Disclaimer: los personajes y el Universo Panem son propiedad de Suzanne Collins.
Esta historia participa en el reto "Pidiendo Teselas" del foro "El diente de león".
Capítulo 21
Peeta POV
Los Hawthorne vuelven a estar aquí hoy. ¿Quién podría culparlos? Sostengo a Posy, la más pequeña de la familia, sobre mi regazo, mientras la madre de Katniss le sirve a Hazelle, siempre tan estoica, una tizana a base de hierbas. Reconozco el aroma porque es lo mismo que ella y Katniss han estado bebiendo en los últimos días, a pesar de que Katniss lo hace a regañadientes porque siente que la hace parecer débil. Es una especie de infusión para los nervios.
Posy apenas si es lo suficientemente mayor como para leer la atmósfera a su alrededor. Así que canturretea una canción mientras babea la espátula llena de glaseado con que la he estado entreteniendo durante la última media hora.
El reloj, viejo y desvaído que cuelga en la cocina, indica que faltan diez minutos para el lanzamiento. Me imagino a Prim y a Rory metidos en el corral, esperando a que pasen estos minutos finales para que empiece la tortura.
Mi padre y Tax están metidos en la cocina, preparando tazas de té y bandejas con comida que solo Posy se atreverá a tocar hasta que termine el primer acto de la función.
Katniss se ha marchado al bosque y la he dejado porque sé que no es capaz de esperar aquí, con los demás, a que inicie el Baño de Sangre. Tengo un regusto metálico al fondo de la garganta y noto todo el cuerpo en tensión. No me imagino la forma en la que deben sentirse Rory y Prim en este momento. Nunca me tocará imaginarlo, porque los Juegos del Hambre nunca resultaron ser parte de mi destino y, sin embargo, si hubiera podido ir en el lugar de Rory, me habría gustado devolverle a Prim a Katniss, aún y cuando hubiera sido a costa de mi vida.
Katniss regresa a casa tres minutos antes del inicio de los Juegos. Trae puesta la desvaída chaqueta de cuero de su padre y las manos vacías. No era como que esperara que regresara con un gran botín. La cantidad de Agentes de Paz en el Doce se duplica durante la transmisión de los Juegos. Tal vez porque las familias de los tributos de turno tienden a ponerse "emocionales", como les gusta decir.
Katniss se inclina y me besa y Posy le da una palmada en el rostro, embadurnándola de glaseado verde. Cuando ve sus deditos marcados en la piel de Katniss, se echa a reír. Resulta un sonido de lo más discordante en la sala. Y todos se voltean a ver a la pequeña. Comparte con Katniss los ojos grises y el cabello oscuro, pero ahí acaba su parecido.
A mí, me recuerda a una Katniss de una época menos complicada. Una niña feliz con ambos padres en su casa y la bebé Prim balbuceando mientras gateaba por el suelo en su casita. La Katniss que era capaz de cantar la canción del Valle.
No es necesario que nadie llame al orden. De eso se encarga la última escena de la preparación antes de que liberen a los tributos. Vemos la última cápsula sellarse, Lyanna del Nueve. Y entonces la pantalla se divide en veinticuatro recuadros, uno por cada tributo, cuya base empieza a ascender.
Beso a Katniss en la mejilla y mis labios quedan pegajosos. Me doy cuenta de que no ha ido a lavarse el embrollo que Posy ha dejado en su piel. Sujeto su mano con fuerza.
La pantalla pasa a negro y entonces nos muestran la perspectiva del tributo que han elegido como principal foco este año. Por lo general, se trata de alguno de los profesionales, los tributos que no intentan tomar cosas y marcharse sino que se quedan para ver correr la sangre.
Este año, se han decantado por un curso diferente, porque el tributo es Prim.
Hay un gemido. No sé si viene de la garganta de Katniss o de su madre.
El reloj empieza a contar hacia atrás y la toma pasa a ser una panorámica de la Arena.
Ni siquiera sé que es lo que estoy viendo. La mayor parte de los Juegos del Hambre tienen lugar en parajes naturales: montañas, minas, playas, bosques… Esta vez, es como si hubieran tomando a los veinticuatro chicos y los hubieran encogido hasta ser criaturas diminutas, como hormiguitas y las hubieran metido en el mecanismo de algún pequeño aparato.
Sé lo que está pensando Katniss sin necesidad de que me lo diga. No importa lo bien entrenado que se encuentre Rory, lo bueno que sea cazando o poniendo trampas, porque ninguna de esas habilidades sirve de nada en ese lugar.
Un engranaje se superpone a otro que se entrelaza con otro más hasta llegar a la Cornucopia. Los tributos se encuentran distribuidos a lo largo de un amplio aro que se encuentra inmóvil, suspendido en el aire. Hacia abajo, no se ve nada, más que una negrura profunda, infinita… La Cornucopia brilla, del color del cobre, en el centro, como si fuese la monstruosa manecilla que dicta la hora, solo que se trata de un reloj descompuesto.
Quedan treinta segundos.
La toma regresa a Prim, quien supongo está a las doce en punto, pero es solo una mera coincidencia que ocupe esa posición. A su derecha, está Glock, luego la chica del Tres, el chico del Seis, Cyrus, Steel… y la rueda sigue y sigue. Rory está más o menos en la posición que ocuparían las siete en un reloj normal.
Faltan trece segundos.
Katniss me sujeta la mano con fuerza y siento como su miedo se mezcla con el mío. Pero no puedo tener miedo. No ahora. No aquí. Tengo que ser fuerte por ambos.
Mi mano se mantiene firme cuando toma la suya.
Once segundos.
"Ustedes pueden, Rory, Prim"
Prim POV
Cinna dijo que la ropa no parecía particularmente preparada para soportar temperaturas extremas, tampoco para nadar ni para escalar.
Ahora, viendo el monstruo metálico en cuya barriga esperamos el pistoletazo de salida, tiene sentido que así sea. Son vestuarios bonitos, "futuristas", los llamó él. Con pantalones de un tono plateado que me recordaron no los ojos de mi hermana sino los de Rory, el gris de una tarde tormentosa. Una camiseta blanca de manga larga y encima un chaleco acolchado. Botas que me llegan hasta la rodilla de color negro, con la punta reforzada y un cinturón con una serie de correas que permiten colgar armas de él.
No consigo encontrar a Rory, debe estar al otro lado de la Cornucopia. No consigo ver nada por detrás de mí y tampoco hacia los lados. Somos solo nosotros, flotando sobre este aro que cuelga con hilos invisibles en medio de la oscuridad más terrible.
Hay un sonido estridente. Un criiiiiiiiick que me recuerda a uñas arrastrándose contra un pizarrón o un cuchillo deslizándose sobre un plato. Doy un respingo, pero no soy, ni por asomo, la que tiene la peor reacción.
Veo a la niña del Once caer de rodillas en su plataforma. El corazón se me contrae dolorosamente, porque estoy casi segura de que ella va a morir.
Frente a mí, el engranaje más cercano a la Cornucopia empieza a moverse. Es del color del óxido viejo, pero se mueve como si estuviera recién aceitado. Su movimiento engancha el siguiente engranaje, haciéndolo girar.
Cuatro segundos.
Cuando faltan dos, el engranaje justo frente a mis pies empieza a moverse.
Haymitch me ha pedido que no me meta a la Cornucopia y mi plan es hacerle caso. Giro la cabeza, apenas lo suficiente para ver a Cyrus mostrarme un pulgar hacia arriba, pero no puedo concentrarme en eso.
Me inclino hacia adelante, intentando conseguir el balance que necesito para correr.
El sonido del gong me resuena por todo el cuerpo, haciéndome tambalearme, costándome un valioso segundo y haciendo que me eche hacia atrás en lugar de hacia adelante, sin salirme de mi base.
Es entonces cuando sucede. Veo a la niña del Once, como si se moviera en cámara lenta, perder el equilibrio sobre su pedestal. Tal vez el sonido del gong la ha sorprendido como a mí, pero en lugar de recular, ha dado un mal paso hacia adelante, en su intento por enderezarse, ha dado dos zancadas hacia adelante. Su pequeño cuerpo se balancea hacia un lado, ya sobre el primer engranaje, el que tiene el diámetro más angosto. Siento deseos de cubrirme los ojos cuando veo la gravedad hacer lo suyo y pienso que va a caer. En su lugar, la bota se engancha entre los dientes de los engranajes. No escucho su grito de dolor, tal vez porque mis oídos siguen atrofiados por el sonido del inicio de los Juegos. Tal vez porque ya ha iniciado el Baño de Sangre. Veo a Glock correr, balanceándose para compensar la forma en que se mueven los engranajes, hasta llegar a la Cornucopia. El resto de los profesionales debe estar llegando también, pero lo único que puedo ver de verdad es la forma en que los labios diminutos se abren en un chillido. Mi mirada desciende y ve como los engranajes se han frenado, tan solo por un segundo, antes de que venzan la interferencia, la piel, el músculo y el hueso.
Me siento mareada.
¿Solo yo soy capaz de oír el crujido que produce el hueso al romperse?
Mi mirada se encuentra con la suya. Un reflejo de mi horror aderezado con su miedo. Y entonces, tiene una saeta en el cuello.
No suenan los cañones, nunca lo hacen durante el baño. No importa, porque el sonido atronador de la sangre en mis oídos lo habría opacado. Mis ojos siguen la dirección de la cual ha venido el proyectil y me encuentro con el profesional del Uno, sosteniendo una monstruosa ballesta.
Es una suerte que haya estado observando la muerte de la niña, porque de otro modo no habría visto como él se voltea, viéndome y me apunta.
Tengo buena vista. Es necesaria para coser piel cuando lo único que tienes para iluminarte es una vela casi consumida. Gracias a ello es que soy capaz de ver el sutil brillo de una nueva saeta siendo cargada.
Resulta ser que mi instinto de supervivencia se hace cargo. Me lanzo hacia adelante, en una voltereta como las que Katniss y yo hacíamos sobre el colchón de la cama cuando éramos más pequeñas. Giro, como una rueda y aterrizo un poco más allá del centro del primer engranaje. La voltereta me ha salido algo desviada hacia la derecha, lo cual resulta ser una suerte, porque en el segundo que tardo en recuperarme del golpe de adrenalina, el engranaje se alinea con el siguiente.
No hay tiempo suficiente para pensar en el horror de la muerte que acabo de presenciar. Doy un saltito y aterrizo con las piernas separadas en el segundo engrane. Sé que le he prometido a Haymitch no meterme en la pelea, pero no veo a donde más ir sino es a la Cornucopia. El segundo engranaje duplica el tamaño del primero y parece girar más rápido. Casi escucho la voz de Katniss en mi oído: "¡al suelo!" me agacho, justo a tiempo para que la saeta de profesional solo me roce el hombro. Siento el escozor de la herida recién abierta, pero ni siquiera necesito revisarla para saber que ha sido superficial. Si sobrevivo, solo tendré que limpiarla y vendarla para asegurarme de que no se infecte.
Cuento hasta tres y salto, confiando en que el movimiento de ese segundo adicional va a hacerme aterrizar en el último engrane. Me tropiezo y siento una débil presión en la punta del zapato, tiro de él con violencia y la punta de la bota se ve algo resentida, pero no llego a atorarme en el mecanismo.
Me levanto, tan rápido como puedo y entonces tengo a Welles, la chica del Cuatro, encima. No me permito a mí misma chillar. No he conseguido bajar del último engranaje y ella está ya subiéndose. Es como si estuviéramos peleando sobre uno de esos carruseles que vi una vez en una edición de los Juegos, con caballos de juguete de ojos rojos, como si acabaran de salir de las entrañas del infierno, estuvieran ahí.
Ella es mucho más grande que yo y bajo su piel bronceada puedo ver los músculos moverse.
No tengo armas y ella trae en las manos lo que parece ser un monstruoso gancho de pesca unido a una larga cuerda de nylon.
Su arma, desde esta distancia, le juega en contra, pero en una pelea cuerpo a cuerpo estoy segura de no salir demasiado bien parada tampoco. Mi única ventaja, por el momento, es que, en este espacio tan reducido, es más fácil manejar un cuerpo pequeño como el mío.
Me horrorizo de mi misma al pensar en el montón de formas en que podría hacerle daño a esta chica si tan solo tuviera algo afilado.
No soy la más fuerte, ni la más ágil. No soy valiente como Katniss pero, por ella, tengo que luchar. Tengo que intentar mantenerme con vida. Tengo que tratar de volver a casa o, al menos enviar a Rory. Mi familia y mi distrito, no pueden volver a perderlo todo.
Welles elige ese momento para abalanzarse sobre mí. Consigo ponerme fuera de su alcance una milésima de segundo antes de que cargue sobre mí. Mi pierna se estira, en una zancadilla involuntaria pero bien lograda que la hace perder el equilibrio. Sé que debería intentar terminar la labor. Pero no consigo el valor de empujarla para hacerla caer por el extremo del engrane. Escucho el entrechocar de dos metales, pero no me tomo el tiempo de encontrar su fuente. Welles es mi peligro inmediato, tengo que ocuparme de neutralizarla antes de que ella lo haga conmigo.
Ella se vuelve hacia mí. Tiene la palma de la mano abierta y yo consigo meter el brazo antes de que me alcance en el rostro, pero su mano delgada envía un ramalazo de dolor, como si me hubiera golpeado con la punta de un látigo, a través de mi piel. El golpe produce un horrible ardor, pero reprimo el impulso de ceder ante el dolor. La postura que ha asumido para golpearme me ha dado una idea e intento no pensar, en lo absoluto, en las consecuencias que tendrán mis actos.
La golpeo, no con la mano abierta, sino con el puño, en un lado del rostro, sobre su oreja.
Deben haberle enseñado a protegerse los ojos, la nariz y la boca. Es lo lógico para la supervivencia. Pero, en esta Arena, resulta ser un error, aunque ella no lo nota inmediatamente. Cuando gira la cabeza rápidamente, intentando evitar un daño mayor, el líquido de los canales en el interior de su oído medio mueve los diminutos vellos en su cóclea, que se encargan de enviar un mensaje a su cerebro sobre el movimiento. El problema es que los músculos que responden no se acoplan al movimiento de la superficie sobre la que estamos. En consecuencia, Welles pierde el equilibrio.
Mis ojos se llenan de lágrimas cuando la empujo, solo lo suficiente para que pierda pie sobre la base del engrane. Sus ojos, verde mar, se clavan en los míos. No hay tiempo suficiente para que articule palabras. Tampoco le da tiempo de gritar. En un segundo ella está ahí, frente a mí, y al siguiente está cayendo hacia la negrura.
No puedo ponerme a llorar ahora. No puedo. Me giro, esperando a que el engranaje me coloque de frente a la Cornucopia y obligo a mis músculos a cooperar. Salto y entro a la Cornucopia y me aferro a lo primero que encuentro a mi paso. Una mochila de color verde veneno, con un peso reconfortante ahora que cuelga de mi espalda. Presto atención al cuerpo que hay a un metro de mí, solo lo suficiente para ver que no es Rory. No me detengo a intentar recordar de quién se trata, porque entonces veo que la chica del Dos, con sus severas trenzas de vuelta, tiene a alguien en la mira. No sé quién es, pero después de lo que he hecho y después de lo que he visto hoy, no puedo tener más muertes en mi conciencia. Tomo algo del suelo, una lata de refresco energizante o algo por el estilo y lo arrojo con todas mis fuerzas en su dirección.
Mi puntería sigue siendo pésima, porque le apuntaba a su cabeza y la lata golpea su pantorrilla y, cuando cae al suelo, se abre, liberando un corro de líquido burbujeante que es lo que hace que pierda su objetivo de vista.
Alguien tira de la pernera de mi pantalón y, por algún motivo, en lugar de chillar o de atacar, aún y cuando solo cuento con mis manos desnudas, me agacho, rogando para que la profesional no me haya visto. Mis ojos se encuentran con los de Lyanna Blake. Se ha parapetado detrás de una caja de madera con suministros.
―Vaya, estaba esperando a ver qué tal te iba, Zafiro.
Hago una mueca ante el apodo. Yo soy Zafiro y Rory es Acero, así nos llamaban Cyrus y Lyanna en los entrenamientos cuando se enteraron por sus mentores. Lo cierto es que pasamos mucho tiempo juntos al final, pesar de que nunca dejamos demasiado claro si íbamos a ser una alianza con todas las de la ley o no. Al menos, me queda la tranquilidad de que hicimos un pacto de no agresión con ellos durante los primeros tres días de los juegos, solo en caso de que, llegado el momento, decidiéramos no estar juntos.
―¿Rory?
Ella niega con la cabeza. Pero no hay compasión en su mirada. No ha muerto, solo no lo ha visto.
―¿Cy? ―pregunta un segundo después.
―Estaba a unos cuantos espacios de mí durante el lanzamiento, pero hasta ahora consigo entrar.
Ella asiente.
―He contado tres muertos, el Cinco, la Tres y el Once.
―La Once y la Cuatro― aporto yo e intento que mi voz no se quiebre.
Ella asiente.
―Esa es nuestra salida― dice apuntando hacia un lado. Al principio, solo diviso más cajas y provisiones. Pero cuando veo con más atención, en medio de la penumbra que reina aquí dentro, noto que hay tres grandes agujeros en el suelo.
―¿Hacia abajo?
―Por si no lo notaste― dice ella―, no tenemos muchas opciones.
―No puedo irme sin Rory― digo en un susurro.
Ella parece entenderlo.
―Vale. Entonces ve a buscarlo. Yo buscaré a Cy.
Separarnos parece ser una pésima idea. Pero Rory, y no ella, es mi prioridad.
―Si no volvemos a vernos…
―El agujero de la derecha― dice ella―. Con algo de suerte, nos volveremos a ver.
La cicatriz en el costado de su cara destella, plateada, cuando mueve la cabeza.
Ella se va primero. Camina acuclillada, aún escondida entre las cajas y, por primera vez, veo el arma en su mano: una hoz, típica de su distrito.
―Primero las armas, Prim― me digo en voz alta.
La Cornucopia se encuentra maravillosamente bien surtida, pero sin saber en dónde se encuentra Rory, me siento horriblemente mezquina, así que me aferro a la primer arma que encuentro, un hacha con un mango de madera tan ornamentado que hace que sea algo difícil sujetarla y luego, como una burla cruel del destino, me tropiezo con dos cuchillos, con hojas delgadas y cortas, justo como los que me mostró Rory cuando estábamos empezando a entrenarnos juntos. Me cuelgo el hacha y uno de los cuchillos del cinturón y empiezo a caminar en dirección contraria a Lyanna.
Ni siquiera tengo que buscar mucho para encontrar a Rory. Lo encuentro peleando con Onyx, del Uno.
Un ramalazo de puro pánico me recorre el cuerpo cuando veo su arma: una bola metálica salpicada de púas por todas partes. Reprimo el deseo de chillar o de salir corriendo a ayudarlo. Rory, mi Rory, tiene un corte sangrante sobre la ceja izquierda, que debe dificultarle un poco la visión, porque se mueve con algo de torpeza.
Después de mi penoso intento de golpear a Steel con la lata, está claro que, si le arrojo un cuchillo, podría acabar dándole a Rory por error. Un sudor helado me cubre la nuca cuando me doy cuenta de que, inevitablemente tendré que acercarme. La única ventaja es que los sonidos de las otras peleas parecen encontrarse en otra parte del interior del cuerno.
Detrás del muro de cajas tras el que me escondo, me parece oír el sonido de paquetes al rasgarse y cajas abriéndose. No debemos quedar demasiados tributos aquí aún, la mayoría ya debe haber conseguido escabullirse por alguno de los agujeros de Lyanna. El resto debe estar muerto.
Sujeto el pequeño cuchillo e intento pensar en él como uno de esos raros bisturís que mamá guarda con celo en su equipo médico. Estoy a unas cinco o seis zancadas de ellos dos y ninguno ha dado muestras de verme.
Rory suelta un siseo de dolor cuando Onyx le asesta un puñetazo en el plexo solar. Lo veo quedarse sin aire y doblarse sobre sí mismo. Es casi una bendición que Onyx decida volver a golpearlo con el puño y no con el arma terrorífica en su mano.
¡Ahora o nunca, Prim!
Estoy a punto de lanzarme hacia adelante solo para llamar su atención y que deje en paz a Rory, en un plan evidentemente destinado al fracaso. Pienso, solo por un instante, en Katniss, en mi madre. Si se tratara de otra persona…. Pero es Rory. Mi Rory.
El cuchillo en mis manos se siente raro, no creo que nunca consiga que un arma se vuelva una extensión de mi cuerpo. No como Katniss con su arco. Pero si hacer esto, si dar la vida por él es la manera en que se acaba…
Me lanzo hacia adelante. No sé qué resulta más efectivo, si el grito que estrangula mi garganta o el corte, diminuto, apenas un rasguño, que consigo hacerle en el brazo. Él suelta la maza o lo que sea que tiene en la mano, tal vez por la sorpresa, tal vez por el dolor de la diminuta herida.
El arma suelta un sonido metálico parecido al de un gong cuando aterriza sobre la superficie metálica. El manotazo que me lanza parece un acto reflejo más que un ataque en toda forma, pero no tiene importancia. Su mano me da en la barbilla y parte del cuello y me echa hacia atrás. La mochila que traigo colgando de la espalda amortigua un poco el golpe contra una de las paredes internas de la Cornucopia, pero los dientes me castañetean con violencia, cuando mi cabeza se golpea contra la pared, e incluso temo haberme quebrado un par de piezas.
No consigo soltar ni un solo grito. Caigo, apoyada sobre manos y rodillas y alzo la cabeza y lo veo acercarse.
Tiene los ojos tan oscuros que, por un momento, me recuerda la imagen de un tiburón que vi una vez en uno de los ajados libros de la biblioteca. Siento el sabor del óxido en mi boca y me doy cuenta de que estoy sangrando.
Tal vez sea por el golpe en la cabeza, ¿o acaso estoy llorando? Su imagen se ve borrosa. Me siento como una muñeca de trapo, de esas que mis padres nunca pudieron comprarnos a Katniss y a mí. Recuerdo una con el cabello hecho de lana trenzada y una boca roja y sonriente. Katniss decía que resultaba aterradora, a mí me parecía preciosa. Supongo que todo depende de quién lo mire.
El profesional se acerca, decidido a rematarme.
Si pudiera elegir, me gustaría poder morir de pie. Intento levantarme, y lo único que consigo en su lugar es irme de lado. Tengo un pitido en los oídos.
Voy a morir. Voy a morir y Katniss y mamá me van a ver hacerlo.
¿Y Rory? En un esfuerzo sobrehumano, intento mover la cabeza.
No está, Rory no está.
Una parte de mí, la más egoísta, se siente traicionada. Ha aprovechado la oportunidad y se ha escapado. Después de todo, ya no somos aliados ¿no es cierto? Él decidió que nos prepararan por separado para los Juegos. Él se molestó conmigo porque creyó que lo que dije en las entrevistas era una mentira.
Ni siquiera tengo suficiente energía para echarme a llorar.
El profesional alza la mano. La maza con púas vuelve a estar en su poder. Observo el objeto negro elevarse en el aire. Quiero cerrar los ojos.
No quiero… no quiero verlo venir.
Pero si tengo que estar en el suelo al morir, entonces, al menos, quiero ser lo suficientemente valiente para ver la muerte a la cara antes de irme. Es lo que Katniss haría.
Me niego a parpadear y los ojos me arden en respuesta.
Hay un grito.
¿Soy yo? No, mi voz no es tan grave y profunda. Es el profesional, el profesional grita. La maza se bambolea en su mano y se le cae, de nuevo. El viento que provoca su caída me despeina. Una de las púas queda apenas a una pulgada de mi nariz.
Mantener los ojos abiertos se torna difícil, lucho contra el cansancio y el dolor y la pena.
Y entonces dejo de estar en el suelo. Las manos, detrás de mis rodillas y alrededor de mis hombros no me sujetan con delicadeza, sino con fuerza. Me gustaría poder decir que las reconozco, pero lo cierto es que él nunca me ha tocado así. Mi cabeza se va hacia atrás cuando no soy capaz de seguir sosteniéndola. Y entonces veo su cara.
El golpe en su ojo empieza a amoratarse y tiene sangre coagulada sobre la ceja, pero nunca ha lucido más hermoso.
Volamos. No entiendo cómo puede moverse tan rápido con mi peso a cuestas, pero de alguna manera lo consigue.
―Aguanta Prim, por favor.
Y entonces nos deja caer a ambos hacia el vacío.
Estoy 99,9% segura de que ya nadie esperaba que regresara, sin embargo, por algún motivo, me volvieron las ganas de terminar esta historia y ojalá que haya alguien ahí, al otro lado de la pantalla, para compartir la idea conmigo.
No sé con que frecuencia podré ir actualizando la historia ahora que estoy trabajando, sigo estudiando, por cierto. Pero sí sé que la historia de Katniss y Peeta y de Rory y Prim merece un final y, al menos de momento, mi intención es dárselo.
Creo que no hay forma de justificar años de ausencia, así que no intentaré hacerlo. Solo diré, lector o lectora que, si llegaste hasta aquí, lo agradezco.
Un abrazo, E.
