¡Sigo viva! XD

Momentáneamente de menos T_T

Pero ya es algo =,

Anyway, espero en las próximas semanas tener mucho más tiempo para escribir, deseo con ansias culminar esta historia, sino para otros cuando menos para mí. Y de aquí irme a terminar las otras pendientes en el siguiente orden: Faded, Hostage, Ichiuki oneshots. Las demás todavía no se pasa la inspiración por aquí, sadly. ¡She's a woe! xD

Como sea, la canción que canta Kaoru en este cap es en realidad la canción "Through the eyes of a child" de Aurora, simplemente usé el traductor para ponerla en japonés (así que realmente ignoro el que esté bien XD deal with me! I have no shame!). Llevo bastante tiempo inspirándome con sus canciones para este fic en particular que después de masticar la idea por tanto tiempo decidí que ésa será la voz de Kaoru, cuando menos cuando canta.

Disclaimer: Rurouni Kenshin pertenece a Nobuhiro Watsuki, la letra de la canción Through the eyes of a child es de Aurora.


"Reencuentro"

1865

La primavera había llegado mucho antes de la fecha en la que normalmente se le recibía. El invierno había sido corto, el aire cargado de una calidez que no había sido común hasta entonces. Incluso la nieve había disminuido considerablemente durante todo febrero hasta que no hubo rastro en el cielo de ninguna nevada.

Ahora ya era Marzo.

En Kioto, la gente veía esto como un buen augurio -en especial tras los acontecimientos de casi un año atrás-, el regreso de la ahora sacerdotisa vidente del santuario a Inari ciertamente representaba la razón justa de tan temprana primavera. Sin duda la misma diosa preparaba el camino de flores para su protegida. Y, considerando la tensión en el ambiente por la revolución, la presencia de la sacerdotisa de ojos azules era un símbolo de esperanza.

Kenshin sabía esto.

Y esa era la razón por la que había abandonado Kioto.

Había todavía demasiadas cosas a las que no estaba listo aún para enfrentar. Sin importar lo mucho que había deseado verla durante el último año, sin importar lo mucho que la extrañaba… el muchacho sentía que verla únicamente reafirmaría los eventos de su última noche con ella, cuando la había abandonado en el atrio.

"Kenshin."

Él todavía podía verla. Su mente corría a dibujarla con facilidad y prisa, siendo una imagen que adoraba y que por ende nunca olvidaría. Ella había llorado entonces, lamentado el destino que ambos debían enfrentar.

El pelirrojo ajustó las espadas a su obi más por inercia que por necesidad, es el recuerdo lejano de la prenda por la que sus dedos anhelan, por la figura que representa para su corazón. La cinta azul -que innecesariamente ha vuelto a apretar- está firmemente atada a la saya(funda) de la katana entrelazada intricadamente con el sageo (atadura), el largo que queda de la tela azul se enreda en la wakizashi por el tsuka(mango) aunque en menor medida, casi flojo; terminando con un nudo mezclado con el de su obi.

Kenshin intenta no dar tanta importancia a las miradas que ha atraído sobre su persona con tal movimiento. La cinta, pudiera pensarse, resalta claro por su color; pero es la textura, el material de la misma, la que llama la atención realmente. Es una cinta fina, elegante y por supuesto cara, y aunque algunas clases de samurai poseen gran estatus y dinero, la cinta es sin duda un contraste para el tan pobre aspecto del resto de las ropas del joven samurai.

Esto no importa, claro está, es fácil pensar que aquello sin duda había sido un regalo de alguna jovencita aristócrata, probablemente en agradecimiento a algún servicio previo; o al menos eso es lo que la mayoría piensa cuando le ven, es lo que el mismo chico pudiera pensar también.

Y en cierta forma, ¿no había sido así? Se cuestiona.

-Paremos a comer -indica su maestro a su lado, a lo que él asiente.

Hay un puesto de gambas en medio de la concurrida calle, un perfecto aperitivo en las horas previas a la cena. Kenshin observa a su maestro por el rabillo del ojo. Incluso un año después, no ha podido crecer lo suficiente para de menos quedar a su altura al estar sentados. Aunque ha ganado peso en músculo, sus piernas apenas y se han estirado un par de centímetros y lejanamente se pregunta si Kaoru dono habrá crecido hasta su altura.

Suspira con irritación. No debe pensar en ella, se recuerda. Y se concentra en comer sentado a la banca junto a su maestro, pensando mejor en la técnica que le había mostrado dos días atrás y en cómo imitarla. Aún un año después, no ha conseguido acercarse siquiera al nivel que se espera de él, se lamenta.

El año anterior había sido difícil, en muchas más formas que una.

Hiko aprovecha entonces para romper la línea de pensamientos irracionales de su discípulo.

-¿Te das cuenta de que estás siendo un cobarde, cierto? -señala, sin parar de comer.

Kenshin gruñe para sus adentros, consciente de lo que el mayor está hablando y acostumbrado ya a las constantes incitaciones de éste.

-Prefiero pensar que estoy tomando la decisión más madura al decidir que es mejor no cruzar caminos. -Refuta, con el mismo aire enaltecido que su compañero.

El mayor ni siquiera ríe.

-No necesitas moverte al otro lado del mundo para mantener distancia -le recuerda-. Si fueras maduro, podrías quedarte donde estás sin verte afectado por su presencia.

La irritación crece en el menor, golpeado con fuerza por la verdad de aquellas palabras.

-Quizá al darme cuenta de que no estoy listo aún, es mejor marcar la línea -contesta.

Hiko esta vez ríe, como una pequeña burla, mientras se limpia la boca. En muchos aspectos, su discípulo sigue siendo un niño.

-Sí, claro. Cobarde es lo que eres.

El corazón se le estruja al menor y la irritación se convierte en enojo.

-No espero menos de un hombre sin sentimientos -concluye.

-Tan rudo contra tu maestro -continua con la burla-, ¿se supone que eso debe ofenderme?

-No. Como ya dije, usted es incapaz de sentir nada.

Y como si quisiera darle la razón, Hiko lo mira de lado con esos ojos tan profundos y el atisbo de una sonrisa en sus labios. Aquello solo molesta más al menor.

-¿Por qué estamos aquí? -Cuestiona sin preocuparse en ocultar su molestia.

Hiko se levanta entonces, sacudiéndose el polvo.

-Si realmente tienes que preguntarlo, entonces no has prestado atención, pues sé que te enseñé mejor que eso. -Declara. -Durante el último mes, esta zona ha sido la más afectada por encuentros clandestinos.

-Estamos aquí para aliviar ese dolor, supongo. -Concluye, pero hay una nota de cinismo en sus palabras que no pasa desapercibida para el mayor.

-Jamás dije nada sobre ti -declara éste dándole la espalda y ajustando su katana.

Kenshin reclama al instante, poniéndose de pie de un salto.

-¡Shishou! -le grita.

El aludido ni siquiera se inmuta ante el desplante del chico.

-Fuiste tú quien decidió seguirme -le recordó.

-Elegí quedarme. -Intenta corregir.

Porque sí, tras lo ocurrido días después del incendio el joven samurai podría haberse ido y unido a Katsura Kogoro y ser parte del clan Chosu -siendo honestos era lo que sentía que debía hacer, era lo que su corazón adolescente tan deseoso de aventura y justicia le rogaba hacer-, mas su alma había decidido regresar a donde su maestro y pedir perdón de cara al suelo, sus pies le habían llevado por si solos hasta la choza de éste, su corazón necesitando más de un consuelo que de una aventura con la cual olvidar.

Él no quería olvidar.

-Baka deshii. -Se burló el mayor. -Aún tienes una mente conflictuada, Kenshin. Rebosas en ansiedad. -Señaló para desconcierto del chico. -Eres un bueno para nada en este estado. -Concluyó, comenzando a avanzar.

-¿A dónde va? -Exigió saber, desesperado y ansioso.

-A hacer lo que vine a hacer, obviamente. Y de verdad no te necesito. -Declaró. -En tu caso, será mejor que enfríes esa cabeza hueca que cargas. Encuentra un buen lugar y practica la última kata, todavía te falta condición para aprender la siguiente técnica.

Kenshin se quedó clavado en su sitio, manos en puños.

Hiko se detuvo de pronto.

-Ah, sí. Y trata de no meterte en problemas. Ya sabes que no te ayudaré si lo haces -después se marchó sin mirar atrás.

Owari era una de las provincias más ricas, enfocada principalmente en el comercio y además llena de maestros artesanos. Parte del samurai era su historia con las artes y Hiko acostumbraba a ir de vez en vez para perfeccionar su técnica con la alfarería, una de las formas en las que hacía dinero sin tener que usar la espada.

Entonces había decidido ir con la intención de dar la oportunidad a su discípulo de tener un reencuentro privado con la chiquilla -ahora sacerdotisa- del santuario, de la que él sabía éste estaba enamorado. Deseando secretamente el poder volver al curso, al camino que se había perdido ya casi un año atrás; pero su baka deshii todavía carecía del valor de mirar a los ojos a quien deseaba aún como compañera y Hiko podía darse una idea del por qué.

"¿Qué has hecho, koso?"

Él lo había visto aquella noche, tan seguro como estaba de que Kenshin permanecería en el santuario hasta el día siguiente, no previó la imagen de éste bañada en sangre con ojos momentáneamente vacíos y manos temblorosas, de pie a metros de distancia frente a su puerta.

"¿Qué has hecho, koso?" Repitió con más fuerza, esta vez sus palabras habían sido para el muchacho frente a sí y no para sí mismo en sobrecogedor desconcierto.

Mas el silencio fue lo único que le respondió. Los ojos de su pupilo perdidos aún en una espesa negrura, un vacío que -aunque inconsciente- le provocó escalofríos al hombre.

"¡Kotae! (Contesta)" Rugió.

Finalmente reaccionó.

Había sido como ver un manto caer lentamente, deslizándose con suavidad por el rostro del chico, cuyos ojos fueron recobrando de a poco el brillo hasta entonces ausente, llenándose después con fieras lágrimas.

El aprendiz pareció haber despertado de pronto, sus manos temblorosas se elevaron palmas arriba para ser observadas por su dueño, quien las veía en un gesto similar al terror, haciendo mucho más palpable la angustia que lo envolvía.

¿Qué había hecho?, se lamentó mentalmente.

"Shiranai (No lo sé)… -Habló en un tembloroso susurro, soltando las palabras como si éstas escaparan asustadas de su captor- …hontōni (de verdad)… ¡shiranai!"

Kenshin había caído de rodillas al suelo y había llorado como la primera noche como su aprendiz siete años atrás, cuando recién le había adoptado.

"Shiranai… ¡shiranai! ¡shiranai!… ¡shiranai!" Repetía en lamentos, su voz desgarrándose ante el dolor y la desesperación que sentía, alternándose entre mirarse las manos y sostenerse la cabeza con éstas, hasta caer de lleno sobre la tierra, hundiendo los dedos en el lodo. "¡Shiranai! ¡shiranai!… ¡shiranai!"

Y en un momento tan poco característico de él, Hiko le había tomado por los hombros, levantado para después abrazarlo, dejando que el chico se aferrase a él apretando y jalándole las ropas, no lo soltó sino hasta que éste se había vaciado de emociones.

"Gomenasai…" Sollozó.

El muy idiota había perdido la conciencia tras esto, y su maestro se había visto en la necesidad de atenderlo igual que cuando era un chiquillo. Desapareciendo las evidencias del terrible estado en el que había llegado: cambiado las ropas, limpiado la sangre, y arropándolo sobre el viejo futón.

Había sido aún más desconcertante, por tanto, el encontrarlo de pie al día siguiente -mucho más temprano de lo acostumbrado- igual de perdido, sí, pero mucho más en control de sí mismo de lo que hubiese esperado. Sino hubiese sido por la triste expresión de su rostro, podría pensarse que nada había pasado, que todo había sido una confusa pesadilla.

"¿Ahora qué?" -había cuestionado impaciente, al ver a su aprendiz dejar de preparar el desayuno de golpe al verlo como crío asustado.

Kenshin se había acercado entonces con resolución y evidente vergüenza. Tan pronto le había alcanzado se había arrodillado frente a su maestro con la cara y las palmas al suelo. No, más que vergüenza había sido culpa. Su discípulo deseaba, necesitaba, le rogaba que lo reprimiera.

Hiko, entendiendo más incluso que su mismo discípulo aquél acto, suspiró con un deje de tristeza y resignación.

"Levántate, Kenshin." -Le había ordenado, aunque sus palabras no habían tenido el tinte duro que siempre le acompañaban, sino uno suave, casi cariñoso, como el de un padre a un hijo. "No puedes arrastrarte a rogar perdón cada que tomes una vida. Me temo que no es así como debes resistirlo."

Hiko se sacudió como pudo las emociones que tal recuerdo aún le causaban. Entonces Kenshin había vuelto a llorar tras escucharle decir aquellas palabras, no había hecho falta verle el rostro para descubrirlo, bastaba ver cómo sus manos se cerraban en puños entre la tierra, el sacudir de su cuerpo... Podía leerlo incluso si sus lágrimas caían en silencio.

Había sido un año difícil, en muchas más formas que una, pensó.

-Baka deshii -murmuró con molestia.

Aunque no estaba seguro de a quién iba dirigida.

-Kaoru dono -susurró, acariciando aquél nombre en sus labios.

Hacía casi un año que no lo había pronunciado.

Haciendo caso a las instrucciones de su maestro, Kenshin se había alejado por el camino de terracería, alejado del tumulto de casas y edificios para adentrarse al campo, donde el río Sakai dividía la provincia de Owari con la provincia de Mino.

El aire soplaba suavemente, envolviendo al joven en la paz y tranquilidad necesaria para llamar a los recuerdos que constantemente trataba de reprimir.

Quizá su maestro tenía razón, pensó. No, su maestro tenía razón, sabía.

Estaba siendo un cobarde.

Aunque más que nada se sabía egoísta.

"Kenshin"

Cerró los ojos inhalando el aire, inspirando los aromas alrededor suyo… Recordando la manera en la que sus orbes azules se habían abierto con aliviada sorpresa al descubrirlo en el atrio.

"Kaoru dono"

-Sé el kami que Kaoru necesita- le había dicho Yumi. Y Kenshin había seguido la peregrinación tan pronto el kuchiyose había terminado, tan pronto ella le había mirado antes de perder la conciencia.

Ella había sido coronada en el santuario Heian Jingu, aquél tan parecido al palacio imperial.

Él había seguido sus pasos. La había visto caminar con el porte de una emperatriz; oculto entre el Maekkai, había estado presente en tan privado evento, observado cómo ella danzaba y luego, tras terminar el proceso, ver su asombro al descubrirle con ella antes de que la oscuridad la reclamara.

Había sido trasladada después al recinto privado del kami. Yumi se había encargado de trazarle el camino. Lo demás había sido relativamente fácil. Ninguno de los altos sacerdotes que se habían hecho presentes, ni ninguna de sus respectivas escoltas habían conseguido vencerle. Al final, la mayoría -aquellos que quedaban en pie- habían huido al asegurar que había un 'demonio' protegiendo a la sacerdotisa.

Nadie se atrevió siquiera a intentar entrar después de eso.

Cuando Yumi y Kago se hicieron presentes de nuevo, con otro grupo que Kenshin supuso estaban de su lado, el samurai entró al atrio cerrando las puertas tras de sí.

El joven tenía tatuada aquella imagen. La imagen de Kaoru dormida, descansando sobre aquella cama de telas y almohadones. Con los cabellos negros desparramados sobre los cojines, el rostro todavía blanquecino por el golpe del arroz, y su suave figura delineada por la luz tenue de las lámparas en la pequeña habitación.

Era aún una niña. Incluso si había recibido ya el regalo de la sangre, incluso si se había convertido en la novia del mismo kamisama… era solo una niña.

Igual que él… era apenas un crío.

Y aun así…

"Kenshin" Le había llamado. "Estás aquí." Había dicho con admiración, con la felicidad en su rostro.

Él se había acercado entonces, agachado hasta depositar un beso en la frente de ella, con una mano delicadamente sobre su cabeza.

Kenshin abrió los ojos, dejando salir el aire que sin saber había estado conteniendo. Había muchas razones por las que no podía -no quería- ver a Kaoru…

"Incluso si los matas a todos…"

Volvió a cerrar los ojos intentando soportar la culpa y la vergüenza que sentía, tras recordar aquellas palabras.

"…ninguna de mis hermanas volverá a la vida."

Había pasado casi un año. E incluso si había hecho las pases con los eventos tras su partida del atrio, no estaba listo para ver la decepción en los ojos de quien fuera su persona más importante.

Kaoru le había rogado detenerse… le había suplicado no matar. Y él había entendido, incluso si no del todo, mas tras recibir aquella misiva… con las evidencias claras de la culpa de aquellos hombres, su sangre se había llenado de ira.

"No quería que terminara así para nosotros." Ella se había aferrado a él por sus ropas aquella noche.

Kenshin todavía podía sentir las lágrimas de su compañera mojarle el rostro y las ropas. Podía recordar el aroma de su piel, de sus cabellos, el sabor de sus lágrimas… lágrimas que había besado de su fino rostro…

Sacudió la cabeza. Incapaz de desprenderse del recuerdo.

"Yo quería ir contigo" Había llorado.

"Kaoru dono"

"¡Yo quería ir contigo, Kenshin!"

Por momentos, por el tiempo que duró aquél desahogo de los sentimientos de su compañera, Kenshin se mantuvo quieto, casi distante, tan sólo escuchando las plegarias que ella le ofrecía, sintiendo el crac, crac de su corazón al resquebrajarse delante suyo. Egoístamente saboreando el dolor que ella sentía, hallando consuelo en saber que no era el único.

Y luego…

Porque le había sentido rogarle, y entendía que no podía -no debía- ya no…

Finalmente le había abrazado. Besado en las sienes y luego los ojos, después las mejillas, siguiendo el camino de sus lágrimas… porque esta sería toda la intimidad -la única- que se le permitiría ya. Porque aquél camino frente a ellos se había desdibujado para renacer en dos diferentes.

"Lo sé, Kaoru dono. Lo sé." Le aseguró.

Y fue su manera de decirle: "No puedo llevarte conmigo."

El último recuerdo, antes de volverla a dejar sobre esa cama de almohadones, fue el de sus manos aferrándose con fuerza a la tela de su gi mientras le abrazaba. Fue el aroma y el calor de su cuerpo mezclándose con el suyo propio. La sensación de sus cuerpos amoldados al del otro.

E igual que antes Kenshin podía revivir la vieja pesadilla de aquellos primeros días sin su compañía. De los meses que siguieron a su enfrentamiento con el hitokiri (asesino) que había nacido aquella noche.

"Kenshin."

Un sueño que iba de un posible reencuentro entre ambos.

"¿Por qué estás aquí?"

Uno que se tornaba de a poco en una pesadilla.

"Quería verte."

Tan inocente y perfecta, tan terriblemente a salvo de la tristeza y el tormento que a él le había dominado… que todo lo que podía sentir era rabia.

"Pues yo no." Declaraba con voz fría.

Aquello la hería, desde luego, sus perfectos ojos reflejando el dolor de sus palabras cual si fueran una bofetada.

"Kenshin"

"Si hubieras querido ir conmigo…" Le cortaría él en aquél sueño, el enojo saliendo a la superficie. "Deberías haberte quedado a mi lado."

"¡Lo intente!" Se excusaría ella.

E incluso si él entendía que había sido así, ninguno de los dos podía negar que Kaoru había decidido aquél fatídico día, cuando había pedido a Yumi seguir con el Kuchiyose. Únicamente pidiendo que la entendiera sin palabras… Y aunque él entendía, ¿no merecía algo más que una mirada suplicante? ¿No podía ella discutir con él? ¿Decidir juntos?

"Me dejaste solo…" Lamentaría sin poder detener su arrebato, sin importar lo herida que ella se vería. "¿Por qué no me pediste correr? ¡¿Por qué solamente te disculpaste?! ¡Sólo ofreciste disculpas!"

Aquella noche en el atrio, Karou jamás dijo las palabras que él deseaba oír de sus labios. Incluso en la confesión de sus sentimientos, nunca pidió expresamente que la llevara consigo como había hecho antes previo al incendio.

Sólo había habido disculpas… lamentos… "yo quería."

"¿Esperabas que te rogara huir conmigo tan sólo para rechazarme después?"

Porque aquél temor había sido el único que le había impedido a él decir algo aquella noche. Y ella lloraría en este punto, destrozada y sin modo de poder responderle.

Los dos corazones volverían a quebrarse.

"¡Contéstame, Kaoru!"

Afonía.

"Gomene, Kenshin" Susurraría entonces, consolidando aquella pesadilla. "Gomene…"

Su imagen se difuminaría en ese momento. Él entendería que había sido él quien la había alejado, eligiendo su desahogo por encima de su deseo de verla.

"No…" Incluso si se engañaba. "No." Diría con más fuerza. "No te vayas. ¡No te vayas! ¡Kaoru dono!"

Siempre despertaría después de eso… Después de sentirla desvanecerse como humo entre sus brazos.

-Kaoru dono… -susurró al aire.

Ahora las lágrimas ya no caían. Pero había habido un tiempo en que parecía que no dejarían de correr.

No estaba listo aún para verla. Y si era honesto consigo mismo, no creía que algún día lo estuviera.

La canción era cantada en apenas suaves susurros, a pesar de que las notas eran pronunciadas al tono correcto, apenas y se percibía la melodía fuera de la habitación.

-Sekai wa watashitachi no michi de ōwa rete imasu

Hikari llamó antes de abrir el shogi.

-Kaoru dono -su voz cantarina hizo eco en el pasillo vacío, pero adentro no hubo respuesta.

Cuando la puerta se abrió por completo, la joven supo el por qué.

-Penki de ōtta kizuato -continuó la canción.

-Mou, Kaoru dono. -Se quejó Hikari. -¡La habitación es un desastre otra vez!

Aunque la habitación no poseía grandes pertenencias, era algo más reducida de la habitación que Kaoru y Hikari tenían en el santuario, por lo que los pocos objetos desperdigados por el suelo -libros, almohadones, sábanas, ropas, flores- hacían parecer que en efecto el lugar era un desastre.

-Karera ga suppai uso de sekkyō suru no o mitekudasai -siguió la melodía, esta vez ya no tan imperceptible. -Mushiro kodomo no me o tōshite kono sekai o mitai kodomo no me o tōshite

Hikari suspiró.

-No puedo esperar a que regresemos al santuario -se quejó la menor, comenzando a recolectar cada objeto y empezar a ponerlos en su lugar, secretamente maravillada que la caja que contenía el tesoro de Kaoru: un trompo de colores rojo, verde y amarillo, acomodado sobre una cama de telas dentro de una caja de madera, permaneciera intacto-, ya no puedo seguir con espacios no hechos para tus visiones -dijo después, apartando la vista de aquél juguete infantil.

-Kurai jidai ga yattekimasu -Empezaba una nueva estrofa, sentada al borde del asiento de la ventana, con la mirada perdida en el firmamento. -Kanojo no egao o miru hitsuyō ga aru jikan

Era el tercer piso de una gran posada de cinco niveles. Las ventanas estaban abiertas haciendo sonar el cascabel de viento colgado en el marco. Ciertamente no era el mejor lugar para recibir tan fantástico evento.

-Sigo sin entender por qué quisiste pasar por la provincia de Owari -continuó quejándose a pesar de no recibir respuesta de su compañera quien seguía cantando.

-Soshite, hahaoya no kokoro wa atatakaku odayakadesu -llevaba el cabello suelto y tan sólo la yukata blanca de su usual atuendo de sacerdotisa. No hacía mucho que se había levantado. -Kodomo no hada o tōshite kono sekai o kanjitai kodomo no hada o tōshite

-Mou -volvió a quejarse, acomodando uno a uno los libros, de pronto ya no tan cómoda con la indiferencia de su compañera-. Nos hemos retrasado semanas en nuestro regreso.

-Shinta -murmuró de pronto la morena, despertando por fin del trance.

Aunque Hikari fue incapaz de darse cuenta, pues ambas estaban de espaldas a la otra. La menor sonrió sintiéndose algo contrita, no era culpa de Kaoru el que las visiones la asaltaran a tal punto de perder noción de la realidad.

-Espero tu visión termine pronto -dijo, empezando a recoger las flores desperdigadas y secando el agua que aún permanecía sobre el tatami.

Tan ensimismada estaba en su labor que no notó cuando Kaoru se había bajado del asiento de la ventana y encaminado hasta ella, poniéndose en cuclillas a su espalda, le habló.

-Hikari

La aludida brincó del susto al frente.

-¡Aaah! -Gritó, girándose tan pronto se había levantado. -¡No hagas eso! -Reclamó todavía con las manos en el pecho, el corazón latiéndole a prisa.

-Lo siento. -Dijo su amiga, con una sonrisa contrita.

-¡Mi corazón casi se sale de mi pecho! -Gritó con fuerza, no contenta con no ver verdadero arrepentimiento en el semblante de la pelinegra.

Ésta aguantó el desplante, antes de volverle a hablar en el mismo tono de antes.

-Hikari.

-¿Hai? -contestó con molestia.

-Voy a salir. -Declaró, cambiando al fin las emociones de la menor quien le miró parpadeando una y dos veces con cierta confusión. Kaoru sonreía ahora sí verdaderamente contrita -¿Podrías encargarte del resto? -pidió, manos en súplica.

Oh no, pensó la castaña.

Y había tenido razón en quejarse.

Kaoru no había pretendido abusar de su compañera, quien seguía siendo una chokka al servicio del Maekkai, pero la sacerdotisa de ojos azules deseaba con vehemencia volver a ver a su mejor amigo a quien no había visto hacía casi ya un año, bajo el umbral de una terrible despedida.

Había habido tantas cosas que Kaoru habría querido decirle entonces. Había estado segura de que él estaría con ella al despertar, mas Yumi sama había sido quien la había recibido.

"Kaoru dono, ¿cómo te sientes?" Le había preguntado la joven mujer.

Mas la aludida solo pudo sentir cómo la angustia y la tristeza volvían a subir desde el centro de su pecho hasta liberarse a través de sus lágrimas.

"¿Kenshin?" Preguntó, a sabiendas de la respuesta.

Yumi negó con la cabeza, siendo toda la confirmación que la menor necesitaba para desahogar de lleno su llanto.

Ella había deseado que él le pidiera correr con ella a pesar de todo lo que había ocurrido, consciente de lo egoísta que aquello era, pero es que él nunca le había respondido aquella nota, que Kaoru no tenía la certeza de que su respuesta hubiese sido un sí desde el comienzo. Y cuando él había dicho: lo entiendo, se había convencido de que él iba a rechazarla desde un inicio.

Pero de eso hacía ya mucho tiempo, se regañó mentalmente. No podía seguir por siempre lamentando el sake derramado. Aquella primera semana había sido una tortura en sí misma, el tener que abandonar Kioto había sido una condena más. Había pensado en escribirle, mas sabía que aquello lejos de aliviar la pena los hundiría aún más en sus pretensiones, en sus máscaras de que todo estaba bien, incluso si deseaban correr a los brazos del otro.

Incluso si solo ella deseaba correr hacia él.

-Ey, ten cuidado -bramó el hombre con el que había chocado.

-Lo siento mucho -se disculpó inmediatamente y el hombre la ignoró al instante después.

Llevaban dos días en Owari sin que hubiese tenido ni un atisbo de rojo en toda su estancia, que Kaoru temía el que su visión hubiese estado érronea. Mas esa mañana le había sentido: un pequeño jalón casi imperceptible pero tan suyo que su corazón aletargado había comenzado a batir las empolvadas alas. Y no dudó el disponerse a hacer lo que llevaba planeando desde un mes atrás.

"Lo siento, Hikari", pensó para sí. "Pero quiero verlo."

-Telas para la señorita -le llamó una vendedora.

-Muchas gracias, estoy bien -trató de disuadir.

Supuso que aún cubierta con aquella capa, era fácil discernir que se trataba de una chica y no un chico, secretamente feliz de que se le distinguiera.

Estaba cubierta prácticamente de pies a cabeza con una capa blanca con listones rojos bordados en los bordes; a pesar de haberse quitado la vestimenta del santuario -la cual llevaba en un morral atado a su espalda- Kaoru no quería arriesgarse a dejar su rostro de lleno descubierto. Incluso si había pasado seis meses en enclaustramiento, llevaba cinco deambulando por las provincias del shogún que más de alguno podría reconocerla.

Y no deseaba ser encontrada, no todavía. Aún en su cargo, había otros por encima de ella en jerarquía que no dudarían en llevarla de regreso a la comitiva de vuelta a Kioto.

Y ella había venido aquí con un objetivo específico. Que los demás se preocuparan por su ausencia, tan sólo había prometido verlos de nuevo en el santuario Inari.

Apresuró sus pasos, pasaba ya del medio día y quedaba una larga distancia hasta el río Sakai, donde sabía le encontraría.

Sin darse cuenta había comenzado a correr. En su excitación dejó de prestar atención al camino, mirando únicamente al frente, no vio por tanto el carro que se acercaba por su derecha y que al instante siguiente se había detenido sorpresivamente.

Kaoru terminó de bruces contra el suelo tras aquél susto.

-¡Fijate por donde vas, estúpida!

-Lo lamento mucho.

Las personas que iban en el carro tirado por aquél hombre, eran al parecer samuráis del daimio de la región, de no muy buen carácter, se dio ella cuenta al instante. Los dos bajaron del carro y se acercaron a ella, quien instintivamente retrocedió.

-Me hiciste derramar la tinta que llevaba para mi señor -se quejó el más grande -¿Cómo piensas pagarme?

-Tengo dinero -dijo al instante, no deseando generar un problema.

Los dos hombre se miraron y rieron antes de volver a dirigirse a ella.

-¡Entrégalo entonces!

Kaoru sacó su bolso de debajo de su capa, dispuesta a dar lo que ella sabía era el precio de la tinta, más aquellos hombres le arrebataron el objeto en cuanto le sacó.

-¡Devuélvelo! -se quejó molesta, si tan sólo tuviera su bokken, pensó.

-¿Por qué deberíamos? -cuestionó el de menor estatura -es lo que nos debes de la tinta y el viaje que ahora tendremos que pagar doble.

-¡Abusivos!

Ellos volvieron a reír.

-¿Y qué piensas hacer, eh? Pequeña.

Oh, no debieron haberla llamado así.

Momentos después Kaoru corría como alma que lleva el diablo. Tras haber dejado al más pequeño de aquellos hombres incapacitado sobre el suelo y sosteniéndose sus partes vitales; la sacerdotisa había deshecho su pulsera de cascabeles y lanzado las pequeñas sonajas directo al rostro de su compañero consiguiendo golpearle un ojo, mientras que otro de los pequeños proyectiles había entrado en un poro de su nariz.

Había tomado su bolso tras esto, aventado lo justo en monedas por la tinta y echado a correr sin mirar atrás.

Fue cuestión de tiempo -menos de dos minutos en realidad- para que éstos le siguieran.

Y nadie parecía querer ayudarla. Quizá si revelara quién era pero eso arruinaría su primer y más importante propósito, se recordó, mientras sostenía la capa con fuerza sobre su rostro, evitando que esta cayera.

Dio vuelta en una esquina cuando las voces se hicieron aún más fuertes. Y chocó de golpe con la espalda de un hombre alto y fornido.

Volviendo a caer al suelo.

-¡Lo lamento! -gritó antes siquiera de tocar el suelo, dispuesta a levantarse tan pronto lo hiciera.

-No es nada -contestó una voz grave, iba a continuar diciendo que había arruinado su trabajo recién hecho cuando reparó por fin en el rostro de la joven que había quedado descubierto. -Hey, te conozco.

Kaoru por su parte, ya se había puesto de pie y bastó una mirada para descubrir que el hombre frente a ella tenía razón.

-Seijuuro Hiko -reconoció.

-¡Vuelve aquí, maldita! -Hablaron los samurai que al fin la alcanzaban.

La aludida corrió a esconderse a espaldas de Hiko, subiéndose a prisa la tela de la capa para volver a cubrirse el rostro, el mayor le miró enarcando una ceja.

-Tengo que ver a Kenshin -susurró, más como una plegaria que como otra cosa -¡onegai!

Hiko suspiró no sin cierta molestia.

-¿Cuál es el problema? -Cuestionó cruzándose de brazos.

Los dos samurai seguían con lo ojos fijos en la figura escondida de la sacerdotisa, que Hiko tuvo que cubrirla con su propia capa para bloquearles la vista.

-¿Y bien? -Inquirió.

-Esa …taaa

Las palabras murieron en la boca del samurai más alto, su compañero tenía los ojos abiertos tanto como él.

Hiko se había erguido en toda su estatura, dejando verse su cuerpo musculoso y las espadas atadas a su cintura, con la vibración letal de su ki presionando sobre el de sus compañeros.

-Sólo queríamos agradecer por el pago de la tinta -dijo el mayor

-Sí, eso justamente -contestó el otro.

-Ya lo hicieron, ahora lárguense -ordenó Hiko.

No había terminado de hablar cuando éstos ya habían salido corriendo.

Si hubiera sido otra persona, Hiko sabía que había salido corriendo igualmente aprovechando la distracción. Mas se trataba de la chiquilla del santuario. La misma que desde que le conociera, ni una sola vez, le hubiese mirado con miedo o recelo, o precaución. La misma que siempre le trató con respeto y admiración por el papel que tenía como maestro de Kenshin, pero por encima de todo, porque reconocía el hombre que había debajo de toda aquella fanfarrea.

-¿Estás bien? -cuestionó sin ni un gramo de preocupación en su voz.

-Hai. -Contestó Kaoru -Arigatou Hiko sama.

El aludido asintió, intuyendo el que ahora ella iría en busca de su estúpido estudiante y decidiendo que era mejor tomar el asunto en sus manos la interrumpió antes de que si quiera formara las palabras.

-Buscas a Kenshin, es mejor que dejes que él venga a ti -declaró, ella parpadeó algo confusa y sobresaltada, él extendió su sonrisa -mejor dicho, que venga a mí. Muero de ganas por ver la ridícula expresión que pondrá en su rostro cuando te vea.

Contrario a lo que esperaba, Kaoru se sonrojó, y forcejeó con las palabras. Hiko rió para sí.

-Vamos, casi es la hora que acordamos.

Todavía abochornada -con las mejillas y las orejas rojas- la sacerdotisa de ojos azules siguió al maestro de Kenshin.

Era algo diferente de lo que había planeado originalmente, pero sin duda mucho mejor. Si ella era incapaz de obligar su presencia a Kenshin, sin duda el pelirrojo no sería rival para su maestro.

Aquello la hizo sonreír.

Kenshin se había tardado mucho más de lo previsto. No había considerado que en Owari el mercado nocturno sería muchísimo más concurrido que el del medio día, atrasando su paso en dirección a la posada; sin mencionar que había tenido que salvar su bolsillo de un par de ladrones, lo que lo había llevado a terminar ayudando a más gente a su paso.

De modo que, aunque no lo expresase abiertamente, moría de hambre.

Saludó al dueño de la pequeña posada al entrar y se fue directo a las escaleras, llegando al segundo nivel siguió hasta dar al fondo del pasillo, topando con pared. Había el suave aroma de curry en el aire y la boca se le hizo agua. Estaba por abrir el fusuma cuando detectó el segundo aroma.

¿Perfume? Cuestionó, obligándose a extender su ki para sentir la otra presencia, la cual sin duda se encontraba en la habitación con su maestro.

El pelirrojo arrugó el gesto con irritación. Hiko nunca había llevado a nadie a sus habitaciones cuando viajaban, pero eso no significaba que nunca lo haría, kami sabía que el hombre podía ser bastante impredecible. Y éste mismo le había dicho que planeaba viajar sin él.

Decidiendo que no descubriría nada si se quedaba del otro lado de la puerta -y que en definitiva la verdad sería muy diferente de lo que su adolescente mente imaginara- Kenshin abrió la puerta y entro, volviendo a cerrar el fusuma tras de sí.

-¿Trajo a una mujer? -Cuestionó inmediatamente al ser recibido por su maestro, quien estaba sentado dándole la espalda, concentrado en limpiar su katana.

Hiko bufó, sonriendo de medio lado.

-Difícilmente -contestó a la pregunta de su aprendiz, porque sí, sería difícil llamar mujer a su invitada.

Kenshin le miró confuso.

-¿Uh?

Sin embargo, al segundo siguiente su corazón se paró en seco saltándose un par de latidos.

-Hiko san, la mesa está puesta -sonó una voz cantarina proveniente de la sala contigua.

El muchacho se quedó clavado al suelo, la sangre helada en sus venas.

¿Por qué ahora?, cuestionó, ¿por qué aquí?

Su maestro como siempre consiguió traerlo de vuelta a su cuerpo, al instante presente.

-¿Huirás? -cuestionó, revisando la hoja limpia de su katana. Kenshin le miró al instante, sobresaltado. -¿Huirás como el cobarde que has sido durante el último año, ese niño asustado que recogí de una caravana de esclavos?… ¿O caminarás finalmente al frente como un hombre?

Kenshin pasó saliva con dificulta, manos en puño. ¿Estaría listo?

-¿Y bien?

La voz de Kaoru volvió a sonar, escuchándose más fuerte al adentrarse a la sala en la que maestro y alumno se encontraban.

-Hiko san -se quejó, para luego quedarse congelada en su sitio, sus ojos cayendo en la figura de la persona por la que había ido a aquella provincia-, ¡Ah! ¡Kenshin…!

El muchacho había hecho lo mismo, tan pronto su voz había vuelto a sonar su mirada se había levantado en su dirección, clavando a la misma en su sitio con el poder de su propia mirada.

-Kaoru dono… -susurró.

Hiko eligió ese momento para envainar su katana. El sonido del filo al resbalar por la saya fue suficiente para romper el trance en el que los adolescentes se encontraban.

-Tengo un asunto que atender -informó pasando de largo primero de Kaoru y luego de Kenshin-, coman sin mí.

-Hai… -Contestó débilmente la sacerdotisa, sobresaltada y algo confundida.

Cuando Hiko estuvo un paso destrás de su discípulo, le habló por lo bajo, sólo para los oídos de este último.

-Sin arrepentimientos, baka deshii.

El fusuma se cerró con un siseo al resbalar el marco por el carril. El silencio se cernió sobre ellos como un manto. El aire electrificado.

-Ano… -empezó ella, consiguiendo que él volviera a mirarla. Kaoru tenía las mejillas arreboladas, la mirada agachada y las manos apretando la tela del iromuji que llevaba puesto -¿Estás enojado conmigo?

-¿Eh? – parpadeó él confuso y algo sobresaltado.

Ella forcejeó con las palabras y su propia vergüenza antes de conseguir volver a hablar.

-¿Estás enojado de que haya venido a verte?

Kenshin la miró.

La miró realmente.

Y el tiempo, que sin darse cuenta se había detenido un año atrás, comenzó a correr nuevamente.

-No -dijo al fin. -No, no lo estoy.

Porque era verdad. No lo estaba.

Kaoru sonrió aliviada, dejando salir el aire que había estado conteniendo, la tensión abandonando su rostro.

-¿Me acompañas a comer? -preguntó tímida.

El sonrió.

-Aa.

Rota aquella tensión, Kaoru dio el primer paso en dirección a la habitación contigua, nerviosa hasta la punta de sus dedos.

-Hiko sama pidió curry -empezó, mas no pudo terminar.

Kenshin había avanzado hasta ella con esa velocidad y sigilo sobre humanos, y dejado descansar su frente sobre el hombro izquierdo de ella, comprobando contento que él seguía siendo más alto.

No podía abrazarla, no sería propio.

Habían renunciado a tal derecho casi un año atrás.

Mas aquél contacto se sentía tan íntimo como un beso.

-Kenshin… -susurró, levantando el rostro para sentirle si acaso más cerca, al rozar su mejilla con la de él.

-Aitakatta (quería verte/te extrañé) -confesó, dejando que el corazón de ambos se expandiera en dicha -Ore wa… Kaoru dono aitakatta (Yo… quería ver a Kaoru dono).

Una solitaria lágrima resbaló por la mejilla de la sacerdotisa.

-Watashi mo (Yo también).

Más tarde, Kenshin confesaría en la oscuridad que había tomado la mano de Kaoru sin ser consciente de que lo hacía. Tan pronto ella había correspondido, su mano izquierda había envuelto la de ella, como reafirmándose el que ella estaba ahí con él.

Kaoru igualmente confesaría después, que estaba tan asustada como él de aquel reencuentro.

El reloj corría otra vez.

Sus caminos se habían vuelto a cruzar.


A/N: Si soy honesta pretendía hacerlo más largo, pero eso conllevaría a reducir la intensidad del reencuentro y en definitiva no quería eso. Anyway, ¿sugerencias? Agradeceré cualquier review que llegue. Y si no, oh well, será para mí sola entonces jejejejeje.