Disclaimer: Harry Potter y todos sus personajes son propiedad de J.K. Rowling, yo solamente soy una ficker con muchas ganas de angst.

Notas de la autora: Este fic fue realizado para el Amigo Invisible organizado por el grupo de Facebook "Club de lectura de Fanfiction"

Dedicatoria: A Madame_Athenais. ¿No es genial? Yo grité de emoción al saber que tendría que darte un regalo a ti. Cuando leí tu consigna, sinceramente no se me ocurría nada que pudiera ser angst y tener lemon y aparte después de la guerra, pero creo que pude resolverlo. Te quiero muchísmo.

Agradecimientos: A Lumeriel, por haber beteado este fic y hacerme caer en cuenta de algunos horrores que se me habían pasado y también a Sarah Usher por haberme ayudado a pensar en el final adecuado.

Muerto en vida

Harry trató de convencerse de que todo era un rumor, un rumor de muy mal gusto. Sí, era muy raro que el cuerpo de Snape hubiera sido el único que no fuese encontrado. Harry recordaba muy bien el sitio exacto donde lo había dejado y había querido darle un entierro digno, tal y como se merecía la persona que había sacrificado todo por el bien común. Snape Se había dejado odiar por todos y había acumulado una serie de enemigos solamente para mantener su posición como mortífago, algo que definitivamente había sido clave para la victoria.

¿Quién tendría algún interés de llevarse el cuerpo de Snape?

Harry trató de no darle demasiadas vueltas al asunto. Aunque no podía negar que el recuerdo del ex director llegaba por las noches para susurrarle al oído, y el joven no podía sentir más que culpa. Culpa al no haber podido brindarle a sus restos el descanso que merecía junto a los demás héroes de la batalla de Hogwarts.

Por eso, cuando escuchó los rumores de que habían visto a alguien que irradiaba las mismas energías de su antiguo profesor de pociones, se obsesionó a tal punto de soñarlo todas las noches.

Las habladurías empezaron de manera leve, como que alguien a quien no se le podía ver el rostro había comprado antídoto para la mordedura de serpiente, o en su defecto, hierbas y pociones curativas que solamente se utilizaban en casos de vida o muerte.

Claro, esos eran solamente rumores leves que no podían comprobar de ninguna manera, pero lo que detonó todo había sido el robo de medicamentos y pociones al hospital San Mungo. Faltaban antídotos y hierbas varias, también medicinas regeneradoras de músculo, hueso y piel. La noticia se corrió a velocidades increíbles, y los rumores se acrecentaron aún más. La gente decía que quizás sería un mortífago dado por muerto que había sobrevivido, y empezaron a darle cacería.

Todos los aliados de Voldemort tenían que ser aprisionados y castigados.

Potter no dijo nada. No podía ir diciendo a todo el mundo que quizás el desconocido sería Snape, pues las personas no creían que el mortífago más fiel en realidad era un infiltrado en las líneas del mago oscuro y que gracias a él habían ganado la guerra, así que una noche tomó la decisión de escapar sin decirle a nadie. Tenía la determinación de desentrañar el misterio en torno al extraño que había causado tanto revuelo, y rogaba, muy para sus adentros, encontrar a Snape.

Se disfrazó con poción multijugos para recabar información. Además, lanzó un hechizo que lo hacía ilocalizable, con el afán de no ser encontrado por ninguno de sus amigos ni maestros. ¿Por qué lo había hecho? Ni siquiera él lo sabía. Estaba consciente de que sus amigos lo hubiesen acompañado a cualquier travesía, pero tenía la necesidad de hacer ese viaje a solas.

No entendía las razones, pero un sentimiento dentro de sí le decía que era lo mejor.

Recorrió lugares de mala muerte, tugurios malolientes en donde solo se reunían seres repudiados por la sociedad, y tras batallas y peleas en donde que se jugaba la vida, al fin logró obtener un poco de información – la suficiente para seguir un rastro y llegar por fin a un lugar en el bosque en donde no se sentía nada, excepto un aroma leve a zapatos viejos.

Lanzó hechizos avanzados que había aprendido a la fuerza para desvelar cosas ocultas, y tras ver que nada sucedía, decidió quedarse allí, sentado en un tronco hasta verlo aparecer. Pasaron tres días y al muchacho se le empezaron a terminar las reservas de comida. Para el quinto amanecer tuvo que recurrir a recolectar agua de lluvia que luego potabilizaba con un hechizo simple, pero, en la séptima noche cayó presa de algún tipo de fiebre que empezó a nublarle la consciencia.

Entre ensoñaciones y alucinaciones producto de la enfermedad, le pareció ser arrastrado con dificultad hacia el interior de una cabaña y cuando se sintió a salvo, se entregó al sueño, para después de algunas horas, despertar.

Abrió los ojos sintiéndose un tanto mareado y sintió la calidez de un fuego rozarle el rostro y todo el cuerpo. Lo recibió la luz de una pequeña chimenea encendida y se sintió reconfortado al sentir el mullido mueble que lo abrazaba.

—¿Pensabas dejarte morir allí afuera, Potter?

Los ojos del joven se iluminaron. Reconocía esa particular voz, recordaba las duras reprimendas del ex profesor y no pudo evitar esbozar una sonrisa.

—Era la única forma de llamar su atención, profesor.

Aún no lograba reunir el valor de mirarlo, así que se contentó con saber que Snape se encontraba justo detrás. Si tenía algo que admitir, era que temía ver a un Severus debilitado, quizás desfigurado y cadavérico, así que quiso mantener la fantasía un poco más, volver a ser el adolescente impertinente al que su profesor de pociones regañaba como si de respirar se tratase.

—No has dejado de ser el sinvergüenza de siempre.

—Ni usted el amargado profesor de pociones.

Un ambiente extraño empezaba a crearse dentro de la pequeña cabaña. Era como si dentro de ese lugar no existiera un pasado o un futuro al cual asirse, solo había lugar para un presente en el que no existían las consecuencias, un lugar en el que eran libres y podía aparecer una oportunidad para explorar lo que nunca había podido ser.

—¿Qué haces aquí? —Snape decidió dejar de lado el juego que habían iniciado, sabía que a esas alturas no tenía el derecho de reprocharle nada a Potter, de hecho, no tenía las fuerzas necesarias.

—¿Por qué? —Se levantó del sillón en el cual había sido depositado aún sin mirarlo. —¿Por qué escapó sabiendo que muchos de nosotros lo hubiésemos ayudado? —Trató de aguantar el enojo y se tragó las ganas de gritarle. —¿No confía en mí? —Harry se dio la vuelta lentamente para por fin descubrir el aspecto de su antiguo profesor, quien se había despojado de casi la totalidad de su vestimenta.

El silencio reinó el lugar durante algunos minutos mientras el joven examinaba el cuerpo delgado y enfermizo del ex director. Podía ver heridas abiertas que se extendían por porciones grandes de su piel, había lugares en donde no existía carne y unos huesos amarillentos se podían ver por las aberturas.

—Como puedes ver, no me queda mucho tiempo —La voz profunda del mayor llenó el ambiente y antes de que Harry pudiese acotar algo, siguió hablando mientras volvía a ponerse la ropa. —Fue una suerte salir apenas vivo, me dio tiempo de poner en orden algunos asuntos que no quería dejar pendientes, y ahora puedo aceptar mi muerte sin remordimientos.

—¡No! —Se alteró Harry ante la resignación de Snape. —¡No lo acepto! Lo voy a salvar. —Empezó a sacar de su mochila una serie de frascos llenos de pociones y varias hierbas mágicas. —He estado aprendiendo y experimentando a lo largo de estas semanas… déjeme tratarlo, por favor.

Una sonrisa ligera se dibujó en los labios de Snape al experimentar de primera mano la bondad que solamente había visto de lejos. Recordó el abrazo desesperado que había recibido cuando pensó que la hora de su muerte había llegado de manera inminente.

Quizás ese abrazo lo mantuvo con vida y le había permitido luchar un poco más. Nunca se imaginó que volvería a sentir la calidez de sus manos, y siendo presa de la ternura que le transmitían los dedos de Potter, se dejó llevar hacia el solitario sillón frente a la chimenea.

Harry lo examinó con cuidado, bordeando las heridas con sus dedos empapados en un líquido anestésico, tratando de comprender la severidad de las mismas y recordando lo mejor que podía todas las maneras que había aprendido para sanar heridas.

Severus sabía que aplicar cualquier tipo de tratamiento solamente sería ganar como mucho, escasas horas de vida, y a pesar de haberse abandonado, quiso quedarse un poco más, solamente para sentir de nuevo el fervor que podía transmitir el muchacho en cualquier cosa que hacía, para poder perderse una vez más en el brillo de sus ojos, un brillo especial que había perseguido durante toda su vida.

Se dejó tratar, y gracias a la medicina, pociones y hierbas, las heridas cerraron, dejando solamente cicatrices que evidenciaban todo el daño.

—Debe comer —. Harry sacó de su mochila una especie de recipiente y vertió el contenido en un cuenco que encontró junto a la chimenea después de limpiarlo —. Tenga, le hará bien. Podrá recobrar energías con esto.

Sin saber por qué, Snape se sintió orgulloso. Si bien la magia que estaba utilizando Harry, no era la más avanzada, sin duda alguna era la que mejor se ajustaba a sus necesidades.

Los días pasaron entre mañanas y tardes silenciosas. Harry se dedicaba a trabajar la tierra para poder obtener alimento mientras Snape, por consejo del joven, se quedaba en cama tratando de absorber de mejor manera todo el medicamento.

Las noches eran un tanto diferentes. Los dos se sentaban frente a la chimenea mientras comían las reservas que Harry había tomado la precaución de empacar antes de salir a buscar a Severus. El antiguo profesor no era estúpido, Harry había fingido haberse quedado sin comida solamente para obligarlo a salir de su escondite, después de todo, el muchacho sabía que al final del día, Snape no era tan malo y que incluso lo había cuidado desde las sombras.

—Estás consciente de que cuando la medicina termine, voy a morir ¿no?

Harry se limitó a asentir mientras se levantaba para retirar los platos que habían utilizado para la cena de esa noche. Lavó la escasa vajilla y sin atreverse a más, lo miró desde lejos por algunos segundos. Sentía impotencia. Sentía que debía hacer algo por esa persona, regalarle un poco de felicidad. Snape se merecía toda la felicidad del mundo por al menos una vez en su vida. Sin embargo, sabía que lo único que podría hacerlo feliz era improbable y al mismo tiempo maldijo no ser él la persona que pudiera darle todo lo que el ex director merecía. Harry agachó la cabeza, resignado, y luego de otros segundos más, emprendió el camino hacia el sillón mientras trataba de fingir una sonrisa, había notado que extrañamente Snape le sonreía de vuelta. Parecía algo egoísta, pero quería ver la sonrisa de Severus el mayor tiempo que se lo permitiera. Se acercó y ocupó el lugar junto al demacrado profesor. El calor de la chimenea no era suficiente para mantenerlo cálido, así que había optado por transmitirle un poco de su calor mientras se refugiaban bajo las cobijas hasta que el amanecer los sorprendiera. Usualmente se quedaban despiertos sin hablar, observando la danza de las brasas y caer en una duermevela interrumpida por el silbido del viento golpear contra los árboles. Esa noche era diferente… Nada pudo haberlos preparado para lo que sucedería, sin embargo, estaban conscientes de que algo ocurriría.

Snape, en un impulso que le atribuyó al saber que la última noche se acercaba, envolvió a Harry en un abrazo tan intenso que le recordó a aquella noche en la que le cedió sus lágrimas. El joven correspondió de inmediato al pensar que el calor que trataba de transmitirle no era el suficiente, y por alguna extraña razón, el corazón le empezó a latir en un ritmo desenfrenado. Con un poco de desconcierto lo miró y descubrió que los ojos negros lo miraban con… ¿anhelo? Potter parpadeó un par de veces con confusión, quizás estaba viendo cosas en donde no existía nada, pero al mismo tiempo un anhelo que venía arrastrando desde hace meses lo atacó de nuevo. Se relamió los labios sin ser consciente de aquello y quiso probar el sabor que tendrían los besos de Severus.

—No es correcto. —Se adelantó el mayor presintiendo los deseos del muchacho.

—Soy mayor de edad y ya no soy su alumno —dijo en un susurro, como si una parte de él no quisiese revelar ese secreto que había guardado durante tanto tiempo.

—¿Por esto me buscaste?

¿Qué se supone que debía contestar a esa pregunta? Claro que no, la respuesta era no. En verdad quería salvarlo, ofrecerle una vida feliz y tranquila en compensación a sus sacrificios y la crueldad con la que había vivido, pero tampoco podía negar que, si la oportunidad se le presentaba, no la iba a desperdiciar, aunque claro, hasta ese momento había pensado que sería imposible que el ex profesor accediera.

—Lo siento, no… —Harry trató de apartarse evidentemente arrepentido ¿Exactamente qué estaba tratando de hacer? Toda la situación de pronto le pareció estúpida. Se sintió como un niño pequeño pidiendo un viaje a la luna como regalo de navidad, y, sin embargo, allí estaba su deseo, haciéndose realidad. La mano huesuda de Snape lo detuvo a medio camino y con una sorprendente fuerza lo atrajo hacia sí para volver a envolverlo en el abrazo —. Profesor —dijo como un reflejo ante la sorpresa.

—Pensé que habías dicho que ya no lo soy —. Severus lo apretó más fuerte contra su pecho y Harry se dejó hacer.

Se refugió en los pectorales durante varios segundos que le parecieron eternos y cuando por fin se atrevió a mirar hacia arriba, se encontró de lleno con los labios cálidos del mayor.

Se besaron durante un largo tiempo, se perdieron en el mar de sensaciones que estaban descubriendo a la par. Se saborearon suavemente, haciendo movimientos lentos y casi calculados por el temor de arruinar el momento. Harry se aferró a la parca túnica que cubría la delgadez del ex profesor y ya sin importarle nada, se posicionó a horcajadas sobre las caderas de Snape.

Volvió a besarlo, esta vez con más fuerza y un poco de desesperación. El primer beso había sido tan agradable que ahora lo quería todo. Sintió la correspondencia del mayor en las leves caricias que dibujaba sobre su espalda. Las manos frías subían hasta llegar a acariciar el nacimiento del cabello del joven y bajaban lentamente hasta el final de la espalda. Harry, motivado por el toque de Snape, se animó a más y empezó a llenar de roces placenteros el pecho desnudo de Severus, quien trataba de tener la menor cantidad de prendas encima por el dolor que le provocaba el contacto de la tela con su piel. Harry se separó un poco para admirarlo, y tal como lo hubiese hecho la primera noche, bordeó las cicatrices con la punta de sus dedos. Estaba extasiado, tanto, que no pudo seguir reprimiendo por mucho más tiempo lo que su cuerpo le pedía a gritos. Se inclinó para besar las cicatrices empezando por las del cuello. El ex director se estremeció al contacto y abrazó con fuerza al muchacho. Disfrutó de los labios cálidos y dejó escapar un gemido ronco y profundo. Harry tembló.

Se quedaron así durante algunos minutos sin atreverse a ir más allá. Ambos pensaron que allí terminaría todo, que solamente sería un desliz, pero las dudas se disiparon en cuanto Harry decidió seguir el curso de las heridas para llegar al pecho y luego al abdomen. ¿Cuánto daño era capaz de provocar la mordedura de Nagini? Era evidente que el veneno había recorrido el torrente sanguíneo desde la mordedura a todas las partes del cuerpo, deshaciendo la piel y sus músculos a su paso. Un sentimiento de impotencia se sembró en la mente del joven mago y con lágrimas en los ojos siguió bajando mientras abría la túnica para dejar al descubierto toda la piel. Se arrodilló frente a Snape y llenó de besos el área de la pelvis desnuda. Al notar que no hubo ningún tipo de resistencia, decidió darle un trato mayor al miembro delgado pero largo que se presentaba ante él.

Snape no pudo hacer nada más que dejarse hacer. Las caricias y los besos eran tan delicados, pero igual de certeros que no tuvo el valor de frenarlo, ni siquiera cuando sintió su glande siendo envuelto en humedad y calor. Todo era tan nuevo y placentero al punto de sentir vergüenza al no tener la mínima experiencia para poder corresponder, sin embargo, pronto descubrió que su cuerpo reaccionaba solo. A partir de entonces, toda la tristeza, la impotencia, el dolor, los arrepentimientos del pasado y del presente habían dejado de existir para ambos. Solo había lugar para las sensaciones placenteras que habían nacido del contacto físico.

Harry, embriagado por el contacto quiso hacer el encuentro aún más profundo y volvió a ocupar su lugar sobre las caderas de Snape. Lentamente se despojó de la parte superior de su vestimenta y el profesor aprovechó la oportunidad para saborear la piel juvenil. El muchacho se sobresaltó al contacto de las manos frías sobre su espalda y una satisfacción enorme lo invadió por el contraste creado gracias a los labios cálidos que succionaban uno de sus pezones. Ahora fue su turno de soltar gemidos y Snape se deleitó escuchándolo mientras trataba de proporcionarle el mismo placer.

El joven no resistió mucho más y un deseo inmenso de ser uno solo con el hombre que tenía en frente se hizo mucho más intenso. Se alejó un poco para sacarse los pantalones, no sabía con exactitud lo que sucedería después, tampoco la manera de llevarlo a cabo, sin embargo, estaba dispuesto a todo. Lo que pensaba en un principio que era una especie de retribución, prontamente fue sustituido por el puro deseo.

—¿Estás seguro de esto? —La voz ronca y agitada de Severus resonó en el pequeño espacio.

Harry se limitó a asentir.

Dolor… En ese preciso momento, Harry solamente sintió dolor. Nunca imaginó que la invasión de un cuerpo extraño por las partes más sensibles de su anatomía se sentiría así, pero por alguna razón, el mismo dolor hizo que su erección creciera más. Esperó a que el padecimiento disminuyera un poco, y más por instinto que por experiencia, empezó a moverse arriba y abajo, ensartándose cada vez más profundo en el mástil de Snape.

El movimiento era lento, y entre estocada y estocada rozaban sus labios y se fundían en un beso que se alargaba junto a los minutos. Lo que en ese momento estaban teniendo era algo tan íntimo que nada en el mundo podría desvanecer. Sus corazones se habían sincronizado y sus manos se dedicaban a recorrerse mutuamente. No tenían prisas y tampoco sentían que tenían nada que explicar.

El encuentro duró demasiado poco debido a la debilidad de Severus, sin embargo, no dejaron de acariciarse y besarse hasta que el sol los sorprendió a punto de quedarse dormidos.

—Creo que es hora de que vaya a preparar el desayuno. —Harry procuró cubrir a Snape para no dejarlo a merced del frío y luego se vistió. Sentía la mirada de su profesor y sonrió. Pensó que después de todo, siempre seguiría siendo merecedor de ese título, ya sea por haberle enseñado sobre pociones, defensa contra las artes oscuras y recientemente, la manera de hacer el amor.

Snape no se atrevió a moverse. Temía que después de esa noche, Harry se iría para siempre y tendría que morir solo, abandonado en ese sillón, viendo como la chimenea se apagaría lentamente y se quedaría en la oscuridad. Para su sorpresa, eso no sucedió. El muchacho se quedó a su lado durante cinco días más. En donde las mañanas y las tardes se ocupaba de asear y curar sus heridas y por las noches le dedicaba las más placenteras caricias. Y tal como lo habían predicho, la medicina se terminó. Los ingredientes utilizados para ese propósito eran muy difíciles de conseguir, inclusive, si Harry lograba conseguir lo que necesitaba, la elaboración de los remedios tomaba varios días. Snape no tenía más tiempo.

Las últimas noches fueron por demás, difíciles. El cuerpo cada vez más marchito se llenaba de heridas profundas que dejaban al descubierto los huesos que poco a poco se iban desvaneciendo. El color de su piel se volvía más grisácea y Harry ya no se atrevía a tocarlo directamente por el temor de romperlo como si de un papel se tratase.

Snape le suplicó varias veces que se marchara. Nadie merecía ver la muerte lenta de la persona que amaba.

—Si no vas a irte, entonces es mejor que apuntes tu varita hacia mí y…

—No lo haré. No me pida eso… Por favor.

Las intenciones de Snape eran claras

—¿Acaso sabes cuánto duele?

Era verdad. Harry siempre defendió el valor de la vida, pero en esos momentos, lo único que podía hacer era darle una muerte digna. Conjuró un lumus con su varita y salió al jardín con lágrimas en los ojos. Arrancó unas cuantas bayas de belladona que había sembrado cuando empezó a hacerse cargo del jardín. Esperaba nunca llegar a utilizarlas, pero una parte de él siempre supo que quizás eso sería lo correcto.

Entró a la cabaña y molió los pequeños frutos rojos en un mortero, utilizó un poco de polvo de caña de azúcar quemada para agregarle a la mezcla junto con un hongo cabeza de cono cortado en láminas delgadas. Terminó vertiendo un poco de agua en el caldero y tras esperar algunos minutos para dejar que el agua hirviese, procedió a servirlo en dos jarros. Era una pócima fácil pero que provocaba una muerte rápida e indolora a quién se la suministraba.

—Tome esto —Le extendió uno de los jarrones. —. Aprendí a hacer esta poción en mis visitas a San Mungo, nunca pensé que en realidad la iría a utilizar.

Snape examinó el líquido que presentaba un color rojo vivo y entendió inmediatamente de lo que se trataba.

—Es perfecta. —Severus miró hacia los ojos de Harry.

El joven mago notó en la mirada de Snape un brillo inusual, una vivacidad que no estaba allí hace algunas semanas cuando lo encontró en la cabaña ¿o Snape lo había encontrado a él? Se mordió los labios sin saber exactamente lo que tenía que hacer hasta que lo vio tratando de incorporarse un poco para poder tomar el líquido que lo llevaría a su muerte.

—Permítame ayudarle. —le dijo mientras se acercaba.

Severus se dejó ayudar, y en cuanto estuvo listo volteó hacia Harry de nuevo.

—Estaré soñando contigo, Potter, no tengas duda de eso.

El joven asintió y se estiró para darle un último beso.

—Lo espero allá entonces.

En efecto. La poción no solamente hacía que las personas con enfermedades terminales o heridas mortales abandonaran el mundo de manera rápida, también inducía alucinaciones placenteras mientras su corazón dejaba de latir, por esto se les pedía a los pacientes que pensaran en una especie de paraíso personal.

Harry se quedó allí, abrazándolo hasta que Snape cerró los ojos. Parecía como si solamente estuviese dormido. El joven se estiró apenas hacia la mesita que tenían junto al sillón y tomó con su mano libre el otro jarrón que había reservado para sí mismo. Miró el recipiente, meditando acerca de lo que iba a hacer y sin pensarlo más, bebió casi con desesperación. No imaginaba una vida sin Snape después de todo lo que había ocurrido dentro de la cabaña, seguramente se volvería loco debido al dolor. No soportaría tener que perder a alguien más que considerase parte de su familia. Se relajó abrazado al cuerpo de un Snape que curiosamente seguía cálido y que a su parecer seguía respirando, le atribuyó el suceso a las alucinaciones que empezaba a tener mientras hacía su traspaso a la otra vida, y antes de cerrar por completo los ojos, vio a Severus frente a él.

Unos ojos negros como el azabache recibieron la luz de un nuevo día. Sentía el abrazo de su amante envolverlo fuertemente y quiso quedarse así por unos minutos más. No entendía exactamente lo que había sucedido. Lo último que recordaba era que había bebido el veneno y después de eso, todo fue en extremo confuso. Se revolvió un poco entre los brazos de Harry y con sorpresa descubrió que sus heridas ya no dolían, al menos no como la noche anterior. ¿Estaba muerto acaso y toda la escena era responsabilidad de la pócima? Sin embargo, su respuesta fue contestada al momento en que los otros dos integrantes del trío de oro entraron al hogar con lágrimas en los ojos.

La mente de Severus empezó a trabajar utilizando toda su capacidad y llegó a la conclusión de que Harry también había bebido la pócima, quizás había enviado alguna especie de alerta hacia sus amigos ¿Pero por qué él seguía vivo?

Las semanas siguientes fueron duras y confusas mientras le hacían estudios en el Hospital de San Mungo, lugar en donde lo habían confinado después de descubrirlo junto al cadáver de Potter. Los interrogatorios, entrevistas y filtraciones solamente hacían de su estancia en el lugar, más dolorosa y esperaba con resignación a su juicio en el ministerio de magia.

Los análisis mostraron que las medicinas administradas por el ahora ya difunto mago mezcladas con la pócima, habían causado de alguna manera su rehabilitación.

Se mantenía vivo sin necesidad de curaciones ni de remedios, su cuerpo resistía de manera eficiente, pero Snape, sabiendo que fue el causante de la muerte de su ser amado, se sentía muerto en vida.

Fin