Capítulo 12
Joe miró calle abajo. Zudomon seguía luchando ferozmente contra Leviamon: el cual se arrojó sobre el cuerpo del dragón logrando cerrarle con sus fuertes brazos la mandíbula. Pero Zudomon no podría durar mucho. Leviamon luchaba. De repente golpeó a Zudomon con su doble cola y lo envió a morder el polvo. Luego reveló sus afilados dientes y se formó una bola incandescente en el fondo de su garganta.
– ¡Zudomon, no! gritó Joe, saliendo del refugio.
En ese momento, en la carretera unas ruedas chirriaron: un coche se detuvo cerca de ellos derrapando. Koushiro, Mimi, Sakae y Nishijima salieron. Rosemon y Herakle Kabuterimon se abalanzaron sobre Leviamon. La cara de Joe se iluminó. Chisako también salió del refugio y se unió a él. Rosemon y Herakle Kabuterimon apuntaron hacia Leviamon:
– ¡Giga-blaster!
– ¡Tentación prohibida!
– ¡Joe! exclamó Mimi, uniéndose a Joe.
– ¡Mimi! Llegas justo a tiempo.
Mimi entonces se percató de la presencia de Chisako:
– Eres la novia de Joe, ¿verdad?
– Uh... sí. ¿Alguna vez Joe os ha hablado de mí?
– ¡Claro!
Koushiro había puesto su computadora en el suelo y estaba desplegando varios programas informáticos.
– Profesor Nishijima, Taichi y los demás están en peligro. No podemos esperar a que derrotemos a Leviamon, voy a enviarle ahora mismo al mundo digital.
– Vale.
– Solo necesita...
– ¡Atención! exclamó Nishijima.
Leviamon agarró el coche del profesor con la cola y lo envió hacia los Niños Elegidos. Joe llevó a Chisako y Mimi a un lugar seguro, mientras que Nishijima, Koushiro y Sakae se refugiaron debajo de un puente. El coche se estrelló contra la carretera y explotó. Zudomon se puso de pie en ese momento.
– ¡Zudomon! gritó Joe. ¡Acabemos con esta víbora! gritó, blandiendo su digivice.
El digivice de Joe se iluminó y Zudomon alcanzó el nivel mega: Vikemon apareció, armado con sus escudos y sus masas. Leviamon mostró sus dientes, listo para disparar de nuevo. Sin embargo Vikemon lanzó sus cadenas armadas con mazas:
– ¡Blizzard ártico! gritó.
El hielo brotó del suelo y fue formando crestas hasta Leviamon para encerrarlo.
– ¡Bien jugado! gritó Joe.
– ¡Envíalo hacia el ordenador! gritó Koushiro.
Vikemon propulsó sus mazas que rompieron la prisión de hielo. Al mismo tiempo, Rosemon y Herakle Kabuterimon amenazaron a Leviamon con el objetivo de empujarlo hacia el portal.
– ¡Giga-blaster!
– ¡Tentación prohibida!
El dragón intentó resistir, pero los tres mega digimons lo obligaron a avanzar, y fue absorbido por el mundo digital. Koushiro apagó su computadora. De repente, se produjo un silencio sepulcral sobre Tokio.
– Guau que chulada... susurró Chisako.
– Espera aún no se ha terminado, respondió Koushiro, volviendo a abrir su ordenador. Taichi y los demás necesitan nuestra ayuda. Joe, Mimi, profesor Nishijima, ¿estáis listo?
– Estamos listos, asintió Nishijima.
– Sacad vuestros digivices y dirigidlos hacia el portal.
Koushiro miró a Sakae.
– Cuando nos hayamos ido, ¿puedes guardar mi computadora contigo? Necesitaremos que vuelvas a abrir la puerta para que podamos regresar al mundo real. El programa está listo, solo tienes que ejecutarlo. Te haré una videollamada.
– Tú... ¿crees que lo puedo hacer?
– Lo creo.
– Confiamos en ti, confirmó Nishijima.
– Vale… ¡Lo haré!
Koushiro se levantó y sacó su digivice. Los otros Niños Elegidos se acercaron, sus digimons con ellos. Cuando Joe dio un paso adelante, Chisako le agarró del brazo:
– Espera. Vas a volver, ¿no?
Joe le sonrió. Tomó su mano entre las suyas y la apretó.
– No te preocupes. Volveré. Te lo prometo.
Koushiro, Mimi, Joe y Nishijima se posicionaron frente a la pantalla de Koushiro y extendieron sus digivices. Estos se encendieron, y unos segundos después los Niños Elegidos habían desaparecido.
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Cuando aterrizaron en el mundo digital, se estaba desencadenando un cataclismo infernal. El tornado de Daemon devastaba todo a su paso. Se habían abierto varios barrancos en el desierto rocoso y fulgurantes llamas volaban a su alrededor. El aire olía a quemado, silbaba y avivaba el ardiente crepitar del tornado. Junto a Daemon, todos los demás Señores demonios se desataban, junto con Laylamon y Leviamon. Omegamon luchaba contra el tornado, reteniéndolo lo mejor que podía con su espada, mientras que Hououmon, Seraphimon y Holydramon luchaban contra los Siete Demonios. Estaban exhaustos y el peligro se acercaba. Vikemon, Rosemon y Herakle Kabuterimon volaron a su rescate. Koushiro buscó a sus amigos, preocupado. Nishijima de repente señaló con el dedo una cueva en la montaña.
– ¡Están ahí!
Distinguieron efectivamente a Gennai y a sus amigos acurrucados en una cueva en la que se habían refugiado para protegerse del fuego. Corrieron a unirse a ellos:
– ¡Koushiro, Joe, Mimi, profesor Nishijima! ¡Por fin! exclamó Taichi, protegiendo a Hikari con su brazo. ¡No íbamos a aguantar mucho más!
Al mismo tiempo, los ataques combinados de los Siete Señores Demonios enviaron al suelo a Hououmon, Seraphimon, Holydramon, Herakle Kabuterimon, Rosemon y Vikemon.
– ¡No! gritó Takeru. ¡Seraphimon!
– ¡Hououmon! gritó Sora.
– ¡Holydramon! gritó Hikari.
– ¡No lo conseguirán! exclamó Yamato.
– Profesor Nishijima, ¡llame a Baihumon! le pidió Taichi. ¡Es nuestra última esperanza!
– Vale, voy a intentarlo. Espero... que me escuche.
Nishijima cerró los ojos. Hizo aparecer en su mente la imagen de Baihumon y centró todo su pensamiento en él. Intentó reavivar en su corazón el vínculo que los unía. "Baihumon, por favor, escúchame. Si el vínculo que nos une aún está en tu corazón, sálvanos. Te necesito." Durante unos segundos, Nishijima tuvo la impresión que estaba llamando en el vacío. Pero de repente un calor invadió todo su cuerpo, todo su corazón. ¡Baihumon! Le había sentido, había escuchado su voz, su rugido...
En ese momento, el suelo del desierto se agrietó aún más, la tierra se partió, se abrió. Un digimon emergió levantando innumerables fragmentos de roca. Baihumon, el enorme tigre blanco a rayas índigo con tres pares de ojos rojos y un abdomen rodeado de esferas digitales, terminó de salir de las entrañas del digimundo. El corazón de Nishijima palpitaba al ver a su compañero digimon. Tantos años habían pasado, pero el vínculo que les unía seguía siendo muy fuerte.
Los Siete Señores Demonios que habían detenido sus ataques; miraban ahora petrificados a Baihumon. Daemon dubitativo, terminó riéndose.
– ¿Una única Bestia Sagrada? ¿Mientras que nosotros somos siete? ¡No tenemos motivos para temerte!
– Sin embargo, deberías, respondió Baihumon con frialdad.
El tigre abrió la boca y una inmensa ola rodeó el tornado de fuego de Daemon. Las llamas se congelaron bruscamente y se transformaron gradualmente en metal. En segundos, el ciclón era solo una torre de acero. Todos los mega digimons de los Niños Elegidos se enderezaron. Era hora de contraatacar. Vikemon dijo:
– ¡Blizzard ártico!
La torre estaba rodeada de hielo; Vikemon lanzó sus mazas de cadenas hacia la torre, mientras todos los demás digimons combinaban sus ataques con el suyo. Omegamon bajó su espada sobre la torre metálica y helada. El tornado se rompió bruscamente en mil pedazos, pixelandose. Lentamente los píxeles destrozados desaparecieron. Los Niños Elegidos y Nishijima sintieron que la esperanza renacía en sus corazones. Daemon sonrió forzadamente y dijo, enojado:
– ¡Todavía no he dicho mi última palabra!
Formó un nuevo meteorito de fuego mientras sus acólitos preparaban un ataque. Los Siete Señores Demonios proyectaron todo su poder a los digimons que los enfrentaban. Pero Baihumon volvió a abrir la boca y la misma ola de metal absorbió todos los ataques en pleno vuelo. Los Demonios comenzaron a palidecer: entendieron que sus ataques se corroían desde el interior. Unos segundos después, el metal se cayó y los ataques se descompusieron. Los digimons demoníacos se tensaron, visiblemente asustados por el poder de Baihumon.
– Volved al Mar Oscuro, les gritó el tigre.
– Eso es lo que te gustaría, ¿verdad? rio Daemon. ¡Jamás!
– Muy bien, dijo Baihumon. Omegamon, ¡sígueme!
Baihumon agitó las patas y, para sorpresa de Taichi y sus amigos, se fue volando para bombardear olas de su metal poderoso y corrosivo contra los Siete Señores Demonios. Nishijima pensó primero que quería paralizarlos. Pero Baihumon atacaba a los demonios para hacerlos replegarse. Entonces, Nishijima entendió: Baihumon los hacia retroceder hacia el Mar Oscuro. Omegamon lo entendió también y procuró que los demonios no escaparan, obligándolos a moverse hacia el portal abierto por Himekawa. Finalmente, cuando los Siete Señores Demonios fueron arrinconados, Baihumon escupió una ola gigantesca de metal. Los demonios aullaron y lanzaron un último ataque cada uno: todo el suelo del desierto tembló. La cueva en la que se encontraban los Niños Elegidos se agrietó.
– ¡Salid rápido! gritó Yamato.
Todos corrieron. Sin embargo, cuando Hikari y Meiko estaban a punto de cruzar el umbral de la cueva, una roca cayó de la montaña y bloqueó la entrada.
– ¡Hikari! Meiko! gritó Taichi.
Al mismo tiempo, Baihumon arrojó a los Siete Señores Demonios al pasaje que conducía al Mar Oscuro.
– ¡Ahora cierra la puerta! gritó Baihumon a los Niños Elegidos.
– ¿Cómo lo hacemos? exclamó Koushiro.
– ¡Con vuestros digivices! dijo Gennai, corriendo para unirse a ellos.
Cada uno de los adolescentes que habían logrado salir de la cueva y Nishijima extendieron su digivice hacia el Muro de Fuego: todos se iluminaron y una luz irradió a la pared en llamas. El Muro de Fuego comenzó a palidecer. Parpadeó, se desmaterializó lentamente. Finalmente, desapareció por completo. Daigo Nishijima percibió una silueta frente al Muro de Fuego. ¡Hime! Ella dirigió una mirada fría y despectiva a los Niños Elegidos y desapareció detrás del Muro de Fuego antes de que se desvaneciera por completo. La siguió una figura que ninguno de los Niños Elegidos pudo reconocer.
Un silencio irreal cayó entonces sobre el desierto destripado del digimundo.
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Meiko abrió lentamente los ojos: se sentía confundida, con la mente nublada. Se pasó una mano por la frente. Todo a su alrededor estaba oscuro. Se enderezó, dolorida, y buscó su teléfono en el bolsillo. Encendió la lámpara y examinó el espacio que la rodeaba: todavía estaba en la cueva, cuya entrada había sido bloqueada por el colapso. Unas piedras le habían caído encima y había perdido la conciencia. Entonces notó una silueta extendida a pocos metros de ella.
– ¡Hikari!
La chica estaba inconsciente. Meiko se levantó y corrió hacia su amiga. Puso un brazo detrás de su espalda para enderezarla:
– ¡Hikari, soy yo, Meiko! ¿Me oyes? ¡Hikari, despierta!
Pero no recuperó el sentido. Sin embargo, Meiko notó que sus párpados temblaban, como si estuviera soñando.
Hikari estaba en un lugar extraño. Cuando abrió los ojos, se sintió ligera, como si el peso de su cuerpo no existiera en este mundo; como si no tuviera consistencia. Inquieta, comprobó de inmediato: tenía dos piernas, dos brazos, un pecho y una cabeza. Pero no sentía ningún peso material. Se enderezó y frunció el ceño: ya había venido a este lugar. Una intensa luz blanca, pura e infinita, la rodeaba. Levantó la vista: cubos de datos de diferentes colores flotaban a su alrededor. La última vez que había venido a este mundo, había visto a Tailmon y Meicoomon cuando se habían fusionado para formar Ordinemon.
Se acercó a uno de los cubos que flotaban cerca de ella. Lo tocó y el cubo se iluminó: inmediatamente miles de recuerdos invadieron su mente. Tenía ocho años, estaba en el balcón de su piso con Taichi. Encontraba a Tailmon por primera vez. La acompañaba Wizardmon, quien le mostraba una copia de su símbolo. Tocó otro cubo y otra imagen cobró vida en su mente: estaba sentada sobre las espaldas de Zudomon, que cruzaba la bahía brumosa de Tokio. Este recuerdo no era suyo. Veía a través de unas gafas y llevaba una bolsa azul que contenía medicamentos: ¡era un recuerdo de Joe! Tenía que remontar a cuando Ikkakumon digievolucionó por primera vez en Zudomon mientras luchaba contra Megaseadramon. Hikari notó que al lado de Joe estaba Takeru, más joven. Frente a ellos, Wizardmon, rescatado, les entregaba el símbolo de la luz y les decía que deberían dárselo rápidamente a Hikari y Tailmon. Hikari quitó los dedos del cubo de color y los puso en un tercer cubo: esta vez, vio a través de los ojos de un pequeño ser, dotado de una cola blanca y morada con un anillo. ¡Tailmon! Estaba visitando un recuerdo de Tailmon. Estaba sentada junto a un fuego por la noche. Frente a ella estaba Wizardmon, quien le agradecía por salvarlo. Adivinó la alegría que sintió Tailmon de tener un primer amigo. Soltó el cubo y se acercó a un último. Curiosamente, tenía un mal presentimiento, como si supiera que contenía un recuerdo que no quería ver. Sin embargo lo tocó. En ese momento regresó a su propio cuerpo seis años atrás. Vio a Vandemon arrojar su rayo escarlata hacia Tailmon y hacia ella. Vio otra vez, horrorizada, a Wizardmon ponerse delante de ellas para protegerlas. Wizardmon cayó. Hikari inmediatamente soltó el cubo y apretó los párpados. Unas lágrimas aparecieron en sus ojos.
En ese momento, los cuatro cubos que había tocado brillaron más. Se acercaron el uno al otro y se fusionaron. Dejaron de ser geométricos y se deformaron. Lentamente, asumieron una apariencia que Hikari reconoció fácilmente: era una pequeña figura humana, con una capa azul que cubría la parte inferior de su cara, con un sombrero puntiagudo y un bastón que terminaba en un sol. Sus ojos azules se abrieron.
– ¡Wizardmon! exclamó Hikari, extiendo la mano hacia él.
Quería tocarlo, pero su mano lo atravesó. Hikari dio un paso atrás, asustada. Entonces se dio cuenta de que el cuerpo de Wiazrdmon era ligeramente transparente: era capaz de ver a través de él. Wizardmon la miró con cariño. Con una voz de ultratumba, le dijo:
– Hikari... no tengas miedo.
– ¿Eres... un fantasma?
– Soy una recreación temporal de Wizardmon.
– Estoy tan feliz de verte. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no pudiste renacer en el mundo digital? Pensé que los digimons que murieron en el mundo real podrían volver a la vida con el reboot.
– Desgraciadamente es imposible. Los datos digimon pertenecen al digimundo donde nacimos. Si morimos fuera de este mundo, nuestros datos no pueden recuperarse para renacer en forma de huevos digitales. El reboot ha devuelto a la vida solo a los digimons que no pudieron reencarnarse como digitama en el mundo digital. Muchas veces se debe a un sacrificio. Pero para aquellos que como yo hemos desaparecido en el mundo real, no podremos renacer.
– Entonces... ¿Leomon no volverá?
– No...
– ¿Y Meicoomon tampoco?
– Fue encarcelada en Ordinemon y murió en el mundo real. Sus datos… se han perdido.
– Sin embargo... ahora mismo, te veo. ¡Has vuelto a la vida!
– No a la vida, no. Soy la sombra de Wizardmon. Solo pude reaparecer temporalmente gracias a los recuerdos de quienes me conocieron. Los recuerdos que guardasteis de mí son los únicos datos salvados de todos los que me compusieron y que fueron destruidos. Pero eso no me permite revivir de nuevo.
Hikari frunció el ceño, triste por saber que Wizardmon nunca volvería al mundo digital. Miró a su alrededor otra vez; los cubos de datos flotaban en luz blanca.
– ¿Dónde estamos? ¿Por qué no puedo sentir el peso de mi cuerpo aquí?
– Porque nada es material en este lugar. De hecho, solo tu mente está frente a mí en este momento.
– ¿Pero dónde está mi cuerpo?
– Se quedó en el mundo digital. Es tu conciencia la que me habla. Una conciencia no tiene forma. Eres tú quien hace que esta parezca tal y como eres en la Tierra. Estos cubos coloridos que nos rodean te intrigan, ¿no? Ven, quiero mostrarte algo.
Hikari se acercó a Wizardmon. Extendió su bastón delante de él. Varios cubos de datos se les acercaron, parpadeando.
– Tócalos todos a la vez, dijo Wizardmon a Hikari.
Hikari miró a Wizardmon, perpleja. Luego extendió los dedos delante de ella y tocó dos cubos con cada mano. En ese momento, los recuerdos de Meiko la asaltaron: Meiko bañándose con Meicoomon, Meiko presentando a Meicoomon a los Niños Elegidos, Meiko tomando a Meicoomon en sus brazos en el onsen, Meiko tratando de calmar a Meicoomon en el bosque del mundo digital ... Los cubos luego se unieron y tomaron una forma que Hikari conocía bien ...
– ¡Meicoomon!
Hikari miró al digimon, transparente como Wizardmon. Meicoomon le sonrió y dijo:
– Confío en ella, dile que confío en Meiko. Díselo de mi parte, por favor, Hikari.
Al mismo tiempo, la imagen de Meicoomon explotó en miles de píxeles que reformaron los cubos de datos. Hikari retrocedió y los cubos se dispersaron. Wizardmon le sonrió:
– Siempre quedan los recuerdos...
Cuando dijo estas últimas palabras, Wizardmon comenzó a pixelarse. Los datos temporales que lo habían hecho aparecer se fueron esfumando como el agua cuando se evapora. En apenas unos instantes, desapareció.
En ese momento, Hikari abrió los ojos. Vio a Meiko inclinada sobre ella, a la tenue luz de su móvil. Hikari parpadeó y murmuró:
– He visto…a Meicoomon.
