Los personajes son de Suzanne Collins, igual que el universo Panem. Yo solo me divierto escribiendo sobre ellos.


Capítulo 2

Katniss POV

El aire de la noche es cálido y no hay ni rastro de humedad en él. Cuando me siento sobre el descuidado césped que crece en la Pradera, el suelo se siente seco como un ladrillo. No ha llovido en semanas y puedes sentir el ambiente cargado por eso. La tierra ansía el agua.

Me rodeo el cuerpo con los brazos y contemplo el cielo estrellado. Hace un mes caminé por aquí de camino hacia el bosque para encontrarme con Gale en su único día libre: el domingo. ¿De verdad las cosas pueden cambiar tanto en tan poco tiempo?

Presiono mis párpados con el dorso de mis manos. No he conseguido dormir bien desde el accidente en las minas y siento el cuerpo pesado a causa de ello. El cansancio me está pasando la factura en mis expediciones de caza. Hoy apenas he sido capaz de cazar a un par de ardillas y a dos conejos, menos de la mitad de lo que acostumbro ¡y tengo que cuidar de la familia de Gale!

¿Qué puedo hacer?

Mi cuerpo se tensa cuando escucho una rama quebrarse y yo giro sobre mi cuerpo hasta quedar acuclillada para encarar al intruso.

Siento la sangre drenarse de mi cara cuando veo a Peeta Mellark.

A pesar de que es noche cerrada la luna llena brilla sobre nosotros, confiriéndole una palidez fantasmal a su piel que no estoy segura de si corresponde a la realidad o es simplemente un efecto de este resplandor plateado que nos ilumina. Sus ojos se ven distintos, más negros que azules y tiene unas marcas de color azul bajo sus ojos, formando medias lunas. Con todo y nuestras diferencias físicas, su rostro es un reflejo del mío.

–¿Katniss? – de alguna manera el hecho de que él sepa mi nombre me resulta extraño. Hemos tenido una sola interacción real en nuestras vidas y no puede decirse que habláramos mucho cuando me arrojó esos panes que me salvaron la vida y me devolvieron la esperanza.

La boca se me seca y mis mejillas se calientan. No encuentro mi voz para responder y en todo caso ¿qué puedo decir ante su pregunta? Me pongo de pie, con la intención de dejar la Pradera libre para él y lo que sea que haya venido a hacer, pero en cuanto doy el primer paso, el me detiene.

–Katniss… ¡aguarda!

Me congelo en mi lugar, no solo por la súplica en su voz sino porque mi nombre en sus labios, usado además con tanta familiaridad, resulta desconcertante.

–Yo solo… Me gustaría que tú… Yo…- él suelta un bufido, exasperado por no encontrar las palabras que quiere decir.

–Yo vengo aquí para pensar… y porque no puedo dormir- la declaración sale de mi boca sin permiso y se queda colgada en el aire. Ninguno de los dos parece saber qué hacer con ella.

–Eso me ha parecido a mí, que este era un buen lugar para pensar- aporta él, justo cuando empiezo a valorar la posibilidad de echar a correr hacia mi casa en la Veta para evitarnos a ambos el bochorno.- Y yo tampoco puedo dormir. ¿Tú también tienes pesadillas?

El pensar en Gale y, peor aún, la posibilidad de hablar de Gale con Peeta, parece incorrecto.

–No quiero hablar de eso- suelto de inmediato.

–No tienes que hacerlo si no quieres. No te he pedido que lo hagas- asegura él levantando las manos.

–Entonces… ¿qué es lo que quieres?

–Por el momento, me conformo con que ambos podamos compartir este lugar. Al menos por un rato. Prometo no molestarte- dice mientras dobla una pierna y se sienta sobre el pasto.

Peeta apoya las manos en el suelo y veo los tendones de sus brazos tensarse cuando él recarga el peso de su cuerpo sobre sus brazos. Echa la cabeza hacia atrás, dejando al descubierto un cuello fuerte en donde el pulso late aceleradamente. Me llevo una mano a mi propio cuello y siento el rápido palpitar de mi corazón bajo la palma de mi mano. Es el hecho de que él parezca tan nervioso como yo, que su tranquilidad no es más que una máscara, lo que me motiva a volver a sentarme en el suelo, a un metro de distancia de él y regresar a mi silencio contemplativo.

Peeta POV

Regreso a casa a toda prisa.

El tiempo en la Pradera se ha pasado en un parpadeo y, sin apenas notarlo, es hora de encender el horno. Cada día de la semana tiene a un responsable de encender los hornos y limpiar la panadería antes de que abramos por la mañana. Es un día pesado porque, además de las labores normales, tiene menos tiempo para dormir. A quien le corresponda encender el horno le espera casi una hora menos de sueño diaria, lo que hace que no sea precisamente un día que esperes con emoción.

Hoy es mi turno.

Empujo la puerta trasera, tomo el delantal del gancho en la pared y me apresuro a atármelo alrededor de la cintura. Una mirada al reloj que cuelga sobre el marco de la puerta que conecta la tienda con la cocina me informa que voy quince minutos tarde. Pero ni siquiera la preocupación por la regañina que seguro voy a conseguir por parte de mi madre consigue borrar la amplia sonrisa que se ha instalado en mi rostro.

Cuando entro en la cocina, me detengo en seco al ser golpeado por la ola de calor que desprende el horno encendido.

Me quedo parado en la puerta, parpadeando lentamente, sin entender que ha pasado.

–Lo he encendido yo- dice Tax saliendo de la bodega cargando un saco de harina de cuarenta y cinco kilos sobre uno de sus hombros.

–Era mi turno- murmuro tontamente.

–Lo sé, pero de todas formas no puedo dormir. ¿Has dormido bien tú?- pregunta enarcando una ceja.

Lo observo con sorpresa. Tiene que haber notado que yo no estaba en la cama en cuanto se ha despertado ¿no?

Mi hermano me mira, como si me retara a que dé una explicación a mi ausencia, o a mi irresponsabilidad para con mis obligaciones o tal vez a la sonrisa que no consigo desconectar.

No le doy ninguna de esas cosas. En su lugar le digo:

–Muy bien, gracias.

Katniss POV

Regreso a casa y me meto en la cama en cuanto Peeta se marcha murmurando una excusa sobre que debe ir a casa a encender el horno.

El sol aún no ha salido, lo que me convence de que puedo aprovechar el tiempo que queda antes de que salga a cazar sino durmiendo, al menos reposando el cuerpo. De ahí mi sorpresa cuando, al abrir los ojos, me doy cuenta de que son casi las nueve de la mañana y que he conseguido dormir casi cinco horas seguidas sin tener pesadillas. De hecho ni siquiera ha sido una mal sueño lo que me ha despertado, sino un maullido estridente proferido por el gato más feo del mundo, que en este momento me observa con sus horribles ojos amarillos como si le molestara el hecho de que, aún y cuando el sol ya está bien alto en el cielo, yo sigo metida en la cama.

–Lárgate- digo tomando uno de los cojines, del tamaño de una manzana, que Prim ha hecho con nuestros guantes viejos cuando mamá le estaba enseñando a coser y lanzándoselo. Buttercup lo esquiva con agilidad y salta por la ventana, no sin antes lanzarme un bufido.

Me desperezo en la cama e intento encontrar una explicación a la extraña sensación de bienestar que parece recorrerme las venas. Al final, termino dándome por vencida. Me levanto de la cama, me pongo mis desgastadas botas de cuero y tomo la vieja chaqueta de papá, que de inmediato me envuelve en su aroma familiar. Tomo un saco de arpillera y me voy a la parte más alejada de la alambrada para meterme en el bosque.

Consigo abatir a cuatro conejos, tres ardillas, un pavo silvestre e inclusive cazo a un perro salvaje, lo que me vendrá bien para mantener mis relaciones con Sae la Grasienta, quien se ha quejado de que la tengo abandonada desde que empecé mi tratos con Rooba.

Como hace un día fresco, me las ingenio para atrapar a ocho peces en el pequeño lago en que mi padre me enseñó a nadar y, en un arrebato de inspiración, decido pasarme por el fresal que Gale y yo habíamos cercado para mantener apartados a los animales.

La planta está llena de frutos maduros que yo recojo rápidamente hasta llenar mi gorra. Intento ignorar la punzada de malestar que me recorre cuando veo los intrincados nudos con que Gale ha atado la red que rodea el fresal, amarrándola a largos palos de madera.

Agito la cabeza, decidida a no romperme hoy por la ausencia de Gale y después de dar un par de profundas bocanadas de aire, vuelvo a sentirme llena de energía. Recojo las presas que llevo para Rooba y limpio el perro para Sae. Las ardillas me las llevaré a casa junto con un par de pescados. Eso me deja el resto del pescado para la carnicería junto con el pavo silvestre. A Hazelle le entregaré los conejos.

Paso primero a casa de los Hawthorne y le doy los conejos. Me llena de alivio el ver que sigue decidida a sacar adelante a la familia que le queda. Se despide de mí dándome un largo abrazo y suplicándome que vaya a visitarlos más a menudo. Le digo que sí, aunque lo cierto es que todo en ese lugar me recuerda la ausencia de Gale, así que trato de evitarlo tanto como puedo.

Después de eso hago los trueques correspondientes en el Quemador, lo que me consigue velas, carbón y un nuevo listón para el cabello de Prim. Me paso por donde Rooba, que parece encantada de ver que he empezado a recuperar mi toque con la cacería. Por último, empiezo a empacar las fresas para pasarme por la casa del Alcalde Undersee a vendérselas, sin embargo algo me impide el llenar la caja hasta el borde.

Me reservo siete fresas y las envuelvo con cuidado en el mismo papel de embalar con que Rooba empaca los filetes. Me cuido de no ir a dañar la delicada piel rojiza. Antes de llegar a la casa del alcalde, me detengo en la panadería.

Dudo. He estado aquí otras veces, por supuesto, pero el recuerdo que se viene a mi mente es el día en que estuve tratando de vender ropa de bebé en el mercado… el día de los panes.

De repente me siento tonta con mi puñado de fresas.

Retrocedo un paso y doy un salto cuando una voz me detiene.

–Puedo entregárselo por ti.

Me giro para encontrarme con los mismos ojos castaños que se cruzaron con los míos durante el funeral de Gale.

–El… ¿qué?

El chico, de quien no consigo recordar su nombre, me dedica una sonrisa que marca un hoyuelo en su mejilla izquierda.

–Eso que traes ahí- dice señalando el hatillo con las fresas- es para Peeta ¿no?

No le digo nada y él se echa a reír.

–Tú dirás. Seguro que se pondrá contento.

Muevo la cabeza en negación. ¿A qué le estoy diciendo que no? ¿A su ofrecimiento de entregar el regalo o a la idea de que él se alegrará?

–Siempre podemos no decirle que se lo has dejado tú.

La idea resulta tentadora. No se me ocurre nada que decirle. Extiendo la mano y dejo caer el pequeño paquete sobre la suya extendida.

–Gracias.

Tiene una sonrisa tan parecida a la de su hermano, me siento incómoda de inmediato.

–De nada, Katniss- y hay algo en el tono de su voz que me hace pensar que me estoy perdiendo de algún chiste privado.

Peeta POV

Me sacudo la harina que Tax me echado en el pelo soltando un bufido. Entre eso y el aroma a humo que me ha dejado la madera ligeramente húmeda que hemos tenido que utilizar hoy para el horno, estoy pidiendo a gritos un baño.

Me paso por mi habitación para sacar un pijama limpio del armario cuando mi vista periférica detecta una anomalía en la pulcritud de mi cama. Colocado con cuidado sobre la almohada, se encuentra un paquete del tamaño de mi puño de color café claro. El mismo papel crujiente que utilizamos en la panadería para envolver los panes calientes.

Me siento sobre la cama y tomo el paquetito, sin apretar. El papel cruje ligeramente cuando lo muevo y siento la fragilidad de su contenido. Han juntado las cuatro esquinas de un cuadrado, metiendo algo en su interior y luego han retorcido las puntas hasta formar un pequeño alijo. Deshago el paquete y encuentro un pequeño montón de fresas, rojas y sanas, en su interior.

La boca se me hace agua al instante. Las pocas veces que he podido comer fresas en mi vida ha sido porque se han puesto demasiado maduras para poder usarlas en los pasteles. Nada parecido a la roja perfección que parece sonreírme desde mi mano.

Sin embargo, más allá de lo tentadoras que resultan, una pregunta resuena en mi cabeza ¿de dónde han salido?

Escucho como la puerta que conduce a la casa se cierra. Envuelvo de nuevo las fresas y las meto bajo mi almohada. Si se trata de mi madre, sin duda me las quitará para utilizarlas en la panadería y, por algún motivo, no estoy dispuesto a compartirlas.

No se trata de mi madre. Es Tax, que sube los escalones ruidosamente y entra como un vendaval en la habitación.

–Pensé que ya estarías duchándote. – dice mirando de reojo en mi dirección mientras estira los brazos por encima de su cabeza.

–Me he distraído con algo.

–¿Con qué?- pregunta interesado.

–¿Qué te importa?- pregunto mientras me estiro sobre la cama. Estoy a punto de dejarme caer sobre la almohada cuando recuerdo que mi pequeño tesoro se encuentra ahí, así que estiro el cuello y sostengo el peso de mi cuerpo con mi abdomen.

–¿Qué estás haciendo?- pregunta mi hermano mientras se sienta de cualquier forma sobre su cama.

–Nada- respondo tal vez demasiado deprisa.

–Parece como si ocultaras algo- dice entrecerrando los ojos.

Pongo la cara en blanco.

–¿Qué podría estar escondiendo?

Él se encoje de hombros y se levanta.

–Date prisa con la ducha, no vaya a ser que madre te corte el suministro de agua- bromea él.- Por cierto- dice desde la puerta- me he comido una fresa- y entonces empieza a bajar las escaleras de dos en dos.

Después de eso Tax se niega en redondo a decirme de donde han salido las fresas.

Cenamos en silencio, con la ausencia de Phy resonando en el asiento vacío en nuestra mesa circular. Observo a mi hermano en silencio mientras me llevo a la boca y trago, casi sin masticar, los pedazos de pan rancio en que consiste nuestra cena. Fantaseo con la posibilidad de volver a mi habitación y comerme una a una las deliciosas fresas que escondo bajo la almohada.

–¿Has tenido una buena noche?- tardo un rato en darme cuenta de que es a mí a quien le habla mi padre y, de no ser por la patada que me da mi hermano por debajo de la mesa, no habría acatado a responder.

–¿Por qué lo preguntas?

Mi padre se encoge de hombros.

–Luces menos cansado- sentencia finalmente, haciendo que Tax se eche a reír.

La presencia de mi madre, comiendo en silencio con el ceño fruncido, me disuade de compartir mi experiencia nocturna con los demás.

–He conseguido conciliar mejor el sueño- miento mientras fuerzo una sonrisa.

Los labios de mi padre se curvan en una sonrisa que marca las arrugas alrededor de sus ojos.

–Me alegro por ti.

Katniss POV

La hierba cruje bajo mis botas cuando echo a correr camino a la Pradera. La luna ilumina el camino con su resplandor plateado y de no ser porque sé que los agentes de paz de nuestro distrito no trabajan fuera de sus horarios, tal vez estaría preocupada por estar fuera de mi cama, corriendo al aire libre, en medio de la noche.

Me he despertado de golpe, después de dormir una hora o algo así y en cuanto he dejado de temblar he sentido la necesidad de levantarme e ir hacia la Pradera.

Me freno en seco cuando veo que ya hay alguien ahí y mi instinto, acostumbrado a responder a las amenazas que se ocultan en el bosque, tensa mis músculos y la adrenalina se dispara por mis venas. Sin embargo no tardo ni un segundo en reconocer la figura, fuerte y calmada, de Peeta Mellark. Un temblor que nada tiene que ver con la brisa que alborota mi pelo recorre mi columna y siento mi rostro calentarse cuando veo lo que tiene sobre la rodilla: el paquetito, del tamaño de una manzana, en que le dejé las fresas.

Pienso en los ojos castaños de su hermano y en el hoyuelo sobre su mejilla.

¡Traidor! Me prometió que no le diría que fui yo.

Me paso las manos sobre mis brazos desnudos y siento como la piel se me ha erizado a pesar de que estamos en pleno verano y el aire de la noche es cálido. Suelto un suspiro y eso es lo que toma para que él detecte mi presencia. Cuando se gira para mirarme, sus labios se arquean, formando una amplia sonrisa de dientes blancos y parejos y veo como a él también se le forma un hoyuelo en la mejilla.

–Katniss.- saluda él.

–Peeta- respondo yo y él frunce el ceño- ¿Qué?- cuestiono mientras me siento en el suelo, ligeramente por encima de él en la elevación del terreno y a al menos un metro de distancia.

–No tenía ni idea de que supieras mi nombre- dice encogiéndose de hombros.

Esta vez soy yo quien frunce el ceño.

–¿Por qué no habría de saberlo? Tú sabes el mío ¿no?

–Sí, pero eso es porque… - y después de decir eso decide quedarse callado.

–Porque…- le ayudo yo y el sacude la cabeza.

–Nada.

Lo observo con el ceño fruncido por un momento, pero decido no presionarlo así como él no ha insistido con el tema de Gale.

Su mano se dirige al pequeño paquetito sobre su rodilla y escucho el papel crujir cuando él lo manipula, dejando a la vista su contenido.

No son las fresas que estaba esperando, en su lugar, veo cuatro galletas glaseadas con la delicada figura de un lirio en cada una. No solemos comer muchas cosas horneadas en casa, exceptuando el pan duro que prepara mamá con la ración de cereales que nos entregan cada mes gracias a las teselas.

Él toma una galleta y me pasa el paquete. Como me toma por sorpresa, no tengo tiempo de rechazarlo. Sostengo el trío de galletas sobre la palma de mi mano, con el papel tan parecido al que he tomado de Rooba, ligeramente arrugado, humedeciéndose ligeramente por el sudor de mis palmas.

Peeta ni siquiera voltea a verme, se estira sobre la hierba, dobla un brazo detrás de su cabeza y se recuesta sobre él, cerrando los ojos mientras mastica. Las galletas huelen tan bien que se me hace la boca agua, pero siempre he sido yo quien ha llevado la comida a la mesa, no estoy acostumbrada a que nadie me regale nada.

–¿No te gustan las galletas?

Él se ha girado sobre su costado y me observa con esos ojos de un azul imposible.

–No lo sé- confieso- Nunca me he comido una.

Sus cejas se juntan un poco.

–Pero has comprado de vez en cuando. Te he visto.

–Para Prim- me explico yo- le encantan. Pero yo nunca me he comido una. Suelo regalárselas por su cumpleaños.

Su rostro se ilumina y, de repente, parece mucho más joven, como si fuera solo un crío en lugar de un hombre de dieciocho años.

–Mi padre también me regala galletas en mi cumpleaños- dice animado-. La primera memoria que tengo de haber comido una, fue cuando cumplí seis. Aunque eran una clase diferente. Es una de las pocas ocasiones en que he comido algo de la panadería que no se ha puesto rancio.

Esta vez, soy yo quien se sorprende.

–¿Rancio?

Peeta me mira, parpadeando lentamente.

–Pues sí. Solemos comer lo que se ha puesto demasiado viejo para venderlo en la panadería. ¿O qué pensabas?

Pienso en los dos panes, casi perfectos, que él compartió conmigo hace ya siete años. En la corteza dorada y los frutos secos ocultos en la masa. ¿Y él ha estado comiendo comida rancia todo este tiempo? La mano con la que sostengo las galletas tiembla ligeramente. Tomo una galleta y me la llevo a los labios. Suelto un gemido cuando mi lengua entra en contacto con la sublime combinación que ejerce la superficie azucarada del glaseado con la masa que se desborona cuando la muerdo, llenando mis papilas gustativas de un sabor que me recuerda a las naranjas que papá una vez llevó a casa por Año Nuevo.

Cierro los ojos, intentando prolongar las sensaciones que parecen estallar en la punta de mi lengua y, cuando trago, suelto un suspiro.

Al abrir los ojos, Peeta me está sonriendo.

–¿Están buenas?

Aparto la mirada mientras siento como mi cuello y mejillas se calientan. Al final, asiento.

–Puedes quedarte con las demás.

Debo poner mala cara, porque Peeta se echa a reír. Su risa me hace enarcar las cejas. Es un sonido ronco, pero indudablemente feliz.

–Son solo dos galletas, Katniss. No te estoy entregando las llaves de la panadería.

–No puedo aceptarlas.

–¿Por qué no?

Eso ¿por qué no? El sabor de la galleta que he mordido permanece en mi paladar, haciendo que rechazar las otras dos resulte más difícil.

Recojo las piernas y aprieto mis rodillas contra mi pecho.

–¿Nunca te han hecho con un regalo inesperado? ¿Algo sencillo que te ha hecho sentir inexplicablemente dichoso?- algo en su tono me dice que no está hablando precisamente de las galletas. Su boca se curva, dejando el pequeño hoyuelo a la vista y yo bajo la mirada, sintiéndome repentinamente abochornada.

Peeta clava la mirada en el horizonte, donde aún no se ve la línea rosada que funciona como preludio del amanecer.

–Me tengo que ir.

–¿Es tu turno otra vez de encender los hornos? ¿Te toca dos días seguidos?

Él parece sorprenderse por mi pregunta.

–En realidad no. Pero ayer he llegado tarde y mi hermano se ha encargado. Como hoy es su turno, he decidido llegar un poco más temprano y encargarme yo. Nos veremos después- dice mientras echa a correr por el camino que conecta la Pradera con la Veta.

No es hasta que lo pierdo de vista que me doy cuenta que me ha engañado y yo aún tengo sus galletas en la mano.

Peeta POV

Me meto por la puerta trasera antes de que nadie se levante y enciendo los dos hornos industriales. Nuestras reservas de carbón han descendido bastante y no puedo evitar pensar que el dinero que nos han dado para suplir la ausencia de Phy, podría darnos un gran desahogo económico en ese sentido. Aún y cuando lo producimos aquí mismo en el Doce, el carbón no es barato.

Para cuando Tax baja, ya los hornos están calientes y estoy amasando la primera tanda de panes que hornearemos hoy.

–¿Te has caído de la cama?- bromea él.

Le doy una media sonrisa.

–En realidad quería compensarte por lo de ayer.

–Puedes ser muy idiota a veces… ¿sabes? – mi hermano estudia mi rostro. Sus ojos son de un suave color castaño, parecido al de mi madre, pero tiene el mismo cabello rubio que mi padre y yo. A pesar de que ha sido el que peor lo ha pasado de los cuatro después de la muerte de Phy, sigue siendo el que tiene más energía. - ¿Has vuelto a tener una buena noche?

No tengo tiempo de contestarle antes de que mi madre baje por las escaleras que conectan nuestra casa con la panadería.

Mi madre pasa de largo, como si no nos hubiera visto e ignora nuestros débiles saludos. Papá aparece un minuto más tarde y desciende los escalones con una mueca de dolor en la cara. Seguramente su espalda ha vuelto a molestarle.

–Buenos días, papá- lo saludo y doblo automáticamente las rodillas, para que él pueda sacudir mi cabello como cuando yo era más pequeño. En cuanto lo hace, señalo la aromática taza de café que he dejado para él sobre el mostrador. Él me sonríe agradecido y la toma entre sus nudosas manos. Acerca la nariz al borde e inhala profundamente.

En eso, un grito interrumpe la calma que parece instalarse en la panadería por las mañanas.

–¿Quién ha sido?- exclama mi madre mientras se acerca rápidamente con una bandeja vacía entre sus manos.

Los tres la miramos sin parpadear.

–¿Qué ha ocurrido?- pregunta finalmente papá.

–Anoche antes de irme a la cama quedaban cuatro galletas glaseadas en esta bandeja. ¿Quién las ha tomado?- su mirada se dirige automáticamente a Tax, cuya debilidad siempre han sido los dulces.

El aire se atora en mis pulmones y me preparo para dar un paso al frente antes de que mamá use la bandeja para golpear a mi hermano. Sin embargo en el momento en que tomo aire, papá nos interrumpe:

–Me las he comido yo. Me he despertado con hambre durante la noche y he bajado a comer algo. He visto las galletas y no he podido resistirme.

Los tres lo vemos con la misma cara de sorpresa, aunque creo que en el caso de mi madre, se trata más bien de escepticismo.

–¿Tú? ¿En serio?- papá se encoje de hombros y toma un sorbo de café.

–Un capricho de vez en cuando no está mal.

–¡Pudimos haber ganado dinero con esas galletas!

–En todo caso, ya no están. Hornearé unas cuantas más tarde y estoy seguro de que Peeta podrá glasearlas maravillosamente de nuevo.

Mi madre recorre nuestros rostros con los dientes apretados y las aletas de la nariz dilatadas. Me esfuerzo por mantener el rostro libre de expresión hasta que mi madre se rinde y se va, pisando con fuerza a la parte en que recibimos a los clientes, cerrando con un portazo.

Me giro y observo el rostro de papá.

–¿Un bocadillo nocturno?- pregunta Tax mientras me da un ligero codazo. Papá se ríe, haciendo que las arrugas alrededor de sus ojos se conviertan en delicadas telarañas surcando su piel.

–Tendrás que irte con más cuidado, hijo. Y a la próxima recuerda cerrar bien la puerta, me he llevado un susto de muerte cuando la he encontrado abierta, he pensado que teníamos ladrones.

Siento mis orejas calentarse.

–Lo recordaré- prometo.

–¿Le has dado alguna para la pequeña?

Me mortifica el saber que puedo resultar así de transparente. Que para mi padre y para Tax es tan lógico a quien le he dado las galletas.

–Seguro que ella le ha guardado alguna.

–Bien- dice él mientras toma un delantal de detrás de la puerta- Ahora has el favor de ir atrás y traer otro frasco de canela.

–Sí, señor.

Los regalos empiezan a ir y venir. Pero creamos un acuerdo tácito de no mencionarlos en nuestros encuentros nocturnos.

Empiezo a dormir mejor por las noches, hasta que me despierto a eso de las dos de la mañana, es entonces cuando salgo de la casa, poniendo especial cuidado en cerrar bien la puerta trasera. No vuelvo a tomar las cosas que están en exhibición, pero me las arreglo para hacer más piezas de la cuenta en las cosas que horneo: bollos de queso, magdalenas con nueces, galletas con chispas de chocolate…

Poco a poco, bajo la excusa de que compartimos todo, consigo que ella acepte mis regalos… y empiezo a descubrir regalos para mí también: un saquito de zarzamoras colgando de mi ventana, un puñado de castañas asadas colocado cuidadosamente sobre mi almohada, un ramillete de prímulas que alguien deja extraviado en la panadería mientras me encuentro en la cocina.

No hablamos sobre ninguna de esas cosas cuando nos vemos, aunque no me queda ninguna duda de que todos y cada uno de esos detalles provienen de ella. Cosas como estas resultan demasiado costosas como para ser conseguidas en cualquier lugar que no sea le bosque.

Las sombras azules que parecían haber sido tatuadas bajo mis ojos desaparecen poco a poco del mismo modo en que sucede con las de ella. Su cabello deja de estar opaco y se torna brillante conforme la salud que perdió por el sufrimiento de perder a Gale, regresa a ella.

El vernos cada noche empieza a convertirse, poco a poco, en una costumbre. En una ocasión, me encuentro con mi madre cuando voy bajando por las escaleras, puntual para nuestra cita nocturna.

–¿Qué estás haciendo aquí?- increpa ella mientras se pone las manos sobre las caderas.

Me invento una excusa sobre que he bajado a buscar agua y cuando ella me pregunta qué porque no he ido a la cocina que tenemos en la planta de arriba, le echo la culpa a la confusión que produce el sueño. Como excusa no es particularmente buena, aunque supongo que ayuda el hecho de que ella está algo adormilada. Me envía a mi habitación, a donde regreso arrastrando los pies.

La escucho moverse en la parte de abajo de la casa y mi ánimo decae cuando me doy cuenta de que hay un león custodiando ahora la puerta trasera. Espero pacientemente, durante una hora completa, hasta que escucho pasos en la escalera. Me meto bajo las mantas y finjo dormir. Un rayo de luz cruza la habitación y puedo sentir la presencia de mi madre, verificando que ambos estamos aquí.

Para cuando finalmente se va a la cama, he perdido más de la mitad del precioso tiempo que logro pasar con Katniss.

Cuando llego a la Pradera, casi espero no encontrarla ahí, sin embargo me equivoco. Katniss está acostada, echa un ovillo sobre el césped reseco. Tiene los ojos cerrados y se remueve de una forma que se me antoja familiar: Tax también se mueve mucho cuando está teniendo una pesadilla.

Me arrodillo a su lado y la tomo con suavidad del hombro, pero no se despierta. Sus movimientos se vuelve más violentos, los ojos se mueven sin parar tras sus párpados y jadeos ahogados se escapan de su garganta. Su pequeña mano se aferra a la tela de la camiseta de mi pijama y ella me atrae más cerca. Hago lo único que se me ocurre para calmarla: la atraigo hacia mi pecho y la abrazo.

Y entonces sucede lo imposible: su respiración se torna menos desesperada, sus jadeos se apagan y ella deja de removerse. Su frente se apoya sobre mi pecho y ella frota su mejilla contra mi cuerpo. Su miedo se disuelve, como la espuma alcanzada por un chorro de agua y siento el latir de su corazón, lento y constante, contra mi propio cuerpo.

No la suelto. No consigo reunir la fuerza de voluntad para hacerlo. Tampoco la despierto. Me limito a dejarla dormir y me embebo en la forma en que sus rasgos parecen suavizarse cuando duerme. Su ceño deja de estar fruncido, lo que la hace lucir vulnerable.

Los minutos pasan rápidamente. No llego a dormirme, intentando disfrutar la sensación de tenerla entre mis brazos. Cuando el cielo empieza a teñirse de rosa, me doy cuenta de que ya no puedo prolongar más el momento, su rostro luce tan pacífico que no soy capaz de despertarla. En su lugar, la tomo en brazos.

Es ligera, pesa apenas un poco más que los sacos de harina que usamos en la panadería, la cargo hasta que llego al portal de su casa en la Veta. La apoyo con cuidado contra la puerta y, en un arrebato, la beso en la frente. Cuando me aparto, su mano sujeta la pechera de mi cabeza y una sola palabra sale de sus labios.

Mi nombre.


Aquí toy con nuevo capítulo. Espero que este les haya gustado.

Quiero darle las gracias a las 19 personas que se tomaron el tiempo y el esfuerzo y me dejaron un hermoso review que hizo que una semana muy dura fuera un poquito más llevadera. Así que gracias a patrynachys, Nai1987, katnisspeetax100pre, Darkmatter Black, Gpe 77, Dominique Mont, HikariCaelum, Naty Mu, Hermlils, Infireff, CallMeinDarkness, .1, AlwaysEverlark, Natalie, Luna Potter Granger, Alphabetta, ImagineMadness, Nina Berry y Yazzita. Sus apreciaciones me han parecido fantásticas y les agradezco de verdad.

A las personas que lo marcaron como favorito o como follow, gracias también, espero que se animen a dejarme un comentario a ver qué tal les ha parecido este segundo capítulo, cuando por fin vemos interacción Everlark.

Un abrazo y gracias por leer!