Capítulo 6

Había llegado el día de los fuegos artificiales y las calles de Tokio se habían llenado de gente a primera hora de la mañana.

Delante de su armario, Meiko indecisa sacó una falda y luego otra. En ese momento, Sakae entró en la habitación en bata de baño mientras veía a Meiko cogiendo una falda, luego otra, dudando de nuevo.

– Vaya, ¡la elección parece difícil! se rio viendo a su hermana en pleno dilema en materia vestimentaria.

– ¿Cuál me va mejor?

– Hum ¿Qué vas a llevar con esta falda?

– La camisa blanca que está en mi cama.

Sakae miro la camisa: era de lo más clásico posible. ¡Como Meiko era convencional! Sakae fue al armario de su hermana y sacó un vestido malva con mangas con volantes.

– Y este vestido, ¿qué te parece?

– Oh, ese... Lo compré con Mimi ... ¡Pero nunca me atreví a ponérmelo!

– ¿Por qué? ¡Es bonito! ¡Y se armoniza con el color de tus ojos!

– ¿Crees?

– ¡Pruébalo!

Meiko fue al baño a cambiarse. Mientras tanto, Sakae se secó el cabello y luego se lo peinó para intentar reducir un poco su volumen y sus ondulaciones. Se puso un pantalón corto blanco, una blusa verde azulada que se metió en los pantalones y se arremangó. Luego se ciñó la talla con un cinturón burdeos. En ese momento, Meiko regresó a la habitación. El color malva del vestido realzaba los tonos violetas de sus ojos y su largo cabello negro. Sakae sonrió:

– Lo sabía. Estás muy guapa.

– ¿En serio? No hace... ¿demasiado femenino?

– ¡Sí, pero es lo bueno! Tienes diecisiete años, hay que acostumbrarte, ¡ya no somos niñas!

– Si lo dices... Tú también estás muy guapa. Siempre sabes qué ponerte para hacerte apreciar.

– Solo sé cómo combinar los colores... ¡paso mucho tiempo pensando en ello mientras pinto! Luego, ¡solo es una cuestión de imaginación!

Meiko sonrió. Reconocía bien a su hermana.

– ¿A qué hora nos encontramos con tus amigos? preguntó Sakae.

– Hemos quedado para el almuerzo en el parque de Odaiba. Haremos un picnic antes de ir a ver los fuegos artificiales de Sumidagawa esta noche.

– ¿Vamos a traer algo de comer?

– Sora me dijo que iba a cocinar, pero estaba pensando en hacer cangrejo y carne de Tottori... No creo que mis amigos hayan probado esta especialidad en Tokio.

– ¡Es una muy buena idea! ¡Puedo ir de compras si quieres!

– ¡Gracias!, voy a preparar los condimentos mientras vas

Meiko fue a la cocina y Sakae agarró una bolsa de compra. Cuando se iba, Sakae se volvió hacia su hermana y la miró. Una chica hermosa. Levantó un pulgar:

– ¡Estás magnifica, hermana!

Meiko sonrió: de repente se sintió más segura de si misma y continuo pelando las cebollas con más energía.

::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

Yamato estaba dando vueltas en su habitación. Estaba enfadado contra sí mismo. Siguiendo el consejo de Taichi, había llamado el día anterior para reservar una mesa en un restaurante de moda que había visto cerca del lugar donde se echarían los fuegos artificiales de Sumidagawa. Luego, armándose de valor, se había puesto una camisa azul cielo y pantalones negros y se había dirigido hacia el piso de Sora. Pero cuanto más avanzaba en su camino, más sentía que sus fuerzas le abandonaban. Finalmente se había detenido a medio camino preguntándose qué estaba haciendo allí. Tenía la sensación de ser un idiota. Sora nunca aceptaría cenar con él. Desanimado, había regresado a su casa y se lo había reprochado toda la noche. Ahora había amanecido y todavía no había hecho nada. Si seguía así, simplemente llamaría al restaurante para cancelar la reserva...

– Yamato, ¿qué te pasa? preguntó Gabumon cuando entró en la habitación. Desde anoche, estás raro... Te veo enfadado, pero contra ti mismo... ¿No puedes tocar una melodía en la guitarra?

– No, no es eso…

Gabumon lo miró fijamente: adivinaba más que entendía lo que agitaba a su amigo.

– Sabes, Yamato, la primera vez que digievolucioné, no sabía que podía hacerlo. Solo intentándolo, confiando en ti mismo y en mí mismo, entendí que podía conseguirlo. Creo que es una reflexión válida en todas las situaciones de la vida: hay que confiar en sí mismo y en los demás para lograr algo. Especialmente si es algo que nunca has hecho.

Yamato bruscamente dejó de caminar. Miró a Gabumon con incredulidad. Gabumon le sonrió y en este momento Yamato también le sonrió:

– Gracias Gabumon. Eres un verdadero amigo.

Se puso de nuevo la camisa azul cielo, los pantalones negros. Luego se calzó con unos zapatos elegantes y se peinó el pelo. Finalmente, abrió la puerta de su habitación y dijo a su digimon:

– Gabu, ¡vamos! Tengo algo importante que hacer.

::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

Sora oyó sonar el horno cuando salió de la ducha.

– ¡Ay, madre! exclamó, envolviéndose en una toalla.

Salió corriendo del baño y detuvo el horno. ¡Vaya, un poco más y no hubieran comido nada en el picnic! Miró el reloj de la cocina: las once en punto. Yamato no había venido... la intuición de Taichi se había revelado falsa. A fin de cuentas, era normal. Taichi había bien dicho que solo era una intuición. Nada más. Sin embargo, Sora había esperado que esto sucediera. ¡Qué le vamos a hacer! Se armaría de valor e iría por ella misma.

Entró en su habitación y sacó el vestido amarillo con flores rojas que había elegido el día anterior. Se lo puso, luego pasó una última vez en el baño para ponerse pendientes y maquillarse ligeramente.

– Piyomon, ¿estás lista?

– ¡Sí Sora!

– ¡Intenta encontrar una bolsa grande para el picnic!

– ¡Tengo una!

Sora salió del baño, colocó los sushi, sashimi y otros alimentos en unos tupperwares y los metió en su bolso.

– ¡Vamos, sino llegaremos tarde!

Corrió hacia la puerta, se quitó las zapatillas y se puso unos zapatos de tacón rojos que había comprado volviendo de casa de Taichi hace dos días. Giró hacia Piyomon:

– ¿Estoy bien?

– ¡Perfecta! ¡Le vas a gustar a Yamato así!

– Gracias, ¡entonces vamos! dijo ella, sonriendo.

Cerró la puerta, bajó las escaleras y se dirigió hacia el piso de Yamato. El sol estaba en su cenit y hacia brillar de su luz iridiscente la estructura de metal del puente Odaiba. Sora andaba con un paso rápido: estaba un poco ansiosa por ver la reacción de Yamato, pero el simple hecho de haberse decidido a dar el paso la tranquilizaba. Cuando llegó a la mitad del camino, de repente vio una silueta en la dirección opuesta que caminaba hacia ella. Sus ojos se abrieron de asombro cuando reconoció a Yamato. Estupefacta, se detuvo. En este momento Yamato también la reconoció. Se quedó paralizado. Durante un minuto que les pareció muy largo permanecieron a diez metros de distancia.

– ¡Sora, ve a verlo! la animó Piyomon.

– Yamato, no te vas a quedar aquí, ¿verdad? le preguntó Gabumon a su compañero.

Tan rojos y preocupados uno como el otro, Sora y Yamato se juntaron. Un silencio incómodo se instaló entre ellos. Ninguno de los dos se atrevía a mirar a los ojos al otro. Finalmente, Sora dijo:

– No esperaba verte aquí. ¿A dónde ibas?

Ella vaciló, luego levantó la cabeza y se encontró con los ojos de Yamato, azules, pálidos y graves. Ella parpadeó. Él también. Con voz torpe, Yamato dice:

– Pues, en realidad... yo... iba a tu casa.

– ¿Qué... qué? ¿Venías... a verme?

– Sí.

– Por... ¿por qué?

– Bueno... quería preguntarte si... ¿te parece que... salgamos a cenar juntos después de los fuegos artificiales de Sumidagawa?

Sora se quedó boca abierta. Miró a Yamato con estupor.

– ¿Querías invitarme a cenar? dijo en voz baja.

– Sí... pero si no quieres, lo entenderé... bueno, quiero decir que...

– ¡Quería proponerte lo mismo!

Yamato la miró con asombro:

– ¿De verdad?

– ¡Sí!

Las mejillas sonrojadas de Yamato y Sora se volvieron aún más rosadas. Se sonrieron.

– Entonces, ¿estás de acuerdo? dijo Yamato, pasándose una mano por la nuca, aún incómodo. Porque... ya he reservado el restaurante.

Los ojos de Sora comenzaron a brillar.

– Será un placer.

Se miraron otra vez. Yamato encontró a Sora muy guapa con ese vestido amarillo con flores rojas, con esos pequeños tacones y esos pendientes. Leyó en su rostro que todavía estaba sorprendida, halagada por su pedido y también feliz. Sora adivinaba que detrás de la sonrisa incomoda de Yamato se escondía una inmensa alegría. Le había probablemente requerido mucho coraje venir a verla. Detuvo su mirada en su elegancia sobria, al igual que su personalidad: unos pantalones negros y una camisa azul cielo. Su cuello medio abierto dejaba ver su piel pálida.

– Entonces... ¿nos unimos a los demás para el picnic? dijo Sora finalmente.

– Sí... buena idea. ¡Parece que has preparado cosas buenas en tu bolso!

Se sonrojaron de nuevo y se pusieron en marcha.

::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

Cuando llegaron al parque donde se habían dado cita con los demás, Taichi, Hikari, Mimi y Koushiro ya estaban allí con sus digimons. La luz del sol filtraba a través del follaje de los árboles, jabardeando unas manchas de luz en el césped. A esta hora cálida del día, venía bien estar a la sombra. Al ver a Yamato y Sora llegar juntos, Taichi sonrió.

– ¡Hola todos! dijo Sora.

– ¿Traes comida? preguntó Agumon.

– ¡Sí!

– ¡Ya huelo el buen olor! dijo Mimi.

Mientras Sora sacaba un mantel de su bolso para instalar la comida, Taichi se acercó a Yamato:

– ¿Entonces?

– Si te dijera lo que pasó, no me creerías...

– Vete a saber, respondió con un guiño. ¿Sora aceptó?

Yamato asintió con la cabeza. Luego le dio un codazo a Taichi:

– ¿Y tú? ¿Viste a Meiko?

– Bueno, todavía no, no ha llegado aún...

– ¡Buenos días! se escuchó de repente.

Los chicos se dieron la vuelta: Meiko caminaba hacia ellos. Taichi permaneció por un momento sorprendido: llevaba un vestido vaporoso malva cuyas mangas volantes revelaban sus hombros blancos. Era la primera vez que la veía con una ropa tan femenina. Yamato le miró a su amigo divertido. Luego se dieron cuenta de que Meiko estaba acompañada por una chica que nunca habían visto.

– ¡Alguien que no conocemos! se preocupó Tailmon.

– Palmon, ¡ponte detrás de este arbusto! le dijo Mimi a su digimon.

– Piyomon, ¡métete en la bolsa del picnic! dijo Sora.

– ¡Rápido, Koushiro, abre tu computadora para que podamos escondernos! exclamó Tentomon.

Koushiro sacó su ordenador y todos los digimons estaban a punto de entrar dentro, en pánico, cuando Meiko dijo:

– No, no tengáis miedo. Sakae conoce a los digimons.

Todos suspendieron su gesto y se dieron la vuelta sorprendidos. Meiko se acercó confundida:

– Disculpadme. No quería asustaros. Debería haberos advertido que vendría con Sakae... ¡pero quería haceros una sorpresa!

– ¿Sakae? repitió Mimi.

– Sí. Os presento a Sakae, mi hermana menor. Está estudiando en un internado de una escuela secundaria profesional en Kanazawa, por lo que no vino a Tokio al mismo tiempo que yo. Pero para las vacaciones, hace unas prácticas aquí.

– ¡Eso es genial, te permite ver a tu familia! dijo Sora.

– Sí, asintió Sakae. Os agradezco por aceptarme para este picnic. Meiko me habló bien de vosotros.

– Sakae vio muchas veces a Meicoomon, dijo Meiko, así que está acostumbrada a los digimons.

Esta información pareció tranquilizar a Tailmon, Tentomon, Agumon, Piyomon, Gabumon y Palmon, quienes se acercaron. Sakae les miró a todos, humanos y digimons, y dijo con timidez:

– ¿Puedo... puedo pediros vuestros nombres?

Sora se levantó y se encargó de presentar a los adolescentes:

– Yo soy Sora. Estoy en la misma clase que Meiko. Aquí están Taichi y Yamato, que también están en nuestra clase, Hikari, que está en la ESO es hermana de Taichi, y finalmente, Mimi y Koushiro que están el mismo instituto que nosotros, en primer año.

Luego, Agumon comenzó la presentación de los digimons:

– Yo, soy Agumon, y soy el compañero de Taichi.

– Gabumon, el compañero de Yamato.

– Tentomon, soy el compañero de Koushiro.

– Soy Piyomon, la compañera de Sora.

– Y yo soy Palmon, ¡la mejor amiga de Mimi!

– Mi nombre es Tailmon, la compañera de Hikari, terminó Tailmon saltando en el regazo de su compañera humana.

– Encantada de conocerlos a todos, dijo Sakae, inclinándose.

Koushiro miraba detenidamente a Sakae. Tan pronto como la había visto a lo lejos, supo que ya la había visto en alguna parte. De repente, se había acordado de la chica que había distinguido desde su balcón unos días antes. Sí, era ella. Entonces, ¿era la hermana de Meiko? ¿Por qué había venido a su edificio? Intrigado y circunspecto, no se atrevió a hablar con ella. Se dio cuenta de que ella también parecía haberse sorprendido al descubrir que era uno de los amigos de su hermana. Había evitado que su mirada cruzase la suya enseguida.

– Meimei, ¡no me lo creo! exclamó Mimi. ¡Llevas el vestido que compramos juntas!

– En realidad... fue Sakae quien me animó a llevarlo.

– ¡Hiciste bien! dijo Mimi a Sakae. ¡Meiko es tan linda así! ¡Me encanta también cómo tú te vistes!

– ¡Gracias! Pero al final, creo que hubiera tenido que llevar algo que se ensucia menos... sentarme con un pantalón blanco sobre el césped, ¡puede ser peligroso! dijo ella, riendo.

Su risa fresca y franca hizo que los adolescentes se sintieran cómodos. Meiko y Mimi ayudaron a Sora a instalar todo lo que había preparado para el picnic en el mantel.

– ¡Bien, podemos comer! exclamó Agumon.

– Todavía no, dijo Hikari. Falta a Takeru.

– Así es, ¡y a Joe también! añadió Mimi.

– ¡Hola todos!

Los adolescentes se dieron la vuelta y vieron a Takeru unirse a ellos bajo el sol. Con pantalones cortos verdes, un polo coral y una gorra negra, era fácilmente reconocible. Patamon le seguía volando. Takeru también estaba acompañado por otras dos siluetas.

– ¡Ken! exclamó Hikari.

– ¡Profesor Nishijima! se alegró Taichi, levantándose.

Ken estaba mejor que la última vez que le habían hablado en el hospital. El profesor Nishijima se movía con cautela, pero parecía haber recuperado un poco de vitalidad.

– Ken me llamó anoche para decirme que hoy podría salir del hospital, dijo Takeru. Así que le propuse que se uniera a nosotros para el picnic. Y cuando fui al hospital esta mañana, vi que el profesor Nishijima también regresaba a casa. Entonces le dije que se viniera con nosotros.

– Y os agradezco, dijo el Sr. Nishijima. No me alegraba especialmente estar solo en mi casa.

– Espero que tengamos suficiente para comer... dijo Sora, preocupada.

– ¡Pero nosotros también hemos traído algo! exclamó Sakae. ¿Verdad, Meiko?

– Sí, hicimos ternera y cangrejo Tottori. Nos dijimos que probablemente nunca lo habíais probado.

– ¿Carne de vaca y cangrejo? dijo Takeru. ¡Parece muy bueno!

– Ken, ¿cómo te sientes? le preguntó Sora.

– Mejor, gracias. Realmente me he recuperado bien estos días.

– ¿Y cómo están Iori, Miyako y Daisuke?

– Están todavía inconscientes, suspiró Ken. Pero su estado es estable.

– Y usted, profesor, ¿cómo se siente? preguntó Taichi.

– Bueno, aparte del hecho de que tengo una increíble cantidad de costillas rotas, ¡estoy bien! No puedo hacer movimientos bruscos, ¡así que no me hagas reír demasiado!

– ¡Prometido! Taichi aseguró con una sonrisa. Esta vez, estamos todos, ¿verdad?

– Todavía falta Joe, dijo Hikari.

– Es verdad, ¿pero qué hace? dijo Mimi ¡Voy a llamarle!

Marcó el número y esperó. Ninguna respuesta.

– Vaya, no contesta...

– ¿Tal vez está repasando? emitió Koushiro.

– Mmm...es raro. Dijo que vendría.

– Igual verá que le has llamado, dijo Sora. Mientras tanto, creo que podemos empezar. Ya es la una.

– ¡A comer! exclamó Agumon.

Al empezar a repartir la comida. Meiko observó la reacción de sus amigos cuando probaron la ternera y el cangrejo de Tottori.

– Hmm, Meiko, ¡está delicioso! la felicitó Sora. ¡No tenemos tales sabores en Tokio!

– ¡Es muy rico! exclamó Agumon. ¡Quiero más!

Taichi se levantó y se acercó a Meiko:

– Tienen razón. Es delicioso. ¿Puedo pedirte más, por favor?

Meiko se sonroja y sirvió una nueva porción a Taichi. Después de la comida, decidieron descansar un poco a la sombra de los árboles. La temperatura era agradable y el picnic había sido contundente. Takeru se volvió hacia Ken:

– Entonces, ¿qué te hace sentir estar de nuevo afuera?

– Me viene muy bien. Cuando salí del hospital, me di cuenta que no había sentido el calor del sol durante mucho tiempo.

– Ver la luz es importante, asintió Hikari.

Acarició la cabeza de Tailmon que dormía contra sus piernas y cerró los ojos. Koushiro había abierto su computadora portátil, Tentomon a su lado. Sora había tomado Piyomon contra ella, y se apoyó contra el mismo árbol que Yamato. Gabumon se había acurrucado cerca de él. Taichi se había extendido en el césped, las manos detrás de su cabeza. Agumon roncaba a su lado. Meiko y Mimi estaban hablando en voz baja, mientras Palmon escuchaba atentamente. El profesor Nishijima también se había apoyado contra un árbol, disfrutando de la dulzura de ese día de verano y saboreando el simple hecho de estar vivo. Cuando Hikari volvió a abrir los ojos, notó que Sakae había sacado un cuaderno y un lápiz y comenzó a garabatear.

– Sakae, ¿qué haces?

Koushiro volvió la cabeza y, discretamente, observó a Sakae. La chica miró a Hikari con una sonrisa.

– Te voy a enseñar.

Se levantó y se acercó a Hikari, Takeru y Ken. Abrió el cuaderno y los tres se quedaron boquiabiertos: la chica había comenzado a dibujar todos los digimons de cada uno de los Niños Elegidos.

– Wow, eres terriblemente bueno, dijo Takeru.

– Takeru tiene razón, confirmó Ken. La semejanza con los modelos es sorprendente, y dominas muy bien la perspectiva.

– A mí, lo que me impresiona es como captas la expresión de sus rostros, dijo Hikari con admiración. ¿Por qué elegiste representar a nuestros digimons?

– ¡Porque nunca había tenido tantos digimons ante mis ojos! respondió Sakae emocionada. Cuando era pequeña, solo veía a Meicoomon. Pero cada uno de ustedes tiene un compañero. Debe ser mágico.

– Eso es cierto, confirmó Takeru, acariciando la espalda de Patamon, que se había acurrucado en sus regazo. Es un vínculo muy fuerte.

– Te envidio, dijo Sakae. Aunque sé que también puede ser muy difícil. Meiko evita hablar de Meicoomon estos días. Le duele demasiado.

– Sí, es normal, dijo Hikari con compasión.

– ¿Estudias el dibujo en Kanasawa? le preguntó Takeru a Sakae.

– No exactamente. Estoy aprendiendo a soplar y pintar vidrio. Para hacer jarrones, objetos, pero también vidrieras. Es un arte que viene de Occidente y en el que me gustaría especializarme. Las prácticas que estoy haciendo en Tokio tienen lugar en el taller de un reconocido maestro vidriero que aprendió el arte del vitral en Europa. Pero para soplar el vidrio y pintarlo, necesito saber cómo dibujar.

– Debe ser fascinante, dijo Hikari, impresionada.

Sakae le entregó su cuaderno y la invitó a hojearlo. Hikari pasó las páginas. En uno de ellas, Sakae había esbozado un follaje perforado por los rayos del sol.

– Esta imagen es muy poética, murmuró Hikari.

Siguió pasando las páginas y se sorprendió de lo que veía: Sakae había esbozado los perfiles de Mimi, Sora, Takeru y el suyo.

– Nos has... ¿nos has dibujado? dijo Hikari, sonrojándose.

– Está muy logrado, comentó Ken.

– ¿Realmente tengo esa expresión? preguntó Takeru.

– Sí ¡exactamente! Hikari confirmó con una sonrisa. ¡Me parece que Sakae es muy buena a la hora de dibujar los rasgos del rostro!

Hikari pasó otra página, en la cual apareció un dibujo inacabado: a pesar de todo, todos reconocieron a Koushiro. Las líneas eran más nítidas, más aplicadas, como si Sakae se hubiera tomado más tiempo para retratarlo.

– Vaya, este también es muy parecido al modelo, dijo Takeru. ¡Koushiro!

Koushiro apartó la vista bruscamente para que no se dieran cuenta de que les estaba espiando.

– Deberías venir a ver, ¡eres realmente tú! insistió Takeru .

– ¡No...no, gracias! Estoy ocupado ahora.

Sakae observó a Koushiro.

– ¿Koushiro es un apasionado por la informática? preguntó ella.

– Sí, es cierto, confirmó Ken. Puede parecer un poco reservado, pero es muy inteligente.

Sakae miró a Koushiro y frunció el ceño, como si tratara de ver algo en él que de buenas a primeras no era visible.

Mimi miró la hora en su teléfono y murmuró:

– Joe todavía no ha vuelto a llamar... es extraño...

– ¿Quizás todavía esté trabajando? sugirió Meiko.

– Mmm... ¿Un sábado? Voy a intentar llamarlo de nuevo.

Mimi volvió a marcar el número y salió otra vez el buzón de voz.

– Debe pasar algo, dijo. No se va a perder los fuegos artificiales, ¿o sí?... Bueno, ¡voy a buscarle!

– ¿Estás segura, Mimi? preguntó Meiko.

– Sí, no te preocupes, ¡conseguiré sacarlo de su casa! Si no vuelvo para el fin de la tarde, ¡no vemos para los fuegos artificiales! ¿Vale?

– Vale.

– ¡Adiós a todos! ella gritó. ¿Vienes, Palmon?