Capítulo 22
El silencio de la noche se cernía sobre el campamento de los Niños Elegidos. Solo los restos de la lumbre chisporroteaban partículas arrojando partículas rojizas en el aire. A veces una rama húmeda emitía un silbido como si la madera suspirara de bienestar al lado del calor. Las llamas dibujaban sombras móviles y misteriosas en los árboles y en las caras. Todos los adolescentes y sus digimons se habían dormidos, a la excepción de Yamato, que vigilaba, e Hikari que no conseguía dormir.
Hikari, acostada de lado, miraba fijamente al fuego. Aunque lo escondiera, la influencia que Lucemon había tenido sobre ella y Angewomon la asustaba. La idea de que los Señores Demonios o Piedmon pudieran hacer daño a su digimon usando sus miedos la angustiaba. Hikari sabía que tenía que luchar contra sus temores. Pero su corazón sensible absorbía las emociones de los demás y a menudo se sumaban a sus propios sentimientos. Negar estas emociones era como negar una parte de sí misma. Habían liberado a Azulongmon, pero les quedaban dos Bestias Sagradas por rescatar. Hikari sabía que aunque su búsqueda progresaba, algo más la preocupaba. Desde dos días una idea había brotado en su mente...
– Hikari, ¿no estás durmiendo?
Tailmon había abierto los ojos y se había levantado. Notó la expresión preocupada de su compañera humana.
– Pareces muy sombría, Hikari...
– No te preocupes por mí, respondió la chica con una sonrisa. Tailmon, quiero poder protegerte siempre...
– No tengas miedo, seré capaz de resistir a los Señores Demonios, a Piedmon e incluso a Yggdrasil si hace falta...
– Si quiero protegerte, tengo que deshacerme de algunos de mis miedos... Tengo una idea para hacerlo, pero necesito tu ayuda.
– Cuenta conmigo.
– También me gustaría pedirles ayuda a Takeru y Patamon.
– Espera... ¿qué plan tienes en mente?
Cuando Hikari se lo explicó, Tailmon se quedó sin palabras.
– ¿Qué? No, Hikari, ¡es demasiado peligroso!
– Shhh, ¡vas a despertar a todo el mundo!
Hikari miró a sus amigos. Ninguno de ellos se había movido. Luego giró la cabeza hacia Yamato: miraba en otra dirección.
– Uf... susurró ella. Ven conmigo, Tailmon.
La adolescente caminó lentamente hacia el lugar donde Takeru dormía. Se inclinó hacia él y lo sacudió suavemente por el hombro:
– Takeru... Takeru, despierta...
El joven agitó las pestañas y finalmente abrió los ojos. Cuando reconoció a Hikari, muy cerca de su cara, sintió que su corazón se aceleraba y tartamudeó:
– ¿Hikari? ¿Qué… qué pasa?
– Levántate en silencio y aléjate un poco. Me gustaría hablarte. Lleva a Patamon contigo.
Takeru obedeció y se alejaron un poco hacia el bosque. Tan pronto como estuvieron solos, Takeru exclamó:
– Entonces, ¿qué pasa?
– Takeru, necesitaría tu ayuda.
– ¿Mi ayuda? ¿Para qué?
– Lo que le sucedió a Angewomon esta tarde todavía me persigue... Tengo miedo que otro Señor demonio, o peor, Yggdrasil, esté tratando de influir en la digivolución de Tailmon usando mi miedo...
– ¡Sabes que nunca permitiré que ningún Señor demonio haga eso! Te protegeré de tus temores, Hikari.
La chica se sonrojó ligeramente, conmovida por el coraje y la entrega del joven. Takeru sintió que había hablado con demasiado entusiasmo porque él también se sonrojó. Cada uno apartó la vista del otro. Finalmente, Hikari susurró:
– Me gustaría poder luchar contra estas ansiedades, sabes. Sé que nuestra misión actual es liberar a las Bestias Sagradas, pero... no puedo evitar pensar en Ken y Gennai.
– Su secuestro te ha afectado mucho, ¿no?
– Sí. Más de lo que creía. Estoy segura de que mi miedo a que se les haga daño alimenta mis temores personales, lo cual está relacionado con lo que me ha pasado esta tarde con Angewomon. Llevo varios días pensándolo... Takeru, quiero ir a liberar a Ken y Gennai de Yggdrasil.
Ante estas palabras, Takeru se quedó estupefacto
– Quieres... ¿ir y liberar a Ken y Gennai de Yggdrasil? repitió, aturdido. Pero, Piedmon les llevó al Mar Oscuro, ¿te acuerdas? Y Taichi lo dijo: ninguno de nosotros puede entrar en ese mundo.
– Precisamente... ¿recuerdas que hace tres años fui allí sin quererlo? ¿Y qué te uniste a mí?
– Sí, y las criaturas que encontramos allí no me dejaron un buen recuerdo...
– Creo que puedo volver a abrir un pasaje que nos transporte al Mar Oscuro.
– ¿Qué? ¿Estás... estás segura?
– Absolutamente.
Takeru miró fijamente a la chica y comenzó a pensar en la viabilidad de su plan y si podía transportarlos al Mar Oscuro... pero luego sacudió la cabeza y volvió a la realidad.
– Pero Hikari, incluso si lograses abrir un pasaje, sería demasiado peligroso... ¡Todos los Señores Demonios están allí! Sin contar con Yggdrasil ... ¡sería como meterse en la boca del lobo!
– ¡Pero es precisamente por eso que debemos ir, no creen que podamos entrar en su mundo! Yggdrasil sabe que estamos buscando a las Bestias Sagradas, por eso envió a Lucemon y Barbamon al mundo digital... pero no espera que entremos en su mundo. Esto nos da una ventaja sobre él. Solo tendremos que ser rápidos, pero estoy segura de que puede funcionar... y si tenemos éxito, Ken y Gennai nos podrán ayudar a liberar las Bestias Sagradas. En cuanto a mí, será un temor de menos que los Señores Demonios podrán usar para corromper a Angewomon.
– Pero no tenemos idea de dónde están encerrados, ni siquiera del tamaño del mundo del Mar Oscuro... esto podría tomarnos varios días...
– Estoy segura de que la costa del Mar Oscuro no es tan grande y que percibiré la presencia de nuestros amigos cuando esté allí.
Takeru suspiró con las manos en las caderas: estaba dudando. ¿A dónde se había ido la tranquila Hikari que conocía? Levantó la vista y la miró fijamente. De repente entendió: en este momento, no era la tranquila Hikari que le hacía frente, sino una Hikari llena de compasión por sus amigos prisioneros de Yggdrasil. No podía contener la bondad que tenía en ella. Siempre estaba lista para ayudar a los demás, aunque tuviera que ponerse en peligro. Esta integridad constituía su fuerza, pero también su debilidad. Takeru leyó en sus ojos que estaba decidida. No podía dejarla ir sola. Si algo le sucediera, nunca se lo perdonaría.
– Vale, capituló Takeru. Patamon e yo vamos a acompañarte.
– Yo también, quiero ir con vosotros.
Takeru y Hikari se dieron la vuelta: Meiko salió de los matorrales y los miró intensamente.
– Meiko... murmuró Hikari.
– ¿Escuchaste toda nuestra conversación? dijo Takeru.
– Sí.
– ¿Estás segura de que quieres acompañarnos? preguntó Hikari.
– Sí. Estoy cansada de sentirme inútil. Quiero demostrarme a mí misma que todavía soy capaz de actuar, aunque no tenga Meicoomon a mi lado. Ken es bueno; no merece estar prisionero de Yggdrasil.
Takeru y Hikari intercambiaron miradas y luego asintieron.
– Vale, asintió Takeru. Patamon, Tailmon, ¿estáis listos para ayudarnos?
– ¡Sin dudar! confirmó Tailmon.
– Estoy contigo, Takeru, exclamó Patamon.
– Solo quiero dejar un mensaje cerca del campamento, dijo Hikari. Para que mi hermano pueda verlo. Espero que comprenda nuestras motivaciones. Ahora vuelvo.
Atravesó el bosque y reencontró el claro donde dormían sus amigos. Abrió su mochila que había dejado al pie de un árbol, sacó un cuaderno y un bolígrafo. Rápidamente, escribió algunas líneas. "Espero que Taichi acepte mi decisión", pensó. Arrancó la hoja del cuaderno y la colocó al lado del fuego, con una piedra encima para que no se volara.
Luego regresó al claro donde estaban Takeru y Meiko. Se acercó a sus amigos y les dijo:
– Creo que si utilizo mis mayores temores, la desesperación más intensa que yace en mi corazón, puedo llevarnos al Mar Oscuro. Cogedme de la mano y os llevaré conmigo.
Meiko y Takeru asintieron. Hikari extendió una mano a cada uno de ellos. Luego Takeru y Meiko cerraron el círculo cogiéndose la mano. Hikari cerró los ojos y buscó en su interior los peores temores que habían podido sentir en su vida. Se le retorció el estómago y una visión aterradora se apoderó de ella. Tembló, pero sus amigos sostenían firmemente su mano. De repente, Meiko vio que su cuerpo empezaba a ser transparente. Miró a Takeru, asustada. El chico apretó los labios para decirle que permaneciera en silencio. Hikari se estaba concentrando. Los cuerpos de los tres adolescentes se hicieron cada vez más evanescentes, perdiendo toda consistencia material. De repente, desaparecieron por completo y Takeru tuvo la impresión de ser arrastrado al vacío. Apretó muy fuerte las manos de Hikari y de Meiko.
Cuando volvió a abrir los ojos, se encontraban en una larga playa de arena gris. Tailmon y Patamon se habían transportado a su lado. Se apilaban en el cielo nubes oscuras, tan espesas que impedían que la luz entrara en este mundo. Un enorme océano se extendía ante ellos: sus olas negras refluían a sus pies. Se estremecieron cuando sopló un viento frío.
– Hikari, lo has conseguido... dijo Takeru, impresionado.
– ¿Estamos en el Mar Oscuro? murmuró Meiko. Este mundo está tan desolado...
– Solo vine aquí una vez, dijo Hikari, frunciendo el ceño. Pero la sensación helada que da este lugar es tan vívida en mi memoria como si hubiera venido ayer...
Se dieron la vuelta: unos acantilados altos y empinados dominaban la playa. Una cascada del color del plomo se arrojaba desde uno de ellos para abrir un surco en la arena hacia el océano. Una gran pagoda oscura se elevaba encima de esta cascada inquietante.
– Estoy segura de que Ken y Gennai están allí, dijo Hikari.
– Vamos a intentar acercarnos, dijo Takeru.
En el momento en el cual se ponían en marcha, Hikari gritó. Meiko y Takeru se dieron la vuelta. Un brazo gris y sin forma acababa de salir del agua para agarrar el tobillo de Hikari. Tailmon y Patamon se apresuraron a liberarla. El brazo soltó a la chica que inmediatamente retrocedió.
Entonces el Mar Oscuro se agitó y de las olas emergieron criaturas horribles: de sus cuerpos delgados de los que salían brazos largos, se sostenían con dos piernas flácidas. Con una cabeza erizada de membranas recordaban a aletas dorsales que los hacía parecer como peces. No tenían boca ni nariz, solo unos ojos negros en el centro de los cuales brillaban una inquietante pupila roja. Todo su cuerpo negro y viscoso parecía estar formado por el mismo Mar Oscuro. Los tres adolescentes dieron un salto hacia atrás, asustados y repelidos por su apariencia.
– ¿Qué... qué es esto? gritó Meiko.
– ¡Son las criaturas que ya nos habían atacado! exclamó Takeru.
– ¡Son las que querían llevarme con ellos! dijo Hikari, aterrorizada.
– Meiko, ¡vete hacia la pagoda! le dijo Takeru. ¡Hikari y yo los vamos a detener!
– ¡Vale!
Mientras emergían del agua otras criaturas monstruosas, Takeru e Hikari sacaron su digivice: Patamon y Tailmon digievolucionaron en Angemon y Angewomon mientras Meiko corría hacia los acantilados.
::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
Daigo Nishijima soñaba. Tenía diecisiete años otra vez y se encontraba en medio de un desierto, en plena tormenta. La arena le picaba los ojos y le magullaba el rostro. No podía ver a más de diez metros de distancia. Sin embargo, sabía que Apocalymon estaba cerca. Homeostasis le había llamado a él y a los primeros cinco Niños Elegidos para repelerlo. Pero no podía caminar, no podía correr. Su pierna derecha estaba rota, causándole un dolor punzante. En la niebla producida por la arena distinguió a Maki Himekawa que se había desmayado en el suelo. ¡Hime! La sangre fluía desde su hombro izquierdo hasta su muñeca. Se arrastró hacia ella, la enderezó para tomarla contra él y protegerla. De repente, los vientos de arena disminuyeron. Nishijima entrecerró los ojos y distinguió Apocalymon: encaramado desde un polígono de doce lados del que emanaban garras metálicas capaces de privar a cualquier digimon de su fuerza, era aterrador. Unos tubos salían de este polígono para alimentar su cuerpo azulado. Nishijima giró la cabeza: todos los digimons reunidos por Homeostasis para luchar contra Yggdrasil y Apocalymon habían sido derrotados. Nishijima y sus amigos no eran los compañeros de estos digimons y no podían hacerlos digievolucionar como lo ambicionaba Homeostasis. Sus verdaderos compañeros digimons eran los que se habían transformado en Bestias Sagradas y habían sido encarcelados. Ahora Nishijima y sus amigos estaban solos contra Apocalymon... ¿Dónde estaban Eiichiro, Ibuki y Shigeru?
Unas sombras oscilaron en este momento de la tormenta. Sombras humanas. Nishijima reconoció la silueta de una joven morena, de unos diecisiete años, con gafas:
– ¡Ibuki!
– ¡Daigo! ¡Estás aquí! Pero... estás herido! ¡E Hime también!
– ¿Dónde están los otros?
– ¡Estamos aquí!
Dos otros jóvenes salieron de la niebla: un chico robusto, con un rostro determinado, de la edad de Ibuki, y otro más joven y más fibroso, con el cabello negro y ojos azules.
– ¡Eiichiro! ¡Shigeru! exclamó Nishijima.
Eiichiro lo miró a él y a Hime. Tomo conciencia de que lo que iba a pasar. Se volvió hacia Ibuki:
– Ibuki, Daigo e Hime no podrán hacerlo.
– Lo sé, asintió la chica.
– ¿De qué habláis? exclamó Nishijima.
En ese momento el suelo tembló. Apocalymon estaba preparando su ataque de destrucción total. Eiichiro, Ibuki y Shigeru intercambiaron una mirada cómplice. Entonces se colocaron frente a Daigo y Maki, se cogieron por la mano y se concentraron. La tierra tembló más, se agrietó. De repente, tres Bestias Sagradas surgieron de las profundidades del digimundo: eran los digimons que habían sido sus compañeros antaño. Nishijima estaba demasiado débil para hacer como sus amigos: no podía llamar a Baihumon, no podía permitir que se liberase. Hime se había despertado y gritó en contra de Homeostasis. Su rencor hacia él resonó en el sueño de Nishijima como un eco. Las tres Bestias Sagradas estaban luchando contra Apocalymon, pero les faltaban fuerzas para vencer tal monstruo. De repente, Nishijima vio los cuerpos de Eiichiro, Ibuki y Shigeru encenderse. este último se volvió hacia él e Hime y les dijo:
– Mis amigos, no tengáis miedo. Os protegeremos con nuestros compañeros digimons. Ahora sabemos por qué somos los Niños Elegidos.
– Debéis mantener vuestras fuerzas, continuó Ibuki. Para seguir luchando contra las tinieblas después de nosotros.
– ¡Esperad, quiero ayudaros! ¡Quiero salvaros! ¡No muráis por segunda vez! les gritó desesperadamente Daigo Nishijima.
Intentaba comunicarse con sus amigos, pero ya era demasiado tarde. Sus cuerpos se disolvieron y desaparecieron para dar su energía a sus compañeros digimons. Apocalymon derrotado, cayó en el Mar Oscuro. Pero las Bestias Sagradas, debilitadas, fueron atrapadas a su vez por los últimos ataques persistentes del monstruo. Antes de que desaparecieran, Nishijima sintió que una burbuja les envolvía, tanto a él como a Hime. Fueron proyectados al mundo real y se cerró el paso al mundo digital. Estaban en las orillas de Tokio. Daigo Nishijima sabía que ya había experimentado todo esto en realidad. Antes de conocer a Taichi y sus amigos, Antes de que ellos se convirtiesen en los nuevos Niños Elegidos para reemplazar a Eiichiro, Ibuki y Shigeru que se habían sacrificado. Se volvió hacia Hime. Pero cuando lo miró, sus ojos se habían puesto rojos. Esta vez ya no era un recuerdo, sino una pesadilla.
– Daigo, quiero servir a Yggdrasil, dijo con voz cavernosa. Como tú no pudiste ayudarme, el mal lo hará.
– ¡No! No, por favor ¡quédate conmigo! ¡Puedo ayudarte! exclamó, tratando de contenerla.
Pero el cuerpo de Hime desapareció en sus manos y se convirtió en polvo, sin que pudiera hacer nada.
En ese momento, Nishijima se despertó sobresaltado, sin aliento. Su corazón latía muy fuerte. A diferencia de su pesadilla, un silencio total reinaba en el mundo real. Todos los adolescentes dormían profundamente y el fuego se moría en cenizas escarlatas. En el bosque solo se oía el sonido de misteriosos grillos que ningún digimon había conseguido ver nunca. Nishijima se pasó una mano por la frente empapada de sudor, todavía palpitando por su pesadilla. Ver a Azulongmon había despertado recuerdos dolorosos en él. No había podido salvar a Eiichiro, Ibuki y Shigeru... ¿podría todavía ayudar a Hime? Se levantó y fue a agitar los brasas para reavivar las llamas. Entonces notó una forma blanca en el suelo. Un trozo de papel. Algo estaba escrito encima. Quitó la piedra que lo sostenía y lo leyó. De nuevo, su corazón se puso a latir con fuerza.
– ¡Despertaos todos! gritó.
