Hola a todos,

En este segundo capítulo, Helga Hufflepuff es la protagonista. La historia entre Theron y Aura se amplía, sabiendo algo más de ellos. Como el anterior y los posteriores tienen en común la historia de El Capitán y la Dama Blanca. Sólo leedlo y decidme que os parece.

Besos

Daynes


Los Hijos del Tejón

Todo había terminado. La noche se acercaba y ya no era prudente permanecer en aquel campo donde reinaba la Parca. En los escasos y raquíticos árboles había algunos cuervos, esperando. Pero Helga era incapaz de moverse. Solo podía permanecer allí, de pie, con los cadáveres a su alrededor.

- Señora, debemos irnos- la voz de Black se acercó a su espalda. Aún le helaba la sangre el chirriar de su espada contra los huesos de los que habían sido sus niños. Sus niños... ¿Por qué sus niños? Salazar... ¿Por qué mis niños? - Señora...

- Os he oído la primera vez.

- Entonces, en marcha. Tendríamos que habernos ido ya - oyó la humedad creciente de la noche al alejarse sus pasos.

- Necesito un poco más... solo unos minutos más - No podía, no podía irse sin sus niños - Tal vez aun quede alguno con vida... Tiene que quedar alguno... - un suspiro cansado surgió de la boca de Theron.

- Señora... eran inferi, sin alma ni vida a la que aferrarse. Una tortura más allá de la muerte. No se podía hacer otra cosa por ellos que acabar con su sufrimiento.

- ¿Y vos habéis disfrutado, verdad? - el hombre paró, volviéndose lentamente. Helga acababa de encontrar una salida para su ira, dándole fuerzas para encarársele. - ¿A cuantos sangre sucia habéis matado hoy?... ¿A cuantos hombres habéis asesinado a lo largo de vuestra vida... CAPITÁN? - los ojos plateados del hombre ni siquiera parpadearon.

- Tantos que soy incapaz de contarlos. He matado por el simple placer de matar y por necesidad, fueran muggles, sangre pura, mestizos o sangre sucia. No soy un hombre que oculte sus pecados, señora. Eran ellos o yo... O ellos o nosotros. Estaría bien que lo recordarais para la próxima vez - ¿Qué lo recordara? Lo recordaba todos lo días, a cada hora, a cada instante. Tenía que enfrentarse a gente a la que había visto desde niños, a los que había visto crecer para convertirse en cuerpos vacíos... Sus ropas estaban rasgadas y su cabello castaño deshecho donde sus dedos muertos la habían agarrado. Sus ojos bajaron hacia sus manos, que los habían curado y ayudado tantas veces, impregnadas ahora con el hedor de la muerte.

- Por desgracia, siempre lo he tenido muy presente, Theron - sus ojos cansados volvieron a posarse en aquel que había traicionado a los de su estirpe - Perdonadme, no debí hablaros así.

- Sé que mi presencia no despierta muchas simpatías pero, sinceramente, creí tener la vuestra - En aquel camposanto aun había tiempo para una tímida sonrisa - No tengo nada que perdonaros. Más bien vos debéis perdonarme a mí. Al fin y al cabo, como dicen los cristianos, soy un hijo pródigo que ha vuelto a casa. Y que mejor casa que Hogwarts y con una madre como vos - Como podría olvidarlo. Ella era la madre de todos los niños que llegaban a Hogwarts. Y Theron Black no era una excepción.

Su Primer Hijo, escogido por Slytherin por la pureza sin mácula de su magia, por su astucia y por una ambición que rivalizaba hasta con su propio maestro. Ella había sido su madre aun cuando Salazar lo nombró su Capitán, el defensor de sus oscuros ideales. Aquel niño había formado una familia que lo había borrado de sus recuerdos, condenándole a un fin peor que la muerte, la soledad, por abrir los ojos al mundo, por amar a quien no debía.

Su Primera Hija, la Dama Blanca lo había acogido en su seno cuando nadie más lo hubiera hecho. Despreciado por unos y por otros, las pesadillas de sus asesinatos casi acaban con él. Helga lo sabía por que sus gritos de angustia aun llenaban las noche más oscuras del castillo, negandose el consuelo de no soñar. Solo Aura conseguía calmar su atormentada alma.

- Aun hay muchos niños que esperan vuestras enseñanzas - continuó el hombre - Muy pronto habrá uno a quien quiero que conozcáis - su pálida mirada brilló cuando se posó en el rojo horizonte, nostálgica. La exigua luz despedía reflejos cobalto en sus largos cabellos negros, mecidos por la leve brisa del atardecer- No permitiré que las enseñanzas sobre la pureza de la sangre la corrompan como hicieron conmigo...como hice con él - La mujer sabía muy bien a quién se refería.

- Vuestro hijo Urien es joven aun. Algún día comprenderá que...

- Evitaos ese razonamiento conmigo - el hombre se volvió de nuevo a mirarla - Urien tiene el corazón más frío de lo que yo nunca tuve. Ahora no puedo hacer nada más por él.

- ¿Os dais por vencido, entonces?

- No. Yo nunca me daré por vencido. Si algún día encuentra la salida del laberinto, estaré allí para darle la bienvenida. Yo le mostré mi camino pero, por mucho que quiera, no puedo emprenderlo por él - Helga apretó los puños, sintiéndose miserable al creer que su sufrimiento por aquellos que había perdido, era mayor que lo que nadie pudiera sentir jamás.

- No os atormentéis. Cada uno ha de tomar sus propias decisiones, buenas y malas, sabías y estúpidas, dulces y crueles - Helga sonrió al escuchar aquella frase.

- Veo que las enseñanzas de la Gran Madre a calado en vuestro corazón.

- La Madre no, mi señora. Aura - su sonrisa triste se hizo más abierta - Le robé a una de sus hijas predilectas y no creo que esté muy contenta conmigo - Se oyó el suave crujir de unas ramas. La espada del Capitán voló hasta su mano enguantada. En la empuñadura rota apareció el reflejo fantasma de la mitad que le faltaba. El metal irisado de filo, negro y rojo, producía un susurro bajo, grave, constante, como el de un animal afilándo las garras, preparándose para el combate.

- Bajad el arma, Theron - Helga tenía ya la varita en su mano, dirigida hacia la figura oscura que se les acercaba tambaleante. Antes de lanzar el hechizo se volvió de nuevo hacia él - Gracias, Hijo mío. - Desde su varita surgió un lazo de llamas doradas y púrpuras que rodeó los pies de la figura, haciéndose cada vez más grande hasta que todos los inferi fueron engullidos rápidamente. La figura abrió la boca pero ningún grito surgió de la garganta muerta. Los cuervos se alejaron. Allí ya notenían nada que hacer. Todo lo que quedó fueron cenizas en el viento.