Por fin la tercera parte. Por cierto que me disculpo por adelantado por las descripciones de peleas, siempre he sido pésima para tal tarea. So... sorry!

TamashiHimura... No sé qué me salga más barato: si las terapias o la escritura de un final feliz KenKao xD ntc... te puedo asegurar que si bien hay partes angsty, no es una tragedia... casi...

w4k0 bienvenido de vuelta, y sí, efectivamente es Enishi! *o*

Disclaimer: Los personajes pertenecen a su respectivo dueño -Watsuki-.


"Ya no somos niños pt. 3"

Marzo, 1865

Aquél día el cielo estaba lleno de nubes, el aire era frío y, si bien era temprano en la mañana, no se veían rastros del sol en aquél nublado paisaje. Tomoe pensó que sería un buen día para morir.

Se había levantado temprano acorde a lo estipulado para el evento de aquél día. Junto con el resto de los miembros del clan Kiyosato, navegó por la casa atendiendo y organizando las labores de la cocina, los asientos a disponer para los invitados que tendrían y, finalmente, de vestir a su marido para el encuentro que se llevaría a cabo en el jardín seco.

Mientras abrochaba una a una las protecciones de la armadura de Akira, Tomoe sentía que estaba reviviendo los capítulos de otra vida, cuando todavía moraba en la casa de su padre y su madre aún vivía. Tomoe era samurai, eso no había cambiado; mas sus obligaciones se habían visto reducidas cuando entró a la familia de su tía, y después tras su matrimonio habían aumentado. Habría deseado el poder evitar el que su esposo fuera parte del conflicto que ocurría, sin embargo entendía cuál era su deber como su esposa. Lo que se esperaba de ella.

Tomoe era samurai.

-Está bien, no debes preocuparte Tomoe.

Las manos de Akira sostenían las suyas con gentileza, pero firmes. Protegiéndola con tal gesto de la desesperación que se había comenzado a apoderar de ella; ni siquiera se había dado cuenta de su sentir sino hasta que él la había detenido en su labor de ajustar las cintas del costado derecho. Akira la miraba con comprensión.

Se obligó a calmarse.

Ella era samurai, se dijo.

-¿Por qué la armadura entonces? -cuestionó, su voz firme a pesar de la agitación que sentía.

Él terminó de ajustar la última correa, aquella que ella había desistido de intentar atar.

-Precisamente para evitar un accidente. -Contestó. Luego la miró otra vez con aquellos ojos llenos de calma. Levantó una mano y le acarició el rostro. -Está bien, contigo a mi lado, sé que todo saldrá bien.

Apenas habían regresado el día anterior, cumpliendo el tiempo que debían permanecer en Edo, aquella ciudad que se había convertido en un infierno por las noches. Había estado contenta de volver, de alejarse de aquel campo minado. Sin embargo, con todo lo que estaba por ocurrir, no pudo evitar preguntarse si no había dejado un campo de guerra para entrar en otro.

-Ten cuidado, anata (cariño). -Pidió. Consciente de que su deber la obliga a ser fuerte y apoyarlo en cualquier cruzada que el decidiese hacer suya.

Uno de los sirvientes les informó entonces de la llegada de Kondo Isami y dos de sus capitanes. Con el corazón pesado, Tomoe siguió a su esposo hacia el jardín seco, donde los asientos ya habían sido dispuestos y los invitados conversaban con el nuevo líder del clan, Kiyosato Shinji.

Costaba creer que apenas y tenía quince años. La última vez que ella lo había visto había sido medio año atrás, cuando había terminado su encargo con la sacerdotisa de Inari -Kaoru dono- e incluso entonces ya se notaba el cambio en el actuar del chico; quien no sólo había demostrado madurez, sino habilidades de liderazgo. Y, al mismo tiempo en que lo admiraba, también era cierto que le había empezado a cosechar cierto recelo tras que el mismo comenzara a tratar a Enishi como uno de sus hombres.

-¡Hermana!

La morena se sobresaltó al descubrir a su hermano menor llegando por el pasillo contiguo en compañía de dos sirvientes, uno de ellos un samurai a cargo de su protección. Akira ya se había dirigido hacia Shinji, por lo que la mujer no pudo cuestionarle (sino bien reclamarle) la presencia del menor en aquél encuentro.

-¡Enishi! -Exclamó, recibiendo al joven sosteniendo su manos, un abrazo no era propio. -¿Cuándo llegaste?

-Apenas esta madrugada. No podía perderme por nada el encuentro de mi hermano. -Respondió, con su sonrisa ladina, la cual se había hecho una costumbre en éste. Tomoe sabía que su hermano había comenzado a alimentar su ego tras el inicio de su entrenamiento ocho meses atrás. Entonces el menor notó la tensión de su hermana mas no supo interpretar la molestia de ésta. -¿No tienes miedo, o sí?

No. Se dijo ella. Lo que sentía era molestia. Pero una esposa, y menos una que es samurai, no debe mostrar sus emociones. Debía permanecer serena y dar una respuesta apropiada, mas sentía que las palabras la eludían.

Para su fortuna el patriarca del clan llegó justo para salvarla.

-Es normal el que tu hermana esté preocupada -dijo, al hacerse presente en la engawa-, su naturaleza de mujer la vuelve mucho más sensible.

-Honorable padre. -Saludaron ambos hermanos adoptivos con la debida reverencia.

Éste era el hombre que había hecho posible su matrimonio con Akira, y el mismo que había consentido el recibir no sólo a Tomoe en su familia, sino también a Enishi, otorgándole el apellido del clan. La joven le tenía gran estima, pues había sido alguien que se había mostrado gentil, era fácil olvidar que décadas atrás había sido un fiero samurai. Un general que traía la muerte consigo.

-Descuida -le dijo él, tomando su mano en las suyas propias, y mirándola con cariño-. Shinji tiene un acuerdo con Kondo san, no se atreverá a hacerle verdadero daño.

El corazón le latió en alivio, y asintió con la cabeza como respuesta. Los tres se dispusieron entonces a tomar asiento en los lugares designados. Enishi fue el primero en descubrir las identidades de los dos capitanes que acompañaban a Kondo Isami, el general del Shinsengumi.

-Ésos son…Saito Hajime y Okita Souji. -Exclamó sonriente. -¡Increíble! Van a concederle un gran honor a Akira onisan. ¿No es fantástico onesan?

"No me gusta." Pensó la joven.

Ambos capitanes sonreían, aunque era difícil tomar el gesto como sincero. Los dos dispusieron permanecer en pie aun cuando su general tomó asiento. Shinji por su parte, ya había avanzado hacia Akira.

-Sólo necesitas conectar un golpe -le dijo, entregándole la espada que usaría-, o bien mantenerte en pie durante al menos tres minutos.

Akira ahogó una risa.

-Algo me dice que será más sencillo lo segundo. -Declaró.

Había un brillo en su mirada de determinación que impidió el que Shinji refutara nada. "Mejor", se dijo éste. "Mejor que esté preparado para recibir cualquier cosa, incluso la muerte."

Shinji volvió a su lugar junto a su padre, en la plataforma dispuesta para el encuentro de ese día, misma desde donde podrían observar la batalla sin perder detalle de ésta. Saito hizo un último comentario a Soji y se acercó hasta la plataforma junto a su general, permaneciendo de pie.

Kondo analizó la escena frente a sí. Luego, se permitió un comentario hacia el exgeneral Kiyosato que permanecía sentado a la derecha de su hijo mayor.

-Es bueno ver que se encuentra en buena salud. -Soltó.

Shinji apretó el gesto, más que consciente de la insinuación en las palabras del líder de los shinsengumi. No había sido el único en cuestionar el retiro de su padre a una edad en la que se consideraba todavía podía pelear. Se obligó a no responder y a mantener la mirada al frente, Tomoe hacía lo mismo, se dio cuenta.

-Sin duda una bendición de los dioses -respondió el exgeneral, que contrario a su hijo había conseguido mantenerse sereno, sin reacción aparente a la provocación-, aunque en mi caso el tener salud no significa mantener la fuerza lamentablemente.

Okita saltó al oír esto.

-Seguro extraña la batalla -dijo- debe ser aburrido permanecer sin hacer nada tanto tiempo.

Aquello era una impertinencia, mas fue Saito quien le regañó.

-Okita, no seas imprudente -pidió, todavía sonriendo -no podemos inquirir en lo que hace un noble exsamurai tras las puertas de su casa. No es propio.

Silencio.

¿Qué podían responder? Volvió a lamentar Tomoe. Ella sabía que de los clanes pro-tokugawa, Kiyosato era el único que había sido dudado de su lealtad al shogún. Por ahora sólo podían aguantar los insultos.

-Lo lamento Saito san -contestó Okita, y por un instante su expresión pareció sincera-, sigo siendo un chiquillo después de todo. -Luego se dirigió al exlíder del clan-. Disculpe general.

El aludido le restó importancia con un gesto de la mano; consiguiendo el que la atención volviera al encuentro.

Ambos hombres -Okita y Akira- adoptaron las posturas, uno de ataque y otro en defensa, como correspondía a quien aspiraba a ser un guardaespaldas.

El corazón de Tomoe latía lentamente, al tiempo en que su palpitar se hacía más presente hasta sentirlo retumbar en sus oídos.

"Por favor que mis plegarias te encuentren… Kaoru dono." -Rogó.

Luego el duelo comenzó.

Okita pareció dar sólo un paso al frente y luego moverse como un rayo. En realidad había dado un salto, para luego girar hacia su derecha y ejecutar un ataque en diagonal hacia el costado derecho de su oponente. Akira apenas y fue capaz de percibir los movimientos del chico para esquivarle en el último segundo.

Metal chocó contra metal. Las vainas se deslizaron y Okita volvía a alejarse; un brinco hacia atrás y de vuelta al combate. Una estocada recta que bien pudo haber partido en dos el rostro de su enemigo si éste no hubiera aprovechado el momentum del golpe anterior para agacharse y girar sobre el suelo, corriendo para atacarle por la espalda. El capitán del shinsengumi saltó hacia arriba antes de que Akira consiguiese golpearle; consiguiendo aterrizar por un segundo en la hoja de su contrincante para luego saltar de regreso al suelo.

Inmediatamente después adoptó una posición bato. Y esperó.

Tomoe sentía que el aire se había vuelto pesado y denso, le costaba respirar. Era capaz de sentir el mismo shot de adrenalina que su esposo sentía entonces. Tras la máscara de protección, Akira sudaba, mientras respiraba por la boca. No. Jadeaba sería más correcto. Su espada se mantuvo firme por delante de él, sujeta por ambas manos.

¿Cuánto tiempo había pasado? Dudaba poder conectar un golpe, pero si lograba mantenerse de pie el tiempo justo… "No." Se dijo. "No." Repitió. "Todavía me queda una técnica", se convenció. Y en su centro sintió su determinación darle fuerza. Debía analizar a su oponente, descubrir la mejor manera en la que podría desarmarlo o cuando menos defenderse de sus ataques.

Okita era delgado y de estatura baja, lo opuesto a su propia psique, pensó Akira. Debía aprovechar la libertad con la que éste se movía en su favor.

Respiró hondo y le enfrentó.

Okita se preparó. Akira corrió hacia él dispuesto a atacarlo de frente, el capitán sonrió -igual que lo hicieron sus compañeros-, Shinji frunció el gesto. La espada de Okita se desenvainó con un rápido movimiento, pero de pronto Akira ya no estaba frente a él, se sorprendió. Había sido una finta.

El moreno había derrapado a un paso de distancia, girado su cuerpo tan pronto pasó de su oponente, erguiéndose lo suficiente para golpear con el mango de su katana directamente al antebrazo del castaño. Éste apretó el gesto en dolor, mas resistió para responder con la mano que sostenía la empuñadura y golpearle con ésta. Akira cayó al suelo.

Obviando el dolor punzante en su brazo -el cual se había reducido a un hormigueo-, Okita agitó la espada y se preparó para volver a atacar, espada elevada al cielo. Akira apenas y había conseguido volver a ponerse de pie.

Tomoe cerró los ojos.

La voz de Kondo Isami reverberó por todo el patio.

-¡Suficiente! -Ordenó.

Okita se detuvo en el acto. Pero sus ojos seguían teniendo un brillo desquiciado.

-¿Eehh? -Exclamó en reproche, como un niño que no entiende las palabras de un adulto. -Datte (pero)… apenas empezamos a calentar.

Saito -cuya sonrisa se notaba más tensa- le contestó.

-Okita, mira tu mano izquierda.

El aludido hizo como le indicó su compañero y se sorprendió con la fina cortada a la altura de la muñeca, dicha herida sangraba.

-¡Eeehh! -exclamó con admiración. -Ni siquiera lo noté.

Tanto el general de los shinsengumi, como el líder del clan Kiyosato ya se habían puesto de pie y avanzaban cada uno hacia su respectivo samurai. Tomoe, que había vuelto a abrir los ojos tras la orden de Kondo, no había sido capaz de levantar la mirada de su regazo, donde sus dos manos -aferradas la una a la otra- todavía temblaban.

-Como guardaespaldas sin duda será útil. -Escuchó decir al general. -Espero poder contar con su apoyo en dos noches.

Akira, que ya se había puesto de pie con ayuda de Shinji, y deshecho de la máscara de protección; se inclinó en una reverencia hasta la cintura.

-Será un honor. -Respondió.

El general asintió.

-No sabía que estaba entrenado en judo. -Dijo.

El moreno tuvo a bien mantenerse sereno, sin reaccionar ante la evidente trampa.

-No lo estoy. -Contestó, para sorpresa de los presentes. -El movimiento es parte de una técnica de defensa que estudié durante mi estadía en Edo. El maestro de tal dojo, se enfoca en enseñar técnicas de defensa.

Tomoe al fin lo miró, con genuina sorpresa, y quizá un deje de preocupación. Ella sabía, por supuesto, a quién se refería Akira.

-Muy apropiado para un futuro guardaespaldas. -Aportó Saito. Su sonrisa volvía a ser ligera.

Tomoe aprovechó entonces para interrumpir, poniéndose de pie, recordando de pronto cuál era su deber.

-Será un honor que nos acompañen al desayuno. -Les dijo, con la debida reverencia.

-Todavía tenemos tiempo. -Aportó Okita que ya había envainado su espada. -La ceremonia se dispuso para después del mediodía.

Kondo asintió.

-Vayamos entonces.

La joven dio una indicación a los sirvientes que esperaban en la engawa y éstos se movieron tan pronto recibieron la indicación. El grupo comenzó a avanzar. Tomoe deseaba abrazar a Akira y desahogar el miedo que había sentido, pero ya habría tiempo después, se convenció.

Entonces Enishi saltó por detrás de ella.

-¡Desearía poder ser parte del shinsengumi! -Exclamó.

Tomoe se escandalizó.

-¡Enishi! -Le llamó la atención, en parte porque no eran educadas sus palabras y en parte porque no deseaba que aquel deseo se viese cumplido, especialmente ante tales presencias.

Para su mala suerte, Saito Hajime había escuchado al menor. Todavía sonreía cuando le habló al niño, mas sus ojos se mantuvieron fijos en ella.

-Tal vez lo seas -dijo-, en un futuro muy, muy cercano.

Incluso si Enishi saltó de felicidad entonces, Tomoe únicamente fue capaz de sentir el frío del miedo calándole los huesos.

Cuando el desayuno concluyó, y las bandejas de comida se reemplazaron por las bandejas de té, el sol por fin se había hecho presente en el cielo. Su brillo era opaco, sin embargo, como si estuviese mucho más distante que de costumbre. Tomoe pensó que aquél pequeño regalo era más bien cruel.

Akira había sido despachado para cambiarse las ropas y limpiarse el cuerpo. Mientras que ella debió permanecer hasta que las tazas fueron servidas y su presencia dejó de ser requerida. No deseaba abandonar a Enishi con tal compañía, mas tras sopesar sus opciones, decidió que demandaba más averiguar las intenciones de su marido.

Cuando llegó a la habitación, el shoji estaba a medio abrir y su esposo terminaba de atarse el obi de una yukata fina de color negro. Sin poder evitarlo, admiró la figura del hombre al que amaba antes de conseguir el temple necesario para enfrentarlo. Había crecido en músculo y sus movimientos se habían vuelto mucho más fluidos y certeros, como si se negase a hacer movimientos innecesarios.

-¿Vas a decirle? -Soltó, directo al grano. Akira se quedó quieto al escucharla, hasta ese momento no la había sentido. -Él va a preguntar. Lo sabes.

¿Cómo explicar lo que sentía Akira en ese momento? Por un lado se despreciaba a sí mismo de tener que seguir los engaños políticos, por otro, entendía que el honor le dictaba y sentía, sin querer, irritación ante las preocupaciones de su esposa.

-Él tiene espías, Tomoe. -Respondió con tono seco, todavía de espaldas a ella.

La morena no se acobardó.

-Y aún así, hay secretos que no son dichos para escucharse.

-Es necesario-

-Ella misma no lo sabe. -Le cortó, elevando la voz una octava.

Se hizo un corto silencio.

Uno que remarcó la línea que se había comenzado a pintar en medio de ellos. Todavía era difusa e incierta, pero estaba ahí, remarcada en la tensión de los cuerpos de ambos; en el recelo que se respiraba en el aire entre ellos.

Al final él suspiró.

-Por lo que no se lo diré a ella. -Declaró.

Tomoe sintió una ira que le atravesó el pecho como un rayo.

-¡Es Kaoru dono! -Reclamó, ya incapaz de no gritar. -La misma jovencita por la que desarrollaste sentimientos. -Le recordó, su cuerpo temblaba en desesperación, y algo más...

Celos.

Akira se giró hacia ella y un rápido movimiento la sujetó de los hombros.

-¡Tomoe! -Ella se negó a mirarlo. -Te elegí a ti. -Su voz era tensa y angustiosa. -Incluso ahora. Jamás debes dudarlo.

La mujer se mordió el labio inferior, obligándose a no llorar. Ella era samurai. Obligándose a mantenerse de cierta forma serena. Ella era samurai. Concentrándose en no perder el objetivo de aquél enfrentamiento. ¡Ella era samurai!

-Lo sé. Soy tu esposa. -Contestó al fin, con dificultad. -Y por tanto sé que esto te lastimará tanto como a ella.

Se sentía pequeña. Hasta cierto punto derrotada. …Pero debía insistir. Tenía una deuda con la sacerdotisa de ojos azules. La dulce niña que no sólo había salvado las vidas de su tía y su sobrino; sino también la de su ahora marido y la de ella misma. La jovencita que en más de una ocasión le había enseñado a ser fuerte, la había motivado a resistir.

Fue por esto que las palabras siguientes de su marido le rompieron el corazón.

-Tengo un deber que cumplir.

-¡Akira! -Por fin lo miró. Sus manos volaron al rostro de él. Sus ojos derramaron lágrimas. -Si dices esta verdad de ella… vas a matarla… -Tomoe sabía que sería así. Akira sabía que sería así. El secreto que él había descubierto tras su estadía en Edo, quizá pudiera ser una pieza clave para asegurar la prosperidad del clan. Sin embargo, un secreto que era una trampa también era una traición. -¡Ella no lo sabe…! -Sollozó.

Akira suspiró con pesadez y evidente tristeza. Su mujer creyó que había logrado convencerlo. Él la miró con pena, le tomó ambas manos en las suyas propias y le besó los ojos y después los labios. Mas cuando hubo retirado las manos de su rostro, sus ojos habían adaptado un gesto severo.

-O la entrego a ella… o te pierdo a ti.

-¡Ah!

Sin poder decir nada más que no acabara por quitarle la poca fuerza que le quedaba, Akira se soltó de Tomoe y abandonó la habitación en dirección de la sala del té, donde los invitados aún seguían.

Tomoe se llevó las manos al pecho. Aquella fue la primera vez que el tanto se sintió pesado oculto entre sus ropas.

"Eres samurai", repitió la voz en su cabeza.

"Sabes que hacer."


-Parece que la lluvia continuará un rato más.

Kaoru se animó a sacar la cabeza por debajo de la cobertura del tejado que bordeaba la entrada de la posada en la que estaban. Hacía un par de horas, la lluvia se había instalado con fuerza en el camino y sólo fue aumentando hasta obligar a los viajeros a buscar refugio. Se encontraban bastante cerca de llegar a una de las prefecturas de la frontera este de Kioto, el último punto en el que el maestro del Hiten Mitsurugi tenía un encuentro previsto; razón por la cual ella y Kenshin permanecían solos de momento. Éste último la miraba sonriendo, descansando a una de las mesas cerca de la entrada; disfrutando de un té de jazmines, taza en sus manos.

-¿Tendrás problema si te retrasas un día más? -Preguntó él.

-Honestamente no lo sé. -Respondió ella, todavía inhalando el aroma de la lluvia. Los caminos olían a tierra mojada y a flores de ciruelo blanco. Por un instante ella deseó salir a bailar y mojarse bajo la lluvia. Decidió mejor volver dentro. -Quiero creer que la ceremonia del gobierno opacará mi regreso lo suficiente para que se olviden de mí, al menos por un rato más.

Él negó con la cabeza, casi como una burla.

-Entonces estamos condenados. -Declaró.

-¡Kenshin! -Refutó ella, con las mejillas arreboladas y jalándole un mechón de pelo a su compañero. Éste apenas y se quejó. -No soy tan especial.

-Sí que lo eres. -Refutó él -Creí que ya habíamos cubierto esa parte la noche anterior.

A ella el color rojo de sus mejillas se intensificó.

-Lo hicimos. Pero de nuevo, debes recordar que no todos me quieren como tú. Me ven como un símbolo, no una persona.

"¿Todavía eres feliz?" Hubiera querido él preguntarle, la pregunta formándose a prisa en su mente; por fortuna había desarrollado mejor dominio durante los últimos dos días con ella y había conseguido retener las palabras. Sin embargo, eso no significaba que la duda se desvaneciese. Permanecía constante al frente de su mente. Él deseaba saber, a un pesar de estar consciente del absurdo, tenía la esperanza de que si ella dijese que no, él tendría derecho todavía a correr con ella.

Kaoru finalmente se sentó a la mesa con él, volviendo a atender el morral con sus pertenencias, el cual había dejado sobre la mesa. Sacó el regalo que Sanosuke le diera y comenzó a desenvolver la tela. Aquello picó el interés de Kenshin.

-¿Qué te dio? -Preguntó.

Ella reveló el tesoro. Una caja de madera con distintas coloridas y pequeñas figuras artesanales, cada una sobre un papel de arroz.

-Pasteles de té. -Dijo con deleite. Luego notó que a su compañero la boca se le había hecho agua. -Parece más un regalo para ti, Kenshin.

-Oro… No podría. -Dijo algo apenado.

-Tonterías, hay suficientes para ambos. Incluso podemos guardar un par para Hiko san.

Él frunció el gesto.

-No le gustan mucho los dulces.

Ella casi ríe.

-Igualmente, guardaremos dos para él.

-Está bien, pero serán los que queden.

Kenshin llenó la taza de Kaoru y ella se encargó de repartir los pasteles; no había olvidado cuáles eran los favoritos de su amigo, y los sirvió antes de que él pudiese volver a negarse.

La lluvia siguió cayendo.

-¿Crees que tarde mucho? -Cuestionó de pronto Kaoru.

Lo cierto era que Hiko tenía poco de haberse marchado, no había razón verdadera de preocupación en la voz de su compañera, más sí un deje de inseguridad que no pasó desapercibido para el samurai.

-No sabría decirlo. -Contestó. -No hay un margen específico. Ciertas misiones duran más que otras. Ha habido ocasiones en que no regresa sino hasta el día siguiente. Pero dudo que sea ése el caso.

-Hmmm…

Kaoru sopesó sus opciones, sumergida en sus pensamientos. Se vía ansiosa, decidió Kenshin. De pronto, ésta se puso de pie sonriendo, con su usual optimismo de vuelta en su rostro.

-Bueno, quizá podamos- ¡Ah!

Fue menos de un segundo.

De eso Kaoru podía estar segura.

Apenas estaba por dar un paso cuando Kenshin la había atraído hacia él, sosteniéndola de los hombros, y la había hecho girar hasta cambiar sus posiciones. Si acaso había parpadeado unas dos veces, antes de escuchar el ruido de agua salpicar y el golpe seco de una cubeta de madera sobre el suelo.

Y por un breve instante -entre todo ese ajetreo- Kaoru inspiró el aroma de madera y pino, jabón y un tinte de sudor. Por el breve instante de un aliento, la sacerdotisa de ojos azules fue consciente de la presencia de su compañero y lo íntimo de su cercanía.

Un instante en el que el corazón se le saltó un latido.

-Kenshin… -Susurró.

-¡Lo lamento! -Se escuchó una voz femenil, algo débil y quizá hasta dulce, tronando la frágil burbuja de aquél momento en el tiempo.

Kaoru pudo al fin notar la escena a su alrededor. El agua había salpicado y mojado la banca y el borde de la mesa, por fortuna los pasteles estaban a salvo. Aunque el hakama de Kenshin estaba mojado del borde inferior.

-No te preocupes, todo está bien -Respondió el samurai.

Sin duda sonreía, se dijo Kaoru, y luego cayendo en cuenta de que él seguía sosteniéndola, levanto la mirada y se encontró con que él la veía esperando una respuesta.

-Hai(sí) -dijo ella algo aturdida -estamos bien, nada malo pasó -aseguró, girando a verla, y tras encontrar el pobre aspecto de la joven todavía en el suelo, se alarmó. -¡Kami…! ¡Deberías sentarte!

Kaoru se abalanzó a ayudar a la chica que evidentemente había tropezado y Kenshin la dejó ir, decidiéndose a recoger la cubeta en su lugar. Los pocos clientes del restaurante apenas y miraron un par de instantes el accidente antes de volver a sus asuntos.

La joven era de tez morena y cabellos negros, de unos ojos color chocolate oscuro y rostro en forma de corazón. Era una monada, pero se veía exhausta, como si llevase meses en cama convaleciente y quizá era así. La miko la ayudó a sentarse a la mesa en la que ella y Kenshin se encontraban, éste último notó la tensión en el cuerpo de su amiga e intuía a lo que se debía.

-Lo lamento mucho.

-No te disculpes, todo está bien. ¿No te lastimaste? -Cuestionó, ya revisándola.

-Estoy bien… -Dijo, pero se notaba que le había costado el responder.

Justo entonces se escuchó un revuelo en los pasillos que tenían a la izquierda, aquellos que llevaban al interior de la posada; y luego salió una mujer joven, quizá cerca de los treintas, corriendo hasta llegar a ellos.

-¡Kana! ¡Oh Kami! -Exclamó al verla, hincándose por delante de la joven. -Kana, te he dicho que debes quedarte acostada.

-Pero debo preparar el agua para el baño, Tsukasa san.

-Ya te dije que yo me haré cargo de bañar Ya-chan. Tú solo debes descansar. -Refutó Tsukasa con firmeza. Luego se puso de pie y miró a los jóvenes. -Lo lamento, pagaremos por su servicio.

-¡No hace falta! -contestaron ambos al tiempo.

-Insisto -Dijo con fuerza, y los jóvenes no pudieron más que asentir.

Luego Kaoru se acercó con cierta timidez a Kana.

-Ano… Acabas de dar a luz, ¿cierto?

Ella la miró sorprendida.

-¿Se me nota?

Tsukasa contestó antes de que Kaoru lo hiciera.

-¡Cómo no va a notarse con semejante descuido a tu persona! -Reclamó, tomándola en brazos después; Kana se sostuvo de ella. -Volvamos adentro. Gracias por su comprensión.

Las dos mujeres se encaminaron hacia el pasillo, donde otra chica esperaba con un bebé en brazos, aunque la manta azul que lo cubría no dejaba el que se viese nada más allá de la negra cabellera del infante.

Kenshin y Kaoru las observaron retirarse hasta que éstas se despidieran con una última reverencia de cabeza, misma que respondieron de igual forma. Luego volvieron a sentarse.

-¿Cómo supiste que había tenido un bebé? -Preguntó Kenshin, cuando no pudo contener por más tiempo su curiosidad.

-Toqué el hilo de vida de su pequeño. -Respondió. Él sabía a lo que se refería, por supuesto, más de un año atrás -durante su primera partida- ella se lo había explicado. Sin duda la conexión se había hecho tan pronto la había ayudado a levantarse. -Su padre es un fiero samurai de Edo, al menos esa impresión me dio.

Él asintió.

Tenía un peso en el pecho.

-¿Se ha vuelto más fuerte?

-¿Eh?

-La facilidad con la que conectas con ese otro plano.

Ella lo consideró.

-Es la misma. Simplemente estoy mejor entrenada. Más en sintonía. -Comentó a la ligereza, no queriendo indagar en los detalles que envolvían a las visiones. -Como el manejo de la espada. Mis sentidos se afinan, y me vuelvo una con mi arma.

-¿Seguiste aprendiendo el estilo de tu hermano?

Kaoru sonrió.

-Lo vi en Edo tras la presentación a la corte imperial. Pero mis nuevas obligaciones ya no me permiten ser su hermana.

Había tintes de tristeza evidentes no sólo en sus palabras sino también en sus ojos.

-Pérdona. Fue imprudente de mi parte.

Ella le restó importancia, volviendo a sonreír.

-La verdad es que me hizo llegar un libro de técnicas, en secreto por supuesto. -agregó con prisa lo último. -¿Te molestaría ayudarme a aprenderlas?

Kenshin parpadeó sobrecogido.

Al instante después una sonrisa se extendió en sus labios hasta iluminar todo su rostro.


Era el mediodía cuando Hikari había conseguido llegar al Santuario Privado de Inari, ése que estaba en la periferia del distrito Fushimi-ku en Kioto, dentro del mirmo monte Inari. La joven chokkai sentía que llevaba una eternidad representando un papel ajeno, y apenas y había logrado librarse de la escolta designada para la vidente de Kioto -que desde luego no era ella-; sólo podía agredecer el que de momento hubiese podido salvarse de ser descubierta. Ya solo restaba esperar a Kaoru.

Tras entrar al recinto principal, se deshizo del velo y avanzó buscando a su siguiente cómplice.

-¿Sasaki san? -Llamó.

Mas fue otro el que la recibió.

-Debí suponer que Kaoru dono haría algo así.

-¡Sato!

Su compañero -que había recién ascendido al grado de Maekkai- la miraba con reproche cerca del atrio. Su compañera, Sasaki, estaba de pie por detrás de él a unos paso de distancia con gesto culpable.

-Recibió la misiva antes que yo. -Dijo ella, a modo de explicación.

Al escuchar aquello, Hikari no pudo evitar el soltar un quejido de irritación y frustración.

-¿Cuánto tiempo la has estado interpretando? -Cuestionó su compañero.

La aludida desvió la mirada, mejillas infladas.

-Desde antes de salir de Owari.

-¡Hikari! -Refutó éste, escandalizado.

-¡No había opción! -Contraatacó Hikari -Kaoru dono debía completar un mandado del cielo.

Él la miró con la emoción del enojo cortada.

-¿Una visión?

-Con el Kihetai.

-¡Kamisama! -Volvió a exclamar todavía más desalentado, y llevándose una mano al rostro para después pasarla por sus cabellos en un gesto claro de frustración.

-No puedes decir nada. -Se apresuró a pedir Sasaki, Hikari asintió con ésta. -Sólo hay que esperar hasta que Shinji san nos alcance.

-¿Cuándo será eso?

-En un día más.

-¿Contando desde hoy?

Silencio.

Las dos chicas se miraron la una a la otra con duda y complicidad. Lo cierto era que ninguna estaba segura, y hacía un día que no tenían misiva alguna de su amiga. Al final Hikari fue quien respondió, mirándolo con intención.

-Sabes que será mejor de esta forma.

-Himura está con ella. -Concluyó él.

-¿Puedes realmente reprocharle?

Tras todo lo que había pasado el año anterior, la respuesta era clara.

-No, supongo que no. -Contestó en un suspiro, casi como si se desinflara. -Aún así, hay muchas cosas en juego. Si la descubren con Himura-

-No sucederá. -Le cortaron ambas al mismo tiempo, y con cierta molestia.

-¿Cómo pueden estar tan seguras?

-Únicamente podemos asegurar los preparativos para su recibimiento. -Señaló Sasaki. -Estoy segura de que Shinji san sabrá qué hacer al respecto de Himura san.

Hikari asintió.

-Además, no estamos en posición de cuestionarle nada. Tiene un cargo mayor que nosotros y el futuro respaldándola.

Sato gruñó, luego se rindió.

-Lo entiendo… Más vale que esto funcione, no quisiera tener que enfrentar a Kenshin si debe descubrirlo de golpe. -Les advirtió. -¡O peor! Tener que lidear con el clero, el shinsengumi y la nobleza descubriendo su ausencia.

-Entonces démosle a Kaoru sama el mayor tiempo posible.

Los tres se congelaron en su sitio.

La nueva presencia avanzó hasta salir de las sombras donde se había estado refugiando. Sus firmes pasos hacían un fuerte eco en el recinto, como si fuesen pesados por sí solos, mas ellos sabían que era el ki de éste el que controlaba el ambiente del recinto y los mantenía presos y quietos en su presencia.

-¡El capitán Saito Hajime! -Exclamó Sasaki, con el rostro blanco de la impresión.

"¿Cómo?" Cuestionaron los tres. "¿Cómo está aquí?"

-¿Por qué la ayudarías? -Logró cuestionar Sato, sorprendiéndose internamente de haber sido capaz de hablar en ese momento sin titubear y sin que la voz le temblara.

El capitán extendió su clásica sonrisa de medio lado.

-Todavía tengo una deuda con ella. -Les dijo, en una manera en la que pareciera compartirles una confidencia. -Además, no ha hecho nada aún que la ponga en la trayectoria de mi espada.

-¿Por qué habríamos de creerte? -Cuestionó Hikari.

Sato maldijo internamente y Sasaki se lamentó. Hikari seguía siendo imprudente, mas contrario a lo que pensaron, Saito la miró por fin con un deje de fascinación en sus ojos.

-¿Quién dice que deben hacerlo? -Respondió con soltura. -Como yo lo veo, o aceptan mi ayuda o se hacen a un lado para dejarme hacer mi trabajo.

Afonía.

Los tres les miraron tensos.

-¿Y bien? -Volvió a preguntar sonriendo -¿Qué va a ser?


La lluvia se había detenido a principios de la tarde, cerca de media hora atrás. Pero Kenshin y Kaoru estaban demasiado ocupados para darse cuenta del cambio en el paisaje exterior.

Tras aquella propuesta de la joven, ambos habían pedido usar una habitación privada del interior de la posada para practicar katas. El dueño de la posada -enterado de su ayuda a Kana y la promesa de Tsukasa- había accedido a prestarles el área sin cobro por un par de horas. El hombre los guió por la casa hasta la amplia habitación cuyo espacio podía rivalizar con el de un dojo. Cuando el hombre se fue, los jóvenes seguían ensimismados en admirar su temporal área de juegos -cada uno a metros de distancia del otro-, luego, cuando sus ávidas miradas habían dejado de mirar en todas direcciones, clavaron la mirada en la de su compañero y se sonrieron ampliamente.

Entre risas y susurros, Kenshin accedió a prestarle la wakizashi a Kaoru -sin liberar el seguro de la misma- para que ella le mostrase las katas a él; esto debido a que el peso era diferente de las espadas que las miko usaban, y la forma de la hoja le resultaría además más cómoda.

El sol había comenzado a salir cuando Kaoru ejecutó el último giro de la última kata que su hermano Koishijiro le había enseñado. Kenshin no perdió detalle.

-Aunque tus movimientos son más fluidos, tu postura se ha visto entorpecida. -Concluyó él, con aire pensativo.

Kaoru se desinfló tan pronto le escuchó, dejando caer los brazos.

-Lo sabía. Tanto baile me debilitó los brazos. -Se quejó dramáticamente, y dejándose caer al suelo de sentón.

Kenshin sonrió acercándose a ella, tenía un pergamino en sus manos, el cual había comenzado a analizar con detenimiento.

-Puedo entender cómo funciona el curso de estas katas. Sin embargo, lo primordial según entiendo es fortalecer tu cuerpo.

-De modo que tendré que pasar horas y horas haciendo brazadas.

-¿Te desilusiona? -Cuestionó él con verdadera curiosidad.

-Ma… lo esperaba. -Se quejo ésta sin mucha emoción. Luego reflexionó. -Después de todo todavía no está perfeccionado.

-Ven, déjame ayudarte.

Sorprendida ante el acercamiento de su compañero, se dejó levantar de las manos por éste, irguiéndose por completo. Kenshin miró el pergamino una vez más y luego lo dejó en el suelo a dos pasos de distancia por delante de él. Después se giró hacia ella, Kaoru le miró con curiosidad.

-Después de los primeros dos golpes, tiendes a inclinarte al frente y tu espalda se encorva, no es mucho pero sí significativo. -Le explicó, haciendo los movimientos él mismo. Kaoru le imitó, terminando justo en la postura que él decía. -Justo ahí -Señaló, obligándola a quedarse quieta en la postura.

Kenshin se acercó a ella y, para sorpresa de ésta última, se posicionó atrás de ella y con una inclinación a la izquierda, casi abrazándola. Con sus manos comenzó a corregir la postura de ella.

-Trata de mantener tu vientre como eje -indicó, llevando su mano izquierda al vientre de ella donde presionó con cuidado pero con la suficiente fuerza para que ella respondiera como él le indicaba.

Sin poder explicarse, el cuerpo de la sacerdotisa se llenó de calor, y la piel le cosquilleaba ahí por donde las manos de él se deslizaban, proyectando un halo frío que contrastaba con el calor que de pronto sentía. -esto para obligar a tu espalda baja a permanecer recta. -Siguió diciendo él, mientras su mano derecha se deslizaba desde los omóplatos hasta llegar a la base de la columna. -Así.

De pronto le costaba trabajo respirar.

-Ahora levanta tus brazos, para ejecutar el paso hacia atrás antes de volver a atacar -indicó, levantando con delicadeza los brazos de la joven, su mano izquierda pasó del vientre de ella a su hombro y subió por la curva de su brazo hasta donde sus manos sotenían la hoja y los elevó.

Madera y pino, tierra mojada y un toque de sudor.

Kaoru dejó salir un gemido. Cortó. Chiquito. Y era todo angustia.

Sólo al oírlo, Kenshin por fin se percató del predicamento en el que los había metido a ambos.

-¡Ah! -Exclamó alejándose al instante. -¡Lo lamento! Fue inapropiado de mi parte. -Su rostro estaba rojo, pero contrario a la vez del río, no sentía la misma angustia que entonces.

-¡No! -Se apresuró a soltar ella, sonrojada y nerviosa. -No seas ridículo, es normal como mi maestro, aunque sea temporal y no oficial, ¿nee?

El tardó un parpadeo en entender.

-C-cierto. -Convino. -Es meramente formal.

Hiko tenía razón, pensó Kaoru en el breve silencio incómodo que los envolvió, los dos eran un par de idiotas.

"Eres buena para él."

Aunque no había sido todo lo que el maestro había dicho, se convenció.

-Entonces lo intento… -Inquirió, con su actual optimismo y su frágil esperanza.

El samurai sonrió, igualmente aliviado.

-Sí, sería lo más conveniente.

La sacerdotisa respiró con profundidad y se concentró a ojos cerrados, antes de volver a ejecutar la kata.

Esta vez, sus movimientos no fluyeron con la misma facilidad, pero la postura fue la correcta.

-¿Mejor? -Preguntó una vez terminó.

El pelirrojo tuvo que pasar saliva antes de contestar.

-Mejor. -Dijo. Tenía la boca seca y un deseo intenso de averiguar de una vez por todas qué se sentía besarla. Se sacudió esos pensamientos. -Debo decir que tu hermano es un verdadero genio. -Dijo en su lugar, desviando la mirada. -Aunque no esté perfeccionada, ha logrado desarrollar un estilo complejo.

-La verdad es que aún no está completo. -Confesó ella, volviéndose a sentar sobre el tatami. -En la última carta de mi hermano, mencionó que seguía intentando desarrollar las que serían las dos técnicas secretas.

-Suena complicado.

-Lo es. Mucho más que aprenderlas, créeme. -Asintió. Luego lo invitó a sentarse a su lado. Él accedió. Ella entonces bajó su voz denotando que lo siguiente que diría sería privado e importante. -Pero, me hizo feliz que pudo abrir su propio dojo y que además tiene muchos estudiantes, considerando la filosofía del estilo.

"La espada que protege la vida." Se recordó Kenshin. Su maestro se había reído la primera vez que él le había hablado sobre la escuela del hermano de Kaoru. Siendo honestos, él también tenía sus dudas.

Y sin embargo…

-Quizá, una vez la guerra termine. -Sugirió.

Ella asintió, embelesada de pronto en las facciones del rostro de él. Sus ojos eran dos finas gemas con tintes violetas. Inspiró de pronto el mismo ahora que instantes atrás.

-Quizás. -Dijo, sintiendo de pronto la boca seca. -Aunque para que termine primero tiene que empezar, y todavía me da miedo.

Kenshin le tomó la mano, obligándola a verlo de nuevo.

-Estaremos bien -prometió.

Ella volvió a asentir, antes de volver a desviar la mirada, sus ojos se encontraron de pronto con el paisaje tras las puertas del fusuma, hacia el jardín central.

-Oh, mira. Ya dejó de llover.

Consiguieron pagar un baño privado en el onsen natural de la posada, una vez concluyeron su tiempo de entrenamiento. Había un segundo edificio, de menor tamaño que la posada, a espaldas de ésta. Una pequeña casa de únicamente cuatro habitaciones. La primera era la recepción, tras la cual estaba la segunda más amplia, la cual era la zona de los trabajadores; las otras dos estaba a la derecha de la primera y eran las dos áreas de baño, que conectaban con un pequeño manantial natural de aguas termales.

En esa ocasión, había sido Kaoru quien había pagado por el acceso, alegando que había sido su idea lo que los había puesto en necesidad de uno. Kenshin habría querido negarse si no fuera porque no contaba con lo justo para el pago de ambos sin que se quedase sin moneda. Además, era un regalo, había dicho ella, por lo que se obligó a no sentirse avergonzado de sus circunstancias.

Los dos se fueron a su respectiva sala, todavía sonriendo. Las habitaciones de baño, a pesar de ser pequeñas, estaban bien aireadas. Con ventanillas en sus altas paredes de madera. Había tan sólo cuatro asientos en cada sala, con sus respectivas toallas, cubetas y jabón de lejía.

El posadero les había dicho que a esas alturas del camino era raro que alguien pagase por un baño privado cuando al centro de la prefectura estaban los baños públicos, por lo que podían esperar ser los únicos aquél día, y aún más a esa hora.

Kenshin Y Kaoru estaban agradecidos de aquella pequeña bendición. Terminaron su baño casi al mismo tiempo, y se encaminaron sincronizados hacia el onsen, con las toallas puestas donde correspondían -Kenshin a la cintura, y Kaoru en toda la zona media de su cuerpo-. Ambos se habían amarrado el cabello para evitar el volvérselo a mojar. De frente al shoji, descorrieron la puerta para salir al manantial natural de aguas termales.

Sin sospechar que el onsen era un baño mixto…

Los parpadearon.

Frente a ambos se extendía el manantial, rodeado por piedras calizas y decorado con vegetación alrededor. Y sin pared separadora de bambú.

-Oro?/uh? -exclamaron ambos, cayendo al fin en cuenta de que el sonido de la madera al deslizarse se había escuchado al doble. –"¿Sin pared divisoria?"

Y aún más, al notar el área de agua al frente descubierta.

Kenshin pasó saliva con dificultad, y Kaoru sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Lentamente -todavía sincronizados de alguna extraña manera- ambos asomaron la cabeza hacia el otro, una a la izquierda y el otro a la derecha.

Azul se encontró con amatista.

Un latido.

Dos latidos.

Vergüenza que sube hasta salir como humo por las orejas…

Pánico después.

-¡Aaahh!

Sin saber quién había gritado primero, y quién más largo, los dos volvieron dentro de su respectiva sala de baño, cerrando el shoji tras de sí con fuerza.

Por fin sus movimientos perdieron la sincronización anterior. Kaoru había terminado con el rostro entre las manos, sintiendo las orejas calientes y el corazón latirle con fuerza en su pecho. Kenshin tenía el rostro rojo como tomate y una mano encima de su pecho a la altura de su corazón, encorvado pero todavía de pie contra el shoji.

"¡Me vió!" Pensaron ambos con vergüenza. Tan preocupados por lo que creían habían dejado ver, sin siquiera caer en cuenta del aspecto del otro. Aunque esto último se registró un instante después.

El calor volvió a salir como humo por sus orejas.

"Lo ví" / "La ví", pensó cada uno. Esta vez, el pelirrojo sí necesito cubrirse el rostro con ambas manos.

La primera en recuperarse fue Kaoru. Como siempre recriminándose el haber reaccionado tan impulsivamente.

"¿Por qué grité?" Se recriminó. "No es raro el que los onsen sean mixtos, de hecho es algo bastante común. No que yo haya ido alguna vez a uno. Bueno, la vez del retiro, pero aquello fue diferente, no éramos nosotros solos y vestíamos yukatas entonces, no toallas…" Concluyó, todavía abochornada y mirando la toalla con la que se cubría.

Luego se palmeó el rostro con ambas manos con fuerza, casi como un regaño; tratando de sacudirse la vergüenza e infundirse valor.

"Vamos Kaoru. Esto debe ser algo normal para Kenshin y tu reacción sin duda lo debe de haber consternado."

A fuerza de voluntad, se levantó del suelo y volvió a abrir el shoji. Salió al onsen.

"Ahora sí que la he liado en grande" Pensó Kenshin por su parte. Sus manos deslizaron por su rostro hasta quedar enlazadas a la altura de su boca. "Kaoru dono no debe de estar acostumbrada a este tipo de baños. ¡Y con razón! ¡Es la hija de un daimyo, Himura! ¿Qué esperabas?" Se recriminó con irritación. "Incluso hace un año fue debido a una situación especial… ¿Por qué el posadero no nos dijo que el onsen era mixto?" Volvió a lamentar hundiendo las manos en sus cabellos mientras dejaba caer la cabeza al frente.

-Kenshin -sonó la voz de su compañera. Él apenas y la escuchó, se tensó esperando… -¿No entrarás?

-¿Oro?

Seguro que escuchó mal, se dijo. De ninguna manera ella podía estar invitándolo, aunque bueno el baño era mixto, no ocupaba ni su permiso ni su aprobación, pero aún así… ¡Era Kaoru! Que no estuvieran en la misma página -volvió a lamentarse- no significaba que pudieran darse tales libertades.

Luego escuchó el sonido del agua, consciente de que su amiga estaba ahora dentro del onsen.

Volvió a pasar saliva con dificultad, se dio la vuelta y abrió el shoji.

Kaoru estaba de espaldas a él, sumergida hasta el cuello. Lucía evidente que estaba hecha un ovillo.

Aquello involuntariamente lo hizo sonreír.

El agua volvió a salpicar cuando él entró, y el corazón de la joven sacerdotisa latió con mucha más fuerza. Kenshin suspiró, igualmente de espaldas a su compañera, con el agua hasta el pecho.

El silencio se extendió… el aire se electrificó.

-Si no estás cómoda-

-No podemos insultar a nuestros anfitriones -Le interrumpió ella, a menos de dos metros de distancia de él. -…Además, no sería justo que sólo yo disfrutara. Pagué por ambos, ¿recuerdas? …Es un regalo…

Hubo un breve silencio tras aquellas últimas palabras, dichas apenas en un susurro. Ella estaba nerviosa… Y él también.

Estando ya tan cerca de Kioto, prácticamente en los límites de la ciudad, el samurai caviló en que el tiempo que le quedaba para compartir de tal cercanía con ella estaba por terminar. No quería aquello, por supuesto, mas era algo que escapaba de sus manos… Así que se decidió a que no valía la pena desperdiciar el tiempo que les quedaba.

-Es, similar, a cuando compartíamos cama… -Soltó con dificultad y temblando en inseguridad.

Ella, que se había sobresaltado al escucharle, caviló un segundo sus palabras.

-Excepto que no hay una pantalla -murmuró igualmente insegura y nerviosa.

-Ni colchas -aportó él.

-Ni ropa -dijo ella, y al instante en que lo dijo se golpeó mentalmente, se cubrió el rostro con las manos. -No quise decir eso -se lamentó.

-…Lo sé, no te preocupes.

Kenshin, que se había congelado en su sitio, tenía de nueva cuenta el rostro rojo, casi tanto como su pelo. Se presionó mentalmente para hallar algo más de qué hablar, de desbaratar aquella incomodidad que los invadía. Tan acelerada estaba su mente, que no reparó en sus palabras sino hasta que las hubo dicho.

-¿Habrá alguien esperándote a la entrada de Kioto?

Y sin embargo, a pesar de sus temores, aquello fue lo acertado.

-Hikari prometió recibirme. -Contestó tras volver a erguirse, el agua por debajo de los hombros.

-¿Cómo está?

Kaoru sonrió.

-Es más alta que yo.

-¿En serio? -Dijo entre sorprendido e incrédulo.

Él fue capaz de oír la risa en las palabras de ella.

-Ya lo sé, es un absurdo. Creo que estaré condenada a ser una persona de baja estatura. Lo cual está bien ya que tú no eres tan alto.

Kenshin soltó una exclamación, fingiendo estar ofendido.

-Sigo siendo más alto que tú.

-Pero soy mucho más joven que tú, dejarás de crecer antes que yo.

-Tres años no es tanto tiempo.

Y así de simple se enfrascaron en conversaciones sin sentido, cada vez más tentados de voltear por completo y mirarse de frente… Sus rostros giraban hasta casi tener la barbilla encima de su hombro, mas los ojos seguían mirando hacia abajo.

-Tienes razón. -Dijo Kaoru tras un rato de estar conversando. -Se siento como cuando platicábamos con la pantalla entre nosotros.

Él sonrió.

-Aa.

Kaoru fue la primera en salir. No sin antes haber hecho las amenazas suficientes a su compañero, sobre lo que ocurriría si tan sólo echaba un vistazo en su dirección. Éste juro por su espada que no la vería, es más, hasta juró esperar un par de minutos después de que ella saliera.

Y cumplió con su palabra.

No tenían habitación. Por lo que volvieron al restaurante de la posada tan pronto salieron del baño. Por fortuna ambos tenían aún un cambio de ropa limpia que sería con lo que viajarían -si es que Hiko volvía a una hora prudente-. Era temprano a la tarde aún, apenas pasadas las cinco. Podrían caminar y acampar en el camino si salían horas después, si salían entonces quizá podrían llegar hasta la siguiente prefectura y encontrar una posada…

Hiko volvió cerca de las siete. Kenshin fue el primero en mirarle.

-¡Shishou! -dijo entre sorprendido y preocupado.

Su maestro se veía exhausto pero pálido como si hubiese estado corriendo kilómetros perseguido por kamisama sabría qué. Había pocas cosas por las que el moreno podía mostrar tan deplorable aspecto, y ninguna de ellas era buena.

Hiko escaneó el lugar un segundo antes de dirigirse a Kenshin a grandes zancadas, todo él denotaba apremiación. Su pupilo se puso de pie de un salto.

-Partiremos ahora y acamparemos al aire. -Declaró.

-¿Sucedió algo?

-Nada de importancia, sólo los patrulleros de siempre. -Dijo con un gesto ligero, como restando importancia, mas había tensión en su voz.

-¿Realmente será seguro salir ahora?

-Es eso o enfrentarnos a la segunda tanda de soldados del shogun. -Kenshin pasó saliva con dificultad. Aquello significaba que finalmente un ejército más grande había llegado para recuperar lo perdido durante la rebelión de Mito, y que ésta última sin duda llegaría a su fin pronto. -Tras las dos últimas derrotas es evidente que está desesperado.

-¿No deberíamos…?

-¿Realmente deseas quedarte? -Le cortó irritado, harto de las constantes preguntas de su discípulo. -¿Con ella aquí? -Señaló.

Kaoru, a la que el ejercicio y después el baño le habían caído de peso, estaba dormida sentada a la mesa, con el rostro sobre ambos brazos cruzados sobre la plancha de madera.

-Entiendo. -Contestó Kenshin, un tanto avergonzado. Cuando su maestro hizo moción de dirigirse a su amiga, el pelirrojo lo detuvo. -Ya lo hago yo. -Pidió Avanzó hasta su amiga y comenzó a sacudirla con delicadeza. -Kaoru dono… despierta. Debemos irnos. Kaoru dono.

La niña se desesperezó. No muy convencida al inicio. Se estiró sobre la mesa cual gato, antes de abrir los ojos y ver a sus dos compañeros. Brincó al ver al mayor.

-¡Hiko san! -Dijo, y luego se apresuró a buscar en su morral, sacó la caja de pasteles de té y los extendió al maestro de Kenshin. -Los dulces. -Ofreció.

Mas el hombre le miró frunciendo el cejo, soltó un gruñido y luego se dio la vuelta para salir.

-No pierdan el tiempo -dijo.

Kaoru parpadió confundida. -¿Dije algo malo?

-No lo creo. Es sólo que debemos irnos.

Todavía algo adormilada, la sacerdotisa asintió y tomó sus pertenencias, volviendo a guardar la caja de pasteles. Kenshin la imitó y salieron juntos de la posada.


Kioto.

La ceremonia dispuesta para recibir a los nuevos miembros gubernamentales se llevó al mediodía como estaba programada. El evento se había hecho a puertas cerradas, pero los habitantes de Kioto estaban conscientes de lo que ocurría.

La celebración que se hizo después, igualmente fue sólo para los aristócratas y los nobles del clero. Había expectación por la llegada de la sacerdotisa, mas al hacerse evidente que ésta no llegaría ese día al caer la tarde, las actividades continuaron con su rutina actual.

Sin embargo, dentro de las filas del shogún, imperaba la preocupación del retraso de la miko vidente.

-Debemos poner oficiales en la frontera noreste -declaró uno de los nuevos al mando llamado Geisuke, un hombre a mediados de sus cuarentas con una incipiente calvicie, -dado que su llegada será mañana.

El recién apostado Guji -que para suerte del santuario Inari había llegado al cargo gracias a Yumi- trató de intervenir por su protegida; en especial ante la incertidumbre de si efectivamente la misma volvería en ese tiempo.

-Todavía no sabemos con certeza…

-¿Qué pudo haberla retrasado? -Le interrumpió Geisuke con fuerza. -¿O es que acaso se está escondiendo?

Silencio.

Incluso con la salida de Yumi, y la reestructuración de los miembros del clero, era difícil alejar las dudas que se cernían sobre el santuario. Eran tiempos difíciles, después de todo, y la religión seguí manteniéndose neutral.

Tras nadie decir nada, ni siquiera el líder del Shinsengumi, Geisuke pretendía continuar con sus planes, sonriendo por llevar la razón. Así que fue comprensible que éste se ahogara con sus palabras cuando la voz del general de la tercera división se hizo presente.

-Kaoru miko sama se presentará el día después de mañana. -La fuerte, pero amable, voz de Saito se extendió por toda la sala, llenando cada espacio. El hombre avanzó a paso lento pero seguro, con su clásica sonrisa adornando su rostro, hasta llegar al frente del grupo reunido. -Debido a los enfrentamientos del sur, su camino de regreso se vio bloqueado, y considerando las bajas, ha determinado el hacer oración a su kami regente.

Todos sabían del avance del último ejército de shogun enviado a Mito, por lo que la explicación era más que loable.

-Comprensible dadas las circunstancias. -Asintió Okita, sonriendo hacia su compañero.

Kondo le miró con interés.

-¿Lo comprobaste tú mismo, Saito?

-Lo hice. -Asintió. Luego sus ojos se abrieron dejando una mirada afilada. -Incluso descabecé un par de serpientes camino acá.

El efecto fue el esperado, el político y compañía no hicieron más que estremecerse.

-Entiendo. -Asintió Kondo, mirando luego hacia Shinji, quien estaba ahí cumpliendo su papel de líder de su clan y servidor del shogun. -¿La escoltará el clan Kiyosato?

-Lo mismo que el clan Aizu. -Contestó Shinji.

-Entoces está resuelto. -Concluyó el líder de los shinsengumi. -Bueno trabajo, Saito.

El aludido asintió con una pequeña reverencia. Luego dedicó una mirada significativa al capitán de la primera división. Éste le correspondió. Esa noche empezarían la búsqueda del enemigo dentro de sus propias filas.

Sólo entonces podría dignarse de mirar hacia el santuario. Eso claro, si Tokio no tenía alguna oposición al respecto.

Habían estado caminando por casi dos horas. Prácticamente corriendo sería una descripción mucho más adecuada, pensó Kaoru, quien ya no soportaba aquél andar tan acelerado. Se acercó a Kenshin cuando sintió que le quedaba poco para caer rendida.

-¿Estamos huyendo de alguien?

Kenshin sintió pena, deseoso de poder explicarle la verdad y al mismo tiempo agradecido de no tener que hacerlo.

-No exactamente.

-Estamos evitando peleas innecesarias. -Le cortó su maestro, caminando por delante de ambos. Ya no se veía tan descolocado como cuando había vuelto por ellos a la posada mas ese aire de preocupación seguía ahí. -No falta mucho para el punto en el que acamparemos. -Se detuvo, para alivio de Kaoru. -¿Compraste lo que encargué?

Kenshin asintió, la pregunta había sido para él. Y le entregó el macuto con los bienes indicados. Hiko lo recibió y hurgó los contenidos hasta quedar satisfecho.

-Hai. Dobles cantidades, como lo indicó.

-Tendrá que ser suficiente. -Sopesó su maestro y volvió a la marcha. Kenshin y Kaoru -para su pesar- le siguieron.

El último encargo le había procurado suficiente dinero como para no preocuparse en dos meses por insumos; pero estando todavía lejos de casa no convenía gastar de más. Aún más si, como lo venía sospechando desde semanas atrás, la rebelión estallaba ese año. Traía éstas y otras preocupaciones en su cabeza cuando de pronto notó lo distinto del comportamiento de ambos chiquillos. Ambos hablaban caminando casi a la misma altura y con cierta soltura.

Podría haber sido insignificante para alguien más, pero no para él, tan familiar con el modo en el que ambos jóvenes se movían alrededor del otro. Algo había cambiado. Ambos eran mucho más conscientes de sus interacciones, especialmente Kenshin. Pero quien los delataba era realmente Kaoru, de pronto mucho más propia. Enarcó una ceja, mirándolos significativamente. -¿Pasó algo entre ustedes dos?

La pregunta los pilló desprevenidos.

-¿Eh? -Exclamaron confusos, luego se miraron, y después se apresuraron a responder. -No. -Negaron con fingida despreocupación, ligeramente sus mejillas estaban sonrojadas.

El mayor entrecerró la mirada.

-Están terriblemente limpios. -Declaró, divertido al ver cómo los dos chiquillos frente a sí se ponían nerviosos. Decidió que debía presionar un poco más. -Veo que esta vez al menos, recordaron quitarse las ropas antes de meterse a bañar.

-¡Shishou! -Reclamó Kenshin, tan rojo como su cabello y dispuesto a soltarle un puntapié al mayor, sino hubiera sido por "tud" que se oyó y el golpe seco de cuando su compañera tropezó por detrás de él. -¡Kaoru dono! ¿Daijobu? (¿estás bien?) -preguntó, acercándose a ella.

La joven se sobaba el pie izquierdo, sentada sobre el suelo, aunque no parecía tener mayor herida.

-Gomen… Me distraje, se me rompió la cinta del zori, pero estoy bien.

Tras comprobar que sus palabras eran ciertas, el pelirrojo revisó el zapato, efectivamente la cinta estaba rota, tan desgastada que no había modo de repararla de momento. Sin mencionar la presión por llegar al punto en el que debían acampar.

El muchacho se giró entonces de espaldas, hincado y con los brazos extendidos, palmas de las manos hacia arriba.

-Te llevo. -Ofreció, la miko no pudo evitar sonrojarse, mirándolo con la clara duda en sus ojos, él añadió. -Shishou lo dijo, no estamos lejos.

Ante la mención del mayor, ella giró la vista hacia éste. El hombre los miraba fijamente a ambos, su semblante estoico, mas no dio negativa ninguna, por lo que ella terminó accediendo.

-Arigatou. -Dijo, y se asió al cuerpo de su compañero.

Kenshin ajustó su agarre en las piernas de ella, haciéndola brincar en reacción. Ella apretó la tela del gi de él con ambas manos a la altura de los hombros. El pelirrojo avanzó hasta su maestro y le miró de reojo.

-Estamos listos, shishou.

Y comenzó a avanzar por delante de éste. Ignorando la atención que el mayor le estaba prestando; tranquilizándose un tanto cuando Hiko volvió a andar con ellos. No era fácil, desde luego, quedaba más que claro que al discípulo todavía le faltaba mucho, muchísimo para conseguir superar a su maestro; pero al mismo tiempo, horas atrás, el joven samurai había decidido no distraerse de disfrutar la cercanía que tenía con su amiga.

No quería más arrepentimientos.

-Ne Kenshin… -Le habló Kaoru de pronto. Su voz un ligero susurro.

Él no era el único que había llegado a la misma resolución.

-¿Mm? -murmuró él, sin dejar de mirar al frente.

Entonces él sintió a Kaoru rodearle por el cuello con ambos brazos, y su corazón se saltó un latido.

-Te estoy abrazando. -Susurró ésta, y aún sin verla él podía dibujar su sonrisa.

Kenshin sintió su corazón ensancharse.

-Lo estás, Kaoru dono, lo estás. -Sonrió.

Su maestro por su parte, no pudo evitar mirarlos con fijeza andando por detrás de ellos. Había pocas cosas que el maestro del Hiten Mitsurugi no podía pasar por alto… pocas cosas que podían clavarle una señal de alarma en su centro.

Ésta era una de ellas.

Tal como Hiko había prometido, llegaron al punto a acampar apenas media hora después. Una zona cerca del camino pero dentro de un bosque de abetos. Quedaba una zona abierta entre tres árboles altos, misma que a su vez quedaba cercana a un pequeño río.

Tan pronto Kenshin dejó bajar a Kaoru, ésta se desvivió en disculpas y agradecimientos, y le prometió el resto de los pasteles de té. Aquello fue más que suficiente para que al joven le volviesen un poco las fuerzas; igualmente se quedó sentado a descansar. Mientras que la joven -ahora descalza- decidió tomar la labor de ir y conseguir agua del río. Por su parte, Hiko no perdió tiempo y preparó el fuego.

Sería una larga noche.

Una hora más tarde y las risas inundaban su improvisado campamento. Habían estado compartiendo historias del pasado, pequeños inocentes relatos; pero como siempre, Hiko no había desaprovechado la oportunidad de avergonzar a su discípulo. Pronto había redirigido la mayor de las historias hacia el menor, hasta terminar siendo completamente de éste, para consternación del pobre pelirrojo.

-Pensar que lo estaba entrenando para ser espachín, y el muy idiota intenta envenenarse con hongos. -Soltó.

Kaoru reía a carcajada abierta, mientras Kenshin se hundía cada vez más sentado en el tronco en el que estaba.

-Eras tan lindo de niño. -Dijo Kaoru entre risas, imaginándose a un mini Kenshin.

-Yo no usaría la palabra lindo. -Señaló Hiko sonriendo de medio lado.

-¿No le parece que ya fue suficiente? -Le recriminó Kenshin, rojo tanto de coraje como de vergüenza.

Su maestro dio un trago a la botella de sake.

-Gracioso que yo te hiciera la misma pregunta todos esos años que mojaste la cama.

Kaoru volvió a reír.

-Shishou… -Kenshin se redujo a un manojo que gruñía con coraje.

Era tanta su emoción, que le tomó por completo por sorpresa el que Kaoru le tomase del brazo para tranquilizarlo. Ella le sonrió, y él se perdió en el brillo infinito de sus orbes azules.

Hiko no perdió detalle del gesto.

-No es tan malo, Kenshin. Todos tenemos cosas vergonzosas que recordar.

Hiko soltó una risa muda.

-No yo. Eso te lo aseguro. -Declaró altanero.

Kaoru iba a refutar, mas esta vez fue Kenshin quien la detuvo, usando el mismo gesto que su compañera usara con él un instante atrás.

-No pierdas tu tiempo. Créeme, no lo vale. -Aseguró. Luego se puso de pie tomando la cubeta de madera -Ahora vuelvo.

Quedaba claro que iba al baño, el espacio improvisado que habían hecho entre el río y su zona de campamento, por lo que nadie le cuestionaría. Además, su semblante se veía irritado. Cuando él pasó cerca de Kaoru, sin embargo, ella le detuvo tomándolo de la mano.

-No estás molesto, ¿o sí? -Le preguntó verdaderamente preocupada.

El semblante de Kenshin se suavizó casi al instante, conmovido de la sincera preocupación que brillaba en los ojos de su amiga. El muchacho negó con la cabeza, dedicándole una pequeña sonrisa antes de retirarse.

Ella lo dejó ir. Volviendo a sentarse de frente, fue incapaz de ahogar la sonrisa que había dominado sus labios.

Hiko, que hasta entonces no había dejado de tomar nota de las interacciones de los dos jóvenes, se atrevió a romper aquella burbuja de felicidad.

-Deberías cuidar tus acciones con él.

-¿Eh?

Kaoru se sobresaltó y le miró verdaderamente confundida.

Hiko había hecho esa pausa con la intención de tener la total atención de la miko. Debía dejar en claro lo que ella se negaba a reconocer, y debía hacerlo pronto, antes de que su propio plan acabara por estallarle en la cara.

-En más sentidos que uno sigues siendo una niña, pero en otros… has cambiado. Y él lo nota.

El aire meció entonces las ramas de los árboles, la luna se mantuvo firme en el cielo, a pesar de las nubes, su luz no desistió. Kaoru sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

-Ambos hemos cambiado. -Dijo distraídamente.

El hombre frente a ella inspiró hondo, cerrando los ojos un instante mientras recordaba. -Hay una frase que dice que el niño crece, pero la niña madura.

Por un instante Kaoru pensó que estaba teniendo dos conversaciones en una, hasta que una parte de su mente recordó lo que el mayor le había dicho al iniciar aquella plática.

-¿Qué tiene eso que ver con la forma en la que lo trato? -Retó.

Hiko abrió los ojos de nuevo y la miró. En sus orbes negras relucía la irritación.

-Te lo he dicho antes, y te lo vuelvo a decir ahora. Los dos son un par de idiotas. -Declaró, consciente del momento en el que sus palabras se clavaron cual espina, en el pecho de la joven que tenía frente a sí. -Pero tú eres si acaso un poco más lista al reconocerlo, así que no trates de negarlo. Sé que entiendes a lo que me refiero.

Lo entendía. Mas eso no significaba que ella estuviese de acuerdo.

-No tenemos ese tipo de relación. -Aseguró con recelo. Las manos le sudaban y se aferraron aún más a la taza que sostenían.

Hiko la analizó, considerando las palabras de ella.

-¿Cuántos años tienes niña?

-Cumpliré trece en Junio.

Él volvió a reír, elevando la sonrisa por la comisura izquierda.

-¿Y aún así pretendes ignorarlo?

Kaoru sintió que el enojo se instalaba en su pecho.

-Él es un joven honorable-

-¡Es sólo un chiquillo! -Habló por encima de la voz de ella, cortándola con éxito, haciendo que ésta se retrajera en sí misma como si hubiese recibido un regaño.

Tras la pausa, necesaria para que ella entendiese la gravedad de las palabras de él, Hiko prosiguió, su voz subiendo cada vez más en el enojo que sentía. -Un chiquillo que apenas y sabe lo que quiere como para pensar siquiera en cómo conseguirlo. Un niño en el cuerpo de un hombre bajo los estándares de la ley. Pero un hombre al final; en la edad justa en la que se busca una pareja…

Hiko clavó sus oscuros ojos en ella, obligándola a mirarla directamente. Ella sabía el juicio que se estaba llevando a cabo.

-Él no te ve como una niña. -Declaró.

El viento volvió a soplar, esta vez con más fuerza. Las llamas de la fogata bailaron por un largo rato, describiendo ríos que subían al cielo aprovechando la caricia del viento. Aquello sólo hizo ver a Hiko mucho más imponente de lo que ya era. Kaoru le veía a través de las llamas, ese gesto duro le hizo sentirse diminuta.

-No lo ha hecho desde hace un tiempo. -Prosiguió él, una vez el viento dejó de soplar. -Marca mis palabras. Intercambios sencillos, algo tan simple como un roce o una mirada, una palabra dicha en un momento justo, idóneo… y él no se detendrá a pensar antes de actuar.

La sacerdotisa amaba tanto a su amigo, que ni siquiera lo mucho que le intimidara el maestro de éste, no pudo evitar seguir defendiéndole, sin importar el que ahora sólo pudiese hablar en una débil voz.

-Él nunca…

-¿Nunca? -Volvió a interrumpirle él, la burla instalada en sus palabras y su expresión. -¿Insinúas que no ha pasado ya?

El rostro de ella se agachó, como si su mente realmente buscara en sus recuerdos algo con qué defenderle.

-…Él no… -enmudeció.

Y esta vez fue ella misma quien cortó sus palabras. Recordaba lo que había pasado casi dos días atrás ya. Cuando habían parado a pescar en el río Sakai. Recordaba lo que había ocurrido… o mejor dicho lo que había estado a punto de ocurrir. Lo mucho que Kenshin se había disculpado, tras avergonzarse de sí mismo. Pero ella entonces, se había alejado por una visión.

E incluso sin la visión, no tenía consciencia plena de lo que había estado por ocurrir. Únicamente recordaba el acercamiento, las caricias, el suave latido del corazón de Kenshin bajo su mano…

Hiko, por supuesto, entendió.

-Te negaste entonces supongo. Hiciste algo que lo hizo darse cuenta del momento en el que estaba. Y ése es justamente el problema. Tú.

Fue como si un rayo la hubiese partido, pero en vez de quemarla, la había congelado hasta robarle el último céntimo de calor.

-No sabes lo que sientes. No te das cuenta de lo que tus acciones pueden provocar, de lo que ya provocan. Actúas sin saber que un solo gesto que denote que le correspondes será suficiente para que él se arriesgue. Has estado todo este tiempo sintiéndote protegida por tu estatus, que no te has parado a pensar tus sentimientos, mucho menos los de él.

Su rostro se había ido agachando hasta terminar mirando sus manos, las mismas que todavía sostenían la taza aunque bajo tenues pero constantes temblores. Se había sentido pequeña antes, pero ahora se sentía diminuta y por razones aún más pesadas.

Sentía deseos de llorar. Sus ojos se cristalizaron.

Pero Hiko no le dio tregua. No había terminado todavía.

-Así que a menos que planees recibir y corresponder sus atenciones… no le des falsas esperanzas. -Dijo, poniéndose de pie y pasando de ella para preparar su propia cama sobre el suelo. Le dedicó una última mirada antes de darse la vuelta y dejarla. -Ya no eres una niña.

Kaoru se mordió el labio inferior para controlar su propia tristeza.

El té en sus manos se había enfriado.

Kenshin llegó entonces, sonreía y tarareaba una canción de juego. Kaoru se limpió las lágrimas tan pronto lo escuchó.

-Traje más agua. -Habló detrás de ella, dejando la cubeta a sus pies. -Supuse que la necesitarías para asearte antes de dormir… -Y luego se detuvo, mirando cómo ella le rehuía la mirada y sintiendo la débil vibración de su ki, como si estuviese herido. -¿Estás bien?

La aludida se sobresaltó. Negó con la cabeza con una sonrisa y, tomando la cubeta con agua en sus manos, se levantó.

-Arigatou, Kenshin… -Dijo a prisa, con una pequeña inclinación tras haber decidido dedicarle su sonrisa y fallado al no poder mantenerle la mirada, pasó de él.

Kenshin la miró partir. Descolocado.

Luego entrecerró los ojos en dirección a su maestro.

-¿Le dijo algo? -Inquirió con cierta molestia. Mas Hiko únicamente le regresó el gesto molesto antes de girarse para acostarse a dormir. "Le dijo algo." Concluyó Kenshin para sí.

Kaoru apenas y había conseguido contener las lágrimas cuando había pasado de Kenshin. Tan pronto quedó de espaldas a éste, las lágrimas resbalaron por sus mejillas y siguieron cayendo por un tiempo que a la joven le resultó tanto eterno como efímero.

No se atrevió a volver al campamento sino hasta que se hubo limpiado todas las lágrimas… Ni siquiera sabía por qué lloraba… Mas sentía que hasta entonces su corazón había vivido con una serie de candados puestos sobre éste. Y que ahora, tras las palabras de Hiko, uno a uno habían comenzado a abrirse.

Durante todo el proceso, una pregunta se sobrepuso a todas las demás inseguridades que la agobiaban.

"¿Qué siento por Kenshin?"

Incluso si aún no era una mujer adulta, ya no era una niña...

"¿Qué siento por Kenshin?"

Kenshin se mantuvo despierto hasta que Kaoru regresó.

La joven dijo una excusa al por qué de su retraso. Y aunque no era una muy creíble, él no la cuestionó. Ella agradeció aquello, y le dedicó una sonrisa asegurándole que mañana se sentiría mejor.

Ambos se recostaron en sus improvisadas camas. Kaoru le dió la espalda. Tan pronto estuvo cobijada, la sonrisa la abandonó y la misma angustia anterior volvió a dominarla.

"¿Qué siento por Kenshin?"

Cayó dormida, antes de poder dar con una respuesta.


A/N: ¿Es mucho pedir que me digan si encontraron a Yahiko en el capítulo en un review? xD