus meses en deriva- que había un límite a lo que se podía aprender en una batalla contra un mismo oponente. Pronto, tendría que volver a vagar, aunque quizá con otro propósito.

Después estaba la revolución, aquella vocación de ayudar le llamaba constantemente a tomar acción sobre lo que ocurría en Japón, aunque también estaba consciente de que su maestro estaba en lo correcto al negarle el irse. Iba en contra de los preceptos de la escuela Hiten Mitsurugi. Su poder no podía estar al servicio de otros o dejaría de ser una espada libre para convertirse en el arma de alguien más.

Y aún así…

"Si tu corazón late igual que el mío, Kenshin… "

El rostro de Kaoru se dibujó en su mente.

"Ven por mí la noche del Kuchiyose, encuéntrame en el atrio, y correré contigo."

Quizá la respuesta fuera otra, se dijo.

Quizá la respuesta estaba en otra parte, con otra persona, con Kaoru dono.

Quizá podría enfocarse en su entrenamiento y buscar hacer algo en la lucha sin involucrarse directamente. Él no sabía por supuesto de política pero Kaoru era hija de un daimyo y conocía por tanto cómo se movían aquél tipo de intereses. Ella podría ayudarlo, ella podría enseñarle, guiarlo…

"¿A dónde iríamos?"

"Al mar."

"¿Será tan hermoso como en tus relatos?"

"Incluso más, porque tú estarás ahí."

Recordó entonces aquella promesa que durante el festival había sido un sueño al aire, una ilusión a la que en aquél momento se había querido aferrar con uñas y dientes, maravillándose al descubrir que ahora podría hacerse realidad. Ella podría ser la funda de su espada, la que le cuidaría de brincar en la lucha con la cabeza caliente, de analizar siempre antes de atreverse a intervenir y buscar respetar por encima de todo el derecho a la vida.

"Sé que mi hermana te habría elegido"

Kaoru podría ir con él, tal y como le había dicho el hermano de ésta, Koishijiro. Y si en algún momento debía involucrarse de lleno -porque deseaba hacerlo, se confesó a sí mismo- Kaoru podría esperar por él en Edo.

Después, cuando una nueva era se abriera paso para Japón, cuando ya no existieran los impedimentos de las clases sociales…

Kenshin sonrió.

Había encontrado su respuesta.

Hiko estaba por terminar de preparar sopa de miso, adentro de su choza, cuando su discípulo entró en la habitación.

Se había tomado el tiempo de lavarse y cambiarse las ropas y se miraba confiado, notó el mayor, el ki de su estudiante vibraba con fuerza y resolución, un canto suave y entonado. Contuvo el deseo de sonreír. Quizá su alumno no era tan idiota como le hacía creer constantemente, se dijo. Se tomó entonces la libertad de llenar dos platos y ofrecer uno a su compañero, éste lo tomó con una inclinación de agradecimiento y ambos se sentaron a comer uno frente al otro.

El silencio no se interrumpió sino hasta que la comida terminó y Hiko se llenaba como de costumbre su copa de sake.

-¿Y bien? -Indagó, tras haber bebido el brebaje.

Kenshin sonreía apacible, mirando la copa vacía entre sus manos y decidiendo si sería buena idea beber sake a partir de ése día. Tal vez sería el momento de probar la teoría de su maestro y descubrir si el sake tendría buen sabor o no…

Suspiró, decidiendo que aún era pronto.

-Desde que era pequeño he seguido siempre el ritmo que la vida me ha impuesto sin quejarme, ni una sola vez, sin pedir por nada más que lo que se me ofrecía. -Dijo, su maestro le miró atento, esperando.

Hiko sabía que para Kenshin había sido justo así. Su naturaleza era demasiado amable, y se sabía la única persona con la que su discípulo peleaba abiertamente, e incluso así entendía que, ya fuera por agradecimiento o resignación, el joven samurai frente a él se había dejado enseñar.

-Incluso con usted, shishou -confesó, mirándole al fin-, adopté la espada porque me ofrecía una oportunidad de sobrevivir.

Sobrevivir, pensó el hombre, más no de vivir. No era tiempo aun, después de todo, pero estaba en camino a llegar a aquél destino.

-¿Y ahora? -Cuestionó.

La mirada de su alumno se afiló.

-No deseo deshonrar sus enseñanzas. Deseo cumplir con mi entrenamiento, encuentro sentido y valor en cada uno de los preceptos del estilo Hiten Mitsurugi Ryu y deseo aplicarlos…

-¿Pero?

Kenshin tuvo a bien mirarse algo contrito.

-Esta es la primera vez que deseo algo para mí. -Confesó con emoción, aunque todavía débil-. Por supuesto que temo el que no lo merezco, pero igualmente lo quiero. No sé si llegaré a arrepentirme después, no tengo modo de negarlo salvo mi propio juramento. Y ella me ha elegido.

El brillo estaba de vuelta en sus orbes violetas. Hiko fue capaz de notar la esperanza a la que se aferraba su aprendiz, de mirar en el destino de éste y adivinar incluso la gravidez con la que se le partiría el corazón.

-Incluso cuando creí que no había manera, ella, Kaoru dono me ha elegido -dijo como si todavía no pudiera creérselo.

Aquél recuerdo todavía bailando en su mente.

"Si tu corazón late igual que el mío, Kenshin… correré contigo."

El joven samurai apretó las manos en puño sobre su regazo.

-Yo, quiero correr con ella -declaró.

El mayor miró a detalle el perfil de su estudiante, cada uno de los recovecos de su rostro y las vibraciones de su ki, pero no había mentira en sus palabras.

-Olvidas algo, Kenshin. -Le dijo-. No te enseñé el uso de la espada para hacerte miserable.

El aludido soltó el aire que había estado conteniendo, respirando en alivio de que su maestro no había rechazado su deseo a pesar de lo que éste podría representar dentro de su entrenamiento.

Una distracción.

-Lo sé. Por eso es que también deseo continuar hasta completarlo.

-¿Ella lo entenderá? -Inquirió el moreno, sirviéndose otra copa.

-Lo hará. -Asintió el pelirrojo, con confianza-. Si es Kaoru dono, sé que lo hará. Si bien deseo correr con ella, no deseo atarla, y ella también tiene otras aspiraciones.

Kaoru había probado ser un espíritu libre, independiente. Ella le había confesado su deseo de querer ver el mundo, declarando así que seguía en proceso de decidir qué quería hacer con su vida, incluso si había decidido descubrirlo de la mano de él, el muchacho no tenía intenciones de aprisionarla sino lo contrario.

Quería verla volar alto y libre, alejada de las obligaciones de su destino previamente impuesto.

Hiko se cruzó de brazos.

-¿Qué me estás pidiendo entonces?

Kenshin inhaló con fuerza, este era el momento clave, el punto en el que confesaría su deseo egoísta de mantener a Kaoru con él durante su entrenamiento, de que se le permitiese mantenerla con él…

-Shishou… -empezó, inclinándose al frente en una reverencia que casi toca el suelo-. Humildemente pido-

-¡Himura kun!

Ambos se irguieron entonces, interrumpiendo aquella plática, agudizando el oído para escuchar mejor aquél frenético llamado.

-¡Himura kun! ¡Himura kun! -gritaba la voz más cerca.

Alumno y maestro compartieron una mirada antes de salir al encuentro de quien fuera que buscase ayuda entonces. Al abrir la puerta, la figura de la sacerdotisa errante que Kenshin había rescatado un par de meses atrás los recibió a ambos.

-¿Sasaki san? -Le reconoció el menor.

La joven se lanzó a sus brazos.

-¡Himura kun!

Kenshin la recibió, sosteniéndola por los hombros. La joven se veía exhausta, pálida, casi hasta dar la impresión de estar enferma.

-¿Se encuentra bien, Sasaki san?

-Ayuda, necesitamos ayuda -soltó alterada, aferrándose a las ropas de su compañero-, el santurio, necesita ayuda, Himura kun, los ronin y Yumi sama.

-Tranquilízate niña -bramó Hiko por detrás de ambos, la fuerza de su ki consiguiendo parar en seco el pánico de la sacerdotisa-, habla una cosa a la vez -indicó.

La aludida tembló, antes de serenarse con una respiración honda.

-El santuario está bajo asedio… -Declaró, ambos hombres le miraron con alarma-. Guji sama no está por ninguna parte, y Momiji sama ha muerto -sollozó, la voz quebrándose hasta recibir el llanto-. Han atacado incluso la casa del retiro.

El corazón de Kenshin dejó de latir un segundo. Kaoru estaba en aquella casa de retiro, recordó.

-No podemos bajar la montaña -continuó la joven- el acceso al santuario fue cerrado por ronin bajo órdenes del shogun… subí por órdenes de Kaede sama para advertir a los demás pero el santuario ya estaba siendo atacado, así que Yumi sama me mandó a buscarlos, no hay a donde más correr -sollozó.

Si la misma se dejó caer el suelo o si había sido Kenshin quien la había soltado, a éste último poco le importaba, su espada volvía a estar atada a su cintura y sus pasos le llevaron con prisa fuera de la choza.

-¡Kenshin! -Le detuvo su maestro saliendo tras él.

El aludido apenas y se detuvo.

-Lo siento, lo siento shishou -lamentó-, pero tengo que ir, ya sea que usted decida acompañarme o no.

-Lo sé, idiota. -Respondió éste para su sorpresa-. Eso no significa que debas lanzarte a las llamas sin un plan o tan solo conseguirás quemarte.

Kenshin se desesperó.

-¡Si perdemos más tiempo…!

-Si te aceleras -le cortó con voz grave y fuerte-, incrementas el riesgo de morir bajo tus propias fallas. -Declaró, consiguiendo que su discípulo se quedase quieto aunque irritado al tiempo con las manos en puño y apretando la mandíbula. Hiko se giró hacia la sacerdotisa. -Niña, dinos, ¿por dónde llegaste?

Sasaki hizo como le dijo, indicándole el atajo que Kaede revelara para ella para poder acortar el tiempo de subida. Mas no había terminado de dar las indicaciones cuando el joven samurai había salido corriendo de vuelta -esta vez por el camino dado- no pudiendo contenerse más.

-¡Kenshin! -Gritó su maestro.

Mas el alumno era incapaz de escucharle.

-Maldita sea -gruñó Hiko, decidiéndose a ir tras su estúpido alumno pero no sin antes escuchar primero de labios de la sacerdotisa a qué se enfrentaban exactamente.

Kenshin corrió tan rápido como sus piernas se lo permitieron. Forzó a su cuerpo a avanzar a prisa, a la velocidad celestial del propio estilo de su espada. ¡Debía llegar a ella, debía encontrala…!

-¡Kaoru dono!

Desesperado como estaba, sintiéndose al borde de un precipicio infinito, perdió la perspectiva del mundo completo, y el enfoque de su vista se centró en el punto medio que tenía al frente, buscando con la sombra del terror mismo sobre sí por la figura de a quien deseaba tomar como compañera.

No vio, por tanto, el desastre que fue encontrando a su paso. No registró, como debería haberlo hecho, los cuerpos sin vida caídos por todo el camino -primero hacia la casa de retiro y luego hacia el santuario-; incapaz de distinguir el daño hecho por humanos y el daño hecho por los gatos que le rehuían ahora al mismo tiempo en que parecían guiarlo.

Tan solo podía registrar el daño y la muerte como un ente latente que se burlaba en su cara.

"Kaoru dono, Kaoru dono, por favor… ¡no mueras!"

Busco en la casa de retiro, incapaz de encontrar rastro de Kaoru o de ninguno de los chokkas, sintiéndose igual agradecido y desesperado de no tener realmente la certeza ni de la vida o de la muerte de sus amigos.

Salió de vuelta, dispuesto a correr directo al santuario ahora, tras asegurarse de que a quien buscaba no estaba allí. Regresó por el camino por donde había encontrado los grupos de cuerpos inertes, aunque el hecho apenas y tenía registro en su memoria. Entonces la tierra rugió bajo sus pies bajo la fuerza de una explosión.

-¡Ah! ¡Por kamisama…!

Por fin miró la torre de fuego que ardía como la puerta de entrada al mismo infierno.

Por un instante, Kenshin fue incapaz de moverse. Hacía mucho que el miedo le había dominado de aquella manera, y se sentía de nuevo un crío ante la escena de una tragedia que superaba cualquiera de sus expectativas.

Las hojas secas de bambú se arremolinaron con la tierra bajo la fuerza del viento. Pronto llovería, dijo una parte lejana de su mente -una todavía racional para entonces-, el aire parecía llamarle y decir su nombre constantemente.

"Kenshin, Kenshin, Kenshin, Kenshin, Kenshin, Kenshin"

El samurai respiró hondo, forzando a su cuerpo entumecido a responder a la indicación de su mente. Su mano derecha se cerró en puño y subió con dificultad hasta su rostro al que propino un fuerte golpe.

Kenshin se liberó por fin del terror de su cuerpo, respirando con dificultad se obligó a correr de vuelta hacia el santuario. La lluvia ya había comenzado a caer, volviendo el terreno resbaloso, el joven samurai tuvo cuidado de sus pasos lamentando el que esto le volviera lento en su avance.

El corazón latiendo cada vez más pesado en su pecho, con la visión bañada en rojo mientras avanzaba por un camino lleno de muerte y destrucción.

¿Por qué había bajado hasta la casa de retiro primero en vez de ir directo al santuario? No lo sabía con certeza, Sasaki dono le había dicho que la misma había sido saqueada, aclarando que ella misma había pasado por ésta. ¿Por qué había sentido la necesidad de buscar ahí? ¿De corroborar por sí mismo? Su maestro tenía razón, se dio cuenta al fin, había saltado con la cabeza caliente, por impulso y no había analizado lo que debía ser lo más conveniente. Los chokka sabían defenderse, además, la misma Kaoru dono era especial ¿qué no le aseguraba que ella hubiese visto por adelantado el ataque?

"Correré contigo, Kenshin"

No. Se recriminó. Kaoru había renunciado días atrás a su destino.

Apretó los dientes, sintiéndose de pronto culpable. Ni siquiera le había mandado una respuesta…

No pudo seguir contemplando esto, pues al finalmente llegar al santuario, y ver por sí mismo el asedio a éste… Kenshin desenvainó la espada. Respiró hondo y buscó sentir a su compañera.

No fue una tarea fácil, había demasiadas energías en el aire y, sin embargo, siempre sería capaz de encontrarla.

"Ahí!, se dijo tan pronto la sintió.

Cuando Kenshin abrió los ojos, el violeta había desaparecido hasta volverse un azul lo suficientemente oscuro como para confundirse con negro.

No perdería tiempo en enfrascarse en enfrentamientos inútiles, aquellos que sólo le retrasarían de llegar hasta su compañera. Mas las armas de fuego estallaron entonces, apenas y consiguió esquivarlas, agrachándose sobre la tierra cubriéndose tras uno de los tantos altares de piedra. Todavía estaba lejos del camino principal, debía rodear el terreno para llegar a un acceso paralelo al Torii.

Debía pensar como subir sin recibir mucho daño, estaba pensando en esto cuando la fuerza de un tremendo ki le aplastó.

-Yo me hará cargo, Himura kun

Incapaz de girar hacia atrás, Kenshin era capaz de reconocer esa voz.

-Guji sama… -reconoció horrorizado.

Sin el tradicional sombrero cubriendo su cabeza, el cabello despeinado, las ropas manchadas de sangre, tierra y rotas, sin duda lucía diferente… Mas no eran las cuestiones físicas las que habían transformado al hombre cuya sonrisa se había transformado en la de un demonio, mostrando todos los dientes y el resaltando el brillo de locura en sus ahora negras orbes.

-Me encargaré de cumplir el deseo de Momiji -dijo éste, extendiendo las palabras.

Lo que más desencajaba del hombre, era el cuerpo inerte de la sacerdotisa a la que había amado sostenida de uno de sus brazos. Los ojos de la misma, carentes de brillo, desenfocados, le daban el aspecto de una muñeca.

Kenshin sintió un escalofrío. Este era otro tipo de demonio.

El Guji -Jine- le pasó de largo a paso lento. Sus atacantes le dedicaron una mirada antes de decidirse a dispararle. Para horror de Kenshin, el exsacerdote se cubrió con el cuerpo de Momiji, al cual arrojó tan pronto las balas cesaron al tiempo en que saltaba al frente destajando los cuerpos de sus oponentes.

Por primera vez Kenshin se quedó quieto ante el horror que presenciaban sus ojos. La mano que sostenía la espada, temblaba.

-Yo en tu lugar me iría antes de que termine aquí -le dijo el ahora asesino, en su voz había una cierta tristeza y angustia que no había estado ahí antes, o que quizá Kenshin no había sido capaz de notar antes debido a su sorpresa. Jine avanzó hasta llegar a los últimos hombres con vida, espada en mano -tienes una avecilla que rescatar, ¿o no?

El recuerdo de su amiga volvió a brillar en su mente.

"Kaoru dono"

Y fue suficiente para espabilarle.

-Arigatou (gracias) -dijo, incluso si el Guji seguía dándole la espalda.

-Sólo sálvala, antes de que sea demasiado tarde.

Kenshin no esperó, salió corriendo antes incluso de que el hombre terminara de hablar.

La lluvia había cesado.

-¡Kaoru dono!

Kenshin fue incapaz de saber con certeza la gravidez del daño que iba causando a su paso. Estaba por fin dentro de una guerra que esta vez no deseaba pelear, pero de la que no desistiría sino hasta dar con su compañera.

-¡Kaoru dono!

Contestando ataques como se había dicho haría en un inicio, pero sin enfrascarse en una verdadera lucha más allá de lo necesario para abrirse paso, Kenshin blandió su espada y atacó sin preocuparse en si sus ataques mataban o no.

-¡Kaoru dono!

Simplemente deseaba llegar hasta su compañera.

Y cuando finalmente la encontró.

Un monstruo dentro de sí se desató hasta convertirlo en un demonio

"Kenshin"

Kaoru había aceptado entonces que quizá todos sus sueños y predicciones habían estado erradas. Que quizás incluso, era posible que ella misma hubiese entorpecido los caminos que se habían trazado por el mismo cielo. ¿Cómo si no era que estaba a punto de recibir la sentencia de muerte?

Cerró los ojos apesadumbrada por la culpa y la tristeza, conjurando la imagen -la única- que podía darle paz entonces.

Mas luego sintió su cuerpo elevarse, como si flotara, deslizándose en el aire, con manos demasiado amables que la sostenía, y palpitar de un corazón que conocía bastante bien.

-¿Estás bien, Kaoru dono?

La joven por fin abrió los ojos. Sintió que el corazón se le subía hasta llegar a la boca.

-Ken…shin -susurró incrédula.

Su amigo, quien lucía extremadamente aliviado de haber podido salvarla, le sonrió con la más infinita ternura.

-Lamento la tardanza -le dijo.

Kaoru sintió las lágrimas correr de nueva cuenta por su rostro y se refugió al instante después en el pecho de su compañero.

-Oi, bastardo -gruñó el ronin por detrás de ambos, el mismo que había golpeado a Karou y que pretendía matarla instantes atrás-, ¿con qué derecho te atreves a interferir?

Una fibra, demasiado sensible, vibró dentro del joven samurai.

-Kaoru dono, por favor, espérame un momento -pidió-, no tomará mucho

Ella le miró al tiempo en que él la depositaba con cuidado en el suelo.

-¿Qué vas a hacer, Kenshin?

Con los ojos escondidos tras los mechones de su pelo, Kaoru solo pudo ver su ronrisa, una que prometía dolor y pena.

-Tranquila, a partir de ahora, yo me encargo.

Kaoru le miró ponerse de pie y darle la espalda, su mano izquierda liberando el seguro de su katana.

El ronin se burló a carcajada abierta, igual que hicieron los demás.

-¿Qué pretende hacer un chiquillo com-

Silencio.

La katana perforó desde la base de la mandíbula hasta salir por la parte alta del cráneo. Por ese instante en que la espada permaneció quieta, la vida de aquél hombre seguía pendiendo de las manos de Kenshin.

-Me cansé del sonido de tu voz -dijo éste, con los ojos brillantes de oro líquido.

Al segundo siguiente, Kenshin liberó el arma, la sangre brotó de la cabeza de la víctima y su cuerpo cayó al suelo en un estrepitoso golpe.

-¿Ken… shin? -Kaoru apenas y podía entender lo que sus ojos veían.

Kenshin era un demonio ahora.

-¡Aaah! -se soltaron los gritos a su alrededor.

Los pocos servidores que permanecían con vida del santuario hicieron lo propio para aprovechar la distracción y liberarse igualmente, desatando el caos.

-¡Maldito! -gruñeron los demás ronin, aliados del caído que al parecer había sido uno de los líderes.

-¡Todos, contra él!

El Oni que era ahora Kenshin apenas y pestañeó ante el ataque de sus enemigos. Ninguno tenía la destreza y fuerza suficiente para hacerle frente, asustados como estaban. Cuidando alejar la pelea de donde se encontraba su compañera, el Oni de ojos amarillos obligó a sus oponentes a danzar con él en las garras del dragón.

No titubeó ni una sola vez, su katana conectando sobre la carne de sus enemigos que iban cayendo con escalofriante prisa. Incluso cuando alguno de éstos conseguía herirle, no conseguían escapar de la promesa de muerte que él les ofrecía.

No era la primera vez que Kaoru veía la muerte frente a sus ojos. Sus mismos compañeros -horas atrás- habían tenido que enfrentarse a llevar a cabo dicha empresa. Más había una marcada diferencia entre pelear por sobrevivir y pelear para matar.

Era demasiado, se dijo, intentando alcanzar a su compañero, sin darse en cuenta del momento en que se había puesto de pie.

Uno y otro más. Una terrible técnica y por la fuerza que creaba ésta, el último grupo de ronins cayó de espaldas al suelo. La balanza había dado un giro y ahora los sacerdotes y sacerdotisas del templo eran quienes sometían a los agresores, gracias al joven pelirrojo que había llegado a salvarlos.

Ignoraba cómo estaban las cosas en el segundo recinto, el de las habitaciones del clero y más allá del santuario sagrado de Inari, pero en la explanada al menos, Kenshin era el verdugo. Estaba a punto de matar a uno más de los que había visto lastimar a Kaoru cuando recién la había encontrado a la distancia.

Con la espada alzada, a punto estuvo de partir al hombre que temblaba por debajo de él en dos.

-¡Yametteee! (Detente)

Y Kaoru, su dulce Kaoru por segunda vez desde que la conocía, le había detenido en el acto.

Había escuchado su voz antes de sentir su cuerpo estrellarse con el suyo a su espalda. Sosteniendo con fuerza la tela de su gi mientras su cuerpo temblaba.

¿Por qué? Se cuestionó, incapaz de comprender la misericordia de su compañera… ¿¡Por qué?!

-Onegai (por favor)… -sollozó la aprendiza, el rostro empañado en lágrimas recargado sobre la espalda de su compañero -yamette…

A Kenshin la bilis le subió por la garganta.

-¿Nande? (por qué) -gruñó.

Kaoru volvió a temblar, asustada por el veneno latente en la voz del pelirrojo. Ella entendía, la ira que él sentía… pero…

-Aunque los mates a todos… -susurró- aunque los mates a todos -sollozó con más fuerza -ninguna de mis hermanas, volverá a la vida… -lloró -Ni siquiera una…

Todavía encolerizado, la emoción que ella transmitía se fue abriendo paso desde su pecho, fue subiendo hasta desbordarse en enardecidas lágrimas. Lágrimas de coraje, porque él entendía, Kenshin entendía…!

Resignado, volteó la katana en su mano apuntándola hacia abajo y la clavó con fuerza sobre el suelo, fúrico. El ronin brincó asustado antes de arrastrarse hacia atrás, lejos de su agresor.

Kenshin respiró forzadamente por la boca hasta calmarse, y luego, giró sobre sí mismo para recibir a Kaoru en sus brazos.

-Kaoru dono -sollozó en alivio, en angustia, en enardecido coraje y miedo, miedo de haberla casi perdido para siempre si hubiese llegado siquiera un segundo más tarde. -¡Kaoru dono!

A metros de distancia, otro miembro oculto del grupo agresor elevaba un rifle en dirección al joven samurai que al igual que el loco de los hechizos había terminado por derrotarlos, cuando menos acabaría con éste, se dijo.

-Ni siquiera lo pienses -habló una voz a un lado suyo y al instante siguiente el arma cayó al suelo partida en dos pedazos.

El hombre miró con horror al hombre que se erguía por encima de él.

Hiko le miraba con gesto severo, el suficiente para que el hombre terminara de cara al suelo rogando porque éste no le matara.

Aunque le había tomado más tiempo del necesario, el moreno había conseguido atar los cabos que su estúpido estudiante había ido dejando abiertos a su paso. Entre él y el que suponía había sido el guji -ahora sin duda un hombre perdido a la locura- habían conseguido liberar a los cautivos, y capturar a los enemigos que aún se mantenían en pie.

Y por los que su estúpido aprendiz había dejado moribundos a su paso, no había podido más que acabar con el sufrimiento de éstos dando la estocada final que el menor no se había preocupado en dar.

Ahora le veía a la distancia, mientras éste se aferraba a la aprendiza como si se le fuera la vida en ello. Hiko había visto lo suficiente para juzgar a su aprendiz por sus actos.

Había fallado con todos los colores, lamentó, si acaso salvado de que tuviese él mismo que acabar con él gracias a la intervención de la chiquilla.

Suspiró.

No había mucho que pudiera hacer ahora.

Yumi

Al igual que el resto Yumi había quedado sorprendida con la demostración de fuerza y destreza que Himura Kenshin había demostrado aquella noche.

Para cuando el Shinsengumi había por fin llegado al terreno del santuario ya no había mucho que hacer salvo llevarse a los prisioneros y conseguir quién se hiciese cargo de llevarse a los muertos. El primer edificio estaba casi en su totalidad destrozado, pero gracias a su estructura externa podrían reconstruirlo en poco tiempo, si acaso conseguían mantener el apoyo monetario de los daimyos. Después de todo, había quedado claro que el shogún había estado detrás del ataque, era fácil pensar las represalias contra aquellos que se mantuviesen a favor de lo que el movimiento revolucionario comenzaba a representar…

Aunque Yumi sabía la verdad tras aquella tragedia.

Momiji, pensó.

"Espero que al menos estés contenta", dijo para sí.

Estaba ya por amanecer. La oscuridad había sido reemplazada hasta pintarse en tonos morados. La lluvia había cesado horas atrás, y el fuego se había consumido.

Yumi había pasado aquellas horas sumergida en una especie de trance. Ni Kaede, ni Momiji, ni ninguna de las arui miko habían sobrevivido. Guji sama había vuelto a desaparecer cuando la situación se había contenido, cuando el shinsengumi finalmente entró a los terrenos del santuario. Pero incluso ellos sabían -aceptaban- que el golpe había venido en su mayoría de su propia facción.

"Cuando menos no se fingen inocentes", pensó Yumi, quien ahora -al ser la de mayor rango- había quedado a cargo sin realmente desearlo.

A su lado Hikari permanecía de pie como una sombra, siguiéndola cada que su superior se movía. La castaña podía entender lo perdida que se encontraba la pequeña aprendiz tras haber perdido tanto en un día, que no había ni siquiera considerado el mandarla a descansar, sabía que a la menor la soledad ahora le asustaba.

Se decidió dar sepultura a los sacerdotes caídos tan pronto se hubiese limpiado la explanada; montones de piras funerarias habían comenzado a construirse con prisa como consecuencia. La gente del pueblo había ido llegando de a poco a apoyar como podían en dicha enmienda. La joven estaba agradecida de esto, fragmentados como estaban sabía que no habría modo de hacerlo ellos solos.

Incluso la facción de aristócratas, entre los que se encontraba Katsura Kogoro, se había hecho presente. Una extraña tregua se había asentado tras la tragedia que había ocurrido. La mujer no sabía si reír o llorar ante esto.

Una vez más, Yumi se preguntó cuál había sido el objetivo de llegar a tanto. ¿Había sido este el verdadero plan de Momiji? ¿Y por qué?

Sus ojos buscaron entonces a quien había sido la razón en un inicio, la niña a la que fervientemente habían intentado salvar de vivir el mismo destino que ellas tres. Kaoru seguía protegida por los brazos de Himura, sostenida prácticamente por éste, la misma hallaba refugio en la presencia del pelirrojo. El maestro del joven samurai seguía en el santuario, Yumi lo sabía pues podía sentir su presencia -aunque escondida- dentro del recinto; secretamente agradeció el que no se hubiese ido todavía. De todos los que portaban espadas entonces, él era el único con el que se podía sentir segura.

Las piras funerarias se completaron entonces, los cuerpos -tras haber sido limpiados- se fueron colocando uno a uno para su sepultura.

Por segunda vez, el santuario se iluminó con las llamas de las piras, aunque en esta ocasión el fuego representaba limpieza, purificando el olor a muerte y miseria que había dominado horas atrás.

… …

El edificio de habitaciones junto con el recinto de las sacerdotisas seguía en pie y en buenas condiciones. Tras el sepelio de sus compañeros caídos, pasado el mediodía, los esfuerzos se habían dirigido a desocupar habitaciones y hacer espacio para, temporalmente, usar ciertas áreas para las cuestiones administrativas y religiosas del edificio principal que ahora estaba en condiciones decadentes.

Yumi apenas si había dormido. Para entonces estaba en el jardín seco de los aposentos de Kaoru. Esta última junto con Kenshin y Hikari le hacían compañía entonces, cuando Sato había salido al recinto con una primicia en la mano.

-Yumi sama, Kaoru dono -les habló a ambas, los presentes le dedicaron su atención al instante-. El representante del shinto imperial desea saber si se habrá de seguir con la ceremonia en dos días.

Afonía.

A pesar de haber sido la razón de tantas preparaciones previas, a pesar de ser la fiesta por la que la ciudad se preparaba, el evento del Kuchiyose se había disuelto de las mentes de todos tras el ataque al santuario. Ahora caía como balde de agua fría al descubrirse vacíos e imperfectos.

Yumi suspiró resignada, ¿no había sido esto lo que querían? Se cuestionó.

-No habrá Kuchiyose, me temo -declaró solemne.

Sato arrugó el gesto con pena pero asintió tras ese breve instante, dispuesto a darse la vuelta y enviar el recado de regreso con el mensajero, mas Kaoru se puso de pie entonces.

-No -dijo con fuerza.

-Kaoru dono -le reprendió Yumi.

La morena negó una vez más. A su lado Kenshin se había puesto de pie junto con ella, se notaba preocupado, nervioso; Yumi podía entender el por qué.

-Si nos detenemos ahora, ellos habrán ganado… -Declaró la menor- y las muertes de mis hermanos y hermanas habrán sido en vano, no puedo permitir que eso pase…

El sentimiento era mutuo, todos ahí entendían lo que trataba de explicar la aprendiza de ojos azules, pero decir que tenían la misma resolución que ella era sin duda mentir al respecto.

-No tienes que hacer esto -presionó la joven mujer.

-Por el contrario, tengo que hacerlo. -Refutó cortándole- Yumi sama, por favor. La necesito para hacerme valer.

Necesitaba un representante, de no haber desaparecido el Guji éste la habría presentado ante el clero y la habría entregado a los dioses. Una aprendiz no podía entrar sola al recinto. Yumi desde luego que lo sabía, mas no lo hacía más fácil. Mirándola fijamente, discutiendo a través de las miradas con su aprendiz, deseaba fervientemente que su resolución fuera otra. Sus ojos viajaron un instante hacia el joven samurai, quien mantenía la mirada fija en el suelo, ajeno a su compañera.

El corazón se le estrujó. "Ni siquiera tú puedes contenerla, ¿verdad?", pensó con tristeza. "Kaede, Momiji… nos equivocamos, me temo."

Volvió a suspirar con un aire de derrota.

-Muy bien Kaoru dono, te representaré. -Aceptó. Luego giró hacia Sato- Informa a su santidad imperial, que el Kuchiyose se llevará a cabo como estaba previsto. Y manda misivas a los santuarios compañeros, uno de ellos tendrá que responder por nosotros.

Sato asintió y salió de inmediato.

Hikari, que había permanecido junto a Yumi, se acercó a Kaoru y Kenshin entonces, las lágrimas todavía brillaban en sus ojos.

-Kaoru dono -Le llamó, la morena le miró al instante- Por Kago, no puedo abandonar el clero, pero al mismo tiempo, no deseo abandonar mi estado de Chokka. -No haría el kuchiyose con ella, ni con el chokka que quedaba -Sato- era lo que quería decir- Sin embargo, puedo asistirla, si me lo permite.

Yumi desvió la mirada no queriendo, al igual que Kenshin, escuchar aquel compromiso.

-Será un honor -contestó Kaoru, girándose después a su compañero -Lo entiendes, ¿verdad, Kenshin? -rogó con angustia.

Con una sonrisa que no alcanzaba los ojos del joven samurai, éste asintió, porque no podía pronunciar las palabras.

Yumi estuvo segura entonces de que su corazón no fue el único que se quebró.

El día prosiguió hasta dar paso a la noche. Yumi sentía que habían pasado años en vez de horas. El shinsengumi se había retirado al igual que la gente del pueblo tras la limpieza de la explanada una vez las piras funerarias se extinguieron. Únicamente Okita le había expresado sinceras disculpas.

Ahora era el turno del Kiheitai pensó con amargura. A diferencia de las huestes del shogun, la aristocracia había tenido a bien a permanecer hasta el final del día, obviamente velando por sus intereses. Ella misma había tenido que reunirse con los señores feudales para asegurar el que no perdería el apoyo de estos.

Ahora llegaba el turno de hablar con el último. El más peligroso de todos.

Kogoro Katsura.

-Ojalá hubiéramos llegado antes -dijo éste.

Ambos estaban en la habitación que había sido de Momiji y que ahora pasaría a ser de Yumi, tras tomar su lugar como representante de Kioto en la corte del emperador.

-No tenían modo de saber que sería hoy -excuso ella. Porque incluso si sabían no habrían podido entrar a éste sin terminar declarando oposición al shogunato. Y aún no era tiempo. -Es bueno ver que tiene la decencia de no negar su participación en esto. -Le acusó, la molestia y la culpa brillaron un instante en los ojos del hombre frente a ella. -¿Seguirá intentando reclutar a Himura kun?

-Parece el momento adecuado -dijo éste, entre aliviado y preocupado de tener tal empresa.

-Lo es. -Admitió ella. -Pero no espere que se una todavía.

O de otro modo lo perderá, quiso decir.

-Entiendo. -Contestó. -¿Qué debería hacer entonces?

Yumi suspiró. No había tenido tiempo de consultar sus tablas entonces, mas no las necesitaba. Ya no al menos. Pero seguir de lleno por tal camino, no le resultaba agradable en absoluto, sino bien necesario.

-Prepare un encargo. -Dijo, refiriéndose a un asesinato. -Una lista con todos los nombres de quienes estuvieron detrás de esto, asegúrese de que ninguno tenga oportunidad de redimirse -porque ella también tenía deseos de una venganza-. Cuando los tenga, haga la oferta al chico, mencioné a Kaoru dono y lo que la misma perdió aquí… Mientras, asegúrese de reunir a los involucrados en un solo sitio… De esa manera, tendrá un golpe limpio a puertas cerradas.

"De esa manera, la sangre en sus manos no le marcara tan sólo como un asesino", se dijo a sí misma desesperada, "De esa manera, ambos podremos excusarnos de que esto es un acto de justicia y no simple venganza".

Katsura asintió. Tras su anterior encuentro con el joven samurai, había entendido las motivaciones de éste y que no podría moverlo por las mismas motivaciones que las del resto del grupo de Chosu, sin tomar en cuenta el problema de que básicamente era sólo un niño en comparación, lo que atraía a la mesa otro problema.

-¿Qué será de la vidente?

Yumi sintió una opresión en el pecho.

-¿Qué más? -Lamentó. -Se convertirá en un símbolo. Justo como Momiji deseaba -declaró con profunda tristeza.

Caída la noche, Yumi por fin -con ayuda de los administradores que quedaban- cerraba las puertas del santuario. Éste permanecería así durante una semana, el tiempo de luto suficiente, convino. Aunque consciente de que las heridas internas terminarían mucho más en sanar, si es que acaso lo hacían.

La castaña se había vuelto a retirar a sus habitaciones cuando Kenshin se cruzó en su camino, a una distancia prudente del pasillo que llevaba a la habitación de su compañera. El joven samurai había deseado hablar con ella desde el rescate, pero la cantidad de deberes que había que cubrir había impedido tal encuentro. La mujer supuso que Kaoru debía dormir entonces, quizá en compañía de Hikari, y que aquella separación entre su aprendiz y el joven samurai frente a ella era de esperarse.

Kaoru se convertiría en novia de los dioses en menos de un día, se recordó. Yumi guió entonces a su invitado a su antesala.

-Gracias por enviar por mí -dijo Kenshin, en una humilde reverencia hacia su compañera, una vez se habían instalado en el recinto.

Yumi asintió. El té que compartían estaba frío.

-Estoy agradecida de que la hayas salvado. Pero esto no es una victoria. -Le recordó, aun a sabiendas de lo que aquello le dolía a él- Kaoru dono, está incluso aún más ligada al santuario de lo que estaba antes de elegirte.

El rostro del pelirrojo se contrajo en un gesto claro de tristeza y dolor.

-…quizá sea lo mejor -contestó resignado, sin poder mirar a su compañera a los ojos.

Yumi le analizó un instante. Todavía no podía descansar. Para que el plan de Katsura resultara, ella también tenía que hacer su parte.

Se decidió entonces.

-Himura kun. -Le llamó, él le miró al instante. -Tengo un último deseo egoísta que debo pedir que cumplas.

Mutismo.

El muchacho fue capaz de sentir el cambio en el ambiente, la precaria vibración del ki de su compañera, la preocupación que bailaba en los ojos castaños de ésta.

-Sé el Kami que Kaoru dono necesita -declaró.

No era una petición, era más que nada una declaración, casi una orden; como si le recordara un viejo juramento que debía convertir en un mantra.

No era tampoco la primera vez que ella le decía aquellas palabras. Y Kenshin lo entendió.

Cuando Yumi descubrió tal entendimiento en los ojos del menor, cuando estuvo segura de que éste comprendía que su función en el destino de la joven vidente apenas empezaba, compartió por fin lo que debía de hacerse ahora.

-Después de lo ocurrido hoy, el Maekkai estará desesperado por crear un niño de los dioses. No permitas que lleguen a ella -pidió desesperada.

Para Kenshin fue como si un balde de agua helada le hubiese caído encima hasta robarle todo el calor.

Un niño de los dioses -a pesar del nombre- debía llegar a través de un cuerpo físico, normalmente a través de algún otro sacerdote. Algo que había descubierto previamente le había ocurrido a Kaede dono, aunque en su caso no había llegado a término.

Pensar siquiera en un escenario así con Kaoru en medio…

El terror y el enojo le invadieron el corazón entonces.

-¿Puedo contar contigo? -Preguntó Yumi.

Kenshin apretó las manos en puño, temblaba en ira y determinación. Cuando contuvo sus emociones lo suficiente, miró a su compañera y respondió.

-Cuando llegue el momento, estaré listo.


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