Capítulo 44

Los Niños Elegidos se aproximaron a la orilla del continente WWW gracias a la ayuda de las Bestias Sagradas. Allí, no tardaron en encontrar una televisión que le permitió a Miyako de abrir un pasaje hacia la Tierra con su digivice D-3. Uno después del otro, tanto humanos como digimons atravesaron el portal. Fueron teleportados al último lugar en el que Daisuke, Miyako, Iori y Ken se había conectado para ir al digimon: la Agencia Administrativa. Hicieron irrupción en el despacho del padre de Sakae, el cual que estuvo a punto de caerse de la silla. M. Mochizuki estaba sentado en otro escritorio y abrió los ojos viendo a los Niños Elegidos materializarse en el mundo real.

– ¿Ya estáis aquí? se extrañó.

– Entonces… ¿habéis liberado Xuanwumon? preguntó el director.

– Sí, asintió Taichi levantándose.

– Aunque no fue fácil, añadió Sora, Meiko supo resolver la situación. No tuvimos más pesos para accionar la balanza que mantenía cerrada la puerta de la prisión de Xuanumon. Fue Meiko quien tuvo la idea de remplazar los pesos por su botella de agua.

– ¡Y funcionó! dijo Hikari.

De nuevo, Meiko se sonrojó. Sin embargo su vergüenza se disipó cuando vio sorprendida como su padre la miraba: lleno de admiración. Un sentimiento de orgullo broto en el corazón de la joven.

– Pero lo más importante es lo que Ken nos ha traído el histórico del mundo digital, dijo Kushiro.

– ¿El historial…pero… no lo había robado Yggdrasil?

Ken resumió a los dos hombres como se había hecho en posesión del libro, y como se había evadido del Mar Oscuro. Los dos hombres al igual que los Niños Elegidos, se habian quedqdo boquiabiertos, y no daban credito a lo que les contaba el adolescente.

– Las Bestias Sagradas nos han dicho que vigilarían el mundo digital durante nuestra ausencia y que por el momento nuestra prioridad debía ser leer el histórico, declaró Yamato.

– Aquí lo tenéis, añadió Ken sacándolo de su mochila.

Fascinados, el director y el Sr. Mochizuki observaron el cuero azulado salpicado por granos irisados que reverberan sobre la cubierta. Este libro que había sido tan codiciado por el padre de Koushiro, su amigo…ahora lo contemplaban con sus propios ojos. El mundo digital que habían descubierto hacia dieciocho años les iba por fin revelar todos sus secretos. Con una voz en la que se intuía la avidez, el director preguntó:

– ¿Aceptaríais…que asistiésemos nosotros también a la lectura de su libro?

– Con mucho gusto, afirmó Taichi.

– Además, añadió Koushiro pensando en el padre de Sakae, es también gracias a ustedes que he conseguido localizar esta obra. Tienen también el derecho de conocerla.

– Entonces, ya sé dónde vamos a instalarnos, declaró el director.

Condujo a los catorce Elegidos acompañados de sus compañeros digimons, junto con el Sr. Nishijima y el Sr. Mochizuki en una gran sala de reunión que se situaba dentro de un edificio alejado del edificio principal de la Agencia. Una larga mesa en la que podrían caber unas veinte personas ocupaba el centro de la habitación. Un gran ventanal daba a un patio interior cubierto de césped; fuera el sol comenzaba a declinar, dorando de tintes bermellón el parque. El padre de Sakae descendió las persianas.

– Aquí, declaró, estaremos tranquilos.

Todos asintieron y se sentaron a la mesa, sus digimons sobre sus rodillas. Taichi colocó el libro sobre la mesa y preguntó:

– ¿Quién quiere empezar a leer?

Se miraron con hesitación. Koushiro frunció el ceño y afirmó con determinación:

– Yo.

Acercó al libro hasta donde se encontraba. Todos sus amigos le miraron con el corazón latiendo. El tiempo parecía haberse detenido, retenido por la tela del silencio. Koushiro pasó su mano sobre la cubertura azulada, emocionado…y después, abrió el historial.

En este momento, las páginas blancas se iluminaron con una luz cegadora. Tanto los humanos como los digimons alzaron las manos para protegerse los ojos. En ese mismo momento, un viento cálido los rodeó; dejaron de sentir la mesa en la que se apoyaban, o la silla en la que se sentaban, ni el suelo sobre sus pies….ingrávidos flotaban en el aire. De pronto, una superficie se solidificó debajo de sus pies. Abrieron lentamente los ojos, se enderezaron… y se quedaron boca abiertos.

Un mundo de blancura purísima, deslumbrante y sin horizonte les rodeaba. No sentían ni frío ni calor y aunque veían su cuerpo con claridad, les parecía que no tenía ningún peso. Miraron, entonces, alrededor de ellos: cubos brillantes verdes, azules, amarillos o rosas pálidos levitaban alrededor de ellos. Los cubos caían del cielo como si fuesen gotas de lluvia, generando el delicado sonido que producen las burbujas cuando suben hasta la superficie. Eran cubos de datos. Hikari abrió los ojos. Conocía este lugar.

– Es el mundo al que vengo en sueños… dijo casi entre susurros.

– ¿Cómo? dijo Takeru, ¿Es este mundo?

– ¿Fue aquí donde vistes a Meicoomon? preguntó Meiko, con su corazón latiendo contra su pecho.

– Sí…

Hikari se acercó a uno de los cubos: cada vez que ella se encontraba en sueños en este extraño universo, había accedido a los recuerdos de Meiko o de sus amigos tocando algunos de esos cuadriláteros flotantes. Cuando extendió la mano hacia uno de ellos, una voz resonó súbitamente:

– Niños Elegidos… sabría que terminaríais por encontrar este libro.

Los adolescentes, los digimons y los tres hombres quedaron paralizados. Levantaron la cabeza buscando a aquel que había pronunciado esas palabras. La voz parecía provenir de todas las direcciones a la vez repitiéndose de manera sucesiva en eco. Daisuke gritó:

– ¿Quién está ahí?

– ¿Acaso no reconocéis mi voz?

Los ojos de los Niños Elegidos se agrandaron:

– ¿Gennai? soltó Yamato atónito.

– Creía… que usted se había desintegrado, exclamó Ken.

– ¿Cómo puede hablarnos? preguntó Taichi.

– ¿Y por qué no podemos verle? añadió Iori.

– Fui efectivamente desintegrado, pero en el lugar en el que os encontráis conserva el recuerdo de aquello que fui en el pasado.

Hikari parpadeó.

– El recuerdo…

– Es gracias a este recuerdo que puedo hablaros ahora. Mi cuerpo, desapareció y no puedo recrear en este espacio la apariencia que tenía cuando vivía.

– ¿Qué quiere decir usted con "recrear vuestra apariencia"? preguntó Koushiro.

– No son vuestros cuerpos los que se encuentran actualmente en este mundo, sino solamente vuestro espíritu.

– ¿Nuestro espíritu?

– Si, vuestros cuerpos se han quedado en la Tierra. En ese momento, estáis en un estado similar al sueño.

– ¿Dónde estamos? preguntó Sakae. ¿En el histórico del mundo digital?

– Sí, de alguna manera. En este espacio intermedio permanecen todos los recuerdos de los digimons y de los humanos que han vivido con ellos… pero también todas las imágenes de la historia de nuestros dos mundos. Esta es la historia que os voy a contar ahora.

En este momento, los cubos que rodeaban a los Niños Elegidos se pusieron a brillar; emitiendo rayos verdes, azules, amarillos y rosas que se anudaron entre ellos, formando una cadena arcoíris de datos unidos entre sí. Los colores invadieron la atmosfera, el suelo, el cielo y el horizonte. Fueron diseñando estos colores los contornos, las formas y los relieves de árboles y de construcciones. Un paisaje se materializó lentamente alrededor de los humanos y de los digimons.

Delante de ellos se desplegaba un océano de un azul oscuro, irisado por un sol que se reflejaba como si de polvo de oro se tratase. Sobre sus pies se iban dibujando un malecón en el que se encontraba amarrados grandes barcos a vapor. Las olas traslucidas se rompían sobre la rada resonando con el suave quejar de la resaca. Sobre un pequeño islote vanguardia de tierra firme, un faro debía encarrilar a los barcos que llegaban de lejos. Un puerto hizo su aparición. Se volvieron y permanecieron atónitos: detrás de ellos se erigía una majestuosa ciudad de casas ocres, que se disponían a lo largo de los bancales de una montaña que daba al mar. Los techos de las casas resplandecían por su blancura: parecían estar hecho de mármol o de nácar. En lo alto de la colina se elevaba un imponente castillo. Los requiebros de su tejado en pagoda tendían su cima hacia el cielo en donde se amontonaban las nubes. Una brisa marina acarició el rostro de los Niños Elegidos:

– ¿Dónde estamos? preguntó Sakae.

– Deberías más bien preguntarte en que época nos encontramos, declaró Gennai.

– ¿Qué quieres decir? dijo Meiko. Insinúa usted que… ¿hemos remontando en el tiempo?

– Exacto. Lo que estáis viendo es la isla de Yonaguni tal y como era hace doce mil años.

– ¿Doce….doce mil años? repitió Joe, atónito.

Estupefactos, los adolescentes volvieron la vista hacia la ciudad.

– Parece tan…moderno para ser una ciudad que date de hace doce mil años, espetó Yamato.

– Yonaguni es una isla japonesa del archipiélago Ryuku ¿no? dijo Takeru rememorando sus cursos de geografía.

– Efectivamente, confirmó Gennai. Sin embargo, hace doce mil años, el nivel mundial de mares estaba mucho más abajo que el actual. Grandes lenguas de tierra unían entre ellas las numerosas islas de Japón. Es por eso que el archipiélago de Ryukyu la isla de Honsu y la isla de Hokkaido, en el norte de vuestro país, formaban un solo y vasto territorio que tocaba por sí mismo la punta de Siberia.

– ¿Quiere decir que Japón y todas islas estaban unidas a tierra firme? comprendió Taichi.

– Exacto. En ese tiempo, Japón era un prolongamiento de Asia…y que estuvo habitado por una civilización olvidada, la de los Jomons.

Los niños elegidos parpadearon, estupefactos.

– ¿Una civilización… olvidada? apuntó Miyako.

– Estos hombres son los ancestros de los japoneses, explicó Gennai. La ciudad que se erige delante de vosotros es la capital de este pueblo ancestral.

– Un minuto, intervino Ken, ya he leído cosas sobre este periodo de la historia prehistórica de Japón. Los Jomons eran cazadores-recolectores que como mucho fabricaron objetos en cerámica. ¡Hubieran sido incapaces de levantar una ciudad como esta!

– En efecto, es lo que creen todos vuestros científicos, reconoció Gennai, pero los Jomons no fueron siempre cazadores-recolectores. Antes de volver a ese estadio de nómadas, fueron un pueblo brillante.

– Pero, ¿Por qué involucionaron si habían llegado a semejante grado de desarrollo? preguntó M. Tagaya.

– ¿Y si su civilización fue tan moderna, porque no quedan restos arqueológicos de su poblamiento? añadió Koushiro ciñendo las cejas.

– Vuestras preguntas son muy pertinentes, pero no puedo responderos de golpe, les calmó Gennai. Por el momento os invito a adentraros en la ciudad.

Los adolescentes, el Sr. Nishijima, el Sr. Tagaya y el Sr. Mochizuki, perplejos, contemplaron de nuevo la ciudad. Dudaron algunos instantes, para después tomar una calle empedrada que subía desde el puerto hasta el centro de la ciudad. Bordeando las casas, se dieron cuenta de que los tejados claros que pensaban hechos en piedra, en realidad estaban construidos gracias a un ensamblaje de conchas dispuestas como tejas. Los balcones cubiertos de flores alegraban la mirada mientras un olor de primavera se unía al rocío salado del mar. El murmullo de la resaca se hacía lejano a medida que se internaban por las calles.

– Espera, estas casas, murmuró Meiko poco instantes después. Son las mismas que las de la ciudad de la burbuja virtual…

– Así es, confirmó Gennai.

Al final de la calle vieron a parecer seres humanos.

– ¿Qué van a decir cuando nos vean? se inquietó Mimi.

– No olvidéis que estáis aquí bajo la forma de pensamiento, les tranquilizó Gennai. Lo que vosotros veis son imágenes del pasados, y esas gentes no pueden interaccionar con vosotros.

– Tiene usted razón…

– ¡Mirad! exclamó entonces Hikari. Los habitantes de la ciudad se parecen a los de la foto que encontramos en las ruinas de la burbuja virtual.

Estaba en lo cierto: los hombres y mujeres que deambulaban en las calles tenían la piel clara. Sus ojos, según los individuos, estaban más o menos rasgados y sus iris declinaban en colores ya desaparecidos en Japón del siglo XXI: si bien algunos tenían los ojos negros, otros eran de color verde, marrón o azul. Su cabello, castaño o marrón, tenía más espesor que el cabello de los japoneses modernos. Ninguno les prestaba atención: a sus ojos los Niños Elegidos eran invisibles.

– ¿Son de verdad….los ancestros de los japoneses? se extrañó Daisuke. Algunos se parecían mucho a los europeos.

– Se debe a que Japón fue poblado por hombres venidos al mismo tiempo por gente proveniente de Siberia, China y Corea. Aquellos que venían de Siberia presentaban en efecto de características más europeas, mientras que los otros mostraban un rostro más próximo al de los japoneses actuales. Los Jomons mezclaban todas esas influencias, pero con el tiempo, fueron los ojos achinados y negros y los cabellos marrones que terminaron por imponerse.

A medida que los adolescentes avanzaban en la ciudad, se dieron cuenta de que había sido construida de manera armoniosa. Seguía proporciones geométricas sin ser fría e impersonal; las habitaciones alternaban elegantemente con jardines cuidadosamente tallados de los cuales brotaban fuentes. Tanto en las tiendas, como en las casas o en los restaurantes, pantallas y lámparas iluminaban los rostros risueños de sus habitantes.

– ¿Ya conocían la electricidad? remarcó Nishijima incrédulo.

– Sí, confirmó Gennai.

– ¿Pero cómo es posible?

Fueron a parar en ese instante sobre una gran plaza empedrada de piedra blanca. En el centro se erigía una extraña pirámide escalonada de forma alargada, brillante de blancura bajo el sol del mediodía.

– ¡Esta pirámide…! ¡Se parece piedra a piedra a la de la pirámide virtual! exclamó Mimi.

– Es como si la burbuja hubiera creado una copia de esta ciudad, reflexionó Sora.

– Es exactamente eso, dijo Gennai. La burbuja contenía efectivamente un boceto virtual de la capital Jomon.

Los ojos de los Niños Elegidos se agrandaron al escuchar estas palabras. En ese momento, fueron adelantados por una extraña máquina que evocaba vagamente a un coche, aunque de forma más oblonga y sin ruedas. Esta levitaba a algunos centímetros del suelo.

– ¿Qué es eso? exclamó Daisuke.

– Un medio de locomoción, respondió simplemente Gennai.

– Pero, ¿cómo una civilización tan próxima a la nuestra, incluso superior ha podido existir hace doce mil años? exclamó Joe. ¿Y cómo hemos podido haberlo olvidado? ¡No entiendo nada!

– Pronto lo entenderéis, afirmó con solemnidad Gennai.

En ese momento, numerosos cubos de datos reaparecieron delante de ellos, flotando en el aire: su color invadió de nuevo la atmosfera, cubriendo todas las calles de la ciudad, las casas, los tejados de conchas, los habitantes, los coches extraños. Nuevas formas comenzaron a formarse sobre este fondo multicolor. Poco a poco, fueron adquiriendo profundidad, relieve y consistencia…

Se encontraron entonces en una vasta sala sumergida en la oscuridad. Un no sé qué maquinal y ronroneante invadía el espacio. Lo primero que vieron fue el parpadeo de miles de botones rojos, verdes y azules. Después sus ojos se habituaron y descubrieron armarios acristalados en los cuales estaban colocados distintos servidores de ordenador, apilados unos encima de otros. Centenares de esos armarios llenaban la sala, alineados en rigurosas hileras. El ruido regular las turbinas de ventilación marcaba la cadencia en medio de los arrullos informáticos, proyectando una ráfaga de aire fresco sobe la nuca de los Niños Elegidos. Los ojos de Koushiro, del Sr. Tagaya y del Sr. Mochizuki se abrieron de par en par:

– Todos estos servidores… ¡forman un superordenador! dijo impresionado el Sr. Tagaya.

– Hay centenares de estanterías, añadió Mochizuki.

– Esto quiere decir que este laboratorio cuenta con centenares de miles de procesadores, calculó Koushiro. Esto es más del doble que el más grande superordenador en nuestro mundo actualmente.

– Sí, los Jomons se encontraban en un estado tecnológico considerable para su época, reconoció Gennai. La mayoría de los pueblos de la Tierra por aquel entonces ni siquiera eran sedentarios.

– Pero, es una locura, intervino el Sr. Nishijima. Si estos hombres habían adquirido un tal conocimiento hace doce mil años antes que nosotros, ¿cómo es que perdimos todo ese saber?

– Paciencia. Por el momento, dirigiros detrás de esas estanterías.

Al fondo de la gran sala, adivinaron una luz azulada que emanaba de las pantallas de los ordenadores. Acercándose, descubrieron un auténtico puesto de mando conectado a la potencia canalizada por todos los servidores. Un hombre joven, castaño, en blusa blanca, estaba sentado frente a las pantallas; otro vestido de la misma manera estaba de pie a su lado. Acercándose, los Niños Elegidos sintieron como su corazón saltaba en su pecho.

– Pero… dijo Daisuke.

– Este hombre de pie es…., balbuceó Mimi levantando la cabeza.

– ¡Es Gennai! exclamó Sakae atónita

En efecto, todos reconocieron la mandíbula cuadrada, los ojos azules y el cabello castaño de aquel que tantas veces les había ayudado. Levantaron la cabeza hacia la voz que les acompañaba. Iori estupefacto preguntó:

– Pero… ¿usted era miembro de la civilización Jomon, Gennai?

– Sí.

– ¿Entonces porque nunca nos lo dijo?

– Porque no estabais preparados.

– Si lo que vemos tuvo lugar hace doce mil años… ¿cómo usted pudo vivir tanto tiempo? preguntó Miyako sorprendida.

– Pronto lo descubriréis. Mirad antes esta escena, es esencial para comprender lo luego vendrá.

Los adolescentes se volvieron hacia el Gennai del pasado y hacia el otro hombre. Sobre el despacho delante de ellos había una pequeña barra de metal de color dorado. Los Niños Elegidos no hubieran podido decir si se trataba o no de oro.

– ¿Qué piensas Hayato? preguntó el antiguo Gennai al hombre sentado.

– Este metal es realmente extraordinario, respondió el hombre. Produce su propia energía: lo que significa que si lo utilizamos para fabricar material informático, no tendremos necesidad de electricidad para funcionar. Y además, su energía es casi inagotable. No se corroe, no se degrada ¡y encima no se consume!

– Es increíble…

– Sí, yo y los otros científicos del laboratorio, la hemos bautizado calcorita.

– Me gusta como nombre.

– Imagina los programas increíbles que podremos desarrollar con este metal como base de nuestros componentes. Crearemos ordenadores eternos, capaces de desarrollar programas informáticos que ni siquiera nuestro superordenador es capaz de desarrollar actualmente. ¡No tendremos límites técnicos! Podríamos…

– ¿Podríamos qué?

El hombre sentado se mordió los labrios mirando la pantalla delante de él. Parecía vacilante. Al cabo de unos segundos, murmuró:

– ¿Has leídos los pronósticos de nuestros geólogos? Vamos a salir definitivamente de un periodo glaciar. Es probable que en el norte de nuestro país, el hielo que nos une al continente termine fundiéndose en las próximas décadas. El nivel de los mares a escala mundial va a aumentar. Numerosas ciudades Jomon podrían desaparecer bajo el mar, no dejando más que un archipiélago de pequeñas islas. Nuestra población corre peligro.

– ¿El gobierno está al corriente?

– Sí, cuenta con nosotros, los científicos, para encontrar una solución. Y la… calcorita puede dárnosla.

– ¿Qué quieres decir?

– Nuestra tecnología es única en la Tierra: controlamos el lenguaje informático, la inteligencia artificial… si somos sumergidos por el mar, perderemos todo lo que poseemos. Reconstruir nuestra civilización sobre el continente tomará siglos, y allí no viven más que poblaciones que todavía están en la edad de piedra… tenemos que proteger nuestro pueblo y nuestro saber. Las ciudades y los campos que corren el riesgo de quedar sumergidos son prioritarios. Aún hay tiempo para utilizar la ciencia de la informática para salvar vidas.

– ¿A dónde quieres llegar?

– Gracias a la energía que proporciona la calcorita, podremos crear un mundo virtual tan complejo y rico como nuestro propio planeta. Una copia de la Tierra… donde miles de personas podrán vivir y así escapar a la ola de marea que nos espera.

El corazón de los Niños Elegidos, del Sr. Nishijima, del Sr. Tagaya y del Sr. Mochizuki se aceleró. El Gennai del pasado permaneció sin voz. Fijó su mirada en su colega: parecía preguntarse si estaba en serio o no. Frunció el entrecejo y sacudió la cabeza:

– Lo que dices es imposible.

– ¿Por qué? replicó Hayato.

– Sé que eres el físico más brillante del país, pero aun suponiendo que consiguieses crear el mundo virtual del que hablas, ¿cómo enviarías a los humanos? Podremos escanear un objeto y recrearlo bajo forma numérica, pero es una operación irrealizable con un ser humano dotado de alma.

– Es verdad, pero… ¿y si consiguiese virtualizar un alma?

Detrás de los investigadores, los Niños Elegidos contuvieron la respiración. El hombre sentado tomo la barra de metal que estaba en el escritorio y la hizo girar entre sus dedos.

– La calcorita representa una fuente de energía inagotable e inconmensurable, la cual sería capaz de soportar una copia digital de la Tierra, pero también de transferir almas en un envoltorio numérico. Tengo una idea del procedimiento a seguir, pero debo aun hacer experiencias con el fin de medir hasta qué punto esta Tierra virtual es realizable.

– ¿Y si lo es? preguntó Gennai vibrante.

– He evocado ya mi proyecto al gobierno. No existe más que un único yacimiento de calcorita sobre la tierra y somos la única civilización capaz de explotarlo. Nuestros líderes están preparados a dejarme utilizar este metal a mi antojo si esto me permite salvar a nuestro pueblo. Sin embargo…

– ¿Qué?

– Sé que soy el mejor físico de los jomons, pero tú eres el mejor informático. Quería pedirte…que en el caso de que este proyecto sea realizable, ¿aceptarías…acompañarme en él?

Gennai miró intensamente a Hayato, como si midiese la amplitud de la aventura a la cual este proponía lanzarlo. El hombre sentado sostuvo su mirada sin pestañear, con una determinación que impresionó a los Niños Elegidos. Finalmente, Gennai le tendió la mano y declaró:

– No podemos abandonar a nuestro pueblo. Estoy contigo.

En ese momento, los cubos de datos se materializaron de nuevo delante de los adolescentes y la escena a la cual asistían se diluyó para formar otra nueva. Cuando los colores irisados se atenuaron descubrieron con sorpresa que se encontraban todavía en el laboratorio. Gennai y Hayato tenían casi la misma posición, uno de pie y el otro sentado, pero sus rostros habían cambiado: sus rostros parecían cansados, su mandíbula se había vuelto dura. Algunas arrugas habían aparecido en la comisura de los labios, sobre su frente, y en los pliegues de sus ojos. Habían discurrido algunos años desde la primera escena.

– ¿Entonces? preguntó el Gennai del pasado.

– Estoy a punto de encontrar la manera de transferir las almas al mundo digital, dijo Hayato. Debo proceder a realizar algunos ensayos, pero pienso estar muy cerca de la solución. ¿Cómo va la construcción de nuestro planeta virtual?

– Gracias la calcorita, el programa que estructura la geografía del mundo digital está a punto. Este mundo tendrá las mismas leyes físicas que el nuestro: conocerá la gravedad, la termodinámica, la fuerza electromagnética, las estaciones, el ciclo del agua… estará compuesto de tres continentes y dos grandes islas: el continente Servidor, el continente WWW, el continente Folder, la isla File y la Isla del Mar del Norte.

Los Niños Elegidos estaban con los ojos abiertos: los dos hombres hablaban del mundo digital. Todos los lugares que evocaban, los habían visitado.

– Es usted… ¿quién ha creado el digimundo junto con ese hombre? murmuró Koushiro.

– Sí, asintió la voz que hablaba por encima de ellos.

Los Niños Elegidos sintieron que se les erizaba el vello. Miraron intensamente el Gennai del pasado y a Hayato, como para grabar sus rostros en su memoria. Sin ellos, pensó Takeru, nuestros compañeros digimons no hubieran existido jamás. Sin ellos, imaginó Taichi, no hubieran podido vivir todas esas aventuras. Sin ellos, meditó Joe, no hubieran corrido todos esos riesgos cuando fueron jóvenes. Sin embargo, sin ellos hubieran madurado más lentamente. Sin ellos, reflexionó Yamato, quizás nunca se hubieran convertido en amigos. Sin ellos, Ibuki, Shigeru y Eiichiro estarían aún con vida, no puedo evitar de pensar el Sr. Nishijima. Gennai continuaba hablando:

– Los programas que rigen la geografía del mundo digital están en marcha, pero aun no son más que secuencias binarias. Para darle una forma concreta y para que el mundo digital adquiriese una cierta autonomía, nos haría falta una fuerza, o una entidad que traduzca los códigos binarios en creaciones físicas…

– ¿Quieres decir una especie de…dios? ¿Un dios que organizase el mundo digital?, comprendió Hayato.

– Eh sí… sí, es un poco eso.

– Sin embargo, mientras que no controlo la transferencia de almas no puedo insuflar una verdadera consciencia a ese ser que crearemos para dirigir el digimundo.

– Podríamos recurrir a la inteligencia artificial, propuso Gennai. Mientras ganas tiempo para encontrar la solución al problema de enviar a seres dotados de un alma a un mundo virtual.

Hayato parecía reflexionar a esta eventualidad. Parecía dudar.

– Debemos tener en mente, subrayó, que si utilizamos la inteligencia artificial para crear esta entidad, el mundo digital será gobernado por un ser desprovisto de alma humana, mientras que todos los habitantes de este mundo poseerán una.

– Si este ser está bien programado, esto no debería plantear ningún problema ¿no? Nuestras inteligencias artificiales son lo suficientemente desarrolladas como para que este "dios" haga exactamente lo que esperamos de él. Si no creamos un principio organizador ahora, no avanzaremos en nuestro proyecto.

Hayato, con la mano en el mentón, parecía evaluar los pros y los contras. Se adivinaba que el empleo de la inteligencia artificial no le entusiasmaba demasiado, pero que al mismo tiempo, unas terribles ganas de terminar su experiencia le empujaba. Terminó por decir:

– Hum… sin duda tienes razón. Sería idiota quedar bloqueados en nuestros progresos mientras que estamos tan cerca del final. Y además, una vez el mundo digital sea lanzado, estaría bien que se gobernase solo.

– Entonces, ¿estás decidido por la inteligencia artificial?

– Si, esta noche programaremos a este ser. Habrá que encontrarle un nombre. Tú eres bueno para eso. ¿Tienes una idea?

Gennai se rascó la cabeza y meditó la cuestión durante algunos minutos. De pronto sus ojos se iluminaron.

– He escuchado que en Europa, algunos hombres pensaban que nuestro mundo esta sostenido por un árbol gigantesco. La entidad que contamos crear no es un árbol, pero va a organizar el mundo digital. Su rol es próximo al del árbol mitológico de estos europeos. Es por eso que podríamos bautizarlo con el mismo nombre.

– Me parece una buena idea. ¿Cómo llaman los europeos a este árbol?

– Yggdrasil.