Disclaimer: los personajes y el Universo Panem son propiedad de Suzanne Collins.
Esta historia participa en el reto "Pidiendo Teselas" del foro "El diente de león"
Katniss
Veinticinco, veintiséis, veintisiete, veintiocho, veintinueve, treinta, treinta y uno, treinta y dos…
Meneo la cabeza y vuelvo a alzar los dedos para contar. Uno, dos, tres, cuatro… treinta, treinta y uno, treinta y dos. Agito la cabeza e cuento otra vez, pero los números no cambian.
Un nudo se forma en mi estómago y asciende hacia mi garganta. Antes de darme cuenta estoy sobre mis pies, casi derribando a Prim, que supongo ha estado ordeñando a su cabra Lady antes de ir a la escuela, cuando me deslizo por las minúsculas habitaciones en nuestra casita en la Veta para vomitar ruidosamente en el lavabo. A ciegas estiro el brazo para activar el sistema de drenaje, pero el mecanismo emite un sonido sordo. Lo intento de nuevo. Nada.
—¿Katniss? —a la luz de las primeras horas de la mañana la piel de Prim es de un blanco fantasmal —. No tendremos agua corriente hasta dentro de otras dos semanas ¿recuerdas? No ha llovido mucho en los últimos meses. El racionamiento… — me dice suavemente.
Suelto un juramento y asiento. Me limpio la boca con el antebrazo y me doblo por la cintura para apoyar la frente sobre mis manos aferradas con fuerza a la madera del lavamanos.
—Lo olvidé. Vuelve a la cama, Prim. Aún te quedan unas cuantas horas para dormir.
Ella me ignora y avanza un par de pasos, hasta que se encuentra lo suficientemente cerca para estirar el brazo y poner su mano, fresca y ligeramente húmeda, sobre mi frente.
—No tienes fiebre— dice con evidente alivio—. ¿Te has enfermado por algo que comiste?
—Ya estoy mejor— le respondo enderezándome. Es la tercera vez que me sucede esta semana y la situación empieza a mosquearme, pero ella no tiene que compartir mis preocupaciones. Ahora ella es la importante. Ya después podré preocuparme por mí—. ¿Cómo estás tú? —pregunto buscando sus ojos azules.
Ella se encoje de hombros, fingiendo una tranquilidad que no siente.
—Prim…
—No pasa nada— dice ella, aunque su labio inferior tiembla ligeramente.
—¡Hey!— le digo atrayéndola hacia mi pecho, envolviéndola en un fuerte abrazo—. Solo te quedan tres más después de mañana y habremos terminado. Ambas. ¿Vale?
Ella asiente, doblando las rodillas para esconder el rostro en mi pecho.
—No tengas miedo— le digo a pesar de que me aterra lo que se avecina. Creo que ni siquiera mis propias Cosechas me daban tanto miedo como el pánico que desatan las de Prim en mi interior—. Tu nombre apenas si ha entrado en el sorteo — me he ocupado de eso, añado para mis adentros —. No hay forma de que puedas ser tú.
Ella esboza una débil sonrisa cuyo único propósito es intentar tranquilizarme.
—¿Quieres tumbarte un rato con mamá? Aún es temprano, puedes descansar un poco antes de ir a la escuela.
—No puedo dormir— responde con la voz ahogada contra la tela de mi pijama—. ¿Vas a ir a cazar?
Niego con la cabeza.
—Aún quedan un par de ardillas y…
—Y es mejor que pases a ver a Peeta —completa ella echándose a reír y yo me sonrojo de inmediato.
—Prim— digo entre dientes.
—¿Qué? No es precisamente un secreto que te la pasas con él cuando desapareces.
Mi rostro se torna de un rojo furioso.
—Ya, ya— dice levantando las manos en señal de rendición.
—Volveré para el almuerzo— prometo abrazándola de nuevo.
—Mamá me ha prometido que puedo usar el vestido que te dio para la última cosecha— me confía ella—. El último ya me ha quedado pequeño.
—Eso es porque has crecido mucho, patito. Creo que ya no volveremos a tener problemas con esa colita de pato ¿verdad? —digo metiendo los dedos en la cinturilla de su falda, como si su blusa aún se saliera por detrás.
Ella ríe débilmente cuando le hago cosquillas en el estómago.
—¡Cuac!
Me río, aliviada de que ella aún tenga la energía y la inocencia para hacer cosas como esa.
—Pórtate bien— le riño fingidamente.
—No prometo nada.
Me deslizo en silencio y me cambio de ropa.
Necesito hablar con Peeta. Me volveré loca si tengo que cargar con esto yo sola. Camino dando traspiés hasta que llego a la zona de los comerciantes. El aire huele a fruta fresca y mi estómago se retuerce porque me he olvidado de desayunar, pero me preocupa que acabe devolviendo todo. No me gusta la idea de desperdiciar comida.
Cuando empujo la puerta me doy cuenta, demasiado tarde, de que he roto mi propia regla de no aparecerme por la panadería antes de la hora en que la bruja sale a cotillear con sus vecinas. La campanilla emite un repiqueteo que me saca de mi ensoñación y, por un momento, siento mi cuerpo estremecerse cuando siento la calidez del interior de la panadería rodeándome. Unos ojos castaños se encentran con los míos desde el otro lado del mostrador, pero mi cuerpo se relaja de inmediato, porque no es la madre de Peeta. Es Tax.
—¿Algún motivo en especial para que vengas a visitarnos tan temprano? —pregunta inclinándose despreocupadamente sobre el mostrador, haciendo que los músculos de sus brazos se ondulan suavemente bajo la tela de su camiseta.
—Me he olvidado— admito avanzando un par de pasos—. ¿Ha pasado algo? —pregunto mientras estudio la panadería.
—¿Por qué lo dices?
—Porque las vitrinas están vacías y tu madre no está.
—Te sorprendería ver lo mucho que aumentan las ventas el día antes de la Cosecha —dice con una media sonrisa.
—¿El día antes?
—El día de la Cosecha los precios suben. No solo aquí, es algo así como la regla no dicha entre los comerciantes. La gente suele pensarse menos las cosas, tienen la cabeza ocupada en…
—Ya— lo corto frunciendo el ceño—. Pues que injusto.
—Yo no hago las reglas— dice encogiéndose de hombros —. Por eso la gente compra tanto antes. ¿Estás bien? Te ves algo pálida.
—Estoy bien— miento de inmediato—. Creo que me he comido algo en mal estado. Nada grave — espero.
Él me observa con atención y un músculo tironea de su mandíbula, pero no dice nada.
—Peeta está horneando atrás. ¿Quieres pasar?
Dudo por un momento.
—Mi madre no regresará pronto, si eso es lo que te preocupa. Y creo que igual no tiene permitido meterse contigo. Se armó una buena hace un par de semanas y milagrosamente papá ganó— dice con una sonrisa que hace que chispas doradas se enciendan en sus ojos—. Así que eso cerró el trato para que definitivamente me caigas bien.
—¿Se pelearon por mi culpa? —pregunto volviendo a sentir retortijones en el estómago.
Tax hace un gesto con la mano.
—Ya te enterarás después, creo que no me corresponde a mí decírtelo.
—¿Fue muy malo?
Tax abre la boca para responder, pero entonces es interrumpido:
—¿Katniss?
Peeta sale de la trastienda y una oleada de calor inunda la estancia, procedente de los hornos. El rostro de él se ilumina al verme y yo siento mi estómago contraerse un poco. Aún ahora, meses después de admitir lo que siento por él y estar en una relación estable, me sigue maravillando la manera en que reacciona cuando me ve.
—Me pareció oír tu voz— dice pasando por debajo del mostrador y sujetando mis mejillas para besarme en la boca.
Apenas si me roza los labios, pero mis manos buscan automáticamente su cabello, mis dedos enredándose en los mechones rubios.
Alguien se aclara la garganta y entonces recuerdo que seguimos en la panadería y, más aún, que tenemos compañía. Me separo automáticamente de él. Tax no parece molesto, en realidad luce algo divertido, lo que me hace fruncir el ceño.
—Ustedes dos, tórtolos, pueden ir a esconderse a la trastienda. Yo me encargaré de vigilar que no sean… interrumpidos— dice alzando sugestivamente las cejas.
Peeta ni siquiera se lo piensa. Me toma del brazo y lo único que le falta es cargarme sobre su hombro para llevarme adentro. El calor de los hornos resulta casi asfixiante en el área de la cocina.
—¿Tú hermano lo sabe?
—¿Hmmm? —pregunta cerrando la puerta y atrayéndome para besarme.
—¿Peeta?
—¿Saber qué?
—De nosotros —digo apuntándonos alternativamente.
Él se echa a reír antes de empezar a repartir besos por mi garganta.
—Peeta— repito antes de soltar un suspiro.
—¿Hmmm?
—¿Tax lo sabe? —pregunto apartándolo, porque no consigo concentrarme cuando él hace eso.
Luce ligeramente contrito, pero se las arregla para componer una sonrisa.
—¿Qué cosa en concreto? Porque sabe que llevo toda la vida enamorado de ti y que por algún milagro decidiste que me amas también, así que…
—Me refiero a si sabe que estamos… ya sabes…— mis mejillas se calientan.
—Oh…— dice él y luego se echa a reír—. Pues no tengo ni idea.
—Explícate—ordeno plantando los pies en el suelo y poniendo los brazos en jarras.
—Pues yo no se lo he dicho, pero Tax no es estúpido y cada vez que yo… que nosotros…— un débil rubor tiñe su rostro— pues digamos que no soy bueno disimulando lo feliz que soy. Así que supongo que se lo figura. Pero no te preocupes, aún y cuando no lo parezca Tax es bastante discreto.
—¿Hay alguna posibilidad de que ese sea el motivo por el que tus padres se pelearon hace un par de semanas?
—Pues aparentemente no es tan discreto— dice entre dientes.
—Por favor dime que no ha sido por mí.
Él me ve a los ojos.
—No me gustaría tener que mentirte, Katniss. Pero confía en mí, no ha sido tu culpa y no ha sido por el hecho de que nosotros estemos... —se calla ante mi expresión avergonzada y luego se ríe—. Y las cosas han terminado saliendo bastante bien— dice echando una mirada sobre su hombro hacia las escaleras que conducen a las habitaciones.
—No me gusta causarte problemas.
Él pone los ojos en blanco.
—No has hecho nada. Y no me has causado problemas. Lo que me recuerda, y no es que me esté quejando pero ¿qué haces aquí tan temprano?
Me sonrojo y recuerdo mi pánico al despertar.
Veinticinco, veintiséis, veintisiete, veintiocho, veintinueve, treinta, treinta y uno, treinta y dos…
Me aparto hasta que mi espalda golpea la puerta cerrada.
—Yo…
—¿Katniss? —el rostro de Peeta pasa de estar completamente relajado a la preocupación en un instante.
Ni siquiera sé cómo decirlo, así que simplemente lo suelto
—Tengo un retraso.
Él parpadea, luciendo completamente confundido.
—¿Qué?
—En mi… Ya sabes… Tengo un retraso de unos cuantos días.
Parpadeo. Parpadeo.
—¡Oh!
Sí. Oh.
—¿Te había pasado antes?
Enrojezco.
—No muy a menudo. Y no recientemente. En cuanto empecé a alimentarme mejor dejé de tener esa… situación. Y eso no es todo. He despertado enferma un par de veces esta semana.
Peeta asiente, distraído y entonces, para mi sorpresa, su rostro se divide en una ancha sonrisa.
Definitivamente se le ha ido la cabeza. Antes de que pueda preocuparme por su salud mental él se adelanta y me besa. No es un beso dulce, ni desesperado. Me recuerda curiosamente a nuestro primer beso, a esa sensación de que el mundo se desdibuja cuando dos piezas encajan. Cuando nuestros labios se separan y ambos jadeamos por aire, Peeta apoya su frente en la mía y empieza a susurrar cosas que no entiendo, debido al sonido atronador de la sangre en mis oídos.
—…será maravilloso. Los tres seremos una familia…
¿Qué? ¡No, no!
Mis manos aterrizan planas sobre su pecho y le doy un empujón. Él se tambalea, dando un par de pasos hacia atrás para estabilizarse y me observa confundido.
— ¿Katniss? ¿Qué…? ¿Por qué estás llorando?
Me llevo una mano al rostro y no es hasta que siento la humedad en mis dedos que me doy cuenta de que él tiene razón. Estoy llorando.
Mi cabeza oscila de un lado al otro mientras lo observo con incredulidad.
—¿Katniss? —abandonando toda cautela él avanza y me atrae hacia su pecho, apoyando el mentón sobre la parte superior de mi cabeza—. Sabes que no debes tener miedo ¿verdad? Estaremos juntos. Te lo prometo.
Mi cabeza se mueve de un lado al otro. ¿Es que no lo entiende? ¿Es que no me conoce en lo absoluto?
—Yo no…
—Tal vez no sea el mejor momento pero… ¿Puedes imaginarlo? Seguro que será una niña, exactamente igual a ti — y no necesito verlo para saber que está sonriendo ampliamente.
Me estremezco. ¿Cómo decírselo? Ahora que he visto la ilusión que le causa ¿cómo decirle que no quiero ser madre ni ahora ni nunca?
—Puedo conseguir un empleo. Uno en el que me paguen de verdad. Y puedes enseñarme a cazar… o tal vez puedo aprender a recoger frutos y…
—Peeta yo…
—Nos asignarán una casa y…
—¡PEETA! —él detiene su monólogo y me mira con sus grandes ojos azules.
—¿Si?
Y entonces digo las siete palabras que destrozan su mundo.
—Yo no quiero tener a este bebé.
Parpadeo, parpadeo.
—¿A qué te refieres?
—Yo no… Yo nunca…— mis dedos se hunden entre los mechones de mi cabello, completamente frustrada por no poder expresar lo que siento.
—Katniss— dice él acercándose.
—¡No! —digo retrocediendo, apartando su mano extendida de un manotazo y limpiándome el rostro mojado con la manga de mi chaqueta —. ¡No me toques! — le grito y siento un dolor físico cuando veo la expresión horrorizada en su rostro ante mi rechazo.
Busco a tientas a mi espalda hasta que encuentro la manija de la puerta y la abro.
—Katniss— repite él avanzando otro paso.
Sin soportarlo más, echo a correr despavorida, casi derribando a Tax en el proceso, que me mira confundido. Peeta me alcanzará de un momento a otro. Me detendrá y me dirá todas las razones que existen para que me sienta feliz por tener un bebé.
Y yo no puedo permitírselo, así que corro con todas mis fuerzas.
He llegado casi a la Pradera cuando me doy cuenta de que no hay nadie siguiéndome. Me derrumbo junto a la Escombrera y escondo el rostro en mis rodillas dobladas, echándome a llorar ahí donde nadie puede encontrarme, sin estar segura de si lloro por lo que podría hacer si realmente hay un niño creciendo en mi interior o si lloro porque Peeta no ha venido a detenerme.
…
Regreso a casa cuando ya casi ha anochecido.
Prim nota mi rostro hinchado y me mira horrorizada.
—¡Katniss! ¿Qué pasó? ¿Te hicieron algo? ¿Estás bien?
Nada. No. No.
Lo único que quiero es derrumbarme de nuevo, llorar en los brazos de mi hermanita y que ella me prometa que todo va a estar bien. Pero entonces recuerdo su carita aterrorizada de esta mañana, de manera que fuerzo una sonrisa.
—No te preocupes, patito.
Ella no lo deja ir.
—¿Estás herida? ¿Alguien te lastimó? ¿Te peleaste con Peeta?
Cuando llega a la última pregunta mis ojos se llenan de lágrimas.
—Prim— digo agitando la cabeza, sintiendo como se eleva de nuevo el nivel de las aguas— no quiero hablar de eso.
Ella me mira consternada y entonces hace lo mejor y lo peor del mundo: se acerca y me envuelve en un apretado abrazo.
—¡Oh, Katniss! —empieza a decir justo cuando el sollozo que me atenaza la garganta me vence y yo vuelvo a llorar—. Ya verás que todo se soluciona. Peeta encontrará la manera de arreglar las cosas.
Sollozo con más fuerza y ella responde apretando su abrazo, como si yo mereciera su compasión. No la merezco, pero ¿cómo decirle que he sido yo la que lo ha arruinado todo? ¿Cómo explicarle que mañana, cuando irremediablemente lo vea en la Cosecha, posiblemente él ya se habrá dado cuenta de que se ha enamorado de la persona equivocada?
Lloro con más fuerza, mientras Prim me sostiene firmemente contra su pecho y por un momento intercambiamos roles. Yo me convierto en la hermana asustada que necesita ser consolada mientras ella murmura palabras suaves que no significan nada pero que consiguen que poco a poco mi respiración se normalice.
Ella nos arrastra a la única habitación de la casa y me mete en la cama. Me quita las botas, deshace mi trenza y me cubre con una manta.
Lo último que escucho antes de quedarme dormida es su voz, prometiéndome que todo estará bien.
…
Mi pantalón, mi ropa interior y las sábanas están llenas de manchas color carmín.
Prim se ha pasado a dormir con mamá en medio de la noche, como se ha vuelto su costumbre con cada cosecha. Duermen una frente a la otra mientras yo observo, aturdida, la sangre que ha teñido todo.
Un gemido brota de mi garganta. ¿Es alivio? ¿Es pena?
Tal vez mis cuentas estaban mal. Tal vez soy simplemente una tonta.
Arranco las sábanas de un tirón. Tengo que lavarlas antes de que la sangre se seque, porque entonces costará más sacar la mancha. Me levanto de puntillas y me meto en el baño. Utilizo parte de nuestra reserva de agua para lavarme y me cambio. Meto la ropa manchada en una mochila con la intención de ir a lavarla a uno de los riachuelos que cruzan el bosque. Su caudal será suficiente para encargarme de esto.
Recojo mi cabello en una trenza y contemplo mis párpados hinchados en el espejo que papá usaba para afeitarse. El único que tenemos en casa. El mismo que Prim se encarga de limpiar cada día para evitar que el carbón lo arruine por completo. Una débil sonrisa se asoma en mi rostro cansado.
Es alivio. No importa lo mucho que ame a Peeta, mi decisión de no tener hijos se mantiene. No puedo hacerlo. No lo haré. Así que saber que no estaba embarazada después de todo es como un bálsamo para mi dolor.
Cuando vuelvo a la habitación, beso a Prim en la cabeza, que abre los ojos ante el contacto.
—Hola— dice suavemente para no despertar a mamá.
—Hola, patito. Duérmete de nuevo. Iré al bosque.
Ella frunce sus delicadas cejas.
—¿A cazar?
Asiento y me llevo un dedo a los labios.
—¿Ya estás mejor?
Vuelvo a asentir y ella sonríe.
—Ten cuidado— suplica.
—¿Cuándo no lo he tenido?
Ella sonríe, aliviada.
—Duérmete— repito—, aún es temprano.
Prim cierra obedientemente los ojos.
Hace un año exactamente me reuní con Gale en la mañana de mi última Cosecha. Un año. Ya ha pasado un año desde la última vez que mi nombre entró en el sorteo. Ahora solo debo esperar a que Prim cumpla los dieciocho y entonces estaremos a salvo.
Cuando abro la puerta de nuestra casita y salgo, estoy a punto de tropezar. Suelto una maldición mientras recupero el equilibrio y una mano cálida sujeta firmemente mis dedos.
El aire se atora en mis pulmones y su nombre sale sin permiso de mi boca:
—Peeta.
Él no dice nada. Se levanta del escalón en que estaba sentado y me observa largamente, casi sin parpadear. Bajo la mirada, cohibida y él suelta un suspiro.
—¿También has tenido una noche difícil? —pregunta con voz pastosa.
—¿Vienes… vienes a terminar conmigo?
Cuando me atrevo a levantar la mirada él me observa pasmado.
—¿Eso es lo que quieres? — y estoy casi segura de haber imaginado el dolor en su voz.
Niego lentamente con la cabeza.
—No sabía que no querías tener hijos —dice él con la vista clavada en mi rostro.
—No sabía que tu querías tenerlos— contrataco.
Él toma aire y luego lo deja ir.
—Supongo que ambos asumimos mal— dice con una mueca —. ¿Qué vamos a…?
Niego violentamente con la cabeza.
—Ya no será un problema.
—Katniss— dice él y suena como si le hubiesen sacado el aire de un puñetazo. Mis ojos se llenan de lágrimas y me odio a mí y lo odio a él, porque no soy de las que lloran todo el tiempo— ¿Te has…? ¿Acaso tú…? — Peeta, con el rostro ceniciento, parece incapaz de acabar la oración.
—¡No! —exclamo— ¡No, no, no! Yo jamás…— ¿jamás qué? ¿Jamás lo haría? ¿De qué otra manera pensaba solucionar esto si resultaba que sí estaba embarazada—. Yo no tomaría esa decisión sin ti —replico bajando la mirada.
Él suspira aliviado.
—Pero no estoy embarazada— digo con voz débil.
Él parpadea lentamente.
—Supongo que ha sido el estrés por la Cosecha— digo encogiéndome de hombros, fingiendo un desinterés que estoy lejos de sentir.
Peeta asiente.
—Vale —dice mientras se sienta de nuevo sobre el escalón.
—¿Estás bien? —pregunto sintiéndome incómoda.
—Necesito un minuto— dice hundiendo el rostro entre sus rodillas.
—Oh… claro —murmuro sentándome junto a él, dejando tanto espacio como lo hacía al principio cuando apenas nos conocíamos. De repente caigo en cuenta de que tal vez él necesita que lo deje solo. Tal vez no quiere verme. Pero ¿qué digo? ¡Por supuesto que no quiere verme! Después de todo soy la chica que hace unas horas estaba dispuesta a matar a su hijo no nacido. El simple hecho de estar sentado a mi lado debe hacerlo sentir repulsión.
—Yo…
¿Qué le digo? "¡Qué tengas una buena vida! ¡Ojalá a la próxima elijas a la chica adecuada!" Hago una mueca.
Pienso en Peeta y en su infinita ternura. En lo maravilloso que será como padre y lo dichoso que será el niño o niña al que él ame. Se me retuerce el estómago.
Nos sumimos en un silencio que se vuelve opresivo. Mi dedo atrapa un hilo que sobresale del dobladillo de mi camiseta y empiezo a retorcerlo.
—Lo siento —digo cuando ya no soy capaz de soportar el silencio por más tiempo—. Lo siento mucho.
Él niega con la cabeza.
—Creo que es lo mejor— responde él luego de aclararse la garganta.
—¿Qué?
—No estábamos preparados para ser padres, Katniss— dice él alzando la vista, traspasándome con esos ojos imposiblemente azules —. Y si tú… —su voz se entrecorta—. Puedo esperar a que estés preparada.
—Yo no…
—Y si nunca te sientes preparada —continúa él—. Entonces tú y yo seremos suficiente.
—Peeta— digo negando con vehemencia —. Peeta… no…
—Porque te quiero— dice con suavidad, sonriendo de manera casi imperceptible mientras rodea mi mano con la suya —. Y si lo único que obtengo por eso es poder pasar el resto de mi vida a tu lado, aún y cuando solo seamos tú y yo, entonces será más que suficiente.
Oteo en la profundidad de sus ojos, intentando detectar la trampa, porque no es posible que yo sea la única que gane en esta repartición. No solo estoy obteniendo a Peeta, sino que consigo su promesa de que nunca, jamás, tendré que preocuparme por tener hijos. Nunca me presionará.
—Di algo— susurra él.
—No es justo— digo hundiendo el rostro en su hombro. Aferrando su camiseta con ambas manos. Él apoya la mejilla con suavidad sobre mi cabeza, pero no dice nada—. Te quiero—digo en voz baja—. No es suficiente, pero te quiero.
Él niega lentamente con la cabeza.
—Es suficiente— me promete él—. Lo es todo, Katniss.
No debería permitírselo. Debería ser una mejor persona. Debería apartarlo de mí, hacerle un daño tan profundo que lo haga reconsiderar todo su amor. Hacerlo buscar a una chica que quiera traer al mundo a un montón de niños rubios, con los ojos azules como el cielo, que igual que él puedan devolverle la esperanza a una niña. Alguien tan lleno de bondad que sea capaz de arrojar un par de panes casi perfectos y luego convertirse en el diente de león que representa la esperanza…
Pero lo cierto es que no soy esa persona. Así que en lugar de hacer lo correcto, alzo el rostro ofreciéndole los labios.
Peeta me besa, sin dudar y a pesar de que intento encontrar aunque sea un resquicio de resentimiento en él, no lo consigo.
Está claro que él es mucho mejor persona que yo.
Y eso me duele profundamente.
…
Peeta se marcha apenas un rato después y yo aprovecho la mañana para cazar con Rory, que está entusiasmado por la posibilidad de llevar algo de carne de caza para la celebración que hacen, después del sorteo, las familias de los niños que consiguen librarse por un año más.
Caminar con él a mi lado por el bosque me recuerda un poco a mis citas con Gale. Todas las mañanas nos veíamos en el bosque antes de la Cosecha. Una vez, cuando tenía dieciséis años, él apareció con un par de bollos de pan, pan de verdad, que el padre de Peeta le había dado a cambio de una ardilla. Un pago casi tan exorbitante como lo que obtuvo Rory por su primera presa.
Rory ha mejorado muchísimo. No se ha rendido con el arco y su puntería y su alcance, aunque no se encuentran perfeccionados, resultan aceptables. Y luego están los cuchillos. Ha ahorrado sistemáticamente parte del dinero que ha conseguido ganar y ha logrado que Rooba le deje a precio de ganga algunos de los cuchillos que a ella le parecen deficientes. Le he enseñado como afilarlos utilizando una roca. También ha empezado a fabricar estacas, algunas tan altas como él, que luego arroja a sus presas potenciales. Hace dos semanas consiguió abatir de esa manera a un siervo que yo terminé de derribar con una flecha en el cuello.
Rory estaba eufórico.
Se ha vuelto realmente un buen cazador. Ahora es capaz de rastrear a algunas clases de animales y es capaz de orientarse en el bosque sin mi ayuda. Las trampas siguen siendo una de sus mayores fortalezas.
Gale definitivamente se sentiría orgulloso de él.
Físicamente también ha cambiado bastante. Ha crecido casi un palmo y nuestras expediciones en el bosque lo han vuelto fibroso, aunque sigue siendo delgado. Ha dejado que su cabello crezca un poco más de la cuenta y a pesar de que suelo picarlo por el hecho de que tiene que echarlo atrás cada vez que va a lanzar, resulta innegable el hecho de que le sienta muy bien. Las chicas suspiran al verlo pasar, pero a pesar de que no es tan taciturno como Gale, él no parece particularmente interesado en ninguna. Ni siquiera en Prim, que de vez en cuando vuelve algo alicaída de la escuela. Últimamente su relación se ha tornado algo incómoda. Casi glacial.
Pero a Prim no le gusta hablar de eso.
Conseguimos cazar un par de pavos sin adentrarnos mucho en el bosque. Un regalo de la naturaleza en este día tan complicado. Revisamos las trampas que dejamos colocadas hace dos días y encontramos una ardilla que ha empezado a descomponerse, posiblemente porque cayó justo después de que nos fuéramos, también conseguimos una paloma y un castor. Decidimos desechar la ardilla, porque comer carne en mal estado puede ser peligroso, a pesar de que hay familias en la Veta que seguro no le pondrían reparos, pero a veces el comer carne en mal estado te cobra un precio más alto que el hambre.
Él me dedica una sonrisa engreída mientras revisa el estómago redondeado del castor. Su expresión me recuerda dolorosamente a Gale, pero le sonrío y lo felicito.
No permito que me dé el castor, como es su intención, pero acepto la paloma y cada uno se lleva uno de los pavos.
Cuando nos deslizamos bajo la alambrada y caminamos hacia la Veta, me atrevo a preguntarle:
—Y ¿cómo estás hoy?
Él frunce el ceño.
—Esto… ¿bien?
—¿No estás nervioso?
Él niega con la cabeza.
—¡Muy valiente!
—O muy estúpido— dice él—. Tampoco es que esté deseando ir— aclara en voz baja—. Pero creo que si me eligieran…
—¡Ni se te ocurra pensar en eso! —le regaño—. Ni siquiera en broma.
Él asiente, cambiándose su pavo, un poco más pequeño que él mío, de un hombro al otro.
—Vale. No te pongas así, Katniss.
Rory me deja en la puerta de mi casa y se aparta el flequillo que le cubre los ojos con una mano. Lo veo escudriñar las ventanas por un momento hasta que me aclaro la garganta y sus mejillas enrojecen.
—Yo… te veré en un rato, Katniss.
—Vale. Buena suerte.
Él asiente. Pasando su peso de un pie al otro alternativamente.
—Gracias —dice luciendo algo incómodo.
—¿Necesitas algo más?
La puerta se abre, revelando la figura de mi hermana en el umbral que luce absolutamente regia con uno de los bonitos vestidos de mamá. El mismo de mi última Cosecha. Me alegra ver su rostro sin rastro de lágrimas. Las niñas que lloran, especialmente si están en el grupo de los chicos mayores, siempre tienen su cuota de tiempo en televisión.
—¿Vas a comer? —me pregunta ignorando olímpicamente a Rory.
Niego con la cabeza. Solemos reservar lo mejor de la comida para después de la Cosecha.
—Entro en un minuto— le digo a mi hermana mientras me giro para despedir a Rory, pero descubro, con sorpresa, que él ya se ha marchado—. Creo que siendo como soy está mal que lo diga, pero eso ha sido muy grosero— intento bromear con Prim que me mira imperturbable y se encoje de hombros.
—No todos los chicos son tan atentos como Peeta— dice apartándose para que yo entre y luego cerrando la puerta—. Me alegra que lo hayan solucionado— agrega componiendo una sonrisa.
—¿Cómo lo…?
—Se ha pasado hace un rato a dejar esto— dice señalando tres perfectas galletas y un pequeño bollo de pan.
—Oh…
—Y por tu expresión asumo que lo solucionó él. Pero eso está bien— dice mi hermana colocando un mechón de cabello que escapa del elaborado peinado que le ha hecho mamá tras su oreja.
—Te ves preciosa, patito.
Ella compone una sonrisa.
—Me gustaría tener más oportunidades para usar cosas como ésta— dice tomando la vaporosa tela del vestido —. Pero con una Cosecha al año me sobra. ¿Estás segura de que no quieres comer nada?
Niego con la cabeza.
—Vale. Peeta le ha preguntado a mamá si puede venir después de la Cosecha.
Mi rostro enrojece.
—¿Qué le ha dicho mamá?
—Le ha soltado que eres demasiado joven para tener un novio — dice riéndose.
—¿Qué?
Me llevo las manos a la cabeza.
—Pero entonces Peeta le ha dicho algo más y mamá ha aceptado.
—¿Algo más? —inquiero yo.
—Pero yo estaba metida en la bañera y me lo he perdido. Lo siento.
—¿En dónde está mamá?
—Ha ido donde los Wickham —responde—. Parece que Sury ha contraído sarampión— dice con tristeza.
—Oh.
—Seguramente nos veremos en la Cosecha —agrega con voz sombría—. Me ha prometido buscarme antes de que empiece.
—Vale. Creo que entonces debería ir a bañarme.
—Hemos traído agua. ¿Sabes qué pasó con la sabana de nuestra cama?
Enrojezco.
—Aquí la traigo yo— digo sacándola de la mochila. Al final se ha secado la mancha y me ha tocado frotar la tela por un buen rato, desgastándola irremediablemente mientras Rory se mantenía apartado, luciendo casi tan mortificado como yo.
Prim tiene la bondad de no decir ni una palabra y me ayuda a extenderla sobre la mesa para que se seque.
—Gracias.
—No hay de qué— dice apoyando la barbilla sobre mi hombro.
—Y gracias también por lo de ayer. Lamento si te asusté.
—Está bien. Dice ella. ¿Ya mejoró todo?
Supongo que sí, puesto que ya sé que no estoy embarazada y Peeta ha decidido no mandarme a volar como merezco.
—Sí, ya todo está bien.
—Entonces será mejor que te des prisa.
Siento una punzada de culpa por la libertad que experimento mientras me visto, a sabiendas de que puedo concentrar mis emociones en Prim sin tener que preocuparme por mí misma. Es un alivio el encontrarme por fin fuera de la Cosecha.
Me pongo un vestido de algodón, una de las piezas más sencillas del guardarropa de mamá y Prim se encarga de trenzarme el cabello y recogerlo en lo alto de mi cabeza en un moño.
Ambas salimos tomadas de la mano bajo la brillante luz de las primeras horas de la tarde.
La Cosecha es de asistencia obligatoria para todo el distrito, no importa si ya has dejado de ser elegible. Los niños cuyos nombres siguen en el sorteo deben vestirse con sus mejores galas, como si fuéramos a una fiesta y no a seleccionar a dos niños más para ir al matadero.
La plaza está abarrotada cuando llegamos hasta allá. Algunos niños lloran, los más grandes intentan fingir indiferencia, pero la mayoría falla estrepitosamente.
Sujeto la mano de Prim con tanta fuerza como ella sostiene la mía. Nos separamos cuando ella pasa al registro y yo la abrazo largamente, prometiéndole que todo irá bien.
Cuando me doy vuelta, con el corazón desbocado, Peeta está ahí.
Él no dice nada. Se limita a tomar la mano que Prim acaba de soltar y a besar mis nudillos. Nos conduce a un extremo de la plaza, en donde tenemos una visión perfecta de mi hermana y yo simplemente deseo que todo aquello se acabe rápido.
—Todo saldrá bien— me promete Peeta besando mi sien.
Por el rabillo del ojo, veo como un agente de paz debe prácticamente arrancar a un niño de doce años de las faldas de su madre.
Mi estómago se contrae ante la visión.
¿Cómo sería? ¿Qué clase de dolor podría sentir si fuera mi hijo y no mi hermana el que se encontrara ahí dentro, esperando a ser llamado? ¿Sería diferente? ¿Podría soportarlo?
Los dedos de Peeta rodean mi mano, dándome un apretón que yo devuelvo agradecida.
Mi madre llega hasta donde estamos nosotros. No ha podido abrazar a Prim antes de que todo inicie. Se remueve incómoda a mi lado. Siento el impulso, solo por un segundo, de tomar su mano, pero no lo hago.
La Cosecha da inicio, pero me pierdo las palabras sin sentido en el discurso del alcalde y apenas si le presto atención a la perorata de Effie Trinket, que se ha puesto un vestido de color magenta para la ocasión, con una enorme peluca a juego.
Effie lee el "Tratado de la Traición" mientras veo como el niño al que tuvieron que separar de su madre llora en su línea, sus hombros convulsionándose con cada sollozo.
Vuelvo a sentirme agradecida por el hecho de que se tratara de una falsa alarma.
Me pregunto si debería sentirme culpable por experimentar esta clase de alivio al saber que no hay un niño en mi interior. Pero entonces recuerdo el miedo brillando en los ojos de Prim esta mañana y decido que no hay forma de que yo pueda pasar por esto como madre.
Es lo mejor.
Me doy cuenta de que Effie se mueve hacia el gigantesco recipiente de cristal que contiene el nombre de las chicas solo porque el agarre de Peeta alrededor de mi mano se intensifica. Cuando volteo ella ya ha desdoblado el papel y sus labios forman el nombre de la chica elegida.
—¡PRIMROSE EVERDEEN! —exclama.
Y mi mundo se hace pedazos.
Creo que acertaron a partes iguales con las teorías de lo que iba a pasar en adelante. Definitivamente no iba a caer en lo de que Katniss saliera embarazada, pero quería ponerla a pensar en las implicaciones de una relación con Peeta y a hacer algo de introspección.
Creo que el final de la Cosecha está cantado, pero solo Hikari y Alphabetta saben cuáles son mis planes para Prim y espero que todo funcione como se debe y que el desenlace de la historia les guste.
Sigo sin saber cuántos capítulos más quedan de esta historia y la verdad es que soy pésima para los cálculos. Creo que si dedicaré al menos un par de capítulos a explorar la experiencia de Prim en los Juegos. ¿Creen que la pobre chica consiga volver?
Gracias por sus hermosos reviews a Darkmatter Black, danidanidani, Lucy N. Mellark Eaton, Mariana Regalado, Lenna0813, TrisMellarkHerondale, tita, katyms13, wenyaz, Gpe77, Coraline T, THGKM, Micaela, Sheenaggp11, Nina Berry, misaki uzumaki, Catnip1, carolblue, PaoTHG, Imagine Madness, MCMB, jacque-kari, Alejandra, Lixs, EmmaJonesMellark2, IAmPeterPan, Sofitkm, Brujita22 y los amorosos guest a los que nunca les puedo agradecer como es debido porque no tengo sus nombres.
No se quejen por lo que he tardado en volver, el capítulo tiene el doble de extensión de lo usual.
Esperando sus reviews se despide,
E.
