Capítulo 38
Cuando Takeru recuperó la conciencia, yacía en un suelo frío de piedra. Se enderezó, todavía un poco aturdido, y se pasó una mano por detrás de la cabeza: iba a tener un buen chichón. Se encontraba en un pasillo enteramente hecho de losas de piedra encajadas. Aunque ninguna lámpara colgara del techo, no estaba a oscuras: las piedras del pasillo emitían una luz pálida, azulada y difusa, como si tuvieran vida propia.
– ¡Takeru! exclamó de repente una sombra que volaba hacia él.
– ¡Patamon! exclamó el joven cuando reconoció su digimon. ¿Estás bien?
– La caída fue un poco brutal, pero estoy bien. Y tú, Takeru, ¿no te duele nada?
– Solo voy a tener un chinchón en la cabeza, pero sino estoy indemne. ¿Dónde están los demás?
– ¡Takeru! gritó de repente una voz femenina.
El joven se dio la vuelta y distinguió a cuatro siluetas en la penumbra. Se acercó a ellos y reconoció a Yamato, Gabumon, Sakae y Ryudamon. Luego se dio cuenta de que una mancha oscura maculaba el brazo izquierdo de su hermano.
– ¡Yamato! ¿Estás herido?
– Probablemente me dañé cuando me caí, murmuró.
– El corte no parece profundo, dijo Sakae sacando un pañuelo. El problema es que la herida está cerca de la muñeca y que sangra mucho. Si Joe estuviera con nosotros, podría decirnos si es grave o no.
– Mientras tanto, tienes que hacer un torniquete para evitar que la sangre se derrame, dijo Takeru, sacando también un pañuelo de su bolsillo para dárselo a Sakae. Toma, utiliza esto.
La chica lo cogió y vendó el antebrazo herido de Yamato, apretando fuerte para parar el flujo de sangre.
– ¿Te duele? preguntó a Yamato.
– Solo un poco, pero no pasa nada. ¿Dónde están los demás?
– No lo sé, respondió Takeru. Parece que fuimos separados de ellos cuando nos caímos.
– ¿Qué pasó exactamente? preguntó Sakae. Todo fue tan rápido.
– Parece que el suelo cedió a nuestro peso y que nos caímos para aterrizar en este subterráneo, dijo Yamato.
– No es solo un subterráneo, dijo Patamon. Es un laberinto.
– ¿Cómo? exclamó Takeru.
– Cuando me desperté, explicó el pequeño digimon, tuve que volar unos minutos para encontrar a Takeru. Estamos rodeados de corredores casi idénticos a este.
Yamato frunció el ceño:
– El suelo del templo no se abrió por casualidad. Alguien nos llevó a este laberinto.
– ¿Tú crees? dijo Gabumon.
– Sí. Y por una buena razón.
– El historial del mundo digital tiene que estar en el centro de este laberinto, dijo Sakae.
– Claro, asintió Yamato. Apostaría incluso a que el que nos llevó aquí aquí nos separó de los demás a propósito.
– ¿Pero por qué haría? preguntó Takeru.
– Para ponernos a prueba, dijo Yamato. Creo que la entidad que protege esta burbuja paralela al mundo digital quiere ver si podemos encontrar nuestro camino en este laberinto y recuperar el historial.
– Yamato tiene razón, asintió Sakae. Pero recordad: la señorita Himekawa estaba con nosotros cuando se abrió el suelo. Ella también tiene estar en el laberinto ahora.
– Eso significa que tenemos que encontrar el historial antes que ella, dijo Takeru.
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El laberinto se encontraba debajo de la pirámide rectangular; al igual que ésta, medía unos setenta metros de longitud y treinta de largo. Mientras Yamato, Takeru y Sakae habían aterrizado en una de sus esquinas, los demás Niños Elegidos, divididos en otros dos grupos, habían llegado en otras dos esquinas. En cuanto a la Sra. Himekawa, había caído en la última esquina del rectángulo.
Cuando Joe recuperó la conciencia, su cabeza le parecía muy pesada. Cerró los ojos con fuerza para disipar su migraña. Cuando los abrió de nuevo, vio que Sora estaba inclinada sobre él:
– ¿Joe? ¿Estás bien? preguntó, con la voz preocupada.
– Creo que sí, dijo, enderezándose.
Miró a su alrededor y vio que Hikari y Nishijima estaban inconscientes a unos pocos metros de ellos. Piyomon, Gomamon y Tailmon ya se habían despertado. Sora fue a arrodillarse a lado de Hikari, a quien sacudió suavemente por el hombro.
– Hikari, ¿me oyes? ¿Estás bien?
La chica recuperó lentamente la consciencia. Cuando se sentó, Tailmon se acercó a ella:
– Hikari, ¿no estás herida?
– No, estoy bien. ¿Y tú, Tailmon?
– Estoy bien, gracias.
Mientras tanto, Joe se había arrodillado de Nishijima.
– ¿Profesor? ¿Me oye?
Nishijima asintió lentamente, luego abrió los ojos y se sentó. En ese momento, sintió un dolor atravesarle el pecho y apretó los dientes.
– ¿Usted se lastimó? le preguntó Sora, alarmada.
– Creo que son mis costillas rotas... la caída no les hizo bien.
– Déjeme mirar, dijo Joe acercándose a él.
Mientras Joe examinaba al profesor, Hikari y Sora observaron el laberinto en el cual había aterrizado. Entendieron rápidamente que se encontraban debajo de la pirámide.
– Usted no está sangrando, aunque habría que hacer una radio para comprobar si se rompió algo, dijo Joe finalmente a Nishijima. Pero no lo creo. Pienso simplemente que sus costillas todavía están hinchadas porque los huesos aún no están completamente reconstituidos. Sin embargo, no hay nada más que pueda hacer.
– Entiendo, gracias Joe.
– ¿Usted se siente capaz de andar?
– Sí, no te preocupes. ¿Dónde estamos?
– En un laberinto, dijo Sora.
Pronto se dieron cuenta de que su caída no era nada accidental y que la persona que les había conducido en este laberinto les había separado intencionalmente del resto de los Niños Elegidos. Iban a tener que arreglárselas para orientarse.
– Hime tiene que estar aquí también, dijo el Sr. Nishijima. Tenemos que evitar que encuentre el historial.
– Haremos todo lo posible para encontrarlo antes que ella, dijo Joe con firmeza.
Mientras tanto, Taichi, Meiko, Mimi y Koushiro habían recuperado la conciencia en el otro ángulo del laberinto.
– ¿Estáis bien? gritó Taichi.
– Sí, contestó Meiko.
– No, ¡tengo moretones en todas partes! protestó Mimi.
– ¿Dónde estamos? preguntó Koushiro.
Tentomon llegó volando. Les explicó que había explorado los alrededores y que había llegado a la misma conclusión que los otros grupos de Niños Elegidos: habían aterrizado en un laberinto donde se escondía probablemente el historial del mundo digital. La Sra. Himekawa también tenía que estar buscándolo, así que tenían que darse prisa.
Entonces los tres grupos de Niños Elegidos se pusieron en marcha, tratando de ubicarse en los pasillos luminiscentes del santuario del historial del mundo digital.
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Yamato, Takeru y Sakae avanzaban lentamente. Habían decidido girar siempre a la izquierda: según Takeru, era la mejor forma de salir de un laberinto. Sin embargo, tenían la sensación de que andaban en círculos.
De repente, el corredor que seguían se ensanchó y se encontraron con una gran sala pavimentada. Del otro lado de esta sala, dos corredores permitían salir: uno iba a la derecha y el otro a la izquierda.
– Bueno, hemos dicho que íbamos siempre izquierda, dijo Takeru, dando un paso adelante.
Cuando pisó el suelo, las losas que lo componían se pusieron de repente a brillar y a vibrar. Unas puertas de piedra se deslizaron para obstruir cada una de las aperturas que abrían a cada corredor: el pasillo izquierdo, el pasillo derecho y él que se encontraba detrás de los adolescentes, por el cual habían llegado. En unos pocos segundos, se encontraron prisioneros entre las cuatro paredes de la sala.
– ¡Es una trampa! exclamó Yamato.
En este mismo momento apareció una silueta delante de ellos, rodeada por un halo de luz blanca. Los adolescentes parpadearon y vieron con más claridad a quién se alzaba ante ellos: era una mujer vestida con una túnica blanca, sobre la cual llevaba un vestido dorado sin mangas. Una alta corona de oro ceñía su cabeza y un fular rojo enmascaraba la parte inferior de su rostro. Yamato, Takeru y Sakae solo podían distinguir sus pupilas de color ámbar, que hacían eco al color rubio reluciente de su cabello. Unas largas bandas de manuscritos caían de su corona sobre sus hombros como una capa. En la mano derecha, la mujer tenía un gran rosario. Sus pies descalzos flotaban a unos pocos centímetros del suelo.
– ¿Quién eres? le preguntó Takeru.
– Mi nombre es Sanzomon, respondió el digimon. Soy uno de los cuatro guardianes de este laberinto.
– ¡Tenemos que llegar al centro del laberinto lo antes posible, antes de que la Sra. Himekawa encuentre el historia del mundo digital! exclamó Sakae. ¿Puedes ayudarnos?
– No estoy aquí para ayudaros.
– ¡No te interpongas en nuestro camino! gritó Yamato, agarrando su digivice. ¡No tenemos tiempo que perder!
– No pasaréis si no peleáis conmigo, respondió Sanzomon.
Mientras Takeru y Sakae también sacaban su digivice, Sanzomon levantó su rosario y lo hizo girar en el aire. El rosario se iluminó, se alargó y se transformó en una flauta de madera de rosa. La guardiana del laberinto acercó el instrumento de sus labios y unas notas de música estridentes llenaron de repente la habitación. Inmediatamente, Gabumon y Ryudamon se taparon los oídos, Patamon aterrizó en el suelo y se cubrió la cabeza con sus alas. Sakae miró a su digimon, aterrorizada:
– Ryudamon, ¿qué te pasa?
– Esta música... me quita todas mis fuerzas… No puedo hacer nada.
Al lado de Ryudamon, Gabumon y Patamon estaban sufriendo exactamente el mismo dolor.
– ¡Esta melodía les impide digievolucionar! dijo Yamato, lleno de ira.
Sanzomon seguía tocando la flauta, que sostenía con una única mano, y extendió su otra mano hacia el muro a su derecha. Un gran espejo se materializó en la pared. Su azogue tenía un color de tinta china, más oscuro aún que la sala en la que encontraban los Niños Elegidos. Sanzomon se acercó al espejo mientras continuaba tocando su melodía horripilante. Levantó un dedo y empezó a dibujar una figura en el espejo. Cuando terminó su trazo, el contorno del boceto se iluminó, se llenó de color y el dibujo cobró vida. Un digimon salió del espejo, amenazante, y se paró frente a los adolescentes.
– ¡Es un Centarumon! exclamó Takeru.
El digimon abrió su mano izquierda y una carga explosiva se cargó en su palma.
– ¡Bajaos! gritó Takeru.
El tiro se estrelló contra la pared de la sala con una detonación que hizo temblar todo el laberinto. Sakae se enderezó y miró de nuevo hacia Ryudamon: su digimon y los de sus amigos seguían paralizados, incapaces de defenderlos.
– A este ritmo, ¡Sanzomon nos va a pulverizar! exclamó Takeru.
– Mostradme lo que valéis sin vuestros digimons, dijo tranquilamente Sanzomon. Servíos de vuestra mente.
– ¿De qué habla? exclamó Yamato.
Centarumon disparó de nuevo una ráfagas a los Niños Elegidos. Corrieron para evitar el fuego mortal y se refugiaron del otro lado de la sala. Sakae, sin aliento, examinó la gran habitación. Sanzomon no les atacaba por si misma; de hecho, no llevaba ningún arma. Sin embargo, el Centarumon que había creado era lo suficientemente poderoso como para eliminarlos. El pánico invadió a la chica: ¡ojala Koushiro estuviera a su lado! Siempre tenía una buena idea para salir de una situación intricada. Su emblema del conocimiento siempre les había sido de gran ayuda, cuando el emblema que ella poseía, la creatividad, era totalmente inútil. Sabía que no podría evitar de manera indefinida los tiros de Centarumon con Takeru y Yamato. Estaban prisioneros en esta gran sala y pasara lo que pasara, morirían si sus digimons no conseguían evolucionar. Tenían que descubrir cómo resistir a Sanzomon.
– ¡Ojalá pudiéramos parar esta música! rabió Takeru. ¡Patamon y los demás podrían evolucionar!
Sakae, con los puños cerrados, reflexionó a toda velocidad... la música... nunca alcanzarían a Sanzomon sin que Centarumon les atacara. ¿Cómo podían contrarrestar su melodía infernal? "Mostradme lo que valéis sin vuestros digimons", había dicho Sanzomon. Sakae miró hacia el espejo del cual Centarumon había salido. Sanzomon no tenía arma, pero había creado a un digimon dibujando simplemente en este espejo…
– ¡Yamato, Takeru! ¡Tengo una idea! ¡Vamos a vencer a Sanzomon en su propio territorio!
– ¿Qué quieres decir? preguntó Takeru.
– No podemos arrancarle su flauta o vencer a Centarumon sin nuestros digimons, así que tenemos que emplear las mismas armas que ella: ¡tenemos que tocar una música que contrarreste la suya y crear un digimon para nuestro beneficio!
– ¿Cómo planeas hacer esto? preguntó Yamato. ¡No tenemos sus poderes!
– ¡Sí, los tenemos! Tú, Yamato, vas a tocar la armónica para cubrir el sonido de la flauta de Sanzomon. Mientras tanto, intentaré acercarme al espejo a través del cual apareció Centarumon para dibujar un digimon que pueda enfrentarlo.
– ¿Inventar un digimon? repitió Yamato. ¡Es una locura!
– ¿Y si el espejo solo le obedece a Sanzomon? añadió Takeru.
– Es una posibilidad, pero no tenemos otra forma de defendernos, ¡hay que intentarlo!
Yamato y Takeru volvieron la cabeza hacia Centarumon que avanzaba otra vez hacia ellos. Del otro lado de la sala, Gabumon, Patamon y Ryudamon seguían inmovilizados. Sanzomon, imperturbable, continuaba tocando la flauta. Yamato apretó los dientes:
– Vale, de acuerdo. Vamos a seguir tu plan. Pero con mi herida en el brazo izquierdo, no podré tocar el armónica muy rápido.
– Hazlo lo mejor posible, le animó la chica.
– Takeru, dijo Yamato sacando la armónica de su bolsillo, cubre a Sakae para que pueda alcanzar el espejo.
El adolescente se llevó el armónica a la boca. Su mano izquierda temblaba, el dolor irradiaba desde su muñeca hasta su codo. Sin embargo, mantuvo bien el instrumento y se concentró. Las notas de música se alzaron y resonaron contra las paredes de piedra. Mientras tanto, Takeru desvió la atención de Centarumon. El centauro se abalanzó contra él, liberando el camino hacia el espejo. Sakae lo aprovechó y corrió. La melodía de Yamato empezaba a cubrir la de Sanzomon. La chica alcanzó rápidamente el espejo mágico. Ahora es mi turno, pensó. No tenía ningún lápiz o pincel con ella. Sin embargo, Sanzomon había dibujado su Centarumon con un simple dedo. Sakae levantó la mano derecha y extendió el índice. Decidió seguir los contornos de su propio cuerpo que se reflejaba en el espejo, para ganar tiempo. Tenía que crear un digimon que fuera capaz de pelear contra Centarumon. Mientras se esforzaba, Yamato había conseguido recubrir la melodía de Sanzomon con su propia música. Gabumon, Patamon y Ryudamon recuperaron gradualmente el control de sus cuerpos. Patamon pronto pudo despegar, Gabumon y Ryudamon se enderezaron. En ese momento, los digivices de Yamato, Takeru y Sakae brillaron y el cuerpo de sus compañeros se iluminaron: Gabumon digievolucionó en Garurumon, Patamon en Angemon y Ryudamon en Ginryumon. El lobo azul, el ángel y el dragón se abalanzaron contra Centarumon y dispararon sus ataques:
– ¡Aullido explosivo! rugió Garurumon.
– ¡Mano del destino! exclamó Angemon.
– ¡Cuchilla perforante! gritó Ginryumon cuando hizo salir una lanza de su boca.
Centarumon fue proyectado contra una de las paredes donde se estrelló. Sanzomon hizo una mueca de descontento. Había dejado de tocar su melodía infernal y parecía molesta por los tres digimons que habían alcanzado su nivel campeón. Hizo girar su flauta en el aire y ésta retomó su forma de rosario. Entonces, las perlas que la componían se separaron para atacar a los compañeros de los Niños Elegidos por todos lados. Tenían la dureza y la fuerza de balas de plomo, pero Garurumon, Angemon y Ginryumon se defendieron. Sanzomon extendió la mano hacia Centarumon y dibujó algo en el aire.
En este momento, Centarumon se dividió y cuatro Centuramon, absolutamente idénticos, se alzaron ante Garurumon, Angemon y Ginryumon como un muro infranqueable.
Cuatro oponentes en lugar de uno. Esta vez, iba a ser más difícil de resistir. En este instante, Sakae se alejó del espejo y exclamó:
– ¡Ya está!
Los contornos del dibujo que acababa de trazar se iluminaron de repente y su boceto cobró vida. Una silueta femenina se destacó del espejo: tenía la piel blanca y una vestimenta india; su cabello rubio estaba cubierto por un turbante rojo. Unas alas doradas se extendieron en su espalda. Levantó un cetro y una espada que sostenía en cada una de sus manos. Takeru y Yamato, asombrados, contemplaron la aparición angelical que acababa de nacer del espejo mágico.
– ¿Dibujaste esto, Sakae? exclamó Yamato, impresionado.
– Es increíble, dijo Takeru.
– La llamé Darcmon, dijo Sakae. Darcmon, ¡ayuda a nuestros compañeros, por favor!
Sanzomon miró el digimon que la chica acababa de crear con descontento. Antes de que pudiera reaccionar, Darcmon despegó y se abalanzó contra las perlas Sanzomon que asaltaban a Garurumon, Angemon y Ginryumon. Cortó el aire y docenas de perlas cayeron al suelo y se desintegraron.
– ¡Genial! gritó Takeru.
En unos pocos minutos, Darcmon había repelido las perlas que amenazaban a los digimons. Sanzomon emitió un gruñido de rabia y de rencor. Se acercó de nuevo al espejo y dibujó otra vez algo encima. Un nuevo digimon surgió. Éste también tenía la apariencia de un centauro. Sin embargo, llevaba una coraza y estaba armado con un arco y flechas.
– Os presento a Sagittarimon, dijo Sanzomon con una expresión perversa. Ahora, vamos a ver si podéis competir contra él y mis cuatro Centarumons.
Sagittarimon tomó el galope y sacó una flecha de su carcaj. Apuntó a Darcmon, el digimon creado por Sakae. Al mismo tiempo, los cuatro Centarumons abrieron fuego contra ella. Garurumon, Angemon y Ginryumon se apresuraron para protegerla, pero llegaron demasiado tarde. Una flecha atravesó el cuerpo de Darcmon y los tiros de los Centarumon explotaron sobre ella: el digimon artificial se derrumbó en el suelo.
– ¡No! gritó Sakae.
Sagittarimon le disparó otra flecha a Darcmon. El cuerpo del digimon creado por Sakae chisporroteó y de repente explotó en miles de píxeles.
– ¡No! exclamaron Yamato y Takeru.
Sakae, aterrorizada, miró fijamente el lugar donde Darcmon acababa de desaparecer. El digimon que había imaginado para contrarrestar los ataques de Sanzomon había sido desbaratado. No era lo suficientemente potente como para resistir a la guardiana del laberinto y sus creaciones. Ginryumon se levantó y miró a su compañera. Percibió la angustia de Sakae. La chica había puesto todo su corazón en crear una criatura que pudiera salvarlo a él, a Garurumon y a Angemon mientras estaban paralizados por la música de Sanzomon. Paralizada, Sakae no se dio cuenta de que Sagittarimon estaba apuntando una nueva flecha en su dirección. Al mismo tiempo, los cuatro Centarumon extendieron una mano cargada de fuego hacia la adolescente. Ginryumon despegó: ahora que Darcmon se había ido, dependía de él proteger a su compañera.
– ¡Sakae!
Se interpuso entre la flecha de Sagittarimon y su amiga. Al mismo tiempo, el digivice y el emblema de Sakae emitieron una luz cegadora.
La luz envolvió a Ginryumon en un halo deslumbrante de color marfil. Al mismo tiempo, Ginryumon sintió que su cuerpo se transformaba. Cuando la luz se disipó, apareció un dragón más grande e imponente.
Unas escamas negras como el ébano cubrían su espalda, mientras que unas escamas del color de la sangre cubrían su estómago. Un casco realzado con adornos de metal dorado enmarcaba sus feroces ojos verdes y su poderosa mandíbula. En cada una de sus dos patas delanteras brillaba una bola sagrada, una verde y la otra roja.
El dragón se puso delante de Sakae: la flecha que Sagittarimon había disparado en la dirección de la chica rebotó en sus escamas tan duras como un caparazón y se volvió contra el centauro blindado. Sakae, que se había bajado, se enderezó lentamente y miró a su digimon. Estupefacta, murmuró:
– ¿Ginryumon?
– Sakae, fue gracias a tu imaginación y tu creatividad que pudiste protegernos, Garurumon, Angemon y yo. Es por eso que tu emblema me permitió evolucionar. Soy Hisyaryumon ahora.
Sakae, atónita, observó a su compañero. Lo había conseguido. Había conseguido proteger a su digimon y a sus amigos con su emblema. Hisyaryumon despegó y abrió la boca: una enorme espada brotó de ella en dirección a Sagittarimon. Perforó el caparazón del digimon blindado y Sagittarimon se desintegró inmediatamente. Garurumon y Angemon se animaron de nuevo y atacaron también.
– ¡Aullido explosivo!
– ¡Mano del destino!
Sus ataques explotaron sobre los Centarumon que cayeron al suelo. Hisyaryumon lanzó sus bolas sagradas hacia los centauros que fueron proyectados contra las paredes con una fuerza increíble. Sanzomon, esta vez, se había puesto pálida. Las bolas sagradas regresaron hacia Hisyaryumon, quien le dijo a Sakae:
– Hay que salir de aquí.
Volvió a lanzar sus esferas brillantes hacia las salidas que Sanzomon había obstruido. Las piedras que bloqueaban las puertas comenzaron a desintegrarse. Pronto, un pasaje se abrió nuevamente hacia el laberinto.
– ¡Vámonos! exclamó Yamato.
Se subió en la espalda de Garurumon, Angemon tomó a Takeru en sus brazos y Sakae se subió a la espalda de Hisyaryumon. Los digimons corrieron hacia la abertura de la izquierda. Sanzomon despegó e se interpuso delante de la salida. Hisyaryumon abrió la boca y una espada tan ancha como un brazo brotó de ella. Sanzomon no tuvo más remedio que apartarse. Los digimons de los Niños Elegidos cruzaron la puerta que los llevó de regreso al laberinto.
Hisyaryumon aterrizó delicadamente en el suelo y dejó que su compañera bajara de su espalda. Entonces, su cuerpo se iluminó y volvió a ser Ryudamon. Sakae se apresuró a tomarlo en sus brazos, llena de alegría:
– ¡Ryudamon, muchas gracias! ¡Me quedé impresionada por tu fuerza! ¡Eras magnífico cuando te convertiste en Hisyaryumon!
El pequeño digimon sintió que se sonrojaba. Garurumon y Angemon también volvieron también a ser Gabumon y Patamon. Takeru tomó su compañero en sus brazos y se volvió hacia Sakae:
– Tu plan funcionó. Muchas gracias. Me impresionó mucho el digimon que conseguiste crear a pesar de la urgencia de la situación.
Esta vez le tocó a Sakae sonrojarse.
– Pensaba que las cualidades artísticas no servían de nada en el mundo digital, confesó.
– Pues, esta batalla nos demostró que no es cierto, dijo Yamato. Fue una gran idea pedirme que tocara la armónica para contrarrestar la melodía de Sanzomon.
Sakae se enderezó y sonrió:
– Gracias, amigos.
– Ahora, dijo Takeru, tenemos que llegar al corazón del laberinto.
– Espero que estemos todavía a tiempo, murmuró Yamato.
– ¡Vamos! exclamó Sakae.
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Maki Himekawa caminaba en la penumbra del laberinto, con los ojos entrecerrados para distinguir mejor los contrastes. Había tenido suerte: a pesar de la caída que había hecho, solo había notado algunas contusiones en sus brazos y sus piernas. Había analizado la situación con sangre fría: el laberinto se encontraba debajo de la pirámide, presumiblemente para proteger el objeto sagrado que estaba escondido aquí. Si ella hubiera sido la diseñadora de este laberinto, hubiera colocado el objeto en el centro. Entonces, tenía que encontrar el camino que la llevaría al centro del laberinto antes que los Niños Elegidos. Había reunido mentalmente todo los conocimientos que podían ayudarle a conseguir este objetivo. Su formación en informática le dio rápidamente la solución que necesitaba. El algoritmo de Trémaux, que permitía modelar un laberinto en una computadora y orientarse para encontrar la salida, planteaba dos principios fundamentales que la Sra. Himekawa aplicó inmediatamente a su situación: primero, no tenía que tomar dos veces un corredor en la misma dirección; entonces solo podía dar la vuelta cuando estaba frente a un callejón sin salida. Había recogido un trozo de piedra caliza que se había desprendido de la pared cuando se había caído y la utilizó como tiza para marcar todos los corredores cada vez que giraba en una encrucijada: con una flecha, indicaba la dirección por la que había llegado. De esta manera, no tomaría el mismo corredor dos veces en la misma dirección. Progresó así con cautela. No tenía que perder el tiempo; sabía que Koushiro sería tan capaz como ella de encontrar una técnica para guiar a sus amigos a través del laberinto.
Caminó durante un buen cuarto de hora cuando de repente unos vapores oscuros aparecieron delante de ella. Un cuerpo que tenía un aspecto humano se materializó gradualmente entre las volutas. Estaba vestido con una túnica burdeos que le cubría desde el cuello hasta los tobillos y un turban beis le envolvía la cabeza como los Tuaregs. Su cara negra parecía vacía, salvo por las dos amenazadoras pupilas amarillas que se fijaron en la Sra. Himakawa. El digimon levitaba a unos pocos centímetros del suelo y debajo de sus pies se abrió un libro cubierto con emblemas digimon. Extendió unos dedos negros: encima de cada de sus palmas oscuras flotaba una esfera, una roja y la otra amarilla.
Instintivamente, Maki Himekawa se llevó la mano al digivice que colgaba de su cinturón. Pero Bakumon ya no estaba aquí para protegerla. El digimon que acaba de aparecer delante de ella tuvo una risa sardónica:
– ¿Qué buscas? se burló en una voz de ultratumba. Sabes que estás sola.
– ¿Quién eres? preguntó la Sra. Himekawa mientras adoptaba una postura la defensiva.
– Me llamo Wisemon. Soy uno de los cuatro guardianes de este laberinto.
Los ojos dorados del digimon se estrecharon mientras observaba la Sra. Himekawa. Con una voz suave, murmuró:
– Hay otros seres humanos que tú en este laberinto.
– ¿Sabes dónde están? ¿Ya han llegado al corazón del laberinto?
– Te gustaría que te lo dijera, ¿verdad?
– Déjame pasar.
– ¿Cómo te atreves a darme una orden, humana? ¡Cuando ni siquiera estás acompañada por un digimon!
El corazón de Maki Himekawa se encogió y la ira la invadió.
– Si lo quisiera, continuó Wisemon, podría destruirte con un chasquido de mis dedos. Sin embargo, cualquiera que entre en este laberinto, aunque no esté con un digimon, tiene derecho a intentar llegar a su centro. Es por eso que, aunque estés sola, te voy a dar una oportunidad: contesta a cinco acertijos que voy a formularte y te dejaré pasar.
– ¿Cinco acertijos? ¿Eso es todo? se sorprendió la Sra. Himekawa, escéptica.
– Son acertijos difíciles. Solo una persona orgullosa puede despreciarlos de la manera de la cual lo haces.
La mujer frunció el ceño y dijo:
– Muy bien. Cuando quieras.
Guest : Muchas gracias por tu última review, estoy muy contenta de que mi historia te siga gustando. Espero que este nuevo capítulo también te guste. ¡Hasta pronto! :)
