Disclaimer: los personajes y el Universo Panem son propiedad de Suzanne Collins.

Esta historia participa en el reto "Pidiendo Teselas" del foro "El diente de león".


Capítulo 23

Prim POV

Dejo que Rory se duerma primero, prometiéndole que lo despertaré después de un par de horas, pero, al final, dejo que pasen cuatro enteras. Cuando se despierta, sigue siendo noche cerrada y debe haber estado tan agotado que ni siquiera parece notar que durmió más de lo que habíamos prometido. Le digo que no me siento cansada y se lo atribuyo a la adrenalina y, además, le meto algo de miedo diciéndole que es riesgoso que me duerma por el golpe en la cabeza.

Soy una mentirosa. No quiero irme a dormir porque, en el momento en que lo haga, sé que la veré a ella. A la profesional del Cuatro. Veré sus ojos, ahora vacíos y muertos, y esta vez será ella la que me empujará a través del camino de engranajes.

No se lo cuento a Rory. No le digo que ni siquiera llevamos un día entero en la Arena y yo ya he cobrado mi primera vida. ¿Qué pensará Katniss? ¿Qué pensará mamá, tan determinada a salvar vidas, inclusive con lo limitado de nuestros recursos, ahora que me ha visto matar a alguien?

Caminamos un poco más. Nos comemos unas cuantas tiras de carne seca, que a mi me parecen extremadamente saladas y que caen en mi estómago como si fueran trozos de carbón. Sé lo suficiente sobre sanación como para no atribuirle mis nauseas al golpe en la cabeza.

Es la culpa.

Cuando paladeo el sabor de la sangre en mi boca, me doy cuenta de que me he mordido el interior de la mejilla con demasiada fuerza. Aprovecho un momento en que Rory se interna entre los árboles metálicos para buscar algún camino alternativo a este camino de engranajes que no parece tener fin, para escupir la mezcla de sangre y saliva y, cuando vuelve, me esfuerzo por permanecer serena, aunque no hay nada ni remotamente parecido a la calma en mi interior.

Quiero gritar. Quiero echarme a llorar. Quiero que Katniss me rodee con los brazos y me prometa que todo va a estar bien.

Y lo peor es que ni siquiera soy capaz de arrepentirme. Aquí, en los Juegos, todo se reduce a una decisión. La vida de ellos, de los otros veintitrés, o la mía. Y a pesar de que espero de verdad poder dar lo mejor de mí, a pesar de estar luchando por mí misma, lo cierto es que lo que más importante es volver por mamá. Porque si hay algo que sé con seguridad es que, si muero, esta vez, no volverá. Si se marcha, su mente lejos, en el lugar en que se refugiaba de su tristeza, no va a volver.

¿Y Katniss? Me doy cuenta de que, si bien es cierto, mamá es importante, el verdadero motivo por el cual tengo que volver es por mi hermana.

Mamá se refugiará en la nada, pero, ¿y mi hermana? ¿Cómo puedo esperar que ella, tan fuerte, repita su hazaña una vez más? Tengo que ganar, tengo que hacerlo por Katniss pero, ¿y Rory?

―¿Pasa algo? ― me resulta extraño verlo con el ceño fruncido. Más parecido a Gale que a él mismo, pero de todas formas intento componer algo que parezca una sonrisa, aún y cuando sé que mi convicción de que tengo que ganar supone, a su vez, que él tiene que morir.

―Nada― le respondo―. ¿Algo importante por ahí?

Rory niega con la cabeza.

―Más y más bosque metálico.

Me encojo de hombros.

―Algo más debe haber por ahí. Serían unos Juegos muy aburridos si solo hubiera un tipo de paisaje.

Él me dedica una sonrisa irónica.

―¿Quieres descansar o…?

―No. Sigamos caminando. Si nos quedamos quietos mucho tiempo, seguro que nos mandan algo desagradable.

.

.

El problema es que, aún y cuando seguimos andando, algo desagradable sucede. La Arena debe estar muy tranquila, porque cuando hemos avanzado unos diez kilómetros más, al menos según Rory, que es quien más entiende de esto de medir distancias, aparece el primer muto.

Aunque no estoy segura de si muto es la palabra que lo describe. Igual que todo por acá, está hecho de metal, un montón de engranajes que se funden con tornillos y otras piezas, grandes y pequeñas, hasta formar algo parecido a un gato grande.

Cuando abre la boca mecánica, hay un destello de lo que parecen enormes agujas, ahí donde deberían estar los dientes y una pieza plana que debe ser la lengua y que suelta un chirrido agudo que hace que me tape los oídos. Por el rabillo del ojo veo que Rory ha hecho lo mismo, el cuchillo en su mano, ahora está tirado en el suelo.

No tenemos tiempo para recuperarnos del aturdimiento. El gato metálico salta, sus patas traseras chirriando, y en un momento de extraña claridad, comprendo que no es una falla mecánica, sino otra forma de ataque más. El sonido hace que se me paren en punta los vellos de los brazos y me recuerda a uñas deslizándose sobre un pizarrón.

Es puro instinto lo que me mueve hacia un lado, pero soy demasiado lenta, demasiado torpe y enseguida siento el escozor de la herida, ahí donde sus garras, más parecidas a cuchillas curvas, me ha cortado.

Dos segundos, eso es todo lo que me permito para ver el corte, desde el codo hasta la mitad del antebrazo. No puedo ocuparme de él ahora y por suerte, no ha sido mi brazo dominante el lastimado. Saco el cuchillo de mi cinturón. No gano nada con ningún conocimiento anatómico porque aquí no hay venas ni arterias que abrir ni tendones que cercenar, pero igual lo sostengo como Rory me ha enseñado.

Él, que ha caído sobre sus propios pies al saltar fuera de su camino, en dirección opuesta a la mía, ya está cargando contra el gato. El cuchillo se hunde entre los engranajes y escucho el crujido del metal al romperse. Por un segundo, creo que ha logrado causarle daño, hasta que él se aparta y veo que en su mano sostiene el mango el cuchillo y una hoja rota de apenas un par de centímetros.

El gato vuelve a soltar su chirrido mecánico, como si algo se hubiera atorado entre los engranajes y se estuviera haciendo pedazos. La hoja del cuchillo. El gato salta y derriba a Rory, pero antes de se acerque a su cara con los dientes puntiagudos yo lo empujo. Es una suerte que no parezca un gato de verdad, porque lo más probable es que pensara en Buttercup cuando le hundo mi cuchillo en la articulación de una de las patas traseras.

No tengo mucha más suerte que Rory. O tal vez sí, porque pierdo mi arma, pero la hoja no se parte, sino que se queda ahí atorada, entre las piezas metálicas que forman el exoesqueleto. Me lanza un zarpazo enfurecido, pero algo ha ocurrido, porque no se gira lo suficientemente rápido como para herirme. Me lanzo al suelo y ruedo, como si estuviera en llamas y estuviera intentando apagarlas. El gato no cojea, sino que da un extraño giro sobre sí mismo al no poder apoyar bien la pata herida. Ahí, reluciente, sigue mi cuchillo, los engranajes lo doblan ligeramente, pero se ha encajado de tal manera que no se rompe.

Otro chirrido. Noto el interior del oído derecho caliente y una sustancia pegajosa baja lentamente por mi mejilla, pero ahora no tengo tiempo para tímpanos rotos.

Rory sigue mi ejemplo y logra encajarle otro cuchillo, más grande, en la pata delantera del lado opuesto. El muto se tambalea, pero, esta vez, emplea su larga cola, que acaba en punta, para soltarle un latigazo a Rory. La herida es poco profunda y por un momento se me detiene el corazón cuando veo la sangre manar de su cuello. Un par de centímetros más y habría dado en la yugular. La sangre, roja y viscosa, mana hasta mancharle toda la camiseta del traje. Y es eso, el latido que mi corazón se salta, lo que me da la idea.

Me aparto, no para huir, sino para conseguir una visión más amplia. Las piezas del animal se pueden notar por separado, no parecen estar soldadas unas con otras e, incluso, puedo ver algunos agujeros en su caja torácica.

¡Ahí está!

―¡Rory! ― le grito y a pesar de que él no separa los ojos del muto, hay una leve inclinación de su cabeza, señal de que me escucha―. Tiene una caja negra en el interior del pecho, justo en el centro. ¡Ahí es donde tenemos que atacarlo!

Llegado ese punto, está claro que yo ya he dado mi más valioso aporte, pero de todas maneras saco el otro cuchillo y me dirijo hacia el gato. Al menos, consigo dividir la atención del felino entre los dos.

Al final, acabo con un arañazo en la mejilla y otro en el muslo. Pero Rory hace valer el esfuerzo y clava, con saña, un cuchillo de hoja delgada que se introduce entre dos láminas de metal.

Una sustancia, oleosa y con un aroma que me quema la nariz sale disparada en un chorro cuando Rory alcanza aquella pieza que hace las veces de su corazón. Veo como lo que salpica quema la piel de la mano de mi compañero, que suelta un grito ahogado de dolor y se repliega. El trabajo está hecho. Hay otro chirrido, la agonía de la criatura mecánica. De cada articulación, sale un chorro de vapor que pudo quemarnos la cara si hubiéramos estado más cerca, pero que ahora se limita a calentarme ligeramente el rostro. La criatura se retrae, como si una máquina gigantesca la estuviera compactando y se convierte en un amasijo sin forma en medio del camino.

Quieto, lo que sea que le daba vida, ya no existe.

Me tambaleo y caigo, carente de gracia, sobre mi trasero en el suelo.

Rory tiene la presencia de ánimo de llegar hasta mí y parece lo más natural del mundo que, una vez que está a mi lado, me envuelva entre sus brazos, ligeramente temblorosos. Me aprieta contra su cuerpo, como si quisiera asegurarse, mediante el tacto, que estoy viva.

Apoyo la oreja contra su pecho y escucho el sonido de su corazón. Y los ojos se me llenan de lágrimas al pensar que nunca podré tenerlo todo. No existe un universo en el que Rory pueda ser mío de verdad. No hay un final feliz para nosotros.

Moriré yo, o él o, en el peor de los casos, lo haremos los dos. Y es por eso por lo que me aferro al ahora. Entierro el rostro en el hueco de su cuello. No me echo a llorar, porque parezco estar demasiado conmocionada incluso para eso y lo siento reprimir un quejido, ahí cuando mi nariz roza la herida sobre su piel.

―Lo siento― susurro.

―No― dice él y su mano presiona la parte trasera de mi cabeza―. No lo sientas.

Nos quedamos así. Abrazados, refugiados en los brazos del otro, hasta que el sonido de un cañón hace que nos separemos.

Peeta POV

Prim y Rory pasan a encabezar las apuestas en el Capitolio después de su pelea con el muto, junto con los cinco profesionales que quedan.

Los tributos que la noche anterior se batieron con el muto araña, consiguieron escapar gracias a que se las ingeniaron para atar las patas de la extraña criatura, que cayó al suelo y empezó a agitar las patas en el aire, pero no se detienen a rematarlo, de tal forma que Caesar y Claudius hacen comentarios mordaces sobre el instinto de huida entre los distritos de la periferia. Es decir, el diez, once y doce. Como estamos entre los más pobres, también llegamos menos preparados para los Juegos. Más delgados, sin ningún entrenamiento o habilidad que valga, como las del siete que tienen sus hachas.

A mí, la verdad, el huir del peligro me parece una buena estrategia, los dos chicos consiguen escaparse de la pelea y corren a refugiarse cerca de una formación mineral, con heridas de mayor consideración que las que tienen ahora Rory y Prim.

La transmisión de la madrugada tiene algo de ellos, junto con las repeticiones de la mañana. Luego la transmisión pasa a la pelea de la chica del Siete con uno de los chicos no profesionales, al cual no consigo reconocer porque Katniss se aferra a mi cuerpo en ese momento, preocupada porque Prim tiene un buen rato de no salir. Para mí, el no verla son buenas noticias. Siempre presentan las peleas o los accidentes.

La pelea entre la chica del Siete y el otro muchacho no debe llegar a nada, porque hacen otro corte y vuelven a la pareja del Diez justo a tiempo para ver cómo, al llegar tambaleándose a un lugar en que se sienten seguros, el chico del Diez se quita las manos del estómago, que se ha estado sosteniendo como si tuviera flato y, entonces, parte de sus tripas caen al suelo.

Me pregunto si lo que hace que Katniss corra a vomitar es el parecido que tienen aquellas vísceras con los de los animales que ella destripaba a diario para Ripper.

El muchacho muere apenas unos minutos después de que acabe el enfrentamiento de Rory y Prim con el muto felino. Buttercup se acurruca en el brazo de uno de los sillones y empieza a apretarse contra mi brazo, maullando ruidosamente mientras Katniss se clava las uñas en el rostro, dejando un montón de medias lunas rojizas sobre su piel olivácea.

Rory y Prim reciben un montón de elogios y, luego, entrevistan, brevemente, a un Haymitch que no parece tan ebrio como de costumbre. No se meterán más con ellos dos por ahora. Ya que han demostrado ser no solo listos y eficientes, sino también un equipo de primera, les darán tiempo para recuperarse y curar de sus heridas. No quemarán tan rápido ese cartucho. Prim y Rory darán un buen espectáculo o al menos eso parece.

Me quedo con Katniss apretada contra mi costado y observo como Prim se encarga de curar primero su brazo herido, para luego ocuparse de todas las heridas de Rory y volver a ocuparse de su propio cuerpo.

No es justo. Si las cosas fueran diferentes, si Panem no fuera Panem, si no hubiéramos nacido aquí, Prim estaría a punto de empezar a formarse como doctora. En su lugar, está jugándose la vida en este juego macabro.

Alrededor de Katniss, mis puños se aprietan.

Las cosas tienen que cambiar

Son casi las tres de la tarde del segundo día. No sé cómo estarán llevando los chicos en la Arena la cuenta de las horas, con la luz artificial encendida a toda hora. Pero supongo que esa luz constante es solo una forma más de jugar con sus mentes.

Katniss me lanza una mirada de reproche cuando le digo que debo irme a la panadería. Estudia mi rostro con atención, pero no consigue encontrar ninguna señal de engaño en él.

Supongo que esa es la ventaja de ser un buen mentiroso.


¡Volví! Porque yo siempre vuelvo. El día de ayer cumplí años y quiero agradecerle a toda la gente linda de acá que lo tuvo en cuenta y me mandó sus buenos deseos. Empiezo este nuevo año de vida con toda la emoción y las ganas.

Gracias por seguir ahí, a la espera de lo que pasará con Katniss, Peeta, Rory y Prim.

Un abrazo, E.