Changeling: El Ensueño es propiedad de sus respectivos autores

Para Sarah el colegio no era mas que un nuevo hogar, y si su hermana mayor estaba junto a ella, las cosas se convertían en una aventura.

Para mi aquel lugar era las mismas puertas al Infierno.

Tuve que rajar todas las blusas por la espalda, descubrí a base de pasarme las noche con heridas que solo yo podía sentir, y Sarah curar como podíamos a causa de tener las delicadas alas atrapadas. Nadie de los Changeling que había conocido tenia alas, nadie pudo contármelo.

Eso trajo consigo muchos castigos, y el tener que llevar todo el año la chaqueta por encima de los hombros. Daba igual el tiempo, y escondía la ropa recién lavada llena de agujeros como podía bajo la cama o cajones.

Por las mañanas asistíamos a clases. Matemática, Literatura, Historia, Biología, Física... Todo lo que debía de conocer una muchacha cultivada. Por las tardes, cuando había Sol suficiente nos llevaban a una galería a enseñarnos a coser. No recuerdo ya cuantos manteles, sabanas, vestidos, pañuelos llegue a bordar estando allí, incluso tuve que preparar mi ajuar...

Si no pensaba las puntadas se me iban a dos iniciales "A M": Aelsan Meduriel. Sarah decía que había noches en las que hablaba en una lengua extraña que no conseguía a entender, temiendo que las religiosas me oyeran tomándome por una seguidora del Diablo.

Después venían la religión, obligada a rezar a un dios que consideraba a los Changeling simples seres paganos a los que había que derrocar. Las buenas costumbres, y el coro, eso era lo único que me animaba. El tiempo que quedaba antes de la cena, me sentaba sola en el jardín rodeada de libros que la tía Magda los fines de semana. Mis padres nunca vinieron a vernos y poco a poco se convirtieron en dos extraños para nosotras. Solo nos teníamos a las tres, y yo a Sir Weasly.

Las otras me rehuían, me consideraban alguien extraño y por los pasillos murmuraban que yo era una bruja y los primeros meses me torturaron con la idea de que tal vez acabarían quemándome en la hoguera.

Por las noches, cuando el silencio lo asolaba todo, abría las ventanas y escapaba d allí. Los dormitorios estaban en la parte mas alta del convento, por debajo de los de las monjas, y fue gracias a las alas por las que podía huir por unas horas, cumpliendo mis quehaceres con la Orden.

Los castigos era lo más terrible de aquel lugar. Nunca eran físicos, te arrastraban hasta una habitación con una única ventana enrejada por donde la luz apenas entraba. Era estrecha, tan solo se podía caber allí en pie o acurrucada contra la pared. Pero lo peor era el silencio, eso hacia demasiado daño a mi pobre alma feerica...

La tercera vez de estar allí, conseguí una pequeña caja de música, regalo de una Pooka del Feudo en agradecimiento por llevarla hasta allí. Eso era mi consuelo...

A medida que los años pasaban la estricta educación se hacia menos severa, llegándonos a permitir a pasar los fines de semana fuera de allí. La tía Magda lucho activamente por sacarnos, bien lo se, pero mis padres eran tercos con su decisión. Cuando conseguí llegar a esa edad de privilegios, las religiosas me dejaban llevarme conmigo a Sarah a pesar de ser menor que yo. Ella no podría soportarlo si yo no estaba allí apoyándola.

Pasaron cuatro años antes de poder escapar...

Este capitulo también quedo corto, pero al ser solo sobre la estancia de Aelsan en el colegio...

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