Disclaimer: los personajes y el Universo Panem son propiedad de Suzanne Collins.
Esta historia participa en el reto "Pidiendo Teselas" del foro "El diente de león"
Peeta POV
—¿Cuál es tu próximo día libre? — pregunta Katniss mientras se inclina casualmente sobre la mesa de amasar, apoyando el peso de su cuerpo sobre sus brazos doblados.
Dejo la masa en un montón redondo y me aparto el pelo de los ojos utilizando el antebrazo.
Estamos solos en la panadería. Papá se ha ido con Tax a arreglar unos asuntos con el alcalde con respecto a la última indemnización que nos darán por la muerte de Phy y mi madre está en el mercado comprando algunos ingredientes que se nos han acabado.
Katniss parece haberse aprendido a la perfección los horarios en los que puede aparecerse por aquí sin temor a represalias. No puedo decir que me moleste, de hecho, me siento ridículamente especial al ver las molestias que se toma para verme y tampoco es como si estuviera esperando a quejarme por la posibilidad de estar a solas con ella.
Supongo que es una reacción más o menos normal cuando te has pasado casi tres cuartos de tu vida enamorado de la misma chica.
—¿Día libre? — pregunto alzando la vista.
—Ajá.
—Pues no lo sé. Tax y yo solemos rotarnos los fines de semana. Los domingos no hay mucho movimiento, así que podría ser ese día.
—¿Este domingo o el próximo?
Mi boca se tuerce en una sonrisa.
—¿Qué estás planeando? — digo mientras estiro las manos hacia ella.
Ella da un paso hacia atrás.
—No hagas eso— dice frunciendo el ceño y yo me quedo helado ante su rechazo. Ella se echa a reír ante mi reacción y yo la observo embelesado. Últimamente ella se ríe mucho más y a una parte de mí le gusta creer que se debe a la naturaleza de nuestra relación—. Quiero decir no ahora — rectifica —. Estoy tratando de hacer planes.
—Me doy cuenta— digo devolviendo mi atención a la masa, haciendo pequeñas esferas y colocándolas sobre una bandeja—. ¿Qué está pasando por tu cabeza?
—Dentro de poco llegará el invierno y pensé que podríamos aprovechar los últimos días del otoño. El bosque es un lugar interesante en otoño. Hay montones de animales preparándose para hibernar y… ¿Por qué me estás viendo así?
No le respondo de inmediato. Lleno la bandeja con los bollitos de pan salado y la meto en el horno. Luego limpio mis manos con un trapo húmedo para eliminar los restos de harina de mis dedos. Solo entonces levanto la mirada. Ella ha atrapado su labio inferior entre sus dientes.
—¿Peeta?
Rodeo la mesa y acuno su mejilla con mi mano derecha. Lenta, muy lentamente, para que a ella no le quede duda de lo que estoy a punto de hacer, acerco mi rostro al suyo. Su nariz roza la mía con suavidad y ella suelta su labio. No pasa ni un segundo antes de que sean mis dientes los que tiran suavemente de él. Un suave sonido sale de su garganta cuando capturo sus labios con los míos.
Él beso no es suave, ni gentil, pero ella tampoco lo es. Sus manos se hunden en mi cabello, demasiado largo, y tiran de los mechones, con la fuerza suficiente para que yo lo note pero no tanta como para hacerme daño. Ella me empuja con su pequeño cuerpo, sus caderas pegándose a mis piernas, sus manos descienden por mi cuello y me hacen cosquillas en la piel de la espalda. Las mías se mueven con naturalidad y envuelven su estrecha cintura, mis dedos hundiéndose en la carne suave. Arrastro los dedos sobre sus costillas y hundo una mano en su cabellera oscura, deleitándome, como siempre, en su suavidad.
Nos separamos hasta que la necesidad de aire se torna insoportable. Cuando hemos conseguido llevar suficiente oxígeno a nuestros pulmones, ella se para sobre las puntas de sus pies y envuelve mi nuca con su mano, atrayéndome hacia abajo. Deja tres besos sobre el hueso de mi mandíbula y cuando estoy preparado a seguir besándola, ella se aparta y pone una mano sobre mi pecho, abanicándose con la otra.
—Entonces ¿el domingo?
Parpadeo, intentando llevar oxígeno a mi cerebro. No ayuda mucho.
—¿Hummm?
—¿Podemos vernos el domingo?
—¿Qué tienes pensado?
Ella agita la cabeza, haciendo que su trenza, ahora ligeramente despeinada por culpa de mis manos, se mueva como un péndulo sobre su espalda.
—Es una sorpresa, pero no es una escapada corta, así que a menos que decidas hacer a tu padre cambiar de opinión sobre todo eso de no echarte de la casa— dice luciendo avergonzada— será mejor que tengas permiso para desaparecer.
Una sonrisa se abre paso por mi rostro.
—¿Nos tomará todo el día?
Ella se encoje de hombros.
—Tal vez— dice sonriendo.
Estiro la mano y toco su mejilla, estirada por la sonrisa, con la punta de los dedos.
—Me gusta verte sonreír.
Algo brilla en el fondo de sus ojos y ella abre la boca como si fuera a decir algo. La vuelve a cerrar.
—¿Qué?
Ella me dedica una mirada de disculpa.
—Dime lo que estás pensando —digo con una autoridad que nos sorprende a ambos.
—Es que últimamente lo hago mucho— dice sonriendo ampliamente, como si quisiera ejemplificar lo que me está diciendo— y es raro.
—No es raro— digo colocando mis manos sobre su cuello—. Es perfecto.
Ella ladea la cabeza y sujeta una de mis manos. Mi corazón salta cuando lo hace.
—Tus manos están calientes— dice estirando los dedos y tocando la punta de mi nariz con sus nudillos, utilizando nuestras manos entrelazadas—. Y tu cara también.
—Me pasa mucho cuando estoy contigo- digo doblando las rodillas y besando el punto entre sus cejas, ahí donde se marca una minúscula uve cuando ella frunce el ceño. Ella suelta un débil suspiro cuando me separo.
—Sigo pensando que pagaré por esto más adelante— dice sujetando la tela de mi camiseta, alrededor de mis costillas—. Y creo que en realidad no me importa.
Me echo a reír y la abrazo. Ella apoya su mejilla sobre mi pecho y son estos momentos en los que pienso que esto, estar juntos, es lo correcto.
Nos quedamos así por unos minutos, simplemente disfrutando del momento hasta que ella suspira de nuevo.
—Son casi las seis. Tu madre no tardará en llegar.
—Tendrá que acostumbrarse— le digo tirando suavemente de su trenza.
—No quiero que te echen de nuevo.
—No creo que vuelva a pasar. Y aún y cuando así fuera…
—No lo digas— dice ella—. Ya te dije que yo no…
—Pero lo vales— digo apretándola con más fuerza contra mí— Siempre lo has hecho.
—No sobrevivirías ni un día allá afuera— dice rodando los ojos—. Esto— dice señalando la habitación con una mano— es parte de lo que eres.
Agito la cabeza en una negación.
—Es lo que hago, pero no lo que soy. Al menos eso creo.
—Necesitas esto— replica ella obstinada—. Es lo que sabes hacer. Es la vida a la que estás acostumbrado.
—No lo necesito— digo pasando el pulgar sobre su clavícula—. Te necesito a ti y si alguna vez tuviera que elegir entre una cosa y la otra, no lo dudaría ni un segundo.
—Peeta…
—Y ya sé que eso te incomoda un poco. Y no pasa nada si no puedes decirlo tú también. Pero te quiero. Lo he hecho desde que tengo memoria— digo dejando un beso sobre su cabeza—. Y perderte ahora, a sabiendas de cómo se siente esto… —digo besándola de nuevo— sería insoportable.
Ella suelta un débil suspiro y deja un beso sobre mi pecho, justo encima de donde late mi corazón.
—Esto es tan raro. La mayor parte del tiempo me siento como si estuviera viéndolo todo desde fuera ¿sabes? Como si le estuviera pasando a alguna otra chica.
—Una chica afortunada— bromeo yo, tratando de no sentirme dolido por el hecho de que ella aún no sea capaz de decirme que me quiere.
Cuando alza la mirada, sus ojos grises como tormentas, me observan sin humor:
—Muy afortunada.
No le respondo, simplemente doblo las rodillas y la beso.
Katniss POV
Es jueves, afuera es noche cerrada y, como a veces pasa en el Doce, no tenemos suministro eléctrico.
La luz de las velas titila en las ventanas de las diminutas casas de la Veta. Mamá sostiene una en lo alto mientras rebusca en el armario de las medicinas que ella y Prim se encargan de elaborar. Yo me encargo de quitarle la piel a un conejo y Prim hace su tarea iluminándose con otra vela. Mamá apagará la suya en cuanto encuentre lo que está buscando. Nunca nos permitimos usar más de una vela a la vez y por lo general solemos recolectar la cera, que cae en lentas lágrimas, para derretirla en un cazo y hacer velas nuevas.
Prim borra lo que sea que acaba de escribir o al menos lo intenta. Le dedica una mirada dolida al lugar de su lápiz en donde debería asomarse la punta rosácea del borrador. Ya no le queda nada, así que ella gira el lápiz y tacha lo que acaba de escribir.
—¿Necesitas un lápiz nuevo?
—He estado teniendo problemas para los deberes de matemáticas— dice a modo de explicación.
A Prim nunca se le han dado particularmente bien los números. Es fantástica con las personas, pero como no consigue una aplicación práctica para las matemáticas, no le va demasiado bien en esa materia en específico. No es como yo, que constantemente debe hacer sumas, restas, multiplicaciones y divisiones para garantizar que está obteniendo un precio justo por sus cosas.
—¿Quieres ayuda?
Ella niega con la cabeza y cierra el desgastado libro de la biblioteca. Es un libro viejo, tanto que mamá a veces bromea con que es el mismo que usaban ella y sus amigas. Amigas que deben haberse convertido en fantasmas porque nunca las he visto.
—Se nos ha acabado la manzanilla— dice finalmente mi madre soplando la vela, disminuyendo la iluminación de la habitación— ¿Crees que puedas recoger un poco mañana?
Yo asiento y sus labios se curvan en una sonrisa cansada.
—Perfecto. Me iré a la cama— dice mientras besa a Prim en lo alto de su rubia cabeza y pone una mano sobre mi hombro.
—Buenas noches, mamá— dice Prim mientras se estira para besarla en la mejilla. Mi reacción no es tan dulce, me limito a asentir.
—Así que…— dice mi hermana en cuanto mamá cierra la puerta tras de sí, llevándose una mano a su delicado cuello— ¿todo está yendo bien últimamente?
Deslizo el cuchillo con cuidado para dañar lo menos posible la piel del conejo. Mamá la pondrá a secar y podrá sacar unos nuevos guantes para Prim si hago bien mi trabajo, pues el último par se le ha quedado pequeño. ¡Crece demasiado aprisa!
—Sí. ¿Por qué lo preguntas? —respondo mientras tiro con cuidado de la piel, arrancándola centímetro a centímetro de la carne. Veo a mi hermana estremecerse ligeramente. Nunca pone demasiados reparos a la parte de comerse a mis presas, pero no es la admiradora número uno de los momentos en que tiene que verlas recién muertas.
—Por nada— se apresura a decir. La veo retorcer sus manos por unos segundos.
—¿Segura? —pregunto mientras frunzo el ceño y hago otro corte en la piel del conejo.
—¿Cómo lo ha estado haciendo Rory?
Alzo la cabeza, como un perro olfateando el aire.
—¿Por qué?
—Por nada— vuelve a decir, demasiado rápido como para confiar en su sinceridad.
Ella devuelve su atención al libro, tomándolo en sus manos y hundiendo la nariz en él. La escasa iluminación no es lo suficientemente benevolente como para ocultar el matiz rojizo que se ha apropiado de su piel. Una risa se escapa de mi garganta y ella voltea a verme acusadora.
—Rory lo ha estado haciendo bien— le digo.
—¿Muy bien? ¿Tanto como Gale? — intento ignorar el mordisco de culpa que siento en el estómago cuando ella menciona a mi mejor amigo.
—Tiene un estilo diferente— digo con suavidad—. Pero aprende rápido y es puntual. Eso me agrada de él. Es un buen niño.
—Ya no es un niño— replica mi hermana.
—Tiene tu edad— respondo—. Por supuesto que es un niño.
—Rory cumplirá dieciséis en verano.
Alzo la cabeza, sorprendida.
—¿Dieciséis?
—¿No lo sabías?
—Pero… entraron a la vez a la cosecha.
—Sí, pero solo porque el corte de meses que hacen.
Pienso en Rory, que me recuerda a un cachorro que ha crecido demasiado rápido. Prim cumplió quince hace un par de semanas. Y mi cumpleaños es apenas unas cuantas semanas antes de la cosecha, así que siempre había tenido la idea de que a todos les pasaba más o menos lo mismo, llegaban a cada periodo con la edad recién cumplida, pero supongo que no es el caso de todos.
—Entonces ¿Rory está más cerca de los dieciséis que de los quince?
Prim asiente.
—Cuando llegamos a la primera cosecha él estaba a unos cuantos meses de cumplir trece— dice encogiéndose de hombros con una displicencia que se me antoja fingida.
—Pareces muy enterada.
A la débil luz de la vela, veo sus mejillas sonrojarse débilmente.
Dejo el cuchillo sobre la mesa mientras la veo con los ojos como platos.
—¡Te gusta!— y las palabras salen no como una pregunta sino como una acusación.
—Bueno, tú tienes novio y yo no digo nada.
—¿Qué? Eso no es cierto. — ¿Y fue esa una confesión?
—Claro que lo es— responde ella.
—Peeta y yo no somos novios— ¿o sí?—. Al menos no lo…
Ella está a punto de replicar cuando alguien toca a la puerta.
Prim se levanta como una bala, sujetando el pomo con sus esbeltos dedos. Su cuerpo se inclina hacia adelante y ella abre una hendija, la escucho soltar una risita y mi corazón cae directamente hacia mis pies cuando escucho la voz de Peeta diciendo mi nombre.
Mi hermana apoya la cadera sobre la puerta y traza pequeños círculos sobre la madera desgastada y cubierta de polvo de carbón.
—Iré a ver si está— dice en un susurro confidente antes de cerrar la puerta— ¡Hey Katniss! —grita inclinándose ligeramente, como si no estuviéramos en la misma habitación— Peeta Mellark, el chico ese que no sabes si es tu novio, ha venido a verte.
—¡PRIM!
Mi rostro se vuelve de todos los colores del arcoíris mientras me abalanzo hacia la puerta. Ella me dedica una sonrisa de suficiencia y me guiña un ojo.
—Pues ya está— dice ella con una risita—. Ya no tendrán más opción que aclarar las cosas entre ustedes.
—Nunca pensé en decir esto, pero te odio— le digo mientras tomo el pomo. Ella se ríe, a sabiendas de que es la mentira más grande que ha podido oír la humanidad entera.
—Me lo agradecerás después— dice besándome en la mejilla.
Abrir la puerta y encontrarse a Peeta al otro lado, no ayuda mucho con mi mortificación. La luz de la vela sobre la mesa baña su rostro por un momento, hasta que cierro la puerta detrás de mí y la oscuridad nos envuelve.
Aún ahora, casi tres meses después de haber iniciado… lo que sea que somos ahora, me sorprende el hecho de que mi pulso se vuelve errático cuando estoy con él. Nunca me había pasado antes y hay un montón de cosas nuevas para mí, como el hecho de que puedo notar, sin problema, que ha dejado pasar un par de semanas en su corte de pelo, haciendo que los mechones rubios le lleguen hasta las cejas. Él suele apartarlos con su antebrazo en lugar de con los dedos, un gesto que debe haber adquirido al trabajar en la panadería, donde la higiene es vital para el negocio. Nadie quiere cabellos rubios en su pan.
—¿Qué estás haciendo aquí? Es decir… Hola. Es decir… ¿qué estás haciendo aquí?
En la oscuridad casi absoluta de la Veta, es difícil de ver su rostro, pero sus dientes blancos parecen brillar cuando se ríe.
—Hola, Katniss— dice él y mis mejillas se calientan.
—Hola— digo apoyando el hombro sobre la puerta, mi mano tira de un hilo suelto de mi blusa.
No se me ocurre nada que decir. Tenerlo aquí, parado afuera de mi casa, es casi tan extraño como si Effie Trinket apareciera un día en mi cocina para tomar el té.
—Estás preciosa.
Ruedo los ojos.
—Ni siquiera puedes verme.
Lo siento moverse, su figura es una sombra recortada contra una negrura más profunda. Sus dedos se curvan y rozan el costado de mi rostro, cerca de mi sien. Supongo que su objetivo era mi mejilla, pero con tan poca luz resultaba algo difícil que acertara.
La oscuridad que nos envuelve me recuerda a las noches sin luna en que nos veíamos en la Pradera. Como si leyera mis pensamientos él me dice:
—¿Quieres dar un paseo? Podríamos ir a la Pradera. Ha pasado mucho desde la última vez. Su mano desciende por mi rostro, rozando mi clavícula y descendiendo por mi hombro, sus dedos rozando la piel desnuda de mi brazo hasta que sus dedos se cierran alrededor de los míos. Su piel está caliente y la mía parece arder bajo su contacto.
—¿Ha pasado algo malo? ¡Ay no! Te echaron de la casa ¿verdad?
Lo escucho reír entre dientes y su mano sujeta la mía con más fuerza.
—Que negativa eres, Katniss. ¿No existe la posibilidad de que simplemente quisiera verte?
—No lo has hecho nunca en estos meses en los que… —en cuanto suelto eso, tengo ganas de darme de golpes en la cara. He sonado como una novia quejumbrosa.
—No sabía que tenía permitido hacerlo o si a ti te gustaría que lo hiciera. He estado tratando de hacer que esto no resulte incómodo para ti— dice él y su pulgar se desliza con suavidad por el dorso de mi mano. Mis dedos se cierran con fuerza alrededor de los suyos.
—Lo siento— digo en voz baja.
—¿Por qué?
Me encojo de hombros, aunque él no puede verme. Me aclaro la garganta:
—Por hacerte pensar que no podías venir a verme cuando quisieras.
En ese momento descubro que me encanta el sonido de su risa, ronco y duro. A veces, me sorprende lo contradictorio que puede ser él, con toda su fuerza física y la suavidad con que me trata. Como si yo fuera algo frágil y precioso. Para mí, que he estado acostumbrada cuidarme sola durante casi toda mi vida, resulta desconcertante.
—¿Vienes conmigo? —dice entrelazando nuestros dedos. Le doy un apretón a su mano.
—Será mejor que yo vaya primero. Estoy segura de que apestas en esto de caminar a oscuras.
Su risa hace que algo cálido nazca en el fondo de mi vientre.
—Te seguiría a cualquier parte, preciosa.
…
Afuera hace frío. Deben quedarnos dos o tres semanas antes de que llegue el invierno. Mis dientes se golpean unos con otros mientras me reprendo mentalmente por no haberme traído un abrigo. Me siento en la grama, húmeda y fría, de la Pradera. Ni siquiera tengo tiempo para abrir la boca y decir algo antes de que Peeta me atraiga a su costado, rodeándome el cuerpo con los brazos. Mis dedos se mueven desde su mano hasta su hombro, palpando con suavidad la lana vieja y desgastada de su abrigo.
—¿Tienes frío? — susurra en mi oído mientras frota su mano contra la tela de mi fina blusa.
Niego con la cabeza. Él parece irradiar calor, como uno de esos radiadores que he visto en la casa de Madge. No como si tuviera fiebre, sino que se trata de un calor agradable, como estar sentada junto a una fogata. Cuando era más pequeña, a veces papá encendía fogatas en el bosque para cocinar los peces que sacaba del pequeño lago. Esta sensación me lo recuerda. El sentimiento de estar completamente segura, aún y cuando sea solo por unos cuantos minutos.
Me acurruco contra su pecho y levanto los ojos para ver las estrellas. No las encuentro. Están ocultas bajo un velo de nubes blancas que hacen que el cielo parezca de algodón.
—¿Así está bien? —pregunta él y su aliento cálido hace cosquillas en mi oído.
—Ajá.
—Estás… muy callada esta noche.
—Hummm— empiezo a responder y me sobresalto cuando siento su boca cálida deslizarse por debajo de mi oreja. Mi rostro se gira de manera automática hacia él y nuestros labios se juntan. Lo siento sonreír contra mi boca.
Lenta, muy lentamente, él me inclina hacia atrás, hasta que mi espalda queda presionada contra el suelo. El césped hace cosquillas sobre mi piel mientras él me sigue besando. Algo cálido parece derramarse en el centro de mi ser, corriendo rápidamente por mis venas y, del mismo modo en que me sucede cada vez que él me besa, no deseo que se detenga.
Empiezo a jadear en busca de aire y Peeta se aparta, solo un poco. Su boca recorre un camino lento y tortuoso hacia abajo, rozándome la mandíbula, delineando mi cuello, tranzando suaves espirales con sus dedos sobre mis clavículas para luego encontrar mi boca con la suya. Y es perfecto…
Es como si de repente ya no estuviera acostada en el suelo, sino en las nubes de algodón que cubren el cielo. Y me doy cuenta de que podría estar así por siempre. Mi boca se abre en un gemido que me podría avergonzar si no me hallara tan perdida en las sensaciones que él me da, a las cuales me entrego libremente.
Cuando siento que estoy a punto de estallar, él se detiene.
Pienso en suplicarle que continúe, que no puede simplemente dejarme así, pero él se inclina hacia adelante, su cabello demasiado largo me hace cosquillas en la frente cuando me besa una sien y luego la otra.
—¿En qué estás pensando? — dice con suavidad y hay algo en el tono de su voz que me hace querer ver su rostro justo ahora. Me muerdo los labios y estiro los dedos, buscando su rostro a ciegas. Mis yemas delinean sus cejas y trazan el contorno de su nariz, lo escucho suspirar. Peeta siempre ha sido un chico atractivo, de un modo algo distinto al de Gale.
Peeta no es tan alto como lo fue Gale y sus facciones no tienen la misma dureza. Hay un matiz infantil en sus ojos azules, una inocencia y una suavidad que nunca tuvo la mirada gris de Gale. Una suavidad inexistente en los ojos que me devuelven la mirada desde el espejo cada día.
—En ti— confieso yo.
No necesito verlo para detectar la ancha sonrisa en su cara cuando me dice:
—Eso me gusta. ¿Qué cosa de mí en concreto?
No le contesto. Me limito a recorrer las líneas de su rostro con los dedos, hundiendo el índice en el pequeño agujero que se marca en una de sus mejillas, tan pequeño que me pregunto si puede ser tomado realmente como un hoyuelo. Él gira el cuello y deposita un suave beso en la punta de mi dedo.
—Katniss— susurra él con voz ronca mientras su pulgar se desliza sobre el hueso de mi cadera.
—Dime.
—Estoy libre este domingo.
Me enderezo, apoyándome sobre mis codos y casi puedo ver brillar sus ojos, como estrellas en la negrura de la noche.
—¿Todo el día?
—Todo el día— acepta él con una pequeña risita al final de su declaración— ¿Qué vamos a hacer?
Mi sonrisa es tan amplia que me empiezan a doler las mejillas.
—Vamos a tener un día de campo.
Treinta y seis reviews en el último capitulo! Floto hasta las nubes de algodón y vuelvo a bajar para dar las gracias a: JackyWeasleyMellark, TheBlueJoker, Barbs Odair-Eaton, sunishere, Lenna0813, Daphne, Coraline T, GPE 77, ELI . J2, Lizairy Cullen, jacque- kari, ImagineMadness, nai1987, Catnip1, EmmaJonesMellark2, camipaz, elen3, Lenaa. Rdzk, katyms13, Claudia, Sheenaggp11, ptrcora, Wen, Yolo, MdC, ElizabethMKJP, miausya uzumaki, endlessl0ve, Alphabetta, Ali Mellark, Ires y Bellamybell.
Este capítulo sirve como antesala al siguiente, en donde pasará algo IMPORTANTE. Pero ya verán. Aviso de una vez que ya no tengo tanto tiempo para escribir, así que les pido tengan paciencia porque las actualizaciones van a espaciarse, pero prometo escribir tanto como pueda.
Autobombo: aprovecho y me publicito a mí misma, la semana pasada subí una historia nueva, de tres capítulos que se llama "La vida puede continuar".
Les dejo el summary y de paso la inquietud para que lean y me dejen un hermoso review:
Para Katniss Everdeen, tomar la decisión de convertirse en madre no fue un proceso sencillo y antes de que la pequeña niña de cabello oscuro y ojos azules llegara al mundo, tuvieron que pasar muchas cosas.
Son tres capítulos de como Katniss y Peeta se convirtieron en padres por primera vez, dos son POV de Katniss y uno de Peeta. Me cuentan que les parece!
¿Un review? Tal vez así me motivo y escribo más rápido.
Un abrazo, E.
