Capítulo 41
Cuando llegó a la gruta donde Homeoestasis le había citado, la noche invadía ya el mundo digital. Sin embargo, esa noche tenía algo de anómalo; pesaba, asfixiaba el aire e inclusive la naturaleza. Hasta Hackmon se sentía incómodo. De repente, una bola de energía se materializó delante de él, y la voz de Homeostasis resonó a lo largo de la gruta:
– Es un momento crítico. Los Niños Elegidos han fracasado.
– ¡Es por tu culpa señor! exclamó Hawkmon. ¡Te dije que fueras a hablarlos! Has puesto una fe ciega en ellos. Los has creído capaces de todo. ¡Y mira el resultado! No son más que adolescentes.
– Sus predecesores, por tanto, habían tenido éxito.
– ¡Con tu ayuda! ¿Cómo quieres que confíen en ti ahora? No hemos intervenido más que en situaciones críticas, y siempre de manera agresiva. ¡Nos ven como enemigos!
– No he sido creado ni para ser ni su amigo ni su enemigo. Existo para mantener el equilibrio.
– Pero los dos sabemos que eso significa tomar parte por uno de los dos bandos. Esos niños son nuestra única esperanza.
– Un milagro aún puede producirse. Pero si nos vemos obligados, queda todavía una solución.
– ¿La solución extrema? ¡No! No podemos hacer una segunda vez de árbitros de su mundo. Lo hicimos una vez, y eso no impidió Yggdrasil de recuperar su fuerza. ¿Quieres esperar otra vez doce mil años? ¡Hay que actuar ahora! No puedes abandonar a los Elegidos.
– Sin el historial del mundo digital, no podrán comprender la amplitud de la tarea que les ha sido encomendada.
– Entonces, ¡Haz algo! Envíame en tu lugar si quieres, pero me niego a que el pasado se repita.
– Tú sabes que mi poder solo vale si es insuflado a un ser vivo, humano o digimon. No soy responsable de las elecciones de los humanos o de los digimons. Si ellos abdican, no podré hacer nada por ellos. Ahora, si ellos guardan la esperanza, mi fuerza les ayudara.
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Un grito desgarró la pagoda de Yggdrasil e hizo vibrar la superficie del Mar Oscuro. En las profundidades de sus aguas todas las creaturas informes y hasta el mismo Dagomon temblaron. Por encima de la gran sala, en la pieza que les había sido atribuida, los Siete Señores demonios y Piedmon sintieron como se les helaba la sangre. En uno de los pasillos de la pagoda, Maki Himekawa, sentada contra el muro, levantó la cabeza y se le contrajo el corazón. Ese grito aterrador que parecía llevar en sí mismo toda la rabia y el sufrimiento del mundo provenía de Yggdrasil. La mujer joven se levantó con el corazón palpitando y en alerta. ¿Qué había pasado? ¿Qué había podido leer Yggdrasil que le hubiera puesto en un estado tal de furor? Bajó de puntillas y se acercó a la puerta de la gran sala. Acercó el oído, pero no escuchó ningún ruido. En ese momento, la voz de Yggdrasil tronó a través de todos los muros de la pagoda.
– ¡Piedmon! Daemon! ¡Venid todos aquí!
La Sra. Himekawa se apartó de la puerta de la gran sala y fue a esconderse en una esquina del corredor. Poco después, los Siete Señores Demonios y Piedmon aparecieron en la parte baja de las escaleras y se presentaron delante de la puerta de la gran sala. Los batientes se abrieron brutalmente, pero esta vez, Yggdrasil ya no vociferaba. Los Siete Señores Demonios intercambiaron una mirada, a la vez perplejos e inquietos. A pesar de su control sobre las tinieblas, su piel y su vello se erizaron, bajo el efecto de ese sentimiento que no conocían: el miedo. Piedmon se adelantó y penetró en la gran sala. Los otros demonios le siguieron dejando la puerta abierta. La Sra. Himekawa se asomó: Yggdrasil se encontraba en el fondo de la sala de espaladas a sus servidores. Sobre el altar de piedra donde él retomaba a veces su forma líquida estaba abierto el historial del mundo digital. Daemon se inclinó y preguntó:
– ¿Qué podemos hacer por ti, señor? ¿Algo te ha disgustado en el libro que te hemos ofrecido?
Yggdrasil se volvió y les miró intensa y fríamente, después observó a Piedmon y a los otros demonios. Todos retrocedieron.
– Este libro contenía informaciones capitales para retomar el lugar que nos es debido, el digimundo, declaró Yggdrasil como si con su delicadeza buscase contener una emoción a punto de desbordar. Sin embargo…
El tono del Señor del Mar Oscuro se había llenado de rencor. Fijó su atención en el historial del mundo digital, sus ojos se volvieron pálidos, casi blancos. Su cuerpo se iluminó entonces y retomó el avatar destructor que podía adoptar tras haber ingerido la semilla de la oscuridad de Gennai. Tendió su brazo en forma de cañón hacia el historial. Este se elevó sobre los aires. En se momento, los dos brazos de Yggdrasil abrieron fuego. El corazón de la Sra. Himekawa saltó en su pecho. Horripilada, vio las llamas de Yggdrasil asaltar el historial, devorarlo, consumirlo con furor. No…no era posible. El único libro que contenía la verdad… Los Siete Señores demonios y Piedmon miraban como ardía el historial sin pestañear, en una mezcla entre fascinación y terror delante del poder de su señor. Yggdrasil retomó entonces su avatar de hielo y extendió sus manos hacia la bola de fuego. Esta se congeló inmediatamente. La Sra. Himekawa ahogó un grito como pudo. Sin embargo, Yggdrasil tenía el oído fino. Levantó la cabeza y percibió su silueta semi-escondida en la sombra. Levantó de nuevo una mano. La Sra. Himekawa sintió bruscamente una irreprimible fuerza que la atraía hasta el Señor del Mar Oscuro. Allí, la presión se desvaneció y tocó de nuevo el suelo. Yggdrasil fijó la mirada sobre ella y sintió como se le helaba la sangre: jamás un ser vivo la había mirado con tanto desprecio y odio.
– Tú…
Yggdrasil la tomó por el cuello y la elevó en los aires. La Sra. Himekawa, temblorosa, se debatía, pero sentía su cuerpo enfriarse, su garganta le picaba, sus miembros se entumecían.
– Tú, repitió Yggdrasil mirándola. Humana repugnante…. asquerosos humanos… os odio… todo es vuestra culpa.
Los Siete Señores demonios miraban la Sra. Himekawa debilitarse sin esbozar el más mínimo gesto. Al contrario, parecía hasta gustarles, sobre todo a Laylamon, que no tragaba a esta humana que le hacía la competencia delante de su señor. Piedmon, sin embargo, tomó la palabra con prudencia:
– Señor…aunque usted no pueda soportar a los humanos – sentimiento que comparto con usted, os aseguro – quizás no debe matarla tan rápido…podría sernos todavía útil.
Los ojos de Yggdrasil se redujeron a dos rendijas, acercó su rostro a algunos centímetros del de la Sra. Himekawa. Ésta comenzaba a perder consciencia. Él, la soltó. Se derrumbó sobre la losas de piedra y bruscamente retomó aliento. Tragó una bocanada de aire que le quemó la garganta y los pulmones.
– Piedmon tiene razón, asintió Yggdrasil. A pesar de tu humanidad, me has servido bien hasta ahora Maki. Y como tú me lo has recordado, no soy Homeostasis. Aunque la especie humana haya traicionado a los digimons, tú has sabido obrar por el bien. Te concedo la vida entonces. Sin embargo, ten presente una cosa: si el historial contenía informaciones que nos eran útiles, su contenido eran sobre todo de mentiras. Por eso es mejor que no lo hayas leído. De hecho si queremos restablecer la paz no merece siquiera que siga existiendo.
Yggdrasil se volvió entonces hacia la bola cristalizada que encerraba los restos del historial. Levantó dos dedos e hizo reaparecer una ventana sobre el muro de la gran sala. Después, con un gesto lleno de odio, proyectó la bola carbonizada y congelada hacia el Mar Oscuro…. donde ésta se hundió. La Sra. Himekawa, desesperada, permaneció estática, con la mirada fija sobre las olas de tinta del mar oscuro. Yggdrasil se volvió entonces hacia los Siete Señores demoniacos y declaró:
– Esta obra que nos insulta, a nosotros los digimons, ya no será leída por nadie. He extraído lo que merecía existir, el resto no es ahora más que cenizas. Mañana utilizaré la semilla de la oscuridad del joven humano y así podré salir del Mar Oscuro. Pero no quiero perder más tiempo. Después de la derrota que habéis infringido a los Niños Elegidos, ahora deben de precipitarse como de vulgares insectos hacia la prisión de Xuanwumon para liberarla. No quiero que lo consigan. Aunque las Bestias Sagradas son inferiores a vuestro poder y al mío, no quiero asumir riesgos. Partid todos para detenerlos. Esta vez no admitiré la derrota.
– Sí, señor, asintió Daemon inclinándose.
Se retiraron de la sala caminando hacia atrás. Entonces Yggdrasil fijó la mirada sobre Piedmon.
– Tú te quedas aquí. Mañana me traerás al niño.
– Sí, señor.
Yggdrasil se dio cuenta que la Sra. Himekawa se encontraba todavía de rodillas delante de él, postrada.
– Maki, no tengo aún ninguna misión para confiarte. Puedes salir.
Ella se levantó tambaleante.
– Bien señor, dijo con una voz más apagada que viva.
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Los Niños elegidos habían quitado la llanura ventosa para descender hasta el bosque que se extendía hasta las faldas del precipicio. Tenían que franquearla para llegar hasta el mar del norte. Allí, tendrían que encontrar un medio para atravesarla y llegar hasta la isla donde Xuanwumon estaba encarcelado. Caminaron durante dos horas enteras en una atmosfera cada vez más sombría. El amplio follaje de los árboles del bosque acentuaba además la sensación de una oscuridad creciente. Sus digimons se morían de cansancio por los combates que habían tenido lugar en el laberinto. Cuando comenzaron a tener problemas para distinguir el camino que tenían enfrente de ellos, decidieron detenerse para comer y dormir. Todavía llevaban consigo víveres traídos del mundo real, que distribuyeron en prioridad a los digimons. Después repartieron frugalmente lo que les quedaba. Mientras comían pusieron en común las pruebas que habían afrontado en el laberinto.
– Tendríais que haber visto el digimon que diseño Sakae, exclamo Takeru. ¡Es increíble!
– Y después, añadió Yamato, su símbolo brilló.
– ¿Es verdad? exclamó Meiko volviéndose hacia su hermana, ¿has activado tu símbolo?
– Si, afirmó sonrojándose ligeramente.
– Entonces… ¿Ryudamon ha llegado a su nivel ultimo? preguntó Koushiro.
– Si, ¿no es verdad, Ryudamon?
– Absolutamente, al principio era Ginryumon, y de repente, me sentí invadido de una energía intensa. Sakae había activado su símbolo de la creatividad mientras me protegía con el digimon que había creado. Entonces pude digievolucionar en Hisyaryumon.
– Me habría gustado ver a que te parecías en tu nivel último, declaró Tentomon.
– ¡Era magnifico! afirmo Patamon. ¡Un dragón negro profundo y rojo intenso, con bolas de energía en cada pata!
– Tenía que ser impresionante, admitió Mimi.
– ¡Oh, sí! confirmó Gabumon.
Sora remarcó que un pañuelo en tejido envolvía el brazo de Yamato.
– ¡Yamato! ¿Te has herido? exclamó ella asustada. ¿Te has hecho eso durante la batalla contra Sanzomon?
– No, fue durante nuestra caída en el laberinto. Hicimos una cura rápida para salir del paso, aunque quería mostrárselo a Joe.
– Hazme ver, respondió éste mientras se levantaba.
Joe retiró el vendaje provisorio y sacó el antiséptico de su mochila. Sacudió la pequeña botella y la roció sobre la herida para desinfectarla. Sora se arrodilló cerca de Yamato y observó inquieta la larga herida que atravesaba todo su brazo. Cuando había estado bajo el embrujo de Dianamon, había visto Yamato en peligro de muerte. Aunque ya supiese ahora que no era más que una ilusión, el miedo que había sentido en el laberinto se despertó a la vista de la sangre en el brazo de Yamato. No quería perderlo. Joe suspiró y su mirada la tranquilizó.
– No es más que una herida superficial. Yamato, ¿puede mover todos tus dedos?
– Sí, sin problema. Solo tira un poco.
– Entonces no es nada grave.
– ¿Estás seguro? insistió Sora.
– Completamente. Es solo que como la herida está cerca de la muñeca, ha sangrado bastante. Voy a apretar bien el apósito para evitar que vuelva a abrirse.
– De acuerdo, gracias Joe, dijo Yamato.
Joe terminó de vendar cuidadosamente el brazo de su amigo. Este levantó la cabeza y vio que Sora le miraba todavía preocupada. Le dirigió una mirada tranquilizadora.
– No te preocupes, estoy bien.
Se forzó a sonreír, pero la inquietud que se reflejaba en su rostro por tanto no desapareció. Yamato sentía que algo más grave la preocupaba, pero sin llegar a adivinar de qué se trataba. Sora no era el tipo de persona que se confiaba fácilmente para contar sus preocupaciones. Lo absorbía todo, dejando entrever que no le afectaba nada. Pero él sabía que no era verdad. La joven respiró hondamente, como para ahuyentar los miedos que la asaltaban, después trasladó su atención a todo el grupo.
– Creo que haríamos bien en dormir algunas horas, declaró, lo necesitamos todos.
– Si, afirmó Taichi, tenemos que estar preparados mañana para afrontar las pruebas y trampas que rodeen la prisión a Xuanwumon.
– Haré el primer turno de guardia, dijo el señor Nishijima.
Mientras que Meiko, Mimi, Koe y Sake extendían las mantas para todo el mundo, Hikari permaneció de pie. Miraba fijamente al señor Nishijima que se había sentado frente al fuego dándoles la espalda. Takeru mientras se sentaba sobre el edredón dijo a la joven:
– Oye Hikari, tendrías que venir a descansar.
Pero su amiga no respondía. Takeru frunció el ceño, se levantó y se acercó a ella. Se dio cuenta entonces de su mirada grave y apenada. Le dijo suavemente:
– ¿Hay algo que no va bien Hikari?
No le respondió inmediatamente. Sus cejas se ciñeron con seriedad.
– En el laberinto, murmuró, Sora y el señor Nishijima fueron engañados por una ilusión que Dianamon había creado con el poder la luna. Sora se creía enfrente de Yggdrasil y sus demonios, pero el Sr. Nishijima… creyó ver a sus amigos que murieron hace diez años. Cuando le hablé, me tomó por la Sra. Himekawa.
Takeru abrió los ojos. Hikari se mordió los labios y añadió:
– Sé que no es más que una coincidencia y que todo era obra de Dianamon, pero el hecho de el Sr. Nishijima me tomase por ella me inquieta. Sabes, no puedo quitarme de la cabeza las similitudes entre ella y yo… el hecho de que las dos pudiésemos entrar en el Mar Oscuro a voluntad… que hayamos sido las dos poseídas por Homeostasis… me da miedo. ¿Tú crees… tú crees que podría convertirme en lo que ella es?
Takeru miró a la joven profundamente y declaró firmemente:
– No, Hikari, no habrías podido convertirte en lo que ella es, porque yo no lo hubiera permitido.
Levantó la cabeza hacia él y encontró sus ojos azules: en sus pupilas brillaba una voluntad firme de protegerla que la toco profundamente. Se sonrojó y desvió la mirada. Durante algunos minutos, guardó silencio mientras reflexionaba. Finalmente dijo:
– Tienes sin duda razón. Pero sin embargo, hace tres años, cuando entré al Mar Oscuro, podría haberme quedado para siempre;
– Es verdad, pero finalmente no fue lo que pasó, ya que tú me permitiste venir en tu ayuda. Creo que todos podemos vernos inclinados hacia el lado de las tinieblas, pero lo que cuenta finalmente, es el lado al que nosotros elegimos dar nuestra preferencia. Y yo sé que tú estás del lado de la luz, Hikari.
La joven miró intensamente a Takeru cuya expresión era confiada. Le sonrió reconocida por su afecto.
– Además, añadió, no eres la única en haber afrontado las tinieblas. Ken cedió también, y después las rechazó. Meiko sufrió igualmente estas últimas semanas, pero como tú, eligió hacer la luz más fuerte que la oscuridad.
– Es cierto… desde hace una semana Sora teme también el mal. Sin duda es por eso por lo que Dianamon consiguió influenciar Piyomon para realizar una digievolución maligna.
– ¿Piyomon tuvo una digievolución maligna? Repitió Takeru abriendo los ojos, ¿Cómo cuando Greymon se transformó en Skullgreymon hace diez años?
– Sí, Sora no ha hablado a nadie durante la cena. Creo que la avergüenza.
– Es posible… y entiendo lo que puede sentir.
– Tendría al menos que hablar con Taichi. Él la comprendería.
– No te falta razón…
Hikari se volvió de nuevo hacia el Sr. Nishijima y lo contempló con tristeza.
– Había tanta esperanza en sus ojos cuando estuvo bajo la influencia de Dianamon. Hubiera querido tanto que él hubiera guardado esa mirada luminosa. Pero no podía dejarle vivir en una ilusión. Fue tan duro romper esa esperanza…
– Hiciste lo que era justo. No puedes culparte de eso.
– Creo que la perdida de sus amigos le ha dejado un sufrimiento más grande de lo que deja entrever.
– Es posible.
– ¿Te lo imaginas? Es como si tres de nosotros muriéramos para salvar el mundo digital…
Los dos adolescentes se volvieron hacia sus amigos dormidos. Miraron sus rostros uno a uno, tratando de imaginar el dolor que les causaría su perdida. Hikari sintió su corazón encogerse cuando sus ojos volvieron a posarse sobre los de Takeru. Este se dio cuenta de su turbación y puso una mano sobre su espalda:
– Eso no sucederá.
La joven tembló en contacto con la mano del adolescente. Se sonrieron y después se fueron a dormir.
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Maki Himekawa salió en silencio de la pagoda de Yggdrasil. Una vez los Señores Demonios se hubieron ido, un silencio absoluto habitó ese mundo. Tomó el camino del acantilado que descendió agarrándose a las rocas. No pocas veces, los salientes arañaron sus manos y sus rodillas. Eso no tenía ninguna importancia. No había nada ya que le importase. El historial del mundo digital, el único libro que hubiera podido poner fin a sus tormentos, había sido destruido. Ninguna luz vendrá ya a reavivar su corazón. Cuando no estuvo más que a dos metros, se dejó resbalar desde la roca en la que se encontraba. Los arañazos se desdibujaban en sus piernas, la sangre goteaba sobre su piel. Aterrizó sobre la arena oscura y se levantó. Delante de ella, el Mar Oscuro, inmenso y terrible, se extendía hasta donde alcanza la vista. El oleaje resonaba como un tambor lejano, como si tratasen de las sordas lamentaciones de las almas condenadas. Lentamente se aproximó a la orilla. Ese océano podía engullir el mundo, engullir hasta las almas. Maki Himekawa lo sabía. Se quitó los zapatos y se acercó al agua determinada. Sus pies se hundieron en la nada. Las olas sombrías comenzaron a subir por sus tobillos…
… cuando de pronto su mirada fue atraída por un objeto sobre la playa húmeda. Sus ojos se abrieron, lo miró detenidamente con el corazón latiendo.
Zarandeado en la orilla por el reflujo de la marea, el historial del mundo digital flotaba semi-hundido en el Mar Oscuro. Intacto.
La Sra. Himekawa estupefacta se dirigió hacia el libro. Lo recogió y pasó su mano por la cubierta. ¿Cómo era posible? Había visto a Yggdrasil calcinarlo y después congelarlo, para luego tirarlo al mar… pero sin embargo el historial no tenía ninguna marca de quemaduras. Volvió sobre la arena y se puso los zapatos. Después miró a su alrededor para asegurarse de que nadie la espiaba. Aunque solo un viento de desolación soplaba sobre el Mar Oscuro.
Avanzó sobre la playa y encontró lo que buscaba: sobre el acantilado, un saliente creaba una cueva donde podía abrigarse. Entró en la caverna y se sentó en el suelo frio y duro. Se fijó de nuevo en la cubierta del historial del mundo digital, tan brillante como cuando lo había capturado en el laberinto. Respiró hondamente y lo abrió.
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Sería la una de la mañana cuando Yamato vino relevar al Sr. Nishijima. Gabumon le ayudó a reavivar el fuego ya que en esta parte del Digimundo tenía un clima verdaderamente duro. Afortunadamente los arboles del bosque creaban un parapeto natural que los protegía un poco de la borrasca del norte. Después Yamato sentado en frente de las llamas se frotaba los brazos para impedir dormirse. Permaneció así en silencio una buena hora. Gabumon se había apretujado cerca de él para calentarlo. De pronto Yamato sintió un ruido detrás de él. Se volvió presto y descubrió a Sora de pie. Tenía el rostro inquieto y la mirada atormentada:
– He tenido una pesadilla y no consigo volverme a dormir, murmuro ella. ¿Es que puedo quedarme contigo?
Yamato pestañeo y la miró intensamente.
– Claro, ven.
Desplegó la cubierta que había plegado con el fin de que Sora pudiese sentarse a su lado. Clavó su mirada en ella preocupado. El miedo que había leído en sus ojos antes de irse a dormir aún la atormentaba. Deseaba tanto ayudarla a sentirse mejor. ¿Pero cómo hacer para que se sincerara? Se inclinó hacia ella y suavemente le pregunto:
– ¿Va todo bien Sora?
La chica apretó los labios; sus dedos se crisparon sobre su falda mientras miraba el vacío.
– ¿Es que… Joe o Hikari te han dicho lo que nos pasó en el laberinto? le interrogó, tensa.
– No. Quieres…. ¿quieres contármelo?
Su frente se arrugó. Titubeaba. Inclinó la cabeza. Parecía como si el recuerdo de haber caído en el encantamiento de Dianamon la aterrorizase. Titubeó durante un largo rato.
– Sabes que puedes hablarme sin miedo, le aseguró Yamato.
Levantó la cabeza hacia él, indecisa. En sus pupilas brillaba el miedo de ser juzgada. Guardó silencio aun durante algunos instantes. Después finalmente le dijo:
– Nos enfrentamos a una guardiana que controlaba el poder de la luna. Nos sumió al Sr. Nishijima, Piyomon y a mí en una ilusión. Veíamos cada uno cosas diferentes. Yo, en lugar de Joe y nuestros digimons, creí que había sido rodeada por Yggdrasil, Deamon y Laylamon… y después tú apareciste.
– ¿Yo? se sorprendió Yamato.
– Sí… bueno, eso es lo que Dianamon quiso hacerme creer. Estabas sin Gabumon y creí que Daemon te atacaba. Tuve… tantísimo miedo por ti, dijo con la respiración entrecortada.
Yamato la miraba.
– Era tan fuerte mi medo, continuó Sora, que comenzó a transformarse en cólera. No había sentido nunca una rabia parecida. La idea que te pudiese pasar algo… a ti o Piyomon… ya no me controlaba. Quise que Piyomon digievolucionase a cualquier precio, e….hice algo horrible.
– ¿Horrible? ¿Cómo?
Sora se mordió el labio incomoda.
– Forcé…forcé a Piyomon a realizar una digievolución sombría.
Yamato abrió los ojos de par en par. Sora apretó las manos nerviosamente y sus hombros se estremecieron.
– Después de que haber comenzado a plantearme preguntas sobre Homeostasis, sobre Yggdrasil… fui constantemente perseguida por un miedo indefinible, confesó. A pesar de todos nuestros esfuerzos, tengo la impresión de que no somos nada frente a las fuerzas que gobiernan este mundo. No hemos sabido recuperar el historial del mundo digital. No sabemos siquiera que va hacer Yggdrasil ahora, y no tenemos ninguna noticia de Homeostasis. Esta tarde, cuando todos se habían levantado para seguir a Taichi, cuando todo el mundo se negaba a darse por vencido… yo os seguí, pero no creí absolutamente en nada de lo que hacía.
En la expresión de Sora, Yamato leyó un descorazonamiento unido a un miedo profundo. Su corazón se encogió. Sora, con los ojos húmedos, cerró los puños y siguió con vehemencia:
– Todos los días, he intentado ser fuerte, olvidar esos miedos que me persiguen, no dejar nada transparentar… pero no puedo. Quisiera hacer más, hacerlo mejor, contenerme, porque estamos ya todos bastante preocupados… pero, cuanto más intento ahogar mis sentimientos, menos los controlo. Tengo la impresión de que si me desahogo estos sentimientos me van aplastar.
Comenzó a sollozar y las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. El joven la miraba conmovido. Nunca la había visto en este estado, agotada hasta ese punto. No quería que llorase, no quería dejarla sola frente al miedo. Se levantó y tras tomarla la apretó muy fuerte contra ella. Con una voz que quería tranquilizadora murmuró:
– Has hecho bien en decirme todo esto. No debes guardarte todas estas cosas tan terribles solo para ti. Entiendo y se lo que sientes. Aunque no los demás no lo sepan, yo también tengo miedo.
Sora estaba sorprendida: ¿Yamato tenía miedo? Había creído siempre que era capaz de guardar la sangre fría en cualquier situación. El joven continuó con una voz grave:
– Yo también tengo la impresión de no somos más que una grano de arena en el mundo digital. No estoy seguro de que podamos hacer algo en contra de Yggdrasil ahora que tiene en su posesión el historial del mundo digital. Pero creo en nuestra fuerza si nos mantenemos unidos, nuestros digimons y nosotros. Piyomon te quiere y estoy seguro que ella ya te ha perdonado por lo que pasó en el laberinto.
Sora sonrió, pasó una mano sobre sus mejillas para secar sus lágrimas e intento sonreír.
– Gracias Yamato.
– Sé que tú asumes toda la responsabilidad en cualquier circunstancia. Es una de las cualidades que más admiro de ti. Pero no quiero que seas infeliz. No estás sola para afrontar todas las pruebas: siempre estaré para ti. Quiero que vengas a verme cada vez que lo necesites ¿vale?
Sora se separó de Yamato y le miró intensamente.
– ¿Me lo dices en serio? dijo emocionada con la respiración entrecortada. ¿No te molesta?
– No, en absoluto. E incluso, me gustaría que lo hagas más a menudo. Quiero ayudarte Sora, porque… porque te quiero, terminó en voz baja.
Sora parpadeó, su corazón se aceleró bruscamente. No se esperaba una declaración en esas circunstancias. Yggdrasil amenazaba con salir del Mar Oscuro, habían perdido el historial del mundo digital, y sin embargo… esas dos palabras, que había soñado escuchar en otras ocasiones, habían sido murmuradas por aquel a quien amaba. Se miraron detenidamente. Yamato se inclinó hacia ella, y suavemente posó sus labios en los suyos. Sora apretó más fuerte su mano y respondió a su beso. El miedo que atenía su corazón entonces se desvaneció.
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En la gruta en la que se había refugiado la Sra. Himekawa la luz se extinguió, tragada por las páginas. Las voces se apagaron volviendo a su estado original de palabras impresas.
La Sra. Himekawa cerró lentamente el historial del mundo digital y permaneció algunos minutos en estado de estupefacción, con las manos temblorosas y la mirada perdida en el vacío. Ya no veía ni la caverna ni el libro. Solo palabras e imágenes que danzaban frente a sus ojos ensordeciendo sus sentidos. Los gritos y el estruendo de las explosiones vibraban sobre su piel; en su mente resonaba el eco de las tinieblas y de la luz. Una lágrima discurrió por su mejilla y calló sobre su hombro, solitaria.
Se levantó tambaleante apretando el libro contra ella. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Durante tantos años había estado equivocada. Durante cuantos años había vivido fuera de ella misma. Ahora sabía exactamente lo que debía hacer.
Salió de la gruta y observó el horizonte: en el Mar Oscuro, el día y la noche eran difíciles de discernir. Sin embargo, adivinaba que el alba no tardaría en llegar. Tenía que darse prisa.
En las profundidades de la pagoda de Yggdrasil, Ken dormía, encogido sobre sí mismo. Desde que había sido capturado por el Señor del Mar Oscuro, el frio le impedía dormir realmente. Un silencio mortal reinaba en ese subterráneo cuyos muros exhalaban humedad. Hacía cinco días que Gennai había sido sacado fuera de su celda y Ken no lo había vuelto a ver. Aunque tratase de escondérselo a Wormon, su compañero, y a los digimons de Daisuke, Miyako e Iori que estaban encerrados con él, tenía miedo. Sabía que Yggdrasil los había secuestrado para poder utilizar sus semillas de la oscuridad. Conocía el funcionamiento de esas semillas maléficas: la semilla se alimentaba de la fuerza vital del ser que habitaba, aumentando sus capacidades intelectuales y físicas. Retirarla del huésped suponía vaciar a este último de toda su energía, o peor… Ken cerró los ojos. Era mejor no pensarlo. No debía pensarlo. Sin embargo, sabía que sería el próximo. ¿Cuándo vendrían a buscarlo? ¿Qué pasaría a Wormon y a los otros digimons si muriese? Una gota de agua cayó del techo y se aplastó contra el suelo. Ken sintió de pronto algo caliente apretarse con él. Abrió los ojos y vio que era Wormon.
– Ken…tienes frio, ¿verdad? dijo el pequeño digimon. Entre dos vamos a calentarnos más rápido.
– Gracias Wormon. Ven, dijo abriendo uno de los lados de su chaqueta para que su digimon se refugiase.
Ken levantó la cabeza y vio que los digimons de sus amigos estaban despiertos. Con tristeza los miró. Veemon miró al suelo y murmuró:
– Me pregunto cuando saldremos de aquí…
– Si es que salimos algún día, dijo sombríamente Hawmon.
– Echo de menos a Iori, añadió Armadillomon.
– ¿Hace cuantos días que estamos en esta prisión? Se pierde la noción del tiempo, farfulló Veemon.
– Hace ya algunos meses, respondió Ken. En cuanto a mí, creo que va a hacer siete días que fui capturado, aunque yo tampoco estoy muy seguro…
En ese momento, oyeron pasos en las escaleras que conducían a los subterráneos. Ken se levantó con el corazón a mil por hora. ¿Sería Yggdrasil? ¿Piedmon? ¿A dónde los llevarían?
– Ken estás temblando, remarcó Wormon levantando la cabeza hacia su compañero.
– No… no te preocupes, respondió el joven sin controlar sus temblores.
Una sombra avanzaba hacia ellos. A medida que se aproximaba sus contornos se precisaban. De repente, Ken reconoció a Maki Himekawa.
– ¡Usted! dijo mientras se levantaba. Ha venido para conducirme hasta Yggdrasil ¿verdad?
– ¡No vamos a permitirlo! replicó Wormon.
La Sra. Himekawa no respondió. Observaba la reja electrificada que mantenía encerrado a Ken en su celda. Se acercó al muro derecho exterior de la prisión y pasó su mano por la pared. Pronto percibió un relieve. Había símbolos digimons pintados. Lo sabía. Piedmon no tenía el poder de crear una reja electrificada permanente. Esta barrera se mantenía gracias a un programa inscrito en el muro. Abrió entonces el historial del mundo digital que emanó una luz que inundó el subterráneo. Los ojos de Ken se abrieron de par de en par.
– ¿Qué es eso?
Nuevamente la Sra. Himekawa no respondió. Estaba concentrada en los ideogramas del muro. Pasaba su mirada al historial del mundo digital para después mirar a la pared. Saco un pañuelo en tejido completamente arrugado de su chaqueta y lo mojó en el charco que habían creado las gotas de agua que habían caído del techo. Se levantó y comenzó a frotar una de las series de caracteres escritos en la pared. Frotó y frotó minuciosamente… y de pronto los caracteres desaparecieron. Cerró el libro que sostenía y se acercó a la verja electrificada. Tendió el brazo lentamente hacia un punto preciso… y pasó su mano a través de la verja sin electrocutarse. Dio un paso adelante y entró completamente en la celda. Ken, con la boca abierta, preguntó:
– ¿Cómo ha hecho eso?
– Bastaba con cambiar el programa, respondió simplemente.
Se arrodilló y colocó el historial del mundo digital delante de ella y lo abrió. Después, extrajo un cacho de tiza de su bolsillo. Era la tiza del laberinto, con la cual había intentado encontrar su camino. Ahora ya sabía que ruta debía seguir. Comenzó a trazar con cuidado caracteres digimons en el suelo. Ken desconcertado terminó por decir:
– Pero... ¿qué está haciendo?
La joven mujer, sin levantar la cabeza respondió:
– Salvarte la vida.
Ken mudo de estupor abrió la boca sin que ninguna suerte de sonido surgiese. Finalmente balbució desconcertado:
– Pero… ¡usted sirve a Yggdrasil! ¡Usted nos tendió una trampa, a mis amigos y a mí! ¡Es vuestra culpa que ahora estén en coma! ¡Es vuestra culpa que los Señores Demonios hayan quitado el Mar Oscuro!
La Sra. Himekawa parpadeó y respondió a la mirada del adolescente:
– Es verdad. Soy culpable de todo eso. Durante mucho tiempo, creí que todo lo que hacía me hubiese permitido conseguir mi objetivo. Pero me equivoqué, Ken Ichijouji.
Ken miro intensamente a la joven mujer mientras su corazón batía sordamente. En la expresión severa pero desencajada de la Sra. Himekawa, tuvo la impresión de ver al Ken que había sido hace tres años antes, cuando había dejado de ser el Emperador de los Digimons. Por aquel entonces, la culpa le había devorado, consumido y destruido. En ese instante era justamente eso que leía en el rostro de la Sra. Himekawa. Esta visión lo turbó. Recobró la calma y dijo:
– ¿Puede sacarme de aquí?
– Sí, pero antes quiero hacer otra cosa.
Ella continuó trazando caracteres unos al lado de los otros en las losas de piedra. Ken observó sus gestos y de pronto comprendió:
– Está creando un programa ¿verdad?
– Sí.
– ¿Por qué?
La Sra. Himekawa apartó un mechón de cabello de su frente y se sentó sobre sus talones. Sus ojos verdes encontraron los ojos azules de Ken.
– Voy a transferir la semilla de la oscuridad que vive en ti en mi cuerpo.
Ken dio un paso hacia atrás comprendiendo de manera súbita lo que pasaba.
– ¿Qué? ¡No! Si Yggdrasil se da cuenta, ¡le matará!
– No lo sabrá y tú estarás protegido.
– Si usted me hace salir, yo puedo ayudarle a escaparse también, ¿por qué no viene conmigo? ¡Lo ha dicho usted misma, no quiere servir más a las tinieblas!
– Tienes razón. Pero alguien tiene que quedarse para engañar a Yggdrasil.
Ken parpadeó mientras su corazón batía con fuerza contra su pecho.
– ¿Y si es descubierta?
– Asumo ese riesgo.
– ¿Por qué lo hace?
La Sra. Himekawa apretó los labios y permaneció silenciosa. Declaró por fin:
– Para restablecer esa justicia que tanto he deseado. Y porque debéis saber la verdad.
Designó el libro que estaba en el suelo.
– Este es el historial del mundo digital. Contiene todas las respuestas.
– ¿Qué respuestas?
– Todas. En su interior se encuentra todo lo que concierne al digimundo y a los hombres. Cuando haya absorbido la semilla de la oscuridad que te habita, te llevarás esta obra y te escaparás. Irás a buscar a tus amigos en la Tierra. Mientras la semilla vive en ti, Yggdrasil puede mantenerlos en el coma porque sientes cariño por ellos. Pero una vez que la semilla se encuentre en mi organismo, no podrá ejercer esta presión y tus amigos se despertaran. Tenéis que volver al mundo digital y encontrar a los otros Niños elegidos. Da este libro a Taichi Yagami y a Daigo Nishijima.
– Daigo Nishijima… ¿vosotros dos formáis parte de los primeros Niños elegidos, no es cierto?
– Si, asintió ella mientras la pena invadía sus ojos.
Puso su atención en el historial del mundo digital y añadió:
– Debéis leer esta obra todos juntos. ¿Me has entendido bien? No lo abras solo.
– ¿Por qué? pregunto Ken, ligeramente asustado.
– Porque lo que contiene es demasiado serio para ser leído por una persona sola.
Ken parpadeó, inquieto:
– De acuerdo.
La miró terminar con la ayuda de su tiza de trazar los caracteres digimons en el suelo:
– ¿Cómo ha tenido usted conocimiento de este programa?
– Gracias al libro, reveló ella. Ya está, ya he terminado. Arrodíllate frente a mí.
Ken obedeció mientras su corazón latía. Se situó frente a la Sra. Himekawa, mientras el programa mediaba entre ellos. La mujer joven tendió el brazo por encima de los símbolos y dijo firmemente:
– Dame tu mano.
Ken obedeció. Desde que sus dedos se unieron, el programa se puso a brillar. Un polvo luminoso se desprendió de los caracteres y envolvió sus dos manos. Un extraño frescor invadió entonces al adolescente: tuvo la impresión de que todo su espíritu, todo su corazón, todo su cuerpo se abría para tomar una inspiración de aire fresco. Una gran carga mental y física de su ser se evaporaba lentamente. Se sintió un poco más ligero, más libre. La semilla de la oscuridad había partido. Había vivido tanto tiempo con ella que no se había dado cuenta del peso que cernía sobre él.
A la inversa, la Sra. Himekawa sintió en su pecho una gran presión, una presencia pesada se hacía con su alma. Curiosamente tuvo la impresión igual que Ken que sus capacidades mentales aumentaban. Hubiera podido, en ese instante, resolver cualquier enigma o ecuación que le propusieran. La semilla de la oscuridad tomó lentamente posesión de su cuerpo. Después, los caracteres digimons dejaron de brillar y se borraron por si solos; pocos segundos después se volatilizaron.
Ken levantó la cabeza hacia la Sra. Himekawa y la miró intensamente: sus rasgos se habían hecho más profundos y sus ojeras se habían acentuado. Sin embargo, en su mirada ardía un fuego inextinguible, una determinación feroz.
– Ahora, dijo levantándose, hay que salir de aquí. Toma, coge el historial.
Ken tomó el libro y lo apretó contra él. La Sra. Himekawa rebuscó en su chaqueta y sacó cuatro objetos electrónicos:
– Cógelos, tú y tus amigos, los necesitaréis.
Le tendió su digivice y los de Daisuke, Miyako e Iori. Ken tomó el suyo y puso los otros en sus bolsillos.
– Venid, dijo la Sra. Himekawa al adolescente y a los digimons.
Pasó de nuevo a través de la reja eléctrica que había desactivado. Ken, Wormon, Veemon, Hawkmon et Armadillomon la siguieron. De puntillas retomaron la escalera del subterráneo. Llegados a la planta baja de la pagoda de Yggdrasil, giraron a la izquierda. No oían nada. Todos los señores Demoniacos estaban ausentes, Yggdrasil debía de haber retomado su forma líquida en la gran sala. Salieron por la puerta lateral y llegaron al acantilado que dominaba el Mar Oscuro.
– ¿Sabes cómo salir de este mundo, verdad? pregunto la Sra. Himekawa a Ken.
– Sí.
– Entonces, no pierdas el tiempo.
Ken miró gravemente a la Sra. Himekawa.
– ¿Está segura de querer permanecer aquí?
– Segura. No te preocupes por mí. Ve a ayudar a tus amigos.
Ken asintió, Wormon subió sobre su hombro. Después, se apartó de la pagoda y para que la luz de su digivice no fuese percibido por Yggdrasil entró en el bosque del Mar Oscuro. Sacó su aparato eléctrico y lo puso frente a él. Cerró los ojos y pronto apareció una distorsión luminosa. La atravesó seguido de los digimons y de sus amigos.
