Capítulo 6:Destino
La luna se alzaba bien alta en el cielo estrellado de Bulgaria cuando Phoenix, Súnem, Ram y Remus terminaron su conversación en la taberna "Perestroika". Ron, como se llamaba realmente el pelirrojo, resultó ser un chico sencillo, rudo a pesar de su acento inglés y con un cierto aire despistado que engañaba a aquel que lo creyera. Llevaba en el extraño país desde su adolescencia, cuando Súnem lo fue a buscar una noche porque su clan lo necesitaba.
- Ram te llama – le había anunciado la muchacha aquella noche, y el pelirrojo cogió un abrigo, sus pocas pertenencias y la siguió hasta los infiernos.
Al salir del bar, Ron había llevado a Lupin hasta un bosque a un par de millas hacia el oeste. En un principio, el camino se había hecho llevadero, con senderos espaciosos y todo muy bien señalado, pero cuanto más se adentraron, Lupin pudo comprobar que aquello se estaba volviendo complicado. Los árboles tapaban el cielo cuajado de estrellas, apareciendo a ratos, y solo a veces, cuando las nubes lo permitían. Los rayos plateados se filtraban por segundos y luego volvían a desaparecer. Las señalizaciones habían desaparecido bajo letreros borrosos y los caminos rectos habían sido sustituidos por senderos embarrados que te hundían en ellos hasta la rodilla.
- La mansión está situada en un lugar estratégico dentro del bosque, prácticamente en el corazón, en un gran claro sin tanto fango y mierda. Yo intentaré distraerlos desde el exterior, mientras tanto tú entrarás para buscar a Krum – decía el pelirrojo envuelto en un abrigo de piel, levantándose los cuellos para protegerse del frío. Tenía el cabello revuelto por el viento, y una bolsa de pana le colgaba a un lado, protegida todo el tiempo por uno de sus brazos. Los ojos azules se cruzaron con los dorados de Remus, asintiendo impasible a las explicaciones de Phoenix, que echó a andar sin girarse – Vamos, no queda mucho para llegar.
Ron avanzaba delante de él con paso firme y seguro, sin intentar entablar conversación alguna con el licántropo. Lupin lo observaba desde hacía rato, y después de intentar buscarle parecidos, dedujo que el mejor de todos era el de un soldado. Un buen soldado reclutado para hacer todo tipo de misiones arriesgadas, esas que ningún otro se atrevía a hacer. Y era aquel aspecto débil y despistado, duro e infantil a la vez, lo que le hacía realmente peligroso y eficiente. Nadie sabía qué esperar de aquel muchacho erguido y silencioso.
- ¿Cómo encontraste un lugar tan escondido? – El pelirrojo se encogió de hombros, exhalando el aire limpio del bosque y soltándolo de golpe, parecía molesto por la pregunta.
- Es mi trabajo. Mi misión dentro del clan – apartó una rama que le estorbaba en el avance y luego se giró un poco, sonriendo de un modo casual, inocente – Deberías de saber el funcionamiento de nuestra jerarquía, Príncipe.
Lupin hizo una mueca al escuchar el tono guasón que empleaba el chico. Rió conciliador, sin saber exactamente qué demonios tenía él que a Ron le molestaba tanto. Aunque sospechaba que la clave era una mata de cabello negro, unos ojos rasgados y el nombre prohibido de la mujer que amaba y que no podía ocultar aunque lo intentara.
- Lo único que sé – respondió, continuando el hilo de la conversación - es que los licántropos somos seres extraños, Ron ¿te puedo llamar así?
- Claro
- Bien. Pues te diré, Ron, que lo único que he aprendido es que dentro de nuestra especie no diriges tu vida, ni la vives. Simplemente estás en ese lugar, en ese instante, porque lo han planeado así personas que a lo mejor ni siquiera conoces. Gente que lo único que quiere es que hagas esto o lo otro. Que dejes tu vida por algo que ni siquiera sabes si existe de verdad o no, si es leyenda o realidad.
Las ramas se movían bajo una brisa que había aparecido de repente, y aunque no podía ver el rostro del pelirrojo bajo la oscuridad tétrica y hermosa a la vez de aquel bosque búlgaro, a Remus se le antojaba que en su boca llena de pecas se dibujaba una sonrisa cómplice.
- A eso se le llama destino, Lupin ¿No crees en él? – lo preguntó como lo había visto hacer desde que lo conocía, con la mezcla de ingenuidad e inocencia unida a su voz de acento inglés, tan anglosajón como el suyo propio, que no había perdido a pesar de los años pasados en Bulgaria. Pero había preguntas que no se podían responder, resolvió Remus, arropado por los matorrales. Y respuestas que eran mejor no dar. Ni siquiera pensar.
- Bueno…
De repente los árboles cesaron, y apareció una explanada iluminada por la luna, donde se podía ver un río plateado con montañas de diferentes niveles al fondo, en el horizonte. Hubiera sido un paisaje bonito, pensó Remus, avanzando aún tras Ron hasta quedarse entre unos arbustos. Habría sido un buen lugar sino fuera por lo que tenía que hacer, por los nervios y la tensión.
- Aquella es la mansión del clan Lanrek .
Ron señalaba un edificio gótico de hermosos ventanales. Las luces permanecían apagadas salvo las del piso inferior, de donde venía una hermosa melodía de violín. Con cuidado sacó una vela pequeña y prácticamente consumida junto a algo más que Lupin no reconoció. El pelirrojo extendió entonces en la hierba, junto a la vela ya encendida un pergamino que reflejaba a la perfección un plano de la mansión Lanrek, con pequeñas motas que se movían de un lado para otro. Remus miraba el mapa con cierta añoranza. Conocía ese estilo de pergamino, Sirius y él lo habían utilizado para sus escapadas del colegio cuando eran niños, las noches en las que querían convertirse en licántropo uno y animago el otro. Ahora que se encontraba allí, veía esa etapa de su vida como si hubiera formado parte de un sueño muy largo y del cual acababa de despertar. Respiró hondo, sacudiendo a la vez la cabeza e intentando concentrarse en las explicaciones que su compañero de equipo le daba.
- … y la sala que se encuentra ahora iluminada es el salón principal, y supongo que será Alikma la autora de esa melodía.
- ¿Alikma? – no sabía porqué, pero aquel nombre le resultó extrañamente familiar. Lo había escuchado antes, en algún lugar. Ron percibió aquel interés inusitado por la vampira, y aunque sus ojos azules se mostraron extrañados por la pregunta no lo dijo, sino que asintió, observando el mapa y señalando la mota en la que se leía con cierta dificultad el nombre pronunciado.
- Ella es la mano derecha de Krum. Su aliada, su amiga… su amante. Es la mujer con más poder dentro de su clan. – Ladeó la cabeza, sonriendo con picardía y haciendo que unos mechones pelirrojo ocultaran parte de su piel pecosa y sus ojos claros – También resulta ser la más bella entre todas las vampiras – suspiró apesadumbrado – Lástima que nos llevemos tan mal con los de su raza, sino...
- Creo que te pasas demasiado tiempo observándola, amigo Phoenix – lo interrumpió el licántropo, sintiendo cierta curiosidad por aquella mujer de rostro desconocido y que su imaginación desarrollada no le ponía aún cuerpo ni voz, solo una melodía triste y melancólica de violín.
- Bueno, si tú la vieras lo comprenderías – miraba el mapa absorto, con su sonrisa aún impresa en sus labios – Es algo de lo que jamás podrías aburrirte. De observarla.
Remus abrió la boca para responderle, pero entonces un grito rompió la tranquilidad de la noche, y la melodía del violín cesó de repente. Agudizó el oído y pudo escuchar pasos, cuerpos que iban de un lado para otro, nervios y desesperación ¿qué estaba ocurriendo? Al dirigir sus ojos hacia la mansión solo pudo ver cómo la luz del primer piso se apagaba. Su mirada se encontró con la de Ron, que se quitaba la bolsa de pana para dársela al licántropo. De su rostro había desaparecido cualquier alegría, y ahora solo mostraba seriedad y preocupación. De nuevo Lupin tuvo la sensación de que estaba frente a un soldado fiel.
- En la bolsa llevas todo lo necesario para acabar con él. – Señaló la mansión con uno de sus dedos moteados, que tenían ahora el reflejo dorado de la vela casi consumida – Búscalo, encuéntralo y mátalo. Mátalo, Remus, y seremos libres por fin. – Levantó un poco la manga derecha de su abrigo de piel, dejando ver un reloj en el que relucían estrellas y planetas. También una luna – Cuando yo me vaya, empieza a contar los minutos, porque solo tienes una hora para deshacerte de él y salir de allí.
- ¿Y tú? – sonrió con inocencia, característica que coincidía con su aspecto de buen soldado. Un niño al que habían educado para eso. Ante el recuerdo no pudo evitar verse a él mismo reflejado en los ojos azules y las pecas numerosas.
- Yo solo soy un simple peón dentro de esta partida empezada hace ya siglos. Aquí la pieza clave eres tú, Remus, y tu misión.
- Mi misión – repitió, y el pelirrojo asintió.
- Tú destino.
Y desapareció entre los arbustos antes de que Remus tuviese tiempo de reaccionar.
- Pues que así sea, Víktor.
Esa fue la frase que Draco Malfoy pronunció con furia contenida, aunque también con cierta curiosidad, como si no esperara aquella presencia, pero yo percibía que aún así no iba a cambiar sus planes. Víktor seguía manteniendo sus ojos oscuros en el vampiro del clan Samarah. Notaba la tensión de sus músculos, los puños cerrados, preparados para la lucha.
- Vamos ¿a qué esperas para atacar, Malfoy? – sonrió como jamás lo había visto sonreír, de un modo cruel, despiadado. Sus ojos oscuros también comenzaron a inyectarse en sangre, y los colmillos de su boca resplandecieron bajo los rayos de luna.
- Creo, Víktor, que no te has dado cuenta de la situación en la que te encuentras – el vampiro me señaló con su mano fina y pálida – Ella es nuestra extinción. Tu muerte - hizo una pausa, esperando alguna respuesta por parte de Krum, pero solo obtuvo silencio - ¡Maldita sea¡Nos matará a todos!
- Tú no puedes cambiar lo que ya está escrito, Draco. Eso es algo que los Samarah, después de tantos siglos, seguís sin comprender. No se puede luchar contra algo para lo que has sido creado. – Malfoy hizo una mueca de no entender lo que decía. Mientras, yo seguía en mi rincón, aún reponiéndome del ataque del vampiro. El cuello me ardía como si llamas de fuego me lamieran la piel, y comprendí que me había dejado marcados todos los dedos de su mano.
- ¿De qué hablas? – preguntó con desagrado - ¿Creado para qué?
- ¿Nunca te has preguntado, Malfoy, porqué fui elegido príncipe de los vampiros?
- Eres un Lanrek – concluyó sin darle importancia – La raza de los reyes.
Su sombra hizo un movimiento seco, negando un par de veces.
– No, Malfoy. La única razón por la que fui elegido es porque tengo un don del que todos los vampiros, excepto uno, carecéis. Un don que anunció mi muerte desde que nací, y el principio de una nueva era. Una era en la que vendrá la luz.
Los ojos grises de Malfoy, inyectados en sangre, se dilataron. Su boca permanecía abierta, como en un espasmo de horror, y sus colmillos afilados seguían reluciendo a pesar de la oscuridad reinante en el pasillo. Dio unos pasos hacia atrás, asustado, impresionado. Era la primera vez que yo presenciaba un acto humano dentro del cuerpo blanquecino de Draco Malfoy.
- Tú sabes leer los códices secretos de la Profecía… eres uno de sus guardianes ¿no es así? Uno de sus protectores.
- Vaya – dijo Krum, haciendo una reverencia ante los ojos de Malfoy – Por fin has dado con la clave, Draco. – luego me miró de soslayo, como para asegurarse de que yo seguía allí, sin moverme, como si no existiera – Yo sabía quién era Hermione desde el primer momento en que la vi. Los protectores del códice podemos ver el aura de las personas a nuestro alrededor. Sabemos de sus sentimientos, miedos, esperanzas y alegrías. Y en ella yo solo pude ver una fuerza extrema – sonrió con dulzura, volviendo luego a su talante hosco y agresivo – Yo nací para protegerla de vosotros, para que así llegue la paz deseada después de tantos siglos entre las razas del infierno.
- Tú no sabes lo que dices… eso es imposible.
- Está escrito, Draco. Es el destino… - suspiró, observándome de nuevo – Tú no puedes hacer nada para cambiarlo.
- ¡MIENTES!
Y entonces todo pasó muy rápido. Malfoy se abalanzó como una fiera contra Víktor, y sus manos rodearon su cuello con la fuerza de unas tenazas. El rostro del vampiro del clan Samarah estaba irreconocible, se había contorsionado en una mueca desagradable, pálida y de ojos grandes y sangrientos. Sus manos seguían apretando fuertes el cuello de Krum cuando fui en su ayuda, atacando a Draco por la espalda, pero yo estaba muy débil y me derrumbó de nuevo con mucha facilidad.
- Aún no es tu turno, Princesa… morirás después de él.
Víktor estaba en el suelo, respirando aceleradamente y con dificultad. Miraba a Malfoy con desprecio.
- Vamos, Draco¡terminemos con esto cuanto antes!
De un salto escaló una de las paredes de piedra, subiendo por el techo a una velocidad que superaba la media normal, y se dejó caer encima de Malfoy, dejándolo inconsciente. Víktor se levantó, exhausto y con gotas de sangre cayendo por su barbilla. Draco no se levantó.
- ¿Estás bien?
Asentí desde mi posición, algo atolondrada aún por todo lo que acababa de pasar. Los ojos del vampiro del clan Lanrek volvían poco a poco a su estando habitual, y las gotas de sangre que le resbalaban a modo de sudor por la cara fueron extinguiéndose por los poros de su piel. Me puse en pie con dificultad, ayudándome de apoyo la pared de piedra fría. Nos mirábamos cada uno desde nuestras posiciones, sin hacer nada, y de repente algo dentro de mí hizo que mis pies se movieran, y que mis brazos rodearan la espalda de Víktor, y mi rostro se hundiera en su pecho. Sollocé durante unos minutos, sintiendo la mano ruda de Krum en mi nuca, acariciando mi cabello largo, y la otra mano en mi cintura, estrechándome con la fuerza extrema del vampiro, como si temiera que pudiese desaparecer.
- No entiendo nada de lo que está sucediendo, Víktor. Yo… creí que era una más entre tu raza, y ahora descubro que me equivocaba. Y cuando pienso que soy humana tampoco puedo calificarme de ese modo, porque tengo colmillos, y manos manchadas con la sangre de otros. Sangre que he bebido y ha corrido por mi garganta – me aferré a su camisa desesperadamente - ¿Qué soy, Víktor¡Dime en qué me has convertido!
Rompí a llorar como lo haría una niña de cuatro años delante del regalo que no le compra su madre. Me sentía estúpida, pequeña e insignificante. Nada de aquello tenía sentido para mí, mi vida no había dado un giro de trescientos sesenta grados, sino que ahora era simplemente otra Hermione, una mujer que no era humana, ni tampoco vampira. Una joven que no sabía siquiera si poseía aún su alma.
- Hermione… - susurró entonces Krum, y me levantó el rostro mientras me sujetaba tiernamente por la barbilla, sonriéndome con dulzura – Hermione – volvió a repetir, con su voz grave y sensual - Hay una profecía, un escrito que habla de una mujer que no es humana, ni tampoco pertenece a ninguna de las razas demoníacas. Ella hará que reine de nuevo la paz entre nosotros. Qué hará que venga una Era en la que podamos vivir sin miedo a morir.
- La batalla contra los licántropos…
- Acabará con la llegada de esa mujer, es decir, contigo. También se extinguirá mi vida.
- ¿Cuando…? - Víktor me acalló, levantando el dedo índice y rozando con ellos mis labios.
- No es el momento, no es el lugar. Ahora tenemos que ir en busca del otro guardián del códice, aquél que está destinado a vivir para protegerte, cuidando de ti entre las sombras para que puedas cumplir tu misión.
- ¿Y quién es¿Dónde está?
Pero cuando Krum abrió la boca ningún sonido salió, y entonces sentí como algo frío y viscoso empapaba mi traje y mi piel entre mis manos. Sus ojos oscuros comenzaban a ponerse como cristales opacos, y cayó al suelo de rodillas. Me di cuenta de que tenía un cuchillo clavado en la espalda, a la altura del corazón, y que los ojos grises de Draco Malfoy me miraban desde la penumbra.
- Espero que no intentes moverte, Víktor, o el veneno que lleva la daga se extenderá más rápido por tu asqueroso ser – anduvo unos pasos, hasta quedar frente a uno de los ventanales. Yo miraba la escena espantada, sin saber exactamente qué hace o como actuar. Krum comenzó entonces a temblar, y la sangre manaba ya con una rapidez insospechada, haciendo que las faldas de mi traje quedaran empapadas de sangre oscura y negra como el ópalo.
- Supongo, Princesa, que Víktor no te habló nunca de los riesgos de ser el Rey de los Condenados – le arrancó la daga de la espalda, y Krum dio un alarido de dolor, derrumbándose en el piso, formando alrededor de él un charco espeso y viscoso. Draco se miraba ahora las uñas, con aire distraído – Verás, querida. Cuando tú eres elegido y aceptado como Rey, tus poderes aumentan, pero con ello también sus peligros. Uno de ellos tiene nombre de mujer, y es Eofren. Se trata de un veneno que solo afecta a los reyes, y se encuentra en el tallo de una flor conocida como Aeriser. Una gota de ese veneno y cualquier rey de los vampiros morirá. Es el caso, claro está, de nuestro gran amigo Krum. – Los ojos grises estaban fijos en mí, inexpresivos – Y ahora dime, Hermione, qué demonios piensas hacer.
Y sin saber porqué, lo único que se me ocurrió hacer en ese instante fue gritar.
