Santos Revueltos

Capitulo XXV

El Último Beso

Por Anako Hiten

— ¡Hyoga!... ¡DESPIERTA HYOGA!

Hyoga abrió los ojos, y la oscuridad de la habitación le indicaba que aún era de madrugada. Miró a quien lo despertó, estaba llorando, y lo miraba con ojos tristes.

— ¡Shun¿Qué pasa?

— Hyoga… pasó algo…— sollozó el peliverde.

— ¿Qué pasó¡HABLA!

— Camus…

— ¿Camus? — preguntó Hyoga levantándose de golpe— ¿QUÉ LE SUCEDIÓ A CAMUS?

— Camus… está en el hospital… está muy mal Hyoga… —dijo Shun, estaba muy preocupado por la posible reacción de su mejor amigo, que lo miraba totalmente extático.

— No…

Se vistió velozmente, y arrastró a Shun con él. Se montaron en el auto y salieron rumbo al hospital de la fundación. El corazón del ruso latía muy aprisa, los nervios se lo estaban comiendo, y Shun se limitaba a ver por la ventana, también estaba muy nervioso.

— Cuéntame lo que pasó Shun— dijo Hyoga conduciendo el auto.

— Estaba durmiendo en el templo de Afrodita, cuando un ruido fuerte nos despertó— comenzó el muchacho— Venía de Acuario, y cuando bajamos a ver qué había sucedido, nos encontramos con Dohko y Shura, y Camus estaba sobre la mesa rota…

— ¿Qué le pasó? —musitó Hyoga casi sin voz.

— Muchos de los Caballeros dorados no podían dormir, y sentían algo extraño… como un presentimiento, pero nadie sabía por qué era, hasta que Dohko les avisó que Camus estaba grave— los ojos de Shun se empañaron— Ellos no saben qué tiene, Hyoga, sólo saben que es no es un problema cósmico como él decía.

— ¿EL DECÍA? —gritó Hyoga frenando violentamente, haciendo que Shun se asustara— ¡NO HABLES COMO SI SE HUBIESE MUERTO!

— Lo-lo siento…

Hyoga arrancó de nuevo, llorando de la rabia y de nervios, mientras que Shun prefirió no decir más nada.

— Esto no puede estar pasando …

Llegaron al hospital, donde estaban Shura, Dohko, Afrodita, Mu y Saga, que cuidaba a un débil, pero consciente Milo. Los demás debían quedarse cuidando el Santuario. Hyoga los miraba expectante, pero el silencio lo enervó más, y tuvo que hablar.

— ¿Cómo está Camus¿Qué tiene? —silencio. Nadie miraba a Hyoga— ¿Por qué no me dicen nada¿ACASO NO TENGO DERECHO A SABER?

— Tiene una grave infección en la sangre, Hyoga— dijo Milo mirando al suelo, sabía que Hyoga era el más afectado por lo sucedido.

— Él pensaba que era su cosmos, pero no es así— dijo Dohko sin dirigirle la mirada— Ahora le están practicando unos exámenes.

— Pero estará bien¿no es así? — dijo Hyoga con una esperanza, que se esfumó ante los rostros de los Santos Dorados .

— Hyoga— Mu lo tomó por los hombros y lo miró fijamente— Camus tiene una enfermedad grave en la sangre, es muy inusual y no tiene cura… Su sangre no tiene una temperatura estable y se ha ido endureciendo, al punto de que nada en su cuerpo funciona correctamente.

— ¿Y cómo?… Por favor… díganme…— Hyoga quería saber cómo ayudar a Camus, quería saber lo que tenía, ya que de momento no podía ir a verlo.

— Es como si en lugar de sangre tuviese piedras minúsculas— explicaba Shura— La mayor parte de sus arterias se han obstruido. ¡Ni siquiera tiene nombre, esa maldita cosa que tiene!

— ¡Y yo fui tan imbécil! —mascullaba Dohko— Debí saber que esos ataques eran graves, debí obligarlo a venir al hospital antes.

— No te culpes, ninguno de nosotros hubiese pensado que fuese su salud— dijo Saga ofreciéndole una taza de café a Hyoga, que lo rechazó— Hyoga, él creía que era porque su cosmos no encendía correctamente, pero su cosmos es lo que lo mantiene con vida.

—¡ESTO ES TAN ABSURDO! —gritó Hyoga derramando lágrimas de desesperación— ¡ES UN CABALLERO DORADO¿CÓMO NO PUEDE SALVARSE?

— Tranquilo, Hyoga— Shun trató de sentarlo, en vano.

— Es un ser humano, puede curarse de heridas por batallas, pero las enfermedades naturales…— dijo Afrodita, comiéndose las uñas de los nervios.

— Son letales para los Caballeros.

— ¡NO, MU¡NO PIENSO PERDERLO OTRA VEZ!. ¡ASÍ TENGA QUE QUEDARME SIN SANGRE PARA DÁRSELA, NO LO DEJARÉ MORIR!

— No pierdas la cabeza, Hyoga— le recomendó Shura— Mejor trata de estar con él lo más que puedas.

En la sala de espera del Hospital Graude casi se podía palpar la atmósfera de extrema preocupación. Todos estaban en silencio e inmóviles, excepto Hyoga, que caminaba de un lado a otro, esperando a que les dijeran que ya podrían entrar a verlo, hasta que por fin salió una enfermera.

— ¿Parientes del joven Camus?

Todos los muchachos se le acercaron a la mujer, pero Hyoga se adelantó.

— ¡Señora, por favor dígame cómo está!

— ¿Es usted algún relativo?— inquirió la mujer— Sólo puedo darle información a--

— Soy su pareja, por favor, dígame como está.

— En ése caso, entonces puede pasar a verlo— la enfermera señaló el camino y el ruso la siguió a la unidad de cuidados intensivos. Entró con él a la habitación y el muchacho se puso pálido al ver que tantas máquinas se unían al cuerpo de Camus, impidiendo verlo.

— ¿Por… qué…?

— El doctor dice que la infección se ha proliferado por todo su cuerpo, y que continúa con vida porque su corazón no está obstruido aún— explicaba la enfermera— a parte de que, por ser un individuo con poderes sobrenaturales, parte de esa energía es la contribuyente a que su corazón pueda latir con cierta normalidad.

— ¿Pero puede salvarse?

— Un ser humano común ya hubiese cedido, por lo tanto, son muy pocas las probabilidades de que sobreviva.

— Entonces hay una mínima, mínima probabilidad… pero la hay…

— Ya le he informado sobre el estado del paciente, ahora, con su permiso, debo retirarme.

Hyoga se acercó a Camus y lo vio con una mascarilla de oxígeno. Su corazón se estrujó de dolor al ver a su maestro con un montón de agujas por todo el cuerpo, y un tubo en la boca, además de que lucía muy pálido. Acarició sus cabellos, tan suaves y brillantes, separó el flequillo que cubría su frente y depositó un beso en ella. No soportaba verlo así, no sabía qué hacer para devolverle la salud a su amado. Lloraba y lloraba del dolor de verlo así, pero lo que quería hacer era estar a su lado, velar su sueño y no separarse de él ni un instante.

Así pasó poco más de una semana, y cada día que pasaba era terrible para Camus, se veía más enfermo, a pesar de recibir tratamiento constante, la infección continuaba extendiéndose, destruyendo poco a poco las entrañas del Caballero de Acuario. Hyoga, por su parte, sentía cómo la desesperación se lo comía, y se aferraba a su rosario, rezando por algún milagro, pero nada sucedía: Camus empeoraba con el paso del tiempo. Una fría y silenciosa noche, Hyoga se encontraba junto a Camus, que ya no tenía tantos tubos ni agujas; no respondía a los tratamientos así que los doctores desistieron, ya que los medicamentos sólo empeoraban la infección.

— ¡Cómo quisiera que te recuperaras pronto! —decía Hyoga apoyando su cabeza en un costado de la cama.

— ¿E-eres tú?

— ¿Camus? —Hyoga levantó la cabeza, vio a Camus con sus ojos cerrados, así que pensó que eran ideas suyas… Además de que ésa voz era demasiado ronca como para ser de Camus.

— Hyoga… ¿estás… aquí?

Al ruso casi se le sale el corazón de la alegría de escuchar a su maestro, aunque sentía un poco de pesar por la voz de Camus: hablaba sin aliento, y le costaba respirar.

— ¡Sí, amor, estoy aquí contigo¿Cómo te sientes?

— A… asfixiado… helado… por primera… primera vez… siento frío…— decía Camus con mucha dificultad— no quisiera… quejarme… pero me siento muy mal…

— Tú eres muy fuerte Camus…

— No Hyoga… ahora no… soy fuerte… no………… ¡ARGHHH! —Camus apretó los ojos, y su rostro expresaba mucho dolor.

— ¡CAMUS¿QUÉ TE SUCEDE, CAMUS? —chilló Hyoga nervioso— ¡Llamaré a las enfermeras!

— No… Hyoga… no quiero… que venga nadie… —susurró Camus con una mano en su pecho, ya su corazón estaba cediendo.

— ¡Pero necesitas--

— Necesito… que te quedes a mi lado… no me dejes solo ahora…

— Camus…

— No podré cumplir… la promesa que te hice— dijo el muchacho de cabellos oscuros— lo… lo siento…

— ¿Qué dices? eres muy fuerte, superarás esto— lloraba Hyoga amargamente— Tan sólo es…

— Una enfer… enfermedad, Hyoga. Ni mi cosmos ni los dioses podrán salvarme… lo lamento tanto, Hyoga…

Camus comenzó a llorar, absolutamente desolado, no quería dejar a su Hyoga, no quería, pero sabía que su vida pronto llegaría a su fin, y nada podía hacer; sentía cómo su sangre recorría su cuerpo muy lenta y dolorosamente, como si en lugar de sangre, miles de agujas diminutas recorrieran su interior. Sin embargo, no quería que Hyoga lo supiera, de seguro buscaría a un doctor y los separarían, y quería permanecer con él hasta sus últimos segundos.

Hyoga no pudo seguir hablando, una profunda melancolía lo embargaba por completo: sabía en su interior que no había nada entre cielo y tierra que salvara a Camus de aquel final tan estúpido, tan absurdo para quien un día fuese el gran Caballero Dorado de Acuario. Se limitó a aferrar su mano, para darle un poco de calor a aquellas manos tan frías; era una frialdad tan distinta a la suya habitual, era una frialdad de muerte… El rostro de Camus estaba cubierto por sus lágrimas, pero se notaba claramente una palidez agónica, y sus cabellos, antes brillantes y hermosos y ahora lucían muertos y opacos. Sus ojos continuaban cerrados, no se atrevía a ver a Hyoga, sufriendo por su culpa, por su tontería de hacer lo que le diera la gana y no escuchar a sus amigos. Hyoga, sin embargo, quería ver aquellos ojos índigo que tanto amaba, algo le decía que ésa sería la última vez que vería esos ojos tan hermosos; la última vez que escucharía su voz, aunque sonara diferente; la última vez que acariciaría sus cabellos; la última vez que tomaría aquellas suaves manos entre las suyas… la última vez que vería a Camus con vida… cada vez se sentía peor, quería morir con él, pero no podía: el destino le había hecho una mala jugada, y estaba condenado a ver cómo lo más sagrado que tenía agonizaba en la cama de un hospital, cómo sus manos se enfriaban cada vez más, cómo el color se su piel se desvanecía, cómo la vida se le iba lentamente…

— Hyoga— dijo Camus en un suspiro— quiero… quiero que me beses… necesito… como nunca… que me beses con todo… lo que sientes por mí…

Hyoga se sintió morir con aquellas palabras, como si fuese la última voluntad de su maestro, pero quería hacerlo, decirle todo con un beso, y así lo hizo: besó a Camus con todo su amor, pasión, ternura y cariño, aunando el sentimiento de que lo extrañaría mucho. No quería soltar el rostro del amor de su vida mientras sus labios permanecían juntos, no quería separarse de él, sintió que si lo hacía se moriría al instante.

El joven caballero dorado le correspondía débilmente, poniéndole las pocas energías que le quedaban, agradeciéndole a Hyoga, mediante aquél largo beso, por todas las hermosas experiencias que vivió a su lado, por haber correspondido a su infinito amor, por amarlo y entregarse a él… por haber sido su novio, aunque por muy poco tiempo. Notó que sus lágrimas se mezclaban con las del ruso, e hizo un esfuerzo para acariciar por última vez su rostro, hasta que sus labios al fin se separaron. Camus abrió sus ojos por primera vez en muchos días, y sonrió, feliz y agradecido. Ésa sonrisa… había permanecido inmutable a pesar de su agonía, era igual de dulce y fresca como siempre, parecía un ángel… un ángel que pronto volaría al cielo para quedarse allí.

— Te amo…— dijo Camus cerrando sus ojos, ya no sentía el dolor, ni el frío, ni las manos de su novio acariciando las suyas… no sentía nada, al fin todo había terminado y era la hora de partir— Gracias… Athena… pude despedirme de……………………………………………………………………………………

— ¿Camus¡CAMUS! —Hyoga, desesperado, tocó la muñeca de Camus: no tenía pulso— ¡Aún no, por favor!

Los médicos entraron e inmediato, al recibir las señales de la máquina que monitoreaba el corazón de Camus. Luego de varios intentos por reanimarlo, lo dieron por muerto. Salieron de la habitación para avisarles a los otros sobre el fallecimiento del Caballero de Acuario, mientras que Hyoga no se separó de él, llorando a mares y muriéndose del dolor.

— ¡Camus, mi amor! … ¡CAMUUUUUUUS!