El nombramiento fue una discreta y aburrida ceremonia cerca de la costa de Lisboa. Un poco de palabrería, unas firmas, y, por fin, una vida por delante.
Poco después, llegó la boda. Mucho menos íntima e informal que la que planeamos en su momento, pero oficial al fin y al cabo. Anna vestida de novia estaba absolutamente deslumbrante, pero nada comparado con el atractivo que tenía con una de mis enormes camisas, un poco de barro en las piernas y un moño enredado y medio deshecho.
La noche de bodas, fue una reparadora noche de sueño profundo tras un día agotador, pero a ninguno de los dos nos importó; de algún modo, sabíamos que nuestra auténtica noche de bodas sería la que sucediese el día en que continuásemos con la boda que no llegamos a celebrar en la pequeña isla en la que empezó todo; la ceremonia en la que de verdad expresaríamos nuestro amor, nuestra devoción y nuestro agradecimiento. Aunque debo reconocer que se me puso la piel de gallina cuando me inundó su ilusionada mirada mientras me colocaba la alianza. Los dos lo sentíamos, aquel era el principio de nuestra realidad.
—¿Así que nos os vais a quedar en Arendelle? —preguntó Elsa mientras observaba con los ojos rojos cómo cargábamos el carro con el equipaje que íbamos a embarcar—. Sabéis que sois bien recibidos aquí, ¿verdad?
—Lo siento, Elsa —dijo Anna abrazándola con fuerza—, pero nuestro lugar está allí. Siempre lo estuvo.
—¿Estaréis bien?
—Sabemos cómo movernos por allí, no te preocupes.
—Lo sé, es sólo que… te voy a echar de menos.
—Y yo a ti.
Unos cuántos ríos de lágrimas después, Elsa deshizo el abrazo y estrechó con energía mi mano.
—Te la confío, Kristoff.
—La cuidaré más que a mi propia vida.
—Volved de vez en cuando, ¿vale?
—Por supuesto.
—Está bien, idos ya. No soporto las despedidas.
Ambos asentimos con una triste sonrisa y, mientras yo comprobaba que Sven estuviese preparado para el viaje, Anna subió al carro.
—¡Agggh! ¡¿Acabas de comer baba de reno?! —exclamó entre horrorizada y divertida al ver cómo yo compartía una zanahoria con Sven. Supongo que no era tan difícil morder yo antes que mi colega.
—¿Arrepentida? —contesté con una carcajada mientras le mostraba orgulloso mi alianza.
—Eso nunca.
Una amplia sonrisa de satisfacción se dibujó en mi rostro ante sus palabras y subí de un salto al carro deseoso por recuperar mi vida al lado de aquella mujer.
—¿Lista?
Sonrió jubilosa y yo compartí su sentimiento. La mujer a la que tanto había anhelado estaba junto a mí, legalmente, sin nada que se interpusiese en nuestro camino. Nos íbamos a nuestra isla, a nuestro pequeño rincón, a hacer nuestra vida a nuestra manera. Aquella felicidad, aquella mirada que estábamos compartiendo… supe que ya no faltarían nunca en mi vida.
Y entonces, aquellas sagradas palabras que nos unieron, llegaron a mis oídos de su dulce voz por última vez.
—Kristoff, llévame a casa.
—Buenos días… El Sol ya brilla en el cielo y el desayuno está listo.
—Cinco minutitos más…
—Ya te he dejado diez.
—Otros diez…
—Como quieras, pero Keldan y Liv han descubierto dónde escondiste el chocolate que te envió Elsa la semana pasada.
—No importa, no llegan. Lo puse bien arriba.
—Cuando he venido a despertarte estaban corriendo a decírselo a Eir.
—¡No! ¡Mi chocolate! ¡Quita de mi camino, Bjorgman! ¡La guerra ha empezado!
—¿Tanto te cuesta compartir el chocolate con tus hijos?
—¿Hablamos de tu alijo secreto de zanahorias?
—Eso es completamente diferente, es para compartir…
—Si se comen mi chocolate les daré tus zanahorias.
—¡Ey!
—Necesitan comida sana.
—¡Aquí sólo tenemos comida sana!
—Entonces igual sólo es una forma de convencerte. ¿Me ayudas?
—Tú te encargas de la mayor y yo de los mellizos.
—¡Hecho! ¡Ah! Buenos días mi amor.
—Buenos días, Anna. Te quiero.
—Te quiero.
—¿A por ellos?
—¡A la cargaaa!
