Disclaimer: los personajes y el Universo Panem son propiedad de Suzanne Collins.

Esta historia participa en el reto "Pidiendo Teselas" del foro "El diente de león".


Capítulo 22


Rory POV


El alivio parece hacer que los músculos de mis piernas se rebelen, porque mi cuerpo, repentinamente, es incapaz de mantenerse erguido.

―Prim… ―la luz artificial sobre nuestras cabezas se refleja en sus ojos azules cuando ella parpadea lentamente.

―¿Rory? ¿Estoy…? ¿Estamos muertos?

Mi risa suena como un ladrido cuando, finalmente, me dejo caer a su lado.

―No, no lo estamos.

Mis músculos se tensan y luego se relajan cuando ella apoya su rostro en mi hombro.

―Vaya, se me va la cabeza.

―Te diste un mal golpe contra la Cornucopia. Hice lo que pude para mantenerte despierta, pero hay que ver que no eres una paciente muy colaborativa― me quejo, medio en broma.

―Creo que me ha salido un chichón, justo aquí. Aaaau… ¿ves?

―Nunca había visto a nadie tan satisfecho por tener un chichón.

Ella me saca la lengua, de un modo similar a cuando lo hacía cuando tenía siete u ocho años.

Se endereza lentamente y estudia lo que hay a nuestro alrededor e, igual que yo, se frota los ojos.

―¿Qué tan lejos estamos de la Cornucopia?

―No lo sé. La caída por los tubos fue larga, unos cinco minutos, tal vez. Desde ahí, nos alejamos unos dos o tres kilómetros.

Sus mejillas se enrojecen.

―¿Y todo eso lo hiciste conmigo a cuestas?

―Bueno, no era como si tuviera la opción de dejarte a un lado de la salida ¿eh?

―Pero es que sí que podías. Después de todo tú y yo no somos…

―¿Por qué no te fuiste cuando podías? ―le interrumpo.

―¿Eh?

―Para que no hayas preguntado por los tubos es porque pasaste frente a ellos, de manera que ¿por qué no saliste por uno cuándo tuviste la oportunidad?

―Bueno, esa me parece una pregunta muy tonta― replica, cruzando los brazos frente a su pecho y frunciendo el ceño.

―¿Lo es?

―Sí, obviamente no me salí porque no sabía si tú ya habías salido. ¿En qué estabas pensando al meterte en una pelea contra un profesional?

―Necesitaba sacar un par de cosas de la Cornucopia.

―Haymitch nos dijo que no nos metiéramos en el Baño de Sangre― me contradice.

Me encojo de hombros.

―No me arrepiento de haberlo hecho, excepto, tal vez, porque casi consigues que te maten en el proceso― le digo con el ceño fruncido.

No entiendo cómo es que hemos empezado a pelearnos tan pronto y ella, por un momento, parece casi tan confundida como yo.

―¿Conseguiste algo bueno, al menos?

―Ven a ver― le digo quitándome la mochila dorada de la espalda y empezando a abrirla.

Hay dos cajas, una grande y una un poco más pequeña en su interior. Saco primero la caja más pequeña y, cuando la abro, ella suelta un silbido ante la gran colección de cuchillos, grandes y pequeños, que se encuentra en su interior. Los cuento mentalmente, son doce en total. Me meto cuatro en el cinturón y le paso dos pequeños. Ella acepta uno y me devuelve otro, mostrándome uno que le cuelga de su propio cinturón.

―¿Qué es lo otro?

Me sonrojo ligeramente cuando extraigo la caja blanca.

Ella suelta un gritito cuando la abro.

Hay decenas de pequeños compartimentos: diminutos botes de ungüento, un par de jeringas, diminutos viales con líquidos transparentes, ámbares y verdosos, rollos de venda, algo que parece cinta adhesiva y dos pequeños bisturíes.

―¡Vaya!

―Supongo que no había nada mejor, puesto que estaba justo en el centro de la Cornucopia― le explico―. Se me ocurrió que podría serte útil.

Ella levanta la mirada, luciendo confusa.

―Lo cogiste… ¿para mí?

―Está claro que yo no tendría idea ni de en dónde empezar con nada de eso, Prim.

―No lo entiendo― dice finalmente, pasando los dedos distraídamente por encima del botiquín―. Se suponía… pensé que… ¿no que ya no éramos aliados?

Suspiro y me siento, cruzando las piernas. Aún no han empezado los cañonazos, así que alguien debe seguir luchando en el Baño de Sangre, lo que nos da algo de tiempo.

―No lo sé. ¿Lo somos?

―Nunca ha salido de mí la idea de acabar con la alianza.

Me rasco la cabeza.

―Prim― digo con un suspiro―, mira― ¿Por qué hablarle resulta tan complicado ahora? ―. Lo que pasó en las entrevistas… No, no quiero que me digas si fue verdad o si fue mentira, pero, sea como sea, no me parece el tipo de cosa que se le grita a un país entero antes de hablarlo con la persona directamente involucrada― digo, señalándome con el pulgar―. Independientemente de si lo decidiste tu sola, si Haymitch te ayudó o lo que sea… ¿Tienes idea de cómo me sentí mientras subía al escenario? No, no hables― le digo, apuntándola con un dedo y me dedica el tipo de mirada que tal vez podría esperar de Katniss, pero que resulta rara en su rostro―. No me parece justo que me tomaras por asalto, aún si lo que esperabas era una respuesta auténtica o lo que sea― digo, encogiéndome de hombros.

―¿Puedo hablar ya?

―Supongo que sí.

―Lo más probable es que ambos o alguno de los dos, termine muriendo en este lugar y…

―¿Y?

―Y en ese momento, me pareció que, si de nosotros dependía el hacer que, al menos, duráramos un poquito más, debía intentarlo.

―¿De qué hablas?

―Tenemos toda esta historia, los dos chicos que se criaron juntos en la Veta, el chico que se presentó voluntario, la chica con la maravillosa nota― se muerde el labio, como si evitara agregar algo más, pero menea la cabeza―. No te diré si es falso o es cierto, porque, dejando de lado a mamá y a Katniss, eres la persona que mejor me conoce en el mundo y ya deberías saber si digo la verdad o no y…

¡BOOM!

Prim se estremece visiblemente cuando suena el primer cañonazo.

Alza la mano, poniendo la conversación en pausa e, igual que yo, empieza a contar.

Uno, dos, tres… seis

―Eso deja fuera a una cuarta parte― dice ella y me parece como si otra persona hablara a través de sus labios.

El himno de Panem resuena con fuerza y escucho como se prepara el primer corte de los muertos en estos juegos. Cuando suenan las últimas notas del himno, empiezan a presentar a los caídos: la chica del Tres, la chica del Cuatro, el chico del Cinco, el chico del Ocho y ambos del Once. Recuerdo el llanto y las miradas lastimeras del otro distrito más pobre del Panem y me estremezco.

―¿Estás bien?

Prim se ha puesto muy pálida y se abraza a sí misma.

―¿Prim?

Ella agita la cabeza.

―No estoy… es que todo esto es muy duro, Rory― está mintiendo, pero no la presiono.

No sé si debería sentirme aliviado porque ninguno de los rostros en el cielo está ahí a causa mía. Los profesionales siguen intactos… No, han sufrido una baja, la chica del Cuatro. Fuera de ellos, solo consigo recordar al chico con cara de ratón y a la chica del Siete, tan prepotente.

El recuento de los caídos acaba, pero el cielo no cambia de color, sigue teniendo la misma extraña iluminación artificial que parece venir de todas partes y desde ninguna. Con tanta luz, desde aquí, no se pueden ver las estrellas, lo cual, de todas formas, no es una pérdida muy grande pues, de todas formas, no es como si yo supera ubicarme gracias a ellas. Katniss y yo no llegamos tan lejos en nuestras lecciones de supervivencia.

―Ni siquiera sé que hay en mi mochila― dice Prim, interrumpiendo el silencio horroroso después de ver los resultados del baño de sangre.

Tiene la piel alrededor de los labios extrañamente verdosa, como si de un momento a otro pudiese enfermarse. Está claro que no continuaremos con la conversación que estábamos teniendo. Me acerco hacia donde está ella, abriendo su mochila y estudiamos juntos su contenido.

Cuatro botellas de agua, una docena de paquetes de cecina, una malla llena de manzanas, dos paquetes de fruta deshidratada y diez barritas energéticas. No hay más armas ni medicinas, pero, por el momento, nos encontramos cubiertos en ese sentido. La necesidad más acuciante será el agua, pero, de momento, lo que ha conseguido Prim, nos servirá por un día o dos si conseguimos racionarla lo suficiente.

Abre las dos mochilas y empieza a distribuir la comida en partes iguales. Me deja a mí el estuche con los cuchillos y toma para sí las medicinas, aunque antes saca un rollo de vendas y dos pequeñas botellitas en aerosol. Me explica que uno es desinfectante y el otro es antibiótico.

―Por si nos separamos― dice y yo asiento, guardándolo en mi propia bolsa. No interpreto sus palabras como una posibilidad de romper la alianza, sino que me enfoco en lo incontrolable que puede resultar a veces la Arena. Si por algún motivo acabamos separados, entonces seguramente me alegrará la posibilidad de poder atender mis heridas, aún y cuando sea de forma más chapucera de lo que lo haría ella.

Cuando se encuentra satisfecha con la distribución, Prim cierra las mochilas y me entrega la mía, para luego colocarse la suya.

―¿Qué crees que sea este lugar? ―pregunta después de otro silencio. Me sorprende que esté tan parlanchina, como si no quisiera estar a solas con sus pensamientos.

―No tengo ni idea― le digo.

―A mí me parece el interior de un reloj, o de una caja de música.

― Nunca he tenido ninguna de las dos cosas. Así que no sabría decirte.

Ella observa el suelo con el ceño fruncido. Igual que el camino de acceso hacia la Cornucopia, el suelo está cubierto con una serie de círculos que tienen, en los bordes, una especie de dientecillos cuadrados. Prim los llama "engranajes", aunque estos están en inquietante silencio.

A los lados, hay algo que parece una parodia de árboles, solo que, en lugar de madera, ramas y hojas, estos están hechos de metal y latón. Me encaramo en uno de ellos y descubrimos que las hojas son pedazos de hojalata aplastados y, al pasar el dedo por el borde, me entero de que resultan ser lo suficientemente afilados como para que una gota de sangre brote de la yema.

―No veo animales, ni plantas de verdad― digo con un suspiro de derrota.

Se siente como si el Capitolio me estuviera escupiendo justo en la cara con eso. Como si las cosas ya no fueran, de por sí, lo suficientemente difíciles, ahora mi aporte como cazador no sirve para nada.

Siento la mano, fresca y ligera, de Prim sobre mi hombro.

―Nos las arreglaremos― me promete―. Yo también he perdido las hierbas para curar, del mismo modo en que el Siete no tiene experiencia con estos árboles de metal, ni los del Cuatro podrán pescar… así que esto nos pone a todos en desventaja.

―Excepto a los del Tres― mascullo.

―Bueno, mejor que la ventaja la tenga el chico del Tres a que la tenga alguno de los profesionales― y sonríe, con esa sonrisa capaz de entibiar mi pecho y hacerme creer que las cosas podrán salir bien.

Le devuelvo la sonrisa, porque, con Prim, es muy difícil actuar de otra forma.

―¿Qué más sabemos sobre la Arena?

Niego con la cabeza.

―Creo que ambos sabemos igual de poco.

―Bueno― dice ella, sonriendo de nuevo, me sorprende la forma en que parece controlar sus emociones. ¿En qué momento se ha vuelto tan madura? ―. Entonces tendremos que irlo descubriendo el camino juntos. ¿Qué hacemos?

Observo el sinuoso camino metálico que se pierde en la lejanía.

−¿Cómo te sientes? ¿Estás cansada?

Ella niega con la cabeza.

−Me siento bien. Podemos caminar por unas cuantas horas y luego descansar. ¿Qué te parece?

Asiento.

−Bien− ella se cuelga la mochila y luego, como quien no quiere la cosa, me toma de la mano. Una sensación cálida me cosquillea desde la palma de la mano hasta la punta de los pies−. ¿Vamos?

Ni siquiera parece enterarse de que acaba de poner mi mundo de cabeza.

−Vamos− respondo con la voz ronca.

De repente, el camino frente a nosotros se me antoja mucho menos sombrío.


Katniss POV


Mi patito. Mi Prim.

Peeta me sujeta de tal manera que las partes que componen mi ser no se caen al suelo, como las piezas de una muñeca rota.

−Lo está haciendo muy bien, Katniss− susurra Peeta a mi oído−. Los dos lo están haciendo genial− dice más alto.

Hazelle, tan fuerte, no se ha detenido a llorar. Possy ha soltado un montón de grititos cuando ha visto a su hermano en pantalla y me parece que Vick ha vitoreado un poco cuando Rory se enfrentó al profesional.

Mamá se ha puesto a macerar un puñado de hojas secas, imagino que más por la necesidad de hacer algo que porque las necesite de verdad pero ¿cómo culparla?

El señor Mellark ha vuelto ya a la panadería, junto con Tax, tal vez porque, como yo, se siente demasiado abrumado por todo lo que sucede a nuestro alrededor. En lo personal, no considero que ir a ver a la bruja de su mujer sea una situación que lo vaya a animar de manera particular, pero lo más probable es que él, como casi todo el distrito, adora a Prim y por eso no quiere obligarse a ver como el Capitolio se esfuerza por destruir su cuerpo y su corazón. Él, que inclusive cuando no nos conocía de verdad, se esforzaba por hacernos felices.

Aún recuerdo la vez en que nos sorprendió regalándonos una galleta, con el glaseado algo chueco, en una de esas tantas ocasiones en que Prim pegaba su naricilla a la ventana de la panadería. Recuerdo su rostro contrariado cuando le dije que se la comiera entera, porque a mí me causaba más ilusión verla comerse aquello, que yo no podía darle ni en sueños, que comerme aquel pedazo de azúcar y harina.

Me cuesta trabajo reconciliar la figura de aquella niña pequeña con la guerrera que acaba de encargarse, tal vez con algo de suerte de su parte, de una de las profesionales en la Arena.

Me acurruco más cerca de Peeta, en un mudo agradecimiento porque inclusive cuando mantenía su amor por mí como un secreto, su calidez conseguía colarse hacia mí. Me pregunto por cuánto tiempo lo supo su padre…

Él deposita un suave beso en mi frente y murmura un montón de palabras tranquilizantes que obran el milagro de que mi corazón empiece a ir más lento. Y solo entonces me atrevo a ver de nuevo la pantalla.

Prim y Rory recorren unos cinco kilómetros antes de que la noche caiga. Y cuando digo "caiga", me refiero a que lo hace de golpe, como si alguien se hubiese tropezado con un interruptor, de esos que tienen en el Edificio de Justicia, para apagar las luces.

Los chicos del Nueve, que son los que están en ese momento en pantalla y que, por algún milagro, han logrado encontrarse el uno al otro, se detienen en seco y el chico tropieza y se cae. Hay un zumbido mecánico en el aire y me cuesta darme cuenta de que todo proviene del suelo, en donde los engranajes que componen lo que pudo ser un camino de baldosas, se han puesto en movimiento y emiten un débil resplandor violáceo que proyecta sombras fantasmales en los rostros de los tributos.

Como respuesta a mi ansiedad, la escena empieza a cambiar, pasando de una alianza de tributos a otra hasta que, finalmente, recae sobre Rory y Prim.

Observo, con alivio, que ambos están a salvo, no veo nuevos golpes ni raspones en sus cuerpos y los dos se han salido del camino y cuchichean entre sí.

Sin embargo, lo que dicen no parece ser lo suficientemente importante, porque entonces la escena cambia de nuevo para enfocar a la pareja del Diez.

Ahí es donde está la acción.

Suelto un grito cuando veo a la criatura mecánica que se cierne sobre ellos. Debe medir al menos dos metros y parece una mezcla extraña entre una araña y un cangrejo, con un montón de patas alargadas que se mueven tan constantemente que ni siquiera soy capaz de contar cuántas tiene, pero, de todas maneras, estoy más enfocada en las dos delanteras, que acaban en una especie de pinzas que emiten fuertes chasquidos metálicos.

El estómago se me revuelve porque, cuando veo a la criatura cargar contra el chico, que solo tiene en la mano una especie de látigo acabado con bolitas de metal para defenderse, siento un tremendo alivio de que sean estos desconocidos y no Prim… mi Prim… o Rory, quien se enfrenta a ellos.

¿Así va a ser a partir de ahora? ¿Una espiral de culpa sin control cada vez que sienta alivio porque algo repulsivo y peligroso ataca a alguien que no sea mi hermana?

Me tapo los oídos y cierro los ojos, espiando de vez en cuando entre mis pestañas y, cuando el chico pierde un brazo, cortado un poco por debajo de la altura del codo, tengo que salir corriendo a la parte de afuera de nuestra casita en la Veta y vomitar ruidosamente.

Apenas soy capaz de sentir las manos, cálidas y amorosas, de Peeta apartándome el cabello del rostro, sosteniéndolo bien lejos del contenido de mi estómago, más bilis y saliva que otra cosa. Sin embargo, agradezco su presencia.

Cuando he acabado, me echo a llorar como un bebé, deseando, no por primera vez, que los Juegos pasen en un abrir y cerrar de ojos para volver a tener a mi patito, segura y perfecta, entre mis brazos.


Bla, bla, bla… La U…. Bla, bla, bla… El trabajo. Bla, bla, bla… la vida. Ya saben como es esto. No paso escribiendo tanto como puedo y he tenido unos días duros emocionalmente hablando…

En fin, que prometí que iba a terminar esta historia y no quiero hacer trampas y hacerlo de sopetón.

¿Qué creen que pasará ahora?

Si sigo aquí, es por ustedes, lectores.

Un abrazo, E.