¡Buenas tardes a todos! Otra vez lo siento muchísimo por este mes de ausencia. Estoy preparando una mudanza para un nuevo trabajo, así que tengo que pensar en demasiadas cosas, pero no olvido esta fic, no os olvido a vosotros y no me gusta tardar tanto en actualizar.
Así que estoy de vuelta con un nuevo capítulo :) Os había dejado en el momento en el cual los Niños Elegidos encuentran la calcorita en la pirámide submarina de Yonaguni. Hoy vuelven en Tokio y un acontecimiento imprevisto va a precipitarlo todo... no digo más, ¡espero que os guste!
Gracias a todos los lectores que sigen leyendo esta historia a pesar de mis tardanzas, y gracias también a los que la están descubriendo, espero que esté a la altura de vuestras esperanzas.
¡Buena lectura!
Samy : muchas gracias por todos tus cumplidos sobre el capitulo anterior, espero que el nuevo te guste igual :)
Capítulo 54
– ¡Uf, por fin hemos llegado! suspiró Mimi. ¡Estoy muerta!
La joven bajó con sus amigos del autobús que les había llevado de vuelta a Tokio; el viaje les había parecido más largo que de ida. El mar se había desencadenado durante su travesía de Yonaguni a Ishigaki, el avión de regreso a Osaka había llegado tarde y acababan de pasar la noche en un autobús poco confortable. Se alegraban que hubieran encontrado la calcorita, pero empezaban a tener cansancio acumulado. Kyokyomon había vuelto a transformarse en Ryudamon; que hubiera conseguido evolucionar al nivel mega lo había hecho sentirse más cercano a sus compañeros digimons, que también podían alcanzar ese nivel.
Tan pronto como los Niños Elegidos llegaron a Tokio se fueron directamente a la Agencia administrativa, para poner la calcorita en el lugar seguro. Cuando el Director y el Sr. Mochizuki descubrieron la bola de metal dorado, se quedaron sin palabras.
– Así que fue este metal inoxidable lo que permitió a Gennai y su amigo crear el mundo digital, murmuró el Sr. Tagaya.
– Sí, y fue gracias a Ryudamon que pudimos recuperarla, explicó Sakae. ¡Digievolucionó al nivel mega y protejo la calcorita del colapso de la pirámide Yonaguni!
– ¿Del colapso? repitió el Sr. Mochizuki, estupefacto. ¿Quieres decir... que toda la estructura se derrumbó?
– Sí, desgraciadamente, confirmó Joe.
– ¿Alguien más que vosotros le sabe? Este sitio atrae a muchos buceadores, ¿no?
– Decidimos no decir nada, contestó Iori. Las autoridades pronto se enterarán de que la estructura se desplomó. Esperemos que no excaven los escombros. Nadie tiene saber que esta pirámide era relacionada con la calcorita y los digimons.
– Los fabricantes actuales de hardware se pelearían por tener un recurso como la calcorita, dijo Mochizuki pensativo.
– Por eso nuestro descubrimiento tiene que permanecer secreto, señaló Taichi. Sé que ustedes rendís cuenta directamente al Primer Ministro y al gobierno, pero les ruego que no les digan nada.
El Sr. Mochizuki y el Sr. Tagaya miraron al joven, sorprendidos por la audacia de su solicitud. Finalmente, asintieron.
– Mantendremos esta información secreta mientras Yggdrasil siga siendo una amenaza para la Tierra, prometió Tagaya.
En ese momento, Koushiro se acercó al director y le preguntó:
– ¿Usted pudo avanzar con en el programa para resucitar a Meicoomon?
– Sí, gracias a los datos que recuperó Hikari en la memoria del mundo digital pude recrear los códigos que corresponden al envoltorio carnal de Meicoomon.
– Por mi parte, dijo Koushiro, he estudiado el reboot que han sufrido nuestros digimons a partir de los datos que había recuperado en ellos. Quería entender cómo funciona este proceso para crear un programa que permitiera a Meicoomon renacer.
– ¿Y entonces?
– Tengo que admitir que me encuentro en un callejón sin salida: me faltan fases para crear un programa completo.
– Director, intervino el Sr. Nishijima, ¿pudo acceder al ordenador de la Sra. Himekawa? Su programa de reboot podría ayudarles a usted y a Koushiro.
– Entré en su ordenador, asintió el Sr. Tagaya. El archivo que concierne el reboot estaba protegido por numerosos sistemas de seguridad. Afortunadamente, nuestros ordenadores disponen de programas para descifrar los códigos rápidamente. He eliminado todas las barreras...
– ¿Todas? Sakae dijo, impresionada.
– Todas... salvo la última.
– Era demasiado bueno para ser verdad, dijo Daisuke.
– Es una contraseña particularmente difícil de descifrar, precisó Tagaya.
– Tenemos que acceder a este archivo, decretó Koushiro con firmeza. Me voy a quedar con usted esta tarde para ayudarle.
– Koushiro, tienes que descansar, le dijo Sora.
– Dormí en el autobús, estoy bien. Ya me he acostumbrado a este ritmo de trabajo.
– Sora tiene razón, Koushiro, insistió Iori. No podrás hacer nada si te agotas.
– No os preocupéis, estoy bien.
– Sabéis, intervino Meiko, tenemos otra opción para obtener esta contraseña.
Sus amigos se volvieron hacia ella, sorprendidos.
– ¿Cuál? preguntó el Sr. Mochizuki.
– Pedírsela directamente a la Sra. Himekawa.
Los Elegidos, el director y el Sr. Mochizuki abrieron los ojos, mientras el Sr. Nishijima sentía su corazón acelerarse.
– No sé si podemos confiar en ella, dijo el Sr. Tagaya con reticencia. Después de todo, nos traicionó.
– También permitió que Ken escapara de su prisión, respondió Meiko. Ha cometido muchos errores, pero creo que en lo profundo de su alma busca lo mismo que yo: la justicia. Estoy segura de que nos ayudará si se lo pedimos.
Hikari parpadeó y dio un paso adelante.
– Estoy de acuerdo con Meiko.
– Yo también, añadió Ken.
– Yo también, dijo el Sr. Nishijima. Director, escuche a Meiko y déle una oportunidad a la Sra. Himekawa, por favor.
El Sr. Tagaya miró intensamente a Meiko: la Sra. Himekawa había contribuido a que Meicoomon se desatara; era en parte responsable de que Meiko estuviera sin compañera digimon y sin embargo la chica quería en confiar en ella. ¿Cómo podía ser capaz de tal perdón? Sin duda, pensó el director, porque había conocido momentos oscuridad también.
– Vale. Nos damos hasta esta noche para descifrar la contraseña con Koushiro. Si a las ocho en punto no lo hemos conseguido, intentaremos contactar a la Sra. Himekawa.
– ¿Es posible? Está en el Mar Oscuro, dijo Yamato.
– El Mar Oscuro está conectado a la red global, al igual que el Mundo Digital, por lo tanto tendríamos que poder conectarnos con él.
– Mientras tanto, les dijo el Sr. Mochizuki al resto de los adolescentes, tendríais que iros a casa a descansar.
– Manténganos informados, dijo Taichi al director y a Koushiro.
– Te llamamos en cuanto tenemos algo, respondió Koushiro.
Los Elegidos salieron la oficina del director, con sus digimons pisándoles los talones. Meiko, sin embargo, permaneció en el despacho, su mirada clavada en el director y Koushiro.
– Me gustaría quedarme con vosotros, si no os importa. Es por mi compañera digimon que estáis haciendo tantos esfuerzos, me gustaría estar a vuestro lado para apoyaros.
– No hay problema, dijo Koushiro con un gesto agradecido de cabeza.
Sakae, que se había quedado un poco atrás, se acercó a los dos adolescentes.
– Voy a casa, Meiko, para cambiarme. También puedo cogerte ropa limpia si quieres.
– Sí por favor, si no te importa, respondió su hermana.
La joven se volvió hacia Koushiro, con las mejillas ligeramente rosadas, y apretó los labios, como si dudara en hablar.
– Tu piso, Koushiro, no está muy lejos del mío. ¿Quieres que pase por tu casa para cogerte algunas cosas?
Durante una fracción de segundos, el adolescente se imaginó Sakae llamando a la puerta de su casa y encontrándose con su madre. Entonces le vino a la mente todas las preguntas indiscretas que esta última podría hacerle a Sakae cuando se presentaría como una "amiga" de su hijo. Sintió que se sonrojaba y exclamó:
– ¡No necesito nada, estoy bien, gracias!
– Vale, al menos te traeré algo de comida, dijo la chica mientras salía de la oficina del director.
Koushiro la observó desaparecer en el pasillo que conducía hasta el ascensor, tratando de enfriar sus mejillas rojas. Meiko y el director tuvieron el buen gusto de no decir nada. Pronto, el chico se recuperó y se volvió hacia el Sr. Tagaya.
– ¿Empezamos?
– Vamos, asintió el director.
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Meiko salió del baño de las chicas donde se había puesto una falda y una blusa limpias. No había pasado mucho tiempo antes de que Sakae regresara a la Agencia con ropa y pastelitos que el director y Koushiro habían picoteado mientras trabajaban.
– ¿Qué tal Koushiro y mi padre? le preguntó Sakae a su hermana.
– Están dando vueltas. Los programas de descifrado de la Agencia son poderosos, pero no consiguen encontrar la contraseña de la Sra. Himekawa.
– Vamos a verlos.
Cuando las dos jóvenes chicas entraron en el despacho del Sr. Tagaya, Koushiro apoyó los codos en la mesa y se puso la cabeza entre las manos.
– ¡No es posible! ¿Cuántos caracteres especiales utilizó la Sra. Himekawa? Las combinaciones clásicas de las veintiséis letras del alfabeto y de los diez dígitos del teclado no son suficientes para descifrar el código, hemos integrado decenas de caracteres especiales ¡pero no conseguimos encontrar la solución!
– ¿Probasteis el nombre de su digimon, Bakumon? preguntó Meiko.
– Sí, asintió el director.
– ¿Los nombres de sus amigos fallecidos, Eiichiro, Ibuki y Shigeru?
– Sí.
– ¿El nombre y apellido del Sr. Nishijima? dijo Sakae.
– Sí.
– ¿Yggdrasil?
– Sí, pero tampoco funcionó, respondió Koushiro, molesto. Sin el programa de reboot de la Sra. Himekawa, ¡resucitar a Meicoomon nos va a llevar meses!
Meiko apretó los labios.
– Entonces no tenemos otra opción: hay que contactar directamente a la Sra. Himekawa.
El Sr. Tagaya y el Sr. Mochizuki miraron a Meiko, dubitativos. Koushiro seguía mirando fijamente la pantalla del ordenador donde la casilla de la contraseña permanecía roja.
– Vale, suspiró. Advierto a los demás.
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Cuando resonó el grito de Yggdrasil Maki Himekawa se tapó los oídos. Tan pronto como cesó el estruendo, la mujer se enderezó y terminó de subir las escaleras que conducían a la planta baja de la pagoda. Se acercó de puntillas a la puerta que daba sobre a la gran sala y escuchó. Había pasado casi una semana desde que Yggdrasil se había encerrado en esa habitación para realizar múltiples experimentos y pruebas. Había afirmado que gracias a su lectura del historial del mundo digital, podría salir del Mar Oscuro sin recurrir a la espora negra de Ken. Esta afirmación preocupaba a la Sra. Himekawa, sin embargo parecía que Yggdrasil todavía no había conseguido su objetivo. ¿Quizás hubiera sobrestimado sus habilidades? La mujer esperaba que sí. A estas alturas, los Niños Elegidos habían probablemente ya leído el historial. ¿Quizás incluso habían recuperado la calcorita en la isla Yonaguni? La Sra. Himekawa no escuchaba ningún ruido desde varios minutos, cuando de repente otro grito hizo temblar todas las paredes. La mujer sintió que la sangre se helaba en sus venas: esa vez había sido un grito de victoria. Le siguió por una llamada que parecía más un ladrido:
– ¡Piedmon! ¡Daemon y los demás! ¡Despertad de vuestro letargo y uníos a mí afuera, en el acantilado! ¡Apuraos! gritó Yggdrasil.
La Sra. Himekawa se apartó de la puerta y dio un paso atrás. Unos pocos segundos después, la puerta se abrió de golpe y Yggdrasil salió de la gran sala. Aunque sus labios permanecieran siempre inmóviles, sus ojos expresaba el triunfo que sentía. Se dirigió hasta la puerta principal de la pagoda y la abrió con la misma violencia: los Siete Señores Demoníacos y Piedmon ya lo estaban esperando, alineados en la cima del acantilado. Avanzó hacia ellos, majestuoso y aterrador, y dijo con una voz febril:
– Se acerca el momento de nuestra venganza. Por fin he terminado el programa que quería crear gracias a los códigos del historial.
– ¿Has... memorizado el historial todo entero, señor? dijo Piedmon, sin habla.
– ¿Te sorprende? replicó, levantando las cejas. Era el dios del mundo digital y manejaba más códigos aun cuando daba vida a los digimons. De todas maneras, ya lo he encontrado...
– ¿Qué? preguntó Lucemon.
– La forma de salir de este mundo.
La Sra. Himekawa consiguió salir a hurtadillas de la pagoda y se escondió entre los matorrales espinosos que invadían el acantilado. Al escuchar las últimas palabras de Yggdrasil se estremeció. Los Siete Señores Demonios y Piedmon mostraron signos evidentes de sorpresa.
– Amo, ¿te refieres a... una forma de salir de aquí sin recurrir a la humana? dijo Laylamon.
– Exactamente. Ya no necesitamos el digivice de Maki Himekawa porque voy a destruir el Muro de Fuego.
La Sra. Himekawa sintió que se le ponía la piel de gallina.
– Esta acción nos permitirá acceder al mundo digital, continuó Yggdrasil, y luego al mundo de los humanos. Es hora de vengarnos de estos seres que querían sojuzgaros a vosotros los digimons, haciendo de vosotros sus compañeros – o más bien sus esclavos. Seré vuestro libertador y el de todos los digimons. Gracias a mí, pronto recuperaréis el mundo digital para vosotros solos, sin que ningún ser humano vuelva a poner un pie allí.
« Para conseguir este objetivo tenemos que encontrar en el mundo de los humanos una bola de metal que parece oro, llamada la calcorita. Si la destruimos, cortaremos la conexión entre la Tierra y el mundo digital para siempre. Los hombres ya no podrán invadir nuestro territorio, pero podremos satisfacer nuestra ansia de venganza contra ellos. El Internet que han desarrollado constituye una verdadera red de rutas directas a su mundo, y tan pronto como salgamos del Mar Oscuro tendremos acceso a él. Podremos causar desastres simplemente influyendo en su red informática. Sin embargo, antes de liderar este ataque, quiero enfrentarme a los Elegidos en persona y quiero que vengáis conmigo para darle a la humanidad un gusto anticipado de nuestro poder. Los hombres piensan que son invencibles con su tecnología, pero vamos a demostrar que están equivocados. Para llevar a cabo esta gran operación, les he preparado un regalo a todos.
– ¿Un regalo? Beelzemon repitió, desconcertado.
Yggdrasil asintió y extendió una mano frente en dirección a Piedmon: el cuerpo de su sirviente de repente se iluminó y se transformó, sus brazos se dividieron en dos y se hicieron negros y esqueléticos, mientras que su pantalón corto azul se hacía verde. Un tricornio le cubrió la cabeza y una máscara de vendas parecida a una momia escondió su rostro, dejando que solo se vieran sus ojos. Unos sables con una guarnición en forma de calavera aparecieron en su cinturón y unas alas negras y rojas se extendieron por su espalda. Piedmon se había convertido en Voltobautamon. Estiró los brazos, movió los dedos y examinó su cuerpo, satisfecho.
– Me siento... más fuerte, dijo con voz ronca.
– Gracias al programa que utilicé sobre ti, explicó Yggdrasil, serás Voltobautamon de manera permanente a partir de ahora.
– ¿De verdad? ¡Gracias, señor, por tu generosidad! dijo haciendo una profunda reverencia.
Yggdrasil extendió de nuevo sus brazos hacia los Señores Demonios: una luz intensa rodeó el cuerpo de los siete digimons, pero a diferencia de Voltobautamon, no cambiaron de apariencia. Cuando la luz se apagó, Daemon miró a sus camaradas con escepticismo y gruñó:
– Su programa, amo, no ha tenido el mismo efecto sobre nosotros.
– Sed pacientes, respondió fríamente Yggdrasil. Un nuevo poder vive en vosotros ahora, y cuando llegue el momento lo sentiréis. No tengo ninguna duda de que sabréis utilizarlo de la manera adecuada. Ahora voy a destruir el Muro de Fuego; atacaremos la Tierra mañana al anochecer, cuando los humanos serán lo más vulnerable.
– ¿Estás seguro de que encontraremos fácilmente a los Niños Elegidos? preguntó Barbamon.
– No es necesario encontrarlos, son ellos quienes vendrán a nosotros.
Detrás de los arbustos espinosos, la Sra. Himekawa sintió que el corazón se aceleraba: Yggdrasil iba a salir del Mar Oscuro y atacar el mundo real. Tenía que advertir a los Elegidos y a Daigo a toda costa, ¿pero cómo? En ese mismo momento, su digivice vibró en su bolsillo. Se sobresaltó y las ramas del arbusto la arañaron, pero consiguió ahogar el grito y agarró firmemente su digivice: el aparato estaba parpadeando con una luz intensa. De repente, unas palabras aparecieron en el recuadro central: "Si recibe este mensaje, asegúrese que esté sola antes de leerlo. Koushiro." La Sra. Himekawa parpadeó asombrada: ¿cómo ese chico había conseguido utilizar su digivice para contactarla? Esto superaba sus conocimientos en informática. Con el corazón latiendo a mil, miró en dirección a Yggdrasil y sus secuaces: estaban planeando su ataque. La mujer entró discretamente en la pagoda, se dirigió hacia las escaleras y bajó a los sótanos donde ya no se encontraban prisioneros. Se arrodilló en el suelo y sacó febrilmente su digivice donde nuevas palabras habían aparecido: "Sabemos lo que usted hizo por Ken y hemos decidido confiar en usted. Necesitamos su ayuda", decía Koushiro. "Hemos encontrado la calcorita en la isla Yonaguni, está a salvo en la Agencia Administrativa. Con el Sr. Tagaya, llevamos una semana trabajando para crear un programa que no aparece en el historial del mundo digital. Su propósito es resucitar a Meicoomon." Al leer esas palabras, el corazón de la Sra. Himekawa dio un salto. ¿Resucitar a Meicoomon? ¿Realmente Koushiro y el director pudiesen ser capaces de tal hazaña? El joven continuaba: "Nos gustaría utilizar sus investigaciones sobre el reboot, porque el proceso que permitiría a Meicoomon renacer se parece mucho a un reboot. El Sr. Tagaya pudo abrir sus archivos, pero necesitamos su contraseña para acceder a los archivos que tratan del reboot. Dénoslo, por favor."
Un hilo de sudor corrió por las sienes de la Sra. Himekawa. Volvió a leer el mensaje dos veces seguidas, para estar segura de que lo entendía bien. Si Koushiro y el Sr. Tagaya podían realmente resucitar a Meicoomon, su vuelta representaría un gran obstáculo para Yggdrasil. Tenía absolutamente que responder a este mensaje, pero ¿cómo? Levantó la cabeza y miró hacia el pasillo: no tenía ninguna forma de comunicarse con el mundo exterior desde el Mar Oscuro. Apretó su digivice firmemente mientras sentía la impotencia apoderarse de ella. Aunque ningún barrote la encerrase, era prisionera de este mundo paralelo, aislada de cualquier contacto con la Tierra. Se había quedado con Yggdrasil para engañarlo ya hacer ganar tiempo a los Niños Elegidos, tenía que seguir con ese objetivo. Sus dedos apretaron aún más su digivice y lo miró, desesperada. En ese mismo momento, se dio cuenta de que unas palabras acababan de aparecer en la pantalla, como si fuera magia. Estas palabras expresaban exactamente lo que había pensado unos pocos segundos antes, lo que quería transmitir a los adolescentes. Sus ojos se abrieron como platos. ¿Fuera posible que pudiera escribir con la fuerza de su pensamiento? Apretó su digivice: tenía que advertir a los Elegidos del plan de Yggdrasil. Pensó en una segunda oración y las palabras aparecieron con la misma facilidad. Con la boca abierta, la mujer vio desaparecer el mensaje y apareció la notificación: "Enviado". Examinó su digivice con asombro, preguntándose como este programa funcionaba. En ese momento, la voz de Yggdrasil resonó:
– ¡Maki!
La mujer se levantó y se apresuró a subir las escaleras. Yggdrasil se encontraba en la puerta de la pagoda, Voltobautamon y los Señores Demonios detrás de él. El dios caminó hacia el gran salón y le dijo a la Sra. Himekawa:
– Sígueme.
Obedeció y se unió a él en la gran sala de piedra. Con una luz maligna en los ojos, Yggdrasil le anunció:
– He encontrado una forma de destruir el Muro de Fuego, Maki. Tu digivice ya no me sirve.
Le dirigió una mirada fría y altiva, que la mujer sostuvo sin pestañear. Sabía que Yggdrasil desconfiaba de ella desde que Ken había escapado. Tenía que hacer todo lo posible para mantener su máscara el mayor tiempo posible y no mostrar ninguna signo de hesitación.
– Atacaremos el mundo real mañana, continuó Yggdrasil.
– ¿Puedo ir con ustedes?
– No.
El poderoso digimon había pronunciado esta última palabra con un placer manifiesto. Le molestaba cada vez más la sangre fría de esta humana; a sus ojos, rozaba la insolencia, y hacía tiempo que quería reponerla en su lugar.
– Tú te quedarás aquí. Tan pronto como termine mi ataque en la Tierra, podré resucitar tu digimon, Bakumon. ¿No es lo que querías?
La Sra. Himekawa entrecerró los ojos: Yggdrasil la tomaba por realmente una idiota. ¿De verdad creía que podía seguir manipulándola de esta manera? ¿De verdad creía que el único hecho de pronunciar el nombre de Bakumon hiciera que ella obedezca ciegamente a todos sus órdenes? Fingió que la esperanza se iluminara en sus ojos y se inclinó para que Yggdrasil ya no pudiera ver su expresión. Con una voz neutra, asintió con la cabeza:
– Entendido, señor.
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– ¡Ha respondido! exclamó Koushiro.
– ¿Qué dice? preguntó Taichi.
Los Elegidos se habían reunido con Koushiro, el Sr. Tagaya y el Sr. Mochizuki para estar presentes cuando le escribieran a la Sra. Himekawa. No tardaron en recibir la respuesta. Koushiro abrió el mensaje y lo leyó en voz alta:
– "El lenguaje que hay que utilizar para abrir mi archivo no es el de los hombres, sino el de los digimons. En cuanto a la palabra en cuestión, es un ser que he considerado durante mucho tiempo como mi peor enemigo. "
– ¿Ha creado un acertijo para respondernos? preguntó Yamato.
– ¡Podría habernos dado la contraseña directamente! exclamó Daisuke.
– No creo que sea muy difícil de entender, dijo Koushiro.
– "El lenguaje que hay que utilizar para abrir mi archivo no es el de los hombres, sino el de los digimons," repitió Meiko. Mmm... ¡Claro! La contraseña de la Sra. Himekawa no se escribe con nuestros kanjis habituales, ¡sino con el alfabeto digimon!
– Claro, entendió el director. Por eso mis programas de descifrado no funcionaron: ¡solo probaron los caracteres de nuestro alfabeto!
– El resto también es simple, continuó Hikari. La señorita Himekawa dice que su contraseña se refiere al ser que ha considerado como su enemigo durante mucho tiempo.
– Es Homeostasis, dijo Nishijima, frunciendo el ceño.
– Está bien utilizar el nombre de tu enemigo en lugar de alguien a quien aprecias, observó Miyako. Es un razonamiento menos evidente cuando uno trata de adivinar la contraseña de otra persona.
– ¡Koushiro, inténtalo! le dijo Takeru.
El joven abrió el archivo de la señorita Himekawa y la ventana donde se podía marcar la contraseña; luego inició un programa que le permitía generar caracteres del alfabeto digimon, eligió los ideogramas correctos para escribir "Homeostasis" y los copió en la ventana. Por fin, presionó la tecla "enter" en su teclado: la carpeta del reboot se abrió.
– Lo consiguiste, susurró el Sr. Mochizuki.
La carpeta contenía varios archivos de código.
– Con eso, Koushiro con entusiasmo, podemos...
Fue interrumpido por el pitido de su buzón de voz. Sorprendido, vio que acababa de llegar un nuevo mensaje de la Sra. Himekawa, justo después del primero. Lo abrió, un poco preocupado. En ese momento sus ojos se abrieron y su corazón se aceleró.
– Koushiro, ¿qué pasa? Ppreguntó Sakae.
– Es...es Yggdrasil... ¡descubrió cómo salir del Mar Oscuro!
– ¿Qué? Taichi exclamó.
Los Niños Elegidos y sus digimons palidecieron.
– ¿Cómo se las arregló para hacer eso? preguntó Yamato.
– Probablemente gracias al historial, respondió Koushiro, frunciendo el ceño. Destruirá el Muro de Fuego en poco tiempo para acceder al mundo digital.
– Va a destruir todo, siseó Hikari, aterrorizada.
– Pero sobre todo, finalizó Koushiro, ¡la Sra. Himekawa nos escribió que Yggdrasil planea atacar la Tierra mañana por la noche, junto con los Siete Señores Demonios y Voltobautamon!
– ¿Mañana por la tarde? dijo Miyako con pánico.
– Está buscando la calcorita, dijo Joe con gravedad.
– Probablemente quiera destruirla para evitar que entremos en el mundo digital, dijo Sakae.
– Esperad un minuto, Iori los interrumpió. Yo creía que si se destruye la calcorita que encontramos en Yonaguni, también se destruirá el mundo digital. ¿Yggdrasil no va a destruir su propio mundo?
– Hay una calcorita virtual, dijo Koushiro, que respalda también la existencia del mundo digital. Mientras se conserve una de estas dos calcoritas el mundo digital seguirá existiendo, pero si una de ellas se ve destruida, la conexión entre el mundo digital y la Tierra desaparecerá para siempre.
Los Niños Elegidos parpadearon asustados.
– Sin embargo, Yggdrasil no sabe que hemos ya encontrado la calcorita, dijo Takeru.
– Es cierto, asintió Ken. Tan pronto como entre al mundo real querrá dirigirse a Yonaguni, pensando que la calcorita sigue ahí.
– Tenemos que evitar que se escape de Tokio, dijo Taichi. De lo contrario, él y los Señores Demoníacos podrían causar estragos en todo Japón, si no en toda la Tierra.
– ¿Pero estamos seguros de que Yggdrasil aparecerá en Tokio? preguntó Sora.
– Teóricamente, un portal puede abrirse en cualquier lugar de la Tierra, pensó Koushiro. Lo vimos hace seis años cuando aparecieron digimons por todo el planeta, y esto se repitió hace tres años. Sin embargo, como Yggdrasil busca la calcorita de Yonaguni, hay muchas posibilidades de que aparezca en Tokio, porque es donde se encuentra el portal entre Japón y el mundo digital. Deduzco que atacará probablemente esta ciudad.
Meiko miró hacia abajo y se mordió el labio. Con una voz firme, le dijo a Koushiro:
– Koushiro, deja tu programa para Meicoomon. Nuestra prioridad es proteger la Tierra; detener Yggdrasil es más importante que resucitar a Meicoomon.
Taichi se volvió hacia Meiko: en la mirada de la chica, leyó una abnegación que le desgarró el corazón. Había soñado tanto con volver a ver a Meicoomon y la respuesta de la Sra. Himekawa había reavivado sus esperanzas. Sin embargo, ante el peligro inminente que los amenazaba, se rindió por voluntad propia, cuando estaban tan cerca de la meta. Con una voz perfectamente tranquila, Koushiro respondió:
– No.
Meiko, sorprendida, miró al adolescente.
– Tenemos que seguir adelante con este proyecto, aunque nos queden veinticuatro horas. Si logramos traer de vuelta a Meicoomon podría ser un aliado más en la lucha contra Yggdrasil.
El Sr. Tagaya asintió.
– Koushiro tiene razón. Nos pondremos manos a la obra de inmediato y pasaremos la noche allí para crear el programa lo más rápido posible.
– En ese caso, decidió Taichi, mis amigos y yo organizaremos nuestra defensa contra Yggdrasil durante este tiempo.
– Aunque hiciéramos aparecer a Omegamon, aunque todos nuestros digimons evolucionen en su etapa mega, no creo que podremos vencer a Yggdrasil y sus esbirros, señaló Yamato. No pudimos derrotar a los Señores Demonios en la Isla del Mar del Norte, entonces hay pocas probabilidades que le consigamos mañana.
– ¡Esta vez vamos a poner todas nuestras fuerzas en ello! dijo Agumon.
– ¡Y nos uniremos para atacar juntos! añadió Gabumon.
– No dudamos de vuestra determinación, dijo Sora, pero nuestro único cara a cara con Yggdrasil en el Mar Oscuro nos ha demostrado que es muy difícil de derrotar. Tenemos que hacer todo lo posible esta vez y poner todas las probabilidades de nuestro lado.
– ¿Y si… llamamos a las Sagradas Bestias? propuso el Sr. Nishijima.
Todos los adolescentes se volvieron hacia él, sorprendidos.
– Pero… ¿pueden entrar en nuestro mundo? preguntó Joe con escepticismo.
– ¿Y vamos a dejar el mundo digital desprotegido? añadió Takeru.
– Si Yggdrasil planea venir al mundo real con todos sus secuaces, eso significa que enfocará su ataque en la Tierra y no en el Mundo Digital, observó el Sr. Nishijima. Las Bestias Sagradas serán más útiles aquí.
Taichi miró a su profesor, luego a Takeru y Hikari, Joe y Mimi, Koushiro y Sakae.
– ¿Podríais llamar a las Bestias Sagradas desde la Tierra?
Hikari intercambió una mirada con Takeru.
– Siempre podemos intentarlo.
– Vale, acordó Taichi. Las llamaremos mañana por la mañana. Necesitamos retener a Yggdrasil el mayor tiempo posible y que ignore el hecho de que ya tenemos la calcorita.
– ¿Y si se entera? dijo Hikari.
– Entonces tendremos que defenderla bien, dijo Daisuke con firmeza.
– ¿No hay una forma de crear una defensa adicional para proteger la calcorita con el fin de darles a nuestros compañeros digimons margen de maniobra? dijo Miyako.
Todos inclinaron la cabeza, pensativos. Después de unos minutos, el Sr. Mochizuki dijo:
– Cuando empezaron a aparecer las distorsiones generadas por Meicoomon, la Agencia financió la fabricación de rifles de plasma capaces de debilitar a los digimons. Los probamos sobre Ogremon cuando irrumpió en la Tierra.
– ¿De verdad? Mimi se preguntó. ¿Y cuál fue el resultado?
– Estas armas todavía necesitaban algunas mejoras, respondió el Sr. Mochizuki, pero se fabricaron y los rifles están operativos. Pensé que tal vez podríamos hacer algo con eso...
– Sí, podría ser una muy buena idea, exclamó Daisuke. Si juntamos todas sus armas, ¡podríamos hacer algo!
– ¿En qué piensas? le preguntó Miyako.
– Si disparamos todos los rifles al mismo tiempo, en un fuego cruzado, explicó Daisuke, se podría generar...
– ¡Una nube eléctrica! entendió Tentomon.
– ¡Pues claro! asintió Koushiro. ¡Es una gran idea, Daisuke!
– ¡Gracias! Este campo de fuerza sería lo suficientemente fuerte como para defenderse de un digimon como Yggdrasil, creo.
– ¿Durante cuánto tiempo? Ppreguntó Taichi.
– Ese es la única falla de mi idea, respondió Daisuke. No creo que dure más de dos minutos.
– Es muy corto, dijo Yamato.
– Este campo de fuerza tendrá que ser nuestro último recurso, dijo Joe.
– ¿Y si... le hicieramos saber a Yggdrasil que ya hemos encontrado la calcorita? preguntó entonces Iori.
– ¿De qué estás hablando? exclamó Daisuke. ¡Acordamos precisamente ocultarle nuestro hallazgo!
– Sí, pero si lo sabe de inmediato, no intentará irse de Tokio. Además, aunque le digamos que tenemos la calcorita, podríamos engañarlo... con señuelos.
Sus amigos lo miraron asombrados.
– ¿Señuelos? repitió Sora.
– Sí, objetos redondeados que se parecen a la calcorita pero que no lo son, aclaró Iori.
– Podría funcionar, admitió Tailmon.
– Lo mejor sería incluso dividirnos en varios grupos para proteger un señuelo cada uno, de modo que Yggdrasil no pueda saber cuál es la calcorita real, dijo Gomamon.
– Y mientras tanto, nuestros digimons tendrán que encontrar la manera de reenviar a Yggdrasil y a los demonios de regreso al Mar Oscuro, dijo Takeru.
– Lo mejor sería encerrarlo allí de nuevo, dijo Hikari.
– Desafortunadamente, dijo Kushiro, si Yggdrasil descubrió cómo destruir el Muro de Fuego, dudo que podamos encerrarlos en el Mar Oscuro otra vez. Se necesitaría el poder de Homeostasis para hacer esto.
– Es verdad, pero ya has conseguido un crear un programa para revivir a Meicoomon, ¿no? dijo Mimi. ¿No podrías hacer uno para encerrar a Yggdrasil de nuevo?
– No, es demasiado complicado. A lo sumo, podríamos intentar devolverlo al mundo digital.
– No controlamos el Mar Oscuro, dijo Ken, pero... ¿si nosotros creamos un Muro de Fuego entre la Tierra y el mundo digital? Esto evitaría que Yggdrasil volviera a la Tierra.
Koushiro miró a Ken y frunció el ceño:
– Um... reutilizar el programa del historial que concierne el Muro de Fuego no tiene que ser imposible. Pero tomaría mucho trabajo prepararlo para mañana y no podré hacerlo todo: tenemos que elegir entre el programa de renacimiento de Meicoomon o el Muro de Fuego.
– ¿Y si me ocupo del Muro de Fuego mientras tú te ocupas del programa para Meicoomon? le propuso Ken.
– ¿Te… te sientes capaz de hacer esto por tu cuenta? preguntó Koushiro, sorprendido.
– Ya he hecho programación antes y el historial del mundo digital me da un modelo que seguir, entonces podría hacerlo.
– Puedo ayudarte, le dijo el Sr. Mochizuki.
– ¡Y me quedaré contigo para animarte! completó Wormon.
Taichi asintió y agradeció a todos sus amigos con una mirada:
– Así que recapitulemos. Koushiro, director, termináis el programa de Meicoomon. Meiko, tú te quedas con ellos, ¿verdad?
– Eso es.
– Ken y el Sr. Mochizuki se hacen cargo del Muro de Fuego que va a crear una barrera entre la Tierra y el mundo digital, de modo que si logramos hacer retroceder a Yggdrasil, no podrá regresar a la Tierra. ¿Correcto?
– Afirmativo, confirmó el joven.
– Los demás, tenemos que dividirnos en grupos. Daisuke, dado que ha sido tu idea, te sugiero que reúnas a un grupo para preparar los rifles de plasma y construir un mecanismo para dispararlos a distancia.
– Vale. ¿Quién quiere venir conmigo?
Yamato, Takeru, Sakae y Miyako levantaron la mano.
– Las armas no están aquí, les advirtió el Sr. Nishijima. Os voy a llevar al arsenal.
– Perfecto, dijo Taichi, en este caso Sora, Joe, Mimi, Hikari, Iori y yo, nos encargaremos de crear los señuelos de las calcoritas. Y para esto, ya tengo una idea.
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El Sr. Nishijima pasó a tercera y se dirigió a las afueras de Tokio. En la parte trasera de la furgoneta de la Agencia estaban sentados Daisuke, Takeru, Sakae, Yamato y Miyako, con sus digimons a su lado.
– Los rifles de plasma se encuentran en una base militar a las afueras de la capital, explicó el profesor. Tomaremos los que necesitemos.
– Pero… ¿está seguro de que el ejército nos los entregará tan fácilmente? preguntó Yamato.
– El director de la Agencia ya les ha ordenado que nos dejen entrar, respondió el Sr. Nishijima.
Giró a la derecha con el coche y apareció una base militar cuyas paredes estaban rodeadas de alambre de espino. Se detuvieron en la puerta del centinela, frente a una puerta alta de metal. El Sr. Nishijima entregó su tarjeta de agente del gobierno al guardia:
– Usted ha tenido que recibir el mensaje del director de la Agencia Administrativa para la transferencia de armas.
El soldado miró la tarjeta del profesor y asintió.
– Afirmativo. Las armas están en el tercer callejón a su derecha, edificio 6.
Activó el mecanismo de apertura de la puerta y el Sr. Nishijima pasó a primera y se dirigió al almacén designado. Los faros del coche iluminaban un camino de entrada bordeado de cobertizos; al llegar al sexto edificio, el Sr. Nishijima apagó el motor.
– Ahí está.
Todos salieron del auto mientras el Sr. Nishijima ingresaba el código secreto que cerraba la entrada al almacén.
– Está abierto.
– ¡Vamos, empujemos todos juntos esta enorme puerta! Daisuke dijo enérgicamente.
Ayudados por sus amigos y sus compañeros digimons, deslizaron la puerta sobre sus rieles y entraron en el hangar. Cientos de rifles de plasma se encontraban en estantes que se elevaban desde el suelo hasta el techo.
– ¡Vaya, qué grande! espetó Veemon.
– Y cuantas armas, añadió Hawkmon.
– Asusta que todas estas cosas puedan hacer daño a los humanos, susurró Patamon.
– Es verdad, asintió Takeru, las armas pueden ser aterradoras por su poder destructivo. Pero las necesitaremos mañana para proteger la calcorita y el mundo digital.
– ¿Cuántos rifles llevamos? preguntó Miyako.
– Tenemos que pensar dónde ponerlos primero, observó Yamato.
– Tendríamos que colocarlos en un lugar elevado, para poder alcanzar rápidamente a Yggdrasil y a sus demonios si atacan la Agencia, reflexionó Daisuke.
– ¿Qué piensas si las ponemos en el techo de la Agencia? sugirió Sakae.
– Me parece una buena idea, coincidió el Sr. Nishijima. El techo es lo suficientemente grande, así que tendremos espacio para muchas armas.
– Cincuenta estaría bien, ¿qué opináis? dijo Takeru.
– Hmm sí.
– ¡Entonces, nos las llevamos todas! decidió Daisuke.
Abrieron la parte trasera de la camioneta y llevaron las armas hasta el vehículo en cadena. Cuando terminaron, Miyako miró la pila de armas y preguntó con sarcasmo:
– ¿A dónde vamos sentarnos?
– Uno de ustedes puede sentarse delante conmigo, dijo el Sr. Nishijima. Pero para los demás, lo siento, pero habrá que sentaros en la pila de rifles.
Los adolescentes intercambiaron una mirada; Daisuke sonrió y preguntó:
– ¿Lo echamos a suertes?
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Tan pronto como llegaron a la Agencia, el Sr. Nishijima, Daisuke, Yamato, Takeru, Sakae y Miyako se dispusieron a descargar la camioneta y colocaron las armas en el techo. Mientras subían y bajaban las escaleras, con los brazos cargados, se encontraron con Taichi y los demás que se habían reunido en círculo frente a las máquinas de café.
Sus amigos habían cubierto el piso con papel de periódico y colocado botellas de pintura metalizada del mismo color que la calcorita. Sentados con las piernas cruzadas sobre los periódicos, cubrían cuatro viejos balones de fútbol con pintura dorada metálica. Sus respectivos digimons los estaban ayudando con sus propios pinceles y parecían divertirse.
– ¿Fue idea tuya, Taichi? se preguntó Daisuke. ¿Usar balones de fútbol para hacer los señuelos de calcorita?
– Sí, asintió con una sonrisa. Al mirar la calcorita, pensé que tenía aproximadamente la misma circunferencia que un balón, así que pensé que podría funcionar.
– ¡No es mala idea!
– Guardaba viejos balones en casa, así que fuimos a buscarlos con Hikari y Sora mientras Mimi, Joe y Iori compraban la pintura.
– Um... espero que sea suficiente para engañar a Yggdrasil, dijo Yamato observando los balones con una expresión dubitativa.
– Desde lejos son indistinguibles, declaró Miyako, pero sería mejor poner dos capas de pintura para uniformizar el resultado.
– ¡Lo estamos haciendo! dijo Joe.
– ¿Y usted? preguntó Sora. ¿Habéis encontrado las armas?
– Con el Sr. Nishijima, entramos sin problema, respondió Miyako. Nos abastecimos de fusiles. ¡Que se prepare Yggdrasil!
– ¿Los vais a poner en el techo? preguntó Hikari.
– Sí, afirmó Takeru. Todavía necesitamos encontrar una manera de activarlos todos al mismo tiempo.
– Si necesitáis ayuda, llamaos, les dijo Mimi.
– ¡Gracias! respondió Miyako mientras se dirigía hacia las escaleras.
Hikari miró a sus amigos y susurró:
– Espero que Koushiro y el Sr. Tagaya estén bien. Están trabajando como locos en su programa para traer de vuelta a Meicoomon.
– Con la energía que están poniendo en este proyecto, espero que lo consigan, dijo Joe sombríamente.
Sakae miró fijamente a sus amigos, con los brazos cargados de armas.
– Koushiro y mi padre son lo suficientemente capaces como para conseguirlo. Son científicos e informáticos brillantes. Koushiro tal vez incluso más que mi padre.
Al pronunciar estas últimas palabras, la chica sintió que sus mejillas se sonrojaban levemente. Meneó de la cabeza y retomó su camino hacia al techo de la Agencia, Ryudamon pisándole los talones.
En el cuarto sótano de la Agencia, Koushiro y el Sr. Tagaya veían con angustia el tiempo pasar a toda velocidad. Habían analizado todos los programas de reboot creados por la señorita Himekawa y habían copiado cualquier secuencia de código que pudiera serles útil. Luego, se propusieron adaptarlos para integrar el código fuente de Meicoomon. Meiko siguió sus movimientos sin comprender realmente el proceso que estaban implementando, pero con absoluta confianza en sus habilidades. En otro ordenador del despacho del director, su padre se había instalado con Ken en un intento de crear un Muro de Fuego que evitaría que Yggdrasil tuviera acceso a la Tierra.
Pasaron las horas, lentas para Meiko pero de una extraordinaria rapidez para Koushiro y el Sr. Tagaya. Taichi y los demás habían terminado de crear los señuelos de calcorita. Por su parte, Daisuke y sus amigos hicieron soportes de madera para sujetar los rifles que habían colocado en el techo de la Agencia para que apuntasen hacia el cielo. Yamato tuvo la idea de usar grandes bandas de goma para accionar los gatillos desde la distancia, y más concretamente desde la puerta que conducía a la terraza. Todos los fusiles, unidos por este delicado sistema de gomas, estaban listos para disparar si la situación lo requería. Una vez completadas sus tareas, los adolescentes decidieron descansar un poco en el sofá de la agencia, anticipándose a la batalla que les esperaba al día siguiente. Sin embargo, todos sabían que Koushiro, Ken, el Sr. Tagaya y el Sr. Mochizuki todavía estaban trabajando, y la idea de que pronto podrían ver a Meicoomon de nuevo los mantuvo despiertos. Taichi no podía dejar de pensar en Meiko: ¿se reuniría finalmente con su compañera digimon? ¿Todo el dolor que había soportado hasta ahora desaparecería? El joven lo esperaba con todo su corazón. Deseaba tanto ver a Meiko sonreír de nuevo, deseaba tanto que el coraje que había mostrado fuera recompensado, pero también sabía que tenía que mantener la cabeza fría en caso de que su amigo y el director de la agencia no tuvieran éxito en su esfuerzo. Gradualmente los Niños Elegidos se vieron vencidos por el sueño, a pesar de su determinación a permanecer despiertos. Incluso Meiko terminó durmiendo en la esquina de una mesa en el despacho del director. El único sonido que se oía en la Agencia era el chasquido de los dedos de Koushiro y del Sr. Tagaya en su teclado.
Alrededor de las cinco de la mañana, mientras el sol se elevaba lentamente sobre Tokio, Koushiro se bebió una taza entera de café: era la cuarta desde que comenzaba la noche. Intercambió una mirada con el Sr. Tagaya, quien asintió. Koushiro lanzó por tercera vez la fase de prueba de su programa. Apoyado en el escritorio, el Sr. Tagaya observó detenidamente cómo se desarrollaba la secuencia. Koushiro, con el corazón palpitante, observó las distintas etapas del programa desarrollarse normalmente, hasta que estuvo casi terminado.
Se abrió una pequeña ventana: la prueba fue exitosa, por tercera vez. Koushiro parpadeó. Entre el estrés del ataque de Yggdrasil y la angustia de fracasar, no sabía muy bien lo que estaba sintiendo, pero una cosa era segura: el programa funcionaba. Estaba listo para estar lanzado. Aturdido y exhausto, se volvió hacia el Sr. Tagaya. El director de la Agencia lo miró con orgullo y dijo:
– Está listo. ¿Sientes el valor para lanzar este programa de verdad?
El chico sonrió y asintió. En ese momento, Meiko se sentó en su mesa y vio a Koushiro y al Sr. Tagaya de pie, frente a su ordenador. Koushiro se volvió hacia ella y le sonrió:
– El programa para resucitar a Meicoomon funciona.
Meiko sintió que su corazón se aceleraba.
