Disclaimer: los personajes y el Universo Panem son propiedad de Suzanne Collins.
Esta historia participa en el reto "Pidiendo Teselas" del foro "El diente de león"
Peeta POV
Siempre, desde que era un niño, he estado obsesionado con la luz.
Recuerdo detenerme bajo el manzano para verla atravesar las ramas en rayos diminutos que teñían el mundo de color. Observarla colarse a través de la ventana, suspendiendo millares de pequeñas motas de polvo que parecían flotar por eones, sin llegar a caer jamás. Contemplar embelesado el crepitar de las llamas dentro del horno, el chisporroteo alegre del fuego y las flamas azules, amarillas y anaranjadas. Papá dice que yo veo el mundo de una manera diferente, que tengo un corazón de artista que solo ha podido desarrollarse a través del limitado suministro de materiales que la panadería ofrece. Cuando cumplí trece años, me convertí oficialmente en la persona encargada de glasear los pasteles y galletas, porque era el único que tenía la paciencia y el cuidado suficiente para no apretar con demasiada fuerza las mangas llenas de betún para crear los delicados pétalos de una flor. Tax se aburría demasiado pronto y Phy no era lo suficientemente delicado.
Siempre he sido yo el del toque gentil. Me he enorgullecido una vida entera de esa capacidad especial.
Sin embargo, cuando las palabras salen de los labios de Katniss, me siento torpe y brusco. Mis manos se congelan en su lugar y el aire me falta, seguro de que no he conseguido escuchar correctamente lo que ella tenía para decir.
Por una vez, es ella la que se encarga de rellenar los silencios que mi boca y mi cuerpo parecen dejar entre los dos.
Sus dedos rozan con suavidad el hueco bajo mis orejas y descienden por mi cuello, enviando escalofríos por mi piel que se anidan en mi estómago. Las mariposas siempre me han parecido una metáfora hermosa pero equivocada para describir lo que sientes cuando ves a esa persona especial. Cuando veía a Katniss en la escuela o en el pueblo, antes de que empezáramos a estar juntos, la sensación se parecía más a tener una bandada de pájaros bajo el esternón, todos batiendo las alas al unísono, creando un vendaval en mi interior. Creo que esa desazón era la responsable de que las palabras se negaran a salir cuando me encontraba frente a ella.
Las cosas mejoraron un poco después de nuestros encuentros nocturnos en la Pradera, pero aún siento un vuelco cuando sus ojos se encuentran con los míos o cuando, como ahora, su piel roza la mía.
¿Está pasando esto realmente? ¿Estaré soñando?
Ella dice algo que no alcanzo a escuchar, demasiado abrumado por las sensaciones que su tacto desencadena en mi interior.
Sus dedos se detienen de improviso y sus labios se separan de los míos.
—¿Tú no…?
Intento encontrar en mi memoria una pista de lo que acaba de ocurrir, pero me quedo dolorosamente en blanco.
—Lo siento— dice apartándose, haciendo que el agua que envuelve nuestros cuerpos hasta la altura de mi ombligo se ondule. Sus mejillas se vuelven de un color rojo profundo y ella baja la mirada profundamente avergonzada mientras trastabilla hacia atrás.
Mis manos la detienen antes de que se aparte demasiado, mis dedos enroscándose alrededor de su cintura, sintiendo la leve insinuación de sus costillas bajo la tela húmeda de su camiseta. Mi cuello se inclina hacia abajo y mi frente se pega a la suya. Ella respira con fuerza.
—¿Me concedes un segundo? —digo en un susurro que deja salir el lío que soy por dentro.
Ella mueve nuestras cabezas unidas al asentir levemente.
Inhalo, intentando organizar mi cabeza, pero fallo de manera miserable porque no hay forma de pensar con coherencia cuando ella está cerca. Al final, termino por seleccionar el pensamiento más aterrador que tengo en la cabeza en este momento.
—Katniss, yo nunca… Yo no… Nunca he…
Para mi desconcierto ella se ríe.
—La verdad me sorprendería mucho si fuera de otra manera.
¿Cuándo se volvió tan osada? ¿Cuándo se convirtió en una persona más hábil que yo con las palabras?
—Y yo tampoco— añade un momento después.
Asiento, con la boca seca. Mis labios se dirigen a los suyos y el beso, aunque cargado de sensaciones, resulta por primera vez en mi vida insatisfactorio. Es como tratar de sentir la lluvia poniendo una mano sobre el cristal. Sabes que la sensación está ahí, pero fuera de tu alcance.
Ella debe sentir lo mismo, porque de repente sus manos dejan mi cuello, en donde reposaban hasta el momento, para comenzar a estar en todas partes.
Un sonido primario y casi bestial brota de mi garganta cuando sus dedos pasan sobre mi pecho y descienden sobre mi estómago desnudo. Y así de fácil ella se encarga de borrar cualquier inseguridad que haya podido sentir hasta el momento. Mis manos se vuelven más atrevidas, tocando partes de su cuerpo que nunca, ni siquiera en mis sueños, había imaginado. Sus curvas se graban a fuego en mi mente y en mi piel y estoy seguro de que esta será una de las memorias que volverán a mí el día en que muera. Sus labios se deslizan por mis mejillas hasta encontrarse con los míos, sus besos se vuelven exigentes y cuando ella echa la cabeza hacia atrás para inhalar, mis dientes encuentran el punto sensible en que late el pulso en su garganta y ella suelta un sonido a medio camino entre un gemido y un grito.
La sangre en mis venas hierve a borbotones y de repente mi piel resulta demasiado pequeña para contener lo que llevo por dentro. Sus uñas se clavan en la piel de mi espalda y sus piernas se enroscan alrededor de mi cintura. Salimos a tropezones, empapados hasta los huesos, pero si ella nota el frío otoñal que nos rodea, no llega a decirlo.
Tal vez ella está ardiendo desde adentro igual que yo.
Mis pies consiguen sacarnos a ambos del lago sin tirarnos al suelo y pienso, por un segundo, que me habría gustado hacer esto de una mejor manera. La tiendo sobre la manta, vieja y desgastada, que ella ha extendido sobre el suelo y me separo para ver su rostro. Tiene las mejillas encendidas y los ojos brillantes. Mechones de cabello oscuro se adhieren a su frente y a sus sienes y yo los aparto uno a uno usando la punta de mis dedos.
—Tal vez deberíamos… —empiezo yo, pero ella niega vehemente con la cabeza y se estira para besarme de nuevo.
—Después— dice como si estuviera leyendo mis pensamientos— lo haremos mejor la próxima vez.
Algo en mi interior se enciende por la promesa de que habrá una próxima vez.
—Katniss yo…
—Te quiero— dice ella—. ¿Te parece ese un motivo suficiente?
No hay más palabras después de eso. Mis dedos se aferran al borde de su camiseta y ella alza los brazos en una invitación silenciosa. Los bordes del mundo se desdibujan porque en este momento no hay nada ni nadie más importante o más hermoso que ella. Cuando queda en ropa interior, sus mejillas se colorean de nuevo y yo siento que podría morir justo ahora.
Ella no lo permite. Sus pequeñas manos recorren mis hombros y de alguna manera consigue sacudirse esa timidez que dejó entrever cuando me desvestí para aprender a nadar en el lago. Me siento más vivo que nunca.
No hay experiencia ni conocimiento, solo un instinto que nos nace a ambos de lo más profundo y un sentimiento imposible de describir entretejiéndose entre nosotros. Sus dedos dejan de temblar. Mis besos se vuelven más firmes. La única prenda que cubre mi desnudez desaparece cuando ella introduce sus dedos bajo el elástico y la hace descender por mis piernas. Su sujetador, una sencilla pieza de algodón blanco, le acompaña tan solo un segundo más tarde cuando ella dobla los brazos hacia atrás para soltar el cierre. Mis dedos atrevidos deslizan sus bragas hacia abajo con tortuosa lentitud.
Nos besamos perezosamente, hasta que la necesidad se vuelve insoportable y cuando nos acercamos al punto sin retorno, nuestras miradas se encuentran:
—¿Estás segura? —pregunto, aterrorizado ante la posibilidad de que su respuesta sea una negativa.
Sus ojos se vuelven del color de la luna, de un gris suave y brillante…
—Estoy segura de que te quiero— dice antes de besarme de nuevo.
Katniss POV
No me sorprende que el principio sea doloroso. Las cosas con Peeta siempre tienen ese primer paso agridulce.
Una lágrima solitaria brota de uno de mis ojos y él se apresura a limpiarla con un beso:
—¿Te he hecho daño?
No consigo conjurar ni una sola palabra, así que niego con la cabeza y lo abrazo con fuerza.
No tenía ninguna clase de expectativa. De la misma forma en que me había ocurrido con los besos, el sexo no estaba muy arriba en mi lista de intereses, pero con Peeta las cosas suelen salirse de control. No como una explosión, sino como algo inevitable, como si esto, estar ambos así, fuera algo que estuviera destinado a pasar, no importa la manera en que transcurran nuestras vidas.
No tenemos ni idea de como hacer esto. Tal vez porque no hemos estado con nadie más hasta ahora, pero de alguna forma él descubre que el primer paso es quedarse quieto, hasta que mi cuerpo se amolda al suyo y el estallido de dolor se apaga hasta volverse casi inexistente.
Sus ojos azules preguntan lo que su boca no dice "¿estás bien? ¿Estamos bien?" En respuesta, mi cuerpo se mueve. El dolor queda atrás. El mundo entero se detiene y la adrenalina o algo más zumba en mis venas, volviendo todo más brillante. El instante se extiende y una bola de energía se forma en mi vientre. Él empieza a moverse entonces y lo que sea que se esté formando en mi interior empieza a crecer. Un millón de sonidos desconocidos brotan de nuestras gargantas.
Intento mantener los ojos abiertos, memorizar cada expresión de su rostro. A veces parece que sufre, otras parece estar muy feliz. Mis dedos recorren cada centímetro de su cuerpo que soy capaz de alcanzar desde esta posición y me doy cuenta de que ni siquiera con mi padre me había sentido tan segura.
La desnudez, un tema tan bochornoso para mí, se desvanece en el aire y no me siento expuesta, ni sucia.
—Katniss… —dice él con un tono que hace que los dedos de mis pies se curven y los vellos de mis brazos se ericen.
Me doy cuenta de que antes le he mentido. No hay forma de que lo hagamos mejor la próxima vez porque esto es perfecto. Sus dedos encuentran lugares en mi cuerpo que ni siquiera sabía que existían y nuestras respiraciones se convierten en un concierto de jadeos y gemidos que se ahogan entre besos.
El mundo se vuelve un lugar más brillante y aquí, entre sus brazos, por una vez consigo verme a mí misma como la criatura que hizo que este hombre pudiese amarme en silencio y sin pedir nada a cambio durante trece años. Mis manos lo tocan ahí donde nunca me planteé hacerlo.
—Te quiero— dice él con la voz ronca y el rostro deformado en una expresión que no sabría describir.
La bola de energía en mi estómago estalla y yo suelto un sonido desconocido, casi ajeno, pero que expresa la profunda satisfacción que siente cada célula de mi cuerpo.
Él se desploma a medias sobre mi cuerpo. Su rostro enterrado en mi pecho y mis dedos acariciando suavemente su cabello.
—Yo también te quiero.
…
Peeta nos envuelve a ambos en la manta y me atrae hacia su cuerpo, dejando suaves besos en mi rostro. Son besos distintos a los que acabamos de compartir, pero no por ello resultan menos deseados.
Nos quedamos así, abrazados, hasta que el sol empieza a caer y yo decido que no es sabio quedarnos a oscuras en el bosque. Nos lavamos con el agua del lago, a pesar de que secretamente deseo que su aroma se quede impregnado en mi piel para siempre. Resulta casi doloroso observarlo vestirse, pero cuando él me pilla mirándolo me apresuro a desviar la mirada y él se ríe, con la ligereza de un niño. De repente me incomoda la posibilidad de que me vea desnuda, pues el momento ha pasado.
Él deja un beso sobre mi frente y me dice que se irá a recoger todo mientras me visto. Me pregunto cómo lo hace ¿cómo consigue darme siempre todo lo que quiero sin que se lo pida? Saco ropa seca de la mochila. Me visto en silencio y me siento al borde del lago, deshago mi trenza y la vuelvo a hacer, observando como el agua se tiñe de naranja con la luz del atardecer.
¿Cuánto tiempo pasará antes de que un día como el de hoy se pueda repetir?
—¿Está todo bien? —su voz me sobresalta y mis mejillas se sonrojan.
No consigo decir nada.
—Oh…—dice él, con una voz tan baja que casi podría habérmelo imaginado— ¿te arrepientes?
Mi cabeza se alza de golpe.
—¿Cómo has podido llegar a esa conclusión? —pregunto escandalizada y él se limita a observarme con sus ojos imposiblemente azules—. En realidad estaba pensando en que no quería que este día se acabara. ¿Te arrepientes tú? —pregunto repentinamente insegura.
Él no responde de inmediato. Se sienta junto a mí, pero sin tocarme.
—Me habría gustado esperar. Pedir permiso a tu madre para casarnos primero. Tostar el pan…
Mi rostro debe reflejar mi sorpresa, porque él se apresura a agregar:
—Después de haberlo discutido contigo, claro está.
Termino riéndome y decido no decirle que nunca he pensado en casarme.
—Pero respondiendo a tu pregunta: no, no me arrepiento. ¿Cómo podría hacerlo?
—Bien— le digo inclinándome hacia un lado para apoyar la mejilla sobre su hombro. Peeta ladea su rostro, presionado sus labios sobre mi cabello húmedo.
—Por cierto, gracias por decirlo.
—¿El qué? —pregunto con fingida inocencia.
—Muy graciosa— dice él con una mueca.
Sonrío.
—¿Podrías decirlo de nuevo? —pregunta él con timidez.
Me separo de él y lo veo a los ojos antes de decirle:
—Te quiero, Peeta Mellark.
Peeta POV
No sé cómo conseguimos regresar a casa. Tampoco estoy seguro de cómo logro reunir la fuerza de voluntad suficiente para dejarla en su casa en la Veta y luego regresar a la mía.
Mis padres están en medio de una discusión cuando llego, lo que básicamente significa que mi madre está gritándole a mi padre, que la observa con expresión imperturbable. Les doy las buenas noches a ambos, me cepillo los dientes y luego subo a la habitación que comparto con Tax.
Mi hermano está tumbado en su cama, con los pies colgando por un costado mientras lee una arrugada revista que alguien debe haber dejado olvidada en la panadería. Sus ojos castaños se separan de ella cuando abro la puerta y una sonrisa socarrona aparece en su cara cuando sus ojos se encuentran con los míos.
—¿Buen día? —pregunta intencionadamente.
Sería más fácil fingir si pudiera desconectar la sonrisa en mi cara, pero simplemente meneo la cabeza y asiento.
—Sí, ya me parecía que lucías diferente— dice riéndose.
—Mis labios están sellados— le digo saltando sobre la cama.
— No quiero escuchar detalles, a menos que sean sucios.
Me río.
—Puedes esperar sentado, Tax.
—Tendrías que ver tu cara, hermanito.
No consigo sentir vergüenza, porque no hay nada de lo que hemos hecho que me haga sentir de esa manera.
—Me alegra que seas feliz— dice él.
…
Empiezo a trabajar más duro entre semana y después de un periodo especialmente tortuoso de negociación con Tax, consigo librar la mayor parte de los domingos y algunos sábados por la tarde.
El lago se convierte en nuestro lugar favorito, pero a veces nuestra necesidad de estar juntos se vuelve tan acuciante que empezamos a elegir lugares un poco menos apartados.
Encontrar los lugares correctos para estar juntos se convierte en una tarea complicada, porque además de conejos, ardillas y aves, hay otra clase de animales en el bosque a los que no quieres tener que enfrentarte estando desnudo como los perros salvajes o, según Katniss, los osos.
Al final, nos las arreglamos para construir juntos un lugar, a unos cinco kilómetros de la alambrada, utilizando madera que cortamos y pegamos con herramientas que ambos conseguimos prestadas utilizando nuestras influencias en otras personas. Nuestros primeros intentos resultan desastrosos, hasta que conseguimos crear una cabaña algo tosca, pero nuestra, que utilizamos para disfrutar el uno del otro sin temor a que se desplome encima de nosotros. Katniss cambia un par de sus presas por un par de bolsas de clavos de acero y yo consigo unas cuantas mantas y utilizo la ropa que a Tax y a mí nos ha quedado demasiado pequeña para crear almohadas. Gracias a ello nos refugiamos del frío. Las horas parecen ir demasiado aprisa en medio de aquellas cuatro paredes, pero las disfrutamos al máximo.
El problema sobreviene cuando el otoño llega a su fin y la nieve cae por primera vez en el distrito.
La llegada del invierno significa dos cosas. La primera de ellas es que nos encontramos a medio camino de una nueva edición de los Juegos del Hambre, lo cual desquicia a Katniss por momentos porque su hermana sigue en edad elegible. Lo segundo es que, como un recordatorio de los horrores que nos esperan, llega la gira de la Victoria. La Vencedora de la última edición, en la que murieron Ignis y Kohle, se llama Opal Blue y no resulta tan impresionante como ella misma parece creer. La gira empieza en nuestro distrito y avanza hasta llegar al suyo. Nos dan un puñado de comida extra, el alcalde Undersee lee un discurso y los demás fingimos que no sabemos que para que esta chica llegara hasta aquí, nuestros dos tributos tuvieron que morir. No importa el hecho que ella matara al chico del Siete que asesinó a Ignis en el Baño de Sangre, o que su compañero de distrito muriera en la misma trampa que mató a Kohle. Su presencia en nuestra plaza es un recordatorio de que el horror no se acaba.
La mano de Katniss se aferra a la mía mientras escuchamos el discurso, monótono, falso y ensayado que recita Opal y la vemos partir en el tren al día siguiente. Su visita tiene, sin embargo, un punto positivo, al menos para Katniss y para mí, pues al quedarnos sin la posibilidad de seguir metiéndonos en el bosque sin correr el riesgo de congelarnos, su papel nos recuerda la existencia de las once casas desocupadas en el distrito.
Las casas destinadas a los Vencedores.
Trazamos nuestros planes con cuidado. Nos turnamos para realizar nuestra vigilancia sobre las rondas de los Agentes de Paz, reunimos suministros. Llenamos mochilas con cabos de velas, mantas y todo lo que se nos ocurre para ese fin.
Los días pasan hasta que reunimos el coraje para colarnos una noche en el interior de la Aldea de los Vencedores. Elegimos la casa más alejada de la entrada de la aldea y Katniss rompe una de las ventanas mientras yo vigilo que no venga nadie. Nos metemos silenciosamente en su interior.
La casa resulta tan enorme que fácilmente podríamos meter en ella mi casa, la panadería y la casa de Katniss y todavía sobrarían habitaciones.
Nos encontramos el uno al otro en medio de tropezones, risas y el alivio de saber que lo hemos conseguido. La ropa desaparece y a pesar de que nos esforzamos en guardar silencio, estoy seguro de que alguien debe habernos oído durante la noche.
No nos damos cuenta, hasta que llega el amanecer, de que la casa que hemos elegido es la que se encuentra junto a la de Haymitch Abernathy.
—Resulta un golpe de suerte— termina diciendo Katniss mientras salimos a hurtadillas de la aldea.
—¿Por qué? —pregunto agazapándome detrás de un seto mientras veo pasar a un Agente de Paz, con su uniforme blanco y reluciente.
—Porque nadie soporta la fetidez de su casa, lo he oído decir en el Quemador. Los Agentes no se pasean por aquí sí pueden evitarlo.
Un cosquilleo recorre mi cuerpo y ella suelta un jadeo sorprendido cuando la acerco a mí y planto un beso en su boca y la vida resulta perfecta en ese momento.
Disfruten de la felicidad, mis adorables lectoras, porque todo se irá al carajo en el siguiente capítulo. T_T
Vamos en orden que me hago bolas. En primera mil gracias por todos los comentarios que recibí en el último capítulo. En orden de comentario, gracias a: Yazzita, THGKM, IAmPeterPan, eds721, wenyaz, marizpe, Darkmatter Black, doremi, TrisMellarkHerondale, Coraline T, carolblue, ImagineMadness, Millordss, katyms13, PaoTHG, tita, Mariana Regalado, misaki uzumaki, Gpe77, Pretty Lu, Lenna0813, MCMB, Lixs, Nina Berry, HikariCaelum y los Guests que no me dejan su nombre, que adoro igual.
Traté de guiarme por lo que opinaba la mayoría y al final… pues las cosas terminaron pasando. Ha habido un pequeño salto en el tiempo en este capítulo y se viene otro para el siguiente capítulo ¿teorías de lo que está por venir?
Para quienes se lo preguntaban, el fic aún no acaba. Después de la paz viene la tormenta y lamentablemente como dice Katniss, la felicidad no está hecha para durar.
¿Qué les ha parecido este capítulo? Traté de mantenerlo apto para todas las edades siendo más implícita que explícita y yo me sorprendí muchísimo cuando el primer narrador resultó ser Peeta, pensé que Katniss retomaría donde lo había dejado en el capítulo anterior, pero parece ser que me equivoqué. ¿Se esperaban que las cosas pasaran de esa manera? ¿Qué opinan de que Katniss por fin se dignara a decir esas dos palabritas juntas?
Por cierto, he escrito este capítulo hoy, completito. He estado los últimos cuatro días en la playa y tenía el capítulo dándome vueltas en la cabeza, así que en cuanto he tenido el ordenador a mi disposición, me he puesto en ello.
Espero que les haya gustado. Ya saben, llenen la ventanita de abajo con sus opiniones.
Un abrazo, E.
