¡Volví! =D
Aunque no sabría decir por cuánto tiempo xD Tengo mucho, mucho trabajo pendiente. Pero bueno, mientras se pueda, aquí seguiremos.
Por cierto, no me odien de nuevo por empezar por mis narrativas a destiempos y revoltosas, que ha estas alturas ya deberían de estar acostumbrados XD
"Atemporal"
- KAORU -
Está ardiendo.
Kaoru está ardiendo.
Sumida en medio de una pesadilla… ¡Grita!
Es fuego lo que la consume. La ahoga y no la deja respirar. En medio de una tormenta de llamas que promete una lluvia de cenizas, Kaoru intenta alcanzar a Kenshin. Moviéndose entre el humo y el calor… Un último mensaje que intenta hacerle llegar.
-¡Vive, Kenshin!
Las llamas crecen, la madera cruje como un sonoro rugido. El aire alienta el fuego, y ella intenta en vano el respirar, ¡hay demasiado humo!… aunque lo intenta, sabe que está perdiendo la conciencia.
-¡Vive! -Grita en medio de la bruma.
Después sólo hay oscuridad.
…
Kaoru abre los ojos de golpe, despertando a la oscuridad de su habitación. Hay ruido de pasos afuera en los pasillos, y es Sato quien la llama con vehemencia.
-Kaoru sama, debes atender de inmediato.
La sacerdotisa requiere de un par de segundos para recomponerse. La cabeza le da vueltas y hay un constante zumbido en sus oídos. Se talla el rostro con ambas manos mientras se sienta sobre el futón.
-¡Kaoru sama!
-Enseguida voy, Sato. ¿Está Hikari contigo? -Pregunta, pues la ayuda de la eterna chokkai es necesaria para colocarse las ropas.
Dado el ajetreo, la miko deduce que deberá atender algún asunto externo. En las últimas semanas cada vez más y más han ido solicitando su presencia, en especial tras la incursión del Kiheitai en la revolución y sus últimas victorias en el campo de batalla.
Sin embargo, no hay respuesta del otro lado del fusuma. Tan sólo el silencio la recibe.
-¿Sato? -vuelve a llamarle.
Silencio otra vez.
Kaoru aparta la colcha del futón y se levanta con prisa, decidida a descubrir qué está pasando. Atraviesa la habitación en tan sólo ocho pasos y descorre el fusuma.
-Pensé que no llegaría, su excelencia.
Es Saito quien la recibe. Por una vez no lleva la máscara de su sonrisa puesta, por el contrario, su expresión es verdadera y lo que expresa es una mezcla de genuina preocupación y molestia. Su figura resalta ante el calor de las antorchas, todavía es de noche después de todo.
Kaoru, vestida en sus ropas de doncella y con su compañía de chokkais, no se amedrenta ante la presencia del shinsengumi, ni lo que los recientes miembros investigan a espaldas del capitán Hajime. Echa los hombros atrás y camina altiva.
-Gomenasai (Discúlpeme), vine tan pronto como me fue posible, dadas las circunstancias.
Saito la sigue con la mirada, sintiendo internamente admiración por la entereza de la joven doncella. Ésta apenas y arruga el gesto al llegar frente a la tragedia, deteniéndose a pocos pasos de distancia de los cadáveres.
-¿Hace cuánto? -pregunta, incapaz de dejar de mirar los cuerpos frente a ella.
-Menos de media hora -contesta el capitán a sus espaldas.
Seis hombres del shogún, y cuatro ronins (samuráis sin dueño), todos muertos y acomodados en fila. Todos presentan heridas de espada en sus cuerpos, sin embargo, ninguna de éstas es de causa de muerte.
-Confío en que sabe por qué hemos llamado al santuario -le dice Saito, posicionándose a su derecha, brazos cruzados-. Hasta ahora, únicamente se conocía a una sacerdotisa con el poder de inmovilizar a tal grado, y encima hacer que se ahoguen ellos mismos.
Hay murmullos entre los chokkai que la acompañan, ella misma quisiera tener algo que decir para defender al clero, mas no puede hacerlo. Incluso con Momiji muerta, es bien sabido que la misma había instruido a los chokkai a su cargo, más de alguno bien podría haber tomado el manto de su difunta maestra, en especial tras la tragedia del incendio un año atrás. Pero Kaoru sabe que no hay nadie con tal excepcional poder.
Nadie salvo uno.
-Sin embargo, no hay un patrón -Señala Kaoru, tratando de desviar el punto de la acusación al santuario-. Los hombres que aquí yacen eran enemigos entre ellos.
Saito sonríe de medio lado.
-Podemos asumir entonces un tercer bando, uno con resentimientos hacia ambos frentes.
-¿El Kihetai? -Ofrece sin querer, su joven mente es incapaz aún de elaborar mejores respuestas.
-Desearía que fuera así. Sería mucho más fácil. -Responde divertido, luego se enseria. -Pero no te creo tan ciega como para no ver lo que está frente a tus ojos. Incluso con su victoria tras el final de la rebelión de Mito, no hay manera de que llegaran aquí tan rápido. Y esto ha venido ocurriendo desde hace ya dos meses, tras vuestro regreso, he de hacer notar.
-Lo que está diciendo es una acusación seria -contesta Hikari por detrás de ellos, incapaz de quedarse callada ante tal amenaza, el resto de sus compañeros lucen tan molestos como ella. -¿Por qué habría su excelencia de hacer algo así?
El capitán le dedica una mirada larga antes de responder. Pero no es a Hikari a quien se dirige, sino a Kaoru, la misma doncella que años atrás fuera testigo de su unión con Tokio, y lo mucho que ésta última la quiere. Y Tokio no es una mujer que desperdicie sus afectos en alguien que no lo merezca. Y él tampoco.
-Tú fuiste su acólita una vez. Tú deberías saberlo. -Señala. Luego mira de vuelta a los hombres sin vida frente a ambos-. Y si no… podrías preguntarles a ellos.
-¡Eso es blasfemia! -rugen las protestas de los chokkai.
Kaoru misma se amedrenta internamente, lo que está sugiriendo que haga va en contra de su don. No porque no pueda hacerlo, las visiones a veces funcionaban en reversa, era cierto, imágenes en sepia en las mentes de a quienes adivinaba. Pero esto es diferente.
-¡El poder de Kaoru miko sama no es necromancia! -Protestan los jóvenes aprendices.
Okita, llega entonces, su educada sonrisa adornando su rostro.
-Oh, creía que el hablar con fantasmas era un don de los sacerdotes sintoístas. -Dice, plantándose justo al lado contrario de la sacerdotisa. -¿No se suponía que los entrenan en dichas artes?
-Señalas un buen punto, Okita -asiente Saito -¿O quizá sea que debamos esperar un poco más? -sugiere.
Kaoru aprieta el gesto, "Pedir por almas condenadas, ¿qué tal lejos planea ir este hombre?", se cuestiona. Consciente al fin de que todo aquello había sido una trampa. Hikari por su parte, no quiere darse por vencida.
-Eso es diferente, no puedes pedir…
-Basta. -Le interrumpe la vidente de ojos azules.
-¿Kaoru sama? -Sus chokkai la miran confundidos.
La aludida mira un segundo los cadáveres antes de fijar la vista en el capitán de la tercera división. Ella recordaba lo que el hombre le había advertido la tarde que había ido a escoltarla a su regreso a Kyoto.
"Soy un hombre que sigue sus principios. Incluso si aún no he pagado del todo mi deuda contigo debido a Tokio, eso no significa que volveré un ojo ciego a lo que hagas en mi ciudad. Aku Zoku Zan (el malo debe morir)."
-¿Está seguro de que fue sólo media hora? -pregunta ella sin dejar de mirarlo.
El hombre corresponde al gesto, analizándola a su vez.
-Más el tiempo que llevamos charlando -Contesta.
La joven sacerdotisa asiente una vez. Se gira entonces a donde los caídos ya han sido cubiertos con sábanas blancas.
-No tienes que hacerlo, Kaoru sama. -Insiste Hikari, sus compañeros apoyándola con comentarios similares.
Mas la doncella no se permite hacer caso de sus plegarias, entiende muy bien lo que ocurrirá de negarse. Avanza hacia los cuerpos y se detiene en el más cercano, un joven que habría tenido menos de veinte años.
-Gome -se disculpa.
Su mano derecha se acerca al rostro del joven, al que le toca el rostro con dedos temblorosos tras haber retirado la tela sobre éste. Los ojos azules de la doncella se iluminan por espacio de dos segundos, como dos gemas de un azul plateado.
"Jineh"
En medio del caos de imágenes que se suceden en tan breve instante -una película de preciosas y secretas imágenes de quien fuera la antigua líder del santuario a Inari-, es el sentimiento de angustia el que sobresale de entre todas las demás emociones.
"¡Mátalos a todos!"
Es el hilo de dos vidas que vivieron paralelas a la otra; fragmentos de espejos que sostenían recuerdos igualmente cortados, de dichas y encuentros, de penas y tristezas; de promesas rotas.
"Momiji…"
El dolor de ambos.
"¡Mátalos a todos, Jineh Udo!"
-¡Ah!
Kaoru cae de bruces al suelo, alejándose lo más que puede de aquél cadáver.
-¡Kaoru sama!
Los chokkai corren en su auxilio, la rodean mientras Hikari la sostiene entre sus brazos; la sacerdotisa está temblando y queda clara la angustia que la domina.
Saito se acerca entonces, mientras el clero le mira con recelo.
-¿Y bien? -pregunta.
Kaoru le sostiene la mirada apenas un segundo, antes de desviarla y negar con la cabeza, mordiéndose los labios hasta sacarse sangre.
-Lo suponía. -Declara el hombre.
Esa noche, se proclama al antiguo Guji del santuario Fushimi Inari, Jineh Udo como enemigo público del shogunato.
Hikari vuelve a mojar la compresa con agua fría. La exprime lo justo consiguiendo el mantenerla húmeda para volver a ponerla sobre la frente de la sacerdotisa. Ésta está pálida y débil, tras días sumergida en el rito de adivinación. Las velas que ardieron desde el primer día, todavía siguen encendidas contra toda lógica, renuentes a permitir que la oscuridad domine.
-No te pierdas, Kaoru -le ruega. -No te pierdas.
Su corazón se estruja, todavía queda culpa dentro de sí misma. Si tan sólo hubiese sido más firme, se dice, quizá la doncella que ahora sigue prisionera de los caprichos de los dioses, no habría tenido que enfrentarse a tal monstruo.
De momento, sólo puede mantener vela por ella.
Las puertas del fusuma se abren con prisa y algo de brusquedad. El sol ya se ha plantado en el cielo. Kaoru entra de nueva cuenta a los aposentos que han sido suyos desde su entrada al santuario. Hikari entra corriendo tras ella.
-¡No puedes ir! -Le exige.
Kaoru no se detiene a enfrentarla, por el contrario se dedica a buscar entre las cajoneras objetos que requerirá para su viaje, además de un par de cambios de ropa.
-Es una misión suicida y lo sabes -continua Hikari -Esperan que hagas sus sucios encargos porque ellos son demasiado cobardes para hacerlos ellos mismos.
-Sí que quieren hacerlo -refuta al fin la doncella-, somos nosotros quienes no podemos permitírselos.
El anterior Guji, a pesar de sus recientes crímenes, era prácticamente familia. Kaoru no puede permitir que un grupo ajeno que no lo ve más que como un críminal, un hombre que ha perdido el camino, le de cacería como si de un animal se tratase. La joven doncella quiere creer que, incluso tras el pecado, cualquiera tiene derecho a encontrar el perdón, siempre y cuando se esté dispuesto a cambiar.
Hikari la mira molesta.
-¿Por qué no? Son ellos los que nos pintan como criminales, ¿por qué no dejarles ahora uno que sí lo es?
Kaoru se gira hacia ella entonces, interrumpiendo su comida. Hikari está plantada a medio comedor. El resto del Maekkai, con sus aprendices incluidos, miran atentos la escena. Es evidente en sus expresiones que piensan lo mismo que la eterna chokkai.
-Comienzo a pensar que hallas dicha en los actos hechos por el antiguo Guji -señala Kaoru, no queriendo creer del todo su propia acusación.
La menor no se amedrenta, por el contrario se mantiene tan altiva como al inicio.
-¿Por qué no debería? -Reclama, cruzándose de brazos.
Kaoru arriesga una mirada al resto de los presentes, los cuales ni siquiera disimulan su interés en escuchar la conversación, se mantienen quietos y pendientes de su respuesta.
-No puedes hablar en serio -murmura por lo bajo, sintiéndose acorralada.
-Excepto que lo estoy. -Ruge. Se hinca por delante de Kaoru y golpea el tatami con ambas manos. -Ellos complotearon todo el asunto del ataque al santuario, y mataron a varios de nosotros, Kago incluido.
Una espina se clava en el corazón de la doncella, y mira con recelo a la chokkai.
-No puedes hacer todo sobre Kago y el incendio.
Ella aún los recuerda, por supuesto, durante un año se culpó a sí misma de sus muertes. E incluso tras la partida de Yumi fue incapaz de perdonarse… Excepto hasta que Kenshin….
-No estoy haciendo nada sobre ellos, son ellos los que hacen todo sobre nosotros.
Hikari está de nuevo de pie a la entrada de la habitación del Guji, donde el nuevo supremo sacerdote -un hombre joven de tez clara y ojos chocolate de nombre Matsumoto- arreglaba con la vidente el grupo de Maekkais y Chokkais que irían con ella a la búsqueda del guji renegado.
-Y fueron ellos los que propiciaron sus muertes. -Remata la menor.
Matsumoto arruga el gesto ante las palabras de la chokkai.
-Él está matando a diestra y siniestra. -Refuta el supremo sacerdote, con gesto severo.
Kaoru apenas y puede pensar en algo que decir, sin saber realmente a quién debe defender.
-Y ambos se lo merecen -Refuta con fuerza Hikari-. Ambos bandos son tan culpables como el Guji Udo. No es un secreto que fue un movimiento político por ambos lados.
-Te olvidas del nuestro. -Contesta Sato, hay amargura en su voz -Nosotros fuimos los que hicimos el trato -le recuerda.
-Teníamos nuestras razones. -Gruñe la joven.
Kaoru suspira, no puede dejar que esto se siga prolongando, el tiempo está en su contra después de todo, está compitiendo contra el shinsengumi y quien quiera que intente hacerle frente al ex-Guji.
-Aún así, tengo que ir -Le dice.
Hikari la mira con angustia.
-¿Por qué?
Mientras Kaoru le sonríe con tristeza.
-Tú lo dijiste bien, él es uno de los nuestros -Y avanza dejando a la joven atrás.
Está lista ahora, el grupo que la acompañará está revisando los últimos detalles, todos reunidos bajo el Tori.
-No puedo dejarte ir.
Hikari, incansable, no ha parado de intentar convencerla.
-No estoy pidiendo permiso.
-¡Kaoru! -Solloza. -Si algo te pasa a ti, el santuario caerá.
-No lo hará. Sato, Sasaki y tú quedarán al mando. Sin mencionar el nuevo clero.
-Ninguno de ellos tiene intención de proteger el santuario y lo que representa. Lo sabes tan bien como yo. La única que representa algo aquí eres tú. No puedes irte.
La angustia y desesperación de la castaña son tan fuertes, que casi podría palparlas con sus manos. La doncella entiende el por qué de tanta preocupación. Tras años intentando sobrevivir la rebelión del mundo cambiante, un ataque más podría ser letal.
Y aún así, aún a pesar del dolor evidente en el rostro de su amiga… la sacerdotisa de ojos azules sabe que no puede negarse a recorrer el camino que le ha sido trazado.
-Mírame -Le dice justo antes de marcharse.
…
¿Desde cuándo se ha estado culpando a sí misma?
Se cuestiona mientras se remueve entre sueños.
...
-Kaoru…
Ah, cierto. Se dice. Había sido así desde aquel fatídico día. Cuando por segunda vez había visto a su madre morir.
Es una niña ahora, una que se ha descubierto perdida en un mundo de sueños. Una que ha tenido que vivir el mismo día dos veces sin poder detenerlo.
-Kaoru…
Su padre está de pie a la entrada de la habitación. Su hermano a pasos por detrás de éste. Y ella, ella está hecha un ovillo, sentada al fondo de la habitación con la espalda contra la pared y el rostro escondido entre sus brazos, los mismos que abrazan sus piernas.
-Culparte es tan inútil como esperar que el sol y la luna se junten.
No hay respuesta de ella.
Aun si quisiera, no tiene palabras para contestar nada. El silencio se extiende en una conversación que va sólo en una línea, mientras el sol brilla al otro lado de la ventana, burlándose de la tragedia.
-Lo que viste y lo que ocurrió no fue disposición tuya.
Las manos de la pequeña Kaoru aprietan con fuerza la tela de su kimono tras oírle decir aquello, su cuerpo se encoge de ser posible aún más sobre sí misma.
-No puedes culparte.
Está llorando ahora, de eso no hay duda. Una vez más, y las que aún faltan… El hombre suspira. Está cansado igualmente, tan destrozado como ella, de haber perdido a la mujer que más amaba.
-¿La maté? -Habla al fin la niña, con voz trémula y sin salir del escondite de su propio abrazo.
Ambos hombres se sobresaltan al escucharla, atentos a ella y lo que pueda decir, deseando confortarla.
-¿Maté a mamá?
Y ambos hombres llegan al tiempo hasta ella. El primero -el mayor- la levanta y la carga, la abraza mientras la deja refugiarse en su pecho.
-No. Pequeña… Kaoru…
El segundo -el menor- le acaricia la espalda con ternura con una mano, mientras la otra la sostiene por la manga del kimono. La niña llora.
-La maté dos veces -solloza.
-Kaoru. -Llora su hermano. -Tú, lo único que hiciste fue darle paz.
La pequeña, tras llorar por otro instante, mira al fin a ambos hombres. Luego, clava la vista en su padre.
-¿No me odias?
El hombre le sonríe, hay pena en sus ojos pero está claro el amor que siente por ella en éstos.
-Jamás podría… mi pequeña.
…
De camino a lo profundo del bosque, donde se rumora se esconde Jineh Udo, el sacerdote renegado, Kaoru lamenta el recuerdo que le ha venido a la mente.
-Es mi culpa. -Se dice a sí misma, avanzando entre su grupo y al mismo tiempo alejada de éste. -Comencé a mirar lejos de mi camino. -Confiesa.
"¡Kenshin!"
Incapaz de negar aquellos recuerdos, aquellos días compartidos con su rouruni, y todas las risas que envolvieron aquellos días. Las mañanas de entrenamiento y rezos, las tardes de té y sus eventuales ceremonias, los juegos al atardecer, y las noches que disfrutaron en la compañía del otro.
-Pude haber prevenido todo. -Se dice.
Si no hubiera mirado en otra dirección, se convence, con su figura recortada caminando entre las hojas y el camino en paralelo al suyo… Cierra los ojos intentando alejarse de aquella tentación.
"No fue tu culpa."
Y cuando vuelve a abrirlos, Kenshin está de pie frente a ella.
-No fue tu culpa -le asegura.
Kaoru siente el roce de su mano en la suya propia, y mira hacia abajo, hacia donde ambas manos se sostienen la una en la otra.
-Lo sabes tan bien como yo, Kaoru dono. -Continua Kenshin, sentado a su lado, recargado en aquél pozo. -Ellos no te culparían.
Él había estado tan seguro aquella noche… Todo sonrisas y ojos claros, llamándola sin keigo (lenguaje formal), sólo 'Kaoru'… Que cuando volvió a buscarla para despedirse, no tuvo sentido.
-Creo… -Había empezado, con el rostro contrito, sufriendo con las palabras de pie frente a ella, espada todavía en mano.
Aquella imagen se sobreponía con el recuerdo frente al pozo.
-Eres esperanza, Kaoru.
Para acabar con la horrible imagen de su desprecio.
-…que es mejor que no nos veamos.
Y el dolor en su pecho, tras haber sido herida directo al corazón, por un hombre que hace llover sangre y que tiene ojos amarillos como oro derretido.
Hikari está a punto de quedarse dormida tras haber estado dormitando la hora anterior, cuando de repente la luz de las velas mengua y luego se encienden, el silencio es interrumpido.
-¡Kenshin!
La chokkai se levanta como un rayo al escuchar aquél grito.
-¡Kaoru sama!
En medio de la habitación destinada para recibir las visiones, el cuerpo de la sacerdotisa de ojos azules se retuerce como si alguien la estuviese atacando en sueños.
-¡Kenshin! -grita, aún con los ojos cerrados y peleando con las manos y piernas.
-¡Kaoru sama, por favor! -Hikari intenta sostenerla, pero la desesperación de la doncella la supera, casi obligándola a soltarla al recibir un golpe de ésta. -¡Sato! ¡Sasaki! ¡De prisa, ayuda! -Grita a sus compañeros, el sonido de pasos que corren por los pasillos se hace cada vez más fuerte.
-¡Kenshin!
Las puertas del fusuma se abren y entran Sasaki y Sato, dejando a otra pequeña compañía afuera de la habitación. Ambos se apresuran a asistir a Hikari.
-¿Qué ocurrió? -pregunta su compañero, ayudándola a contener los movimientos de la miko.
Hikari niega con la cabeza, aliviada de tener auxilio.
-No lo sé, de pronto comenzó a gritar.
-Sigue presa de la visión -observa Sasaki, sosteniendo a la sacerdotisa por las piernas.
Las llamas se avivan, se estiran hacia el cielo, se crecen como faros y luego se hacen pequeñas. Hiko está sentado frente a ella, su rostro denota severidad, mas sus ojos tienen un brillo de preocupación.
-En más sentidos que uno sigues siendo una niña -le dice-. Pero Kenshin no te ve como una niña.
Kenshin sonriéndole con cariño y algo más, un brillo nuevo en sus ojos. Kenshin sosteniéndole la mano cuando la ayuda a transitar un camino difícil. Kenshin guiándola entre la multitud que llena las calles, con su mano a la altura de su baja espalda, apenas rozándola. Kenshin arreglando el listón de su sandalia. Kenshin acariciándole el rostro. Kenshin amarrando una cinta azul en su cabello.
La imagen de Hiko regresa.
-Sino piensas recibir sus atenciones, no le des falsas esperanzas.
Kenshin abrazándola. Kenshin rozándole el cuello con los labios...
"¿Qué siento por Kenshin?"
Kenshin de pie frente a ella, tras llegar a Kyoto, mirándola con una sonrisa y un brillo diferente en sus orbes violetas.
-No nos convirtamos en extraños -le dice.
Y ella asiente, justo antes de partir en compañía de Hikari y Sato rumbo al santuario, a prepararse para la bienvenida del pueblo.
Kenshin tras haber acabado con una cuadrilla del shinsengumi.
-Creo… que es mejor que no nos veamos.
-¡Ah!
Kaoru se suelta del agarre de las chokkais, Sato apenas y consigue sostener a Sasaki, Hikari a dado a golpear contra la mesa de los pergaminos. Algunas tablas caen sobre el tatami.
En medio de su fiebre, la doncella se sostiene por los brazos, sus ojos se abren a ratos pero es una mirada ausente, sigue presa del sueño.
-¡Sostenla! -Grita Sato al recuperarse, acercándose de nueva cuenta hacia la joven que aún delira.
-¡No…! -se resiste, alejándose de él con los brazos.
Hikari y Sasaki se unen a mantenerla sobre el suelo.
-¡Kaoru sama!
La miko cae de lado y queda boca abajo tras el forcejeo, mas no deja de luchar.
Ella sabía, básicamente desde el principio, ella sabía a lo que no podía aspirar.
-¿Estás segura de que quieres ir al santuario? -Le había cuestionado su hermano camino a Kioto, justo el día de su partida. -¿Por qué no puedes quedarte con nosotros? Puedo enseñarte a usar la espada -le tentó.
La niña negó con la cabeza, divertida.
-Quiero elegir por mí misma -había contestado a sus ocho años.
-¿Y éste es el único camino? -se había entre quejado y burlado él, acabando de terminar de subir sus pertenencias al carromato.
Kaoru le sacó la lengua.
-Quiero entender mi don -contestó al fin. -Quiero aprender a usarlo para ayudar a las personas. Además, anoche tuve un sueño muy hermoso.
-¿Oh? -aquello picó el interés del muchacho-. ¿Y de qué iba?
Koishijirou ayuda a Kaoru a subir al vehículo y éste avanza junto con el resto de la caravana; es una mañana fresca tras una noche de lluvia, pero es verano y el frío es bien recibido. La menor se acomoda junto a su hermano.
-Estaba bailando coronada de flores -le dice. -Y había otros conmigo. Celebrábamos y todos reíamos. Incluso tú estabas ahí.
-¿En serio?
La niña asiente.
En realidad había estado como un espectador distante, mientras le sonreía con un bebé en brazos, pero Kaoru sintió que ciertos futuros debían permanecer secretos. En aquél sueño, habían estado todos reunidos en un bosque de Sakuras; ningún rostro era conocido y, sin embargo, todos le resultaban queridos. En especial el muchacho que la había coronado con una corona de jazmines.
"Kaoru dono", la habían llamado. Y ella había sonreído, satisfecha.
-Hmm… -sopesó su hermano. -Supongo que mientras seas feliz, no importará el camino que elijas -Le sonrió.
Y ella le sonrió también mientras asentía.
-Un (sí).
Había soñado con que tal sueño fuese real. Había vislumbrado incluso, cada vez más nítidas aquellas imágenes… Y tras su reencuentro con el muchacho de cabellos rojos, Kaoru había estado segura de que aquél sueño podría ser una realidad.
Sin embargo…
-¿Por qué? -Le había cuestionado entonces, con la voz quebrada. -Pensé que habías dicho que no debíamos ser extraños.
-Esto es diferente -le cortó.
Y ella sabía, desde luego, ella sabía a lo que él se refería. Lo que se rumoraba por las calles de Kioto sobre su relación con el demonio que hacía llover sangre.
Después de todo lo había escuchado ella misma.
-¿Escuchaste sobre la victoria del Kiheitai al final de la rebelión de Mito?
Había salido en un encargo a la casa Kiyosato, y aceptado la invitación de Tomoe a la visita a una casa de té cerca del castillo Ninomaru. Hacía tanto que no había visto a la joven novia, que había aceptado de buen gusto aquél paseo. Aquél día las calles habían estado concurridas al igual que los restaurantes, todos susurrando los hechos al sur de Japón.
-¿Cómo podría no haberlo hecho? -había contestado la otra mujer. -Después de que tal evento haya afectado la economía.
-Honto, honto (de verdad) -aportó otra-, mi marido dice que no pasará mucho antes de que los eventos se susciten también aquí en Kyoto.
-¡Sonna! (no puede ser)
Ninguna reconocería la presencia de Kaoru al estar ésta en una sala privada; protegidas apenas por una cortina, podían escuchar con claridad. Mas por un instante deseo el haber sido sorda.
-Pero lo que es verdaderamente desconcertante, es a quién le atribuyen la victoria -aportó un hombre de otra mesa.
Los demás del grupo asintieron.
-Dicen que es un demonio, aunque oculta su rostro tras la protección de su armadura.
-Yo escuché que es el mismo que hizo guardia a Kaoru miko sama durante su coronación.
Hubo una fuerte exclamación tras eso.
-¡Yo también lo escuché! -declaró otro más -Dicen que el santuario es su lugar de origen, y que Inari está del lado de la rebelión.
-¡Cuidado con lo que dices! Podrían matarte por eso.
Kaoru no se había dado cuenta de que se había clavado las uñas en las palmas de sus manos, sino hasta que Tomoe las había tomado con las suyas propias.
-No saben lo que dicen -le había dicho entonces ésta contrita. Cuando la había invitado a salir, había tenido la sincera intención de levantar el ánimo de la menor. Jamás hubiera querido tener que exponerla a tales calumnias. -No debes oír a rumores tontos.
Y la doncella había aceptado aquellas palabras entonces, decidiéndose a ignorar aquellas charlas. Casi podría creer las palabras de consuelo de su amiga. Excepto que Kaoru sabía que no habían sido rumores.
Ella conocía la identidad del demonio de Kioto.
-Está ardiendo otra vez -informa Hikari, desesperada porque no han conseguido calmar el ataque de su compañera.
-No… -solloza ésta, todavía presa del sueño-. ¡No!
-Kaoru sama, debes resistir -le dice Sato en vano, la aludida apenas y abre los ojos, su mirada sigue vacía.
Han tratado de mantenerla firme, para evitar el que se haga daño, pero a pesar de ser ellos tres, no consiguen controlar de lleno el arrebato de la misma.
Kenshin sigue de pie frente a ella.
-¿Diferente cómo? -Vuelve a cuestionar. De vuelta a la escena de semanas atrás. -¿Qué hice mal?
Kenshin tiene a bien mirarse contrito.
-No has hecho nada malo, y ése es justamente el problema. -Lamenta, sus ojos aunque tristes siguen siendo amarillos. -Fui yo quien se ha estado engañando.
Él había comenzado a caminar entonces, y ella había estado segura por un instante de que él avanzaba hacia ella, más cuando la alcanzó se dedicó a pasarla sin voltear a verla siquiera.
-Si quiero alcanzarte… -Le había dicho al pasar. -Primero debo abrir el camino a una nueva era.
Para este punto, Kaoru lloraba, su labio inferior tenía varios cortes que ella misma se había hecho; sus manos tenían la misma pinta.
-No… Kenshin…
Hikari sintió su corazón contraerse.
-Sato, no podemos dejarla seguir, sólo se herirá más a sí misma.
El moreno lo sopesa, mientras aún la sostiene de las manos. Al final se decide.
-Bien, ayúdenme a amarrarla. -Les pide.
Sus compañeras hacen como les pide. Sato se sienta por sobre encima de Kaoru para evitar que se mueva. Sasaki le ata las manos con ayuda de Hikari.
-Sostenle el rostro -ordena el Maekkai.
Sasaki sigue la instrucción.
-Abre sus ojos.
Hikari es quien sostiene ambos párpados de su doncella, quien continua en su afán de liberarse. Cuando lo consigue, Sato arroja el encantamiento, sus manos sostienen el rosario de cuencas rojas.
-¡Kai! -Grita
-¡ah!
Y entonces el cuerpo de la sacerdotisa vidente se deja caer sin fuerzas.
Los tres jóvenes esperan un instante más antes de soltar el aire en alivio.
Liberan entonces a su compañera y vuelven a acomodarla sobre el tatami.
En sus sueños, es Yumi quien la recibe, con el recuerdo previo a su partida.
Aquella tarde había estado cargada de un fuerte aroma a nieve y pino, la luz del sol brillaba tenue sobre el suelo blanco, reflejando luces de colores hacia el cielo. Ambas jóvenes estaban sentadas en los aposentos de Yumi, los mismos que antes habían sido de Momiji y que ahora serían de Kaoru. Las puertas del shoji habían estado descorridas, y el servicio del té estaba dispuesto entre ambas.
-Todo lo que quisimos, fue liberarte -le había dicho entonces la joven mujer.
-¿Liberarme? -Kaoru le había mirado sin entender.
Nieve cayó de las ramas de los pinos, sobre el acolchonado suelo con un sonido sordo.
-Esta vida, igual que cualquier otra, tiene gran honor en vivirla, pero…
Las paredes del santuario contenían montones de recuerdos de vidas pasadas. Ecos de lo que había sido y lo que no volvería a ser jamás. Imágenes en las que la joven mujer se pierde un instante.
-También hay dolor. Especialmente cuando no ha sido uno del todo quien ha elegido este camino. E incluso así, siempre aparecen nuevos caminos frente a nosotros.
Kago, Hikari, Fuu, Koga, Sato, Chiaki, Kaede, el Guji, Momiji, Yumi, habían representado su vida en el santuario; recordando cada uno de los momentos vividos en su compañía, las lecciones aprendidas. Akira, Shinji e incluso Tomoe y su hermano Enishi, habían sido atisbos de las vidas a las que podría tocar en su misión como miko; Kaoru recordaba lo hermosa que Tomoe se había visto en su boda, el carácter de Shinji crecer tras los años y volverse líder, y…
Kenshin.
De pie en un camino paralelo al de ella. Sonriéndole.
-Tanto Kaede, como Momiji, y yo, deseábamos que tuvieses la vida que a nosotras se nos arrebató. -Confesó Yumi.
No la miraba entonces, durante aquella plática la castaña había preferido mirar hacia un punto distante, en el paisaje frente a ambas.
"¿Cuál era su deseo?" Se había cuestionado entonces la menor. Preguntándose si de verdad aquellas tres mujeres habían sido tan desdichadas.
-Queríamos que eligieras por ti misma.
Las palabras salen incluso antes de que Kaoru sea capaz de registrarlas.
-Éste fue siempre el camino que quise. -Y se sorprende genuinamente de su rudeza tras decirlas, mejillas arreboladas -¡lo lamento!.
Yumi por su parte, al fin la mira, parpadeando igualmente confusa, y luego... estalla en risas.
De ser posible, Kaoru se sonroja más.
-Sí, por supuesto -dice cuando ha conseguido dejar de reír. Ríe por la similitud de aquella conversación hace ya tres años atrás-. No tendrás arrepentimientos, ¿cierto? -Le dice sonriendo, haciendo alusión a la Kaoru de nueve años que había defendido fervientemente su deseo de convertirse en sacerdotisa.
Kaoru podría haberse arrepentido de sus palabras. En cierta forma lo hacía interiormente, mas no podía dejar que tal pensamiento creciera. Yumi lo entendió con sólo dedicarle una mirada.
-Tal vez, consigas incluso sobrevivirnos a todas -le dijo.
Más nieve cayó al suelo proveniente de las ramas de los árboles.
-¿De verdad tienes que irte? -Le había cuestionado entonces, con el corazón roto.
Ella no deseaba quedarse sin su compañía. Sentía que se estaba quedando sola.
Yumi había negado con la cabeza entonces, su sonrisa no alcanzaba sus ojos.
-Tu autoridad y tu legitimidad no serán reconocidas a menos que alguien pague el precio de nuestra insensatez. -Le recordó.
Tras las investigaciones hechas tras el incendio y el asesinato de los políticos involucrados, era mejor si no quedaba nadie que conociera al pie de la letra el plan de Momiji.
-Solo pido porque algún día, cuando de verdad entiendas el daño que hemos hecho… -le miró, y luego se atrevió a acariciarle el rostro; Kaoru lloraba… -Que puedas perdonarnos.
Se había quedado de nuevo sola en aquél camino. Mientras miraba a quien había sido su maestra y su protectora partir lejos del santuario, abandonando su anterior vida y avanzando desterrada hacia un mundo desconocido.
Al final, le había dicho lo mismo que Momiji le dijera una vez, se dijo.
-Un día Kaoru dono, desearás con pasión el caminar por otro camino.
Que a su vez, había sido lo mismo que le había dicho Kaede.
-Cuando eso ocurra, porque ten por seguro que ocurrirá…
Kenshin de pie en un camino paralelo al suyo. Sonriéndole. Esta vez extendiéndole la mano.
-Cualquiera que sea tu decisión… -Le habían dicho las tres.
Y el eco de sus voces había reverberado mientras ella veía la imagen de su amigo de pie frente a ella, invitándola a caminar a su lado, sopesando si debía tomar aquella mano.
-Ten fe en que será la correcta.
…
"¿Qué es lo que siento por Kenshin?"
…
Hikari termina de arropar a Kaoru. Las velas por fin parecen a punto de consumirse, y esto solo puede significar que la visión está por fin a punto de terminar. Aunque no se hace muchas ilusiones, pues sabe que dadas las circunstancias las cosas siempre pueden empeorar.
Afuera de la habitación, en el corredor, Sato y Sasaki esperan sentados a que salga su compañera. La eterna chokkai ya ha tenido que soportar demasiada vigilia, y ambos jóvenes han decidido que ésta debe de ser revelada.
-Está tranquila ahora. ¿Pero cuánto durará? -Dice Hikari, tras salir de la habitación y sentarse de espaldas al fusuma de la habitación de Kaoru, al lado de Sasaki.
-¿Alguna vez había tenido una visión como ésta? -Pregunta la castaña.
Sus compañeros niegan con la cabeza.
-¿Ni siquiera…?
Ellos vuelven a negar.
Ni siquiera con las visiones de su coronación, había permanecido en un trance tan largo. Claro que, entonces, Kenshin había estado con ella...
-Tres días. Lleva tres días soñando. -Declara Sato con incredulidad y pesar.
-No es un sueño. -Refuta Hikari. -Es una pesadilla.
Sasaki entiende a ambos, ella después de todo se siente igual.
-Todavía no puedo creer que esté muerto, pero aún más, que haya sido él el responsable de todo esto, de todas esas muertes. ¿Por qué?
Mutismo.
Es Sato quien contesta al fin.
-Supongo que nunca lo sabremos.
-Nosotros no. Pero Kaoru dono sí. -Le recuerda Hikari.
Después de todo había sido la miko de Inari la que había hecho frente a aquél monstruo, recuerdan ambos. Y tras su regreso, se había encerrado en su habitación negando la visita de cualquiera. Luego, tras una semana de encierro, la visión había llegado.
-¿Qué crees que le haya dicho? -Cuestiona Sasaki.
Hikari levanta los hombros, sin saber qué decir. Ella se pregunta lo mismo.
-Lo que haya sido… -Dice Sato-, sin duda fue lo que detonó esta visión.
Los tres dirigen una mirada a la habitación de Kaoru. De momento parece que lo peor ha pasado, incluso si ninguno lo cree realmente.
-¿Qué pasará si nunca despierta? -Lamenta Hikari.
Sato la rodea por los hombros con su brazo.
-Esperemos no tener que enfrentarnos a eso.
Sus recuerdos se han vuelto confusos. De pronto está de vuelta en su misión a encontrar al exGuji, aquél hombre amable que le había abierto las puertas del santuario a sus tiernos nueve años. El mismo que se había dedicado a asesinar durante los últimos dos meses.
-¡Guji sama! -Le había llamado entonces. Tras haber mirado en las tablas y buscado el hilo de su vida, había dado con el lugar en el que se encontraba.
Pero ya fuera porque el nombre con el que lo llamaba ya no era el adecuado, o porque de verdad el hombre había perdido todo sentido de cordura, éste no había acudido como esperaba…
Había sido una masacre.
Una que apenas ella había conseguido impedir si tan sólo por el poder de sus visiones. Mas no había podido salvarlos a todos.
En especial cuando la cuadrilla del shinsengumi arribó a la escena.
Sin importar cuánto intentó detenerlos, los hombres se abalanzaron en una contienda que estaban destinados a perder.
Con los ánimos bajos y su compañía derrotada, Kaoru se había dirigido hacia el siguiente punto en el que el hombre que ahora se hacía llamar Kurogasa se encontraría oculto.
Estaba consciente de que estaba haciendo lo que Hikari le había pedido que no hiciera, sabía con certeza a lo que se estaba exponiendo, pero debía confiar en lo que había visto en las tablas; por el cariño que le tenía al hombre que había sido su protector, debía creer que había modo de salvarlo.
-¡Sé que está aquí! -Volvió a gritar.
Venía de una familia samurai, era cierto, pero una familia que creía en que una espada podía servir para dar vida como para arrebatarla. Creía en las palabras de la ideología de su hermano, y creía en la humanidad misma. No podía dejarse vencer, no ahora.
-¡Sé bien por qué está haciendo todo esto! -Declaró, todavía tenía frescas en su mente las imágenes que pertenecían al encantamiento de Momiji, el mismo encantamiento que debía deshacer. -¡He venido…!
Y luego sus palabras se habían interrumpido.
"¿A qué he venido?" Se cuestionó.
¿A detenerlo? Ciertamente, pero no como a un criminal. Y si conseguía romper el hechizo de Momiji, ¿cómo ayudaría eso a protegerlo del capitán Saito y su lema de Mibu?
Pero aún así…
Kaoru se decidió ahí mismo. Pondría su vida en juego de ser necesario.
-¡He venido a ayudarlo! -Declaró, con su voz rugiendo por encima del viento. -¡No hay razón para seguir por este camino! ¡Esto no es lo que usted desea! ¡Momiji…!
-¿Qué sabes tú de Momiji?
Había sentido un escalofrío justo entonces, al haber sido interrumpida por las palabras del hombre, que ahora estaba de pie por detrás de ella.
Kaoru se giró hacia él y le miró por fin.
-Guji sama… -Sollozó.
La imagen que daba el hombre declaraba desesperación y derrota. Sus ropas eran otras, gastadas igualmente y manchadas; su cabello que siempre había ido bien arreglado, estaba largo y canoso. Y su rostro… su rostro era un poema de tristeza.
-¿Qué sabes tú de mi corazón? -Sollozó el hombre, su voz un hilo roto.
La miko sintió la pena dominarle. Ella fue capaz entonces de sentir la angustia de quien había sido su maestro y la desdicha que lo envolvía. Su deseo de protegerlo se hizo más intenso.
-Sé, que esto no era realmente lo que ella deseaba para usted… para ambos…
El viento soplaba con fuerza, llevándose las hojas que arrancaba de los árboles, arrancando incluso flores, hasta simular una lluvia de colores.
Aún con todo resultaba deprimente.
-E incluso así… -Dijo él. -Henos aquí…
Jineh salió de entre los árboles, hacia el claro donde la doncella se encontraba, mentalmente registrando los cambios en la misma. Había crecido un tanto, pero su rostro seguía teniendo esa inocencia que sólo poseen los niños. Avanzó hacia ella, maravillándose de que ésta permaneciera de pie, firme sin retroceder.
-¿No temes que te mate? -Le preguntó, con su clásica sonrisa amable, que ahora lucía rota por la tristeza.
Kaoru le sonrió con el mismo cariño. Negando con la cabeza en respuesta a su pregunta.
-Su misión para conmigo era otra… -le dijo.
Jineh se detiene entonces, casi de golpe. Algo ha reaccionado en el interior de su conciencia.
-Ah sí. -Dice, como si acabara de recordar algo obvio-. Debía liberar a la pequeña aprendiz de sacerdotisa. Mas ya no eres una aprendiz, ¿o sí? -Cuestiona, todavía amable, tanto que la miko le contesta todavía tranquila con un gesto de la cabeza. -No. -Repite él, y su voz se va trastornando-. Dejaste que su sacrificio fuera en vano cuando te convertiste en una.
Ante la mirada incrédula de la miko, Jineh desenvaina su espada y la apunta hacia ella. A pasos de distancia, el juego ha cambiado y Kaoru sabe que tiene poco tiempo para correr si quiere vivir.
-Guji sama, no, no fue así. -Tartamudea-. Yo no…
-Ni siquiera lo sabías. -Asiente él sonriendo, sus pasos ahora son lentos, y él ríe al ver como ella va retrocediendo aunque con mayor prisa. -Siempre fuiste la presa. La avecilla enjaulada condenada a cantar eternamente para otros. Tan contenta de ser la diversión de sus carceleros.
Ella se escandaliza.
-¡Guji sama…!
-Dime algo… -le interrumpe, su sonrisa es la de un loco. -¿Todavía lloras?
-¡!
…
Cuando estuvo cumpliendo su encierro en el santuario privado a Inari -aquél que no poseía sirvientes y únicamente contaba con la habitación de la miko-, se dispuso una cuadrilla de samuráis fieles al shogun para protegerla. Aquello, aunque tradición, había sido exagerado un tanto con el pretexto del altercado al santuario y aún más por el asesinato de los políticos a manos de un hitokiri (asesino).
Los clanes Aizu y Kiyosato habían sido los elegidos, con éste último al mando y liderados en su momento por Shinji.
Aquellos habían sido seis meses difícil, pero aún más los primeros días tras el asedio. Recluida en su encierro, Kaoru pasaba la mayor parte de los días llorando, y aquello no pasaba desapercibido para quien fuera su samurai principal.
-No entiendo por qué pasas tanto tiempo derramando lágrimas. -Le había dicho Shinji tras un mes soportando aquello, permaneciendo a la distancia.
Kaoru permanecía sentada frente al altar en posición de rezo, pero quedaba claro que hacía todo menos rezar.
-Incluso tú puedes demostrar fragilidad. -Le había contestado entonces.
Las pesadillas todavía la atormentaban, había evidencia en su rostro de la falta de sueño. Shinji buscaba no ser grosero, más por verdadera consideración a la joven que por propiedad.
-Tal vez -había aceptado, sentado a una distancia respetuosa de ella. -Pero tú lloras como si lo vivieras de nuevo.
-¿Hay algo de malo en eso? -preguntó.
Shinji había sonreído de medio lado, de pronto había regresado esa camaradería de cuando eran niños.
-Como son las cosas me pasaré el resto de los meses observando tus lágrimas caer y preguntándome por qué no puedes parar.
Aquél comentario había sido el acertado al lograr el cometido de distraerla, de hacerle sentir algo diferente a la tristeza.
El enojo era mucho mejor, se había dicho.
-Akira san tenía razón. Eres un insensible. -Le acusó con las mejillas arreboladas.
-Por algo quería que te desposara. -Refutó éste.
Consiguiendo el que las mejillas de la recién formada miko se sonrojaran. Dos emociones seguidas en un día, aquello casi podía llamarse un milagro, pensó para sí.
-Solo estaba tratando de salvarme. -Justificó ella. -Como todos los demás.
Shinji la observó a detalle, analizándola. Para él todo era tan claro como el agua, que le resultaba lamentable el que los demás alrededor de la joven fueran tan ciegos.
-Todos los demás que no entienden que no quieres ser salvada. -Completó por ella.
Kaoru no lo negó.
-Haz hecho tus propias decisiones. -Dijo, luego se puso de pie para su sorpresa y se acercó a ella, sentándose a su lado. -Sin embargo, no es mentira que nos has salvado a todos con tu ascensión. -Reconoció. -Por lo que me veo obligado a hacerte un último trato.
Kaoru había entendido lo que él estaba a punto de ofrecerle, o al menos tenía una idea dadas las imágenes que le habían llenado el pensamiento cada que soñaba. Y, durante el mes anterior, se había debatido entre lo que decidiría.
Finalmente había llegado el momento. Shinji le miró directamente a los ojos.
-¿Lo aceptarás? -Le preguntó.
La doncella mantuvo la mirada de su compañero. Sus manos apretaron la tela de su kimono.
Se había preguntado internamente si se arrepentiría… Pero incluso este pensamiento era vanal, ni siquiera ella -con todo el poder de su don- podía ver con claridad el futuro; tan sólo podía confíar en que, aunque si arruinaba la esperanza que tenía, sus acciones no lastimaran a su persona más importante.
Ella había sabido lo que estaba poniendo en juego, lo mucho y qué estaba poniendo en riesgo.
Por lo que debió de haber sabido que no tendría modo de elegir un camino sin perder el otro.
Cerró los ojos para intentar contener sus miedos.
-Te veías hermosa.
Y al volverlos a abrir estaba de pie en su habitación del santuario, aquella que había sido de Yumi, y de Momiji antes de ésta última. El cuarto que tenía un jardín privado, con vegetación viva y un estanque, aunque pequeño, de peces dorados.
El mismo jardín que conectaba con el acceso a la sala de la diosa y al acceso a la montaña; y ahí estaba su amigo, mirándola como siempre, con ese brillo en sus ojos violetas.
-¡Kenshin! -brincó al reconocerle, sin siquiera cuestionar el que estuviese ahí delante de ella, en una zona totalmente privada.
Había sido un día extenuante después de todo, un día en el que no había podido estar con él tras haber pasado cuatro días compartiendo camino rumbo a Kioto. El día en que el pueblo entero la había recibido de vuelta, con bailes y festejos, con ceremonias y alabanzas.
-¿Disfrutaste del baile? -Le preguntó sonriente. Mas se detuvo tras cruzar el engawa, había una expresión ajena en el rostro de su compañero. -… ¿Kenshin?
El muchacho tenía la mirada casi oculta por completo tras los mechones de su pelo, y su expresión era de angustia. No. Era la imagen de alguien a quien han traicionado.
Kaoru tembló.
-¿Es cierto? -Preguntó él, la voz suave y débil.
La joven abrió y cerró la boca, insegura sobre qué responder, luego volvió a intentar.
-Kenshin…
-No me hagas decirlo. -Le cortó él. Su voz era un claro lamento. -Por favor… Sólo di sí o no.
Él sabía.
En ese momento Kaoru lo entendió.
¡Él sabía!
E incluso si lo había dudado, al ver la expresión de ella lo había confirmado.
-Kenshin…
Las lágrimas corrieron a sus ojos… Consiguiendo únicamente el que él la rechazara al sentir aquello como un golpe.
-Cuando hablaste sobre ser una mentira -dijo con la voz cortada-, ¿te referías a esto?
-¡No!
Su corazón se resquebrajó.
…
Kaoru tropezó con una roca tras haber girado con brusquedad, para evitar caer por la ladera. Esa habría sido una caída letal.
Aquella misión de rescate se había convertido en lo que ella había querido evitar: una cacería, ¡y peor! Una en la que ella se había convertido en la presa.
Tras la caída el zori se había roto, el hakama rojo se había rasgado y ella se había lastimado tanto las rodillas como las manos. Las cintas blancas que sostenían su cabello se habían ido aflojando, y ahora los mechones negros ondeaban al aire en todas direcciones.
"Levántate" Se dijo. "¡Levántate!"
Soportando el dolor, se irguió con dificultad. Estaba cansada, le dolía el cuerpo y respiraba con dificultad; no sabía cuánto tiempo llevaba corriendo, pero sabía que no podía detenerse. Aún más si el resto de sus compañeros fueran a buscarla tan pronto se recuperaran. ¡No podía arriesgarlos!
Comenzó a avanzar con dificultad, buscando el camino de vuelta al claro, y luego…
-¡Aah!
Jineh la sostenía del brazo con fuerza, lastimándola, girándola hacia él.
-¡Te encontré! -Exclamó riendo, en éxtasis. -¡Encontré a la avecilla!
-No, por favor! -Rogó en vano.
Jine reía desquiciado, arrojó a Kaoru con rudeza al suelo, a donde ésta cayó sobre manos y rostro.
-¡Si ella no quiere salir de la jaula, la única manera de salvarla es matándola!
Los ojos de Kaoru se abrieron como platos ante el horror… ¡No podía moverse! La espada de Jineh se elevó mientras seguía riendo.
Kaoru cerró los ojos y sus labios formaron un solo nombre.
-¡Kenshin!
La espada se hundió y salió con la misma rapidez que entró.
La sangre salpicó la escena entonces, pero no había sido ella quien había sido herida, ni quien gritaba de dolor.
La doncella se atrevió a abrir los ojos y mirar la escena frente a sí.
Esta vez, sus ojos se habían abierto ante la imposible de lo que veían, llenos de incredulidad.
-No puedo permitir eso -declaró Kenshin, su katana manchada de sangre, la misma que manaba del hombre derecho de Jineh.
-Kenshin… -susurró su nombre incrédula, sintiendo como poco a poco iba recuperando la sensación en su cuerpo. El hechizo se había roto.
Jineh, ahora encorvado en el suelo, sobre sí mismo, le miró al fin y su sonrisa regresó a su rostro con mucha más energía.
-Y aquí está -declaró-, el minino que cometió el error de enamorarse de su presa. -Se mofó, antes de deshacerse en carcajadas.
Kenshin, sin embargo, lo ignora. Se gira hacia su amiga -sin perder detalle de Jineh-, y la toma en brazos.
-Vámonos Kaoru dono. -Le dice, sus ojos siguen siendo dorados…
-Kenshin… -susurra ella, incapaz de rechazarle.
De permitirle que la levante en vilo y se la lleve lejos de ahí, a donde pueda atenderla. Incapaz de recordar las palabras de aquella fatídica noche meses atrás.
Donde le había prácticamente rogado el que le mintiera.
…
"Dime que no aceptaste un omiai."
Al cuarto día, Kaoru por fin despierta.
Su fiebre ha cedido y su mente se ha liberado de la prisión de los recuerdos. Irónicamente, a pesar de haber estado en cama durante tres días y tres noches, la miko se siente bien, rejuvenecida incluso. Llena de vida.
Es extraño, pero propio se dice, casi adecuado. La catarsis que necesitaba para decidir qué hacer, qué camino seguir.
Se sienta sobre el futón, y aunque no debería le sorprende encontrar a Hikari y Sasaki dormidas al pie del colchón.
Tras sentir una calidez extenderse por su pecho, Kaoru se levanta con cuidado de no despertarlas y se dirige afuera al jardín. Avanza con cuidado y se encamina al pasillo que conecta con el pozo. Cuando lo alcanza, igual que años atrás, llena la cubeta y se moja el cuerpo vaciando el agua sobre su cabeza.
El agua se siente fría y fresca. Y se permite un instante para dejarse envolver por las sensaciones que causa el agua al correr por su cuerpo.
La revitaliza.
El sol se levanta en el horizonte. Será un día cálido.
-¡Kaoru sama!
Pronto se ve rodeada de los miembros del santuario, los nuevos y los viejos por igual.
-¡Kaoru!
Hikari al fin la ha alcanzado, con Sasaki corriendo detrás de ella. Kaoru les sonríe.
-Lamento haberlas preocupado -les dice -Pero ya me encuentro bien.
La eterna chokkai se lanza a los brazos de su amiga mientras lloras inconsolable. Contenta de tenerla de regreso, sana y salva, abrumada por todo lo sufrido en los días pasados.
-Lo siento -le dice Kaoru mientras la abraza. -Lo siento, Hikari. Tenías razón, siempre tuviste razón.
Horas más tarde -tras un merecido baño y una comida completa- Hikari permanece al lado de Kaoru en el jardín del estanque, la menor borda un kimono de su amiga y compañera, mientras ésta última mira hacia el estanque.
-Hikari, ¿cuánto falta para mi cumpleaños? -le pregunta de repente.
-Seis días exactos -contesta sonriente, el éxtasis de tener a su amiga de vuelta sigue dominándola.
-Necesito mandar una carta -dice.
Hikari la mira confusa, y ligeramente preocupada.
-¿Una carta?
Kaoru asiente.
-Dos en realidad -dice con seriedad. -Ambas al Kihetai.
No dudará de nuevo, se jura a sí misma. Después de todo, no hay decisiones incorrectas.
Caminará el camino que ha elegido sin arrepentimientos.
Por ella, y por Kenshin.
A/N: Aunque para todos nos fue OBVIO el que Kaoru tenía sentimientos de amor por Kenshin, la diferencia de edad y el contraste de la época en el que creció cada uno, dejaba en claro el por qué ella era tan ingenua e ignorante de sus propios sentimientos. Si bien ella desarrolla un apego y un cierto sentimiento de posesión sobre Kenshin cuando nota que a éste le coquetean (Megumi principalmente), Kaoru no tiene claro lo que es enamorarse o mucho menos amar a alguien sino hasta que Kenshin se va a Kioto, y le da tal despedida (el abrazo que a mi parecer fue más un regalo de Kenshin para Kenshin, un egoísmo que se permite al alejarse de ella, recordemos que no era propio de la época el tener tal contacto físico con una mujer con la que no se estaba de menos comprometido, sino bien casado, y que incluso así, las muestras públicas de afecto no eran comunes ni mucho menos buen vistas).
Es entonces cuando ella realmente se cuestiona el por qué le duele tanto su partida y lo que sus sentimientos significan; al final, con la ayuda principalmente de Megumi reconoce sus sentimientos por lo que son y decide que quiere estar con él, incluso si no hay nada más que mera compañía. En el live action duda más y no se quiebra tanto pues el tiempo que pasan juntos es mucho más corto que el del manga y ya no digamos el del anime.
En mi historia es algo parecido. Kaoru es incluso más niña al conocer a Kenshin, un Kenshin además adolescente que no tiene la madurez y sentido del humor del Kenshin adulto (aquél hombre adulto que sí, que sí que disfrutaba de llevar el liderazgo en su relación con la joven Kamiya Kaoru, a sabiendas de sus propios sentimientos y lo que éstos provocaban en su compañera. Cualquiera que diga que Kenshin no tenía química con Kaoru o que nunca mostró interés no prestó atención a las acciones del rurouni que, en más de una vez, dedicaba una sonrisa especial únicamente a la kendoka, y con la que disfrutaba de dejarle atisbos de lo que sentía por ella para luego fingir que no sabía nada). El Kenshin de mi historia, si bien reservado, es más abierto a la honestidad e inocencia misma que refleja Kaoru, por eso le contesta casi igual que hace con Hiko, pero tiene las reservas de la época en la que ha crecido, así que el mismo no sabe qué debe y puede o no hacer con respecto a sus sentimientos. Esta ambivalencia es lo que termina confundiendo a Kaoru quien, como dice Hiko, se sentía segura por su estatus de miko "nada más puede pasar", excepto que pasa, excepto que ella también desea saber cómo se sienten ciertas cosas, pero no lo acepta sino hasta que se le enfrenta de lo que sus acciones descuidadas pueden provocar con Kenshin (gracias Hiko), y es ahí cuando se da cuenta de que no importa en qué momento de su vida esté, siempre, siempre, estará para ella la opción de caminar un camino diferente.
Pero de que no siempre estará Kenshin para ella, y es esto último lo que termina por quitarle la venda de los ojos que ella misma se había puesto. Lo que decida ahora... bueno, eso todavía queda por verse.
Si leíste hasta aquí... mil gracias! que los ángeles y el cielo te llenen de bendiciones!
Serán tres capis en total de Atemporal, siendo éste el primero, cada uno retratando a un personaje en específico. Tengo la esperanza de poder avanzar con la historia al punto clave del clímax tras éstos. Ojalá...
