Disclaimer: los personajes y el Universo Panem son propiedad de Suzanne Collins.
Esta historia participa en el reto "Pidiendo Teselas" del foro "El diente de león".
Les hablo allá abajo. ¡Disfruten!
Capítulo 25
Prim POV
No hablamos mucho en el camino. Posiblemente porque, justo cuando nos habíamos puesto en marcha, empezó el himno y apareció el rostro del chico del Distrito Diez en el cielo. Solitario. Rory había dicho que con un solo muerto, la gente se empezaría a poner ansiosa. Habían caído seis tributos en el Baño de Sangre. Cinco, víctimas de la Cosecha; y una profesional… víctima mía. Y ahora, otro Tributo que había sido solo un elegido más por el destino.
No se me ocurren muchas cosas que valgan la pena ser dichas y, además, Rory parece casi tan perdido en sus propios pensamientos como lo estoy yo. No he tenido tiempo de llorar de verdad la muerte, no de Welle, pues sé que ella iba decidida a matarme, sino por la niñita que alguna vez fui yo.
¿Qué queda de la Prim que despertaba gritando el día de la Cosecha? ¿Cuánto del Patito de mi hermana sigue existiendo en el interior de este cuerpo?
Observo las uñas pintadas con motivos de flamas que mi equipo de preparación hizo para mí, un poco descascarilladas, y me digo a mí misma que sigo siendo yo, pero ¿lo soy? La próxima vez que consiga verme en un espejo, ¿podré reconocerme? ¿O los Juegos me habrán cambiado tan irremediablemente que ya no quedará nada que reconocer.
Hay algo, un cambio sutil en la postura de Rory cuando me da una mirada de reojo, que me recuerda, cosa extraña, a la forma que tiene Peeta de moverse cuando está con mi hermana.
Lo cierto es que estoy mucho más familiarizada con la forma en que trata Peeta a Katniss de lo que lo hacía Gale, a pesar de que su relación ha durado apenas una fracción de la que mi hermana tuvo con su mejor amigo. La gente solía dar por sentado que Katniss y Gale se dirigían, inevitablemente, a un desenlace en que acabarían juntos. Casados, probablemente.
Yo no.
Gale y Katniss se parecían demasiado para que cualquier relación, fuera de la que tenían como compañeros de supervivencia, fuera a durar. De hecho, ahora que lo pienso, nunca los veía haciendo nada juntos más que las cosas que estaban intrínsicamente relacionadas con todo el tema de mantener a sus familias a flote.
Cazar, recolectar, vender, regatear, comprar, intercambiar…
El pensamiento, por algún motivo, se me antoja extraño. ¿Es memoria selectiva o, en efecto, la relación de Katniss y Gale se dibujaba sólo dentro de los márgenes de sus necesidades más acuciantes?
Con Peeta es diferente.
Katniss, en realidad, se ha convertido en una persona diferente. No de la misma manera que yo, que temo no poder reconocerme en un espejo, sino como si el ser humano que ya era ella hubiese sido pulido y templado.
Mantengo cuidadosamente lejos de mi mente los últimos recuerdos que tengo de ella, con el rostro deformado por el miedo y la pena después de que yo fuera cosechada. En su lugar, me embebo de los recuerdos que tengo del último año… o casi… Cuando Katniss empezó su cambio, lento pero irreversible, para convertirse en la persona que es ahora. Como veía el sufrimiento y la confusión detrás de sus ojos grises después de la explosión en la mina. Los gritos producto de pesadillas que mezclaban lo que, sin duda, habían sido los momentos más duros de su vida… hasta ahora supongo.
Parecía una jugada cruel del destino el hecho de que Gale, la única persona que le había dado a Katniss algo parecido a la seguridad, camaradería y protección que en algún momento le había entregado papá, se fuera del mundo del mismo modo en que lo había hecho él. Recuerdo los movimientos en la cama, esos que hacía que yo me levantara silenciosamente de la que compartíamos para ir a arrebujarme bajo las mantas de mamá, ya no porque estuviera aterrorizada, sino porque mi voz y mis abrazos nunca parecían llegar hasta mi hermana.
Pero, de alguna manera, Peeta si lo había hecho.
Cuando Katniss había empezado a levantarse en medio de la noche, siempre había pensado que se había ido a refugiar a algún lugar en medio del bosque. Atribuía la ausencia de presas al hecho de que, seguramente, costaba mucho poder concentrarse lo suficiente en una presa cuando tenías la cabeza en otra parte, la mirada fija en tu corazón destrozado. Eso tenía que arruinar la puntería de cualquiera ¿no?
Pero entonces, el milagro se había obrado y Katniss empezó a regresar a casa antes de que despuntara el alba. Se metía en la cama, quitándose descuidadamente las botas en cualquier parte, y se cubría la cabeza con las mantas en donde lograba un sueño sin pesadillas. Cuando me despertaba, recogía sus botas del lugar en el que las había dejado aterrizar tan descuidadamente en la madrugada, para que mamá no se enterara de que mi hermana había pasado la noche afuera. A veces, la observaba en su cama, con el rostro tranquilo y las manos metidas bajo una de sus mejillas, con una expresión pacífica que solo le había visto al dormir en el mes previo a la muerte de Gale, cuando había volado libre al saber que nunca tendría que volver a preocuparse porque Effie Trinkett llamara su nombre en la Cosecha.
No sabía cuál había sido el cambio, extraordinario, que se había dado en ella. Al menos hasta que empezó a susurrar el nombre de Peeta en sus sueños. Entonces encajé silenciosamente una pieza nueva en el rompecabezas. Recordé la galleta glaseada, con un lirio tan delicadamente pintado en ella que parecía casi una pena comérsela que Katniss me había dado unos días antes y entonces entendí que Katniss había hecho un nuevo… ¿amigo?
La palabra parecía incorrecta. Especialmente después de prestar atención en aquella ocasión, un domingo, en que Tax se las arregló para que entráramos en la panadería y entonces yo pudiera ver, disimuladamente, esperaba; la forma en que Peeta Mellark veía a mi hermana y, más aún, la forma en que las mejillas de Katniss se coloreaban en su presencia o la forma en que su mirada se suavizaba y se endurecía alternativamente cuando miraba a Peeta o a su hermano.
Sin embargo, no alcancé a comprenderlo por completo hasta que ocurrió lo del incidente con Tax y entonces mi hermana dejó de lado, hasta cierto punto, el secretismo que rodeaba toda su relación con Peeta y empezó a visitarle. Entonces fue cuando sobrevino la verdadera magia.
Si aquellas noches robadas en quién sabe qué lugar habían logrado apartar la persistente tristeza en la cara de mi hermana, las visitas a un Peeta convaleciente y, luego, el par de horas por la tarde en que Katniss desaparecía en cuánto él se hubo recuperado que pasaba sin duda viéndole a él, habían conseguido convertirla en un ser que brillaba, como si llevara alguna luz escondida en su interior que, solo hasta la aparición de Peeta en nuestras vidas, hubiera sido alimentada con el combustible correcto.
—Estás sonriendo.
Me sorprendo cuando Rory me habla.
—¿Hum?
—Llevamos un buen rato caminando y de repente, algo ha pasado por tu cabeza que te ha hecho sonreír.
Me sonrojo.
—Estaba tratando de pensar en cosas agradables— le digo.
—Nada que haya por aquí.
—Excepto por ti— le suelto sin pensar y noto como, bajo la iluminación artificial, las puntas de las orejas se le ponen rojas.
No hemos tocado, para nada, mi declaración del día de las entrevistas. Ni para bien ni para mal. Lo cual, si lo piensas, es una ventaja, pues el Rory furioso después de esa noche aún me hace sentir incómoda y, si me permito admitirlo, algo dolida.
—Entonces… ¿estabas pensando en mí?
Me río, tratando de aparentar una ligereza que no siento.
—En realidad, estaba pensando en Peeta.
El ceño de Rory se frunce.
—Ah… ¿a ti también te gusta?
No puedo evitar picarlo un poco.
—Como ya le dije al país entero, quien me gusta de esa manera eres tú— resulta, por algún motivo, más sencillo el soltárselo así, cuando sé que el Capitolio tiene las antenas levantadas en nuestra dirección. Con suerte, si logramos ser lo suficientemente interesantes, no nos soltarán nada peligroso como otro muto o activarán alguna trampa, ante la ausencia de otros tributos en esta zona—. Pero, por supuesto que me gusta Peeta.
Rory no se detiene en su andar, pero lo ralentiza. Está claro que he captado su atención.
—Bueno— dice finalmente—. Supongo que es agradable a la vista.
Me río.
—Pues sí que lo es. Pero creo que es más que eso, en el último año ha sido mi Hacedor de Milagros ¿sabes?
Mi compañero frunce el ceño y, cuando no consigue comprenderlo, finalmente suelta un suspiro y voltea a verme.
—No te sigo.
Me muerdo el labio.
—Cuando Gale… cuando tu hermano— aclaro para la audiencia que, está claro, no tiene idea de a dónde se dirige esta conversación—, murió, mi hermana estuvo a la deriva por semanas. Ya sabes que los accidentes en la mina no son frecuentes, pero suceden— vuelvo a aclarar. Si Rory nota que estoy tratando de que la historia resulte lo menos críptica posible para quienes no la conocen, no llega a decirlo. Me observa con atención, sin detener sus pasos, aunque lo cierto es que cada vez vamos más y más despacio—. Estaba pensando en cómo, después del primer mes, ella empezó a encontrarse, no bien… pero sí algo mejor. No llegué a entender que se trataba de que había empezado a acercarse a Peeta hasta que resultó tan evidente que, después, me sentí algo culpable por no estar enterada de nada. Aunque, si lo analizas en retrospectiva, las señales estaban ahí. ¿Sabías que Peeta lleva enamorado de mi hermana desde el primer día del jardín de niños?
Rory se ríe. Un sonido ronco y real. Nada de sonrisas forzadas.
—La verdad es que no sabía que iba tan atrás, pero sí sabía que a él le gustaba.
—¿En serio?
—A veces, cuando Katniss iba por ti a la escuela, lo veía cerca, mirándola. No de una forma espeluznante— se apresura a aclarar—. Sino como si estuviera intentando armarse de valor para ir a hablarle.
—Nunca lo hizo— le digo con tristeza.
—Bueno, en algún momento tuvo que hacerlo. Debe ser raro tener a alguien pegado a la cara sin haberle hablado antes.
Me río.
—A mí también me sorprendió la primera vez que los vi besarse. Una sorpresa agradable, a decir verdad.
—¿Crees que lo hacían? ¿Antes de la explosión?
Me he perdido. No, ¿qué no acabo de decir que fue hasta después de la muerte de Gale que Peeta y mi hermana empezaron a acercarse?
—¿Qué cosa?
—Gale y Katniss— dice Rory—. ¿Crees que cuando pasaban el rato los domingos— él tiene el cuidado de no mencionar nada sobre las incursiones ilegales de caza de nuestros hermanos—, hacían algo como eso? Ya sabes, besarse.
—No, no lo hacían.
—¿Cómo estás tan segura?
—Porque la primera persona a la que ella besó fue a Peeta— de repente, me parece mal el estar hablando aquí, frente a toda esta audiencia, sobre la intimidad de mi hermana.
—¿Se lo preguntaste? —continúa Rory. El tema, sin duda, ya no me hace sentir cómoda. No debería estar revelando todo sobre mi hermana, mi hermana que odia al Capitolio y que odia a los Juegos, justamente en el corazón de las dos cosas.
—No fue necesario— le digo, tajante—. Katniss, a pesar de ser reservada, lleva pintadas las cosas en la cara cuando ve a Peeta. Nunca, antes de él, la había visto mirar así a nadie más y estoy segura de que ella no andaría besándose con alguien a quien no quisiera— le corto y me quedo callada.
Rory no lo deja estar.
—Siempre pensé que acabarían casados.
—¿Con Gale?— le digo, irritada porque él quiera seguir con el tema—. No. Yo nunca lo pensé así.
—¿Qué tenía de malo Gale? —pregunta repentinamente protector.
—Nada— replico—. Pero no era la persona correcta para Katniss, ambos eran demasiado parecidos.
—¿En qué? ¿En que los dos eran de la Veta? Gale era una buena persona, habría sido un buen esposo.
Me siento repentinamente alarmada por el cariz que ha tomado la conversación.
—No he dicho lo contrario. Por supuesto que Gale era una persona genial. Hizo todo lo que pudo para encargarse de tu familia cuando su padre murió, del mismo modo en que lo has hecho tú después de que muriera él. Con solo catorce años, cuidó de sus hermanos pequeños y de su madre, igual que tú has hecho con Hazelle, con Vicky y Posy— bien, con eso puedo ayudar a que la gente en la audiencia lo quiera un poco más—. A pesar de que las oportunidades en el Doce son pocas para los menores de edad, sé que los dos se esforzaron mucho. Y antes de morir, Gale ya llevaba un par de años en las minas, siempre trabajando sin quejarse— le digo, aunque lo cierto es que no tengo ni idea de si se quejaba o no. La relación de Gale era estrictamente con Katniss. De nuevo, no puedo evitar las comparaciones. Recuerdo la forma en que Katniss empezó a aparecer con pequeños regalos horneados, siempre en cantidades suficiente para que mi hermana, siempre preocupada por mí, pudiera compartirlo. Galletas con chispas de colores, panecillos de queso, un pan salpicado con moras silvestres que, sospechaba, mi propia hermana había llevado a la panadería—. Pero creo que simplemente no era la persona correcta.
—Si Gale hubiera estado, seguro que ahora ellos dos no estarían juntos.
Mi presencia de ánimo se por el desagüe con esa aseveración. Me sienta como un puñetazo.
—Eso es muy injusto— le digo.
Rory parece sorprenderse con el tono, dolido y enojado en mi voz, pero insiste.
—Si mi hermano hubiera estado, Peeta no habría tenido la oportunidad de acercarse. Hubieran sido solo Gale y Katniss, como siempre.
Mi genio, normalmente suave y llevadero, estalla.
—Pero ¿a ti que es lo que te pasa? ¿Acaso preferirías que mi hermana siguiera triste todo el tiempo? No estoy diciendo que la muerte de Gale me parezca bien, ni mucho menos. Pero una cosa no tiene nada que ver con la otra.
—¡Por supuesto que tiene todo que ver!
—No— le digo, dedicándole una mirada cansada—. Creo que, si las cosas hubieran sido diferentes, ella y Peeta habrían encontrado la manera de estar juntos de todas formas. El amor es así.
—Entonces ¿Gale no importa? ¿El amor de Gale no importa?
—¿Por qué estamos siquiera discutiendo sobre esto?
—Tú dime— replica él—. Tú eres la que acaba de restarle importancia a la vida en de mi hermano.
—¡No he hecho tal cosa!
—Has dicho que no tiene nada que ver.
—Rory— le digo, ya por fin deteniendo nuestra marcha—. Katniss y Gale se conocían desde hace años… Creo que Katniss pasaba de los doce cuando empezaron a hacerse amigos, así que ¿seis años? ¿No te parece tiempo suficiente para haber dicho algo?
—No le gustó siempre— se defiende él―. Y tú misma has dicho que a Peeta le gustaba Katniss desde el jardín de niños. ¿Todos esos años tampoco fueron suficientes?.
—Esto es completamente absurdo. ¿En serio estamos discutiendo sobre si fue justo o no que mi hermana empezara a estar con su novio después de que tu hermano murió?
Rory no dice nada.
—Sí, ya me lo parecía. Estoy cansada y tú tienes que dormir. Descansemos aquí. No veo cambios en la Arena. Tal vez mi teoría estaba equivocada. Tal vez esto es todo lo que hay.
—Prim no…
—Ya no quiero seguir hablando, Rory— le digo con una mirada helada.
Él me ve, herido.
—Podemos…
—Descansar— le corto, quitándome la mochila y apoyándola contra el tronco de uno de los árboles metálicos. Le doy una mirada anhelante a la botella con agua, pero ya nos va quedando tan poca que es mejor reservarla. No hemos encontrado fuentes de agua en este lugar. En su lugar, tomo uno de los paquetes de carne seca, parto la porción a la mitad y le paso, sin mirarlo, su ración—. Cómetelo y duerme— le digo mientras intencionadamente, le doy la espalda para reacomodar el contenido de mi mochila.
No sé en qué momento la conversación se ha torcido tanto. Ruego, silenciosamente, a que en alguna parte de la Arena estén pasando cosas más interesantes que nosotros dos, porque no quiero que emitan ni una palabra de lo que hemos dicho. Pero el silencio de la noche, incluyendo al cañón que ha estado obstinadamente inactivo, me dice que no tendré tanta suerte.
Me asusto ante la posibilidad de que, en algún lugar, a tres mil kilómetros de aquí, en mi distrito, mi hermana esté viendo, herida, cómo he aireado su relación con dos chicos en la tele.
Peeta POV
La casa de Haymitch Abernathy es, exactamente, lo que cabría esperar después de verlo a él en persona.
Hay charcos de vómito en todas partes, que tengo que cubrir con papel periódico viejo para no ir a resbalar mientras voy de aquí allá, intentando encontrar alguna pieza que me sirva.
Algunas cosas afortunadas me hicieron elegir esta casa y no las demás de la Aldea de los Vencedores para este propósito. La primera, es que no tuve que romper ninguna ventana para poder colarme en su interior. La ventana que Katniss y yo rompimos en la casa de al lado, fue descubierta en algún momento y reemplazada por una nueva. La verdad, espero, sinceramente, que nadie haya sido castigado por el vandalismo que cometimos. Al menos, no he escuchado nada al respecto, simplemente reemplazaron la ventana que Katniss había quebrado para poder abrirla desde adentro y colarnos en la casa, pero no antes de que ella y yo encontráramos el juego de tres llaves en uno de los muebles de la cocina. Una de la puerta principal, una de la puerta trasera y una de una gran caja plateada escondida en un mueble de cocina, de aspecto pesado, que supongo que servirá para que los Vencedores puedan guardar cosas valiosas.
Habíamos tomado la llave de la puerta trasera y nos había costado un pavo silvestre entero el sacar una copia en la cerrajería del pueblo, pero a Katniss y mi nos preocupaba demasiado que descubrieran que una de las llaves originales fuera echada en falta como para simplemente andar por ahí con el original.
"Es trabajo bien invertido", había dicho ella cuando yo me quejé de que tuviera que renunciar a un canje que, sin duda, ayudaría mucho en su casa y mi corazón había tartamudeado ante la expresión en sus ojos al negar con la cabeza y abrazarme. Había colgado la llave de una vieja cadena metálica y me la había puesto alrededor del cuello. La llevaba encima todo el tiempo, pues los momentos que podíamos pasar juntos muchas veces eran imprevisibles y lo mejor era simplemente poder echar a correr a la Aldea de los Vencedores para disfrutar, aunque solo fueran unos minutos, a solas.
De alguna manera, se sentía irreal el hecho de que se tomara tantas molestias por poder estar juntos.
Después del invierno, habíamos intercalado nuestras visitas a nuestra casita de cuatro paredes en el bosque, mucho más cerca que la cabaña en el lago, con aquellas que llamábamos El Refugio, la casa en la Aldea de los Vencedores. Intentábamos que nuestras visitas a la Aldea fueran las menos frecuentes, preocupados por la posibilidad de que la misma persona que había descubierto la ventana rota, se enterara de los dos jóvenes adultos, desesperados por un espacio para poder saciar su necesidad del otro, que se colaban a escondidas en la lujosa cama y que luego se encargaban de dejar todo limpio y ordenado. Inclusive, a veces, nos llevábamos las sábanas para lavarlas y luego las volvíamos a poner, bajo el cobijo de la noche, siempre nerviosos por la posibilidad de que los Agentes de la Paz nos pillaran, pero la verdad era que la protección que ofrecía la casa de Haymitch Abernathy, justo al lado, nos había venido bien.
Los Agentes casi nunca patrullaban por aquí. De hecho, Katniss y yo habíamos podido montar, con bastante precisión, los horarios de patrulla en esta zona del Distrito 12. Y nunca iban más allá de la tercera casa, mientras que la que habíamos elegido nosotros era la quinta de la derecha y la casa de Haymitch, la sexta. Así que solíamos estar seguros.
La segunda cosa afortunada, había sido que Haymitch había dejado la puerta abierta. Ambas en realidad, la trasera y la frontal. Me había sorprendido por aquel hecho cuando mi mano había empujado la que daba al pequeño patio trasero y la puerta se había entreabierto, sin más, hasta que la peste me hizo retroceder. Entonces había quedado muy claro que a nuestro único Vencedor le importaba de poco a nada cualquier cosa que hubiera en el interior de su casa y que, probablemente, poco quedaba de valor que pudiera sacarse de ahí sin levantar sospechas. No es que mi intención fuera robar. No realmente.
En la cocina, había un mueble, alto y blanco, en donde, cuando abrías la puerta, se encendía una luz. En el caso de Haymitch, se encontraba lleno a rebosar de botellas medio vacías del licor blanco de Reaper, y a mí me había costado hacer la conexión entre aquel lujoso aparato y el modesto refrigerador que teníamos en la panadería y el otro, mucho más pequeño, que teníamos en mi casa, encima de la panadería. Supuse que los cortes eléctricos eran aún más infrecuentes en la Aldea de los Vencedores de lo que resultaban en el centro, el área en dónde se concentraban los comerciantes.
La tercera y última cosa que me había hecho elegir este lugar había sido que todas las cortinas estaban cerradas. Como si a Haymitch le molestara o la luz, o cualquier mirada indiscreta. Probablemente, lo primero, considerando que siempre se hallaba borracho o con resaca.
Encontrar algo que sirva para mis propósitos es complicado en medio del estropicio y ruego porque las baterías de la linterna que encontré en uno de los armarios no se vayan a quedar sin carga. He encontrado también unas cuantas de repuesto, pero estoy intentando reservarlas para otra cosa.
La radio, ese objeto raro y que ahora está cuidadosamente resguardado en el mismo tronco hueco en que Katniss esconde sus armas, bien envuelto en una mochila impermeable por si empezara a llover, necesita piezas si quiero conseguir que funcione no solo para recibir, sino también para enviar señales. El problema es que mi educación en el Doce ha sido tan mediocre que no tengo mucha idea de lo que estoy haciendo y mi única ayuda es el pequeño folletillo que he encontrado prácticamente escondido en la biblioteca de la escuela y que he recordado solo porque las ideas parecen fluir en este momento de necesidad.
Encuentro en el suelo lo que parecen ser los restos de algún otro aparato eléctrico que Haymitch ha reventado contra una de las paredes y pienso, con amargura, en cuántas de las piezas rotas pudieron haber servido si tan solo los demonios que Haymitch trajo consigo de sus Juegos, no persistieran más de un cuarto de siglo más tarde.
Luego, me doy cuenta de que las cosas que vivió debieron ser en verdad terribles y que no tengo derecho a juzgarlo.
Continúo seleccionando pequeñas piezas de plástico y metal, echando en el morral las que creo que podrían servir para algo y dejando en un montón las que se han roto o no se parecen a las sencillas ilustraciones del folletillo.
Ni siquiera sé con quién es que planeo comunicarme. Aún en el improbable caso de que logre que, en efecto, la radio funcione, ¿quién podría estar al otro lado que pueda ayudarme en algo para traer a Prim y a Rory a casa?
Pero la posibilidad, el solo ayudar a mi padre con la colecta que está haciendo poder enviarles comida a los chicos en la Arena; o simplemente sentarme a ver los Juegos, parece insoportable.
Así que continúo eligiendo piezas que no sé bien para que sirven, como si de alguna manera, a pura fuerza de voluntad, yo pudiera desarrollar alguna de las habilidades tecnológicas del Distrito Tres, de dónde, sin duda, han salido la radio y todas estas piezas.
Me muevo, metódico y en silencio, dentro de la casa y es, gracias a ese silencio, que consigo escucharla.
Es solo una palabra, pero está dicho a un volumen lo suficientemente alto como para que se me ericen los vellos de los brazos y el corazón se me acelere.
Es mi nombre. El tono de voz, unido a la urgencia con que lo dice y a años y años de ponerme en sintonía con su precioso sonido, es lo que hace que sepa que no me ha descubierto un Agente de la Paz. Me abalanzo a la ventana y descorro, apenas un poco, la cortina que cubre aquella que he abierto para ventilar la peste a la que, dolorosamente, ya me he acostumbrado.
La veo, mis ojos parecen estar entrenados para siempre encontrarla y como no está escondiéndose, ahí en la casa de al lado, nuestro refugio, es fácil encontrarla. ¿Qué está haciendo Katniss aquí? Me he dejado la puerta sin llave, así que me encuentro razonablemente seguro de que no ha tenido que romper otra ventana para entrar, pero, de todas maneras, me late el corazón en la garganta.
—¿Peeta?— la voz no es un grito, pero tampoco es un susurro y la sangre me bulle en los oídos. Es evidente que me está buscando, en nuestro lugar, porque ¿qué podría estar haciendo yo en casa de Haymitch Abernathy?
Me arriesgo y saco la mitad del cuerpo por la ventana.
—Katniss— ella, mucho más acostumbrada que yo a prestar sus oídos a los sutiles sonidos del bosque, me escucha sin problema y se gira, buscándome. Debo llamarla una segunda vez para que descubra que mi voz no viene del interior del Refugio, sino de la casa de al lado.
Cuando me ve, me sorprende la forma en que su mirada inicial pasa del afecto a la sorpresa y luego es emborronada por una mueca en la que me indica que se siente traicionada.
Mierda.
Me observa, desde la otra casa y se acerca al ventanal. Me indica, en señas, que la encuentre ahí, pero no quiero… no quiero llevar estas ideas, estos sentimientos y lo que, sin duda, se convertirá en una pelea, a un lugar que solo tiene recuerdos felices. Así que en lugar del asentimiento que ella espera, niego con la cabeza y le señalo la parte trasera de la casa, invitándola a venir.
Parece molesta, pero asiente y la veo desaparecer a través del ventanal.
Tomo aire antes de meter la cabeza en la casa de nuevo y el olor de la miseria humana de Haymitch me hace sentir mareado cuando voy hacia la puerta trasera y la abro. Tal vez, si seguiré aquí, lo más sabio sea limpiar toda esta porquería.
Katniss, rápida como ninguna, ya está prácticamente afuera de la puerta cuando le abro y hace una mueca cuando la golpea la terrible peste. Con su excelente olfato, casi puedo ver cómo le lagrimean los ojos.
—¿Qué estás haciendo aquí? —es lo primero que me dice.
Me sonrojo, pero extiendo la mano en una silenciosa invitación que hace que me regrese el alma al cuerpo cuando ella acepta mis dedos extendidos, rodeándolos con los suyos.
Decido llevarla a la parte de la casa que, por algún motivo que se me escapa, es la única que no huele tan mal y entonces subimos juntos los escalones que llevan al piso de arriba. Katniss parece confundida cuando nos meto a ambos en el interior del baño del cuarto principal. Al parecer, Haymitch prefiere vomitar en el suelo, en los muebles o en las paredes antes que en el sanitario de cuidada losa blanca. Asumo que, la mayor parte del tiempo, se la pasa demasiado borracho y que suele usar el baño en la planta baja, porque, en realidad, la parte de arriba no está, ni por asomo, tan sucia como la de abajo. Hay botellas de licor blanco en el suelo, pero, en general, el baño se encuentra bastante limpio.
Katniss me suelta la mano al entrar.
Cierro la puerta detrás de mí y veo a la chica que me observa con los ojos entrecerrados mientras distribuye el peso de su pequeño cuerpo, de un pie, al otro, de un pie, al otro…
—Katniss— le digo con un suspiro.
—Has estado guardando un secreto— me acusa ella.
¿Qué puedo decirle?
—Lo siento. Ni siquiera sé si va a funcionar. No quería darte esperanzas a menos que sirvieran para algo.
—Pues por lo menos explícame que es lo que has estado haciendo— replica ella, que luce más y más enojada con cada segundo que pasa—. ¿Qué rayos estamos haciendo en la casa de Haymitch Abernathy? ¿Por qué estamos en su baño? —dice arrugando su pequeña nariz.
—Creo que es la única parte de la casa que no apesta… tanto.
—¿Cómo puede vivir así?
—No lo sé— admito.
—Olvídalo, ni siquiera me interesa. ¿Qué estamos haciendo aquí, Peeta?
Entonces se lo explico. Le explico cómo, en uno de los pocos momentos en que la dejé después de que empezaran los Septuagésimo Octavos Juegos del Hambre, recordé la alta torre metálica que se divisaba a lo lejos en el bosque, en esos momentos en que nos íbamos hasta el lago y cómo eso me había dado la idea de la radio.
—¿Torre? —Katniss parece genuinamente sorprendida.
—La naturaleza la ha reclamado— le digo—. Está, en su mayoría, cubierta por enredaderas. Pero la noté aquella vez en que nos quedamos hasta muy tarde en la casita en el lago— y ella se sonroja. Nos habíamos abstraído tantas veces que, cuando emprendimos nuestro regreso, ya era noche cerrada—. Y me sorprendió porque se encendió.
—¿Se encendió?
—Una pequeña luz roja, muy cerca de la punta. Creo que sigue operativa.
—No tiene sentido— replica ella— está mucho más allá del límite septentrional del Doce, Peeta.
—Lo sé— le respondo yo—. Y de todas formas ¿para qué necesitaríamos una antena de transmisión tan adentro en el bosque del Doce? El tema es— le digo yo—, que está tan lejos que creo que ya eso ni siquiera es terreno de nuestro distrito— le digo.
—No te sigo.
—Katniss— le digo—. Creo que esa antena pertenecía al Distrito Trece.
¿Ya les dije que amo y venero al Nanowrimo? Poquito a poco, creo que estoy recuperando la capacidad de escribir, pero ustedes juzgarán eso.
En otras noticias, además del capítulo que acaban de leer, tengo tres más ya terminados y empezaré uno nuevo mañana. Así que estoy feliz como una lombriz porque la historia va avanzando, a paso lento pero seguro, en dos espacios: el Doce con Katniss y Peeta y la Arena con Rory y Prim. ¿Qué les ha parecido la narrativa? Se nota que la E detrás de la redacción es una persona mayor y... nah, madura no.
De verdad no tengo palabras para agradecerle a toda la gente increíble que ha estado comentando desde hace meses en capítulos viejos y a isavd, AlwaysEverlark, ForeverPeeta, karoSwan, MissCaroline, Layla M y MellarkStJames, por los preciosos reviews que me dejaron cuando yo esperaba, más o menos, 0 reviews después de tan larga ausencia.
Mi plan, sin duda, es terminar esta historia, que tengo que admitir que, aún y cuando la haya escrito yo, me tiene cautivada e intrigada XD.
Alégrenme el día y cuéntenme que teorías tienen sobre lo que va a pasar ahora en casa de Haymitch.
Gracias, de todo corazón, por acompañarme en este viaje.
Un abrazo, E.
