Disclaimer: los personajes y el Universo Panem son propiedad de Suzanne Collins.
Esta historia participa en el reto "Pidiendo Teselas" del foro "El diente de león".
Capítulo 27
Prim POV
Ribbon, del Ocho; Almond y Vine del Siete. Me cuesta un poco de trabajo el recordarlo a él, mucho más delgado y menos fibroso que su compañera de distrito. Las dos chicas, que lucían fuertes y llenas de confianza en el Centro de Entrenamiento, tienen ahora el rostro amoratado. Almond cojea un poco de un pie, no sé si a causa de la misma carrera demencial que acabamos de tener Rory y yo, o si habrá sufrido algún otro accidente antes.
Ribbon, que ahora lleva una especie de turbante que debe haber hecho con la tela del chaleco, que no trae puesto, tiene un largo tajo en la mejilla, en donde la sangre se le ha coagulado en partes y le chorrea por el mentón, supongo que ahí donde ha vuelto a sangrar a causa del aumento en su presión sanguínea durante la carrera.
Los árboles siguen soltando sus llamaradas a nuestro lado y, por un momento, los veo dudar sobre si acercarse o no hacia el terreno pelado en dónde, claramente, los Vigilantes han decidido que nos enfrentemos.
Me parece extraño que nos teman cuando están en clara ventaja numérica hasta que recuerdo que Rory estuvo enzarzado en una pelea con un Profesional, de la que salió vivo además, justo en el centro de la Cornucopia, ahí donde todo el mundo podía verlo.
Y luego está mi temible calificación en las rondas individuales.
Ribbon y Almond, para quienes lo único importante en el entrenamiento eran las habilidades para la matanza, han de creerme mortífera.
Veo a Rory sacar uno de sus cuchillos y mi mano se dirige instintivamente al cinturón de armas en donde he asegurado el afilado escalpelo.
Con una fuerte crispación, me doy cuenta de que la presencia de esta arma en la Arena se debe, única y exclusivamente, a la habilidad que demostré en el Mapa Anatómico. Están deseando que me vuelva una asesina. Pero ¿no lo he hecho ya? El rostro de Welle en mis pesadillas está ahí solo debido a la culpa que siento.
Aunque…
Me detengo para analizar que, lo más probable, es que el puñetazo en el oído que la desequilibró y el posterior empujón, no quedaron muy impresionantes en el Baño de Sangre. No les di sangre. Welle murió a causa de la disposición de la Arena y no a mis increíbles habilidades para matar.
El vómito forma una bola en mi garganta que me obligo a tragar, a pesar de mi asco, cuando pienso que la clara animadversión que Ribbon y yo nos mostramos es lo que, muy probablemente haya causado este encuentro. Quieren que la mate. A ella o a parte de su alianza.
Nos encontramos. Ribbon lleva una cosa pequeña en las manos y Almond tiene un hacha que casi parece como las que he visto en la carnicería de Rooba, apenas lo suficientemente grande como para partir filetes, aunque debo asumir que se encuentra bien afilada. A Vine no consigo verle arma alguna.
―Rory.
―Lo sé― dice él.
Ni siquiera sé que es lo que me está diciendo que sabe. Su nombre en mis labios ni siquiera trataban de expresar una idea en concreto. Lo único que quería era decirlo, como si su sonido me calmase.
¿Qué sabe?
―Zafiro, Acero― Ribbon es la primera en componerse y suelta nuestros apodos con un tono que intenta ser burlón, pero que no consigue disimular su resentimiento. Respira más agitada que los otros dos y recuerdo que, en el Ocho, su industria son los textiles, así que debe estar más acostumbrada a trabajar en cadenas de producción que, como Vine y Almond, a talar y aserrar árboles, de manera que su labor es mucho menos demandante a nivel físico. Sea como sea, es evidente que ella también tiene más sangre fría que ellos dos, que comparten una mirada de algo parecido al miedo cuando me ven.
―Ocho, Siete― los saluda Rory y Almond hace una mueca―, ¿a ustedes también los ha sorprendido el clima?
No me sorprende precisamente que la broma salga de la boca de Rory. Siempre, desde que era más pequeño, había sido el bromista de su familia. Mucho menos serio que Gale sin llegar a tener la suavidad de Vick o la inocencia perenne de Posy.
―Sí, un poco más cálido de lo que solemos tener en casa― acepta Ribbon y sujeta con más fuerza el arma que tiene en la mano. Es una especie de picahielo, con un mango de madera y una punta afilada.
Observo la media docena de cuchillos que Rory tiene colgado del cinturón, la pareja de cuchillos que yo tengo en el mío y el escalpelo, que se siente más natural en mi mano, gracias al que mamá, aunque viejo y algo oxidado en la empuñadura, guarda con celo en nuestra alacena. Almond ve con enfado el hacha, casi olvidada, que traigo colgada en la cintura y que solo guardo porque fue la primer arma con la que me tropecé en la Cornucopia.
Entiendo entonces la mirada de terror en los rostros de nuestros ahora adversarios. A sus ojos, somos tan malos como los profesionales, armados hasta los dientes y con puntuaciones altas. Me pregunto que clase de teoría podrán tener sobre las actividades secretas que podamos realizar en el Doce para tener un paquete de habilidades que haya conseguido impresionar a los Vigilantes.
Ribbon, la más bravucona de los tres, no parece dispuesta a dejar traslucir el miedo que le damos. Se endereza, cuan alta es, y me sorprendo porque la última vez que la tuve cerca, la noche de las entrevistas, iba montada en unos aterradores tacones de doce centímetros que hacían que me sacara algo de altura. Ahora, con las botas del uniforme que nos dieron para la Arena, me doy cuenta de que es bastante más baja de lo que soy yo.
Pienso, con nostalgia, que gran parte de mi desarrollo físico, si no todo, se lo debo a mi hermana. Si ella no hubiese estado siempre al pendiente de que yo tuviera que comer, ¿qué tan pequeña y enjuta habría llegado a este lugar?
Me sorprendo cuando Ribbon le pasa a Vine su punzón, que lo observa con tanta extrañeza en su mano como si de repente le hubiera brotado un sexto dedo justo en la palma.
―Hazte cargo― le ladra―. ¿Qué no estabas diciendo que no eras un inútil? Pues encárgate de demostrarlo.
Rory reajusta su postura y enarbola, con movimientos de experto, su propio cuchillo con una mano mientras se lleva la otra, la no dominante, al cinturón, listo para sacar otro.
―Ribbon― se queja Almond mientras se aferra con ambas manos a su hacha, tan pequeña que está claro que no está pensada para usarla con las dos. Recuerdo el cardenal de Denim, el compañero de distrito de Ribbon, que ahora está muerto, y una punzada de enojo me brota del pecho. Nadie me quita de la cabeza que ella le hizo daño a su propio compañero antes de entrar a la Arena. ¿Quién haría algo así?
Los árboles a nuestro alrededor empiezan a apagarse y el corazón se me acelera, porque no lo hacen poco a poco, sino de repente, como una estufa a la que le quitan el combustible, tal vez gas, de golpe. Los árboles siguen brillando al rojo vivo, como el atizador que a veces mi madre calienta cuando tiene que cauterizar heridas. Está claro que toda esta cháchara está hartando a los Vigilantes, que ya quieren ver un enfrentamiento.
Ribbon, claramente insatisfecha, alarga un brazo y empuja a Vine, que trastabilla y avanza un paso y luego recula, como un conejo asustado. Se le cae el punzón que le ha pasado su aliada y, en lugar de agacharse a recoger una de las dos armas que tienen para ellos, lo observa con expresión dolida. Lo veo negar con la cabeza.
―Vine― me escucho decir―. Vine, si no quieres pelear, hazte a un lado― le digo con suavidad―. No te haremos daño.
Rory, Ribbon y Almond voltean a verme como si me hubiera vuelto loca y algo en la expresión de Almond se endurece. Rory me empuja fuera del camino un segundo antes de que la chica del Siete se abalance contra mí, con su diminuta hacha en mano. Falla, pero solo gracias a la agilidad y rapidez de Rory, que nos hace rodar por el suelo y se levanta, como lo hace Buttercup cuando da una voltereta cazando moscas en nuestra casita en la Veta.
Me levanto, con toda la rapidez de la que soy capaz y descubro a Vine vomitando ruidosamente en su lugar y a Rory peleando con Almond. Tiene un tajo rojo en el antebrazo del lado izquierdo, pero ni siquiera parece en reparar en él. Ribbon me ve por un segundo, el segundo que tardo en tomar el escalpelo, no como un lápiz, sino en mi puño cerrado, lista para clavarlo en donde haga falta.
Noto como los ojos de Ribbon se fijan en mi mano y luego se voltean hacia Vine, que sigue vomitando con violentas arcadas y los ojos llenos de lágrimas. Intento elegir un objetivo, de verdad que sí, pero, cuando los veo, solo puedo reparar en la herida que sangra en la cara de la chica y en cómo Vine está seguramente tan asustado que no puede dejar de temblar.
Mi momento de duda es lo que Ribbon necesita, porque entonces se inclina y coge, sin asco alguno, el punzón cubierto de vómito y decide intervenir en la pelea de Rory con Almond.
El instinto se hace cargo entonces y, como un resorte, salgo a su encuentro, bloqueándola.
―Escucha Princesa― me dice ella y yo frunzo el ceño. Ella recula, poco dispuesta a ponerse a mi alcance y de nuevo, parece querer saber de qué es de lo que soy capaz, porque está claro que no parece entender porque la chica que obtuvo aquella particular nota en los entrenamientos, estuvo diciéndole hace un segundo a Vine que no le haría daño―, si prometes ser buena, seguro que puedo darte una muerte rápida.
No le respondo nada porque ¿qué le dices a alguien que está prometiendo matarte rápido? No me atrevo a despegar la vista de Ribbon para ver si Rory está bien, porque Almond, aunque asustada, era ya una rival que considerar, más fuerte y en forma que la mayoría de los otros Tributos.
―¿Qué? ¿Te ha comido la lengua el ratón? Nos encontramos con un montón de esos ¿sabes? Al principio, cuando los vimos, ese― dice apuntando a Vine, que está desplomado en el suelo, con la mejilla cerca de su charco de vómito―, dijo que igual podíamos atrapar algunos y comérnoslos. Pero no eran ratones comunes y corrientes― se estremece―. Uno me hizo esto con una de esas garritas asquerosas― dice llevándose la mano a la cara y embarrándose la sangre nueva que le ha brotado―. Pero Cecelia me ha dicho que si salgo de aquí, lo primero que harán será darme un buen pulido.
Me sorprendo cuando me doy cuenta de que, para ella, gran parte de todo esto se reduce a la vanidad. La recuerdo subiendo al escenario con sus altos tacones el día de la Cosecha, presumiendo de la marca de los zapatos y el vestido que le dieron para la entrevista y tomo nota del intento de estilismo que ha tenido justo ahora, con su chaleco cortado en finas tiras para entretejerlo con su pelo, como si ella prefiriera verse bien antes que estar calientita.
―¡Di algo, maldita sea!
Parpadeo.
―¿Qué quieres que te diga, Ribbon?
Una sonrisa engreída hace que le broten unas gotitas de sangre en la cara cuando tensa el rostro.
―Así que sabes mi nombre ¿eh?
―Me sé el nombre de todos― replico y reajusto mi posición cuando ella finta hacia un lado. Lo único de lo que estoy segura es de que mantendré a Rory en una condición justa de uno contra uno. Vine, está claro, no es una amenaza. Al menos no por ahora, pero estoy segura de que, si consigue derribarme, el siguiente movimiento de Ribbon será buscar la ventaja numérica junto con Almond―. Me los aprendí el día de la Cosecha. Mi mentor me dijo que era un problema que me fijara tanto en las cosas, que solo haría las todo más difícil después. Por ejemplo― le digo―, ¿sabías que Vine es el mayor de cuatro hermanos? Tiene una hermanita que aún estaba colgada del pecho de su madre el día de la Cosecha. Lo vi cuando enfocaron a las familias, como siempre hacen. También vi a tu papá y supongo que a tu hermana.
Ella aprieta los dientes y suelta una respiración sibilante.
―Bueno, al menos creí que eran tu papá y tu hermano. Igual nunca ponen quienes son, nunca parece importarles. Cuando fui yo, presentaron a mi hermana y a su novio. Mi mamá no salió en la toma.
Ni siquiera sé por qué le estoy diciendo esto, más que para cabrearla por lo que podría perder si no gana. Escucho que Rory y Almond siguen peleando, detrás de mí, y oigo el chisporroteo de algo líquido sobre la superficie caliente de los árboles seguido del grito de dolor de Almond. Solo tengo tiempo de sentir algo de alivio porque no se trata de Rory antes de captar la mirada enfadada de Ribbon y moverme, un segundo demasiado tarde, cuando ella carga contra mí.
Katniss y yo nunca tuvimos juegos físicos como Peeta y Tax, o como veía de vez en cuando a Rory con Vick cuando éramos más pequeños, esos que hacían que rodaran como cachorros por la Pradera mientras se reían, así que la pelea cuerpo a cuerpo me resulta una situación poco conocida. Pero tengo el sentido común de aferrarme a mi escalpelo cuando ella me derriba, aunque no llego a hundirlo en su vientre como, probablemente, debería haberlo hecho. Casi puedo imaginar a Haymitch maldiciendo frente a la pantalla.
"Maldita sea, Pastelito, córtale las tripas y acaba con esto"
Pero yo, tan acostumbrada a curar en lugar de a matar, no me veo capaz de usar el filo del escalpelo para cortar su ropa, piel y músculos, hasta llegar a las vísceras.
En su lugar, debajo de ella, mientras la siento arañarme el cuello, muevo mi brazo y, cuando la veo bajar el brazo izquierdo con el punzón, casi me sorprendo por el hecho de que mi brazo cobra vida propia y se alza.
No hay pensamiento que medie antes de la acción. Veo, en cámara lenta, como Ribbon baja el punzón hacia mi cara y entonces el escalpelo se mueve, con una precisión casi quirúrgica, como si me dispusiera a arreglarla en lugar de hacerle un gran daño y le cerceno el retináculo flexor, ese que esta tan cerca de la muñeca, que se encarga de cubrir los huesos del carpo y unir los huesos pequeños que forman los dedos. Le he destrozado el techo del túnel carpiano.
No es un corte muy largo, pero si es profundo y noto que, por un momento, Ribbon ni siquiera parece enterarse de lo que he hecho, para ella, apenas si le he hecho un rasguño justo en la mano, un intento desesperado por defenderme.
Entonces el punzón se le cae, cuando el tendón que controla sus dedos deja de funcionar.
Ella chilla y su grito me resuena en los oídos. La pateo, apenas lo suficiente para que se me quite de encima y acuno el escalpelo, ahora convertido en un arma y no en una herramienta médica, contra mi pecho.
Ella voltea a verme con los ojos desorbitados y la sangre procedente de su mano empando el suelo. Imagino que ella cree que no puede usar los dedos por el dolor. Pero el daño, profundo y a todas luces, malintencionado, le ha destrozado por completo el uso de su mano dominante. Ribbon tiene que ser zurda, la forma en que ha recogido y luego enarbolado el punzón me lo dice.
Le he inutilizado su mano. Si gana, es posible que el Capitolio pueda arreglar el destrozo o, tal vez, ella no tenga que volver a usar esa mano para nada.
Pero mis planes son que Rory o yo ganemos. Cualquier otra cosa resulta impensable.
Lo que le he hecho a Ribbon es casi una condena de muerte. La he dejado prácticamente indefensa en esta Arena y, si no muere por eso… seguro que la infección la matará de todas formas.
Veo como la camiseta blanca de ella se empapa de sangre cuando ella envuelve su mano en ella, intentando cortar la hemorragia. No ha recogido el punzón, demasiado ocupada en intentar ocuparse de sus heridas y me observa, como un animal acorralado, esperando a que la mate, sin lugar a duda.
Ni siquiera sé si ella alcanzará a entender porque es que los dedos de la mano han dejado de servirle. Me gustaría poder explicárselo como lo había hecho mamá para mí cuando yo era más pequeña y leíamos juntas aquel viejo libro de anatomía, tan manoseado que las hojas se mantenían en su lugar gracias a la banda de goma con que lo cerrábamos cuando terminábamos con él.
A ambas nos sobresalta el sonido del cañón.
―¡Rory! ―me volteo, como una idiota, para cerciorarse de que Rory, mi Rory, no haya sido el del corazón que se ha detenido.
Él tiene un corte sangrante sobre una ceja y otro, más profundo y preocupante, unos siete centímetros bajo el hombro. Pero está vivo.
Escucho, detrás de mí, como Ribbon se mueve y azuza a Vine, obligándolo a levantarse. Veo como, por un segundo, Rory sujeta con fuerza un cuchillo que acaba de sacar de su cinturón, como si se dispusiera a ir por ellos.
Por segunda vez en este enfrentamiento, hago que los Vigilantes me odien, porque lo detengo, más interesada en asegurarme de que está vivo que por ir eliminando a la competencia.
Escucho a Ribbon y a Vine empezar a correr y pienso en que la carrera aumentará su presión sanguínea y la hará perder más sangre.
Rory duda por un segundo, pero, cuando lo abrazo, se detiene.
―¿Estás bien? ―me pregunta y, cuando alzo la mirada, algo falta en ella. Me pierdo en sus ojos grises, rodeados de oscuras pestañas negras y, cuando el sonido de las palabrotas de Ribbon se pierde, lo sujeto cuando las rodillas le ceden y lo abrazo con fuerza, acunando su rostro y susurrando palabras de consuelo, aún y cuando él no llora.
Me obligo a ver el cadáver de Almond en el suelo.
Tiene el cuerpo lleno de cortes profundos, ahí donde Rory la ha alcanzado con el cuchillo o donde se ha cortado con su propia hacha, pero no tengo problema en identificar el que le ha causado la muerte: Almond tiene el cuchillo de Rory en la mano, ahí donde ella misma lo ha sacado de su lugar, alojado en el cuello, justo en la carótida. Ríos de sangre han brotado de su herida hasta matarla.
―Lo siento, lo siento― le susurro a Rory cuando unos terribles sollozos le sacuden el cuerpo. Mi escalpelo se cae al suelo, a nuestro lado, y yo abrazo su cabeza, que se ha hundido en mi estómago y lo presiono con fuerza cuando el suelo se abre, como varias piezas que se repliegan sobre sí mismas y se tragan el cuerpo de Almond.
Su mirada, sin duda, me perseguirá la próxima vez que sea mi turno de dormir, pero es un peso que acepto de buena gana. Las lágrimas de Rory me empapan el vientre y yo me quedo ahí, susurrándole que todo estará bien, aunque ambos sabemos que es una mentira horrible.
Peeta POV
Katniss se queda viendo la transmisión con rostro sombrío hasta que, finalmente, aparece el sello del Capitolio y el moderno equipo se apaga solo.
Entonces solo observa el aparato con el ceño fruncido.
Rory ha tenido que matar a una persona, y a pesar de que no ha sido un asesinato a sangre fría, sino que ha sido para proteger a Prim, resulta desgarrador el verlo llorar como si fuera un niño mientras hunde la cabeza en el vientre de Prim.
―¿Quieres ir a casa? ―le pregunto a Katniss al cabo de un minuto.
Ella niega con la cabeza.
―Oh… ¿Quieres quedarte aquí?
―No. Vayamos a nuestro lugar.
Por un momento, pienso que se refiere a la casa de al lado, pero entonces caigo en cuenta de que está hablando de bosque.
―Está demasiado oscuro.
―Tenemos una linterna. Y seguro que Haymitch tiene velas.
―Katniss…
―Por favor― suplica ella―. No puedo… No puedo ver a mamá o a Hazelle o a Vick y Posy… No puedo.
La atraigo hacia mí y le doy un fuerte abrazo. Me dirijo al aparador en que Haymitch guarda las velas, que seguro que nunca usa porque tiene demasiadas, todas nuevas.
Me repito a mí mismo que esto no es un robo y que, lo más probable, es que Haymitch Abernathy ni siquiera se entere de que le faltan un par de velas. Al final, termino prometiéndome que las repondré en cuánto tenga la oportunidad.
Katniss me toma de la mano con urgencia. Me cuelgo el morral, en dónde he metido el envoltorio con el secreto de Haymitch, que aún no hemos tenido la oportunidad de abrir, y ella lidera la marcha hacia afuera.
Resulta una ventaja que Katniss esté tan acostumbrada a transgredir la ley, porque ella es la que nos empuja detrás de un par de setos para escondernos cuando un solitario agente de paz pasa por la entrada a la Aldea de los Vencedores. Espero a que entre y haga su ronda habitual, pero no lo hace. Voltea hacia ambos lados, como si esperara que alguien estuviera vigilándolo y luego se apresura, sin correr pero casi, de regreso al pueblo.
Esperamos un minuto completo antes de que Katniss se levante y se deslice, como una sombra, cruzando por la parte trasera de las casas hasta que llegamos a la entrada, entonces nos detenemos otra vez, para asegurarnos de que no haya nadie que pueda vernos y echamos a correr.
Los lugares públicos están prácticamente desiertos y, cuando pasamos frente a la panadería, no me sorprende el ver que, a pesar de que casi todos los locales están cerrados, mi madre la mantiene abierta.
Cuando pasamos cerca de la estación central en que se reúnen los Agentes de Paz, es que nos enteramos de a qué se debe que no haya prácticamente ninguno de ellos en el pueblo y que la patrulla en la Aldea haya sido tan corta: los escuchamos gritarse unos a otros. Gritos animados.
Solo capto unas cuantas frases, pero es suficiente. Están corriendo apuestas sobre si Rory o Prim conseguirán coronarse este año. Se me revuelve el estómago:
―Primrose acabó con una Profesional en el Baño de Sangre― cacarea uno de ellos.
―Pero Rory Hawthorne se las arregló para matar a esa chica del Siete y dio un buen espectáculo, ¡hasta se las arregló para quemarle la espalda con uno de esos árboles!
―Si pateas a alguien que está a punto de rebanarte el cogote con tu propio cuchillo y resulta que ese alguien se quema con una superficie ardiente, no le puedes llamar estrategia― lo contradice alguien más.
―Además, mira lo que hizo la rubia, según Claudius, la mocosa esa del Ocho no volverá a usar esa mano nunca, está claro que lo ha hecho a posta para que se muera despacio…
Tiro de Katniss, para que nos apartemos cuánto antes de este lugar y ella me sigue sin chistar. El camino hacia la alambrada es silencioso y escucho los suaves jadeos que emite Katniss cuando seguimos corriendo. Aún así, nos detenemos para verificar que la valla no está electrificada y entonces Katniss se arrastra por el borde suelto. La sigo inmediatamente y, cuando estamos al otro lado, ella me saca el aire cuando prácticamente me derriba al abrazarme.
Me exprimo el cerebro, tratando de encontrar algo que decirle, pero ella habla antes que yo:
―No lo ha hecho para que tenga una muerte lenta. Prim no haría eso.
―Claro que no. Se estaba defendiendo.
―Prim sabe mejor que nadie toda la mecánica del cuerpo. Se ha hecho cargo el instinto― insiste ella―. Ya la oíste con el chico del Siete, le dijo que se hiciera a un lado, que no le harían daño.
La sujeto con más fuerza y la obligo a echar el rostro hacia atrás para poder verla. La luna está en cuarto creciente e ilumina lo suficiente para que sus facciones se definan en la penumbra.
―No creo que nadie pueda pensar, de verdad, que Prim es alguna clase de sádica. Ella y Rory no han hecho más que lo que haríamos todos en su situación, Katniss. Están tratando de sobrevivir.
Ella asiente, como si mi perspectiva le quitara un peso de encima.
―¿Qué hará cuando regrese?
Me da algo de aliento el ver que Katniss ve el regreso de Prim como un hecho. Nadie tiene garantías en los Juegos, ni siquiera los profesionales, pero Prim ya tiene apuntada una muerte y un herido. Considerando que los profesionales no han dado mucho que hablar en esta edición, ella y Rory son de los favoritos para ganar.
―¿Nos quedamos aquí?
Katniss niega con la cabeza.
―Estamos demasiado cerca de la valla, nos podrían escuchar. Vamos a nuestra cabaña.
Del mismo modo en que me pasa con el refugio en la Aldea, me pone enfermo el llevar este dolor y miedo a un lugar que, hasta ahora, solo había estado colmado de momentos felices, pero ¿qué puedo decirle?
Ella registra el morral y saca una de las velas y una caja de cerillas. La enciende, con la economía de movimientos usual en ella y protege la pequeña flama con la mano. Lidera la marcha y caminamos los cinco kilómetros que separan nuestra cabaña del límite del distrito. Escucho el correteo de animales salvajes a nuestro alrededor y me estremezco, pero Katniss no parece nerviosa en lo absoluto a pesar de que no hemos pasado por el tronco hueco en que ella oculta su arco favorito y en el que ahora está escondida la radio.
Resulta curiosamente reconfortante el ver a Katniss apagar la vela, valiéndose de que en este lugar, los débiles rayos de la luna parecen dar más directamente y luego, ponerse a barrer nuestra diminuta casita con la escoba que ha hecho con ramas de pino, tan parecida a la que hizo su padre años atrás para ella.
Me siento en el suelo y la observo limpiar nuestro lugar, posiblemente en un intento de mantenerse tranquila y acomodar sus pensamientos. Es un alivio el verla en relativa acción, después del tortuoso mutismo de los primeros días, que me había hecho temer por lo que sucedería con Katniss si Prim no llegaba a volver de los malditos Juegos.
Parpadeo cuando la veo tomar las mantas que hemos doblado y resguardado de los animales en sacos de arpillera que cuelgan de un gancho improvisado en la pared. Katniss extiende una manta en el suelo y luego saca una almohada. Se tiende en el suelo y extiende una mano hacia mí, en una silenciosa invitación.
Evidentemente, no se me pasa por la cabeza que ella pretenda hacer algo más que acostarnos uno al lado del otro.
Dejo que ella me quite el morral y lo cuelgue de una rama y luego, me dejo guiar hasta quedar acostado. Katniss recarga la mitad de su peso en mi cuerpo, apoyando el oído sobre mi pecho y la escucho respirar profundamente, acompasando sus respiraciones a las mías.
Escucho como el aire sale en sonidos sibilantes a través de sus dientes apretados mientras ella intenta controlar lo que podría ser un nuevo ataque de histeria.
―¿Hay algo… hay algo que pueda hacer para ayudar?
Espero que ella, fiel a su costumbre, agite la cabeza. En su lugar, ella alza sus hermosos ojos grises y me mira.
―Puedes abrazarme fuerte― me dice.
Lo hago, sin dudar, aferrándome a ella con tanta fuerza que me da miedo hacerle daño, pero Katniss es fuerte. Siempre lo ha sido.
―No tengo idea de cómo… ―empieza ella, pero entonces es interrumpida por otro jadeo y la veo apretar los dientes, concentrándose en respirar. Me giro a medias y apoyo los labios contra su frente mientras la acomodo entre mis brazos y la atraigo tan cerca, que lo único que me hace falta es fundirla bajo mi piel. Pasa un minuto, quizá dos, hasta que ella vuelve a hablar―. No sé como podría enfrentarme a esto sin ti.
El pensamiento duele.
Ella sujeta mi camiseta en un puño y luego, aparentemente insatisfecha con ello, mete la mano por debajo del dobladillo y recorre mi vientre con el dorso de la mano hasta que su palma queda apoyada sobre mis costillas.
―Nunca vas a tener que averiguarlo― le prometo y ella asiente.
Nos quedamos así, en silencio por un largo rato y yo cuento sus respiraciones.
―Soy una persona horrible.
―No, claro que no.
Ella hace una mueca en la oscuridad.
―Porque eres increíble y pareces programado para no ver mis defectos. Pero lo soy. Cuando Prim le ha destrozado la mano a Ribbon, solo he podido pensar en que ella no podría volver a atacar, nunca, a mi hermanita. Cuando Rory le ha clavado el cuchillo a Almond, he pensado "una menos", porque sabía que se iba a morir. Los dos tienen que estar pasando la noche más horrorosa de sus vidas y yo solo puedo pensar en dos cosas― guarda silencio.
―¿En qué cosas piensas?
La escucho tragar saliva.
―La primera, que aún y con lo que les pasó a ellos esta noche, seguro que se ganarán un montón de Patrocinadores. Ya oíste a los Agentes de Paz. Ni siquiera tienen permitido apostar de verdad, pero están vueltos locos.
Me trago el disgusto que me ha producido el escuchar esas conversaciones y vuelvo a besarla en la frente. Ella se acomoda mejor entre mis brazos y deja un beso a la altura de mi corazón. Se acurruca y cierra los ojos. Espero que se duerma. Que pueda descansar, sabiendo que Prim y Rory estarán tranquilos esta noche. Han probado ser demasiado valiosos, demasiado entretenidos para que vayan a soltarles algo que los ponga en riesgo.
―Y la otra cosa…― dice ella al cabo de un rato.
―La otra cosa― repito yo.
―Es que no te merezco, pero me alegra que estés tan enamorado de mí.
Nos levanto, en un movimiento algo torpe que nos deja a ambos sentados y me saco la linterna de Haymitch del bolsillo trasero de los pantalones, porque necesito verle la cara. Ella parpadea, encandilada, cuando la luz le golpea los ojos.
―Katniss― le digo.
―No quiero hablar de eso.
―Bueno, pues que mal, porque yo si que quiero y voy a hablar de eso ―me dedica una mirada herida que, normalmente me habría hecho sentir mal. Pero que en esta ocasión, decido pasar de largo―. No puedes pensar así― le digo―. Me mereces, del mismo modo en que me gusta pensar que yo te merezco a ti. Y cuando Prim vuelva― evito, cuidadosamente, el tema de que, cuando Prim vuelva, Rory Hawthorne estará muerto―, cuando ella vuelva, vamos a seguir adelante con nuestras vidas. Tal vez le asignen nuestro refugio en la Aldea de los Vencedores, tal vez…
―Peeta― me interrumpe ella.
―No, espera, Katniss. Cuando Prim vuelva, entonces decidiremos que haremos con el resto de nuestras vidas, pero si hay algo que yo tengo muy en claro, es que quiero pasar cada día del resto de mi vida contigo. Y si resulta que entonces soy lo suficientemente afortunado como para que tú… que tú…
Ella suelta un resoplido y se apretuja contra mi costado.
―Te necesito― masculla―. Te necesitaba antes y te necesito, más que nunca, ahora. Prim va a ganar. Tiene que ganar, porque si no lo hace… si no lo hace yo…
―No pienses en eso― la interrumpo.
Ella agita la cabeza.
―No te merezco― repite ella―. Pero no importa, porque soy horrible y egoísta y lo único en lo que puedo pensar es en que tengo suerte de haber sido en algún momento la niñita que cantó "La Canción del Valle".
―Sigues siendo ella, Katniss― replico asustado.
Ella voltea a verme a los ojos en ese momento.
―No creo que quede mucho de esa niñita en mí― dice―. Pero, sea como sea, me alegro de haberlo sido, porque no sé qué haría si no estuvieras enamorado de mí. A veces― continúa―, a veces me da miedo de que te des por enterado, que un día te despiertes y te des cuenta de que yo no… que yo…
―Te amo― la interrumpo―. Te amé desde el primer día, hace catorce años y te amo hoy. Y te amaré mañana, y pasado mañana, y el día después de eso. Te amaré en un año y en veinte y en cincuenta y en cien. Y cuando muera, cada átomo que compone este cuerpo seguirá amándote, Katniss.
Ella suspira.
―No parece demasiado justo.
―¿Tú me amas también?
Levanta la mirada, como si la hubiera sorprendido, pero su mirada se dulcifica.
―Total y completamente.
―Entonces es más que justo― respondo yo.
Nos quedamos en silencio por un rato después de eso.
―Van a pasar una noche espantosa, ¿verdad?
―Los van a dejar en paz. Prim va a curar las heridas de Rory y seguro que lo dejará dormir. No va a pasar nada más hasta mañana y no creo que mañana se vayan a meter con ellos tampoco. Son demasiado interesantes. Seguro que Haymitch les manda comida esta noche. Con suerte, tal vez Prim decida contarle lo del Baño de Sangre al fin. Estarán juntos, Katniss.
―Hasta que…
―No pienses en eso― reitero―. Aún nos queda nuestro plan. Y aún tenemos que averiguar que demonios es lo que tenía Haymitch escondido. Mañana será otro día.
―Hagamos planes― me suplica―. Necesito tener un plan.
Asiento.
―Tenemos que volver a tu casa hoy. Antes de que los Agentes se vayan a dar una vuelta por ahí. Y tienes que dormir.
―Y tengo que darme un baño― dice arrugando la nariz y tomando, con una mueca de asco, su pelo apelmazado por la suciead―. No entiendo como soportas estar a mi lado.
Me río.
―Debe ser porque te quiero.
―Seguramente― acepta ella y se levanta. Me tiende una mano y me ayuda a levantarme también. Recoge las mantas, guarda las cosas y toma el morral y se lo cuelga. Se lo quito y ella me toma de la mano antes de apagar la linterna.
Regresamos en silencio por el bosque a oscuras, Katniss lo conoce tan bien que puede recorrerlo de memoria, yo me tropiezo un par de veces con raíces invisibles en el suelo, pero ella no se queja en ningún momento.
Salimos, a través de la valla y caminamos, guarecidos por la oscuridad, a través del corto trecho que separa el bosque de la Veta. La casa de Katniss está iluminada.
Cuando entramos, lla le lanza una mirada ansiosa a la transmisión, que solo muestra que casi todos los tributos, menos los profesionales y los del Nueve, están recostados ya, intentando dormir un poco. La mayoría debe sentirse aliviado de que el cañón haya sonado hoy.
En el recuadro de Prim y Rory, vemos que ella ya se ha encargado de vendar cada herida y que ahora tiene la cabeza de Rory sobre su regazo. Le acaricia el cabello con movimientos lentos y rítmicos y a pesar de que, en un principio, creo que Rory está dormido, una mirada más atenta me permite ver que tiene los ojos abiertos, rojos e hinchados. Aunque, afortunadamente, ya ha dejado de llorar.
La madre de Katniss está acostada en el sofá y alguien, supongo que Tax o mi padre, le han puesto una manta raída encima que se ha resbalado hasta el suelo.
Katniss me suelta la mano y anuncia que se dará un baño.
―¿Necesitas que vaya por agua?
Ella agita la cabeza.
―Desde que iniciaron los Juegos, volvemos a tener agua corriente.
Asiento mientras reacomodo la manta que cubre el cuerpo dormido de la madre de Katniss. Nuevas arrugas de preocupación le surcan el rostro y casi me parece ver como el cabello rubio se le ha empezado a encanecer.
―No te irás ¿cierto?
Me siento en una de las sillas del comedor.
―¿Quieres que me quede?
―Siempre querré que te quedes.
―Entonces aquí estaré.
―Intentaré darme prisa.
―Tómate el tiempo que necesites.
Me hace sentir bien que ella no dude antes de meterse al baño. Le he prometido que estaría aquí y, para ella, mi palabra es suficiente.
Siento la tentación de estudiar el objeto oculto en el morral mientras Katniss se da un baño, pero considerando que lo encontramos juntos, parece una traición.
En su lugar, me levanto y lavo las solitarias jarras que hay en el fregadero. Parto la hogaza de pan que Tax o papá dejaron aquí y pongo a hervir agua.
Katniss se tarda lo suficiente para que, cuando sale, ya el agua haya hervido. Echo un puñado de flores secas de manzanilla en dos tazas y coloco todo en la mesa. Ella me ve con suspicacia mientras se seca el cabello con una toalla. Se ha frotado con tanto ímpetu que tiene las mejillas sonrosadas y el cabello oscuro le cae por el rostro, pegándose a su piel. Ha perdido uno o dos kilos desde que empezaron los Juegos y en este momento, realmente necesito que coma. Reconozco, con cierta sorpresa, que la camiseta raída que trae puesta me pertenece.
―He estado buscando esa camiseta― la acuso, haciéndola sonreír.
―Te la robé hace semanas. Aunque Prim la tiene que haber lavado en algún momento, ya no huele como tú― dice dándole una rápida mirada a su madre―. Tendré que cambiártela por alguna otra.
―Te doy las que quieras si te sientas y comes… por favor― añado suplicante.
Para mi sorpresa, ella asiente y se sienta. Alcanza una de las rebanadas de pan y se mete la mitad a la boca.
―Es un cambio curioso, el hecho de que, por una vez, me hagas caso.
Ella me dedica un ceño fruncido antes de volver a concentrarse en el pan. Obedientemente, se come otro par de rebanadas, más por mis súplicas que porque realmente parezca hambrienta, y se bebe el té.
―¿Tú no piensas comer?
En respuesta, parto la rebanada que queda y le entrego la mitad. Me meto el resto a la boca y mastico y trago. Luego, apuro lo que queda del té.
Ella me imita y, antes de que diga nada, se pone de pie, me toma de la mano y apaga la luz. Nos conduce, sin decir una palabra, hacia la cama de ella y Prim y, cuando se acuesta, no parece dudar, ni por un segundo, en que la acompañaré.
Lo único que haremos será dormir. Y ¿cómo podría negarme?
―Va a esta bien, ¿verdad?
―Tenemos que confiar en eso.
―Mañana nos encargaremos de hacer nuestros planes.
―Te lo prometo.
―Esta bien― dice acurrucándose a mi costado― ¿Peeta?
―¿Sí?
―¿Te quedas conmigo?
―Siempre― respondo sin dudar.
Bueno, Rory se ha cobrado su primera muerte y vamos a ver como le va manejándola en el resto de su viaje. Peeta y Katniss empiezan a ponerse en movimiento, aunque lento. Prometo que luego se acomodan y son más proactivos.
Muchas gracias a Hookahun, JuJu167, Maricarmen, JaniceHutcherson y el amable Guest por sus reviews.
Espero que les guste el avance en la historia.
Un abrazo, E.
