¡Buenas noches a todos! Lo siento mucho por no haber actualizado desde tres semanas, les había prometido que trataría de no superar los quince días entre cada update, pero a veces me cuesta mantener el ritmo. Además, les había dejado en pleno suspense, lo sé, soy muy mala. Para hacerme perdonar, aquí viene la continuación, ¡espero que les guste!
Gracias a todos los lectores que siguen esta historia, que tienen la paciencia para esperar mi actualizaciones y que me dejan comentarios. ¡Espero que la aventura les guste hasta el final!
Capítulo 40
Cuando Sora abrió los ojos unos puntos brillantes moteaban su visión. Poco a poco el dolor de cabeza que sentía disminuyó, el mundo le pareció estabilizarse a su alrededor. Se enderezó y en ese momento, se le heló la sangre: sus amigos y sus digimons habían desaparecido, al igual que Dianamon. Solo Piyomon seguía a su lado. Sin embargo, frente a ella se encontraban unos demonios que conocía muy bien: Daemon, Laylamon, Lucemon e… ¡Yggdrasil!
Su corazón latía con fuerza haciendo que todo su cuerpo temblara: algunos Señores Demoníacos habían logrado entrar en el laberinto. Pero ¿cómo? No tenía idea ninguna. Probablemente lo habrían conseguido gracias a la fuerza de su señor. No obstante, ¿no se suponía que Yggdrasil tendría todavía que estar preso del Mar Oscuro? ¿Cómo había conseguir salir de allí? ¿Es posible que su potencia se hubiera incrementado? ¿Y por qué se encontraba sola? ¿Dónde estaban sus amigos? Su corazón latía, latía, como un martillo que golpea un hierro candente. En ese momento, Yggdrasil, que había recuperado su apariencia de cristal, avanzó hacia ella. Sora dio un paso atrás, asustada.
– ¡Piyomon! dijo. ¡Digievoluciona, por favor!
– Es que... pasa algo extraño, Sora... Me siento muy débil... ¡No puedo evolucionar!
– ¿Qué? gritó la chica mientras entrababa en pánico.
Yggdrasil extendió un brazo y la agarró por la muñeca. Sora gritó y luchó, tratando de rechazarlo. Estupefacta vio como Yggdrasil la soltó. Se apartó de inmediato y retrocedió unos pasos.
– ¡Sora! gritó de repente una voz.
Se volvió hacia la esquina de la sala de dónde provenía el grito. Descubrió a Yamato, que acababa de aparecer repentinamente.
– ¡Yamato! ¡Los Señores Demoníacos nos han encontrado! Piyomon no puede evolucionar, ¡necesito tu ayuda y la de Gabumon!
– No sé dónde está Gabumon, ¡nos han separado!
Sora, aterrorizada, sintió unos sudores fríos correr por su cuello. Estaban solos y Piyomon era la única que podía defenderles contra Yggdrasil. En ese momento, Daemon se volvió hacia Yamato y creó una bola de fuego entre sus palmas.
– ¡No! gritó Sora, corriendo hacia el adolescente.
Le arrastró con ella y esquivaron por poco el disparo. Rodaron por el suelo y luego volvieron a levantarse. Sora miró en dirección de los Señores Demoníacos: Piyomon tenía que evolucionar a toda costa. La presencia de Yggdrasil aumentaba el temor de que algo pudiese hacer daño a Yamato o a su compañera digimon. Este miedo se convertía gradualmente en ira y en odio contra todos los Señores demoníacos e Yggdrasil. Agarró su digivice y gritó, con una voz tan imperiosa y llena de rabia que no se reconoció a si misma:
– ¡Piyomon, digievoluciona!
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Un deslumbrante rayo de Dianamon cegó a Nishijima que tapo sus ojos con su brazo. De repente, un calor extraño lo invadió y una migraña vertiginosa le retorció las sienes. Ya no sabía dónde estaba, quién era, por qué había llegado al mundo digital… ¿Dónde estaba el suelo? ¿Dónde está el techo? No hubiera podido decirlo claramente. Le parecía que una inmensa distorsión se estaba tragando el mundo. Se tambaleó y cayó de rodillas.
Poco a poco, el espacio se estabilizó y volvió a tener una impresión normal de la realidad, pero cuando bajó el brazo y abrió los ojos, su visión aún estaba borrosa. ¿Qué le había pasado? ¿Dónde estaba? Pestañeó y por fin distinguió a unas siluetas delante de él… pero ya no eran los Niños Elegidos, ni tampoco sus compañeros digimons. Ni tampoco Dianamon. Los ojos de Nishijima se abrieron por la estupefacción. Delante de él estaban Ibuki, Eiichiro y Shigeru, sus amigos de la infancia. Los mismos a quienes había visto morir diez años antes. Era imposible. Los miró uno después del otro, emocionado:
– ¿Estáis... estáis... vivos? ¿Cómo es posible? ¿No os sacrificasteis para dar vuestra energía a las Bestias Sagradas?
– Podemos extraernos brevemente de sus cuerpos, explicó Shigeru.
– ¿Qué? ¿Pero por qué lo hacéis solo ahora?
– Nos quita mucha energía que tomamos de las Bestias Sagradas, haciéndolas más débiles por un corto periodo de tiempo, dijo Ibuki en voz baja. Por eso evitamos hacerlo. Pero ya que tú y los Niños Elegidos os encontrabais en una situación crítica, decidimos actuar.
– Entonces, ¿eso significa que las Bestias Sagradas ha entrado en la burbuja virtual?
– Sí.
– Hacia tanto tiempo que queríamos verte, Daigo, dijo Ibuki.
– Muchas veces he soñado con volver a veros, amigos míos… pero ¿dónde están los Niños Elegidos?
– No lo sabemos, respondió Shigeru. Pero tienes que encontrar rápidamente el historial del mundo digital.
El agente se enderezó. En ese momento, se escuchó una risa malvada detrás de ellos. Nishijima se dio la vuelta: un digimon se estaba materializando gradualmente en el laberinto. Cuando su imagen se estabilizó, el profesor lo reconoció de inmediato:
– ¡Piedmon! ¿Cómo has llegado hasta aquí?
– Los Señores Demoníacos han destruido la barrera de la burbuja virtual, se burló el payaso sádico. Yggdrasil ya está en este laberinto... veo que estás con tus amigos, Daigo. Será un verdadero placer mataros a todos por segunda vez.
– ¡No les toques! replicó con rabia.
– No veo nada que me impida hacerlo...
Al pronunciar estas palabras, Piedmon evolucionó: su rostro de payaso cambió para adoptar los rasgos de un pirata demacrado, vestido a la moda del siglo XVII. Unas largas espadas aparecieron en su cinturón. Agarró cuatro de ellas con sus dos pares de manos esqueléticas y las arrojó a Shigeru.
– ¡No! gritó Nishijima, interviniendo él mismo.
El ataque lo golpeó de lleno en el pecho. Sin embargo, aunque Nishijima esperaba sentir que una cuchilla le cortara la piel, tuvo más bien la impresión que se le había golpeado con un palo. No se abrieron heridas en su torso, pero sus costillas rotas estaban aún lo suficientemente frágiles como para que el ataque lo dejara sin aliento. Se derrumbó en el suelo mientras un dolor terrible irradiaba a través de su pecho.
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El ataque de Dianamon había sido repentino y rápido. Joe y Hikari habían visto los rayos de la guardiana tocar a Sora, Piyomon y el Sr. Nishijima sin que pudieran intervenir. La luz había envuelto sus cuerpos durante unos minutos, de la misma manera que había envuelto a sus digimons un poco antes para hacerlos caer en un sueño profundo. Sin embargo, Sora, Piyomon y el Sr. Nishijima no se desmayaron. Primero vacilaron, como si ya no pudieran mantener el equilibrio y luego cayeron de rodillas. De repente, la luz que les rodeaba se apagó. Joe, preocupado, se acercó a Sora:
– Sora, ¿estás bien?
La joven reabrió lentamente los ojos y barrió el laberinto con la mirada. Luego se fijó en Joe, Hikari, Zudomon, Angewomon y Dianamon. Entonces Joe vio el terror invadir los ojos de su amiga. Sora levantó de un salto y dio un paso atrás, gritando:
– ¡Piyomon! ¡Evoluciona, por favor!
– Es que... pasa algo extraño, Sora... Me siento muy débil... ¡y no puedo evolucionar! respondió su compañera que había sido también tocada por el rayo de Dianamon.
– ¿Qué? gritó la chica.
– ¡Oye, Sora, soy yo, Joe! exclamó el chico agarrando a su amiga del brazo.
La chica gritó y luchó. Joe, desconcertado, no entendía lo que estaba pasando. Soltó de inmediato a su amiga y la vio alejarse de él como si hubiera fuera un Señor Demoníaco. Hikari adivinó que algo no iba bien y empezó a sentirse inquieta. En ese momento el Sr. Nishijima se enderezó y miró conmocionado a Zudomon, Angewomon y Joe. Con incredulidad, dijo:
– Amigos míos... ¿estáis... vivos? ¿Cómo es posible? ¿No os sacrificasteis para dar vuestra energía a las Bestias Sagradas?
– ¿De qué está hablando? Dijo Zudomon.
– No está en su estado normal, y Sora y Piyomon tampoco, dijo Angewomon. ¡Hikari, el rayo de Dianamon debe ser el responsable de lo que les pasa!
– ¿Qué les has hecho? le gritó Hikari al guardián con enojo.
– ¡Os advertí humanos, que no subestimarais el poder de la luna! ¡He sumergido a vuestros amigos en una ilusión que va despertar sus peores miedos! Esta chica, dijo, extendiendo su mano hacia Sora, os toma por sus enemigos, y este hombre, dijo designando a Nishijima, toma vuestros digimons por sus amigos muertos. ¡Estas ilusiones despiertan sus miedos y sus sufrimientos internos, les debilitan y gracias a esto voy a ganaros!
– ¡Eres monstruosa! le gritó Hikari.
– No, estoy probando vuestra capacidad de resistencia, porque para acceder a los secretos del historial del mundo digital tenéis que ser capaces de enfrentaros a la verdad. Y no tenéis ninguna capacidad de resistencia, humanos. ¡Ninguna!
– ¡Espera! replicó Joe. Hikari, ¡tenemos que ayudar a Sora y al Sr. Nishijima para que recuperen sus sentidos!
La chica asintió. Joe se acercó nuevamente a Sora y le dijo:
– ¡Sora, Sora, soy yo, Joe! ¿Me reconoces?
– ¡Déjeme tranquila! gritó la joven.
– No sirve de nada hablarle, dijo Dianamon a Joe. Ahora mismo, cree que eres Yggdrasil.
– ¿Yggdrasil? repitió Joe indignado con las manos en las caderas. ¿Crees que tengo cara de Yggdrasil? ¡Que desfachatez!
– Digáis lo digáis, vuestros amigos no os entenderán, continuó la guardiana. Transformo en su mente todo lo que decís para hacerles escuchar lo que quiero.
Joe apretó los puños. Era imperioso que liberasen cuanto antes a sus amigos de la influencia de Dianamon. Si no podían convencerles por la palabra, tendría que liberarlos venciendo a Dianamon. Era la única forma de romper la ilusión en la cual se encontraban. Agarró su digivice:
– ¡Zudomon, necesitamos el poder de Vikemon!
– ¡Entendido!
El digivice de Joe se encendió y Zudomon evolucionó en Vikemon.
– ¡Ventisca ártica! gritó.
– ¡Yamato! exclamó Sora, corriendo delante de Dianamon.
– ¡Sora, no, no te pongas aquí! gritó Joe. ¡Vikemon para tu ataque!
El digimon retuvo sus armas que estaban a punto de herir a Sora que se había arrojado delante de Dianamon. Joe maldijo para sus adentros: ¡Sora toma a Dianamon por Yamato! Vikemon nunca podrá atacar a la guardiana en estas condiciones. Todo eso era una pesadilla. La guardiana se burló:
– ¿Ya ves por qué dije que vuestros amigos me ayudaran venceros? ¡Gracias a ellos soy intocable!
Agarró su lanza que se terminaba en dos hachas y la arrojó hacia Vikemon.
– ¡Shigeru! gritó Nishijima.
Hikari y Joe vieron aterrorizados a su profesor interponerse entre la lanza de Dianamon y Vikemon. Afortunadamente, el digimon logró lanzar sus mazos que golpearon la lanza de la guardiana con tanta fuerza que rompieron las dos hachas en sus extremos. Sin embargo, la barra de metal continuó su carrera y golpeó a Nishijima en el pecho, cortándole la respiración. El hombre se derrumbó. Joe, horrorizado, miró a su profesor que estaba de rodillas en el suelo y luego a Sora que estaba protegiendo a Dianamon. Intercambió una mirada con Hikari: ¿Cómo saldrían de ésta?
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En la ilusión que la aprisionaba, Sora seguía luchando contra Yggdrasil. Agarró su digivice y le gritó a Piyomon:
– ¡Piyomon, digievoluciona!
En ese momento, el digivice emitió una luz oscura, muy diferente del cálido resplandor rojo que normalmente producía. Dianamon sonrió, mientras Hikari sintió unos sudores fríos correr por su espalda. Sabía exactamente lo que estaba pasando.
– ¡No, Sora, no! le gritó, desesperada.
Dianamon tuvo una risa sádica.
– ¡Ja, ja, ja! ¡Justo lo que me esperaba! ¡Vuestra incapacidad para dominaros, humanos, se va volver contra vosotros!
El cuerpo de Piyomon había empezado a iluminarse. Sin embargo, a la luz que la rodeaba fueron a mezclarse unos vapores negros. Hikari frunció el ceño: eran los mismos vapores que los que habían envuelto a Holydramon en el Mar Oscuro, cuando se había dejado invadir por la desesperación. La desesperación había corrompido la luz de su corazón. En ese momento no era la desesperación que sumergía a Sora, sino la ira, una ira que estaba destruyendo todo el amor que sentia normalmente por los demás.
– ¡Joe! le gritó Hikari a su amigo. ¡Sora está presionando a Piyomon, si sigue así, Piyomon va a realizar una evolución oscura! ¡Tenemos que impedirlo!
– ¿Pero qué podemos hacer?
– No... No lo sé... habría que...
– ¡Demasiado tarde! exclamó Angewomon.
En ese momento, Piyomon acabó su transformación. Cuando los vapores purpúreos se disiparon, el digimon que desplegó sus alas se parecía a Birdramon, pero tenía un plumaje negro que brillaba como la tinta. Su expresión era vengativa y malvada.
– ¡Es Saberdramon! exclamó Vikemon. ¡La forma de virus de Birdramon!
El pájaro despegó, abrió sus alas y proyectó unas llamas negras hacia Vikemon y Angewomon. Los digimons detuvieron su ataque sin dificultad ya que se encontraban en un nivel de evolución más alto que su nuevo contrincante. Sin embargo, no se atrevieron a contraatacar: no podían olvidar que esta aterradora criatura había sido Piyomon antes de realizar una oscura digievolución, y Piyomon era su amiga. Joe y Hikari lo sabían también. Mientras tanto, Saberdramon estaba preparando otra ráfaga de llamas.
– ¡No tenemos otra elección! gritó Joe a los dos digimons. ¡Hay que mantener a Saberdramon a distancia mientras encontramos una solución para hacer entrar en razón a Sora y al Sr. Nishijima!
En ese instante, Dianamon disparó una nueva flecha metálica hacia los compañeros de Joe y Hikari. Vikemon agarró sus mazos y rompió la flecha. Entonces la guardiana retomó su lanza, reducida a una simple barra de metal, y atacó al digimon frontalmente. Saberdramon abrió sus alas al mismo tiempo.
– ¡Angewomon, encárgate de Saberdramon! dijo Vikemon al digimon angélico. ¡Me encargo de Dianamon!
– ¡Entendido!
Hikari, desgarrada, vio a su compañera digimon dirigirse hacia el pájaro negro para repelerlo, mientras Vikemon luchaba contra Dianamon. Las ilusiones que la guardiana había creado llevaban a Piyomon a pelear contra sus propios amigos. En cuanto al Sr. Nishijima, hubiera podido haber muerto si Vikemon no hubiera destruido las hachas de Dianamon a tiempo. Hikari apretó los puños y con una voz decidida dijo a Joe:
– ¡Encárgate de Sora, me ocupo del Sr. Nishijima! ¡Tenemos que romper el hechizo de Dianamon! ¡No voy a dejarle ganar!
Joe miró a su amiga, conmovido por su valor. Asintió y corrió hacia Sora, mientras Hikari caminaba hacia el Sr. Nishijima.
Sora se sentía totalmente impotente. Laylamon estaba atacando a Birdramon, mientras que Daemon estaba rodeando a Yamato con un círculo de fuego, sin que ella pudiera hacer nada. Se sentía tan débil, tan indefensa. Sus enemigos eran demasiado numerosos. El miedo y la ira la estaban devorando. En ese momento, Yggdrasil avanzó otra vez hacia ella. La chica, paralizada, retrocedió, retrocedió, hasta chocar contra la pared del laberinto. Yggdrasil levantó la mano y la agarró del brazo. Sora gritó, luchó, pero esta vez Yggdrasil no la soltó.
Joe agarró a Sora por la muñeca, pero la chica luchó desesperada por escaparse. Apretó más fuerte su muñeca e intentó calmarla:
– ¡Sora! ¡Sora, escúchame! ¡Soy yo, Joe!
Era inútil. Sora no escuchaba nada de lo que le decía. Dianamon modificaba todas sus palabras para que la chica escuchara lo que quería. ¿Cómo llegar hasta ella? Tenía que encontrar una manera para que Sora volviese a conectarse con el mundo real. Una idea cruzó por su mente. Igual no funcionaría, pero en el punto en el cual se encontraba, no había nada que perder.
– ¡Sora, dame tu mano!
Al ver que ella no reaccionaba, tomó su mano derecha y desplegó sus dedos. Luego se quitó las gafas y las puso en la palma de su mano.
Sora se estremeció: cuando Yggdrasil abrió su mano por la fuerza, pensó que iba a utilizar su poder del hielo sobre ella. En cambio, había depositado en su mano un objeto invisible. Lo apretó con sus dedos, perpleja: sentía algo, entonces ¿por qué no veía nada en su palma? Parecía algo de vidrio, con patillas de metal. Miró al Señor del Mar Oscuro con asombro: la había soltado y la estaba mirando extrañamente, en silencio. ¿Qué estaba pasando?
Mientras tanto, Hikari se acercó del Sr. Nishijima, quien todavía estaba arrodillado en el suelo, doblado por el dolor de sus costillas rotas.
– ¡Profesor! Profesor, ¿puede oírme? le preguntó la chica preocupada arrodillada a su lado. ¿Está herido?
El profesor abrió los ojos y miró a Hikari. En ese momento, se quedó estupefacto, sin que ningún sonido saliera de su boca. Susurró con voz incrédula:
– Hime... Hime, ¿eres tú?
Hikari se sobresaltó, desconcertada: el Sr. Nishijima la tomaba por la señorita Himekawa. La adolescente adivinaba los sentimientos que el profesor habían sentido por esa mujer y que probablemente seguía sintiendo. Lo había adivinado desde el principio, mucho antes de que Nishijima hablase con Taichi. Había leído en sus ojos el dolor por no haber sido capaz salvar a Hime. ¿Qué tenía que hacer ahora para traerlo de vuelta al mundo real? Mientras reflexionaba a toda velocidad, Dianamon apuntó una flecha en su dirección.
– ¡Profesor, levántese! le gritó, ayudándolo a enderezarse.
Evitaron por poco la flecha de Dianamon y se apoyaron contra una pared. Mientras recuperaban el aliento, el profesor le murmuró a la chica:
– Hime… ¿has vuelto? ¿Ha dejado de servir a Yggdrasil?
Hikari se apartó de la pared y le miró fijamente. Había tanta esperanza en su voz y en sus pupilas. Pero lo que estaba viendo solo era una ilusión.
– No soy Maki Himekawa, profesor.
Sus palabras no tuvieron ningún efecto. El Sr. Nishijima siguió mirándola, lleno de esperanza. Hikari, que sentía su corazón latir cada vez más fuerte, se preguntó cómo vencer este terrible hechizo. Quería creer que al continuar hablando con el profesor, sus palabras terminarían teniendo un impacto en su mente.
Joe estaba mirando a Sora, cuya expresión empezaba a cambiar. Su truco parecía funcionar. La chica tocó las gafas, perpleja. No parecía verlas, pero al menos podía sentirlas. Joe apretó los dientes: ahora que su amiga empezaba a dudar, no tenía que dejarla caer otra vez en la ilusión de Dianamon. Sabía que la guardiana iba a intentar influir sobre su mente para disipar la confusión que causaba el tacto de las gafas. ¿Cómo luchar contra su poder? Sora no podía escuchar sus palabras, solo podía sentir su presencia. Si tan solo pudiera interferir con las palabras que Dianamon hacía resonar en su cabeza, podría...
De repente, Joe se paralizó. Un recuerdo acababa de resurgir en su mente: hace seis años, cuando Devimon le había separado de sus amigos al fragmentar la Isla File, se había encontrado en una isla con Sora. Allí, los Bakemon los habían capturados para devorarlos. Afortunadamente, Gomamon y Piyomon habían evolucionado a tiempo para salvarlos. Sin embargo, el líder de los Bakemon era poderoso y sus digimons no pudieron derrotarlo. Entonces, Joe se había acordado que los encantamientos sintoístas podían debilitar a los fantasmas. Había recitado uno, con la ayuda de Sora que marcaba el ritmo en su casco con un palo de madera. La oración había disminuido el poder del líder de los Bakemon e Ikkakumon y Birdramon habían podido derrotarlo.
¿Y si el poder de la luna que controlaba Dianamon pudiera debilitarse de la misma manera? Tenía que intentarlo. Joe frunció el ceño, se puso las manos en las rodillas y cerró los ojos. Interiormente, dijo: "Poder de la luna controlado por Dianamon, que esta oración destruya tu influencia... Sora, escúchame... soy yo, Joe... poder de la luna controlado por Dianamon, que esta oración destruya tu influencia... Sora, escúchame… soy yo, Joe…" Mientras repetía estas palabras, sintió como si estuviera entrando lentamente en la mente de Sora. Sin embargo, había otra una fuerza allí, una fuerza que quería evitar que él llegara a su amiga. Dianamon. Joe repitió su encantamiento con más determinación. El poder de Dianamon se estaba debilitando, su resistencia se marchitaba...
Mientras tanto, Hikari se acercó al Sr. Nishijima y le dijo en voz baja:
– Profesor, no soy Maki Himekawa. Las personas que usted ve a su alrededor no son sus amigos. Sus amigos hicieron un enorme sacrificio para proteger el mundo digital y el mundo real hace diez años. Su energía alimenta ahora a las Bestias Sagradas. Sé que usted les extraña muchísimo, pero su recuerdo siempre estará en su corazón.
El Sr. Nishijima miró fijamente a la chica. Su expresión empezaba a cambiar. Frunció el ceño, como si pudiera ver que la persona delante de él no era la Himekawa que conocía.
– Sé que le gustaría que esta ilusión fuera real, continuó Hikari. Pero todo lo que usted ve solo es una ilusión de Dianamon. Sé fuerte, profesor. Sé que lo puede hacer. No soy Maki Himekawa. Me llamo Hikari Yagami, soy la hermana de Taichi Yagami. ¿Se acuerda de Taichi, profesor? Usted le salvó la vida.
Mientras decía estas palabras, la confusión crecía en la mirada del Sr. Nishijima. Sacudió la cabeza. ¿Qué le estaba pasando? ¿Qué eran esos susurros que surgían en su mente? Podía oír dos voces. Una era profunda e imperiosa y parecía ganar terreno, pero trató también de prestar más atención a la otra. Era una voz joven y dulce. No entendía totalmente lo que le decía esa voz, pero de repente una palabra destacó del resto. Una palabra que tuvo el efecto de un detonador en su mente.
Taichi. Taichi Yagami. Sí, se acordaba. Los Niños Elegidos le necesitaban. Miró a sus amigos de la infancia, a Voltobautamon: sus cuerpos se hacían extrañamente borrosos, se desvanecían. El corazón del profesor se puso latir más fuerte. Lo que estaba viendo no era real. Alguien que había mencionado el nombre de Taichi lo estaba llamando. Tenía que salir de esta ilusión. Cerró los ojos y trató de rechazar la voz que le mantenía en este mundo irreal.
Sora estaba realmente confusa. Yggdrasil, después de mirarla fijamente, cerró los ojos y se arrodilló en el suelo. Pasaron unos minutos, y de repente la chica escuchó dos voces en su cabeza. Dos voces que resonaban contra sus sienes. Una era femenina e insidiosa, la otra era masculina y firme. ¿Qué estaba pasando? Todavía sentía el objeto de cristal invisible en su mano. De repente, el mundo a su alrededor se nubló. Ya no veía a Yggdrasil, ni tampoco a los Señores Demonio o a Yamato... y la voz femenina se desvaneció de su mente. De repente, Sora escuchó la voz masculina con más claridad: "Sora, escúchame...". Esta voz. Era la de Joe. Sora miró delante de ella otra vez: el mundo se estaba volviendo cada vez más confuso. De repente entendió: todo lo que veía era una alucinación. Yggdrasil y los Señores Demoníacos nunca habían entrado en el laberinto. Nunca había sido separada de sus amigos, y era Joe, ahora mismo, quien estaba tratando de salvarla de la ilusión que se había apoderado de ella. Cerró los ojos y sacudió la cabeza vigorosamente. Cuando se enderezó, Yggdrasil había desaparecido. Arrodillado en el suelo, Joe la estaba mirando con una expresión de alivio.
– Joe… ¿Qué me pasó?
– Dianamon te sumió en una ilusión con su poder, le explicó Joe. Pero me acordé de nuestra lucha contra los Bakemon y utilicé la misma técnica que habíamos empleado para liberarte de su influencia.
Sora le sonríe a su amigo, agradecido.
– Gracias, Joe. Pero... ¿dónde están tus gafas?
– Las tienes tú, respondió con una sonrisa.
La chica abrió la mano y descubrió las gafas. El objeto de cristal que había sentido. Claro. Joe siempre tenía buenas ideas. Luego levantó la cabeza y vio a Angewomon peleando con Birdramon, cuyo plumaje se había vuelto completamente negro.
– ¿Qué le pasa a Birdramon? exclamó, asustada.
– Mientras estabas bajo el control de Dianamon, tu miedo llevó tu compañera a digievolucionar, explicó Joe.
– ¿Qué…? No, ¡nunca quise hacer eso! dijo, poniéndose de pie. Birdramon, ¡por favor perdóname!
El grito de la chica resonó por todo el laberinto y una luz clara envolvió entonces a Saberdramon. Se retransformó en Piyomon y se derrumbó en el suelo. Sora corrió hacia ella y la tomó en sus brazos:
– ¡Piyomon, perdóname! ¡No sabía lo que estaba haciendo! ¡Lamento mucho haberte obligado a digievolucionarte en Saberdramon!
– Sé... que no era lo que querías.
Angewomon, liberada de Saberdramon, se dio la vuelta para volver a luchar contra Dianamon.
A unos pocos metros de Joe y Sora, la vista de Nishijima volvió a estabilizarse. Cuando levantó la cabeza, Eiichiro, Ibuki y Shigeru habían desaparecido, Voltobautamon también. Maki Himekawa nunca había estado delante del él: era Hikari quien le había ayudado a salir de la ilusión que lo aprisionaba. Parpadeó, desconcertado.
– ¿Qué ha pasado?
– Dianamon le había sumergido en una ilusión, explicó Hikari. Pero yo sabía que si guardaba la esperanza, usted oiría mi voz.
El profesor la miró fijamente. Luego la sonrió agradecido:
– Gracias, has traído la luz a mi corazón.
Hikari le sonrió a su vez. En ese momento, su digivice brilló con una luz rosada y Angewomon evolucionó: Holydramon despegó hacia la guardiana del laberinto y abrió la boca para escupir una luz verde brillante. Dianamon gritó de rabia al ver que su ilusión se había desvanecido. Las medias lunas en sus espinillas escupieron un nuevo rayo de luz en la barra de metal que Dianamon tenía entre sus manos, e inmediatamente la lanza se armó con dos nuevas hachas. La guardiana atacó, pero Vikemon y Holydramon replicaron:
– ¡Ventisca ártica!
– ¡Llama sagrada!
Cuando el fuego esmeralda de Holydramon golpeó la lanza de Dianamon, todo el laberinto se tembló. En el mismo instante, los mazos de Vikemon abrieron una profunda grieta en el suelo. Hikari dio un salto hacia atrás mientras se abría una grieta entre ella y el Sr. Nishijima. Joe y Sora, que sostenía a Piyomon en sus brazos, retrocedieron a su vez. Joe vio una nueva brecha que se formaba debajo de los pies de Hikari.
– ¡Cuidado!
Corrió y tiró de la chica hacia atrás, antes de que se cayera en el hueco. Sora entró en pánico, miró al Sr. Nishijima, del otro lado de la brecha. En ese mismo instante, notó una figura detrás de él, que acababa de llegar por un pasillo lateral. Sus ojos se abrieron.
– ¡Profesor! ¡Detrás de usted! ¡Es la señorita Himekawa!
El Sr. Nishijima se dio la vuelta y sus ojos se encontraron con los de Maki Himekawa, que se había quedado inmóvil. A la diferencia de la Hime creada por la ilusión de Dianamon, no había calidez en la mirada de la verdadera Hime. La mujer frunció el ceño y se fue corriendo por un pasillo a la derecha.
– ¡Síguela! le gritó Joe al profesor. ¡No tiene que apoderarse del historial del mundo digital!
El Sr. Nishijima asintió y quiso ponerse a correr. En ese instante, una mueca contrajo todos sus rasgos mientras un dolor recorría sus costillas. Respiró hondo, apretó los dientes, tratando mentalmente de ignorar el dolor. Se puso otra vez a correr. Giró a la derecha, donde Hime había desaparecido, y aceleró el paso. Cuando llegó a una bifurcación, miró por todas direcciones. Nadie. ¡No podía perderla! De repente escuchó unos pasos a su izquierda. Corrió en esa dirección. Al final del pasillo, distinguió a Hime que giraba otra vez a la derecha.
– ¡Maki! ¡Détente!
Su grito se perdió en los meandros del laberinto. Aceleró otra vez el paso. Giró a la izquierda, luego dos veces a la derecha, luego otra vez a la izquierda. El dolor de las costillas le subía hasta la mandíbula. Empezaba a sentirse mareado. Pero no podía parar. Maki se había ido pero aún escuchaba sus pasos. No estaba lejos. Volvió a girar dos veces a la izquierda y a la derecha.
De repente, una luz le llamó la atención y se detuvo. Giró la cabeza y se quedó sin habla: una luz intensa salía de una sala al final del pasillo. ¡El corazón del laberinto! Corrió lo más rápido que pudo, una mano sobre sus costillas.
Entró en una pequeña habitación redonda sobre la cual desembocan cinco pasillos, como si fueran los brazos de una estrella. En el centro de esta sala se encontraba un altar de piedra, en el cual estaba expuesto un libro. Medía al menos treinta centímetros de altura. El cuero azul medianoche de su portada fascinó al Nishijima: su grano parecía moteado por un polvo de estrellas. Brillaba en la penumbra del laberinto como nácar y proyectaba sobre las paredes unos destellos iridiscentes rosas, verdes, azules y dorados.
El historial del mundo digital.
Cuando el Sr. Nishijima dio un paso adelante para tomarlo, unos pasos resonaron en los pasillos. Maki Himekawa irrumpió en la sala ovalada, sin aliento. Vio inmediatamente el libro y dio un paso adelante para apoderarse de él.
– ¡Hime, no! exclamó Nishijima.
Corrieron hacia el altar de piedra al mismo tiempo. Allí se detuvieron, cara a cara, con el libro entre ellos, y se miraron el uno al otro. Nishijima se acordó de la esperanza que había inundado su corazón, cuando, bajo la influencia de Dianamon, había creído que Hime había dejado de servir a Yggdrasil. Sin embargo, la impasibilidad con la cual le miraba barrió en ese momento todas sus esperanzas como la arena ahoga el fuego. Maki Himekawa lo miraba también fijamente. Sabía que no tenía que dudar. Sin embargo, detrás del su mirada fría, su corazón vacilaba. Las palabras de Wisemon resonaron en su cabeza con un tono acusador. Volvió a pensar en Bakumon, miró a Daigo. La sangre le latía en las sienes. El profesor percibió su hesitación. En voz baja le dijo:
– Hime… Yggdrasil te está utilizando. Solo piensa en sí mismo y nunca pensará en ti. No sigas sirviéndole. Podemos encontrar las respuestas a nuestras preguntas en este libro.
Dudó un momento y luego añadió:
– Sé que sufriste. Ojalá lo hubiera entendido antes, para estar a tu lado cuando lo necesitaras. Perdóname.
Maki Himekawa parpadeó nerviosa. Apretó la piedra del altar sobre el cual se encontraba el libro, como si esta presión que ejercía con sus dedos pudiera ayudarle a reforzar su voluntad.
Nishijima la miró intensamente. ¿Era posible que por primera vez, Hime le escuchase? La vio enderezarse, le miró otra vez...
... y arrancó el historial del mundo digital del altar. Antes de que Nishijima pudiera reaccionar, la Sra. Himekawa se escapó.
– ¡Hime, no! gritó, corriendo tras ella.
En ese preciso momento, el dolor de sus costillas irradió tan fuerte en su pecho que le dejó sin aliento. Un violento mareo le subió a la cabeza, su vista se nubló. Se apoyó contra una pared y abrió la boca para intentar recuperar el aliento.
Al mismo tiempo, un gran estruendo resonó en el laberinto. Parecía que todo el mundo digital estaba rugiendo. En varios puntos del laberinto, los Niños Elegidos se detuvieron. Delante de sus ojos asombrados, el laberinto empezó a desintegrarse. Pared a pared, pasillo a pasillo, todo explotó en una lluvia de píxeles. Entonces se encontraron afuera, delante de la pirámide. Ésta se desintegró a su vez y sus piedras se volatilizaron como se tratase de vapor. Luego fueron las casas de la ciudad, las calles, las viviendas, las fuentes, el césped, todo se desvaneció, como un esqueleto que ya tiene varios siglos de antigüedad se deshace en polvo. Finalmente, la burbuja virtual estalló.
Volvieron en la meseta ventosa en el norte del Mundo Digital... frente a los Señores Demonios. Por desgracia, todos sus digimons ya habían utilizado sus fuerzas para luchar contra los guardianes del laberinto y todos volvieron a sus formas infantiles o bebés. Ya no podían pelear. Nishijima, desesperado, vio a Maki subirse a la espalda de Leviamon, con el historial del mundo digital apretado contra su pecho. Los Señores Demonios despegaron y antes de que cualquier compañero digimon pudiera actuar ya estaban fuera de alcance. Devastados, los Niños Elegidos los vieron alejarse, mientras una ráfaga helada soplaba sobre el mundo digital.
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Los Señores Demoníacos llegaron rápidamente al Mar Oscuro. Cuando la señorita Himekawa bajó de la espalda de Leviamon, miró hacia la pagoda de Yggdrasil con inquietud. Había estado cinco días fuera del Mar Oscuro. Cinco días. Era el plazo máximo que había establecido Yggdrasil antes de que utilizase la semilla de Ken Ichijouji. Maki esperaba que no fuera demasiado tarde.
Fue Piedmon quien los hizo entrar. Al ver que quería quitarle el historial del mundo digital y entregárselo él a Yggdrasil, Maki Himekawa apretó con más fuerza el libro.
– Que yo sepa, no fuiste tú quien enfrentó las pruebas del laberinto donde se escondía este libro. Así que tampoco eres tú quien se lo entregará a Yggdrasil.
Piedmon la miró con desdén, se encogió de hombros y la condujo a ella y a los Señores Demonios a la gran sala. Yggdrasil les esperaba allí, tan frío e impenetrable como siempre. Había retomado su avatar de hielo, que le daba una apariencia majestuosa e implacable. Cuando vio el historial del mundo digital, sin embargo, una avidez incontrolada se encendió en su mirada.
– ¿Lo encontrasteis?
– Sí, asintió Himekawa. Aquí está el historial del mundo digital, señor.
Yggdrasil tomó el libro con una delicadeza teñida de impaciencia. Estaba ardiendo por leerlo. Miró a los Señores Demonios y a Himekawa.
– Dejadme solo.
Todos se inclinaron y se retiraron. La señorita Himekawa, sin embargo, se acercó a Yggdrasil antes de salir.
– Señor...
– ¿Qué pasa? preguntó, molesto.
– El chico a quien tienes encarcelado, Ken… ¿ya usaste su semilla de la oscuridad?
– Mmm… todavía no, dijo Yggdrasil con mal humor. Se me resiste, quiere hacer repeler la oscuridad que se está apoderando de él. Creo que tendré que esperar un día más para que su semilla este lo suficientemente madura como para que pueda extraerla.
La señorita Himekawa suspiró para sus adentros: el chico estaba vivo todavía. Pero no por mucho tiempo.
– Vale. ¿Señor Yggdrasil?
– ¿Qué hay, otra vez?
– Arriesgué mi vida para traerte este libro. Me interesaría mucho conocer la información que contiene. ¿Podría consultarlo también cuando tú lo hayas leído?
Yggdrasil la miró con altivez, molesto por la insolencia de esta humana.
– No me importa el miedo que tenéis a la muerte, humanos. Si arriesgaste su vida, es tu problema. En cuanto a este libro, yo seré el único que lo lea.
– ¡Me dijiste que encontraría las respuestas a mis preguntas en este libro, que podría leerlo! se rebeló. Si no cumples con tu palabra, ¡no vales más que Homeostasis!
Yggdrasil la miró con una mirada tan penetrante y tan glacial que Maki tuvo la impresión que su cuerpo se hundía en un mar helado. Había ido demasiado lejos, podía leerlo en los ojos de Yggdrasil. El señor del Mar Oscuro extendió la mano y Himekawa sintió que le faltaba el aire, que sus miembros se enfriaban. Cayó de rodillas. De repente, el control de Yggdrasil sobre su cuerpo se relajó. Mientras se sentaba, jadeando, escuchó su voz decirle con dureza:
– Nunca me compares con Homeostasis, humana. No tengo nada en común con él. Sal de aquí.
Lentamente, se enderezó y salió del gran salón temblando. Cuando estuvo sola en los pasillos de la pagoda, se mordió los labios para no gritar. Una vez más, lo había sacrificado todo para descubrir la verdad, y había sido traicionada.
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Después de ver desaparecer a los Señores Demonios y a la Sra. Himekawa, los Niños Elegidos se quedaron en la meseta azotada por el viento del mundo digital, abatidos. Ya no les importaba nada. Ni siquiera tenían fuerzas para buscar un refugio. Todos los esfuerzos que habían hecho Koushiro y el director de la Agencia, todas las dificultades que había superado en el laberinto habían sido en vano. Nishijima se sentía especialmente responsable de todo lo que había pasado.
– Es culpa mía. Si no hubiera tenido esas malditas costillas rotas, hubiera podido correr más rápido, hubiera podido alcanzarlo...
– No sirve de nada culparse, profesor, dijo Takeru.
– Es cierto, dijo Taichi. Somos todos responsables.
Miraron al suelo, desanimados.
– Sin el historial, nunca tendremos acceso al conocimiento que nos hubiera permitido derrotar a Yggdrasil, dijo Kushiro. Y quién sabe qué encontrará en este libro que pueda usar contra nosotros...
– ¿Entonces no hay esperanza? dijo Mimi, asustada.
– Esta vez, va a ser difícil, admitió Joe.
– ¿Después de todo lo que hemos vivido? exclamó Sakae. ¡No es posible!
– Sin embargo, puede que sea la verdad, dijo gravemente Yamato.
Permanecieron en silencio. El viento a su alrededor rugía, mientras el cielo de nubarrones se deslizaba hacia la noche. En ese momento, Takeru levantó la cabeza y apretó el puño derecho:
– ¡No, esto no puede terminar así! ¡Dimos lo mejor de nosotros mismos, no podemos dejar que Yggdrasil gane!
Meiko lo miró fijamente y asintió, mientras un destello combativo se encendía otra vez en sus ojos:
– Takeru tiene razón. ¡Hemos hecho demasiados sacrificios para admitir la derrota ahora!
– Pero, ¿qué quieres que hagamos ahora que Yggdrasil tiene el historial? preguntó Hikari en voz baja.
Taichi se volvió hacia el Mar del Norte del Mundo Digital, que se veía desde meseta, después de un bosque frondoso.
– Vayamos a liberar a Xuanwumon. Es la última Bestia Sagrada. Yggdrasil tiene una información que no tenemos, por lo que tenemos que estar preparados para que ataque en cualquier momento. No tenemos más opción: tenemos que reunir a las cuatro Bestias Sagradas para tratar de contrarrestar lo que Yggdrasil planea, sea lo que sea. Y si es necesario, lucharemos junto a las cuatro Bestias Sagradas para salvar el Mundo Digital.
– Estoy contigo, Taichi, dijo Takeru.
– Yo también, dijo Meiko.
– Yo también, dijo Nishijima con firmeza, levantándose. Tenemos que asumir la responsabilidad de nuestros errores.
– ¿Y vosotros? preguntó Taichi, volviéndose hacia el resto de sus amigos.
Sora, Yamato, Joe, Koushiro, Mimi, Sakae y Hikari intercambiaron miradas dudosas. Uno después del otro, se levantaron. No admitirían la derrota tan fácilmente.
