Capítulo 8
Joe pensó que nunca se había sentido tan apretujado en un metro. Los fuegos artificiales de Sumidagawa son reconocidos en el mundo entero y miles de espectadores acuden de todo Japón y del extranjero para verlos. Joe y Mimi tuvieron que dejar pasar dos trenes antes de poder subirse a uno. La única ventaja de estar tan apretados fue que nadie prestó atención a Gomamon y a Palmon. Finalmente, después de una hora de transporte y un transbordo entre la muchedumbre, salieron sin aliento del metro como quienes emergen sobre la superficie de un océano humano.
– Uf... ¡Pensé que nunca saldríamos de allí! dijo Joe con una risa nerviosa.
– Sí ¡yo también! confirmó Mimi riendo. Que marabunta de gente...
– Me pregunto dónde están los demás...
– ¡Les voy a llamar!
Taichi, Yamato, Sora, Koushiro, Takeru, Hikari, Meiko, Sakae, Ken y Nishijima se habían dirigido temprano hacia Sumidagawa para asegurarse de que tendrían un lugar desde el que ver los fuegos artificiales. Hicieron bien pues el puente Sakurabashi estaba ahora repleto de gente y afortunadamente el espectáculo todavía no había comenzado. De repente sonó el teléfono de Sora. Descolgó:
– ¿Sí?
– ¡Sora, soy Mimi! ¿Dónde estáis?
– En el puente Sakurebashi, en el lado izquierdo.
– ¡Bien, ya estamos llegando! ¡Bueno, si logramos atravesar toda esta masa!
– ¿Joe está contigo?
– Sí.
Mimi colgó.
– Están en el puente Sakurabashi. Ahora, hay que atravesar la multitud sin perderse de vista.
– Vale. Gomamon, súbete a mi espalda y agárrate. ¡Esto te mantendrá a salvo!
– ¡Buena idea Joe! dijo Mimi. ¡Ven Palmon haz lo mismo!
Los digimons se subieron a sus hombros y se agarraron bien. Es en ese momento cuando Joe y Mimi entraron en la marea humana. Tuvieron que abrirse paso casi a codazos ya que muchas personas estaban ya instaladas y no querían moverse. Finalmente, llegaron al puente Sakurabashi.
– ¡Les veo! exclamó Joe.
De repente, un movimiento de la muchedumbre les empujó. Mimi sintió que Palmon se deslizaba de sus hombros. La alcanzó, pero nuevamente fue empujada y perdió el equilibrio.
– ¡No te caigas! dijo Joe, agarrándola de la mano. ¡Vamos, no nos soltaremos hasta que lleguemos allí!
– ¡Vale! dijo Palmon, tendiendo una hiedra para aferrarse a Gomamon.
Gracias a los últimos esfuerzos, consiguieron unirse a sus amigos que se encontraban apoyados en la barandilla del puente.
– ¡Ya estamos aqui! gritó Mimi alegremente.
Todos se dieron la vuelta y Meiko sonrió:
– ¡Mimi! ¡Encontraste a Joe y conseguiste que viniera aquí! ¡Qué valor!
– ¡Lo sé, lo sé! dijo ella, inclinándose como una celebritie colmada de elogios.
– Joe, ¿dónde estabas? preguntó Takeru.
– Es una larga historia... pero por suerte Mimi vino a buscarme. Os contaré.
– Ah, Joe, dijo Meiko, déjame presentarte a Sakae, mi hermana menor. Está en un internado de una escuela secundaria de arte en Kanasawa y vino a Tokio de vacaciones, así que decidí invitarla a unirse a nosotros.
– Encantado de conocerte, dijo Joe.
– Yo también, respondió Sakae, inclinándose.
A su lado, Koushiro no decía nada. Había visto venir a Joe y Mimi agarrándose de la mano, y aunque se hubieran soltado rápidamente, no podía borrar esa imagen de su mente. Mimi estaba muy hermosa esta noche, tal vez más de lo habitual. A pesar de todos sus esfuerzos para ponerse al día en la moda, Koushiro tenía la impresión de que la manera de mirar de Mimi no había cambiado. Y qué decir de su nueva camisa blanca con solapas naranjas y pantalones marrones que se había puesto que tampoco parecía llamarle la atención. ¿Por qué Mimi había realmente ido a ver a Joe? ¿Y por qué había tardado tanto en volver con él? Parecían bastante contentos los dos. Koushiro sintió una extraña emoción apretar su corazón y se incomodó.
– ¡Pensábamos que no íbamos a conseguir encontraros! exclamó Mimi. ¿Estáis aquí desde hace mucho rato?
– Casi dos horas, respondió Sora. Queríamos asegurarnos de tener un buen sitio.
De repente se apagaron las farolas. Un murmullo de aprobación recorrió la multitud: los fuegos artificiales estaban a punto de empezar.
De repente, el primer cohete explotó en el cielo. Apareció una enorme explosión roja, seguida de varias blancas: todos reconocieron la bandera japonesa. Gritos de entusiasmo surgieron de entre la audiencia. Los cohetes al estallar formaban estrellas centelleantes que fascinaban a los espectadores. El olor a pólvora se extendió por el aire. Resonaron nuevas explosiones: crisantemos azules, kamuros verdes o palmeras amarillas aparecieron. Las siguientes fueron cambiando de color: las peonias que estallaban eran primero azules o moradas, para volverse luego amarillas o anaranjadas, como si se las hubiera lanzado un hechizo. Cascadas doradas caían del cielo como si de una lluvia de meteoritos se tratase. Algunos fuegos artificiales tomaron formas definidas como flores, bocas sonrientes, o corazones. Las cuales iluminaron el cielo de Tokio, los rostros de los Niños Elegidos mientras desgarraban el aire con sus su explosiones. Estas habían asustado a los digimons al principio ya que este estruendoso ruido les había recordado los ataques de sus enemigos y todos se habían escondido.
– ¡Takeru! gritó Patamon, refugiándose detrás de él.
– No tengas miedo Patamon, son solo explosiones de fuegos artificiales. No van a hacer daño a nadie, dijo Takeru, poniéndose a Patamon sobre su cabeza.
– ¿No es peligroso, verdad Sora? preguntó Piyomon.
– Claro que no, ven y mira, es fantástico.
– Agumon, ¡sal de detrás de mis piernas! exclamó Taichi, tomándolo en sus brazos para que pudiera ver mejor.
– ¿Estás bien, Gomamon? le preguntó Joe al digimon agarrado a sus hombros.
– ¡Sí! ¡Es bonito!
– Mira, Tailmon, dijo Hikari, alzando su digimon en la barandilla del puente.
– ¡Oh, todos estos colores!
– ¡Parece la aurora boreal! dijo Tentomon.
Tranquilizados los digimons y sus compañeros, todos disfrutaron del espectáculo. Las brillantes bolas de polvo se reflejaban en las pupilas de los adolescentes. Sora volvió la cabeza hacia Yamato: estaba concentrado en los fuegos artificiales. Piyomon se había posado en la barandilla cerca de Tailmon, mientras Sora se había acercado disimuladamente a Yamato. En la oscuridad salpicada de explosiones coloreadas, ella buscó su mano. Yamato sobresaltó cuando sintió los dedos de Sora rozar los suyos. Dudó por una fracción de segundo, luego apretó su mano. Sin mirarse, sonrieron.
Sakae, cerca de Meiko, estaba literalmente absorta por las resplandecientes y abigarradas formas que adoptaban los fuegos que estallaban cerca de las nubes de humo formadas por las primeras deflagraciones. Hacía mucho tiempo que no había visto fuegos artificiales, olvidando toda la magia que desprendían. Fue como si, por un breve momento, los hechizos de diversos mundos imaginarios invadiesen lo real. Miró las estrellas de colores para que quedasen grabadas en su mente tanto su belleza como su textura. Si tan solo pudiera reproducir este movimiento brillante en una vidriera...
Takeru, Hikari y Ken estaban apoyados en la barandilla del puente, uno al lado del otro, rodeados de Patamon, Tailmon y Piyomon. A su lado, Mimi y Joe con Gomamon y Palmon sobre sus hombros admiraban la cadencia de explosiones que iluminaban el cielo; algunas peonias pirotécnicas se levantaban después de explotar, como medusas, y luego se desvanecían en el cielo. Koushiro también estaba concentrado en los fuegos artificiales, aunque las luces de cohetes evanescentes no podían ocultar la tristeza que impregnaba sus ojos.
Taichi miró a Meiko brevemente. Estaba realmente hermosa con este vestido morado. Le gustaba ver sus mejillas, nariz, frente y cabello cambiar de color a cada nueva explosión. Él sonrió. Al mismo tiempo, Meiko, sintiéndose observada, volvió la cabeza. Taichi se sonrojó y apartó la vista rápidamente. Pero esta vez, se dio cuenta de que era Meiko quien lo estaba mirando. Sonrojándose, levantó la vista. Ella lo miraba fijamente, con las mejillas sonrojadas por la timidez, pero con una confianza que Taichi vio por primera vez en sus pupilas. Parecía feliz. Se miraron sonriéndose. Detrás de ellos, Nishijima había notado su juego de miradas y sonrió, divertido y enternecido. Taichi tenía exactamente la misma expresión que cuando Maki aceptó salir con él hace diez años.
La traca final estalló en ese momento. Una erupción de colores de un arco iris llenó el cielo creando un gran satisfacción en la multitud. Luego, todo se apagó y el silencio sobrevino. Aplausos atronadores surgieron de la audiencia. Los Niños Elegidos se miraron todavía maravillados.
– ¡Guau! ¡Qué pasada!, dijo Meiko.
Sus amigos asintieron con aprobación. Detrás de ellos, el puente comenzó a vaciarse de sus ocupantes. Los digimons estaban que se caían de sueño. Koushiro sugirió que se fueran a dormir en el espacio digital que había creado para ellos: aceptaron y entraron en la computadora.
– Bueno, ¿qué hacemos ahora? preguntó Takeru.
– Por mi parte, creo que me voy a ir a casa, dijo Nishijima, tocándose las costillas con las manos.
– ¿Siente dolor? preguntó Yamato.
– No he sentido casi dolor y hasta hace nada estaba bien, pero ahora creo que necesito realmente descansar. Gracias por haberme invitado a compartir este picnic y ver estos fuegos artificiales. Les deseo a todos una buena noche.
– ¡Buenas noches profesor! respondieron los adolescentes.
– Ah, lo olvidaba, dijo, dándose la vuelta.
Rebuscó en su bolsillo y sacó un papel doblado. Se lo entregó a Taichi:
– Aquí está mi número de teléfono y mi dirección, por si acaso.
– Gracias señor. Descanse bien.
– Gracias.
Nishijima desapareció en la multitud.
– Bien, ¿qué tal si vamos a tomarnos un helado? propuso Mimi.
– ¡Oh, sí, es una buena idea! se entusiasmó Sakae.
– Lo siento... nosotros no vamos a venir, dijo Yamato, tomando a Sora por el hombro.
Ambos se sonrojaron ante la mirada asombrada de sus amigos.
– Vamos a cenar juntos, dijo Sora.
– ¿En serio? exclamó Mimi con una gran sonrisa. ¿Vais a un restaurante romántico? ¡No me lo creo!
– Me lo habías escondido hermanito, dijo Takeru, bromeando.
– ¡Cállate! respondió Yamato sonriendo.
– ¡Que disfrutéis! dijo Hikari.
Asintieron y saludaron a sus amigos. Cuando se dio la vuelta, Yamato miró de reojo a Taichi: sus ojos se volvieron hacia Meiko y Taichi pudo leer los labios de Yamato "A que no". Su amigo levantó el pulgar detrás de su espalda y se fue con Sora. Taichi sintió que se sonrojaba de nuevo. Miró a Meiko: estaba en medio de su hermana, Mimi, Koushiro, Takeru, Ken... totalmente inasequible. En ese momento, Hikari captó la mirada de su hermano. Tomó a Takeru y Ken por los hombros y dijo:
– Me parece genial la idea de Mimi de tomar un helado. ¿Vamos?
Todos se pusieron en marcha. Meiko estaba a punto de seguirlos pero Hikari se volvió y la detuvo:
– Creo que alguien quiere hablar contigo, dijo con un guiño.
Sakae miró por encima de su hombro y vio a Meiko frente a Taichi. Hikari se acercó a Sakae y le dijo:
– No te preocupes, solo lo estoy haciendo más fácil para mi hermano y Meiko.
– Ah sí ¿y por qué se lo pones tan fácil?
– Porque hay algo entre los dos, pero si no los ayudamos un poco, nunca se atreverán a admitirlo, dijo Hikari con una sonrisa.
– ¿Quieres decir... que mi hermana y Taichi, ellos... se gustan?
Hikari asintió, aun sonriendo.
– No te preocupes. Mi hermano es una buena persona. Es solo un poco torpe. Solo va a acompañar a Meiko a casa, no tengas miedo. Así podemos hablar y conocernos un poquito mejor.
Hikari le sonrió a Sakae y ésta sintió una gran amabilidad en esa sonrisa. Nunca se había sentido tan rápidamente aceptada como en este grupo de adolescentes. Le devolvió la sonrisa a Hikari y se unieron a los otros Niños Elegidos que ya se estaban yendo en busca de un helado.
Taichi, atónito, había presenciado las maniobras de su hermana y en unos minutos el grupo se había ido, dejándolo solo con Meiko. Ella se dio la vuelta y se sonrojó de nuevo. Taichi se encontró desprevenido. Tartamudeó:
– Los fuegos... los fuegos artificiales eran hermosos, ¿verdad?
– Mmm...
– ¿Querías comer un helado? Porque... si quieres, no quisiera impedírtelo...
– No te preocupes. De todos modos, no tengo mucha hambre.
– Entonces... ¿te parece que vayamos a dar un paseo?
– ¿Ju… juntos?
– Bueno, sí…
Meiko se sonrojó de nuevo, pero esta vez Taichi ya no solo vio vergüenza en su rostro. Ella parecía feliz. Cuando le respondió, sus ojos brillaron:
– Vale. Todavía no conozco bien Tokio, y me gustaría mucho ir a un lugar que me permita conocer mejor la ciudad... ¿Tienes una idea?
Taichi lo estuvo pensando. De repente sonrió y asintió:
– Sé a dónde vamos a ir.
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Para llegar al restaurante que Yamato había reservado, tuvo que tomar el metro con Sora. Desafortunadamente cuando llegaron a la entrada de la estación, la multitud era tan grande después de los fuegos artificiales que ni siquiera podían acercarse a la plataforma. Yamato se maldijo a sí mismo; Sora pensó que era inevitable.
– ¿Está muy lejos? preguntó ella. ¿No podemos intentar caminar hasta allí?
– Um... sí, solo hay tres paradas de metro desde aquí. La única molestia es que me temo que llegaremos tarde respeto a la hora que había reservado...
– Probemos de todos modos, dijo Sora, sonriéndole.
Salieron de la multitud, caminaron por las calles aún llenas y se dirigieron al restaurante. A medida que avanzaban, Yamato miraba la hora en su teléfono y sentía que su ansiedad aumentaba: nunca llegarían a tiempo. Atravesaron la masa de turistas y cortaron por calles estrechas para evitar las grandes autovías llenas de gente. Finalmente, llegaron a la calle correcta. El restaurante ya estaba lleno. Armándose de valor, Yamato entró. Un camarero vino inmediatamente a acogerle:
– Buenas tardes señor, ¿Tienen reserva?
– Sí, al nombre de Ishida.
– Lo miro de inmediato.
El camarero consultó su registro. Levantó una mirada despectiva hacia Yamato:
– Señor, lo siento, pero llegan tarde.
– Lo sé, perdónenos. No pudimos tomar el metro debido a la gran cantidad de personas que vinieron a ver los fuegos artificiales... ¿Sería posible cenar de todos modos?
– Lo siento, señor, pero su mesa ya ha sido reasignada a otros clientes. Si quiere esperar a una mesa libre me temo que tendría que esperar al menos una hora...
Yamato se maldijo una vez más. Podría haberse enfadado contra el camarero, pero sabía que era inútil. Molesto y furioso, salió del restaurante y se unió a Sora.
– ¿Qué tal? preguntó.
– Nuestra mesa ya ha sido reasignada y no tienen más sitio libre.
Yamato pateó una piedra con la punta de su zapato. Suspiró:
– Lo siento, Sora. Quería que pasemos un buen momento...
Sora sonrió y le tomó la mano a Yamato:
– Ya me hiciste muy feliz al proponerme pasar la tarde contigo. No te preocupes: ¿quizás podamos intentar encontrar otro restaurante?
– Sí, tienes razón.
Sin embargo todos los restaurantes estaban llenos. A cada nuevo establecimiento un nuevo rechazo. Sintieron crecer su decepción. Después del quinto, se dieron cuenta de que sería difícil cenar en un restaurante esa noche.
– Qué mala suerte, murmuró Yamato.
– Dejemos de buscar, y mejor encontremos un parque para sentarnos, dijo Sora.
– Pero, ¿qué vamos a cenar?
– Me quedan sushi y tempura esta tarde, respondió con un guiño.
Entonces Yamato sonrió. Decidió dejar de pensar en esa noche que quería perfecta y que no correspondía en absoluto a lo que se había imaginado. Una vez tomada esta decisión se sintió de repente mucho más sereno. Sora acababa de abrir su bolsa de picnic para ver lo que quedaba del almuerzo. Yamato se dijo que estaba muy hermosa y que siempre tenía una solución para todo.
– Eres una chica extraordinaria, le dijo.
Ella sonrió y salieron a buscar un parque. Encontraron uno agradable cerca del río, bastante tranquilo. Sora extendió el mantel de picnic y sacó los restos de comida. Se sentaron cara a cara y compartieron sushi y tempura.
– Todavía están muy buenos, dijo Yamato. Finalmente, estamos bien aquí.
– Si, es verdad. Y mucho más tranquilos que si hubiéramos cenado en un restaurante.
– Tienes razón.
– Aquí además vemos el cielo.
Yamato levantó la vista: Sora tenía razón. Se veían muy bien las estrellas. De repente tuvo una idea.
– Sora, ¿puedes levantarte por favor?
– Uh... sí, pero ¿por qué?
– Vas a ver.
Puso todo los tápers en la bolsa de picnic, sacudió el mantel y luego lo volvió a poner en el suelo. Se tumbó a la derecha, dejando un espacio libre. Extendió su brazo izquierdo y dijo:
– ¿Vienes a mi lado?
Sora se sonrojó, luego se quitó los zapatos y se acostó junto a Yamato. Puso su cabeza en la curva de su brazo extendido y sonrió. Se sintió maravillosamente bien así. De repente tuvo confianza en sí misma y en lo que la vida podría reservarle en el futuro. Este futuro del cual Piyomon le hablaba dejó de asustarla. Quería ahora afrontarlo. A su lado, Yamato nunca había sentido tanto calor y emoción en su corazón. Le había llevado mucho tiempo creer en el amor. Sus padres se separaron cuando era solo un niño y tenía el funesto presentimiento de que las parejas no podían durar. Cuando comenzó a tener sentimientos por Sora, no se atrevió a dar pasos hacia ella de inmediato. Sin embargo, a su lado, en este momento, se sentía fuerte. Esta certeza curó en él la herida de la infancia que nunca se había cerrado por completo. Permanecieron en silencio en la oscuridad, tan llenos de felicidad como de estrellas el cielo.
