¡Buenas tardes a todos! Lo siento mucho por este mes de ausencia, mayo fue un mes denso para mí con el trabajo, pero ¡ya estoy de vuelta! :) Para hacerme perdonar, os propongo hoy un capítulo con acción y misterios, enun ambiente ... acuático. ¡Espero que os guste!

Samy: muchísimas gracias por tus dos últimos comentarios, me voy a sonrojar por todos los cumplidos que me haces :) Quería mantener bien el carácter propio de Takeru y Hikari en esa escena, que el tono sea justo y conforme con sus maneras de actuar respectivas. Son reservados pero al mismo tiempo se conocen muy bien, desde muchos años, y a este nivel de la historia me parecía que ya se podían acercarse uno al otro de manera natural. Me hace muy feliz que hayas vuelto a leer mi historia, no te preocupes la universidad siempre come mucho tiempo, lo bueno de una fic es que una vez que los capítulos están publicados se quedan ya en la pagina y puedes leerlos cuando te apetezca o cuando tienes tiempo ;) Y gracias por tu cumplido sobre mi español, la verdad es que es todo un reto publicar esta fic en un idioma que no es mi lengua materna, pero cuando veo todos los lectores que pueden descubrir mi historia gracias a esto me digo que merece mucho la pena. En cuanto a Homeostasis, es un personaje complejo, pero efectivamente se lo ha tomado muy mal que Hikari le "robase" los datos de Meicoomon. No quiere que los Elegidos interfieran en sus asuntos, por eso no quiere que revivan a Meicoomon, y no tanto porque Meiko no sería lo suficientemente fuerte como para tener un compañero digimon, porque si que es fuerte en mi opinión. Creo que en la OVAs desaprovecharon su personaje, por eso quise que fuera más activa en mi historia y que evolucionase. Así que si te parece que consigo darle algo más de profundidad estoy contenta. Espero que el resto de la historia te guste también. Nos leemos pronto :)

Quiero una vez más agradecer a todos los lectores que sigen esta historia. Realmente me hace muy feliz ver que esta fic tiene tantos lectores y espero que la historia esté a la altura de vuestras expectativas.

¡Buena lectura!


Capítulo 53

Hackmon salió del bosque y se acercó al plácido lago que ningún soplo de viento rizaba. La noche sin luna daba un aspecto inquietante a esta extensión de agua tan inerte como la muerte. De repente, una esfera luminosa se materializó en las orillas e iluminó el lago dormido: una niebla vaporosa y nacarada se arremolinaba en su interior.

– ¿Entonces? preguntó Hackmon.

– Saben, respondió la voz de Homeostasis. Los Elegidos han leído el historial.

Hackmon frunció el ceño.

– Es una buena noticia. Tenían que conocer la verdad.

Homeostasis no respondió de inmediato. Hackmon miró fijamente la esfera nebulosa y finalmente la voz grave, amenazante del dios dijo:

– Sí, tenían que conocerla… ¡pero no para traicionarnos!

– ¿Traicionarnos? ¿Qué quieres decir, Señor?

– Quieren devolverle la vida a Meicoomon.

Hackmon se estremeció.

– Meicoomon murió en el mundo real, es imposible.

– ¡No para este niño llamado Koushiro! Está desarrollando un programa que podría funcionar y por el cual no ha dudado en violar las leyes que rigen el orden del mundo digital.

– ¿Qué quieres decir?

– Va a utilizar los datos-memoria de Meicoomon para recrear su código fuente.

– ¿Cómo ha obtenido estos datos?

– Gracias a Hikari, esta chica que puede sentir mi presencia pero que se niega a dejarme hablar a través de ella. Consiguió entrar en la memoria central...

– Impresionante...

– No quiero que te quedes en admiración ante sus poderes. ¡Están alterando el equilibrio! No se juega impunemente con la vida y la muerte.

– Aunque logren resucitar Meicoomon, este digimon ya no tendrá en ella los datos de Apocalymon que fueron destruidos con la muerte de Ordinemon. Entonces, ¿por qué estaría mal devolverla a la vida?

– Soy quien garantiza la armonía del mundo digital y el ciclo de vida de los digimons. ¡Estos humanos no pueden reemplazarme! Fue gracias a mí que se puedo encerrar a Yggdrasil en el Mar Oscuro hace doce mil años. Sin mí, los Jomons y toda la humanidad hubieran sido erradicados de la Tierra.

– Quizás estos niños piensan que hay otra forma de restablecer el equilibrio en nuestros dos mundos. Una forma que implicaría perturbar momentáneamente la armonía.

– ¿Cómo puedes decir tal cosa, Hackmon?

– No es porque sea su sirviente más fiel que no puedo pensar por mí mismo. ¿Por qué le diste a Meiko el símbolo de la justicia si no creías que Meicoomon podría resucitar?

– Esperaba forjar con ella el vínculo que perdí con Hikari, para poder guiar a los Elegidos.

– Pero tu plan no funcionó, no puedes hablar a través de Meiko. Piénsatelo bien, Señor: si estos niños logran resucitar a Meicoomon, su vuelta podría ser una ventaja para nosotros.

– Pero si no es el caso, te advierto ya: no dudaré en tomar medidas drásticas.

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Koushiro asintió, el teléfono pegado a su oído.

– Sí, eso es, en el ordenador de la Sra. Himekawa. Avíseme si tiene alguna dificultad para pasar los distintos niveles de seguridad y acceder al archivo de reboot. Buena suerte a usted también, Sr. Tagaya.

Cortó la llamada y dejó el móvil en su bolsillo; luego cogió su mochila, la puso sobre su hombro y bajó las escaleras para reunirse con sus amigos que lo esperaban afuera del hotel. Todavía era temprano pero el cielo despejado anunciaba un día cálido y el la humedad ya impregnaba el aire. Consultó su reloj: las ocho y media. El ferry a la isla de Yonaguni salía a las diez en punto y tenían que caminar una hora para llegar al puerto, del otro lado de la isla. Cuando llegaron, el barco ya estaba anclado en el muelle. Validaron su billete en una especie de terminal de ferry que disponía de varias taquillas, y caminaron hacia el muelle. El mar traslúcido golpeteaba el casco del barco, que tenía dos pisos cubiertos con asientos para pasajeros, así como un pasillo exterior para avanzar hacia la proa o subir a la cubierta superior. Subieron a bordo y se sentaron en unos asientos en cómodos asientos azules. Apenas sentado, Joe sacó un pequeño paquete de pastillas. Cogió dos de ellos y se los tragó con un sorbo de agua.

– ¿Qué estás haciendo otra vez? preguntó Daisuke.

– Dado que la travesía va a durar seis horas, tomo algo para no marearme.

– ¿Marearte? Pero, ¿cómo puede marearte cuando tu compañero es un digimon marino?

– ¿Te hago preguntas, yo?

– ¿La travesía va durar seis horas? se sorprendió Yamato. No pensaba que fuera tan largo.

– Es el único ferry que va a Yonaguni desde la isla Ishigaki, dijo Nishijima, y es la ruta más rápida.

Koushiro abrió su ordenador en su regazo y se conectó a la sala de servidores donde habían dormido los digimons.

– ¿Cuándo podremos salir? preguntó Agumon. ¡Quiero ver al mar!

– Tan pronto como el barco se va, dijo Iori.

En ese momento, el motor del ferry rugió, haciendo vibrar todas las ventanas. Sonó la señal de partida y los Elegidos sintieron que el barco se alejaba lentamente del muelle, produciendo unos grandes remolinos en el mar como el burbujeo de un jacuzzi. Poco a poco, la velocidad del ferry aumentó.

– Podemos salir ahora, dijo Miyako con entusiasmo.

Todos los Elegidos abrieron la puerta del pasillo exterior y se acercaron a la proa. Allí, Koushiro liberó a todos los digimons. Gomamon saltó a la barandilla: las olas rotas por la proa del barco lo asombraron.

– ¡Qué hermoso!

– Me recuerda la primera vez que nos fuimos de la isla Files en la espalda de Whamon, y que cruzamos el océano hasta el continente Servidor, recordó Tentomon.

A medida que el ferry se hacía a la mar la costa de Ishigaki se hizo cada vez más pequeña. El viento golpeaba el cabello de los adolescentes y transportaba rocío del mar. El barco cobró velocidad.

– Vuelvo adentro para sentarme, dijo Joe, cuya cara se había puesto ligeramente verde.

– ¿Ya? exclamó Gomamon. ¡Yo quiero quedarme afuera!

– Pues vete con Taichi.

– Voy contigo, le dijo Koushiro a Joe, seguido por Tentomon.

– He visto que hay mesas al aire libre en la cubierta de popa, señaló Daisuke. Podríamos sentarnos allí y jugar a las cartas, me llevé un paquete.

– Esa es una buena idea, asintió Ken.

Iori, Miyako, Mimi, Takeru y Hikari se unieron a ellos.

– Yo subo a la cubierta superior, dijo Sakae.

– Yo también, estuvo de acuerdo Taichi.

– Voy con vosotros, dijo Yamato.

Sora y el Sr. Nishijima los acompañaron. Meiko parecía dudar entre ir a jugar a las cartas o subir a la cubierta superior.

– Meiko… ¿quieres venir con nosotros? le preguntó Taichi.

La chica se sonrojó levemente y asintió con una sonrisa:

– ¡Sí!

Mientras el primer grupo se dirigía a la parte trasera del ferry, los demás subieron las escaleras de hierro que conducían a la cubierta superior. Agumon, Gabumon, Gomamon y Ryudamon los siguieron andando y Piyomon volando. Cuando llegaron arriba, se quedaron sin habla: la vista era increíble. Donde mirasen, el mar profundo e irisado por el sol brillaba. Al final de la cubierta se encontraba la cabina del piloto. Sakae, deslumbrada, deslizó su mochila de sus hombros y sacó un cuaderno y un lápiz. Se sentó con las piernas cruzadas e comenzó a dibujar, Ryudamon a su lado. El Sr. Nishijima se apoyó en la barandilla del puente y Gomamon saltó a su lado:

– ¿Le importa si yo también me quedo ahí?

– No, en absoluto, respondió con una sonrisa.

– Y yo también, ¿puedo? Agumon preguntó entonces, haciendo lo mismo.

– ¡Claro! se rio el profesor.

En el lado de estribor, Yamato y Sora se habían inclinado para ver el surco espumoso que el ferry abría en el agua. Yamato puso un brazo detrás de la espalda de Sora y la abrazó. La chica sonrió y apoyó la cabeza en su hombro. Detrás de ellos, Taichi contemplaba el océano al lado de Meiko: el infinito que se desplegaba ante sus ojos lo embriagaba: la brisa salada despertaba en él un afán de aventura. Sin embargo, ese horizonte azulado y sin fin le recordaba también la inmensidad de la tarea que aún tenían que cumplir. Giró la cabeza hacia Meiko y vio que un velo de tristeza había invadido su mirada.

– ¿Piensas en Meicoomon?

– Sí… me gustaría tanto que Koushiro y el Sr. Tagaya tuvieran éxito en su programa, pero sé que no tengo que alimentar demasiadas esperanzas. Si su proyecto no tiene éxito, ya he aprendido a vivir con la idea de que Meicoomon ya no estaría nunca a mi lado.

Taichi se acercó de ella y suavemente, cogió su mano. Meiko sintió que su corazón se aceleraba mientras Taichi se inclinaba hacia ella:

– Pase lo que pase, siempre serás una Niña Elegida. Quiero que estés convencida de ello.

Meiko se sonrojó. Levantó la cabeza hacia Taichi y se dio cuenta de que la miraba con ternura. Le sonrió y juntos volvieron a mirar el mar, en silencio.

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Daisuke, Ken, Miyako, Iori, Hikari, Takeru y Mimi jugaron tantas partidas de cartas como había de participantes, y cuando se cansaron decidieron dar una vuelta en el barco. Unas pesadas nubes grises oscurecían el cielo y el calor se hacía más sofocante. De repente se cruzaron con Sakae que bajaba de la cubierta superior, Ryudamon pisándole los talones.

– ¿Estabas allí arriba todo el rato? le preguntó Miyako.

– Sí, he dibujado la vista desde diferentes ángulos. Ahora me gustaría hacer más bocetos del barco. ¡Nos vemos más tarde!

En la sala cubierta donde se encontraban los asientos para los pasajeros, Koushiro suspiró una vez más y cerró su ordenador.

No sirve de nada, dijo, mirando a Joe. He perdido la conexión hace media hora.

– Mientras estábamos cerca de la costa, todavía tenías que captar, pero ahora que nos hemos hecho al mar debe ser imposible.

En ese momento, una silueta pasó cerca de las ventanas al lado de las cuales estaban sentados los dos chicos. Reconocieron a Sakae que se dirigía a la proa del barco con su entusiasmo habitual. Koushiro la vio sentarse, sacar un cuaderno y un lápiz y por unos segundos su mirada se detuvo en los rasgos llenos de vida de la chica. Joe se dio cuenta de su cara pensativa y sonrió:

– Sabes, ayer hubieras tenido que venir a la playa con nosotros… además de dinámica, Sakae es bastante guapa en bañador.

Koushiro sintió que se sonrojaba y se volvió hacia Joe.

– ¡Vaya, la observaste por lo que veo! Me pregunto qué pensaría Chisako de todo esto...

– Tranquilo, solo una observación objetiva.

En ese momento alguien gritó:

– ¡Es la isla Yonaguni!

– ¡Ven! le dijo Joe a Koushiro.

Los dos adolescentes salieron a estribor y se unieron a los otros Elegidos en la proa. Delante de ellos se estiraba una delgada e irregular línea marrón de tierra. A medida que se acercaba el ferry, distinguieron mejor el relieve de la isla y de sus promontorios rocosos que se elevaban por encima del mar. El barco bordeó la costa hasta una bahía dominada por un faro debajo del cual se encontraba el puerto. Acostaron a las cuatro de la tarde en punto: el sol se acercaba al horizonte para hundirse en él, atravesando las nubes oscuras de sus últimos rayos.

– Será de noche dentro de una hora, dijo el Sr. Nishijima, y una gran parte de esta isla no está iluminada por ninguna red eléctrica. No tiene sentido comenzar nuestra investigación ahora, vayamos a descansar al hotel.

– ¿Aquí también la Agencia nos ha reservado un hotel? se sorprendió Iori. Tiene muchos recursos.

– Digamos que ese viaje no es tan caro si lo comparamos a los gastos que hacemos en material informático, observó el profesor. Sin embargo, no creo que la Agencia refinanciará tan pronto una escapada como la nuestra.

Los Niños Elegidos se rieron y tomaron la dirección del hotel.

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Al día siguiente se levantaron temprano, tomaron un buen desayuno y salieron del hotel con sus mochilas para empezar su investigación. Habían acordado que los digimons permanecerían en el ordenador de Koushiro salvo que los necesitasen.

– Bueno, ¿cómo nos organizamos? preguntó Yamato.

– Primero, resumamos la información de la cual disponemos, dijo Koushiro.

– Bueno, sabemos que la capital de los Jomons se construyó en esta isla hace doce mil años, comenzó Ken. Los Jomons eran entonces la civilización más avanzada que ha conocido la Tierra.

– En ese momento, continuó Hikari, la isla estaba unida al resto de Japón y del continente asiático, antes del final de la última edad de hielo.

– Y fue en un laboratorio de esta capital donde Gennai y su colega crearon el mundo digital utilizando la energía de la calcorita, continuó Takeru.

– Así que la calcorita todavía tiene que estar en la isla, finalizó Daisuke.

– La pregunta es ¿dónde? dijo Joe.

– En mi opinión, tenemos que alejarnos del centro de la ciudad, dijo Taichi. Si nunca se ha descubierto la calcorita es porque no se encontraba en un lugar habitado.

– Podemos investigar la parte salvaje de la costa, sugirió Miyako.

– Un minuto, los detuvo Sora. ¿Se podría que la calcorita esté enterrada? Si es el caso, ¿cómo la vamos a encontrar?

– Creo que nuestros digivices reaccionarán cuando estemos cerca de ella, dijo Koushiro. Por lo tanto, si uno de nosotros siente que su digivice brilla, es que nos estamos acercando de nuestro objetivo.

– ¡Vamos! decretó Daisuke.

Todos asintieron y se pusieron en marcha. Siguieron un largo camino que ascendía gradualmente desde el puerto hasta dominar unos acantilados cubiertos de vegetación. Sus flancos caían abruptamente hasta las orillas de arena gris en las que las olas del mar rompían. En la cima de los acantilados, una amplia meseta recubierta de césped se extendía hasta donde alcanzaba la vista. En el centro de la isla, unas pequeñas montañas se alzaban hacia el cielo despejado. Hacía casi tanto calor en Yonaguni como en Ishigaki, pero afortunadamente los adolescentes se habían llevado unas botellas de agua. Rápidamente se dieron cuenta de que la isla estaba prácticamente deshabitada. Pasaron delante de un gran cementerio en el cual buscaron una pista que hubiera podido llevarlos hasta la calcorita, pero no encontraron nada. Continuaron su camino bajo el sol cuando de repente, Meiko exclamó:

– ¡Mirad, hay caballos!

Tenía razón: en la meseta que dominaba el mar pastaban tranquilamente unas decenas de caballos ocres.

– ¡Son pequeñitos! se dio cuenta Sakae.

– ¡Claro! exclamó Iori. Es una raza que solo vive en la isla Yonaguni, lo leí en un libro.

Cuando pasaron delante de los equinos, se dieron cuenta de que eran apenas más grandes que los ponis.

– Qué monos, dijo Mimi.

Caminaron durante casi dos horas sin que sus digivices detectaran la menor presencia de la calcorita. Desanimados, regresaron al puerto y se compraron unos bocadillos. Se sentaron en un muro bajo frente al mar y comieron mientras reflexionaban.

– Lo cierto, observó el Sr. Nishijima, es que la calcorita sigue existe, sino el mundo digital ya habría desaparecido.

Pero hemos explorado los dos tercios de la isla sin que nuestros digivices emitieran una sola señal, suspiró Miyako. Aunque se hubiera encontrado bajo tierra, hubiéramos tenido que detectarla.

– Lógicamente, dijo Daisuke, tendría que estar en una parte antigua de la isla.

De repente notó a dos hombres hablando, que tenían unas cajas llenas de pescados a sus pies. Dos pescadores. Probablemente conocían bien la isla. Daisuke se puso de pie de un salto y fue a su encuentro.

– ¡Buenos días! Con mis amigos somos turistas de paso y no conocemos bien a Yonaguni, ¿quizás podáis ayudarnos?

– ¿Qué quieres saber? le preguntó uno de los dos hombres.

– ¿Cuál es el lugar más antiguo de la isla?

Los dos hombres intercambiaron una mirada, perplejos.

– El cementerio, tal vez, bromeó uno de los dos hombres. Sino, tenemos un pequeño museo etnográfico, pero el resto de la ciudad no es muy viejo.

– Luego, murmuró el otro, no está realmente en la isla, pero muchos buceadores van a la estructura submarina de Yonaguni.

– ¿La estructura submarina de Yonaguni? repitió Daisuke, intrigado.

– Sí, es una especie de pirámide bajo el mar, pero los científicos no se ponen de acuerdo para decir si es una construcción humana o natural. A muchos de ellos les parece impensable que haya sido edificado por el hombre, porque tendría al menos diez mil años de antigüedad y en aquella época nadie sabía cómo construir tales edificios. Lo que es cierto es que atrae a muchos turistas que bucean aquí.

Daisuke agradeció a los dos hombres y se unió a sus amigos.

– Solo hemos buscado en la isla, ¡pero hemos olvidado que hace doce mil años el nivel del mar era mucho más bajo de lo que es hoy! exclamó con júbilo.

– ¡Claro! asintió Taichi. La calcorita como el resto de la capital de los Jomons ha quedado sumergida...

– Y como la calcorita no se corroe, no la ha tenido que afectarla, añadió Koushiro, impresionado.

– Esta pirámide es probablemente la de la capital de los Jomons, dijo Daisuke. Los científicos dicen que los hombres no pudieron edificar este monumento porque sería demasiado antiguo, pero sabemos que los Jomons formaban una civilización muy avanzada antes del reboot de la Tierra.

– Tienes razón, la calcorita está probablemente dentro de la pirámide, susurró Hikari.

– Tenemos que ir allí, dijo Iori.

– ¿Estos pescadores nos podrían llevarnos? preguntó Taichi.

– ¿Quizás sea mejor que vayamos solos? señaló Joe. Si encontramos la calcorita, lo mejor es que nadie esté al tanto de su existencia.

– Es cierto, pero ninguno de nosotros sabe conducir un barco.

– Yo puedo hacerlo, declaró el Sr. Nishijima. Bueno, si es un barco pequeño.

Todos los adolescentes lo miraron con los ojos abiertos como platos: no podían imaginarse a su profesor pilotando un bote.

– Formaba parte del entrenamiento todo-terreno de las fuerzas armadas de las cuales que depende la Agencia, explicó el Sr. Nishijima, como si él mismo considerara esa habilidad como una rareza.

– Vale, entonces podría funcionar, dijo Taichi. Se puede probablemente alquilar una lancha en esta isla.

– Una cosa, les interrumpió Daisuke. Me han dicho los pescadores que la gente va a esta pirámide con un equipo de buceo, ya que se sitúa a treinta metros bajo el agua.

– No te preocupes, le aseguró Iori. Si Armadillomon se convierte en Submarimon, podremos explorar el sitio.

– Estaría bien que no vayas solo, señaló Sora.

– Gomamon también es un digimon acuático, dijo Joe, podría con ir Iori si tengo un equipo de buceo.

– ¡Y yo podría ir con Sakae! exclamó Ryudamon.

– ¿Nosotros? se sorprendió Sakae. Pero no eres un digimon acuático, Ryudamon.

– ¡Claro que lo soy! Aunque pueda volar, los dragones siempre han sido criaturas acuáticas.

– ¿En serio? En ese caso, podríamos ayudaros, dijo la chica a Iori y Joe.

– Vale, alquilemos dos equipos de buceo entonces, dijo Taichi.

– ¿Quién va a pagar todo esto? preguntó Yamato.

– La Agencia, por supuesto, respondió el Sr. Nishijima con una sonrisa.

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El Sr. Nishijima hizo girar la llave de encendido de la gran lancha motora: el motor rugió y expulsó chorros de agua por sus circuitos de enfriamiento.

– ¡Todos a bordo!

En la orilla, Mimi no pudo contener la risa que había intentado esconder desde que habían salido de la tienda de material de buceo. Joe, rojo como un tomate, refunfuñó:

– ¡Ya está bien! Vas a dejar de reírte, ¿o no?

– Es que... ¡no puedo evitarlo! ¡Te pareces demasiado a un pingüino!

Ante estas palabras, todos los Elegidos se volvieron hacia el adolescente y lo observaron de los pies a la cabeza. Con su mono de neopreno y su capucha subida hasta la barbilla, Joe hacía realmente pensar a un pingüino un poco embutido en sus plumas; y la máscara que le colgaba del cuello no mejoraba su aspecto. Molesto, Joe se inclinó y agarró el chaleco al cual había atado la botella de oxígeno.

– Sabes ¡no has sido tú quien tuvo que memorizar cómo funciona esta cosa en un tiempo récord!

– He escrito todo en un papel para releerlo, dijo Sakae que se unía a ellos.

La chica también llevaba un mono, chaleco y una botella de oxígeno, pero se había dejado el pelo al aire libre por el momento. Koushiro no pudo evitar notar cómo ese traje subrayaba sus formas femeninas, y cuando se dio cuenta de que se sonrojaba, movió con la cabeza y volvió a concentrarse en su ordenador para hacer salir a Gomamon, Ryudamon y Armadillomon de la sala virtual donde se encontraban.

– Sabes, Joe, dijo Yamato, mientras no hemos llegado a la estructura submarina, puedes quitarte la capucha.

– ¿Tú crees? dijo Joe, un poco dubitativo respeto a su capacidad en volver a ponerse la capucha una vez que habría subido a bordo.

– ¿Vamos? preguntó Takeru.

Todos los adolescentes se quitaron los zapatos, se recogieron los pantalones y se subieron al gran zodiaco que podía acoger hasta veinte personas. Iori se quedó en pantalones cortos y una camiseta: con su digimon no necesitaría llevar un mono. El Sr. Nishijima giró el timón: el barco neumático saltó hacia adelante y se alejaron de la playa. Rodearon la isla para alcanzar al sitio que los pescadores les habían indicado, y no tardaron en llegar al relieve descrito por los dos hombres.

– Si nos fiamos en lo que dijeron, la estructura submarina tendría que estar por aquí, dijo Nishijima, apagando el motor.

Los Elegidos se inclinaron hacia el agua de un azul profundo.

– No se ve nada, dijo Mimi.

– Normal si la pirámide se encuentra treinta metros de profundidad, dijo Ken.

– Bueno, es hora que actuamos, dijo Iori, poniéndose de pie. Armadillomon, ¿estás listo?

– ¡Cuando quieras, Iori!

El joven blandió su digivice y gritó:

– ¡Hiper-digievolución!

El cuerpo de Armadillomon se iluminó y el digi-huevo de la responsabilidad le permitió evolucionar en Submarimon, el digimon de las profundidades. El gran pez espada robótico con dos pares de aletas laterales se echó al agua. Su largo pico se erizaba de púas como un arpón.

Submarimon abrió la cápsula que llevaba en su espalda y Iori se acostó dentro, boca abajo. En cuanto su compañero estuvo listo, el digimon cerró la capsula y se sumergió. Mientras tanto, Joe había sacado su digivice para permitir que Gomamon evolucionara en Ikkakumon. Se abrochó el chaleco, se puso las aletas, se cubrió la cara con la máscara y se metió el regulador de presión en la boca. Pasó por encima del borde del barco semirrígido y se echó al agua: la temperatura del mar era tan templada como la de la isla de Ishigaki. Apretó el botón que permitía que su chaleco se inflara para no hundirse: el aire lo llenó y lo llevó a la superficie. Sacó la cabeza del agua y dijo:

– Sakae, quédate aquí por el momento. Vamos a hacer una primera prospección con Iori. Si necesitamos tu ayuda, te avisaremos.

– Vale.

Joe se repuso el regulador en la boca y desinfló su chaleco. En unos pocos segundos, desapareció bajo la superficie.

Bajó gradualmente en las profundidades. Al final, este equipo de buceo no era tan complicado de manejar. Durante varios segundos, no vio nada más que el azul intenso del mar: delante, por encima de su cabeza y por debajo de sus pies, el azul era omnipresente y sin horizonte, atravesado por los rayos del sol que se hacían cada vez más tenues a medida que se hundía. Solo las burbujas que exhalaba perturbaban el silencio de este universo que era tan diferente al mundo terrestre. De repente distinguió a Ikkakumon que ya se encontraba mucho más profundo que él. Joe inclinó la cabeza hacia abajo y aleteó. Poco a poco, empezó a percibir una forma masiva.

Una imponente construcción de piedra se reveló en la turbia atmósfera del fondo marino: parecía medir decenas de metros de altura, hasta tal punto que Joe sintió como si estuviera aterrizando en el techo de un palacio. Su forma rectangular constaba de tres terrazas a las que daban acceso unas escaleras laterales recubiertas por el musgo submarino. Joe notó en ese momento que Submarimon y Iori ya estaban navegando alrededor de la pirámide: se unió a ellos con Ikkakumon. Cuando llegaron al pie de la estructura de Yonaguni, pudieron contemplar su impresionante arquitectura e imaginar la majestuosidad que el edificio tuvo que haber poseído cuando estaba aún emergido. Submarimon giró hacia Ikkakumon y Joe:

– Iori me dice que las paredes son demasiado lisas para ser naturales. No hay ninguna duda, esta estructura es la pirámide de la capital de los Jomons.

Joe asintió. La calcorita tenía que estar en algún sitio alrededor de la pirámide, quizás dentro. Sacó su digivice de su chaleco y nadó hacia Submarimon. Le enseñó el dispositivo electrónico a Iori para animarle a que sacara el suyo. El adolescente, boca abajo en la cápsula, asintió y lo colocó delante de él.

– Propongo que nos dividamos en dos grupos para investigar mejor, dijo Submarimon.

Sus amigos asintieron y el digimon se fue hacia la izquierda, mientras Joe se iba a la derecha con Ikkakumon. Peces de todos los tamaños los rodeaban, moviéndose pacíficamente en este mundo acuático que ahogaba los sonidos del mundo exterior. Dentro de la cápsula, Iori levantó de repente un dedo:

– ¡Mira, Submarimon! Hay una grieta que permite entrar desde arriba entre las paredes de la pirámide. ¿Puedes acercarte?

– ¡Sin problema!

Submarimon movió su aleta hacia la derecha y se dirigió hacia la brecha; entre las paredes de la pirámide la luminosidad se reducía aún más. La grieta en la cual habían entrado formaba un largo pasillo recto que atravesaba toda la pirámide. Iori miró su digivice: todavía no emitía ninguna luz. De repente, el pasaje que estaban siguiendo se redujo a un cuello de botella.

– Ay… creo que no puedo ir más lejos, soy demasiado grande para pasar por este agujero.

– Es verdad, admitió Iori. Vamos a buscar a Joe. Solo lleva su botella a la espalda, tendría que poder pasar aquí.

Salieron de la grieta y pasaron por encima de la pirámide para encontrar al chico. Giraron alrededor de la estructura durante varios minutos sin ver nada más que peces. De repente, Submarimon exclamó:

– ¡Veo a Ikkakumon!

El digimon se encontraba por encima que ellos, en compañía de Joe. Los dos observaban un relieve situado en uno de los pisos de la pirámide, cuya forma recordaba una tortuga. Una escultura del período Jomons, supuso Iori. Submarimon se unió a ellos y les explicó lo que habían descubierto con Iori.

– Tienes razón, Joe puede probablemente pasar por este agujero, asintió Ikkakumon.

Todos nadaron hacia la grieta y encontraron el cuello de botella. Joe observó la estrecha rendija y asintió. Aleteó con agilidad y se deslizó en el hueco. Cuando salió del otro lado, se encontró frente a dos megalitos de impresionantes dimensiones.

Uno había sido erigido contra la pared de la pirámide y el otro estaba pegado a primero. Solo una fina hendidura los separaba. Joe miró hacia arriba: el espacio no estaba cerrado, por lo que Ikkakumon y Submarimon tenían que poder pasar por encima de la grieta para unirse con él. En ese momento, un rayo de luz llamó su atención. Miró su chaleco y su corazón se aceleró: en su bolsillo, su digivice se había encendido. Lo sacó inmediatamente: el dispositivo electrónico brillaba intensamente; la calcorita tenía que estar muy cerca. Joe volvió a pasar por el cuello de botella y se unió a sus compañeros para enseñarles su digivice, que seguía parpadeando levemente. Les indicó que pasaran por encima de la grieta y se unieran a él en el otro lado. Así lo hicieron y descubrieron los megalitos. En ese momento, el digivice de Iori se iluminó a su vez.

– Nos estamos acercando, confirmó Ikkakumon.

Todos nadaron hacía a los megalitos y los observaron con atención. Iori pensó que la hendidura entre las dos piedras recordaba la ranura que hay entre los dos batientes de una puerta. ¿Y si… si estos megalitos fueran la puerta de un camino que les llevaría a la calcorita?

– ¡Submarimon, dile a Joe que pegue su digivice contra la piedra! dijo Iori a su digimon.

Submarimon transmitió el mensaje y Joe lo hizo: cuando puso su digivice en la grieta resonó un crujido grave en el agua, como el grito de una ballena. Bajo los ojos estupefactos de los digimons y de sus compañeros, los dos megalitos empezaron a moverse y separarse... y detrás de esa puerta prehistórica apareció un túnel, oscuro y estrecho, que parecía hundirse en la pirámide. El hueco medía como máximo un metro de diámetro. Joe sabía que podría pasar, pero Ikkakumon y Submarimon nunca podrían seguirlo en este túnel sinuoso. Los digimons se dieron cuenta de este problema. Esta galería no inspiraba confianza a Joe. Enseñó la superficie a Ikkakumon, Submarimon y Iori: quería volver al aire libre para hablar con sus amigos. Todos asintieron y nadaron hacía la superficie; hicieron una breve parada de descompresión.

Cuando salieron del agua, todos los Elegidos se inclinaron hacia ellos con avidez.

– ¿Entonces? ¿La habéis encontrado? preguntó Daisuke.

– Sí, dijo Joe. Es enorme, es imposible no verla. Nos hemos adentrado en una grieta más allá de la cual se encuentran dos megalitos unidos entre sí. El digivice de Iori y el mío se iluminaron tan pronto como nos acercamos a estas piedras. Formaban una puerta detrás de la cual hay un túnel que discurre por debajo de la pirámide.

– ¡La calcorita tiene que estar al final! exclamó Taichi.

– El problema, señaló Submarimon, es que este túnel es muy estrecho. Ikkakumon y yo no podemos entrar allí.

– ¿Y si abrís un pasaje más con vuestras ataques? sugirió Yamato.

– ¡Ni os ocurra! exclamó Koushiro. La pirámide podría colapsar sobre sí misma.

– Si evoluciono en Hisyaryumon, mi cuerpo será lo suficientemente flexible como para deslizarse en este túnel, propuso Ryudamon.

– He tenido la misma idea, dijo Joe. Sakae, Ryudamon, vamos a necesitar vuestra ayuda.

– De acuerdo, dijo la chica, sacando su digivice. Hay que encontrar la calcorita. Ryudamon, ¿estás listo?

El pequeño digimon asintió y el digivice de Sakae se iluminó: el cuerpo de Ryudamon empezó a crecer, una armadura negra cubrió su espalda y sus piernas y apareció Ginryumon. Luego, el símbolo de Sakae brilló y Ginryumon se convirtió Hisyaryumon, el dragón brillante con el casco de samurái, y se sumergió en el mar. Sakae se echó al agua e infló su chaleco para mantenerse a la superficie.

– ¿Lista? le preguntó Joe.

– ¡Lista!

Se pusieron el regulador de presión en la boca y se sumergieron con Iori y Submarimon. Juntos, volvieron a bajar hacia la pirámide. Cuando Sakae descubrió la inmensa estructura, sus ojos se agrandaron detrás de su máscara. Recuperó el sentido y nadó hacia sus compañeros, que ya se dirigían hacia la grieta. Joe entró el primero en el cuello de botella, seguido por Sakae e Hisyaryumon. Ikkakumon y Submarimon pasaron por encima de la pared. Tan pronto como estuvieron del otro lado, los digivice de los adolescentes empezaron a brillar otra vez. Joe le indicó a Sakae la puerta megalítica y el túnel que entraba debajo de la pirámide. La chica volvió hacia su digimon y la interrogó con la mirada. Hisyaryumon asintió: podría entrar en esta galería. Con una voz profunda dijo:

– Vamos. Joe, Sakae, seguidme.

El dragón movió su largo cuerpo y se deslizó en el túnel. Joe y Sakae aletearon para penetrar a su vez pasaje: en el interior no filtraba ninguna luz. Afortunadamente, las esferas esmeralda y bermellón que Hisyaryumon tenía entre sus garras iluminaban su camino. Siguieron el estrecho túnel durante varios minutos en la penumbra. De repente, el cuerpo de Hisyaryumon desapareció y el pasaje se agrandó. Sakae y Joe desembocaron en una gran cueva de piedra oscura, llena de equipos electrónicos corroídos por el agua y el tiempo. La espuma subacuática recubría todo, a la excepción de un pilar apoyado contra la pared central. En esta columna lisa de aspecto cobrizo se había creado una alcoba circular, cerrada por una pequeña ventana, donde flotaba una bola pulida de metal que brillaba como el oro. ¡La calcorita! pensaron Joe y Sakae al mismo tiempo. La habían encontrado. Sacaron sus digivices: brillaban más intensamente que nunca. Hisyaryumon se acercó al pilar y golpeó suavemente el cristal de la alcoba con su cola. El vidrio se rompió, dando acceso a la calcorita. Joe lo agarró y lo sacó de su nicho.

En este instante un tronido resonó por toda la pirámide. El agua amplificó el sonido que se volvió rápidamente ensordecedor, como el rugido de un monstruo de las profundidades. Unas grietas aparecieron en las paredes de la cueva y la presión del agua aceleraron el proceso: decenas de piedras empezaron a caer del techo y las paredes. Sakae y Joe sintieron que su corazón se aceleraba.

– ¡Rápido, salgamos de aquí! exclamó Hisyaryumon.

Joe y Sakae nadaron a toda velocidad hacia el túnel. En ese momento, un bloque cayó del techo y bloqueó la entrada al pasaje. ¡No! pensó Joe con pánico. Hisyaryumon se colocó por encima de los adolescentes y protejo del derrumbe; tenían que salir de esa cueva a toda costa. Joe agarró su digivice y lo apretó con fuerza.

Del otro lado del túnel, el estruendo había llegado a oídos de Submarimon e Ikkakumon.

– Pasa algo, dijo Iori con ansiedad.

En ese momento, el cuerpo de Ikkakumon se iluminó: el digimon sintió que una oleada de energía lo invadía y dijo:

– Joe está en peligro. Nos necesitan.

Entonces su cuerpo y sus músculos crecieron, un martillo aparecía en su mano. Evolucionó en Zudomon y giró hacia Submarimon:

– Tenemos que despejar este túnel.

– Vale, asintió Iori.

Zudomon levantó el brazo y lanzó su martillo con todas sus fuerzas contra la pared de la pirámide:

– ¡Chispa de martillo!

– ¡Torpedo de oxígeno! dijo Submarimon.

Sus ataques entraron en el túnel y en vez de abrir un pasaje hicieron que la galería colapsara aún más.

– ¡Parad! se asustó Iori. ¡Estamos empeorando las cosas!

– ¡No hay otra manera, tenemos que agrandar este hueco para que puedan salir! respondió Zudomon.

En la cueva subterránea, las paredes se agrietaban y las piedras llovían por todos los lados. Hisyaryumon concentraba sus fuerzas para proteger a Joe y Sakae, pero le empezaba a faltar fuerzas.

– Sobre todo, la calcorita no tiene que dañarse, dijo el dragón, o el mundo digital podría desaparecer.

Una piedra rozó repentinamente a Joe, arrastrándolo al suelo. La violencia del golpe le hizo soltar la calcorita, que rebotó en las losas de piedra. Sakae, en pánico, nadó hacia la bola dorada y la recuperó a tiempo. Luego se unió a Joe, que parecía un poco aturdido, pero rápidamente recuperó el sentido. Sakae entonces se dio cuenta de que su botella de oxígeno había sido abollada y notó que un hilo de burbujas se escapaba del envoltorio de metal. ¡Una fuga! Sakae tomó el manómetro que colgaba del chaleco de Joe que permitía controlar la presión y la cantidad de aire disponible en la botella. La flecha del manómetro caía a toda velocidad. Angustiada, le enseño el aparato a Joe, quien a su vez comprendió: pronto se quedaría sin oxígeno. Hisyaryumon también lo entendió. Lanzó sus bolas esmeralda y bermellón hacia el túnel un en intento desesperada para abrir un pasaje.

Del otro de la galería, Zudomon y Submarimon estaban empleando todas sus fuerzas para tratar de salvar a sus amigos antes de que fuera demasiado tarde. Submarimon estaba perforando directamente en la pared con su nariz dentada, pero cuanto más luchaban, la cueva más colapsaba.

Joe sintió que tenía que esforzarse cada vez más para respirar: empezaba a faltarle el aire. Con la calcorita en una mano, Sakae agarró el brazo del chico, se quitó la punta del regulador de presión de la boca y se la llevó a la boca de Joe: quería compartir su aire con él. Joe entendió y agarró el regulador. Respiró hondo, mientras Sakae contenía la respiración. Luego la chica recuperó el aparato y respiró de nuevo. Se intercambiaron el regulador para que Joe ahorrara el aire que le quedaba en su botella. Sin embargo, Sakae sabía que no aguantarían mucho tiempo así. De repente, en medio del estruendoso rugido del colapso oyeron dos sonidos diferentes. Uno producía un ruido metálico contra la piedra y el otro sonaba como una sierra caladora. El bloque que obstruía el túnel fue expulsado brutalmente por los ataques de Zudomon y Submarimon. Joe, Sakae e Hisyaryumon se alejaron justo a tiempo, mientras los dos digimons se apresuraban en el túnel para entrar en la cueva submarina.

– ¡Rápido! les dijo Hisyaryumon. Joe tiene una fuga en su botella, ¡llevadlo a la superficie!

Joe sintió que el oxígeno ya no le llegaba a la boca. Contuvo la respiración mientras Zudomon lo abrazaba y rezó para que el ascenso fuera rápido. Submarimon zigzagueó para evitar que les cayeran piedras encima.

– ¡Submarimon, lleva también a Iori a un lugar seguro, todo está colapsando! exclamó Hisyaryumon. Sakae, ¡vámonos!

La chica asintió y aleteó con fuerza. En ese momento, toda una sección de la pared se derrumbó y tuvo que apartarse para no ser aplastada. Del susto la calcorita se le escapó y rodó por el suelo. ¡No! pensó Sakae para sus adentros. Volvió por atrás y cogió la bola dorada. Al mismo tiempo, un rugido resonó a su alrededor como un huracán: toda la pirámide se agrietó y comenzó a colapsar sobre sí misma.

– ¡Sakae! gritó Hisyaryumon.

Se dio la vuelta y se puso por encima de la chica para protegerla. Las piedras cayeron sobre su armadura: la dañaron, la destrozaron, aplastaron al dragón. Hisyaryumon se desplomó, herido: la pirámide era demasiado grande, demasiado pesada, la carga era insostenible, no podía aguantar contra una estructura tan masiva. Se acurrucó encima de Sakae para preservarla a toda costa. En ese momento, el digivice y el símbolo de la chica emitieron una luz incandescente.

La pirámide de Yonaguni se derrumbó sobre misma con el estruendo de un barco naufragado. Iori y Submarimon se habían alejado del inmenso colapso sin volver a la superficie todavía. Iori buscaba a Sakae y Hisyaryumon con la mirada, en pánico.

– ¿Les ves, Submarimon?

– No, no veo nada...

Las piedras seguían cayendo unas sobre otras, destruyendo por completo la cueva subterránea en la cual se encontraba la calcorita.

– No, no pueden haber… susurró Iori, sin atreverse a terminar su frase.

En ese momento, un rugido más fuerte que el trueno del colapso se propagó por el mar. El techo de la estructura de Yonaguni fue brutalmente pulverizado y las piedras estallaron como una erupción submarina. Una criatura enorme surgió de las profundidades de la pirámide: su cuerpo brillaba bajo la luz vacilante del sol en el agua. Iori y Submarimon descubrieron un gran dragón con escamas doradas y una cabeza cubierta por un kabuto adornado con plumas moradas. El impresionante digimon desplegó dos brazos con los cuales sostenía dos enormes sables. Iori entendió: había destrozado el techo de la pirámide con esas armas. Su cola terminaba en un hacha de gancho dorado y unas protecciones de samuráis cubrían sus hombros. Sus ojos tenían exactamente el mismo color verde que los de Hisyaryumon.

– ¡Es el digimon de Sakae! exclamó Submarimon. ¡Ha digievolucionado!

– ¿Dónde está Sakae? dijo Iori preocupado.

– ¡La lleva en brazos!

Tenía razón: el dragón dorado sostenía el cuerpo sin vida de su amiga, y en su boca brillaba una pequeña bola de metal pulido.

– ¡La calcorita! exclamó Iori, aliviado.

El gran dragón nadó con rapidez hacia a la superficie; Submarimon aceleró para seguirlo.

En el barco semirrígido, los Niños Elegidos habían observado con preocupación el burbujeo del mar : algo estaba pasando debajo el agua. Inquietos, se inclinaron.

– Digimon acuático o no, si no vuelven ahora, me echo al agua, dijo Taichi.

– Espera, le detuvo Yamato.

En ese momento apareció Zudomon, que llevaba Joe en sus brazos. El adolescente, que había estado a punto de ahogarse, tomó una gran bocanada de aire fresco. Zudomon nadó hasta la isla Yonaguni y dejó a su compañero en la arena, sano y salvo. Unos pocos segundos después, el agua se agitó de nuevo: Submarimon emergió, Iori en su cápsula.

– ¿Estáis bien? ¿Dónde están Sakae e Hisyaryumon? le preguntó Daisuke.

Le respondió una gigantesca ola de agua, como el chorro de un géiser. Un dragón dorado, que ninguno de los Niños Elegidos había visto antes, irrumpió en la superficie. Extendió unas alas negras de aspecto metálico y se elevó en el aire. Todos reconocieron a Sakae en sus patas. El dragón la llevó a la playa de Yonaguni donde la colocó delicadamente a la chica.

– ¡Unámonos a ellos! exclamó Koushiro.

El Sr. Nishijima encendió el motor y se dirigieron hacia la costa. Submarimon los siguió y dejó a Iori en la arena, antes de retransformarse en Armadillomon. Cuando los Elegidos llegaron a la tierra, Sakae estaba recuperando lentamente la conciencia. Se enderezó, jadeando, parpadeó y levantó la cabeza. Entonces vio el majestuoso dragón dorado que le había salvado la vida. Apartó unos mechones húmedos de su frente y miró intensamente al digimon:

– ¿Hisyaryumon?...

– Tenía que protegerte, Sakae, y para eso tenía que volverme más fuerte. Fue ese sentimiento que me permitió evolucionar. Soy Ouryumon ahora.

– Ouryumon, repitió, impresionada.

El dragón luego inclinó la cabeza y abrió lentamente la boca: la bola de calcorita estaba intacta.

– ¡La encontrasteis! exclamó Daisuke con una gran sonrisa.

– Increíble, dijo Hikari.

– ¡Bien jugado chicos! los felicitó Taichi.

– ¿Qué pasó debajo del agua? preguntó Miyako.

– La pirámide se derrumbó, explicó Iori.

– Tan pronto como tocamos la calcorita, todo se puso a temblar y las paredes se agrietaron, dijo Sakae. Una piedra cayó encima de Joe y perforó su botella de oxígeno.

– Por suerte, Zudomon te llevó a tiempo, le dijo Takeru.

– Sí, asintió Joe, levantándose, con el aliento todavía corto.

Miró a su compañero, cuyo cuerpo se iluminó para convertirse de nuevo en Gomamon, y lo tomó en sus brazos.

– Gracias, me salvaste la vida.

– Alguien tiene que impedirte hacer cocas estúpidas, dijo Gomamon con una sonrisa.

– Y tú, Sakae, ¿te quedaste bloqueada? le preguntó a su hermana Meiko.

– Sí. Al salir de la cueva subterránea, se me escapó la calcorita. Hisyaryumon ha querido protegerme, pero la pirámide era tan pesada, tan colosal...

– Ahí fue cuando digievolucionó, ¿verdad? entendió Mimi.

– Sí.

– Es fascinante, dijo Koushiro.

– Gracias, Ouryumon, susurró Sakae. Sin ti, no hubiéramos recuperado la calcorita.

– Para mí, lo más importante es que estés bien, dijo el dragón dorado con gravedad.

En ese momento, su cuerpo se iluminó y se retransformó. Cuando el resplandor que lo envolvía se extinguió, un pequeño digimon se encontraba a los pies de Sakae. Los ojos de la chica se agrandaron:

– ¿No has vuelto a ser… Ryudamon?

– No, respondió el pequeño digimon, después de una mega digievolución necesito regenerarme volviendo al nivel bebé: ¡mi nombre es Kyokyomon!

– ¡Qué lindo! exclamó Mimi.

Sakae tomó a Kyokyomon en sus brazos y lo abrazó. Sus amigos volvieron a centrar su atención en la bola dorada que habían sacado de las aguas. Taichi se inclinó y la cogió con delicadeza:

– Gracias por vuestra valentía y determinación. Finalmente hemos encontrado la calcorita.

– Es asombroso pensar que esta simple bola dorada ha permitido que el mundo digital exista durante doce mil años, observó Sora pensativamente.

– Esta bola no funciona sola, sino en resonancia con su doble que está en el mundo digital, recordó Iori.

– En cualquier caso, Yggdrasil ya no podrá hacerse con este, dijo Yamato.

– Tendremos que protegerla, dijo Daisuke.

– Entonces, vámonos de aquí y volvamos a Tokyo, dijo Nishijima. La Agencia será el lugar más seguro donde guardar la calcorita.