Autora: Eleonora1

Traductoras: Alima 21

Pareja: Severus/Remus

Clasificación: PG-13

Advertencia: Mpreg

Negación: J.K. Rowling los posee a todos. Yo simplemente juego con ellos un rato. Oh, y poseo a Sandrine, Daniela, y alguna otra cosa que no reconozcas de los libros.

Resumen: Luego de una transformación, Remus resulta herido y deja a su hija a cargo de su otro padre: Severus Snape

Ser un Padre

Capítulo 2

-¡Ah, Severus!- exclamó Dumbledore al ver quien estaba entrando en su oficina-. ¿Cómo te fue?- entonces notó la pequeña niña detrás del Profesor de Pociones, y sus ojos se ensancharon.

-¿Puedo presentarle a mi hija, Director?- preguntó Severus, lacónicamente-. Sandrine, éste es el Director Albus Dumbledore. Albus, ésta es Sandrine Lupin-Snape, mi hija.

-¿Lupin-Snape, eh?- los ojos de Dumbledore brillaron un poco-. No sabía que tú y Remus eran… amigos tan cercanos.

-Bien, lo fuimos- habló el otro bruscamente-. Hasta que lo tuve que dejar para mantenerle a salvo del Señor Oscuro. Aparentemente, ya estaba embarazado en ese momento.

-Oh, sí- asintió Dumbledore-. Y nadie jamás supo... No es una sorpresa, considerando cuan solo ha estado viviendo- entonces miró a la niña-. Bien, Sandrine... ¿Cómo llegó a ti Severus justo ahora?

-Mamá fue lastimado en la luna llena- contestó-. Andrómeda y Ted vinieron y me llevaron al hospital. Luego invitaron allí a mi padre y le dije que era mi padre.

-Entiendo- asintió Dumbledore-. Lo tomo como que estás cuidando de ella al menos hasta que Remus mejore, ¿verdad?

-Correcto- asintió-. Pero no quiero que nadie sepa de su verdadera identidad todavía. Creo que iría bien como mi sobrina.

-Sandrine Snape- agregó la niña-. Ya hablamos de ello.

-Entiendo- los ojos de Dumbledore brillaron-. ¿Un caramelo de limón, señorita Snape?

Sandrine arrugó la nariz.

-No, gracias- dijo, intentando ocultar un estremecimiento mientras miraba los caramelos.

El Director se rió entre dientes.

-Realmente eres hija de Severus, lo veo- rió-. Nunca pudo soportar los caramelos de limón tampoco.

-Mamá dice que los caramelos de limón son malos para los dientes- contestó la niña con tranquilidad.

Severus sonrió ligeramente ante la expresión impresionada de Dumbledore.

-Siempre pensé que Remus tenía buen gusto- murmuró en voz baja-. Obviamente, tiene tan buen gusto para otras cosas como para los hombres.

-Personalmente, creo que le has corrompido- contestó el Director, levantando sus cejas, mientras se recobraba de la peor sorpresa-. Verás, cualquiera a quien no le gusten los caramelos de limón tiene que estar enfermo. Y dado que es algún tipo de enfermedad, puede ser transferida sexualmente.

-Eso fue de mal gusto, Albus- respondió Severus con un bufido-. Por favor, permanece en el asunto que interesa. ¿Supongo que puede quedarse en mis habitaciones?

-Por supuesto, por supuesto- prometió enseguida el anciano-. Es agradable tener algo más de vida por aquí. Por supuesto que los estudiantes traen muchas risas animadas a estos fríos pasillos, pero hoy en día incluso los primeros años creen que son demasiado mayores para jugar, lo que no es verdad, naturalmente. Sería encantador que Sandrine se quedara aquí.

-Eres patético- dijo el Slytherin melosamente, sin maldad detrás de sus palabras.

-Ese soy yo- contestó Dumbledore con un pequeño brillo en los ojos-. ¿Puedes excusarme por un momento mientras envío una carta? Entonces podremos ir al Gran Comedor para cenar.

Severus tenía pocas opciones aparte de estar de acuerdo. Así que miró atentamente como Sandrine, después del alegre permiso de Dumbledore, examinaba con curiosidad todos los aparatos extraños alrededor de la oficina del Director, mientras el anciano escribía una nota corta, la sujetaba en la pata de Fawkes, y enviaba el fénix a su destino. Luego, dejaron la oficina, encaminándose hacia el Gran Comedor. Sandrine continuaba aferrando fuertemente la mano de Severus, respondiendo más o menos tímidamente a las preguntas del Director sobre la vida de Remus y ella, solos en la pequeña cabaña de su mamá.

Tan pronto como entraron al Gran Comedor, Severus sintió que alguien lo miraba. No a Sandrine, sino a él. Miró hacia la mesa del personal y notó varios ojos observándole, en particular una atenta Anna Sinistra.

-¡Ey, Severus!- exclamó Sinistra con una sonrisa medio satisfecha-. Oí que tenías una hija por aquí, pero no lo creí. Parece que estaba equivocada, sin embargo. ¿Cuál es su nombre?

Severus miró con rabia a Dumbledore, que simplemente reía entre dientes, luciendo tan inocente que de seguro había organizado todo eso. Sandrine alzó la vista hacia él, una pregunta evidente en sus ojos.

Severus respiró profundamente. Si Albus efectivamente había decidido revelarlo, era inútil guardar el secreto más tiempo.

-Sí, ésta es mi hija- dijo claramente, manteniendo su voz tan calmada como podía-. Sandrine Snape. ¿Esto satisface tu curiosidad, querida Anna?

Al menos la mitad de los actuales ocupantes del Gran Comedor se dieron la vuelta a mirarle ante esas palabras. Los ignoró resueltamente mientras caminaba con su hija y el Director hacia la mesa de personal tan graciosamente como sólo él podía lograrlo. Notó con ligera satisfacción que Sandrine se movía con la misma gracia que él, pareciendo como si se estuviera deslizando en lugar de caminar

Se encaminaron a la mesa, donde las tres sillas del medio estaban desocupadas. El Director se sentó en la propia. Severus colocó a su hija en otra, susurrando en su oreja:

-Intenta evitar decir quien es tu mamá por ahora, ¿vale? Les diremos más tarde, cuando sea el momento de que sepan.

Ella asintió, sin decir nada. Severus echó un vistazo a los otros profesores que los rodeaban. Todos le miraban con incredulidad y sospecha.

-Morirás por esto, Albus Dumbledore- murmuró en voz baja mientras se sentaba entre el Director y su hija.

-¿Y por qué? Es hora de que reivindiques a tu hija- dijo el anciano tranquilamente, sus ojos no perdieron en ningún momento el desconcertante brillo, pero un ligero destello de acero titiló en ellos, mientras decía esas palabras.

-¿Papá?- pidió una pequeña voz a su lado y él se congeló por un segundo. Entonces se dio la vuelta para mirar a la pequeña niña. Sintió como si su corazón se derritiera mientras miraba los ojos ámbar, tan similares a los ojos de su amante tanto tiempo perdido.

-¿Si, Sandrine?- preguntó a su vez, forzándose a permanecer calmado. Sin embargo, su voz carecía de su tono frío y mordaz habitual, como había ocurrido cada vez que se había dirigido a su hija. Esto no pasó inadvertido para el resto de los profesores, que intercambiaron miradas sorprendidas.

-¿Por qué hay tanta gente mirándome?- preguntó, mirando nerviosamente alrededor del Gran Comedor.

-Bien, raramente ven otros niños que no sean estudiantes aquí- le explicó, sin atreverse a decirle que justo en ese momento, la mayoría de la gente en la escuela encontraban difícil creer que cualquiera pudiera haber estado dispuesto a dormir con él una vez, mucho menos haber tenido un hijo con él-. Creo que la última vez fue incluso antes de que nacieras. El primer año que estuve de profesor aquí, nuestra antigua maestra de Encantamientos, la Profesora Batwing, tenía una niña pequeña. Tenía diez años. Cuando llegó su momento de entrar a la Escuela de Magia, bien, la Profesora y su hija se fueron a Beauxbatons.

-¿Por qué?- preguntó Sandrine, extrañada-. ¡Eso es estúpido! ¡También podrían haberse quedado aquí!

-Y tanto que podrían- convino él-. Pero, bien, Batwing en realidad no me gustaba. Y el pensamiento de permanecer aquí al menos los siguientes siete años era aparentemente demasiado para ella.

Sandrine se rió entre dientes, sonando tan parecida a su otro padre que Severus tuvo que reprimir el impulso de mirar alrededor y buscar a Remus. Luego se concentró en su comida, sin decir otra palabra por algunos momentos.

Después de algún tiempo, no obstante, Sinistra, que estaba sentada al lado de ella, decidió intentar y tener una pequeña conversación con la niña.

-¿Dónde has estado hasta ahora?- preguntó a la pequeña.

-Con mi mamá- contestó Sandrine-. Ahora mamá enfermó y fue al hospital. Así que tuve que venir con mi padre.

-¿Por qué Severus jamás te ha mencionado?- preguntó Sprout, que estaba sentada al otro lado de Sinistra-. Una imaginaría que hablaría de su hija, después de todo. Especialmente si la hija fuera tan bonita como tú lo eres- agregó con una pequeña sonrisa. Sin que ella lo supiera, ni nadie más, puesto que Severus nunca lo admitiría, su comentario logro que sus puntos ante el Maestro de Pociones subieran un montón. Aún cuando fuera una Hufflepuff.

-Papá no sabía sobre mí- explicó Sandrine tranquilamente, intentando en vano cortar su carne de vaca-. Mamá nunca le contó sobre mí. No mantenían contacto- intentó de nuevo cortar la carne, fallando otra vez. No era un milagro. Aunque Remus seguramente la había alimentado apropiadamente, Severus dudaba que hubieran tenido carne de vaca para comer con demasiada frecuencia.

Miró los esfuerzos de la niña por algún tiempo. Entonces tomó suavemente el tenedor y el cuchillo de sus manos y cortó la carne en ordenados pedazos pequeños, justo del tamaño ideal para que la niña comiera.

-Ya está- dijo, y después continuó comiendo su propia comida, ignorando resueltamente las miradas incrédulas que estaban recibiendo de la mitad de los profesores y de la mayoría de los estudiantes.

Siguió de cerca la pequeña conversación que Sandrine sostenía con los profesores más cercanos. Ninguno de ellos se atrevió a preguntar nada sobre Severus, pero todos estaban intentando explotar la información de la niña, escuchando de cerca todas y cada una de sus respuestas.

Sandrine no reveló nada, sin embargo. Incluso consiguió guardarse para si el hecho que su 'mamá' era en realidad varón. Era una niña lista, realmente, aunque eso no era un milagro. Sus dos padres habían obtenido un total de doce TIMOs y EXTASIs mientras estuvieron en la escuela.

Severus notó que no había sido cuidadoso para nada. No pocos estudiantes, estaban escuchando atentamente la conversación. Todo lo que se hablaba sería conocido por toda la escuela antes de que llegara la noche. Sabía que antes o después todos sabrían sobre el verdadero padre de Sandrine, pero iba a retrasar ese momento tanto como le fuera posible. Traería demasiadas preguntas, demasiadas sospechas, demasiadas grietas a la máscara que había construido cuidadosamente y mantenido por todos estos años.

Por fin, la comida terminó. Severus había planeado llevar Sandrine a sus propias habitaciones cuanto antes, pero Dumbledore insistió que debían ir a la sala de profesores un momento.

-No te preocupes- dijo el anciano mago de ojos brillantes mientras él intentaba rehusarse-. Conseguiré una habitación adicional para Sandrine mientras estás allí. Y en este momento Andrómeda está recogiendo sus pertenencias de su casa anterior. Todo será atendido. Ahora, deja que tu hija sea mimada.

Dumbledore tenía razón. Aunque a la mayoría de los profesores no les gustaba Severus especialmente, y algunos incluso le temían, todos estaban encantados con los grandes ojos dorados de Sandrine y su comportamiento levemente tímido. Bien, casi todos, el Profesor de Estudios Muggles, el Profesor Simmons, y el Profesor de DCAO, el Profesor Hamilton, continuaban lanzando miradas sospechosas a la niña. También, aunque Sinistra estaba arrullando alrededor de ella como las otras profesoras, Severus a veces atrapó un destello calculador en sus ojos cuando lo miraba. Bien, una vez Slytherin, siempre Slytherin.

Argus Filch parecía como que no supiera que hacer. Odiaba a los niños en general. Cierto, más cierto de lo que nadie podía suponer. Pero, Severus era una de esas extrañas personas a quien, aunque relativamente, podía llamar amigo; y definitivamente era, quitando a Dumbledore y McGonagall, el único miembro del Personal por el que tenía algún respecto.

Poppy Pomfrey insistió en comprobar su salud. Mientras anunciaba que Sandrine estaba en perfecta salud, Severus resopló y murmuró en voz baja:

-Por supuesto que lo está- esto le ganó muchas miradas curiosas, pero no le importó.

Las otras mujeres estaban igual de desesperadas. Vector la dio un par de ranas de chocolate, ganándose el corazón de la muchacha, y Sprout prometió, aunque sólo después de una mirada interrogante a Severus y recibiendo un breve asentimiento en respuesta, darle algunas de sus plantas más bonitas.

-Para dar algo de vida a las mazmorras- agregó Hooch, ganando una mirada aguda de Severus. Flitwick incluso encantó una silla para bailar, haciendo a Sandrine soltar risitas felices.

A lo largo de la noche, Severus cabeceó mientras empezaba a catalogar a sus colegas de acuerdo a su comportamiento con su hija. Flitwick, Vector, Pomfrey, and Sprout, a quienes mayormente había ignorado, no parecían tan malos como antes, aún cuando fueran Ravenclaws y Hufflepuffs. McGonagall, quien había roto su habitualmente estricta máscara y lanzaba a la niña miradas aprobadoras, también había ganado puntos con él. Los demás, sin embargo…Hooch y Kettleburn, quienes prácticamente ignoraron a Sandrine, eran de cualquier modo, estúpidos. Por su parte, Filch se había perdido al decir un par de cosas desagradables, de las que se arrepentiría más tarde, cuando Severus dejara entrar a Peeves en su oficina.

Trelawney, quien había asustado a Sandrine a muerte, y luego había seguido diciendo que la niña era 'alguien sin talento y lastimosa', así como la falsa Sinistra y los abiertamente hostiles Simmons y Hamilton, bien, la iban a pasar bastante mal muy pronto. Eso significaba que la mayoría de sus relaciones humanas habían cambiado para mejor, o para peor, por razones de favoritismo completamente irracionales, y nadie podría culparlo, pues era sencillamente un comportamiento normal en esa situación.

Severus notó que podía ser que le gustara ser padre después de todo.

ºººººº

-Buenas tardes- dijo una voz detrás de Andrómeda.

Ella dio la vuelta y vio una mujer joven en ropa Muggle. Tenía pelo castaño y ojos marrones, y la estaba mirando con curiosidad.

-Buenas tardes- contestó Andrómeda-. ¿Puedo preguntar qué está haciendo aquí?

-¿Puedo preguntar lo mismo?- pregunto la mujer a su vez-. Soy Juliet Warton, la trabajadora social local. Me pidieron que viniera aquí puesto que Sandrine lleva una semana sin ir a la escuela y no pudimos entrar en contacto con su padre.

-Soy Andrómeda Tonks- contestó-, una amiga de la familia. El Señor Lupin tuvo que ir a un hospital por un tiempo. Sandrine se está quedando con su... tío- notó en el último segundo que no podía decir que la niña estaba con su otro padre.

-Oh, comprendo- dijo la mujer, pareciendo comprensiva-. ¿Nada serio, espero?

-Temo que sí- dijo, y suspiró-. Puede decir a los profesores que no se preocupen. Incluso cuando el Señor Lupin se recupere, no creo que Sandrine vuelva a su antigua escuela.

-Entiendo. Sabe, hace alrededor de un mes también estuve aquí.

Andrómeda la miró con suspicacia, pero no dijo nada. Sólo esperó que la otra mujer continuara.

-Un vecino entró en contacto conmigo- continuó la muggle-. Él había estado caminando tarde una noche cuando oyó algunos ruidos sospechosos por aquí, algo así como gritos humanos, dijo. Así que, tuve que venir y revisar.

Andrómeda tragó. Así que esa mujer, aunque sin saberlo, era la que había causado la sobrecarga de los sentidos de lobo de Remus.

-¿Y cuál fue el resultado?- preguntó, forzando su voz para que sonara llana.

-¿El resultado? Sandrine parecía ser una pequeña muy feliz y saludable. El señor Lupin lucía un poco enfermo, pero por lo demás su comportamiento fue estupendo. Verdaderamente ama a la niña, lo pude ver por la forma en que la trataba. Parecían tener el dinero justo para vivir, pero ella tenía ropa y juguetes muy lindos, e incluso una lechuza de mascota. ¡Una lechuza doméstica! Nunca supe que pudieran tenerse como mascotas.

-Mi primo tiene una también- le dijo la bruja, decidiendo no mencionar nada sobre sus tres lechuzas-. Son unas criaturas bastante interesantes. ¿Entonces no encontró nada malo?

-No, nada en absoluto. El vecino probablemente imaginó todo. Por todo lo que vi, probablemente sean la familia más feliz que he investigado.

-Tiene razón- dijo Andrómeda suavemente-. Ellos son realmente una familia feliz.

-Sí. Él no hacía otra cosa que abrazar a su hija y llamarla con apodos cariñosos. Aunque había algo que resultaba gracioso.

-¿Qué era lo gracioso?- preguntó la bruja, aunque tenía fuertes sospechas de lo que podía ser.

-Sandrine lo llamaba mamá. Quiero decir, sé que ella está creciendo sin su madre, pobrecilla, pero aún así, ¿llamar a su padre mamá?- sacudió la cabeza y lanzó una risita-. Sin embargo, era tierno. Él la llamaba Princesa.

-Suena justo como algo que Remus haría- Andrómeda sonrió-. Ahora, si me disculpa, me gustaría recoger algunas cosas de Sandrine, las necesita mientras se esté quedando con su… tío.

La señorita Warton asintió.

-Adelante. ¿Entonces Sandrine no regresará a la escuela?

-No. Me aseguraré que los papeles adecuados sean llenados en cuanto las cosas se calmen- y diciendo esto, Andromeda entró en la casa, dejando a la muggle atrás.

ººººº

-Severus, Sandrine- llamó Dumbledore desde la puerta de la sala de profesores-. Ya trajeron sus cosas.

Severus apartó los ojos de su radiante hija y miró al Director.

-Muy bien- dijo con calma-. ¿Sandrine?

-¿Si, padre?- contestó ella inmediatamente.

-Vamos a mis aposentos- le dijo-. Tenemos que colocar tus cosas en tu nueva habitación.

Ella asintió con una sonrisa feliz, antes de deslizarse fuera de la silla donde había estado sentada. Con un alegre adiós a sus admiradores, la pequeña siguió a Severus y Dumbledore fuera de la habitación

Cuando llegaron a las habitaciones de Severus, se encontraron un montón de cosas esparcidas por el piso.

-Parece que Andrómeda encontró todo- dijo Dumbledore, luego de una rápida mirada-. La habitación de Sandrine está detrás de la puerta de la izquierda. Yo tengo que arreglar algunas cosas, así que los dejaré trabajar en paz.

Severus le lanzó una mirada sospechosa, sabiendo que el anciano mago guardaba algo bajo la manga. Sin embargo, no dijo al Director más que un intento de buenas noches.

Tan pronto como Dumbledore hubo partido, Sandrine corrió hacia el montón de sus posesiones, escarbándolo todo de manera frenética como si estuviera buscando algo. Observándola con curiosidad, Severus permaneció en su lugar, hasta que la niña saltó lanzando un alegre grito.

-¡Lo encontró!- exclamó Sandrine, abrazando contra su pecho lo que parecía un trapo viejo-. ¡Le pedí que lo buscara y lo hizo!

-¿Qué encontró?- preguntó Severus con curiosidad.

-Al señor Moony, por supuesto- replicó Sandrine tranquilamente-. ¡Mira!- le mostró un viejo y ajado juguete de peluche que, con una gran cantidad de imaginación, podía parecerse a algo.

Entonces, Sandrine giró el juguete y Severus se encontró con un lobo gris justo ante sus ojos.

-Me parece que el señor Moony está algo gastado- dijo Severus con cuidado-. ¿Quieres que lo repare?- sacó su varita, pero la volvió a guardar mientras Sandrine sacudía la cabeza.

-Me gusta tal como está- dijo, abrazando el juguete aún más fuerte-. Tampoco dejé que mamá lo reparara. Le dije que no debería repararlo hasta que se rompiera.

-Entonces no trataré de arreglarlo tampoco- prometió Severus-. Es tu lobo, después de todo. Tú eres quien decide qué hacer con él.

-Vale- dijo Sandrine y sonrió-. Voy a guardarlo tal como está- abrazó nuevamente al lobo, antes de examinarlo de cerca-. Luce un poquito como mamá en la luna llena, ¿no crees?

Severus se sobresaltó un tanto.

-No podría saber- le dijo suavemente-. Nunca he visto a tu mamá como lobo.

-¿No?- preguntó, frunciendo el ceño-. No es peligroso.

-Para ti, no- explicó Severus con paciencia-. Eres su cachorro. Para todos los demás, es muy peligroso. Incluso para mí.

-No, no es cierto- argumentó Sandrine-. No para ti, al menos. Eres mi padre, y dado que soy su cachorra, eso te convierte en su pareja. El hombre lobo tampoco daña a su pareja.

Severus elevó una ceja ligeramente.

-Para ser tan joven sabes mucho- recalcó.

-Mamá me enseñó- replicó la niña, encogiéndose de hombros-. Nunca íbamos a ningún sitio, excepto al trabajo y a la escuela, así que pasábamos mucho tiempo juntos. Me contaba toda clase de cosas, sin importar lo que le preguntara- sus hermosos ojos dorados reflejaron un leve brillo de tristeza mientras decía eso.

-También puedes preguntarme lo que quieras- aseguró Severus, deseando alegrar a su niña aunque fuera un poco-. Prometo que te diré todo lo que quieras saber.

Sandrine asintió pero no dijo nada. Por un momento, ambos se quedaron allí parados, sin decir palabra.

-Debemos llevar tus cosas a tu habitación- le recordó Severus-. Vamos a echarle un vistazo primero, ¿vale?- se dirigió a la nueva puerta y la abrió, mirando en su interior. Sandrine llegó a su lado y trató de ver también.

Severus no pudo evitar permitirse una leve sonrisa ante la vista. En la habitación se encontraba una pequeña cama infantil. También había una pequeña mesa en una esquina, con una diminuta silla frente a ella, así como una cesta para los juguetes, una estantería y un armario. La pequeña puerta en la esquina más alejada, obviamente conducía a su propio baño. Con eso, tenía todo lo que una niña pudiera querer o necesitar.

-Los colores Slytherin- observó Sandrine-. ¡Por supuesto! Después de todo, tú eres el Jefe de la Casa Slytherin.

-Sí, lo soy- dijo Severus, mientras una diminuta sonrisa continuaba en la comisura de su boca-. Y me gusta que la gente lo recuerde. Al parecer, Albus quiso darme algo con esto- se giró hacia la niña, un tanto dudoso-. ¿Te gusta?- preguntó suavemente.

-¿Si me gusta?- repitió ella, una amplia sonrisa iluminando sus facciones-. ¡Me encanta! ¡Es hermoso!

-Eso está bien- contestó el Maestro de Pociones, suspirando internamente con alivio-. Ahora, vamos a entrar tus cosas y colocarlas en su lugar, ¿te parece?

No había mucho que mover. Sandrine trajo unos pocos juguetes y los dejó caer en el fondo de la cesta. El señor Moony fue colocado encima de la cama, 'observando', mientras Severus empezaba a arreglar pulcramente en el closet, los pequeños vestidos de la niña y sus túnicas. Parecía que aunque Remus no tuviera muchos recursos, se había asegurado de que su hija estuviera bien vestida.

Entonces Sandrine corrió nuevamente afuera, trayendo de vuelta los brazos llenos de cosas. Las dejó caer en el piso, empezando a acomodarlas en montones. Severus la observó por el rabillo del ojo, mientras ella organizaba los libros por orden alfabético en la estantería. Luego la pequeña colocó algunos papeles, una libreta y un par de plumas viejas sobre la mesa. Otros juguetes de peluche fueron clasificados, dos yendo a parar a la cesta de juguetes y el tercero a hacerle compañía en la cama al señor Moony.

-¿Te gusta tener las cosas en orden?- preguntó Severus, un tanto divertido por la meticulosidad de la niña

Sandrine asintió.

-A mamá también- replicó-. Y él me dijo que a ti también. Eso es lo peor después de la luna llena, antes que mamá se despierte; los lugares que no están cerrados quedan tan desordenados.

Severus asintió, incapaz de responder a eso. Así que sólo observó mientras Sandrine acomodaba sus cosas por colores.

Después que las últimas cosas hubieron encontrado sus lugares, sólo le quedó una pequeña caja de madera. La abrió cuidadosamente, levantando una cadena con un anillo de oro. Lo observó por un momento, antes de regresarlo a su lugar y cerrar la tapa. Luego colocó la caja cuidadosamente en lo alto de la estantería.

-¿Qué es eso?- preguntó Severus con curiosidad.

Sandrine lo miró fijamente.

-Es un anillo- contestó, simplemente. Luego agregó-: Mamá lo recibió de su madre, y yo lo recibí de él. Todavía es demasiado grande para mí, pero a veces lo llevo como collar- sonrió con orgullo, antes de decir-: Es mi propia joya. Es muy valiosa.

Severus asintió lentamente. Había tanto de su hija que en realidad desconocía. Como el qué era lo que más quería en su vida, aparte de su mamá, por supuesto. De algún modo, el señor Moony y el anillo le recordaban a Severus uno al otro. Ambos eran viejos, y quizás no parecieran demasiado valiosos para nadie, el anillo era de oro, cierto, pero estaba demasiado manchado y gastado por el tiempo, lo cual era evidente a simple vista. Sin embargo, esas dos cosas eran muy queridas para Sandrine, y ambos le habían sido regalados por su mamá.

Severus se prometió a si mismo revisar las viejas joyas de su madre en cuanto Sandrine se durmiera. No quería sobrepasar los regalos de Remus, pues sabía que no sería correcto y sólo enojaría a su hija. Pero quería darle algún 'tesoro' para que lo recordara. Incluso si Remus se recuperaba, y no volvía a dejar a la niña a su cuidado ni quería tener nada más que ver con él, Severus quería que Sandrine tuviera algo que le hiciera pensar en su padre, no en su mamá.

Y, si Remus moría, nada de lo que Severus le diera podría ser más valioso que los regalos que el hombre lobo había dado a su hija.

Bueno, al fin ya habían colocado todas las cosas de Sandrine en su lugar.

-Bueno, jovencita- dijo Severus en un tono medio severo-, vamos a comer algo. Luego podrás lavarte e ir a dormir.

Para su gran sorpresa, Sandrine no discutió, simplemente asintió. Por lo que parecía, era una pequeña muy obediente.

Severus ordenó a un elfo doméstico una cena ligera para ambos, que comieron en un agradable silencio. Luego observó como la niña se lavaba, se cambiaba a su camisón y saltaba a la cama.

-¿Me leerías un cuento para dormir?- vino repentinamente su suave pregunta.

Mirando fijamente a su hija, Severus asintió.

-Por supuesto, pequeña- contestó-. ¿Qué te gustaría escuchar?

-Los Tres Pequeños Lobos y el Gran Cerdo Malo.

Sonriendo ante la elección de la niña, así como por el hecho de que de hecho podía encontrar ese libro en la biblioteca de la pequeña, Severus empezó a leer la historia. Cuando iba por la mitad, observó que Sandrine parecía haberse quedado dormida, por lo que se levantó y empezó a partir.

Estaba a punto de apagar la vela, cuando escuchó una voz adormilada.

-No lo leíste completo.

Sacudiendo la cabeza, divertido, Severus regresó a su puesto. Esta vez, leyó la historia hasta el fin. Al ver que ahora Sandrine estaba completamente dormida, regresó el libro a la estantería, apagó la vela y abandonó la habitación. Dejó la puerta un poco entreabierta, sin embargo, permitiendo que una tenue luz del pasillo entrara en el cuarto.

Después de reflexionar un momento, dejó sus habitaciones. Recorrió las mazmorras y siguió hacia los pisos superiores del castillo, donde residían la mayoría de los profesores. Alcanzando las habitaciones de la profesora Vector, golpeó la puerta, esperando que no estuviera dormida, no porque temiera perturbarla, sino porque no quería tener que molestarse en despertarla.

Afortunadamente, estaba despierta. Justo cuando alzaba la mano para golpear otra vez, la puerta se abrió, y Vector lo miró. Se notaba sorprendida e incluso un tanto impresionada al verlo, pero aún así le hizo un gesto para que entrara.

-¿Qué pasa, Severus?- preguntó, mirándolo con curiosidad.

-¿Tienes una hija, verdad?- preguntó de vuelta, decidiendo saltar todas las frases educadas. Era lo que se esperaba de él, después de todo.

-Sí, la tengo- contestó la profesora de Aritmancia, mientras le conducía al área que utilizaba como sala de estar. Le hizo un gesto para que se sentara-. ¿Té?- preguntó.

-Sí, por favor- contestó Severus. Entonces, volvió a preguntar-. Y, ¿qué necesita una pequeña niña de siete años?- pidió, mirando a la bruja atentamente.

-¿En la edad de Sandrine?- dijo, frunciendo el ceño un poco-. Bien, juguetes, por supuesto. Y otras cosas, cualquier cosa bonita y femenina y de princesa, es como las haces más felices. Comida sana, sueño adecuado, las cosas básicas. Y...- vaciló por un momento, entonces dijo-, lo que la mayoría necesita... Lo qué cualquier niño necesita más... Montones y montones de amor.

Severus sorbió tranquilamente su té. Después levantó una ceja y miró a la bruja mientras decía:

-Crees que no puedo darle eso- ni siquiera era una pregunta.

-Bien...- vaciló por un momento, entonces dijo-: No, no lo creo. Sucede que creo que todos los seres humanos son capaces de amar. Sólo que pienso que tendrás varias situaciones difíciles que enfrentar.

Severus no dijo nada.

Continuará...

Muchísimas gracias a Beita y Mariet Malfoy, nos alegra infinito que les guste la nueva historia, les mandamos un beso enorme a las dos

Maria, Lui y Ali