¡Hola a todos! Os presento mis excusas por estas tres semanas de ausencia, además os había dejado en plena batalla con el capítulo anterior ^^" Aquí viene la continuación y como recompensa por vuestra paciencia también subiré dos capítulos más mañana y paso mañana, así que tendréis nuevas aventuras para leer :)

Quiero agradecer aquí a todos los lectores que siguen esta historia y desear una buena lectura a todos los que la están descubriendo.

¡Hasta pronto! :)


Capítulo 25

Los Divermons se inclinaron y exclamaron al ver a este titán demoníaco:

– ¡Gloria a Dagomon, nuestro rey!

– ¿Dagomon? repitió Takeru.

– Hacia tanto tiempo que quería conoceros, humanos... o mejor dicho, volver a veros, dijo el monstruo con una voz resonante y cavernosa mirando a Hikari.

La adolescente se había puesto pálida.

– El rey de Divermons...

Un recuerdo terrorífico acababa de dejarla paralizada. Cuando había venido por primera vez en el Mar Oscuro, los Divermons habían querido capturarla y le habían hablado de su rey... Ahora Hikari miraba al monstruo, horrorizada. Su estómago se retorcía, sus temores más ocultos en las profundidades de su alma se despertaron al pensar que Dagomon podría arrastrarla en el Mar Oscuro. Giró la cabeza hacia el tornado de fuego que Daemon había hecho aparecer y, a lo lejos, escuchó unas explosiones que provenían de la pagoda oscura: nunca lograrían vencer a tantos enemigos. Haber traído a su hermano y a sus amigos a este lugar había sido una locura. Los había puesto en peligro a todos. Su plan había fracasado, ella había fracasado. Podía sentir en su propio corazón el pánico que invadía a Holydramon, a Yamato, a Omegamon, a su hermano... y a Takeru. Todo lo que sucedía era culpa suya. Sus piernas dejaron de sostenerla y cayó de rodillas sobre la arena fría. El cielo ardía, el mar se oscurecía y el aire olía a fuego. Hikari tomó su cabeza en sus manos:

– He fracasado... soy la única responsable de este desastre...todos sufrís por mí culpa...

En ese momento unas espirales moradas aparecieron alrededor del cuerpo de Holydramon y comenzaron a aplastarlo. El dragón rosa sintió que su fuerza la abandonaba: aterrizó en el suelo y se acurrucó sobre sí misma. Las espirales giraron sobre si mismas comprimiéndole. Dagomon sonrió:

– La humana que invoca la destrucción, murmuró. Eres tú, la humana, que ya vino aquí...

Hikari, aterrorizada, levantó la cabeza. El miedo la invadía, mientras la esperanza la abandonaba. Dagomon hundió uno de sus tentáculos en el agua y sacó un gran tridente. Lo apuntó a los remolinos morados y un rayo salió disparado del bastón puntiagudo que tenía en sus manos. El vapor infernal que afectaba al digimon de Hikari comenzó a convertirse en una secuencia binaria. Holydramon cerró los ojos para tratar de resistir contra esta influencia. Pero era demasiado fuerte. Los ojos del dragón se pusieron rojos.

Desde lo alto de la pagoda, Yggdrasil había visto a Dagomon brotar del Mar Oscuro. Mucho tiempo había pasado desde que el pulpo gigante salió a la superficie. La gran sala en la cual Yggdrasil se encontraba volvió a temblar. Cuando Piedmon había visto que uno de los humanos había logrado entrar en la pagoda, Yggdrasil se había sorprendido. No creía que los humanos pudieran ser tan discretos o tan locos como para entrar en su guarida. Piedmon se había transformado en Voltobautamon y había bajado para mantener la prisión segura. Yggdrasil, cuya aguda vista se extendía a cientos de metros, había centrado su atención en el vapor violeta que envolvía a Holydramon. Cerca del dragón rosa, un pequeño humano estaba arrodillado. ¡Era ella! Ella a quien había tratado previamente de atraer al Mar Oscuro. Era de ella de quien podía controlar el temor. Gracias a sus sirvientes que habían transformado el terror de la chica en sistema binario, Yggdrasil podía influir en la evolución de los digimons. Esta niña, Hikari, era poderosa. Homeostasis lo sabía y por eso se comunicaba a través de ella. Esta vez Yggdrasil tenía curiosidad por ver qué darían a luz los temores de la adolescente. Sin Hikari, Yggdrasil sabía que nunca hubiera podido crear a Ordinemon.

Omegamon y Baihumon se habían preparado para contrarrestar el ataque de Daemon. El tornado de fuego avanzaba, girando sobre sí mismo, con un silbido ensordecedor; el crepitar de las llamas devoraba el aire. Baihumon abrió la boca para lanzar una ola de metal sobre el tornado, pero en ese momento Leviamon y Belphemon lo golpearon. Omegamon cargó su cañón para repeler a los demonios. Disparó: Leviamon y Belphemon fueron expulsados hacia atrás resultado de la explosión. Beelzemon se abalanzó contra Omegamon con sus pistolas, pero Baihumon saltó y con una poderosa patada envió a Beelzemon al suelo. Luego abrió la boca para expulsar una ola metálica que detendría el tornado, pero solo congeló la base. La violencia del fuego y las ráfagas de torbellino derritieron el metal y el tornado continuó avanzando. Los ojos de Taichi, Yamato y Nishijima se abrieron: Baihumon estaba demasiado cansado y el Mar Oscuro aumentaba los poderes de los Señores Demonios.

Mientras tanto, Dagomon estaba instrumentalizando el miedo de Hikari para pervertir a su digimon. Con las manos apoyadas en las sienes, la chica tenía la impresión de que su cabeza iba a explotar. La ansiedad y la culpa la consumían. Su hermano, sus amigos, Holydramon estaban sufriendo... y era la única responsable de este desastre. Había creído que podría liberar a Ken y Gennai, había creído que podría ser más fuerte que Yggdrasil. Pero era débil, incapaz de controlar sus emociones. Piedmon se lo había dicho y tenía razón. Siempre se había mentido a sí misma, tratando de convencerse de que tenía el mismo valor que sus amigos. Era demasiado indecisa, demasiado retraída, demasiado sensible para estar a la altura. Muchas veces su hermano y sus amigos habían arriesgado su vida por ella. Ella solo traía desgracias. Había permitido la creación de Ordinemon... a fin de cuentas, era ella quien había llevado a Meicoomon a evolucionar hacia una criatura que se habían visto obligados a eliminar. Sin ella, Meicoomon aún estaría viva y Meiko todavía tendría una compañera digimon. Hikari se estremeció: ahora, estaba lastimando a Holydramon. Su digimon pronto ya no la reconocería, ya no reconocería a los otros Niños Elegidos y les haría daño... y luego los Señores Demoníacos ganarían. Todo esto gracias a ella. Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. El mundo se estaba volviendo borroso, desastroso, frío... El agua del Mar Oscuro se alzaba hacia ella. De repente, un brazo la agarró por la pierna. ¿Una criatura, un Divermon? Lo ignoraba e ya no le importaba. Sabía que ya no podía pelear más. Cuanto más peleara, más terrible será el precio a pagar. Se dejó arrastrar al Mar Oscuro: el agua cubrió su rostro y no pudo respirar.

Takeru había visto a Hikari caer de rodillas y tomar su cabeza entre sus manos. Inmediatamente volvió la cabeza hacia Holydramon. Lo que más temía fue lo que sucedió: los vapores morados y malvados habían rodeado al digimon. Luego, el adolescente vio a Dagomon transformar los vapores en código binario y Holydramon empezó a convertirse en un demonio. Taichi no lo había visto: estaba corriendo con Yamato hacia Omegamon que yacía en el suelo, golpeado por un ataque de Daemon. Ahora Baihumon estaba solo contra el tornado ardiente. Seraphimon protegía a Takeru con todas sus fuerzas contra centenares de Divermons. El adolescente sabía que si se alejaba de su compañero sería atrapado por las criaturas del Mar Oscuro. Sin embargo, tenía que ayudar a Hikari. Sabía lo que estaba pasando. Sabía que la bondad de su amiga, en ese momento, se estaba convirtiendo en una angustia interminable. Sabía que su generosidad hacia los demás se volvía contra ella para alimentar su culpa. Aprovechando un ataque de Seraphimon contra los Divermons, Takeru echó a correr hacia Hikari. Al mismo tiempo, la chica fue atrapada por una de esas criaturas y arrastrada al Mar Oscuro.

– ¡Hikari! gritó Takeru.

El entró en el agua a su vez, olvidando el peligro, olvidando que Seraphimon no era un digimon marino y que no podría socorrerle. Se zambulló y agarró a Hikari por la cintura, alejando de su pie a las criaturas que la llevaban a las profundidades. La trajo a la superficie: Hikari tosió, escupió agua. Estaba temblando en todas sus extremidades. De repente, Takeru se dio cuenta de que estaba sollozando.

– Es culpa mía, seguía repitiendo la chica. Culpa mía... Os puse en peligro a todos... No pude controlar mis emociones... soy débil...

– Hikari! ¡Hikari, mírame! ¡Esto no es cierto! Al venir al Mar Oscuro, ¡has demostrado que tienes más coraje que cualquiera de nosotros!

– Vine aquí para liberar a Ken y Gennai... porque sabía que me libraría de la ansiedad que atenaza mi corazón... al final, solo pensaba en mí misma... porque soy una persona egoísta, Takeru...

– ¡Es falso! ¡Siempre pones a los demás antes que tú! ¡Viniste aquí porque no puedes soportar la idea de que Ken y Gennai estén sufriendo!

– Nunca he estado a la altura... Siempre he actuado demasiado tarde y no como debería haberlo hecho... Hice daño a Tailmon, a Taichi, a los demás, y a ti, Takeru...

– No, ¡te equivocas! Siempre nos has ayudado. Recuerda, hace seis años: salvaste a los Numemons de Waru Monzaemon. Hace tres años, ayudaste a Andromon a liberarse del control de las espirales negras. Fuiste también la primera en tender la mano a Ken cuando dejó de ser el Emperador Digimon. Hace poco, ayudaste a Joe cuando se peleó con Gomamon. ¡Y para mí, es esta amabilidad, esta compasión, esta humanidad que admiro en ti, Hikari! ¡No dejes que la oscuridad pervierta toda la luz que llevas en tu corazón!

Hikari parpadeó: todos los recuerdos de los cuales Takeru le hablaba volvieron de repente a su memoria. La luz que había emitido para proteger a los Numemons... la cara de Andromon... la primera vez que escuchó a Ken reír... Joe corriendo para salvar a Gomamon... cuantos momentos en los cuales la esperanza y la alegría habían renacido en su corazón. Volvió a mirar a Dagomon, el tornado de fuego, la pagoda de Yggdrasil...

– Pero Takeru, ya hemos perdido...

– ¡No, no estamos derrotados! respondió Takeru con firmeza. ¡Nunca lo estaremos, mientras estemos juntos! ¡No tengas miedo, porque son nuestros miedos los que nos llevan al fracaso! Si mantenemos la luz y la esperanza en nuestros corazones, siempre saldremos victoriosos. ¡No tengo miedo de perder o de morir, mientras esté contigo!

Conmovida, Hikari se estremeció, liberada de su miedo. Miró intensamente a Takeru: en su rostro leyó un coraje y una esperanza inquebrantables. Adivinó también la fuerza de los sentimientos que sentía por ella. La oscuridad de repente dejó de progresar en la mente de la chica. Miró a la orilla donde estaban Omegamon y Baihumon: estaban resistiendo a Daemon. A lo lejos, vio la pagoda de la cual emanaban los ataques de Hououmon. Vio al Sr. Nishijima, a Yamato y a Taichi.

Taichi, su hermano. El rostro del chico, a pesar de la situación, expresaba una determinación implacable. Al borde del agua, Hikari vio a Holydramon: el código binario violeta que la envolvía se había paralizado. Los ojos del digimon se volvieron de nuevo verdes y levantó la cabeza hacia su ella: en su mirada Hikari leyó una increíble confianza. Finalmente, giró la cabeza hacia Takeru que flotaba en el Mar Oscuro frente a ella. Su corazón se puso a latir más fuerte. Nunca había llevado a sus amigos hasta ese sufrimiento. Había venido al Mar Oscuro porque quería salvar a Ken y Gennai; porque no podía soportar la idea de dejarlos prisioneros del mal; porque quería proteger a todos los digimons, a sus amigos y a su compañera, Holydramon. No había venido aquí por egoísmo. Había venido aquí por amor a ellos. Hikari seguía temblando todavía, pero esta vez, era por la potencia de la revelación que acababa de tener. No era débil y no perdería la esperanza. Volvió su atención a Holydramon: el código binario malicioso había desaparecido y el dragón rosa se había enderezado. Hikari agarró la mano de Takeru y dijo firmemente:

– No perderemos, porque la luz en mí corazón no se apagará.

En ese momento, los digivices de Hikari y Takeru se encendieron. Los dos adolescentes se miraron el uno al otro: sintieron de repente el corazón del otro latir en su propio pecho. Al mismo tiempo, una luz brillante iluminó los cuerpos de Seraphimon y Holydramon; sus digimons se descompusieron en una serie de números binarios luminosos: rosas para Holydramon, dorados para Seraphimon. Los ojos de Hikari se abrieron: ¡era el ADN de su digimon! Las líneas rosadas y amarillas se entrecruzaron mientras se elevaban hacia el cielo. De repente, explotaron en una luz tan poderosa que deslumbró a todos los Divermons, Dagomon y los Señores Demonios. Taichi, Yamato y Nishijima se dieron la vuelta, con las manos delante de los ojos.

– ¿Qué es esta luz cegadora? rugió Daemon.

Todos los Señores Demonios aterrizaron en el suelo y se inclinaron para protegerse de la claridad. Finalmente, los rayos se desvanecieron y en un halo de luz apareció un nuevo digimon.

Tenía la forma de un gran guerrero con caderas redondeadas como las de Angewomon, pero con hombros anchos como los de Seraphimon. Su cuerpo estaba vestido con una armadura metálica rosa. Un casco del mismo color le protegía la cabeza y la cara; de él salían dos pequeñas alas doradas, recordando el casco de Mercurio. Tenía un escudo dorado decorado con una cruz rosa. En la intersección de esta cruz brillaba una redonda piedra azul pálida. Cuatro largas cuchillas de metal dorado, flexibles pero afiladas, se doblaban sobre sus hombros. Debía tener tamaño de Omegamon y se desprendía de este ser una aura de majestad.

– ¿Es...? comenzó Taichi, asombrado.

– ¿La digivolución del ADN de Holydramon y Seraphimon? murmuró Yamato, sin palabras.

Takeru y Hikari habían nadado hasta la orilla, aprovechando que sus enemigos estaban paralizados por la luz. Se enderezaron y miraron al digimon que acababa de aparecer, estupefactos. Sus digimons, fusionados en uno. No podían creérselo.

– ¿Quién eres? le dijo Dagomon a la criatura.

– Soy Crusadermon, respondió el digimon, con una voz en la cual resonaba los timbres de Seraphimon y Holydramon. Haré retroceder la oscuridad que intentáis difundir en el mundo digital.

Crusadermon agarró una de las cuchillas doradas que colgaban de sus hombros y la desplegó: la cuchilla se puso rígida para formar una espada. Crusadermon se lanzó hacia los Divermons y los desintegró. Cuando uno de ellos intentó saltar sobre él para desarmarlo, las otras cuchillas que llevaba Crusadermon se extendieron y atravesaron a todos los que se atrevieron a aventurarse demasiado cerca. Al ver a este poderoso digimon, Omegamon y Baihumon recuperaron el coraje. Baihumon saltó en el aire. Una ola metálica brotó de su boca y envolvió el tornado de Daemon. Omegamon cargó su cañón y disparó hacia el torbellino. Crusadermon se dio la vuelta en ese momento y puso su escudo frente a él: de la piedra azul que constituía su centro brotó una laser cien veces más poderoso que la mano del destino de Angemon. Los dos impactos agrietaron el tornado metálico que se rompió en mil pedazos.

– ¡Bien hecho! le gritó Hikari.

– Crusadermon, ¡eres el mejor! exclamó Takeru.

Daemon y los Señores Demonios retrocedieron, asustados. Fue entonces cuando Dagomon apuntó su tridente hacia Crusadermon. Una onda de choque brotó del tridente; Omegamon se puso delante de Crusadermon y repelió el ataque con su espada. En ese momento, una explosión resonó desde la pagoda situada en el acantilado.

– ¡Sora necesita ayuda! exclamó Yamato.

– Les voy a ayudar, dijo Baihumon. ¡Detened a los demonios!

El gran tigre blanco e índigo se acercó a Nishijima.

– Vamos, Daigo.

– ¿Quieres que suba... en tu espalda? preguntó Nishijima, asombrado.

– Éramos compañeros, ¿no?

Nishijima parpadeó, sorprendido y conmovido. La Bestia Sagrada añadió:

– Maki Himekawa está arriba. Te necesita.

Nishijima asintió. Baihumon se arrodilló y el profesor subió a horcajadas en su espalda. El tigre se levantó y corrió hacia la pagoda.

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Yggdrasil, inmóvil, miraba a Crusadermon de lejos. Las cosas no habían salido según lo que pensaba. Hikari había escapado a la influencia de la oscuridad y lejos de pervertir a su digimon, le había permitido alcanzar una forma más elevada de digivolución. Sin embargo, no estaba todo perdido. Todavía estaban los otros humanos en el subterráneo de su pagoda. Era el momento de actuar. Yggdrasil voló hacia las escaleras.

Hououmon seguía luchando contra Voltobautamon. Sora, Meiko y la Sra. Himekawa habían presenciado la digivolución del ADN de Holydramon y Seraphimon ya que la pelea de Hououmon había abierto el subterráneo de par en par conectándolo con el exterior. Las tres chicas se habían quedado sin palabras ante la impresionante apariencia de Crusadermon. Éste extendía ahora todas sus cuchillas y volaba para cortar las alas de Belphemon. Laylamon trató de usar su rayo corrosivo contra él, pero se reflejó en las cuchillas de Crusadermon y se volvieron contra Laylamon.

Mientras tanto, Voltobautamon dirigía sus espadas hacia Hououmon con grandes movimientos. El pájaro de fuego había resistido con una fuerza aún más admirable a sabiendas de que estaba solo. De repente, Voltobautamon arrojó sus vapores negros en su dirección y agarró una de sus patas, cayendo el pájaro al suelo.

En el mismo instante, una sombra saltó a través de la apertura perforada por Hououmon en la pared del subterráneo.

– ¡Baihumon! exclamó Sora.

– ¡Aguantad, ya venimos! les dijo Nishijima.

Los ojos del profesor se posaron en Hououmon, Voltobautamon, Sora, Meiko... e Hime. Himekawa también lo miró fijamente, atónita. La intensidad de sus miradas fue interrumpida por la horrible risa de Voltobautamon que resonó en todas las paredes del subsuelo:

– ¡Vaya, Baihumon! ¿Has venido con tu pequeño protegido humano? Como no logré matarlo en este laboratorio, ¿me lo traes de vuelta para que pueda acabar con él?

– No te atrevas a hacerle daño, gruñó Baihumon, revelando sus caninos.

Nishijima descendió de la espalda de la Bestia Sagrada mirando a Voltobautamon. Éste sonrió y volvió a fijarse en Baihumon:

– Realmente aprecio tu visita. Pero después de todas las batallas que has librado, dudo que puedas resistirme durante mucho tiempo... ¡igual que tú, Hououmon!

Voltobautamon saltó hacia adelante, desenvainó sus espadas y proyectó tres de ellas hacia Hououmon.

– ¡Atención! gritó Sora.

El pájaro intentó despegar, pero era demasiado tarde. Fue golpeado por las espadas que tocaron sus puntos vitales. Hououmon gimió y se derrumbó, al límite de sus fuerzas. Su cuerpo se iluminó y regresó en Piyocomon. Sora gritó. Baihumon abrió la boca y envió su metal fundido hacia las espadas de Voltobautamon. La ola de metal detuvo las cuchillas y explotó, rompiendo las armas del pirata en mil pedazos. Sora aprovechó la oportunidad para recoger a Piyocomon en sus brazos. Cuando Voltobautamon intentó emplear sus vapores negros contra ella, Baihumon dio un paso hacia el pirata, amenazándolo. Éste último mostró un gesto desagradable, pero no lanzó su ataque. Nishijima se unió a Sora y Meiko:

– ¿Estáis bien?

– Sí, asintió Sora. Gracias por venir a ayudarnos. Hououmon no hubiera podido durar mucho más.

– Tenemos que salir de aquí lo antes posible. Yamato y Hikari deberían poder sacarnos de este mundo.

– ¡Esperad! exclamó Meiko. ¡Primero tenemos que liberar a Ken, Gennai y a los digimons!

Nishijima se dio la vuelta y descubrió a los prisioneros.

– Entonces, estaban aquí…

– La red electrificada les impedirá que pasen, dijo Himekawa.

Nishijima la miró intensamente.

– ¿Cómo has podido tomar partido de Yggdrasil, Maki?

– No puedes entenderlo.

– Ya no te reconozco.

– Hace mucho tiempo que ya no sabes quién soy.

– Creí que lo sabía. ¿Cómo pudiste mentirme durante tanto tiempo? Confiaba en ti, dijo, dolido. Déjame ayudarte, por favor.

– No necesito tu ayuda, replicó ella con los ojos fríos y duros.

Incómoda, Meiko le dijo a Nishijima:

– Solo una Bestia Sagrada puede liberar a Ken, Gennai y los digimons. Pídale a Baihumon que rompa esta red eléctrica, por favor.

Nishijima asintió. Estaba a punto de hablar con Baihumon cuando el túnel volvió a temblar. Un corredor lateral fue pulverizado y un ser misterioso surgió. No tenía piernas: un cristal de hielo invertido en forma de gota formaba la parte inferior del cuerpo. Su pecho y su cara estaban cubiertos por un casco y una armadura puntiaguda que también parecían estar hecho de hielo. Un largo cabello blanco caía en la espalda de la criatura que tenía la piel tan pálida como la nieve.

– ¡Yggdrasil! exclamó Himekawa.