¡Buenas tardes a todos, estoy de vuelta con la continuación! Hoy, un capítulo más corto pero intenso. ¡Espero que os guste!

Buena lectura.


Capítulo 46

Una débil luz anaranjada atravesó lentamente la obscuridad como el sol atraviesa una mantilla de duelo. A estos reflejos de juego, unas explosiones que iban ganando en intensidad les hicieron ecos. Los relieves permanecían borrosos alrededor de los Niños Elegidos, pero un olor a humo llegó con fuerza hasta sus gargantas. El Señor Nishijima tosió y sintió su corazón acelerarse: esta luz, estos olores, todas estas sensaciones le recordaron de manera incisiva al lugar en el que Eiichiro, Ibuki y Shigeru habían sido sacrificados…

Una llamarada rojiza desgarró las tinieblas: unas llamas gigantes diseñaron con su lengua ardientes árboles y praderas. En el claro-obscuro del incendio y desde una posición dominante que les otorgaba una montaña, un valle apareció. El fuego que se extendía con una rapidez inusitada no dejaba a su paso más que ceniza. Chispas incandescentes se arremolinaban en torno a ellos, en una atmosfera enrarecida por nubes de carbón.

En medio del valle, una masa negra y compacta se movía. Los Niños Elegidos, horripilados, descubrieron cientos de digimons que avanzaban en medio de las llamas: su progresión hacia vibrar la tierra ennegrecida como un tambor. Detrás de ellos avanzaban Apocalymon e Yggdrasil, inmensos y aterradores.

Los digimons que constituían este ejército arrojaban ataques sin descanso que aumentaban el poder del fuego. Los Niños Elegidos pensaron que sus acciones no tenían ningún objetivo en particular, sino que solamente daban rienda suelta a su cólera destructora. Pero al entrecerrar los ojos, consiguieron distinguir frente al ejército digimon nueve digimons y diez seres humanos. Estos no paraban de retroceder hacia las linde del bosque que ardía ya. Taichi se estremeció: se trataba de los mismos seres humanos que aquellos que venían de proponer su ayuda a Gennai y a su colega. Habían aceptado hacer frente a Yggdrasil solo con sus digimons: estos últimos se habían digievolucionado y se batían ferozmente. Desgraciadamente, no podían resistir a los esbirros de Yggdrasil y pronto se encontrarían acorralados contra el bosque en llamas que bloquearía su retirada. Takeru había percibido igualmente que algunos de los diez humanos estaban heridos y que les resultaba difícil seguir corriendo. No lo conseguirían.

Mientras que el ejército de Yggdrasil parecía estar a punto de exterminarlos, se inmovilizó bruscamente. Una luz resplandeciente acababa de envolver el cuerpo de la más joven de las cinco mujeres del grupo humano, repeliendo el humo que se cernía sobre el valle. El tiempo pareció suspenderse, el halo resplandeciente brillaba como un faro en la oscuridad. La joven cerró los ojos; cuando los volvió a abrir, los colores del arco iris irisaban sus pupilas.

– Homeostasis… murmuró Sora.

La joven se levantó y se puso enfrente de Yggdrasil. Cuando habló, su voz resonó con sorprendente fuerza en todo el valle, llegando hasta los Niños Elegidos.

– Yggdrasil. Demasiado mal ya has hecho a este mundo. Debo ponerle fin.

– ¿Quién…eres tú? replicó Yggdrasil, comprendiendo que alguien se servía de la joven para dirigirse a él.

– Soy aquel que desea el equilibrio. Mi nombre es Homeostasis y no te dejaré romper la harmonía ni de este mundo, ni del otro.

– ¿De qué otro mundo hablas?

– Ciego estás… crees que no hay más mundo que este, pero te equivocas.

– ¡Cállate! Soy el único dios, ¡y aplastaré a los humanos!

– Si puedo hablarte, es gracias a los humanos. Yo tengo mi fuerza de ellos y ellos la tendrán de mí…

En ese momento, una deslumbrante elipse blanca apareció entre los compañeros de los humanos y el ejército de Yggdrasil. La joven mujer poseída por Homeostasis tendió la mano hace este eclipse y unos rayos de colores brotaron de sus dedos. Los ojos de Yggdrasil se arquearon: parecía comprender lo que estaba sucediendo. Haces multicolores alimentaron la elipse que se hinchó, se deformó, y se contrajo sobre ella misma para adoptar la forma de un huevo. Hikari, temblorosa, comprendió de golpe.

– Homeostasis está creando un digimon…

El huevo resplandecía de pureza. Yggdrasil lanzó entonces un grito de rabia y bramó:

– ¡No! ¡No te dejaré que lo hagas! ¡No robarás mi creación! ¡Apocalymon, destrúyelo!

Obedeciendo a su maestro, Apocalymon proyectó una de sus sierras metálicas hacia delante y apresó el huevo de luz.

– ¡No! gritó Takeru.

Unos vapores oscuros se elevaron de la sierra con la cual Apocalymon aprisionaba el huevo, pero la luz resistió, se intensificó y de los intersticios de la pinza metálica emergieron unos rayos. Apocalymon, cegado, fue obligado a reabrirla y constató, estupefacto, que el huevo de luz había resistido a su ataque. Sin embargo, unos surcos de sombras se desdibujaron en ese momento sobre la cascara. Aterrorizados, los Niños Elegidos comprendieron que la oscuridad había conseguido infiltrarse en la luz para pervertirla. Las venas negras se extendieron en la cascara y mancharon su resplandor. El huevo se agitó, como si la gestación del digimon que se estaba produciendo fuese perturbada bruscamente. La luz que le rodeaba parpadeó, el huevo cayó al suelo resquebrajo... y se rompió. En ese mismo momento, Meiko sintió su corazón latir con fuerza:

– ¡Meicoomon!

Con la boca abierta, los Niños Elegidos tenían la mirada fija sobre el digimon que venía de nacer: se trataba efectivamente de Meicoomon. Ésta se levantó, miró a los humanos y después a Yggdrasil y a su ejército. Parpadeó, perdida, desconcertada y con miedo. Homeostasis, a través de la joven que el poseía todavía, pronunció entonces con una voz grave:

– Este digimon será la balanza que restaurará el equilibrio entre los dos mundos.

Yggdrasil con los ojos exorbitados, fijaba con su mirada a Meicoomon con una rabia indecible:

– ¡No! ¡No! ¡Tú no puedes crear digimons!

– Tengo los mismos poderes que tú, replicó Homeostasis.

– ¡No te creo! En cualquier caso, Apocalymon ha corrompido tu creación. Ha insertado una parte de sus datos en el huevo; aunque consiguieras hacer nacer este digimon, ¡nunca lo controlarás!

Yggdrasil tendió la mano delante de él y desplegó sus dedos. De pronto unos vapores sombríos envolvieron a Meicoomon y sus pupilas comenzaron a volverse rojas. Meiko se estremeció. Meicoomon gruñó, sacó los dientes y se volvió frente a los nueve digimons y los diez humanos. Parecía estar lista a despedazarlos. Los humanos retrocedieron asustados, mientras que sus digimons se situaron delante de ellos para protegerlos.

Sin embargo, la joven poseída por Homeostasis no retrocedió y extendió la mano delante de ella: unas luces de colores salieron de sus dedos dispersando los vapores que envolvían a Meicoomon. Las pupilas del digimon se volvieron verdes y volvió a adoptar una expresión inocente. Yggdrasil sonrió forzadamente, levantó su brazo y de nuevo los vapores se cernieron sobre Meicoomon, destruyendo los rayos luminosos. Homeostasis replicó y la luz asestó un nuevo golpe a las tinieblas. Meicoomon, asaltada por todas partes se puso a gemir. Sus ojos pasaban sin cesar del rojo al verde, expresiones de cólera y serenidad se sucedían sobre su rostro. Se retorció sobre sí misma, estremecida, a punto de entrar en pánico y de volverse loca. Su espalda se arqueó de manera errática, angustiada y Meiko comprendió que lloraba. La joven contemplaba su compañera digimon aterrada: desde su nacimiento, Meicoomon había sido desgarrada ente las tinieblas y la luz… La joven cerró los ojos para no gritar. Temblaba de rabia, de odio contra Yggdrasil y hasta contra Homeostasis que habían hecho de Meicoomon su juguete… una balanza que la luz y las tinieblas buscaban dominar… Meiko abrió los ojos y en ese momento gritó:

– ¡Dejadla tranquila!

Se sobresaltó al escuchar que otra voz se mezclaba a la suya. Volvió la cabeza hacia la llanura y vio una joven de pelo oscuro salir del grupo de los humanos: era la mujer que había visto en el laboratorio de Gennai, la que había perdido su compañero digimon en un ataque de Yggdrasil. Se dirigió hacia Meicoomon, y poniéndose de cuclillas cerca de ella, puso suavemente sus manos sobre sus espaldas:

– No los escuches, Meicoomon. No hagas caso a Yggdrasil o a Homeostasis. Mírame. Nosotras, podemos vencer a las tinieblas. No tengas miedo.

El digimon miró intensamente a la joven y algo pareció producirse en lo más profundo de su ser. Poco a poco, los vapores de Yggdrasil dejaron de hacer efecto sobre ella.

La luz que rodeaba el cuerpo de Meicoomon se reavivó: unos rayos se elevaron de pronto en el aire, se transformaron en una ráfaga de viento de los colores del arcoíris y alejó el incendio. El viento coloreado envolvió luego a los nueve humanos que se habían opuesto a Yggdrasil y en el corazón de esos hombres y mujeres la esperanza renació. Una luz intensa brotó de su corazón con fuerza, inundando a sus compañeros, y en este nimbo, sus digimons accedieron de repente a su nivel más alto de digievolución.

– Increíble, dijo Ken. Todos han evolucionado gracias a la luz que procede el corazón de sus compañeros humanos…

Los digimons entusiasmados se lanzaron entonces al asalto del ejército de Yggdrasil. Atacaron con ímpetu: golpearon, cortaron, repelieron. Los esbirros de Yggdrasil cayeron uno después del otro y se desintegraron en unas nubes de pixeles. Sin embargo, cuando se encontraron en frente de Apocalymon, les faltaban fuerzas. Apocalymon proyectó sus sierras metálicas hacia ellos con una risa horripilante y las cerró sobre ellos. Cuando las reabrió, los digimon habían involucionado y se hundieron en el suelo, inconscientes y exhaustos.

– ¡No! exclamó Daisuke.

– No son suficientemente fuertes, murmuró Taichi. Apocalymon e Yggdrasil pueden aun vencerlos.

Los nueve humanos, asustados, habían corrido hacia sus compañeros. Yggdrasil y a Apocalymon seguían avanzando implacablemente; los humanos adivinaron que no podrían luchar. La mujer que estaba hasta entonces bajo el influjo de Homeostasis retomó la palabra:

– Vuestros compañeros, humanos, son poderosos gracias a las cualidades de vuestro corazón… pero para hacerlas invencibles, tenéis unir vuestra alma a suya. Dad toda vuestra energía a Meicoomon; ella es la única que pueda restaurar el equilibrio a favor de la luz.

Los diez humanos se sobresaltaron y su corazón se puso a latir más fuerte. Intercambiaron una mirada, con el aliento corto: parecían comprender lo que Homeostasis esperaba de ellos. El Sr. Nishijima apretó los puños; presentía con angustia lo que iba a producirse.

La luz que envolvía a la más joven de las mujeres se apagó de pronto y se desmayó. Sus amigos la atraparon y unos segundos después, se despertó. Se enderezó y los diez humanos intercambiaron algunas palabras; sin embargo, el crepitar las llamas y la distancia impidió a los Niños Elegidos oírlos. Parecieron reflexionar, vacilar, rebelarse, resignarse y finalmente se pusieron de acuerdo. Sea lo que fuese que se dijeron, pensó Taichi, debían saber que ya no era el momento de echarse para atrás. Los humanos se volvieron entonces hacia sus digimons, que se levantaron con dificultad. Los humanos se pusieron al lado de sus compañeros, les tomaron con afección en sus brazos y parecieron murmurarles algo al oído, antes lo cual los digimons asintieron. Los cinco hombres y las cuatro mujeres tomaron la pata de cada uno de sus compañeros y se levantaron.

En ese momento, sus cuerpos se levantaron con una luz pura y brillante. La luz explotó y los adolescentes, horripilados, vieron a los diez humanos y a sus digimons fragmentarse en miles de pixeles. Primero se desintegraron sus pies, luego sus piernas, su tronco, sus brazos, sus manos, su cuello, sus ojos… Lentamente se transformaron en una nube de datos relucientes, brillantes como cenizas mágicas. Esta energía cegadora se dirigió flotando como un enjambre de mariposas hacia Meicoomon, para fundirse en su cuerpo. Meicoomon brilló de una manera tan resplandeciente que los Niños Elegidos no conseguían llegar a discernir el contorno de su rostro. Parecía crecer, evolucionar…

Ninguno de los adolescentes distinguió realmente su nueva forma. Sin embargo, ésta levantó un brazo hacia Apocalymon e Yggdrasil: el suelo se puso a temblar y un estruendo que venía desde las profundidades de la tierra resonó. Una ráfaga cataclísmico barrió el digimundo como un grito, apagando el incendio como un soplo apaga una vela. En ese mismo momento, miles de haces de luces descendieron del cielo.

– Homeostasis… dijo Yamato en voz baja.

Los rayos coloreados abrieron una distorsión en las nubes y el sonido lúgubre de un reflujo marino llegó hasta los oídos de los Niños Elegidos. La distorsión giró sobre sí misma, como un vórtice, y a través de este portal aparecieron las orillas del Mar Oscuro. Los rayos luminosos se enrollaron como cadenas en torno a Yggdrasil y Apocalymon y los atrajeron hacia el Mar Oscuro. Rugieron, resistieron, intentaron cortar las cadenas, pero en vano: los rayos les atraían irremediablemente y la distorsión los tragó. Antes de que el portal se cerrara, los Niños Elegidos tuvieron tiempo para ver un Muro de Fuego que se elevó entre el mundo digital y el Mar Oscuro. Un muro que aisló el mar infernal del digimundo y de la Tierra. Entonces la distorsión se cerró y despareció.

El silencio se cernió sobre la llanura desolada, quemada y vacía. El único ser vivo que quedaba en este valle era Meicoomon, cuyo cuerpo permanecía bañado de luz.

De los diez humanos y de sus nueve compañeros que acababan de sacrificarse, no quedaba nada.

La escena se paralizó, como una pausa sobre una imagen. El ruido de los árboles y de la tierra humeante, la luz resplandeciente de Meicoomon, el olor a humo y el silencio de muerte que les rodeaba, todo se desvaneció. Los relieves se volvieron borrosos, los Niños Elegidos tuvieron la impresión que el suelo desaparecía debajo de sus pies. El mundo de luz brillante reapareció alrededor de ellos, inmaculado, demasiado puro después de la escena que acaban de presenciar. Por encima de sus cabezas, los cubos de datos volvieron a caer, produciendo un delicado sonido de burbuja y suspendiendo sus emociones en el silencio.