Capítulo 39

– ¡No sirve de nada, no hay conexión aquí! exclamó Koushiro.

El adolescente acababa de pasar diez minutos en vano tratando de conectarse a internet para conseguir un mapa del laberinto. Mimi y Meiko miraban la pantalla de su ordenador con una expresión dudosa. Taichi empezaba a perder la paciencia.

– Bueno, no creo que tengamos muchas opciones, dijo a sus amigos. Tenemos que arreglárnoslas solos, sin la ayuda de tu ordenador, Koushiro.

– Entonces, ¿cómo vamos a encontrar el camino? se preguntó Mimi, preocupada.

– Podríamos decidir seguir siempre la misma pared, sugirió Meiko.

– Me parece una buena idea, observó Koushiro. Si todas las paredes de este laberinto están conectadas, lo más probable es que si seguimos siempre la misma, terminaremos encontrando nuestro camino.

– Y aunque nos lleguemos al centro del laberinto, quizás podemos encontrarnos con los demás, añadió Tentomon.

– Es cierto, asintió Agumon, y así juntos, probablemente encontramos la salida más fácilmente.

– Vale, hacemos esto, dijo Taichi. Os sugiero que sigamos la pared derecha.

Sus amigos asintieron. El adolescente caminó hacia la pared en cuestión, puso su mano sobre ella y empezó a andar, dejando que sus dedos se deslizasen sobre la piedra. Al final del pasillo, la pared se desviaba a la derecha. Siguieron el corredor. Giraron otra vez a la derecha, luego a la izquierda, dos veces a la derecha y por fin otra vez a la izquierda. Avanzaban casi a ciegas en la oscuridad y todos los pasillos les parecían idénticos. Tenían la impresión que este laberinto nunca terminaría y que nunca volverían a ver la luz del día, cuando de repente llegaron a una gran sala ovalada.

– ¡Es un callejón sin salida! exclamó Meiko.

– Bueno, no pasa nada, vamos a volver atrás y seguir otra vez la pared derecha, dijo Taichi.

Sin embargo, cuando quisieron volver al pasillo por el que habían llegado se encontraron frente a una pared. Un inmenso muro les impedía salir de la sala.

– ¡Es imposible, acabamos de pasar por aquí y había una salida! exclamó Koushiro.

– ¿Quieres decir que estamos... encerrados? murmuró Mimi.

En ese momento oyeron un chirrido detrás de ellos. Sus corazones se pusieron a latir con violencia y se dieron la vuelta: la silueta de un imponente digimon se estaba materializando en la sala ovalada.

Se parecía a un guerrero vestido con una armadura púrpura. Cada costura de su traje estaba hecha con una parra de vid en vez de hilos. Numerosas plumas verdes cubrían sus hombros; su cabeza y su rostro estaban protegidos por un yelmo negro decorado con una pluma roja. Además de sus verdaderos ojos, dos ojos rojos aparecieron encima de su casco. De su espalda salieron varias ramas de enredaderas, terminadas en garras en sus extremidades.

– ¿Quién eres? le preguntó Taichi.

– Me llamo Algomon. Soy uno de los cuarto guardianes de este laberinto y no os dejaré salir de aquí con vida si no me demostráis vuestra fuerza.

De repente, el guardián extendió una de sus ramas de viña a una velocidad vertiginosa. La enredadera envolvió a Meiko tan fuerte que en apenas unos instantes la chica no pudo ni mover un dedo. La rama se elevó luego en el aire y llevó a Meiko al lado de Algomon.

– ¡Meiko! gritó Taichi.

El joven sacó su digivice y Agumon evolucionó: Greymon apareció y se alzó delante al guardián del laberinto.

– ¡Libera a Meiko!

– ¡Ven a liberarla tú! replicó Algomon.

– ¡Megaflama! rugió Greymon mientras escupía una inmensa bola de fuego.

– ¡Línea de eliminación! respondió Algomon.

Los ojos rojos que se encontraban en el casco del guardián se abrieron y emitieron un intenso rayo de luz. Era tan fuerte que cegó a los Niños Elegidos, barrió el ataque de Greymon y quemó al digimon. Greymon rugió de dolor.

– ¡Taichi! le gritó Koushiro a su amigo. ¡Algomon tiene que ser un digimon de nivel perfecto! ¡Greymon no podrá vencerlo!

– ¡Entendido! asintió Taichi mientras sacaba otra vez su digivice nuevamente. Greymon, ¡evoluciona!

El digivice de Taichi emitió una luz naranja y su emblema del coraje se activó. Entonces, Greymon se transformó en Metalgreymon.

– Koushiro, ¡ayudémoslo! le dijo Tentomon a su compañero. ¡Con mi electricidad, puedo quemar las ramas de viña que le sirven de tentáculos a este guardián!

Koushiro asintió y sacó su digivice: Tentomon digievolucionó en Kabuterimon.

– ¡Electro shocker! atacó.

Algomon arrojó docenas de ramas de viña hacia Kabuterimon. Las garras de sus extremidades se abrieron y generaron una corriente eléctrica que contrarrestó el ataque de Kabuterimon.

– ¡Increíble! Koushiro estaba asombrado. ¡Algomon es un digimon híbrido! Su cuerpo se compone de plantas, como Palmon, ¡pero es capaz de crear electricidad como Kabuterimon!

– ¡No es por eso que vamos a abandonar! exclamó Taichi con determinación. ¡Métalgreymon, a por él!

– Giga-blaster! gritó el digimon mientras salía de su pecho unos misiles.

Los ojos de Algomon le respondieron con un rayo brillante tan poderoso que Metalgreymon tuvo que ponerse delante de los Niños Elegidos para protegerlos. Una vez el rayo de luz cegó a los dos digimons Algomon aprovechó para extender sus ramas hacia Kabuterimon y aprisionarlo.

– ¡No! exclamó Koushiro.

El digimon intentó escapar en vano emitiendo una descarga eléctrica. Las garras de Algomon se cerraron sobre sus miembros y lo electrocutaron. El cuerpo de Kabuterimon se iluminó y se retransformó en Tentomon. Se derrumbó cayendo al suelo aturdido.

– ¡Tentomon! gritó Koushiro, corriendo hacia él.

En ese momento, Algomon desplegó una rama de viña y agarró a Koushiro por la cintura para llevarlo al lado de la rama que aprisionaba a Meiko.

– ¡No! gritó Meiko, mientras trataba de liberarse. ¡Deja a Koushiro tranquilo!

En este momento la chica sintió una de las garras de Algomon que se cerraba sobre su brazo: una corriente eléctrica salió de ella y la electrocutó. La chica gritó y perdió el conocimiento.

– ¡Meiko! gritó Taichi. ¡Koushiro! Métalgreymon, ¡evoluciona en Wargreymon! ¡Hay que vencer a este maldito guardián!

– Taichi, ¡quizás no sea una buena idea! lo advirtió Mimi agarrándolo del brazo.

– ¿Por qué?

– El ataque a Wargreymon es muy poderoso, podría hacer que el laberinto se derrumbe sobre nosotros... y tal vez podría destruir el historial que estamos buscando.

– Es una muy buena observación, coincidió Algomon con una sonrisa.

Taichi apretó los puños. No podía apartar los ojos de Meiko: el hecho de que Algomon la hubiera capturado multiplicaba por diez su angustia y le impedía pensar de manera racional. El guardián del laberinto parecía haberlo adivinado.

– El coraje es inútil si pierdes los estribos, dijo.

De repente, las viñas que flotaban alrededor de su cuerpo cobraron vida: las ramas se estiraron varios metros y se arrastraron por el suelo a una velocidad vertiginosa. En unos pocos segundos recubrieron casi enteramente el suelo de la sala ovalada, a la excepción del sitio donde se encontraban Metalgreymon, Tentomon, Taichi, Mimi y Palmon. Las garras en las extremidades de cada rama se abrieron y generaron un inmenso campo eléctrico. Cualquiera que intentaría avanzar se vería electrocutado de inmediato. Algomon se alzaba agarrando a Koushiro y Meiko firmemente en sus ramas del otro lado de este terreno electrificado,

Mimi se volvió hacia Taichi: percibió la angustia de su amiga. Ella misma apenas podía ocultar su miedo: había visto a Meiko desmayarse y su corazón latía muy fuerte. No soportaba que les hicieran daño a sus amigos. Tenían que encontrar una manera de vencer a Algomon. La adolescente observó atentamente las ramas electrificadas enredadas. Métalgreymon era demasiado imponente como para despegar en esta sala y pasar encima de las ramas. Algomon lo sabía y era por eso que había extendido sus viñas. Palmon todavía podía evolucionar en Lillymon y quizás podría pasar encima de estas enredaderas mortales... pero Mimi temía que su digimon no pudiera competir sola contra el guardián del laberinto. Los rayos que Algomon emitía eran aterradores gracias a los ojos de su casco. ¡Ojala pudieran liberar a Meiko y Koushiro! Entonces Metalgreymon y Lillymon con más libertad podrían atacar al guardián...

De repente, los ojos de la chica se abrieron: se acababa de acordar de algo antiguo. Hace seis años, la primera vez que había entrado en el mundo digital, ya se había encontrado en un laberinto con Koushiro. Aquella vez se habían enfrentado a Leomon, que estaba entonces poseído por Devimon. El potente digimon había estado a punto de matarlos ese día. Sin embargo, Mimi y Koushiro habían blandido su digivice y la luz que habían emitido había liberado a Leomon de la mala influencia de Devimon. Mimi sacó su digivice de su bolsillo: ¿Quizás el poder de este pequeño aparato pudiera también debilitar a Algomon? ¿Quizás podría liberar a Meiko y Koushiro? Volvió a mirar las ramas electrificadas y luego se dirigió su mirada hacia Palmon.

– Taichi, Palmon, ¡tengo una idea! exclamó con una expresión determinada.

– ¿Una idea? repitió Palmon. ¿Qué es?

– Creo que el poder de mi digivice puede debilitar a Algomon y forzarlo a que libere a Meiko y a Koushiro. Si conseguimos liberarlos, podremos atacar a Algomon de frente. Sin embargo, para que esto funcione, ¡tenemos pasar por encima de este campo de malditas viñas!

– Pero si ponemos un pie allí, ¡moriremos! respondió Taichi. Además, los ojos del casco de Algomon nos están mirando, no nos dejarán avanzar.

– ¡Por eso necesito un distracción! continuó Mimi, segura de sí misma. Vosotros, Taichi y Métalgreymon, captad la atención de Algomon. Mientras tanto, Palmon, tú me vas a ayudar: ya que eres un digimon planta, las ramas de viña de Algomon no pueden afectarte, ¿verdad?

– Creo que no.

– Entonces, vas a extender tus hiedras venenosas por encima las viñas para hacer un puente hasta nuestros amigos, mientras Taichi y Metalgreymon distraen a Algomon. Tan pronto como llegue del otro lado, utilizaré mi digivice. Tú Palmon, evolucionaras para ayudar a Metalgreymon.

– Mimi, ¿te das cuenta de los riesgos que vas a tomar? exclamó Taichi. Si te caes al cruzar este mar de ramas, ¡te electrocutarás!

– Sí, pero ¿tienes otra solución? ¡Hay que tener fe en lo que hacemos, sino no funcionará! Con ese espiritu ¡perderemos nuestro coraje!

Esta frase fue como una bofetada para Taichi. Mimi tenía razón: no tenía que quedar paralizado, no tenía que tener miedo a perder, tenía que actuar. Se armó de valor, apretó los puños y asintió.

– De acuerdo, te cubrimos. ¡Vamos, Métalgreymon!

– ¡Estoy contigo, Taichi!

El digimon volvió a disparar contra Algomon. Sin embargo, el guardián levantó varias ramas de viña que atraparon los misiles en el aire y los destruyeron. Mientras estaba ocupado en repeler a Metalgreymon, Palmon lanzó sus lianas:

– ¡Hiedra venenosa!

Las lianas salieron de sus patas y se extendieron por encima del campo de vides electrificadas. Mimi respiró hondo: ahora no tenía que tropezar. Iba a poder comprobar si sus lecciones de gimnástica habían sido útiles. Se subió en las hiedras de Palmon y tomó unos minutos para encontrar su equilibrio, con los brazos extendidos.

– Mimi, ¿qué tal estás? Le preguntó Palmon.

– Estoy bien, no te preocupes.

Lentamente, la chica puso un pie delante del otro. Las hiedras se movían terriblemente y sintió que estaba a punto de caerse.

– ¡Espera! gritó Palmon. ¡Agárrate a esta segunda liana para mantener el equilibrio!

El digimon extendió su otra pata, de la cual surgió una segunda liana que se extendió por encima de la cabeza de Mimi. La chica sonrió:

– ¡Muy buena idea, Palmon!

Se agarró a la cuerda de hiedra y la utilizó para guardar el equilibrio y poner un pie delante del otro. Poco a poco, avanzó por encima del campo de ramas electrificadas.

Mientras tanto, Metalgreymon estaba bombardeando a Algomon para desviar su atención. Desafortunadamente, el guardián replicaba con rapidez y sus rayos de luz debilitaban a Metalgreymon.

Mimi avanzaba por encima del vacío como un equilibrista. Había recorrido más de la mitad del camino. Con cuidado, ponía un pie delante del otro, asegurándose de que estaba estable antes de continuar. Solo le quedaban dos metros para llegar... De repente, su deportiva se deslizó sobre las hiedras de Palmon. Perdió el equilibrio y se encontró colgando de las manos con la liana sobre su cabeza. Hubiera querido gritar, pero se contuvo. Vio que Palmon también había retenido un grito. Mimi apretó las lianas con fuerza y se balanceó para conseguir volver a poner los pies en la liana inferior. En su primer intento, sus pies se deslizaron y se encontró otra vez en el vacío. "Tengo que parecerme a un viejo trapo que se está secando", pensó la chica mientras se balanceaba de nuevo. Finalmente, sus pies llegaron en la hiedra de Palmon y consiguió reencontrar el equilibrio. Poco a poco, terminó el camino... y aterrizó en el suelo del otro lado del campo de viñas electrificadas, indemne.

– ¡Ya está! exclamó con una sonrisa victoriosa.

La chica sacó su digivice y corrió hacia Algomon. Este último estaba ocupado a repeler a Metalgreymon y le daba la espalda. Mimi blandió el dispositivo electrónico hacia el guardián del laberinto. Se activó inmediatamente y emitió una luz radiante. Algomon se dio la vuelta.

– Qué es…

La luz le cegó y gritó. Al mismo tiempo, las vides que aprisionaban a Koushiro y Meiko se aflojaron y los adolescentes cayeron al suelo. Mimi se apresuró a ayudar a Meiko a levantarse, mientras Koushiro ya se había puesto de pie. Algomon miró a Mimi con furia:

– ¡Maldita seas! Me lo vas pagar...

Los ojos de su casco empezaron a brillar. En ese momento, el digivice de Mimi se encendió otra vez y Palmon evolucionó. Un intenso resplandor la rodeó y apareció Togemon. Luego, el emblema de la sinceridad envolvió a Togemon en un halo verde, y el digimon digievolucionó otra vez: Lillymon despegó y atacó inmediatamente.

– ¡Cañon de flor!

Haciendo eco de su ataque, Métalgreymon descargó sus misiles también:

– ¡Giga-blaster!

Los dos ataques se combinaron y fueron tan potentes que esta vez Algomon se doblegó. Koushiro, Mimi y Meiko se habían pegado contra una pared para evitar que las repercusiones de los disparos les hirieran. Lillymon y Métalgreymon no solo barrieron a Algomon, sino también todo el campo de vides electrificadas que había hecho aparecer. Las ramas empezaron a arder. Métalgreymon cogió a Mimi, Meiko y Koushiro en su espalda para llevarlos del otro lado de la sala ovalada. Algomon, loco de ira, cargó los ojos de su casco con un rayo brillante.

– ¡No! gritó Mimi.

El digivice de la chica brilló por cuarta vez, y Lillymon alcanzó el nivel ultimó: Rosemon apareció. Se puso delante de Metalgreymon y cruzó los brazos delante de su pecho:

– ¡Tentación prohibida!

El ataque golpeó a Algomon, quien cayó hacia atrás. El poder del golpe hizo temblar todo el suelo del laberinto. Taichi que estaba pegado al muro que los encerraba en la sala ovalada, perdió el equilibrio. Sin embargo, en vez que golpearse contra la piedra, pasó a través de ella. Aturdido, levantó la cabeza y se dio cuenta de que se encontraba en el pasillo por el que habían llegado a la sala ovalada. De repente entendió. Se enderezó y volvió a atravesar la pared:

– ¡Chicos! Métalgreymon, Rosemon! ¡Nunca hemos sido encerrados en esta sala! ¡Este muro solo era una ilusión creada por Algomon! ¡Salgamos de aquí, rápido!

Metalgreymon asintió y atravesó la pared. Rosemon lanzó un ataque final contra Algomon, quien desapareció tras el incendio de sus ramas. Entonces Rosemon atravesó también la pared, justo cuando la sala ovalada se derrumbaba sobre sí misma. Un tremendo estrepito resonó en todo el laberinto como el rugido de un monstruo que se muere. Cuando el silencio recayó sobre los pasillos, parecía casi irreal. Entonces Rosemon regresó a su forma bébé, mientras Métalgreymon digievolucionaba a Agumon. Los adolescentes miraron el pasillo sin salida detrás del cual el guardián del laberinto acababa de desaparecer.

– Vaya, nos salvamos por los pelos, murmuró Koushiro. Gracias Mimi, tuviste una muy buena idea.

– Palmon me ayudó, dijo la chica, cogiendo a Tanemon en sus brazos. ¿Verdad, Tane?

– Sí, ¡pero fuiste tú quien mantuvo el equilibrio como un acróbata!

– Gracias, Mimi, asintió Meiko.

Taichi miraba a Meiko. Todavía estaba un poco débil por el ataque eléctrico que había sufrido de Algomon. Se acercó a ella y le preguntó suavemente:

– Meiko, ¿estás bien?

– Estoy... estoy bien, no te preocupes, Taichi. Gracias también por venir a rescatarme.

– Pues, sabes, yo no hice gran cosa, fue Mimi quien ideó el plan para salvaros con Koushiro...

– Es verdad, pero supiste cómo superar tu miedo para ayudarla. Sin ti, nunca habría llegado del otro lado del campo de las vides electrificadas. Entonces quiero agradecerte.

Los dos adolescentes sonrieron.

– Meimei, no me gustaría interrumpiros, dijo Mimi a su amiga, pero todavía tenemos que encontrar el historial del mundo digital.

– Es verdad, vámonos, dijo la chica, poniéndose seria otra vez.

Todos se pusieron de nuevo en marcha siguiendo la pared derecha.

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– Wisemon, espero tu primera pregunta.

Maki Himekawa observaba con desconfianza al guardián del laberinto. Sus ojos amarillos sin pupilas brillaban en medio de una cara devorada por la nada. La Sra. Himekawa se sentía incomoda frente a una mirada tan aguda y sin embargo tan inexpresiva, tan penetrante pero tan vacía. Wisemon parecía verlo todo siendo ciego. Extendió una de las esferas que flotaba encima sus palmas y cerró los ojos. El libro debajo de sus pies emitió un rayo que se elevó hasta la esfera. Entonces, el digimon abrió los ojos y dijo con una voz profunda:

– "Soy de un único color, pero puedo tomar mil formas. Estoy pegada al suelo y sin embargo acompaño al pájaro que vuela. Sigo al sol pero me escapo por la noche y nunca sufro cuando me pisotean." ¿Qué soy?

La Sra. Himekawa frunció el ceño y se puso a reflexionar a toda velocidad. ¿Qué podía tomar mil formas manteniendo siempre el mismo color? ¿Un fantasma? No, no funcionaba, Wisemon había dicho que la cosa en cuestión estaba pegada al suelo y podía volar al mismo tiempo. "Me escapo por la noche..." así que, por la noche, esta cosa ya no era visible. ¿Qué se puede pisotear y que nunca sufre? Miró hacia el suelo, pensativa, cuando notó una forma oscura en el pavimento. Claro. La respuesta había estado a sus pies desde el principio. Levantó la vista, triunfante, y dijo:

– Es la sombra.

– Correcto, asintió Wisemon. Pasemos al siguiente.

El libro abierto debajo del gran digimon produjo otra vez un rayo pálido que se elevó hasta la segunda esfera que flotaba encima en la mano derecha de Wisemon. Maki Himekawa comprendió que extraia su conocimiento de este enorme libro que lo acompañaba allí donde fuera. Con voz solemne, Wisemon dijo:

– "Cuantos más guardias tengo, menos estoy protegido. Cuantos menos guardias tengo, mejor estoy protegido." ¿Qué soy?

Himekawa sonrió: esa era fácil. Había mentido tantas veces, desde tantos años, para ocultar todas sus maniobras a los miembros de la Agencia y a Daigo, así que sabía exactamente a qué se refería el acertijo.

– Es un secreto.

Los ojos de Wisemon se estrecharon, como si expresaran descontento. De nuevo, su libro brilló y un nuevo halo llegó a la esfera amarilla que flotaba en su mano izquierda:

– "Soy lo que se ve de un ser o de una cosa. Puedo engañar fácilmente, pero también puedo decir la verdad"

La mujer se puso una mano sobre la barbilla, pensativa. Algo que se ve, pero que también puede engañar... ¿Una ilusión? ¿La mirada? La Sra. Himekawa se había convertido en una maestra en el arte de ocultar sus emociones. Había aprendido a controlar la expresión de su cara para que nadie adivinara sus pensamientos. Había enterrado profundamente en su alma la persona que era en realidad, mientras que lo que enseñaba en público solo eran unas…

Sus pensamientos se detuvieron. Conocía la respuesta.

– Son las apariencias, respondió, levantando la cabeza.

– No me sorprende que hayas sido capaz de adivinarlo, dijo Wisemon con una sonrisa burlona. Pasemos a los dos acertijos más difíciles.

Volvió a cerrar los ojos y unas volutas de humo plateado envolvieron el libro debajo de sus pies. Las dos esferas que tenía en sus manos se pusieron a brillar. De repente, abrió los ojos y, con voz cavernosa, dijo:

– "Invisible, intangible, nadie me ve, pero todo el mundo me posee. Doy la vida pero no puedo morir. Si me vendes, podrías perecer; si me cuidas, podrías hacerte inmortal. "

La Sra. Himekawa parpadeó, confundida por este cuarto enigma. Algo que nadie puede ver o tocar, pero que todo el mundo posee... ¿la voz? No, porque la voz no daba vida y no se podía vender, salvo que uno fuera cantante profesional... algo no cuadraba...

– Para resolver este acertijo, añadió Wisemon, no solo necesitas tu cerebro. Tienes que buscar la respuesta más profundamente en tu corazón.

Maki Himekawa miró intensamente a Wisemon. ¿En su corazón? Lo había silenciado durante tantos años y casi nunca se fiaba de él. Todas sus acciones solo se regían por la razón. Por lo menos era lo que intentaba creer. Porque en el fondo, sabía que la armadura que encerraba sus emociones era más frágil que el vidrio. Sabía que su corazón amordazado ardía por hablar, por gritar, por explotar. Si prestaba atención a sus susurros por un momento, la devorarían. Podía ser peligroso buscar la respuesta del acertijo en un corazón tan fragil. Pero Wisemon la estaba mirando con insistencia. Entonces cerró los ojos y trató de hacer el vacío en ella. El silencio la rodeó, penetró en su mente y su cuerpo. Escuchó lo que lo decía su instinto. Primero, no oyó nada. Pero luego, poco a poco, su corazón empezó a murmurar. "Invisible, intangible... doy vida pero no puedo morir... si me cuidas, puedes ser inmortal. "

Himekawa se estremeció y abrió los ojos. Es posible que el acertijo hiciera referencia... ¿al amor? Parpadeó. Ya no creía en el amor. El amor no existía. Era demasiado evanescente, demasiado versátil. Había amado a Bakumon y lo había perdido. Había amado a Daigo y lo había perdido. El amor perdido nunca se reencuentra, había tenido la prueba de esto con Bakumon. Lo había dado todo para volver a verlo. Había engañado, mentido, traicionado por ello. Le había mentido a Daigo y lo había perdido por segunda vez. ¿Qué había podido pensar de ella cuando hubo descubierto la verdad? Un dolor terrible le comprimió el pecho, apretó los puños. Sí, había mentido, había traicionado. Para nada. Para encontrar a un digimon amnésico que era incapaz de corresponder al amor que sentía por él. Sin embargo, lo hubiera dado todo para restaurar este vínculo perdido. Incluso hubiera estado dispuesta a vender su...

Levantó la vista, con el corazón latiendo…Sí, solo podía referirse a eso.

– El alma... susurró con una voz ligeramente temblorosa.

– ¿Qué has dicho? Preguntó Wisemon.

– La respuesta a tu acertijo es el alma, repitió, enderezándose.

Wisemon guardó silencio por un momento, mirándola con sus ojos brillantes. Con mucha calma, notó:

– Parece que este último acertijo te ha confundido, Maki Himekawa.

– N... no, en absoluto.

– Esa es probablemente la peor mentira que has dicho en tu vida. ¿Pasamos al último acertijo?

– Vale.

– "A veces es difícil discernirme entre las sombras que toman mi apariencia. Muchos no quieren conocerme porque puedo hacerlos daño. Mírame a la cara si tienes valor; dame la espalda y vivirás en un espejismo."

La Sra. Himekawa apretó los labios. Otra historia más de apariencias, de espejismos, de heridas... dirigió a Wisemon una mirada acusadora. Empezaba a entender que el guardián no elegía sus acertijos al azar. Todos hacían extrañamente eco con su propia experiencia. Wisemon estaba jugando con ella y esto la exasperaba. Sin embargo, tenía que permanecer impasible para demostrarle que no tenía control sobre ella. Nadie la pondría de rodillas. Nunca.

Volvió a pensar en el acertijo. Sombras que parecían otras cosas... esto le recordaba una historia, pero ¿cuál? "Muchos no quieren conocerme porque puedo hacerlos daño". Así que la clave del acertijo radicaba en algo que los hombres temían. ¿La muerte? Todos los rompecabezas que Wisemon le había formulado hasta ahora tenían que ver con sus interrogaciones personales más profundas, las que normalmente se negaba a explorar. Sin embargo, ella no temía a la muerte. Así que no podía ser la respuesta. La mención del espejismo le intrigaba. Si uno se negaba a enfrentarse a esta cosa que asustaba tanto a los hombres, viviría en un espejismo... es decir, en una ilusión.

Los ojos de la mujer se abrieron. Acababa de recordar a qué historia le hacían pensar en las sombras que podían tomar la apariencia de otros objetos. ¡El mito de la caverna de Platón! En una cueva subterránea se encontraban unos hombres que estaban encadenados y daban la espalda a la salida, así siendo incapaces verla. Solo podían distinguir sus propias sombras en la pared delante de ellos y las sombras de unos objetos proyectados detrás de ellos. Para descubrir el mundo tal como era, tenían que liberarse de sus cadenas y salir de la cueva. Pero muchos de ellos se satisfacían con las sombras del subterráneo, considerándolos como objetos reales... vivían en un mundo de ilusiones y no en la realidad. Si alguien les hubiera hecho reconocer que lo que tenían por verdad era falso, les habría hecho sufrir. Y en esta locura que se perpetuaba a sí misma, no encontraban el valor para enfrentarse a la… verdad. La Sra. Himekawa levantó la cabeza hacia Wisemon y murmuró, con una voz vacilante:

– La respuesta a tu acertijo es…la verdad.

Esta vez, Wisemon no se burló de ella. Guardó el silencio, un silencio imperturbable y teñido de respeto. Con una voz profunda, asintió:

– Correcto. Estoy impresionado.

– Era tu último acertijo, Wisemon, le cortó Himekawa. He cumplido tus condiciones. Déjame pasar.

Dio un paso adelante, pero el guardián del laberinto extendió su brazo izquierdo para impedirle avanzar.

– Antes que te deje ir, me gustaría hacerte una última pregunta.

– No era lo que habíamos concluido.

– Es verdad, pero no eres rival para mí.

– Pues adelante, ¡dime tu acertijo!

– Esta vez, no es un rompecabezas. Solo una pregunta normal.

– ¿Qué quieres saber?

– ¿Por qué has venido hasta este laberinto, Maki Himekawa?

La mujer dio un paso atrás. No era el momento de perder la compostura frente al guardián del laberinto. Le respondió de inmediato, como si fuera obvio:

– Para encontrar el objeto que quiere Yggdrasil.

– Esto, ya lo sé. Lo que quiero saber es la verdadera razón por la que has venido aquí, el verdadero motivo de tu alianza con Yggdrasil. ¿Qué estás buscando en el mundo digital, Maki Himekawa?

Maki pestañeó. Al principio, se había aliado con Yggdrasil para volver a ver a Bakumon y vengarse de Homeostasis. Sabía que era peligroso, pero lo había hecho. Cuando finalmente había reencontrado a Bakumon, no se acordaba de ella ni de la amistad que había existido entre ellos. El sufrimiento que había sentido ese día era indescriptible, inefable. Hubiera querido gritar, gritar y desaparecer para siempre. Lo había sacrificado todo, hasta su alma... para nada. Absolutamente nada. Entonces, ¿por qué seguía sirviendo a Yggdrasil? Ni siquiera estaba segura de que conocía la respuesta. Su corazón latía cada vez más fuerte. ¿Por qué tenía tanto calor de repente? ¿Por qué se sentía tan incómoda? Había guardado tantos secretos, tomado tantas máscaras... pero al final, ¿qué quería realmente? ¿Qué motivo le había llevado en entrar en este laberinto hoy? ¿La venganza? ¿El deseo de verdad? ¿Esta verdad sobre los Niños Elegidos que nunca había podido descubrir? ¿La desesperación? ¿La desesperación por el amor que había perdido? Los rostros de Bakumon y de Daigo aparecieron en su mente. Fue como si alguien le clavase un puñal en el corazón. Su mandíbula se contrajo, sus ojos humedecidos. Apretó los puños, cerró los ojos. Cuando los abrió de nuevo, levantó la cabeza hacia Wisemon y dijo con determinación:

– Quiero que se haga justicia.

Wisemon la miró durante mucho tiempo.

– Es un noble deseo. Eres una humana muy inteligente, Maki Himekawa. Pero silencias tu corazón y la verdad que contiene. ¿No crees que para restaurar la justicia hay que aceptar la verdad primero?

La Sra. Himekawa no respondió.

– Has estado viviendo en la caverna durante demasiados años, continuó Wisemon. Solo conseguirás lo que quieres si aceptas el mundo tal como es. No lo olvides.

Cuando terminó su frase, el guardián empezó a desaparecer. Su túnica, su rostro, el libro debajo de sus pies se desvanecieron poco a poco. En unos instantes, Wisemon se había ido.

El silencio del laberinto envolvió a la Sra. Himekawa como una sombra opresiva. Le parecía que el tiempo se había detenido y que las palabras de Wisemon se repetían como un eco acusador e interminable en su mente.

Respiró hondo, se pasó una mano por la frente y se puso otra vez en marcha.

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– ¡Aquí hay una marca! exclamó Hikari.

– Significa que ya hemos pasado por aquí antes, suspiró Joe.

Joe, Sora, Hikari y el Sr. Nishijima habían avanzado cautelosamente por el laberinto durante casi quince minutos. Se habían preguntado cuál era la mejor manera de orientarse en el laberinto y el Sr. Nishijima había propuesto que siempre giraran a la derecha y que dejasen marcas detrás de ellos; así, si llegaban a una bifurcación ya marcada, girarían a la izquierda. Habían aplicado esta estrategia, pero era la primera vez que recaían en una bifurcación que ya habían marcado.

– ¿Creéis que estamos perdidos? preguntó Sora.

– No, pero es posible que andemos en círculos, dijo Nishijima. Giremos a la izquierda.

Todos lo siguieron. De repente llegaron a una intersección donde se cruzaban cuatro corredores.

– ¡Mirad! exclamó Sora acercándose a una pared. ¡Alguien más que nosotros ha estado aquí antes! ¡Hay una marca de tiza, mientras que nosotros dejamos una marca con un rotulador!

– Quizás estemos cerca de los demás, dijo Joe, frunciendo el ceño.

Se enderezó y llamó:

– ¡Mimi! ¡Koushiro!

– ¡Taichi! gritó Hikari.

– ¡Yamato! ¡Meiko! ¡Sakae! gritó Sora a su vez.

Pero solo obtuvieron como respuesta el silencio.

– Quizás hace mucho tiempo que ya han pasado por aquí, dijo Nishijima. Tendríamos que seguir el pasillo marcado con tiza, con suerte nos llevará a los demás.

Los adolescentes asintieron. Avanzaban en el pasillo oscuro cuando las paredes que les rodeaban empezaron a temblar. De repente emitieron una luz tan deslumbrante que todos los Niños Elegidos tuvieron que esconderse los ojos. Cuando los volvieron a abrir, un impresionante digimon robótico se encontraba delante de ellos.

Tenía un aspecto de mujer con una armadura metálica que brillaba como la plata. Un casco reluciente cubría su cabeza y una placa de metal azul ocultaba su boca, revelando solo dos grandes ojos cobrizos. Dos medias lunas azul sobresalían de sus hombreras metálicas. Otras dos medias lunas blancas iridiscentes, con unos ojos y una boca, protegían sus espinillas. Estaba armada con una lanza cuyos extremos terminaban en un hacha con forma de luna creciente; de su espalda sobresalía un carcaj lleno de flechas.

– ¿Quién eres? murmuró Hikari, impresionada.

– Mi nombre es Dianamon, respondió el digimon con una voz robótica y femenina. Soy uno de los cuatro guardianes de este laberinto.

– Estamos buscando la historia del mundo digital, le explicó Sora.

– Lo sé.

– ¿Podrías ayudarnos a encontrar nuestro camino? dijo Hikari.

– No. Estoy aquí para pelear con vosotros.

– ¿Pelear contra nosotros? repitió el Sr. Nishijima, levantando las cejas. Pero ¡no somos tus enemigos!

– Mi rol es poner a prueba a cualquiera que entre en este laberinto. No escaparéis de mí.

– ¡Es lo que vamos a ver! replicó Joe. ¡Gomamon, digievoluciona!

– ¡Entendido!

El digivice de Joe se iluminó y Gomamon se transformó en Ikkakumon.

– ¡Arpón volcán!

El misil se dirigió directo a Dianamon, pero la guardiana lo bloqueó con su lanza con una sonrisa burlona.

– Imbécil, ¿crees que puedes vencerme?

Hikari frunció el ceño y sacó su digivice:

– Tailmon, ¡vamos!

– ¡Con mucho gusto!

El digivice y el símbolo de Hikari brillaron, y Tailmon alcanzó el nivel perfecto: Angewomon extendió sus alas y despegó. Entesó su arco y disparó:

– ¡Flecha celestial!

Dianamon sonrió y tomó una de sus propias flechas metálicas:

– ¡Arco de Artemisa!

Disparó y su flecha fue tan rápida que partió en dos la de Angewomon. Hikari dejó escapar un grito de asombro.

– ¿Cómo es posible que las flechas de Dianamon puedan destruir las de Angewomon? se preguntó Joe. ¡Son exactamente del mismo tamaño!

– Sólo hay una explicación, dijo Nishijima. Esta guardiana tiene que ser un digimon de nivel mega. Si vuestros compañeros no evolucionan a su nivel más alto, ¡no podremos vencerla!

– ¡Entonces, es lo que hay hacer! Joe dijo con firmeza.

– ¡Vamos a unir nuestras fuerzas! añadió Sora sacando su digivice. ¡Piyomon, a ti toca!

– ¡Voy!

– No podéis competir conmigo, declaró la guardiana con altivez. Os lo voy a hacer entender mejor: ¡Luna de buenas noches!

Las dos lunas crecientes que protegían sus espinillas abrieron de repente los ojos y se iluminaron con una luz blanca. De sus bocas brotaron dos rayos deslumbrantes que fueron a golpear a Ikkakumon, Angewomon y Piyomon. Los digimons gritaron, paralizados por la luz que los dejó inconscientes y cayeron en el suelo. Los Elegidos quedaron inmovilizados de terror.

– ¿Qué les hiciste? gritó Nishijima a la guardiana del laberinto.

– Tengo el poder de la luna, contestó. Me permite hacer caer a quien quiera en un sueño tan profundo como inmediato. Vuestros digimons no pueden igualarme.

– ¡Tenemos que encontrar una manera de sacarlos de despertarlos! dijo Joe.

– ¡Angewomon! exclamó Hikari, corriendo hacia el ángel.

En vano. Ni Angewomon ni Ikkakumon recuperaron la consciencia. Sora no podía apartar la mirada de Piyomon que yacía en el suelo. Tenían que encontrar una escapatoria. De repente se le ocurrió una idea, la misma idea que la que Mimi estaba teniendo, en el mismo momento, del otro lado del laberinto.

– ¿Y si intentamos utilizar nuestros digivices? ¿Quizás su poder podría sacar a nuestros compañeros de su letargo? Han sido capaces de contrarrestar la influencia de varios malvados digimons hace seis años, ¿por qué no podrían disipar el poder de Dianamon?

– Es una buena idea, asintió Joe. ¡Vamos a intentarlo!

Los tres adolescentes tomaron cada uno sus digivice y los apuntaron hacia su digimon. Los pequeños dispositivos electrónicos se pusieron a brillar y envolvieron a Ikkakumon, Angewomon y Piyomon. Después de unos minutos, el resplandor se desvaneció y los digimons abrieron los ojos.

– ¡Ha funcionado! exclamó Nishijima.

Todos los digimons se enderezaron, un poco aturdidos, pero rápidamente recuperaron el sentido. Se posicionaron para enfrentarse de nuevo a Dianamon.

– ¡Te hará falta más fuerzas para derrotarnos! le gritó ferozmente Ikkakumon. ¡Te olvidaste que tenemos compañeros humanos que estarán siempre para defendernos! ¡Ahora te vamos a enseñar lo que sabemos hacer!

– ¡Bien dicho! asintió Joe.

El joven apretó firmemente su digivice que volvió a encenderse e Ikkakumon se convirtió en Zudomon. Levantó su martillo indestructible:

– ¡Martillo vulcano!

– ¡Encanto celestial! apuntó Angewomon.

Sin embargo, Dianamon tomó su lanza y detuvo los ataques sin dificultad gracias a las hachas que constituían sus extremidades. Los Niños Elegidos apretaron los dientes.

– El Sr. Nishijima tiene razón, dijo Hikari. ¡Dianamon tiene que ser un digimon mega! Angewomon, ¡tienes que evolucionar!

– ¡Zudomon, tú también! dijo Joe.

– ¡Os voy a ayudar! exclamó Sora, levantando su digivice.

– ¡Ja ja! se rió Dianamon. Puede que tengáis la capacidad de contrarrestar el sueño en el cual sumerjo a mis oponentes, pero solo uno de mis poderes y ¡me quedan muchos otros más! Qué ingenuos sois. Vuestros digimons son poderosos gracias a vosotros. Pero, ¿qué pasaría si no estuvieseis con ellos?

– ¿Qué quieres decir? preguntó Hikari, preocupada.

– ¡No puedes destruir el vínculo que nos une a nuestros compañeros! gritó Sora.

– ¿De verdad? Es lo vamos a ver. ¡Gancho creciente!

Las dos lunas crecientes que protegían las espinillas de Dianamon volvieron a brillar, pero esta vez el rayo que escupieron tocó a Sora, Piyomon y al Sr. Nishijima.

– ¡No! gritó Hikari.

La luz les deslumbró con tanta fuerza que tuvieron la impresión de quedarse ciegos. El Sr. Nishijima levantó un brazo para protegerse la cara, Sora se acurrucó en el suelo y cerró los ojos. Para ellos, fue como si el mundo hubiera dejado de existir, sumergido en un tsunami de luz.