Tres Días en la Mansión Kido

Capitulo XXVI

Ángeles de Hielo

Por Anako Hiten

Increíblemente amaneció nevando; no era temporada de invierno todavía, pero la ligera nevada duró la mitad de la mañana, para que luego el sol se abriera paso radiantemente.

Saori estaba en su habitación, alistándose, al igual que el resto de los habitantes de la casa. Shun se encontraba vistiéndose, cuando alguien tocó a su puerta.

— Adelante— contestó el peliverde.

— ¿Ya estás listo? —preguntó Seiya entrando— Necesito que me prestes una chaqueta o algo, porque no tengo nada negro para ponerme.

— No vamos de negro, Seiya, Afrodita me dijo que Camus detestaba ése color— dijo Shun con una débil sonrisa— ¿Los demás ya están listos?

— Sí, nada más falto yo… y bueno… Hyoga no vino a arreglarse.

— Ya guardé un suéter para llevárselo, porque dudo que venga— suspiró Shun tristemente— No sé cómo hace para aguantar tanto…

— Yo tampoco,— negó Seiya terminando de ponerse una camisa azul— pero lo único que podemos hacer es apoyarlo, que no se sienta solo.

— ¡NOS VAMOS! —escucharon a Ikki gritando desde abajo. Los menores de la casa salieron de la habitación y, junto con Saori, Ikki y Shiryu, partieron hacia el cementerio del Santuario, donde les esperaban los Caballeros Dorados.


— Me haces tanta falta… no puedo creer que te has ido… para siempre… nadie va a reemplazarte, nadie…

— Deja de llorar, Hyoga— el aludido se volteó para encontrarse con Milo, que se veía también bastante afectado— Nunca aprendiste la lección que Camus trató de enseñarte.

Hyoga lo miró, con sus ojos hinchados de tanto llorar, y no le contestó.

— Sé que no he sido muy simpático contigo, y no te pido que me respondas— dijo el Caballero de Escorpio sentándose en el escalón donde estaba Hyoga— Camus y yo fuimos los mejores amigos del mundo, desde pequeños. Siempre nos contábamos todo, nuestras tristezas, alegrías, temores… Me contó que cuando te conoció eras un niño bastante abstraído, y que no hablabas mucho, porque siempre estabas triste, pensando en tu madre fallecida. También me decía que mientras ibas creciendo ibas madurando rápidamente, y aprendías todo lo que te enseñaba. Se jactaba diciendo que era un gran maestro, porque te volviste fuerte y muy inteligente, pero no lograba una cosa: hacerte olvidar a tu madre. Siempre fue tu punto débil, y jamás logró su propósito hasta que se enfrentaron en la batalla de las Doce Casas. Cuando nuestras vidas volvieron a ser normales gracias a Athena, me dijo que estaba molesto consigo mismo porque desde aquella batalla comenzó a sentir algo hacia ti…

— ¿Desde esa batalla? —preguntó Hyoga sorprendido— yo… también…

— Se castigó a sí mismo por estar enamorado de ti, decía que era algo fuera de lugar, porque era tu maestro y tú su alumno, y esos sentimientos no podían ser— continuó Milo— El siempre te amó, pero en silencio, al igual que tú a él… son tan iguales… ¿Sabes cuál era el punto débil de Camus?

— ¿Tenía un punto débil?

— Sí, tú. Si alguien decía algo de ti, enseguida Camus lo reventaba a golpes… incluyéndome…

— ¿Estás hablando en serio?

— Pues sí, los Santos de Bronce nunca han sido santos de mi devoción, y mucho menos tú— bufó Milo odiosamente— Un día cometí el grandísimo error de llamarte "débil" y "llorón" frente a Camus, y no supe más de mí hasta que desperté al día siguiente con la cara llena de moretones… Eso es amor, francamente.

— ¿Y por qué me dices esto, —preguntó el ruso, secándose las lágrimas— si tanto me desprecias?

— ¡No te desprecio Hyoga! —sonrió Milo— Sólo pienso que eres muy niño todavía, tienes mucho que aprender sobre la vida…

— Creo que ya deberíamos irnos— dijo Hyoga levantándose— Saori y los demás debieron haber llegado.

— Sí, vamos— accedió Milo, poniéndose de pie— Hyoga¿estarás bien?

— Eso espero, porque a Camus no le gustaría que me la pasara deprimido— respondió Hyoga— Gracias… Milo.

— No te emociones, lo hago por Camus.

— Lo sé, por eso te lo agradezco…

— ¡Ya cierra el pico y vámonos!— exclamó Milo bajando las escaleras.

— Éste lugar no será lo mismo sin ti, amor… —pensaba Hyoga mientras miraba por última vez en mucho tiempo la que algún día fue el hogar de su maestro Camus, y mentalizándose para no derrumbarse durante el sepelio.


El funeral fue verdaderamente bello, Hyoga había hecho dos preciosos ángeles de hielo, y le pidió a Afrodita que adornara todo con rosas blancas. No quería que fuera un simple funeral, sino un gran homenaje al gran Caballero Camus de Acuario, su maestro, amigo y amor eterno.

Ninguno de los presentes estaba de negro, Afrodita y todos los demás Caballeros Dorados sabían bien que Camus lo consideraba el color de la oscuridad, así que se vistieron lo menos oscuro que pudieron. Durante la tarde hubo oraciones, algunos cantos y unas palabras de su diosa, como agradecimiento y despedida. Hyoga, por su lado, se mantuvo alejado del resto, simplemente no quería compañía por los momentos, solamente se dedicó a rezar por el alma de Camus y de mantenerse animado durante la ceremonia.

Al finalizar, Saori y los Caballeros de Bronce regresaron a la mansión Kido, ya era de noche, y había sido un día largo y había muchas cosas por hacer durante la semana. Shun estaba preocupado por Hyoga, ya que no había hablado con él desde la muerte de Camus, y pensó que estallaría en cualquier momento, por lo que decidió buscarlo.

— Shiryu¿has visto a Hyoga?

— No, Shun, no entró a la casa— contestó el muchacho de cabellos azabache— Le pregunté si necesitaba algo, y me dijo que iría a tomar aire fresco.

— ¿Aire fresco? —Shun recordó la infinidad de veces que Hyoga iba al solitario parque que quedaba a unos metros de la mansión, y decidió ir— ¡Buenas noches Shiryu!

— Nos vemos— se despidió el dragón mientras Shun salía por la puerta principal.

Shun emprendió camino, preguntándose si su amigo lograría recuperarse de otra pérdida, y mientras lo hacía, divisó una cabellera rubia balanceándose. Corrió al lugar y se encontró con el ruso en un columpio, mirando al cielo.

— ¿Hyoga?

— Sí, Shun, estaré bien— respondió Hyoga sonriendo, con cierta melancolía— Sé que debo ser fuerte, pues con él se fue mi corazón, pero lo seré, porque él ahora es un ángel que me cuida desde allá…

— ¿Estás seguro? —volvió a inquirir el peliverde, sentándose en un banco cercano— Sabes que te conozco muy bien, y sabes también que me tienes para desahogarte.

— Estoy seguro, pero un abrazo no estaría mal…

— Como digas— Shun abrazó a su amigo, que se había sentado a su lado, pero se sorprendió de que el abrazado era él.

— Dime qué está sucediendo contigo— Hyoga notaba algo extraño en Shun desde que lo vio en la mañana, así que lo averiguaría.

— ¿Por qué la pregunta?

— Así como tú me conoces te conozco, así que háblame. No te preocupes por mí, que ya no estoy triste.

— No pasa nada Hyoga— dijo Shun separándose de su amigo— Debe ser porque tienes los ojos hinchados que estás viendo mal.

— ¿No me lo vas a decir¿quieres que le pregunte a Ikki?

— ¿Cómo lo sabes?

— Los vi muy distantes hoy¿acaso volvió a emborracharse?

Shun bajó la cabeza, pero de inmediato Hyoga se la levantó. Se miraron unos minutos, hasta que Andrómeda habló.

— No, lo que sucede es que… quiere internarse en un centro de rehabilitación.

— Eso es… —Hyoga no sabía qué decir a aquello— ¿genial?

— ¡No¡Él no está loco! —chilló Shun— ¡Va a estar mucho tiempo allí solo, y me duele dejarlo así!

— Sabes que a Ikki se sabe cuidar, ya que siempre está por su lado¿no es así? —dijo Hyoga, que al fin tenía algo más en que pensar— Además, mejorará con un poco de atención profesional, así que no tienes de qué preocuparte.

— El problema es… que será en los Estados Unidos, y estará seis meses allá— musitó Shun— ¿Ahora entiendes mi preocupación?

— ¿A los Estados Unidos? —Hyoga puso cara de repulsión— ¡Ahora sí lo compadezco¡Ese país es un desastre!

— ¡Pues sí, pero él ya consiguió cómo largarse y dejarme solo todo este tiempo!

— Bueno, será mejor que lo dejes hacerlo, así mejorará y no volverán a tener problemas por su alcoholismo.

— Tienes razón, lo veré como unas largas vacaciones…

— Vamos, que ya es bien tarde— propuso Hyoga levantándose— Tengo días sin dormir.

Shun asintió y se fue con su mejor amigo, ambos con un mejor humor. Al llegar a la puerta de la mansión, se dieron cuenta de que estaba completamente cerrada con llave y que ninguno de los dos había recordado llevarse su juego de llaves. Todas las luces estaban apagadas, cosa obvia porque eran ya la una de la madrugada y los muchachos estaban muertos de cansancio. Hyoga decidió tocar, porque una vez cerradas las puertas de esa enorme casa, era muy difícil irrumpir en ella, y si la forzaban Saori les daría una buena paliza, eran sus puertas favoritas.

— ¿SERÁ QUE ALGUIEN ESTÁ DESPIERTO! —gritó Hyoga— ¡NOS DEJARON AFUERA!

— Hyoga¿no es mejor que entremos por detrás?

— He llegado borracho al menos unas treinta veces, y esa puerta tiene más seguros que ésta, así que mejor les gritamos para que se despierten— ¡ABRAN LA PUERTA!

— ¿Y qué hacías cuando no lograbas entrar? —preguntó Shun.

— ¡Pues dormir afuera como perro! —contestó Hyoga encogiéndose de hombros.

— Ay no, ahora tendremos que pasar la noche afuera…