Holi!

Este capítulo tiene una dedicatoria especial para TamashiHimura por motivarme a seguir escribiendo... (lo del altar me motivó xD ntc!)

Por otra parte, no sé por qué no me llegan las alertas, así que no sé cuándo me dejan Review, lo siento, de haber sabido habría actualizado muchísimo antes.

Aviso: Una vez más, les recuerdo que estoy mezclando realidad con fantasía, por lo que es de esperarse que muchos eventos no los tome como ocurrieron en la historia original (ni en la real ni en la del manga).


"Ya no somos niños pt.2"

Marzo, 1865

Kaoru despertó a la mañana siguiente y se sorprendió de descubrir que, por segunda vez, había tenido un descanso vacío de sueños. Ignorando la razón tras esto, y agradeciendo el haber podido descansar, la joven sacerdotisa se levantó con el corazón en júbilo y una sonrisa adornando sus labios.

Al levantarse se recordó los eventos de la noche anterior y su corazón bailó en su pecho. Había sido tan perfecto se dijo convencida.

Nerviosa, y ligeramente emocionada, Kaoru se había dispuesto a salir al encuentro de quien fuera su mejor amigo; mas antes de que esto ocurriera habían llamado a la puerta, una de las trabajadoras de la posada le llevaba el desayuno bajo instrucciones de su 'protector' Seijuro Hiko.

Pensando que quizá -maestro y aprendiz- hubiesen salido antes de que ella despertara, se quedó a desayunar sola en la habitación, obligándose a no deprimirse. Estaba aquí de cualquier forma, se dijo, "con él". Saboreando un atisbo de la vida que bien pudieron haber construido para ambos.

Kaoru sonrió, la vista al otro lado de la ventana auguraba un buen clima.

Cuando hubo terminado de comer se sintió de pronto sofocada por las paredes del cuarto en el que se encontraba. No deseaba permanecer encerrada hasta que sus compañeros volvieran, además de que ya no se encontraban en Owari. Tan cerca de Kyoto podría darse el lujo de pasar un poco más desapercibida, después de todo llevaba meses fuera de la ciudad.

Decidida, tomó la charola con los trastes sucios y salió al pasillo, bajó las escaleras con cuidado, mas al entrar al área de comedor fue reprendida al instante.

-¡Kami! ¡No debería hacer mi trabajo!

Kaoru levantó la mirada sobresaltada, observó a la camarera -una joven de cabellos castaños y cortos- avanzar a ella con molestia. En cuanto la alcanzó, le arrebató la charola de las manos con brusquedad.

-No pretendía… Lo lamento, de, de verdad -se disculpó la sacerdotisa-. Solo deseaba salir de la habitación.

-No intentes engañarme -refutó la camarera, todavía con aire molesto y elevando la voz-, ¿o es que acaso crees que mi servicio es malo? -Cuestionó, sin esperarse a que le diera respuesta comenzó a andar de vuelta a la cocina.

-¿Qué? No -Contestó Kaoru al instante, y comenzando a seguirla-. Yo sólo… de dónde vengo es normal ayudar, y yo sólo deseaba hacer eso justamente. Ser útil. Lo lamento -se disculpó, a la entrada de la cocina, manteniendo una respetuosa distancia.

La camarera, tras dejar la charola a una de las cocineras, la miró durante un instante, analizándola. Kaoru tuvo a bien permanecer con la mirada gacha.

-Ya entiendo. -Dijo la joven de pronto-. No deberías de estar tan ansiosa, tu protector pagó por adelantado, no te abandonaron.

-¿Eh? ¿Mi protector? -Kaoru le miró confusa. "¿Se refiere a Hiko san o a Kenshin?" Pensó para sí.

-Incluso te dejaron un mensaje… -Continuó la castaña, avanzando para quedar frente a ella otra vez, luego cambió su rostro y fingió la voz para entregar el mensaje-. "Caminaremos mucho. Más vale que estés preparada." -Kaoru casi rié ante la interpretación tan regia del maestro de Kenshin que hizo la joven-. Y el otro: "Buenos días."

El corazón le aleteó en el pecho.

Su mente dibujó a su amigo del alma de pie delante de ella… Kaoru sonrió.

-Ya veo. Muchas gracias.

La castaña bufó.

-Aunque igualmente no deberías de intentar usurpar trabajos ajenos; por cierto, que no me has respondido, ¿piensas que mi trabajo fue malo?

-No, para nada -respondió de inmediato.

La mayor iba a decir algo más, cuando otro de sus compañeros que salió de la cocina le dio un coscorrón.

-Deja a la pobre niña en paz, Naoko -dijo éste. Era un chico de melena negra y ojos oscuro-. Seguro que sólo estaba asustada por los recién llegados.

-Si hubiese sido contigo no estarías defendiéndola, Katsu -refutó Naoko.

El chico rodó los ojos.

-Ya madura. -Dijo, luego miró a Kaoru-. No le hagas caso, en estos días todos estamos ansiosos, es bastante normal -aseguró, dando una pequeña mirada al grupo que se encontraba en el comedor.

La menor parpadeó.

-¿Por qué? -Cuestionó.

A lo que los otros dos la miraron con sorpresa.

-¿De verdad no lo sabes? -Preguntó él, y Kaoru negó con un movimiento de su cabeza-. Son traficantes de esclavos -Le dijo.

El corazón de Kaoru se saltó un latido. Su mirada giró al instante en dirección del grupo que estaba desayunando en ese momento.

Si los miraba de reojo parecían gente normal, pero si prestaba atención podía notar que la vestimenta no era la misma que la gente de la región, algunos incluso llevaban armadura.

-Pero, en esta región…

-Con los enfrentamientos es normal el que más niños queden huérfanos. -Le informó Naoko interrumpiéndola-. Antes era la hambruna la que obligaba a los padres a abandonar a sus hijos en lo profundo del bosque. No había quién pudiera siquiera comprarlos.

Kaoru pudo por un instante escuchar las palabras de Kenshin:

"Fui vendido a una caravana de esclavos."

Se sentía como si hubiese sido muchos años atrás. Y la sacerdotisa se avergonzó de por fin ver la gravedad de lo que significaba el convertirse en propiedad de alguien más. Antes, tales hechos habían estado tan alejados de ella, que incluso si llegaba a escuchar sobre éstos, no era capaz de verlos por lo que eran.

Una desgracia.

-Ahora con el comercio que ha hecho el sur y sus grupos armados, la compra de esclavos ya no se reduce sólo a las casas del placer -Continuó Katsu-. Muchos de ellos ahora se compran como carne de cañón.

-Es horrible. -Murmuró la sacerdotisa.

Katsu sacudió los hombros, restándole importancia.

-Es lo que es. -Declaró-. Morirían por su cuenta igualmente. La mayoría prefiere sobrevivir aceptando el cauce de su destino.

Si Kenshin no hubiese sido rescatado por su maestro, se preguntó, ¿si quiera habrían cruzado caminos?

-Desearía que hubiese algo que pudiésemos hacer por ellos -dijo más para ella que para los demás.

Los otros dos la miraron con pena.

-Muchos de ellos se unen por voluntad propia -le dijo el moreno-, no deberías de lamentarte por ellos si ellos mismos no lo lamentan.

Justo entonces Naoko divisó al chico que se escabullía por la parte trasera.

-Como ése que va por ahí -dijo, y al instante siguiente salió a perseguirlo-. ¡Sanosuke! -Le llamó-. ¿¡A dónde crees que vas?!

El aludido se sobresaltó y se detuvo en el acto. Era un chico un poco más alto que Kenshin, de cabellera castaña y piel trigueña, sus ropas parecían las de un luchador.

-Ay no -se quejó Katsu-. Ya empezaron otra vez -dijo, y luego se despidió con un gesto de Kaoru, antes de retirarse de nueva cuenta al interior de la cocina.

Por su parte, la sacerdotisa se sintió atraída hacia donde había salido Naoko y la siguió al patio en donde forcejeaba con el menor.

-¡Suéltame! -Se quejó éste-. ¡Ya te dije que voy a sumarme a las filas del capitán Sagara!

Naoko le dio un puntapié entonces y Sanosuke cayó al suelo sobándose la parte herida.

-¡Y yo ya te dije que no puedes irte sin haber pagado antes tu cuenta! -refutó Naoko.

-No seas molesta -siguió el chico desde el suelo-. No hay modo de que te pague ahora, lo haré una vez termine la guerra.

Ella puso los ojos en blanco.

-¿Y cuándo será eso, eh? -Reclamó, burlándose de la ingenuidad del chico, algo que la misma Kaoru podía entender con claridad-. Para entonces me deberás una fortuna.

"Si no es que muere antes de eso", pensó la morena. Había comenzado a sonreír sin darse cuenta, en su interior había recordado a su hermano y el cómo ellos dos también solían discutir sin descanso. Sintiendo una profunda nostalgia, Kaoru se atrevió a involucrarse en aquél encuentro.

-¿Cuánto, es lo que te debe? -Dijo. Consiguiendo que los dos se detuviesen en su discusión y la miraran con interés y desconcierto. Kaoru se abochornó ante el peso de sus miradas-. ¿Cuánto es lo que te debe? -Repitió-. Quizá pueda ayudarte.

Hubo un corto silencio, y luego Sanosuke estaba de pie sosteniéndole las manos y a una distancia nada propia de la sacerdotisa.

-Neechan, muchas gracias. Ojalá todas fueran como tú -declaró, antes de caer de nueva cuenta al suelo tras de que Naoko volviera a golpearle, esta vez en la cabeza.

-¡No seas irrespetuoso! -Dijo la castaña quien luego miró seria a Kaoru-. ¿Estás segura?

Kaoru parpadeó, pensando si así sería para los demás cuando ella y Koshijiro discutían. Luego, sonrió.

-Hai -dijo.

Kenshin jadeaba intentando recobrar el aliento. Su cuerpo estaba cansado tras varios intentos de dominar la siguiente técnica, pero principalmente tras el último enfrentamiento no planeado. El sudor se le escurría por la frente y caía al suelo en pequeñas gotas. Inclinado como estaba, apenas se sostenía de la katana clavada al suelo. Se había sacado el gi tras el segundo encuentro, abrumado por el calor que el ejercicio le había hecho sentir. Y ahora se sentía ligeramente agradecido de haberlo hecho, consciente de que no quería arruinar los arreglos que su compañera le había hecho a dicha prenda el día anterior.

Hiko estaba por detrás de él. Al igual que su alumno, había hecho ligera la carga de ropa -aunque en su acaso sólo se había retirado la capa blanca-. Estaba serio y preocupado, incluso si su rostro no mostraba evidencia de ésta última emoción. Seguía analizando a su alumno con una espina clavada en su pecho, el evento de la madrugada aún pesaba en los hombros de su discípulo, sumado al encuentro que acababan de tener.

-Incluso si has despejado tu mente -le dijo-, tu cuerpo aún no ha olvidado.

Kenshin apretó los dientes tan pronto le escuchó, su agarre en la katana también lo hizo. Sus ojos relampaguearon.

-Me será imposible luchar así -aceptó a regañadientes, como diciendo un "ya lo sé" pero más elaborado si tan solo para no pasar de impertinente.

-Tal vez -concordó su maestro. "O tal vez sea mejor que no luches en lo absoluto." Pensó para sí.

Tras el ataque de pánico que había sufrido Kenshin, Hiko había decidido que debían salir a entrenar, alejados de aquella comunidad. Le intrigaba que después de un desarrollo como el que su alumno había tenido la noche anterior con la chiquilla del santuario, pudiera volver a caer en un trauma del pasado. A menos que fuese más bien un miedo de un futuro vislumbrado, y estando tan cerca de una vidente que la misma Kaede había reconocido, Hiko no tenía dudas de que aquello era posible.

El mayor desvió la vista en dirección a los hombres que yacían inertes en el suelo, mismos que él mismo había matado instantes atrás, cuando su alumno había sido incapaz de hacerlo…

Había estado tan preocupado en resolver lo que Kenshin había atravesado en sus pesadillas, que el toparse con una cuadrilla de asesinos en medio del camino casi le pilla desprevenido. Mas al ver el resultado -el haber presenciado el titubeo y la indecisión en los ojos de su discípulo y más aún, el verle congelarse justo antes de dar el golpe final-, Hiko consideró aquello como una bendición disfrazada.

-Kenshin.

-Lo sé. -Le cortó el menor, frustrado. Consciente de sus propias fallas, y enojado consigo mismo-. No deseo hablar al respecto, maestro -Declaró, irguiéndose al fin-. Ni siquiera estoy seguro de qué fue lo que vi -confesó en un bajo susurro.

Con la mirada perdida aún en el recuerdo de aquella pesadilla, Kenshin fue incapaz de hacerle frente todavía a su maestro, quien seguía analizándolo.

-Una vez volvamos a Kioto, ya no será asunto tuyo -le dijo éste.

A Kenshin, el corazón se le estrujó en el pecho. Una vez en Kioto. Lejos otra vez de la cercanía que ahora disfrutaba con Kaoru. Luego recordó de nueva cuenta la expresión ausente de la Kaoru de su pesadilla, y apretó el gesto en dolor físico.

-Estoy consciente de ello -dijo, con la voz firme, pero con un tinte de resignación.

Justo en ese momento, Hiko decidió que se retrasarían un día más en su regreso a Kioto. Debía terminar de descifrar el acertijo que acechaba la conciencia de Kenshin, y determinar exactamente cómo Kaoru planeaba seguir su relación con este último; de pronto consciente de que debía haber una razón oculta al por qué la chiquilla los había buscado, y más aún en secreto.

-Mejor así -declaró-, aún queda mucho por hacer.

Sanosuke se bebió el té de la taza de su sólo trago, se limpió la boca con el dorso de la mano y le dedicó una sonrisa ladina a Kaoru, quien estaba sentada frente a éste.

-El capitán Sagara me ha permitido usar su apellido -dijo orgulloso-, tan pronto ganemos la lucha seré Sagara Sanosuke.

A su lado, Naoko arrugó el gesto quedaba claro que no le agradaba cómo sonaría su nombre.

-Suena demasiado complicado -dijo ella-. No entiendo por qué tomarse la molestia con alguien como tú. Katsu, puedo entenderlo, pero tú… Ni siquiera tienes talento.

Sanosuke la miró molesto, iba a refutar pero la pregunta de Kaoru lo distrajo por completo.

-¿Vas a luchar?

Sano volvía a sonreír con orgullo.

-Junto al capitán Sagara -declaró.

Kaoru agachó la mirada. Durante el último año se había esmerado en enterarse de los asuntos políticos del país, en prestar sus oídos a lo que ocurría en las vidas de la gente a su alrededor. Tras el incidente en el santuario, se sentía obligada a tomar partido, incluso si su corazón no conseguía dar con una razón para entrar de lleno en la lucha, rechazando rotundamente la violencia.

Por eso debía inquirir más. No sólo por sus hermanos caídos, sino por ella, y finalmente por Kenshin. Por entender el papel que este último tendría en la lucha y el por qué era crucial el que fuese parte de ésta.

-Y… ¿Por qué luchas? -Cuestionó finalmente, mirando al chico con algo de pena.

-¿Cómo que por qué? -Se escandalizó él, casi ofendido-. Es demasiado obvio.

La morena apretó el gesto.

-Disculpa si no lo veo -gruñó.

Él le miró mucho más perplejo.

-¿Dónde has estado viviendo?

Naoko entonces le dio un golpe en el brazo.

-Sanosuke no seas grosero -le reprendió.

El aludido gimoteó ante el dolor del golpe y luego se sobó la zona herida.

-Sólo digo… Se nota a leguas que no es de los peldaños más bajos.

-¡Sanosuke!

-No. Tiene razón. -Le interrumpió Kaoru, quien al fin entendía el juicio del joven frente a sí. -Soy hija de un daimyo. -Informó, consiguiendo que los dos jóvenes frente a ella le mirasen con verdadera sorpresa, después de todo, Kaoru vestía humildemente, apenas un iromuji blanco. -Aunque fui entregada a un santuario, no hace mucho que salí de reclusión. Así que comprenderás por qué mi visión es tan limitada. Pero quiero aprender.

Sanosuke al fin la tomó en serio.

-¿Qué edad tienes? -Preguntó.

-Tengo doce. Cumpliré trece en Junio.

-Yo tengo catorce. Dentro de poco seré todo un hombre. -Presumió, Naoko puso los ojos en blanco. -Y podré unirme como luchador y no sólo como mandadero.

-¿Por qué es tan importante? -cuestionó la sacerdotisa.

-Si de verdad deseas saberlo, ven conmigo. Y te lo mostraré.

La sacerdotisa se removió incómoda en su asiento, dudando si sería prudente aceptar la invitación de alguien que era más que nada un extraño.

-No te preocupes -Le dijo Naoko al ver la duda en la menor-, estarás a salvo con él: cacarea, pero no muerde.

-¡Oi! -reclamó él en respuesta.

Kaoru se obligó a deshacerse de sus miedos. Sus visiones nunca habían estado incorrectas, además; le habían mostrado aquella villa por alguna razón.

Así que asintió con una sonrisa y se preparó para salir en compañía de Sanosuke.

Shiji se masajeó las sienes en un intento de aplacar el dolor de cabeza que sentía. A pesar de que los preparativos habían ido viento en popa, no podía evitar sentirse ansioso y sabía que seguiría sintiéndose así hasta que el nuevo clero tomase posesión al día siguiente y Kaoru regresara.

Justo entonces, uno de los sirvientes se presentó a su puerta.

-Mi señor, Kiyosato Akira ha vuelto -informó tras hacer una reverencia.

Shiji le miró entre confuso y sorprendido.

-Llega con un día de antelación -reflexionó. "Y la sacerdotisa va retrasada." Pensó para sí.

Todavía no había recibido respuesta de Kaoru.

-Hazle pasar -dijo al fin-. Le recibiré de inmediato.

El sirviente asintió, volviendo a inclinar la cabeza antes de volver a cerrar el shoji. Shinji se acomodó frente a su escritorio, a sabiendas de que -aunque se reunía con un familiar- aquella reunión era más de negocios que otra cosa.

Pronto Akira estuvo frente a él, tras haber sido anunciado.

-Mi señor -saludó el mayor.

Shinji arrugó el gesto.

-No necesitas hacer eso conmigo. Para ahora es más que claro que somos hermanos -le recordó, indicando a sus sirvientes que les dejasen solos, éstos hicieron como se les ordenó.

-Mayor razón para rendirte honor, Shinji -refutó Akira, sentándose frente a su hermano. -Tienes casi la misma altura que yo.

El aludido bufó.

-No te hagas ilusiones, son los genes de mi madre.

Akira negó con la cabeza mientras reía, había extrañado esas riñas tan comunes cuando eran niños.

-¿Cómo has estado? -Preguntó Shinji, dejando relucir en su mirada que lo que esperaba escuchar era un reporte.

-Bien a grandes rasgos. -Asintió el moreno-. No hemos enfrentado aún ningún acoso político. Y los negocios de la segunda rama van a buen tiempo. Aún no nos descubren.

Estaban apoyando la rebelión después de todo, así que era normal el preocuparse, mas Shinji confiaba en el juicio de Akira.

-¿Cuánto tiempo más crees poder mantener la atención dispersa?

-No mucho, me temo -lamentó cruzándose de brazos-. He hablado al respecto con Tomoe incluso.

Shinji enarcó una ceja.

-¿Y lo entiende? ¿No me digas que aún no sabes leer a tu esposa?

Akira suspiró con cierto cansancio, mientras se masajeaba el cuello.

-Uno creería que con el matrimonio aquellas barreras de comunicación desaparecerían -dijo-. Pero nada más alejado de la verdad. Es como aprender a hablar otro lenguaje.

-Pues será mejor que aprendas rápido.

-Tomoe es una mujer fuerte y centrada -defendió Akira-. Sabe lo que necesita hacer y lo hará incluso si no está conforme, porque así es como la educaron. Sólo que ahora me permite ver cuándo no es feliz debido a esto.

-¿Por qué pienso que es incluso peor? -Inquirió el menor.

-Porque lo es. -Aseguró su hermano con cierta irritación, al tiempo en que sonreía con sorna. -Antes podía excusarme en ser ignorante. Pero ahora, ¿qué puedo dar de excusa cuando no puedo cambiar lo que a ella le hace infeliz?

-Es bastante obvio. Dale consuelo. -Soltó Shinji cómo si de verdad fuese más que obvio, fácil; luego agregó como si lo hubiese pensado justo entonces -Y evita morir.

-Por supuesto. -Sonrió Akira con sarcasmo.

Shinji ignoró este desplante y siguió con sus instrucciones.

-Además serás guardaespaldas; Katsura no ha dado señales de abandonar pronto su estatus de samurai, por lo que no se arriesgará a llevar a cabo asesinatos aún.

-¿Y por cuánto tiempo? -Enfrentó el mayor.

Si bien aún no se había declarado nada, la tensión en el ambiente podía sentirse cada vez con mayor fuerza; las rebeliones en el sur eran otro tipo de tensión. Cualquiera podía darse cuenta de que el tiempo de "paz" se estaba agotando.

-Hasta que encuentre a su asesino -declaró Shinji y Akira le miró con sospecha.

-Pensé que ya tenía uno.

Shinji gruñó con molestia; no era secreto la masacre en la posada donde se habían desocupado más de ocho puestos gubernamentales con un solo enfrentamiento clandestino. Evento del que todos dudaban hubiese podido haber sido el acto de un solo asesino, mas el heredero del clan Kiyosato conocía la identidad de dicho personaje y había sido testigo, además, del poder de éste con la espada.

Mas ello no significaba que estaba dispuesto a revelarlo, ni siquiera a su misma sangre. Tenía un pacto con Kaoru y no haría nada que pudiese ponerlo en peligro de romperse.

-Te lo he dicho antes, ese evento fue aleatorio y no fue realmente del Kihetai ni de Chosu. -Dijo, aunque Akira seguía sin parecer creerle. Así que Shinji decidió cambiar el tema. -Tienes noticias de Kaoru -declaró, no era una pregunta.

El moreno asintió.

-Recibí una nota suya hace un día. Planeaba llegar a darle mis respetos una vez llegásemos a Kioto. Pero al llegar al refugio el mensaje llevaba ya un día esperando por mí.

-Debió haberlo visto.

-¿Afecta los planes del clero?

-No. Por el contrario, le conviene. -Aseguró. Con el retraso ningún evento se sobrepondría al otro; y al ser Kaoru quien llegase después, el recuerdo de su bienvenida terminaría por opacar la ascensión del nuevo clero y los nuevos ascendidos en puestos políticos. -Ahora podrán hacer aún más grande su bienvenida y dejar de lado los cargos a asignar mañana.

-¿Lo habrá planeado? -Inquirió el moreno.

-Lo dudo. -Respondió Shiji, aunque sospechaba lo mismo. -Debe de ser algo más. ¿Qué ha dicho Enishi?

Akira hizo una mueca de angustia, aunque parecía más de tragedia si se miraba a detalle.

-No estoy seguro de que lo asimile como debe, más aún al no conocer la identidad de su prometida. Pienso que sólo está intentando complacer a Tomoe.

Lo cual era de esperarse.

-Como debe hacerlo un buen hermano.

-¡Shinji! -Akira le miró escandalizado.

-Yo no puedo tomarla. Lo sabes. -Refutó el menor con fuerza. -Ella no me quiere como compañero ni yo a ella. Un mejor arreglo llegó a la casa Kiyosato, es así de sencillo.

Su hermano le miró todavía inseguro. Dudaba de pies a cabeza aquél arreglo.

-¿Y a Enishi sí lo querrá? -Retó no sin cierta burla.

Shinji suspiró con cansancio.

-Es sólo un arreglo. -Dijo. -Enishi aún es joven, casi un año y medio menor que ella incluso. Tendremos cerca de tres años y medio de gracia si lo vemos por su lado, cuatro si el santuario impone la ley matrimonial por el lado de ella. Con algo de suerte, habremos terminado el conflicto para entonces y tal arreglo será inválido.

Lo cual era cierto. Aunque aún había matrimonios con niñas dentro de la nobleza japonesa; la ley había cambiado una década atrás y la edad oficial para un matrimonio era 15 para los hombres y 16 para las mujeres. Aunque la edad a la que podían tener relaciones sexuales era apenas de 13 años para ambos sexos.

-¿Firmará? -Volvió a presionar inseguro. Casi deseando que Shiji reflexionara y deshiciera tal arreglo.

Fue un pensamiento en vano, sin embargo.

-No tiene realmente otra opción, necesita la protección y el apoyo económico que nosotros podemos darle.

-Y nosotros necesitamos su influencia política -concluyó el moreno.

Shinji sonrió de medio lado.

-Ya lo estás entendiendo. Espero no le hayas dicho ni una palabra a Tomoe.

-No me atrevería. -Su esposa sin duda tendría una objeción si conociese la identidad de la prometida de su hermano, pero no más de las que opondría ante las razones tras dicha unión. -¿Y él?

Shinji apretó el gesto.

-Él… -Ponderó, perdido en el recuerdo de tal obstáculo-. Ya me encargo yo.

-No sabía que fueran tantos -exclamó Kaoru tan pronto llegaron a la zona en la que acampaba el Kiheitai.

Montones de soldados -que consistían en granjeros la mayor parte de ellos, y unos cuantos ronin- se aglomeraban mientras entrenaban en medio de los campos cercanos a la zona de sembradíos.

A su lado Sanosuke habló.

-Una contradicción dado que son los distritos pobres, ¿no?

Ella se avergonzó.

-No me refería a eso.

-Descuida, no me ofende. -Le cortó él, sonriendo todavía. Luego llamó a su superior tan pronto lo vio -¡Capitán Sagara!

-¡Capitán Sagara! -Llamó Katsu también, quien iba por delante de ellos.

El aludido -Sagara Sozo- volteó a verle al escucharles y divisó a sus protegidos corriendo hacia él, seguidos a su vez de una jovencita de apariencia humilde.

-Sanosuke, Katsu -Les habló en cuanto le alcanzaron. -¿Y vuestra invitada? -Cuestionó analizando a la joven que le miraba con nerviosismo. Por alguna razón que desconocía, le resultaba familiar.

-Es una amiga -dijo Katsu-, viene de un santuario.

Ante esto, el capitán miró a detalle a la joven frente a sí, haciendo caso de la sensación de deja vú que le había dominado tan pronto la vió, hasta que fue capaz de reconocerle. Y, al instante después, se inclinó en una respetuosa reverencia.

-Me disculpo por la falta de educación de mis protegidos, Kaoru miko sama, es un honor estar frente a usted -le dijo.

Katsu brincó en asombro y desconcierto.

-¡Eh! ¿¡La sacerdotisa de Inari?! -exclamó, inclinándose después igualmente.

Sano le miró confuso.

-¿Quién? -Preguntó, antes de que su amigo le obligase a inclinarse también.

Ante esto, la sacerdotisa se abochornó.

-No hace falta tal reverencia, después de todo se supone estoy de incógnito. -Dijo, con las mejillas arreboladas. -Es culpa mía por no ser más cuidadosa.

Sozo sonrió con empatía, a sabiendas de lo que ella se figuraba.

-Será más fácil entenderlo si confieso que soy de Kyoto también -le dijo a modo de explicación y asegurando le al tiempo que no había sido descuido de ella-. Tuve la oportunidad de verla durante la peregrinación a Edo.

Kaoru lo entendió aunque igualmente sorprendida, a pesar de que su partido de Kioto había sido todo un espectáculo.

-Ya veo. -Asintió.

-¿A qué debemos su interés en nosotros?

Sano se apresuró a liberarse de la mano de Katsu que seguía presionándole la cabeza, para explicar antes de que ella pudiera pensar en responder.

-Ella quiere entender el valor de la guerra, por qué peleamos.

La morena se avergonzó.

-Sé lo confuso que suena -intentó explicar ella.

-No. -Negó Sozo con una sonrisa-. Por el contrario. Resulta sabio. Si me permite.

Kaoru miro un segundo el brazo que el capitán le ofreciera en una evidente invitación a caminar con él. Al segundo siguiente aceptó aunque nerviosa.

Sano iba a seguirlos cuando Katsu le detuvo escandalizado.

-¿A dónde vas? No es correcto seguirlos.

-Pero-

-Por una vez escucha, Sano -Le reprendió sin darle oportunidad de explicarse.

El castaño cruzó los brazos con molestia mirando a la sacerdotisa irse del brazo con su capitán.

-Se suponía que yo la llevaría -gruñó.

Sozo caminó ligeramente por delante de Kaoru, como era propio, pero cuidando de no darle nunca la espalda y de no soltar su mano. Caminaron por la periferia del campamento, para poder visualizar el grupo de soldados entero.

El hombre le explicó de dónde provenían y cómo se había ido formando aquél gran grupo. La joven escuchaba con atención, más tras un instante de andar, Sozo se detuvo y la enfrentó.

-Kaoru miko sama, perdóneme si no entiendo por qué es que su excelencia está aquí. -Dijo.

Kaoru le miró avergonzada.

-Usted dijo que tenía una razón sabía.

-Y no me retracto -le aseguró él sonriendo-, admiro y entiendo de dónde proviene vuestro interés; lo que no concibo es el que pueda estar aquí, y aún más sin una escolta.

"No estoy sola." Quiso decirle, pero aún era pronto para revelar a quiénes tenía de compañía. Que sus visiones la hubiesen llevado ahí, no significaba que podía fiarse de todos, así que confesó sólo la mitad. -Aún no se me permite la libertad para moverme sola, por mi cuenta. De ahí el que venga de incógnito.

Él la miró descolorado.

-¿No la están buscando?

-Arreglé éso antes de partir. Así que no. -Dijo ella, sonriendo con suficiencia, e internamente deseando que Hikari estuviese bien en su lugar. -Es importante para mí estar aquí.

Él la miró con genuina preocupación.

-Pero resulta demasiado arriesgado.

-Descuide, sé cómo moverme -contestó al instante.

-No pretendía ofenderla.

-Y no lo hizo. -Le cortó, no deseando seguir por ese camino. -Quisiera saber por qué han elegido la lucha.

El mayor suspiró, comprendía la inquietud de la joven sacerdotisa. Su mirada se perdió por un instante en el horizonte antes de comenzar a explicar.

-Aunque el sistema de castas permitió un cierto orden que mantuvo la paz por cientos de años, las personas tienen un límite al tiempo que pueden soportar viviendo dentro de una jaula.

Aquello llamó la atención de la joven.

-¿Una jaula? ¿Insinúa que todos somos esclavos?

-En cierta forma, sí. -Asintió él. -Japón siempre ha sido una isla cerrada, mientras no veíamos el horizonte era fácil seguir el cauce establecido. Pero la llegada de los americanos abrió no sólo el país para el resto del mundo, sino el mundo mismo hacia Japón.

"Descubrir que muchos de los límites que conocíamos eran inexistentes, y el choque en cuanto a nuestros avances en el conocimiento fue el despertar de muchos ...pero principalmente de las castas más pobres."

"Hasta los esclavos trabajan por pagar su deuda y conseguir su libertad. Aún los que terminan vendidos a las casas de placer, se esmeran en adquirir honor dentro de esta profesión y consiguen ser venerados en su estatus. Cómo ve, todos buscan romper los límites que dictan el cómo deben vivir.

"Pero incluso así, seguimos prisioneros de nuestra clase social, ¿y por qué? ¿Por qué debo de permanecer donde nací con límites de derechos? ¿Por qué no podemos ser merecedores todos del mismo honor? ¿De vivir mejor?"

-Por eso la promesa de los nombres familiares -Reflexionó Kaoru.

Tener un apellido era básicamente la representación del honor de pertenecer a una familia, por lo general noble. Por lo que los esclavos y campesinos no tenían derecho a uno. De ahí la importancia de pertenecer a un clan.

-Es un símbolo más que otra cosa, es un derecho. -Concedió Sozo. -Los que luchamos creemos que debe haber equidad entre los hijos de Japón.

-¿Y el Shogun está en contra?

Sozo no pudo evitar sonreír con algo de pena y a la vez comprensión. Resultaba fácil culpar a una sola persona de la actual discriminación pero el problema no era tan sencillo. No era precisamente una lucha de buenos contra malos.

-Es difícil explicar esa parte. -Le dijo contrito. -Podríamos llamarle mejor 'conservador'. La Igualdad de condiciones y la oportunidad de avanzar en el esquema de castas haría perder a otros sus privilegios. Sin mencionar el gran cambio social que generaría, por lo que no es fácil el que todos estén de acuerdo.

Kaoru lo reflexionó un instante.

-¿Y será posible crear esa era de paz? ¿En donde todos tengan acceso a los mismos derechos?

-Es nuestra intención, mas aún no podemos asegurarlo. -Confesó él. -Una vez la guerra termine comenzará la verdadera lucha. Construir algo es mucho más difícil que derribarlo.

La sacerdotisa suspiró.

Lo entendía, por supuesto. La necesidad del conflicto y lo que éste conllevaría. Aunque si tal sueño se haría realidad o si se hundirían en una miseria más grande, aún quedaba por verse. Lo único de lo que estaba segura era de que Kenshin tenía un papel demasiado importante en la lucha que se avecinaba; los mismos dioses así se lo habían hecho saber... Entonces, ¿por qué?

¿Por qué continuaba con esa búsqueda incansable de una solución diferente? Kaoru miró al capitán del Kiheitai, consciente de la sombra que éste dejaría en la historia del nuevo Japón.

-Pensé, que si había alguien capaz de…

-¡Capitán!

Las palabras de la sacerdotisa murieron en sus labios. Uno de los soldados se acercaba seguido de otros dos con evidente preocupación en su rostro.

-¿Qué sucede? -Cuestionó el capitán, adoptando una postura seria.

-Ha llegado un mensajero de una cuadrilla vecina.

El corazón de la miko se saltó un latido. Había llegado el momento, entendió.

-¿Qué pide?

-Al parecer apoyo y ayuda a la misma -informó el soldado-, dice que son sobrevivientes de una redada del distrito siguiente.

Sozo arrugó el gesto, con sospecha.

-¿Ronin de Mito? -Inquirió Sozo.

El conflicto seguía extendiéndose y parecía que no tendría final pronto. De momento habían habido bajas por igual en ambos bandos, aunque la balanza se inclinaba en favor de los rebeldes en contra del shogun, el ejército estaba dividido, por lo que era normal encontrar desertores donde las batallas se habían dado por perdidas.

El soldado frente al capitán negó sin embargo.

-Pudiera pensarse, pero parece extranjero.

Lo que significaba que aquél grupo sería del bakufu.

-Entiendo -asintió el capitán, consciente del peligro de tener que descubrirse tan pronto, los soldados que se encontraban bajo su mando apenas estaban en entrenamiento y no se planeaba que fueran a la lucha aún; todavía planeaban esperar un año más y moverse en base al resultado de la rebelión, por lo que debía actuar con cautela-. Iré en un momento, reúne a los oficiales.

Los hombres asintieron y corrieron de vuelta al campamento. Sozo comenzó a idear un plan en su mente, mientras decidía al tiempo cómo ocultar a su compañera y que ésta estuviese a salvo. La miko, sin embargo, tenía un plan diferente.

-Ire con usted -soltó ella, tan pronto él se disponía a hablarle.

El hombre se escandalizó.

-Lo lamento su excelencia, pero no creo que sea seguro.

-No le estaba pidiendo permiso. -Refutó Kaoru con fuerza, interrumpiendolo, la mirada de sus ojos era fiera y determinada. -Vine aquí para esto.

Sorprendido, el capitán pasó saliva con dificultad, sintiendo cosquillas en los dedos de las manos y un frío de anticipación recorrerle la espalda. Él entendía la implicación de las palabras de ella.

-¿Una visión? -Inquirió con esperanza. Esperanza de que ella estuviese ahí para ayudarlos.

Kaoru asintió.

-En parte, pero necesito vislumbrar las intenciones de su nueva visita.

Sozo la miró confuso.

-¿Cómo?

Ella sonrió.

-Por accidente.

...

Una vez Kaoru le hubo contado su plan al capitán Sagara, éste se dedicó a dar instrucciones a sus oficiales, listo para preparar el escenario en el que la miko se movería. La morena había sido dejada a cargo entonces de Sanosuke y Katsu para prepararla como ella había requerido.

-Aunque sé que debería sentirme emocionado -dijo Sanosuke, al tiempo en que le ayudaba a la joven a ponerse una hakama negra por encima del oromuji blanco que vestía-, no puedo evitar el tener que decirte que corres un gran riesgo.

Kaoru asintió, mientras se dejaba vestir como campesino.

-Gracias -dijo con sinceridad, agradecía la preocupación del muchacho.

Katsu se acercó a ella entonces y le extendió una wakizashi (espada corta).

-Debes tener esto -le dijo-, sabes cómo usarlo, ¿no?

-Hai. -Asintió ella, tomando el arma y comenzando a amarrarla por el sageo. -Aunque no será necesario -aseguró, mas su semblante lucía lejano y daba muy poco crédito a sus palabras.

Katsu y Sanosuke compartieron una mirada de preocupación antes de volver la vista a su compañera. Ésta ya se había trenzado el cabello y ocultado el mismo debajo de una pañoleta. Parecía un chico.

-¿Segura que estarás bien? - insistió Sanosuke.

La niña sonrió con algo de pena, y luego asintió con la cabeza. El arma ya descansaba a la altura de su cintura, amarrada al obi. La joven salió entonces de la tienda con una cuneta de agua en las manos, y un paño que guardó en su obi. Sanosuke la miró caminar en dirección a la tienda en donde se encontraba el capitán y el mensajero enemigo; tuvo un mal presentimiento entonces... se giró hacia Katsu quien había comenzado a preparar bolas de pólvora.

-Katsu, sé bueno y manda un aviso a la posada -pidió.

En caso de que algo malo ocurriese -y tomando en cuenta la identidad de la niña- lo mejor sería avisar para poder tener un respaldo. Su compañero lo entendió al instante.

-Lo haré, más vale tener apoyo si lo peor pasa. Pero ¿estará bien? Ella dijo que venía de incógnito.

Sano suspiró. No había querido sopesar de las posibles consecuencias a sus actos, más aún cuando iría en contra de una orden ajena.

-Naoko será quien reciba el mensaje, ella sabrá qué hacer -concluyó, incluso si sabía que estaba tratando de convencerse a sí mismo.

Katsu escribió una nota entonces, salió en cuanto la tuvo lista hacia uno de los oficiales que se encargaban de cumplir mandados y explicó la situación. Éste entendió y aceptó el mandado, partiendo al instante después en caballo para llegar lo antes posible.

Sanosuke por su parte, se encontró rezando por primera vez que pudiesen evitar cualquier tragedia.

...

Cuando Kaoru llegó al borde de la tienda de Sagara Sozo, éste último la esperaba afuera. Le dio entonces una mirada significativa antes de entrar por delante de ella, la menor lo siguió a una prudente distancia y se quedó quieta en cuanto el hombre se detuvo por enfrente del mensajero que yacía sentado en el suelo; la miko tuvo a bien el mantener su rostro bajo y la mirada clavada en un punto distante del suelo. Ahora era una criada, o al menos debía actuar como una, se dijo a sí misma.

Sozo se paró delante del mensajero y lo analizó antes de hablarle. El hombre era bajo de estatura pero de complexión atlética; sus ojos eran de un café oscuro, pero sus cabellos eran de un tono castaño claro, su piel también resaltaba por su blancura.

-Identifícate -ordenó con voz firme y grave.

-Mi nombre es Yago. Soy un simple mensajero que anteriormente era un esclavo. Pertenezco de momento a una cuadrilla rebelde que prometió liberarme.

El capitán le miró con sospecha.

-¿Bajo órdenes de quién estás?

El aludido no se inmutó, su máscara -si es que llevaba una- no sufrió resquebradura alguna.

-De momento a nadie más que a mí mismo -dijo, su voz se mantuvo firme-, pero si preguntas por el señor al que sirvo, sólo sé que es un escolar de nombre Fujita Koshirō*

Hubo varios murmullos alrededor de la sala. Si bien era cierto que el nombre mencionado era uno de los dirigentes de los rebeldes de Mito, el mensajero había evitado con intención dar el nombre de su líder de cuadrilla, sino es que él mismo lo era y estaba buscando esconderse. De cualquier forma, había dado un nombre amigo y Sozo debía reaccionar acorde a ello pero con precaución.

-¿Por qué requieres nuestra ayuda? -Cuestionó.

El semblante de Yago perdió la serenidad anterior para tornarse afligido. Si estaba actuando, su desempeño era admirable.

-Fuimos vencidos en una emboscada -dijo-, un miembro de nuestra cuadrilla resultó ser un traidor y nos llevó directo a nuestra tumba. Fuimos pocos los que conseguimos escapar... Sin embargo, nuestras reservas están por llegar a su fin y no podemos acercarnos a los aldeanos sin levantar sospechas y que éstos nos instiguen. Incluso para nosotros es difícil saber quién es aliado y quién enemigo.

Sería tan sencillo creerle, se dijo el capitán. Él quería creerle, se verían expuestos antes de tiempo de ser mentira el relato del aquél hombre frente a él. En ese instante se recordó de la sacerdotisa que estaba de su lado.

-Minako chan -la llamó-, por favor atiende a nuestro invitado -ordenó, dejando en claro con esto que recibía al mensajero como un invitado en su campamento.

-Hai -asintió Kaoru, todavía con el semblante bajo según protocolo.

La mayoría de los soldados presentes abandonaron la tienda, incluido el capitán.

La joven se detuvo frente al hombre y posó el trasto con agua que llevaba en las manos, en el suelo. Sacó un trapo del obi y lo humedeció para limpiarle el rostro al hombre... necesitaba tan sólo un pequeño contacto.

-Tus ojos son azules -dijo Yago, cautivado de momento por las orbes de azul profundo de la jovencita que lo atendía. Ésta apenas y asintió con la cabeza, antes de recibir la charola con la tetera y el té que serviría al hombre, de otro de los sirvientes presentes. Durante ese momento, el mensajero siguió analizando el rostro de la morena. -Pero todas tus facciones son japonesas -siguió diciendo más para sí mismo-. Debes ser mestiza entonces.

Kaoru le ofreció la taza con el té.

-No sabría decirlo, no conocí a mis padres -le dijo, siguiendo su papel.

-Una pena. -Lamentó él, parecía sincero. Suspiró y luego levantó la mano derecha para recibir la taza ofrecida. Kaoru creyó haber estado lista para el contacto, mas el hombre la sorprendió al sostenerle el brazo derecho por la muñeca, justo cuando con la otra mano le quitaba la taza.

-¡Ah!

Kaoru brincó asustada, la mirada del hombre era filosa y parecía cortarla cual cuchillas. La atrajo a él por el agarre y le susurró con una psicópata sonrisa -Aunque siempre hay cosas peores.

Una espada atravesándole el pecho.

La miko se soltó con fuerza de él brincando hacia atrás, hasta caer de bruces al suelo.

-¡Minako! -Le llamó su compañero preocupado y sorprendido, ayudándola a erguirse.

-Lo siento -se disculpó el hombre -no quería asustarte.

Kaoru sintió un escalofrío.

-Está bien. -Consiguió decir con voz firme-. Yo entiendo.

Y tras hacer una educada reverencia, la miko salió con prisa seguida del sirviente que había estado con ella. El hombre -Yago- se quedó atrás, y aunque la joven no miró detrás de sí, fue capaz de sentir sus ojos y su diabólica sonrisa encima de su persona.

...

Hubo un instante en el que Kaoru sintió que se ahogaba.

Incapaz de controlar el sentimiento que la embargó, se alejó hacia la tienda en la que Sano y Katsu la habían ayudado a disfrazarse. Mas al llegar a ésta no pudo entrar. Por el contrario se obligó a respirar pausadamente para conseguir controlar el caos en el que se había sumergido su cuerpo.

Ella no supo cuánto tiempo estuvo así, únicamente haciendo ejercicios de respiración y forzándose a pensar en algo que no fuera la muerte que había evidenciado a través del toque de aquél asesino.

Mas sintió que no había sido mucho tiempo, cuando la voz de Sozo la sacó de aquella burbuja.

-¿Y bien? -Cuestionó el capitán sin rodeos. Cuatro soldados más (probablemente sus dirigentes) le acompañaban, de pie por detrás de él a una distancia prudente.

Kaoru suspiró.

-Es un asesino -declaró, con voz firme pero el semblante compungido-. El grupo de japoneses con ellos, son prisioneros.

La joven permitió que ellos cavilaran sus estrategias ante la situación revelada.

-Nos lleva a una emboscada entonces -señaló uno.

-Necesitamos refuerzos, no podremos solos -dijo otro.

-Deberíamos enviar su cabeza en una pica -sugirió el tercero.

-Eso sería condenar a los rehenes -concluyó el cuarto.

Siguieron así un rato, tiempo suficiente para que la joven sacerdotisa consiguiera volver a serenarse y concentrarse en hacer lo que estaba ahí para hacer.

-Es posible liberarlos aprovechando la trampa -les dijo, interrumpiendo su perorata.

Sozo la miró con intención.

-¿Cómo? -Cuestionó.

Las manos de la joven apretaban con fuerza la tela del oromuji blanco, reflejando en sus ligeros temblores las emociones que ella estaba conteniendo.

-Muéstreme un mapa y se lo explicaré -Contestó.

...

Tan pronto la asistieron con lo que necesitaba, Kaoru marcó en el mapa la ruta que debían seguir, el punto exacto donde se encontraban los rehenes, y el camino que debían evitar si querían salvarse de la emboscada. Más no podía asegurar las armas que encontrarían, aquello quedaba sujeto al ingenio del capitán y su estrategia de ataque.

Sozo decidió que fingirian en inicio seguir la treta del mensajero, mientras movían dos facciones por dos frentes distintos, de tal manera que pudiesen rodear al grupo enemigo. De inmediato comenzó a armar los grupos y dar las órdenes pertinentes; momentáneamente olvidándose de Kaoru hasta que ésta le hubo detenido.

-Iré con ustedes también -Declaró.

-Su excelencia -Le miraron escandalizados los presentes.

-No es un lugar seguro -le advirtió el capitán, como si no necesitará más razones ni elaborar en su respuesta.

Kaoru le miró desafiante.

-¿He de entender entonces que considera correcto enviar a niños al campo de batalla, pero no a mí tan sólo por el cargo que ostento? -Todos enmudecieron, aquello bien podría haber sido una bofetada. -¿Fueron sus palabras anteriores meras hipocresías?

El aludido arrugó el gesto, cerrando las manos en puño y por una vez sintiendo vergüenza de sí mismo.

-Perdóneme, cometí una falta. -Dijo al fin tras un forzado suspiro. -Sin embargo, aún así no puedo permitirle ir al frente.

Ella asintió, sabía cuál sería su lugar en la batalla.

-Lo entiendo -dijo.

Sin mucho que refutar, Sozo dirigió a Kaoru de vuelta con Sanosuke y Katsu, explicándoles la situación, volvió a pedirles el que prepararan a su invitada con la vestimenta adecuada -protecciones más que nada- y que estuviesen al pendiente de ella tan pronto marcharan.

Ambos chicos asintieron. Aunque igualmente no del todo convencidos, admiraron la resolución de la miko, sin saber que ésta era un mar de nervios.

"Kenshin..." Pensó ella. "Perdóname."

...

Resultó que la distancia no era tan larga como habían pensado. Los dos grupos que se habían adelantado ya se encontraban en posición. El grupo de Sozo había salido después, guiados por el mensajero Yago que no sospechaba nada todavía.

El capitán no iba al frente sin embargo, él y Kaoru permanecían a distancia prudente de su guía, casi al final del grupo, Sozo montado a caballo. Sanosuke y Katsu iban a pie a ambos lados de la sacerdotisa pero con unos cuantos pasos por detrás de ésta.

Los ojos del castaño estaban clavados en la espalda recta de ella. Todos sabían en ese punto lo que el don de la miko había logrado.

-Tengo que decir que su poder es una gran ventaja -dijo.

Katsu asintió entendiendo a lo que su amigo se refería.

-Es una bendición -corrigió.

Sano sonrió más ampliamente.

-Con ella aquí podríamos fácilmente ganar la guerra -declaró, pensando en que la miko podría revelarles los planes de sus enemigos.

El moreno por su parte negó con la cabeza, resignado de la ingenuidad de su compañero.

-No creo que funcione de esa forma -Señaló.

Sano le miró confundido.

-¿Por qué lo dices?

-¿No te das cuenta? -Acusó Katsu con incredulidad. -Se presentó aquí como si fuese una misión. Seguro su don no funciona a voluntad.

Aquello tenía sentido, se dijo el castaño, mucho más sentido que sus disparatadas esperanzas. Un nudo se le hizo en el estómago.

-Cuando menos me gustaría pensar que Kamisama está de nuestra parte -Refutó.

Katsu suspiró, pero no pudo negar que él tenía el mismo deseo que su compañero.

-Si tan sólo...

No pudo continuar, ya que en ese momento el estallido de un cañón reverberó por los aires, la explosión se llevó por delante de ellos y casi los alcanza.

-¡Corre! -gritó Sano, justo cuando el caos se desataba.

Ya pasaba del mediodía cuando alumno y maestro volvieron por fin a la posada. Después del encuentro con la cuadrilla de asesinos, Kenshin había apelado por sepultarlos, aunque no muy convencido, Hiko lo había dejado pasar por alto.

Tras esto, ambos habían avanzado de regreso, más se habían detenido a medio camino para almorzar, y al final el tiempo había transcurrido con prisa.

Cuando volvieron a la posada, por tanto, Naoko ya tenía tiempo con la nota que había mandado Katsu. El suficiente para haberse avergonzado del trato que le había dado a la sacerdotisa de Inari -quien además era la protegida del emperador-, recompuesto de la misma pena, y controlarse para preparar un posible grupo de ayuda y/o rescate.

La posada entonces estaba envuelta en un controlado caos.

-¿Cuál es el alboroto? -Cuestionó Hiko tan pronto entró en el edificio.

Su voz y la fuerza de su ki, como siempre, atrajeron la atención del lugar, consiguiendo volver casi palpable la tensión en el ambiente.

Naoko se detuvo en su carrera y le miró nerviosa.

-Lo lamento… -dijo con voz suave, queda -...su compañera...

Kenshin brincó por detrás de Hiko, el corazón pendiendo de un hilo.

-¿Qué sucede con Kaoru dono? -Preguntó, y al instante siguiente comenzó a buscarla intentando sentir la presencia de ésta.

Pero sólo encontró silencio.

-No está... -Dijo, con voz trémula.

Naoko saltó a hablar.

-Se ha desatado un conflicto, en donde se encuentra el campamento de las tropas formadas de campesinos.

-¡!

Alumno y maestro comprendieron lo que ocurría antes de que la muchacha terminara de hablar.

-Su amiga está allá.

"En medio del campo de batalla", pensaron ambos. Kenshin habría salido cual rayo fuera del lugar en busca de su compañera, si no hubiera sido porque su maestro le detuvo antes siquiera de que éste pudiera pestañar

-Quédate. -Le ordenó. -Mientras no consigas dominarte, es mejor quedarte fuera de la pelea. -Después de todo, no podían arriesgarse a repetir los eventos de hacía un año. -Yo iré en tu lugar.

Al joven samurai le tomó un breve y doloroso instante el conseguir serenarse. Se debatió consigo mismo, con la ansiedad y el miedo que sentía, y con la sombra de aquella terrible pesadilla todavía siguiéndole.

-Confío en usted, maestro -dijo al final, con una reverencia.

Su maestro se ajustó la capa blanca y salió de vuelta al camino, a la entrada, uno de los sirvientes de la posada le detuvo, llevando las riendas de un caballo negro.

-Será más fácil si va de esta manera -le dijo el criado, con humildad, consciente de la importancia de socorrer a la sacerdotisa de Inari.

Hiko asintió.

-Si insistes -dijo, y luego tomo las riendas del caballo, partiendo tan pronto lo montó.

Kenshin se quedó a la entrada de la posada, con el corazón en la mano, sin despegar la vista de su maestro hasta que la figura de éste se desvaneció en el camino.

"Nosotros te protegeremos Kaoru dono."

Hundida entre un mar de oscuridad, el eco de viejos fantasmas se abrió paso a través de su mente.

Por ese breve instante, su conciencia permaneció sumergida en un limbo.

"Nosotros te protegeremos Kaoru dono."

Los cañones estallaban a su alrededor, los soldados gritaban y corrían mientras buscaban refugio y atacar al mismo tiempo. El mundo en el que ella caminaba era una cortina oscura donde cada presencia se movía y desvanecía cuál humo.

"Pase lo que pase, tú tienes que vivir."

Había caído al suelo tras el primer ataque. Sozo estaba con ella en un instante y la guío junto con el resto en la retirada. Incluso si podía oír su voz dando órdenes, era incapaz de registrar nada de lo que se decía. Estaba sumergida en otro mundo.

E incluso si las cosas seguían desvelándose cómo sus visiones lo habían dispuesto, la joven era incapaz de detener el pánico que de a poco la iba absorbiendo.

"¡Kaoru dono!"

El pecho le dolía, el aire se sentía pesado. Atrapada entre la realidad del presente y la tragedia de su pasado, Kaoru apenas si podía respirar. Era prisionera de una pesadilla.

"Sanosuke, Katsu, llevénla con ustedes!"

"Su excelencia, sosténgase de mí"

La estaban llevando lejos del campo de batalla, pero aún no, se dijo, aún no era tiempo. Debía detenerse, debía advertirles, todavía había tanto que debía hacer...!

-¡Deben robar los cañones antes de que lleguen los arqueros! -se escuchó decir, y por un breve instante el movimiento se detuvo -Hay un camino escondido por follaje, ellos trataron de ocultarlo, cerca del río.

"Busquen refugio."

Continuaron las voces bajo el agua.

"Envía un mensaje, ¡ahora!

Fue movida otra vez, guiada de nuevo por quienes reconoció como Katsu y Sanosuke; el mundo era todavía negro, una bruma espesa de irrealidad... seguía en ese limbo y no podía salir.

"Kaoru dono, hagamos el encantamiento."

¡Estaba atrapada!

"¡Debes sobrevivir."

Sano y Katsu eran dos sombras que la llevaban casi a rastras a través de aquella bruma; avanzaron por una pendiente, y justo antes de llegar a la cima, Fuu se dibujó por delante de ella.

"Hagamos el encantamiento, Kaoru dono."

Pánico corrió por su venas, había sangre escurriendo por el rostro de su amiga; solo un segundo y luego volvería a su palidez. Su respiración se volvió complicada, la miko sabía lo que ocurriría después.

Una bala atravesó la cabeza de Fuu.

-¡No...! -Gritó.

Su amiga cayó al suelo inerte, desde donde la miraba con ojos vacíos. La lluvia arreciaba, los charcos en el suelo estaban teñidos de rojo, miles de flechas volaban por el cielo.

Kago corrió al lado suyo de repente, apenas una sombra rápida que avanzó por delante de ella... Y fue acuchillado tratando de salvar el honor de Hikari.

-¡Basta! -rogó la miko.

Un grito por detrás de ella, y tras voltear la mirada hacia éste, Yuta estaba de pie recibiendo la estocada que terminó con su vida... Y de pronto la lluvia se había convertido en fuego, las llamas se elevaban encerrándola en una prisión ardiente.

"Debes vivir."

Kaede.

"Tienes que vivir."

El pecho de la mujer abierto, la sangre manando.

-¡Ah!

Kaoru cayó al suelo.

Luchando contra el agarre de sus compañeros, no hubo fuerza que pudiera sostenerla. El llanto crecía y crecía en su centro.

No había estado lista...

No había estado lista para envolverse en la batalla y ahora pagaría el precio.

-¡Aaaahh!

...

-Katsu algo le pasa a Kaoru.

Habían estado corriendo sin detenerse, ambos sosteniendo en principio a la miko, hasta que fue necesario el defenderse al cruzar con enemigos. Sanosuke se había quedado cerca de Kaoru mientras Katsu los defendía lanzando bombas de humo que les permitieron escapar en direcciones convenientes cada que surgía la necesidad. Ambos la llevaban conscientes de que su deber era protegerla, pero había sido Sano quien había notado el cambio en la sacerdotisa.

Katsu se volvió a ellos y se acercó hasta la joven para analizarla. Observó las cortas y continuas respiraciones que hacía, las pupilas dilatadas y el temblor de su cuerpo, su boca abierta...

-¿Qué tiene? -Presionó Sano, con un temor diferente comenzando a filtrarse en sus venas. -¿Qué le sucede?

-Creo es un ataque de pánico -Contestó él moreno.

Debía ser bastante obvio, pensó el castaño, él mismo se sentía que se desvanecería a cualquier instante, había un constante ruido en sus oídos que le hacía notar todo con una terrible claridad.

-¿Y cómo lo detenemos? -Preguntó desesperado.

Katsu lo pensó, echando una furtiva mirada a sus alrededores y calculando la distancia hasta zona segura.

-Primero debemos ponernos a salvo. -Dijo, luego puso una bomba de humo en la mano libre de Sano. -Escucha, no saben que somos los tres, únicamente están intentando averiguar nuestros números, saldré en dirección opuesta, rumbo a los cañones.

-¡Es un suicidio! -Negó de Sano escandalizado.

Más el moreno ya estaba comenzando a prepararse para partir.

-No tenemos mejor plan, y sabes que soy escurridizo. Además, eso te dará la oportunidad de salir corriendo con ella. Ve hacia el campamento, sólo ahí podrán ayudarla -concluyó levantándose.

-¿Y mientras tanto? -Exigió saber, sin lamentar en este punto el que su voz sonase aguda.

Katsu no tenía respuesta para éso, y el tiempo era escaso, así que echó a correr mientras contestaba.

-¡No lo sé! -Gritó. -¡Prueba a distraerla!

-¡Katsu!

Sano no pudo gritarle más.

Si quería correr detrás de él debía primero deshacerse de Kaoru y no podía hacer eso. El muchacho se inclinó con ella en cuanto el plan de su compañero dió resultado y los disparos comenzaron en la dirección de este último. Debía esperar antes de moverse, pensó Sano, y debía calmar a Kaoru mientras tanto. Se volvió a mirarla, la joven no estaba mejor que hacía unos breves instantes atrás; si acaso la desesperación y el miedo eran mucho más palpables en su cuerpo.

-Debemos esperar, miko sama, intenta respirar. -Kaoru por el contrario respiró más rápido, en su condición era incapaz de reaccionar como debía. Sanosuke se golpeó mentalmente. -Eso fue estúpido, lo sé. -Reconoció, haciendo un esfuerzo descomunal por aparentar estar tranquilo, sentía que por dentro estaba igual de asustado que ella. -Tengo que controlarte primero. -Pensó en voz alta.

Sanosuke la abrazó entonces intentando contenerla, con fuerza.

-¡Aah! -Kaoru gritó en respuesta.

Sano la soltó al instante siguiente, ambos cayeron al suelo, el sobre su trasero y ella sobre sus rodillas y manos.

-¡Ah! Grave error… -Dijo. Sintiendo de pronto que el pánico se apoderaba de él también. -¿Qué hacer? ¿Qué hacer? -Era ahora un mar de nervios. Y no era ignorante sobre lo que pasaba a alguien que se hiperventilaba. Debía actuar pronto. -Distraerte… ¿cómo exactamente? -Se quejó, manos hundidas en su melena castaña... Entonces tuvo una idea, una que seguramente alguien más calificaría de estúpida, aún más al ver cómo la joven se sumergía más y más en aquella desesperación y la fuerza de sus lágrimas. Se decidió entonces, no podía pensar en ninguna otra opción de cualquier modo. -Ahí voy "pero es nada, supongo", pensó para sí mismo.

Luego tomó a la joven por los hombros y la irguió hacia el con una sacudida, consiguiendo el que ésta le mirara a los ojos.

Al instante después la besó.

...

El pasaje había estado justo donde la sacerdotisa de Inari les había indicado. Además, gracias a la adrenalina de la batalla -o algún tipo de milagro por parte de Kamisama- no habían demorado mucho en encontrarlo.

Los tres grupos atacaron por los frentes dispuestos previo al asalto, y pronto consiguieron apaciguar los cañones. En medio del caos, el mensajero Yago había caído muerto. Lo mismo por ambos bandos opuestos, aunque por suerte las bajas seguían siendo menos por el lado del Kiheitai.

Sozo fue obligado a permanecer en la retaguardia, como correspondía a su cargo dando indicaciones y órdenes a sus soldados. Pronto llegó la noticia de que habían conseguido liberar a los prisioneros.

El capitán rezó porque sus adversarios que aún seguían de pie, se rindiesen pronto.

...

Sanosuke volvió a caer al suelo de sentón; consiguiendo mantenerse algo erguido al meter los codos para frenar su caída, incluso si lo que quería era atenderse el ardor de la mejilla que ahora le punzaba.

Nunca antes nadie le había dado una bofetada. Y mucho menos una con la fuerza necesaria para tumbarlo al suelo.

-Se suponía debías cerrar los ojos -se quejó.

Difícilmente había sido un beso. Mas sin duda había sido impropio. Y a pesar de eso, había dado el resultado deseado.

Kaoru estaba de vuelta en el mundo presente, salvada del horror del otro lado del mundo.

Mas aún estaba lejos de estar tranquila.

-Eso fue... -empezó, la voz apenas un hilo tembloroso.

Sanosuke saltó al instante-

-¡No te alteres de nuevo! -Ordenó, agradeciendo el que su voz saliese con la autoridad suficiente para conseguir el que ella le obedeciera. -Sabes por qué lo hice y ya me golpeaste una vez. ¿Estás mejor? -Kaoru seguía llorando y temblando, mas su respiración era casi acompasada. -Eso supuse.

-Sácame de aquí -pidió con un sollozo.

Él asintió.

-Con gusto.

-¡Ah! -Kaoru se exaltó al ser levantada en vilo.

Sanosuke no había perdido tiempo en tomarla en brazos.

-Sujétate fuerte -le dijo.

Y la miko asintió con la cabeza antes de rodearle el cuello con las manos. Luego, Sanosuke echó a correr con ella.

No era la primera vez que la llevaban de aquella manera y la joven no pudo evitar pensar nuevamente en los fantasmas de un año atrás.

"Kenshin", pensó. "Por favor, no me veas así."

-Parece que vamos ganando -La voz de Sano la sacó de sus pensamientos. -Sin duda esa información que le diste al Capitán Sagara fue de muy buena ayuda.

Visiones.

Atisbos de un futuro que incluso si mejoraba por ratos, no lograría cambiar del todo. Ella negó con la cabeza.

-No será suficiente -declaró.

-¿Cómo?

-Volverán a atacar por la noche, traerán un segundo escuadrón -le explicó.

Sanosuke se detuvo entonces y la miró con atención, analizando la gravedad de la tristeza que mostraba. Luego, sus labios dibujaron una sonrisa.

-Estaremos mejor preparados para entonces, no te preocupes. -Aseguró, volviendo a sorprenderla. -También nosotros tenemos aliados.

La profundidad de aquellas orbes castañas brillaba con una sinceridad que la conmovió. Era un eco diferente el que escuchaba cuando miraba a este chico, se dio cuenta ella.

"Tienes que vivir por Kenshin."

Parecía que las lágrimas seguirían cayendo aunque por un motivo diferene.

-Mm… -Asintió al fin.

-Hey, descuida, ya casi estamos cerca. -Le aseguró con ternura, como un familiar lo haría. -Te llevaré, te lo prometo. -Juró, y luego echó a correr de nuevo. -Déjamelo a mí, jouchan.

Su corazón se estrujó en su pecho.

...

"Tienes que vivir por Kenshin, Jouchan."

El segundo grupo había ido en favor de los rehenes. Iban ahora de vuelta usando carros que habían encontrado en el campamento enemigo -apenas un montón de ruinas en medio de lo que alguna vez había sido una aldea-, cuando una comitiva de seis soldados enemigos con rifles les hicieron frente, evitando el que avanzaran y consiguiendo herir a los pocos que iban al frente.

Corriendo a buscar refugio, mientras otros se cubrían inútilmente con las manos, esperaron a recibir la segunda tanda de balas.

Misma que nunca llegó.

-Así que mis sospechas eran ciertas.

El grupo que había sido salvado miró entonces con incredulidad al hombre que se erguía por delante -a metros de distancia- de ellos, espada desenvainada, y los cuerpos inertes de los seis soldados a sus pies en una línea -en el orden en el que habían estado formados disparándoles-.

-Increíble -exclamó el general a cargo. -¡Identifíquese! -Gritó después.

Hiko recién había limpiado su espada cuando otra voz habló entre los soldados, un reconocido hombre que avanzó al frente.

-No es enemigo -dijo.

-Maestro Shaku -le reconoció el oficial.

Hiko elevó una ceja antes de sonreír de medio lado.

-Oh, no esperaba encontrarte aquí, viejo amigo -le dijo.

-Debí suponer que estarías con la sacerdotisa -Contestó en su lugar el forjador de espadas.

Hiko gruñó, sonrisa olvidada.

-Es al contrario, ¿está a salvo?

-Estamos esperando aún. -Le dijo tras un breve instante de sopesar sus palabras. -Ven conmigo, la pelea ya terminó según veo, y es al frente donde encontraremos respuesta.

La batalla apenas y había durado poco más de una hora. Incluso si había sido un enfrentamiento controlado, la diferencia en armamento y organización bélica había prolongado la pelea.

Pero habían ganado, y los rehenes ya avanzaban hacia el campamento. Sagara Sozo volvía entonces con el grupo principal, el que había enfrentado de frente a quienes habían pretendido emboscarlos. Ahora debía contar las bajas y planear sus actos a seguir.

-¡Capitán Sagara!

El aludido levantó la vista y visualizó a su protegido más allegado.

-¡Sanosuke! -Y tras ver el estado de este y la joven en sus brazos, desmontó y echó a correr hacia ellos. -Kaoru sama…

La joven estaba pálida, con los ojos rojos por el llanto; sus manos sostenían débilmente el gi del muchacho, incapaces ya de abrazarse a éste.

-¡¿Qué ocurrió!? -Exclamó descolocado.

Un pequeño grupo se acercó a ellos igualmente, intentando ayudar.

-Entró en pánico -contestó el chico-. Logré calmarla un poco, pero sigue muy aturdida.

-Hay que llevarla dentro -indicó uno de sus hombres, un experto en medicinas.

Sozo asintió, temeroso de que la condición de la joven empeorara. Mas antes de poder moverse siquiera, fueron interrumpidos.

-Será mejor que sea yo quien la lleve.

El corazón de la joven sacerdotisa brincó en alarma al reconocer la nueva presencia. Todos habían volteado a ver al hombre que se erguía por detrás de ellos, todos menos Kaoru, quien tuvo que recuperar algo de su valor antes de poder mirarle con el semblante bajo; como una hija que sabe que está por recibir un castigo de su padre.

-Hiko… sama… -le habló.

El hombre, al notar el cambio en honorífico, frunció el gesto aún más.

Estaba molesto.

-Tienes mucho que explicar, niña -le dijo.

-¿Y tú quién te crees que eres? -Reclamó Sanosuke, quien al llevar a Kaoru en brazos, no había podido pasar por alto el temblor de ésta ante la presencia de aquél hombre. Sentía que debía protegerla.

Arai Shaku que iba al lado de Hiko, fue quien le reprendió.

-Más respeto Sanosuke.

Hiko le detuvo con una mano, con un pequeño interés en el ki que despedía el chiquillo frente a sí.

-Este hombre es temporalmente el guardián de la niña que tienes en tus brazos -le dijo con arrogancia.

Por respuesta, el muchacho le miró con mayor recelo.

-Capitán, no confió en él.

Sozo tampoco se veía muy confiado, para ser sinceros, más no era un niño como Sanosuke y no se podía permitir moverse a raíz de meros impulsos o presentimientos. Así que en su lugar volteó a mirar al forjador de espadas que llevaba meses siendo su aliado.

-Maestro Shaku, ¿es eso cierto?

Shaku asintió con solemnidad, y eso fue todo lo que el capitán necesitó para entender lo que debía hacer, se giró a su protegido.

-Sanosuke -le ordenó.

-¡Pero! -brincó éste al instante, mas fue la joven todavía en sus brazos, la que le detuvo al llamar su atención tomando su rostro. Sano la miró incrédulo. -¿Estás segura? -Kaoru asintió. Él suspiró resignado y avanzó hasta donde estaba Hiko. -Necesita atención médica -le informó, aunque sonó más como si estuviese dándole una orden.

-Seguro -dijo Hiko, evidentemente ignorándolo.

Antes de que Sanosuke le entregase a Kaoru, Hiko presionó el cuello de la miko por detrás.

-¡Ah!

Al instante siguiente la sacerdotisa cayó inconsciente.

-¿Pero qué? ¿Qué hizo? -Reclamó Sano, aunque incapaz de evitar el que entonces el hombre le quitase a Kaoru de los brazos.

"Has causado demasiados problemas", pensó para sí Hiko mientras veía el rostro de la miko.

Sozo se acercó entonces.

-Ella mencionó venir de incógnito. Será mejor respetar esos deseos. -Dijo, Hiko asintió. El capitán se giró hacia sus hombres. -Ninguno de nosotros ha visto nada.

Todos asintieron.

Incluido Sano, aunque él lo había hecho a regañadientes.

El camino de regreso a la posada fue mucho más lento y tranquilo, considerando los eventos previos. Kaoru pasó el recorrido inconsciente, sentada al caballo por delante del maestro de Kenshin, sostenida por éste para evitar el que cayera. Mas el efecto pasó conforme estuvieron más cerca del edificio. Desde lejos, se alcanzaba a ver perfectamente al grupo de personas que esperaban afuera.

Seguro era que, aunque las actividades de la taberna seguirían, mas de un miembro de aquél lugar se sentía responsable por no haber reconocido a la joven miko y el que la misma se hubiese visto inmiscuida en un enfrentamiento del grupo que los aldeanos mantenían en secreto del gobierno del shogún.

-Son un par de idiotas -dijo Hiko al sentir la vibración del ki de la morena, sabiendo que ésta ya estaba despierta.

Kaoru apretó el gesto. El corazón palpitaba apesadumbrado en su pecho. A pesar de sus visiones, no había conseguido dominarse a sí misma y, por el contrario, había estado cerca de perder la vida.

-Al menos tú lo reconoces. -Siguió el hombre. -Y esa es una de las razones por la que eres buena para él.

El nudo en su garganta volvió a formarse, y la miko sintió que seguiría llorando toda la noche. El sol ya se estaba ocultando cuando llegaron por fin a la posada. Kenshin, que había estado de pie a la entrada de la posada, había salido corriendo hacia ellos tan pronto les sintió.

-Yo no gasto las palabras, más vale que les prestes importancia -advirtió Hiko.

-¡Kaoru dono!

Todo el ser de la joven se estremeció al escuchar su nombre en los labios de Kenshin, pero aún más debido a la preocupación que lo envolvía.

-Ese chiquillo, mi baka deshi te necesita. Y tú lo necesitas a él.

Las lágrimas resbalaron al fin. Kenshin estaba a pasos de distancia.

-No cometas el mismo error que tus predecesoras -fue lo último que el hombre le dijo, antes de que su discípulo los alcanzara.

-¡Kaoru dono!

Hiko desmontó junto con la joven, y sin importar el pulso errático en el ki de su alumno, no le permitió acercarse a ella. Kaoru por su parte, se escondió en el pecho de quien entonces fungía como su protector.

-Déjala descansar. -Le ordenó su maestro.

-¡Shishou! -Quizo reclamar, era un manojo de nervios.

-Ya habrá tiempo para tus preguntas -le cortó Hiko.

Naoko, junto con el médico que habían mandado llamar ya le esperaba adentro.

-Por aquí, por favor.

Kenshin se quedó de pie con el corazón pendiéndole de un hilo.

Había agonizado por horas rogando por el bienestar de su amiga e incapaz de controlar el montón de pensamientos trágicos, que le habían dominado durante todo ese tiempo que estuvo esperando.

Nunca antes se había sentido tan desconectado y solo como lo hizo en aquellas horas. Tan inútil... Tan indigno...

-Kaoru dono -suspiró.

Sus manos, que habían sido un manojo de nervios horas antes, apretaban con fuerza la cinta azul que sostenía su espada.


*Líder de los rebeldes de Tengu durante la Rebelión de Mito.

A/N: so far... I'm working on how to turn this into a doujinshi, any ideas?