Tres Días en la Mansión Kido
Capitulo X
La Confesión
Por Anako Hiten
Hyoga se quedó pensando en lo feliz que estaría si su relación con Camus fuese como la de Shun y Afrodita. Lo único que hacía era ensayar mentalmente las palabras que le diría a Camus. La ansiedad de su inminente declaración lo estaba volviendo loco (¿más?), quería ver ya a su maestro.
—Camus… ¿Dónde estás Camus?...— se levantó, tenía los nervios de punta— Por favor… apresúrate maestro.
Hyoga estuvo dando vueltas alrededor de la entrada por un buen rato, hasta que sintió unas firmes manos sujetándolo por los hombros.
—¿Por qué tan tenso, Hyoga?— preguntó una suave voz a sus espaldas— ¿Te sucede algo?
Cuando el rubio se dio la vuelta, sintió cómo sus rodillas temblaron al ver ése rostro, esos ojos azules que lo traían de cabeza…— ¡Camus¿Por qué…— sus rostros estaban demasiado aproximados, Hyoga ansiaba besarlo— …por qué te has tardado tanto?
—¿Con que estabas preocupado?— dijo Camus dándose importancia— Bueno, es que me entretuve comprando algo— sacó una preciosa cajita azul con un lazo dorado y se la dio a su pupilo— Sé que te gustará.
—Pero… no debiste… no puedo ac——
—¡Shhh!— musitó Camus colocando su dedo índice sobre los labios de Hyoga— Sólo ábrelo.
Hyoga obedeció, como buen alumno, y al fijarse en el contenido se quedó mudo. Era un rosario de perlas del cual pendía una enorme cruz de oro: la Cruz del Norte.
—Camus…— los celestes ojos del Cisne estaban empañados, su amado maestro había recuperado su mayor tesoro, el único recuerdo de su madre— ¿Cómo?
—Estuve paseando por las tiendas y a lo lejos pude ver ése resplandor, y supe inmediatamente que era éste rosario— explicó Camus tranquilamente, aunque por dentro se moría de gusto por la expresión de Hyoga— Pregunté dónde lo habían conseguido y me comentaron que era una reliquia que encontraron por casualidad, que pertenecía a un monje exorcista, y que con él exorcizaba a personas poseídas por espíritus malignos, porque el rosario tenía poderes milagrosos…
—¿Un monje?— dijo Hyoga sin poder creerlo— ¿O UN MALDITO LADRÓN?
—Ajá… y luego de que le pedí al encargado que lo colocara en la caja más hermosa, este…— Camus bajó la cabeza algo apenado— Supuse que el joyero era el ladrón, pero… después de que le di una buena paliza… me dijo que se lo habían vendido y… que inventaba historias extrañas para vender su mercancía por más dinero…
—¿Por qué lo golpeaste¿Estás loco?— preguntó Hyoga sorprendido por las locuras de su maestro.
—¡ESE ERA TU MÁS VALIOSO TESORO¡NO PODÍA DEJARLO ASÍ!— protestó Camus— Pero pedí disculpas, fue bastante tonta mi actitud.
Hyoga se quedó en silencio de nuevo; su maestro, su gran amor hizo todo eso por recuperar lo que creía más valioso para él, simplemente no podía creerlo.
—Gracias… Maestro…— Hyoga quería retener sus impulsos por lanzarse en sus brazos, mientras que Camus tomaba el rosario y dulcemente se lo ponía a su pupilo alrededor del cuello.
—Llévala siempre, así sentirás la presencia de tu madre nuevamente contigo, y bueno, la mía también— musitó Camus, mientras que sus mejillas se coloreaban casi imperceptiblemente.
—¡Gracias Camus!— Hyoga no pudo más y se aferró a los brazos de Camus con fuerza, no quería soltarlo.
—Hyoga… ¡Pareces una pulga!— rió Camus alegremente— Descuida, no me voy ahora¡jajaja!
Hyoga se desprendió de Camus y tomo mucho aire antes de hablar. Ya estaba listo y debía hacerlo.
—Debo hablar contigo ahora mismo Camus,— miró hacia donde estaban los otros— pero vamos a otro lugar.
—¿A dónde¿Qué debes decirme, Hyoga?
Hyoga lo tomó del brazo y caminaron hasta el otro lado del jardín, en un claro bastante apartado de la casa, donde Shiryu solía sentarse a meditar, pero como tenía tiempo sin ver a su antiguo maestro, se quedarían hablando y tomando hasta que se cansaran.
Al llegar, Hyoga y Camus se detuvieron, y éste último, seriamente, preguntó:
—¿Me puedes explicar qué traes entre manos?
—Quisiera… que me respondieras algunas cosas— dijo Hyoga mirando al suelo.
—Entonces dime¿qué quieres que te responda?— dijo Camus fraternalmente, pensaba que Hyoga quería un favor.
—¿Desde cuando estás con Milo?— soltó Hyoga sin poder más con la duda.
—¿EH?— Camus lo miró estupefacto, no se imaginaba una pregunta como ésa— ¿d-de qué hablas?
—RESPÓNDEME— dijo Hyoga cortante, pero sin elevar el tono de voz— ¿Desde cuando Milo y tú andan juntos?
—¡POR ATHENA¿DE DÓNDE SACASTE ESO, HYOGA?
—¿Ahora me dirás que no has hecho nada!
—¡Si no entiendo de qué me hablas¿Qué fue lo que hice?
—¡EL AMOR¡¡¡HICISTE EL AMOR CON MILO HACE DOS SEMANAS!— Hyoga finalmente estalló en cólera— ¡NO LO NIEGUES!
—¿Có-cómo sabes…?— el color del rostro de Camus había desaparecido por completo— ¿Quién te lo——
—¡NADIE ME LO DIJO¡¡¡YO LO VI!
—¿NANI¿LO VISTE?— dijo Camus muerto de pena, no creía que alguien los hubiese visto, mucho menos su pupilo más valioso— ¿Estás seguro?
—¡NO TONTO¡LO ALUCINÉ!— replicó el ruso en voz muy alta— ¡CLARO QUE LOS VI!
Camus seguía blanco, no sabía que responder. Hyoga trató de serenarse, pero el rostro de Camus hablaba por él: entonces era cierto, no era una pesadilla ni una alucinación, Camus y Milo sí estaban juntos.
—¿Por qué no me dijiste que estabas junto a Milo?
—¡No Hyoga! El hecho de que… hayamos hecho eso no significa que tengamos algo serio.
—¿Que no significa nada¿Cómo vas a entregarte a alguien y luego decir que no significa nada?
—No me entregué como tú piensas— respondió Camus mirando a Hyoga como queriendo que no hablase más del asunto— Sabes que Milo y yo somos mejores amigos y….— de pronto se le subió la sangre a la cara— nos entretuvimos con algo de…. sexo.
—¿ENTRETENERSE!— Hyoga estaba bastante confundido— ¿SEXO POR ENTRETENIMIENTO?
—BIEN HYOGA¿QUÉ QUIERES QUE TE DIGA?— exclamó Camus incómodo y molesto, estaba confesándole todo eso a Hyoga sin saber por qué— ¡TUVIMOS RELACIONES¿Y QUÉ! EL SABÍA QUE YO TENÍA MUCHO TIEMPO SIN ESTAR CON ALGUIEN Y QUERÍA QUE VOLVIERA A SENTIR LO QUE DESDE HACE MUCHO NO SENTÍA ¡PLACER! PUNTO— se calmó y luego miró nervioso a Hyoga— O es que acaso… ¿Acaso te molesta que tenga sexo con hombres¿Acaso te molesta que sea homosexual?
—¿CREES QUE TENGO LA MENTE TAN ESTRECHA¡CLARO QUE NO ES POR ESO!— gritó Hyoga dejando bien claro que ésa no era la razón de su disgusto.
—Entonces¿por qué me reclamas de esa forma¿Por qué te molesta tanto que haya estado con Milo?
—¡PORQUE ESTOY CELOSO!— Hyoga no pudo aguantarlo más, si no le decía a Camus lo que sentía iba a estallar.
El Caballero de Acuario se quedó de piedra. No se esperaba eso¿Hyoga celoso de Milo? No podía ser que…
—Hyoga ¿tú…¿pero por qué…
—¡Porque te amo¡TE AMO, MALDITA SEA!— exclamó Hyoga frustrado. Pero ya no podía volver atrás. Se dio cuenta de que por su rostro corrían lágrimas: lágrimas de rabia, de celos… de amor.
—Hyoga, yo… lamento que hayas visto eso… lo——
—¡Es que no entiendes! Desde aquel día he estado tan aturdido… cada vez que intento dormir recuerdo ése momento tan… ¡tan repugnante!
—Tenemos que hablar de esto Hyoga— dijo Camus mirando fijamente al ruso— Debes entender que no tengo nada con Milo.
—No… tienes por que darme explicaciones— dijo Hyoga volviéndole la espalda a Camus para recostarse en un muro— No soy quien para que lo hagas.
—¡Pero si me las acabas de pedir! Además… yo sí debo darte explicaciones… porque eres… eres la única persona a quien se las daría— susurró Camus acercándose lentamente a la espalda de Hyoga— Porque eres quien tiene todo el derecho a reclamarme cualquier pecado que cometa…
—¿Por qué lo dices? El que sea tu pupilo no implica que debas decirme nada—dijo Hyoga secamente, sin voltearse— Soy yo el que debe disculparse por ése irrespeto… Maestro.
—No es que seas mi pupilo, Hyoga, creí haberte hecho entender que no hablaríamos como maestro y discípulo, sino como mejores amigos, íntimos amigos… —suspiró profundamente, acercándose más a Hyoga y tomándolo por detrás de la cintura — pero yo también caí en lo mismo que tú, Hyoga… también me enamoré, dejé de verte como mi alumno y entendí lo hermoso que eres, y lo maravilloso de tus sentimientos, pero jamás imaginé que tú también sentirías lo mismo; mas por no saberlo traté de olvidarte, apartarte de mis pensamientos. Sin embargo, en cada memoria, en cada detalle que recordaba estabas tú… estás tú…— comenzó a besarle el cuello, mientras le apretaba su cintura contra sus propias caderas— No tienes la más mínima idea de lo que siento por ti, Hyoga.
