¡Buenos tardes a todos! Después de otra pequeña ausencia vuelvo con la continuación de la fic: os había dejado en el umbral de la batalla, justo cuando Yggdrasil y los Señores Demonios entran al mundo real y que los Niños Elegidos se habían divido en cuatro grupos para hacerlos frente. Os dejo con la acción, espero que os guste.
Quiero una vez más agradecer a todos los lectores que siguen esta historia, vuestra fidelidad me anima mucho a seguir con la traducción y la publicación de esta fic.
¡Buena lectura!
Capítulo 56
Yggdrasil descendió lentamente hacia la isla donde le esperaban Yamato, el Sr. Nishijima, Baihumon, Metalgreymon y Weregarurumon. Taichi sonrió: el plan se llevaba a cabo según lo previsto. Yggdrasil se estaba acercando a ellos pensando que estaban protegiendo la verdadera calcorita, exactamente lo quería. Yamato observó a los Siete Señores Demonios y a Voltobautamon dividirse como un enjambre de abejas y volar hacia los diferentes grupos que formaban sus amigos. Apretó los dientes y se volvió hacia Weregarurumon.
– ¡Para enfrentarnos con Yggdrasil, tenemos que hacerlo con toda nuestras fuerzas! ¿Listo, Weregarurumon?
– ¡Listo!
– ¿Y tú, Metalgreymon? añadió Taichi.
– ¡Cuando quieras!
Los digivices de dos adolescentes brillaron y sus compañeros evolucionaron al nivel mega: Wargreymon y Metal Garurumon aparecieron. Baihumon entregó el señuelo de la calcorita a Taichi y Yamato y se preparó para la batalla. Cuando Yggdrasil vio la bola dorada, sus ojos se iluminaron con avidez. Estiró sus largos dedos hacia la isla artificial y una lluvia de estalactitas tan afiladas como espadas brotó de ellos. Wargreymon y Metalgarurumon replicaron inmediatamente:
– ¡Fuerza Nova!
– ¡Garuru tomahawk!
Una esfera brillante se formó entre las patas de Wargreymon y la arrojó hacia las picas de hielo; la coraza de metal de Metalgarurumon se abrió y tres misiles fueron lanzados. Sus ataques destrozaron algunas estalactitas, pero la mayoría de ellas fueron tan rápidas que su fuego ni siquiera las afectó. Taichi, Yamato y el Sr. Nishijima retrocedieron para evitar las picas heladas y afilados. Baihumon se colocó delante de ellos y escupió una ola de metal que creó una pantalla protectora efímera para los Niños Elegidos.
Yggdrasil sonrió y volvió a extender una mano, esta vez hacia el mar: en el agua se formaron poderosos remolinos que se elevaron por encima de la isla. Las serpientes de agua se estiraron y se juntaron como arcos de arquitectura en una clave de bóveda. Al mismo tiempo, la tierra tembló bajo los pies de los Elegidos.
– ¿Qué pasa? exclamó Yamato.
– Parece que... ¡el mar está hirviendo debajo de la isla! dijo Nishijima.
En ese momento, unas picas de hielo de más de cinco metros de largo perforaron el suelo. Los Niños Elegidos y sus digimons saltaron para no encontrarse empalados por esas estalactitas gigantes. Mientras tanto, el amo del Mar Oscuro seguía haciendo subir el agua desde el mar, las olas se cristalizaron y se formaron una cúpula helada por encima de la isla. Taichi miró hacia arriba: estaban prisioneros. Otras picas de hielo brotaron de nuevo del suelo, les iban a atravesar vivos. Wargreymon y Metalgarurumon apuntaron a la cúpula, pero sus ataques no tuvieron ningún efecto: rebotaron sobre el arco, se volvieron contra ellos y los digimons fueron arrojados hacia las puntas de hielo que les hirieron los brazos y las piernas. Taichi y Yamato sintieron su corazón latir con fuerza: la batalla iba a ser dura.
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Barbamon, Belphemon y Laylamon se dirigieron hacia el parque donde les esperaban Zhuqiaomon, Zudomon, Lillymon y Garudamon. Joe vio sus siluetas amenazantes acercarse y apretó los labios: tres demonios contra tres digimons y una Bestia Sagrada; ojalá aguanten. Barbamon sonrió:
– Qué feliz estoy de que nos volvamos a ver, queridos Elegidos... no había tenido el placer de entrar en vuestro mundo hasta ahora y os confieso que no puedo esperar a ver cuál es mi potencia aquí...
– ¡Yo también! gruñó Belphemon, mostrando algunos dientes afilados.
– No os dejaremos pasar, replicó Zhuqiaomon.
– ¡Eso lo vamos a ver! respondió Barbamon con una sonrisa maligna.
El demonio agitó su cetro con un gran movimiento de brazo. Belphemon, por su parte, hizo crepitar unos filamentos eléctricos entre sus cuernos, mientras Laylamon hacía aparecer entre sus palmas una esfera en la cual brillaba una energía oscura. Lillymon y Garudamon despegaron:
– ¡Flor de cañón!
– ¡Alas ardientes!
Desde el suelo, Zudomon levantó su martillo del cual salieron chispas:
– ¡Martillo vulcano!
En el mismo instante, unas llamas negras surgieron del cetro de Barbamon y atravesaron el fuego de Garudamon. Laylamon proyectó la esfera de energía oscura que había formado delante de ella: barrió literalmente el ataque de Lillymon y explotó en el aire. Belphemon liberó la electricidad que había concentrado entre sus cuernos y se dirigió directamente hacia la que Zudomon había generado con su martillo: cuando las dos corrientes se encontraron formaron una enorme nube de electricidad por encima el parque.
– ¡Bajaos! gritó Zhuqiaomon.
Mimi, Joe y Sora se inclinaron mientras Zhuqiaomon extendió sus alas por encima de ellos. Lillymon se refugió bajo el caparazón de Zudomon y Garudamon extendió sus propias alas para protegerlos a los dos. En el mismo momento, un rayo brotó de la nube eléctrica y cayó sobre todos los árboles del parque, quedando fulminados en una luz deslumbrante. Un olor a quemado se propagó por el aire y unas nubes de humo se elevaron de los troncos carbonizados.
Zhuqiaomon dobló sus alas y despegó hacia los demonios; cargó el reactor que llevaba en su espalda y atacó:
– ¡Crimson blaze!
La potencia de fuego estalló hacia los Señores Demonios. Barbamon sonrió y levantó su cetro por encima de su cabeza: unas llamas tan negras como el agua del Mar Oscuro surgieron de la tierra y crearon una cortina de fuego que frenó el ataque de Zhuqiaomon. La Bestia Sagrada luchó contra la barrera de Barbamon y el choque de los dos ataques produjo un calor infernal. Joe, Mimi y Sora se enderezaron: la temperatura del aire estaba aumentando rápidamente.
– ¡Tenemos que ayudar a Zhuqiaomon! exclamó Sora.
Sus amigos asintieron y sacaron su digivice, que se encendieron mientras sus compañeros digimons llegaban al nivel mega: Hououmon, Vikemon y Rosemon aparecieron. En el mismo instante, el fuego de Zhuqiaomon explotó y la barrera de Barbamon fue eliminada. Laylamon bajó volando hacia ellos, extendió sus brazos delante de ella y gritó:
– ¡Empress emblaze!
Un enorme círculo oscuro se materializó delante a ella y una hendidura vertical apareció en su centro, como la pupila de un gato. La hendidura se ensanchó y de ella surgió una mano monstruosa, negra y pútrida. Laylamon sonrió y curvó los dedos de su propia mano derecha: la mano gigante inmediatamente hizo lo mismo. Los Niños Elegidos palidecieron: esta mano era del mismo tamaño que Vikemon y podía aplastar a sus compañeros digimons como si fueran mosquitos.
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Tan pronto como vio a Lucemon, Beelzemon y Leviamon acercarse a la isla donde se encontraban Takeru y Hikari, Azulongmon despegó. Contorsionó su largo cuerpo sobre sí mismo y lo cargó con energía eléctrica.
– ¡Trueno azul! rugió el dragón.
El rayo iluminó la atmósfera de la noche y brotó hacia los Señores Demonios. Leviamon agitó rápidamente su cuerpo bermellón para evitar el ataque, mientras Beelzemon y Lucemon aletearon para descender hacia la tierra. Leviamon abrió la boca y vomitó un torrente de llamas verdes en dirección a Azulongmon, pero este último emitió un gruñido tan poderoso que repeló el ataque de Leviamon y generó otra corriente eléctrica con el cuerno que se encontraba en su cabeza. Esta vez, el rayo atravesó el aire y golpeó al dragón demoníaco. Leviamon gritó de dolor y perdió altura.
Sin embargo, tan pronto como se apagó el relámpago, Leviamon recobró el sentido y volvió a atacar. Se estrelló de cabeza contra Azulongmon y aprovechó el momento de debilidad de la Bestia Sagrada para enrollar su cola alrededor de ella como una boa constrictora. Azulongmon se agitó, pero estaba prisionero, entonces cargó de nuevo su cuerno con electricidad para defenderse.
Mientras los dos dragones combatían en un feroz cuerpo a cuerpo, Lucemon y Beelzemon aterrizaron en la isla donde les esperaban MagnaAngemon y Angewomon; ángeles y demonios se miraron fijamente.
– Ya que nuestros amigos reptiles están en pleno debate, dijo Lucemon, ¿qué os parece si hacemos un poco de deporte? Me gustaría especialmente competir contigo, MagnaAngemon.
– Como quieras, replicó este último desenvainando su espada.
– Beelzemon, te dejo a la dama, añadió Lucemon. Sé galante con ella...
– No hace falta decirlo, respondió Beelzemon, armando sus dos pistolas.
Angewomon sacó una flecha de su carcaj y entesó su arco. Detrás de ella, Takeru y Hikari guardaban la mirada fijada en sus compañeros y sentían sus corazones latir con fuerza.
Lucemon corrió hacia MagnaAngemon con los puños levantados: el ángel levantó su antebrazo izquierdo y un escudo vino a recubrirlo. Su cuerpo se iluminó intensamente y concentró toda su energía defensiva en ese escudo. Lucemon proyectó su puño derecho hacia el pecho de MagnaAngemon, pero éste detuvo el ataque con su escudo; sin embargo, la violencia del golpe le hizo retroceder varios metros. Se recuperó y atacó a su vez: corrió hacia Lucemon, apretó el puño y golpeó al demonio en la cara. Lucemon no se movió ni un centímetro y no pareció sentir dolor. Incluso sonrió y levantó la pierna para golpear a MagnaAngemon debajo de las costillas. El digimon fue arrojado hacia atrás y se cayó al suelo, aturdido.
Mientras tanto, Beelzemon y Angewomon se habían apuntado mutuamente durante unos segundos, cada uno listo para disparar.
– Es una pena que tenga que atacar a una dama, dijo Beelzemon con un tono de dolor fingido.
– Ya que atacas a digimons indefensos como los bebés del pueblo del inicio, no veo por qué te molesta luchar contra mí. ¡Arco celestial!
Beelzemon se agachó justo a tiempo, levantó sus pistolas y disparó. Angewomon abrió sus alas y despegó, pero Beelzemon hizo lo mismo. Unos vapores negros aparecieron alrededor de sus dedos con y cuando atacó a Angewomon, lastimándole el brazo, la pierna y la mejilla, los vapores quemaron su carne. Angewomon gritó e Hikari sintió el pánico invadirle.
Mientras tanto, Lucemon se acercó a MagnaAngemon que todavía yacía en el suelo y lo tomó por el cuello.
– Los ángeles perfectos como tú me dan asco, le susurró. Controlas solo la luz, eres débil. Yo controlo tanto la luz como la oscuridad, por lo tanto, siempre seré superior a ti.
Le dio un puñetazo en el estómago que lo hizo volar por los aires, abrió sus alas y despegó para seguirlo. Alcanzó a MagnaAngemon en vuelo, lo suspendió de los pies y lo dejó caer al suelo. MagnaAngemon se estrelló contra la isla con estrépito.
– ¡No! gritó Takeru, corriendo hacia él.
En ese momento, el digivice del adolescente brilló y una luz clara envolvió a su compañero digimon, permitiendo que MagnaAngemon se convirtiera en Seraphimon. Revitalizado, se enderezó. Lucemon lo miró, divertido.
– Siempre me serás inferior, Seraphimon. Pero bajo esta forma es mucho más interesante pelear contigo.
Seraphimon, sin responder, extendió sus manos delante de a él: siete bolas de energía resplandecientes aparecieron y las proyectó hacia Lucemon.
– ¡Siete cielos!
Lucemon se rio y a su vez separó sus dos palmas entre las cuales se materializaron diez bolas de energía más grandes que las de Seraphimon, dispuestas en forma de cruz.
– ¡Gran cruz!
El ataque del demonio barrió la de Seraphimon y provocó una onda de choque que hizo temblar toda la isla. Takeru y Hikari se cayeron en el suelo mientras Seraphimon y Angewomon se sintieron arrojados hacia atrás. Azulongmon quiso defenderlos pero Leviamon apretó más aún los anillos de su cola alrededor de su cuerpo. Angewomon fue proyectada hacia mar donde se hundió, pero su grito llegó hasta Hikari. La chica se enderezó en la tormenta, apretó su digivice y dijo con determinación:
– No... ¡No podemos dejar que ganen!
En ese momento, su digivice se encendió y un círculo de luz brilló debajo el mar. Holydramon surgió de las aguas de la bahía de Tokio, ganó altitud y se dirigió hacia Leviamon y Azulongmon. Golpeó Leviamon con todas sus fuerzas, obligándole a soltar Azulongmon que se liberó de su agarre.
– ¡Azulongmon, ayuda a Seraphimon! lo dijo Holydramon. ¡Yo me hago cargo de Leviamon!
El dragón azul asintió y se dirigió hacia la tierra.
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Daemon y Voltobautamon aterrizaron delante de Xuanwumon, Paildramon, Aquilamon y Ankylomon y miraron con altivez a sus compañeros humanos.
– Hace tiempo que esperaba este momento, susurró Daemon bajo su capucha roja. Nuestro último encuentro fue demasiado corto.
Estuvo a punto de despegar pero Voltobautamon lo agarró del brazo y se volvió hacia Daisuke, Miyako, Iori y Ken. Su mirada se detuvo en ese último y preguntó con voz meliflua:
– Ken, no fue muy amable dejarnos tirados en el Mar Oscuro. Yggdrasil te consideraba como su invitado, sabes. Entonces, dime… ¿Escapaste solo de tu prisión? ¿O bien... recibiste ayuda?
Ken parpadeó y apretó los labios.
– Me escapé solo.
– ¿En serio? Entonces tus habilidades superan lo que imaginaba... ¿por qué no admites que Maki Himekawa te ayudó? Es la única en poder hacerlo.
– Piensa lo que quieras, pero salí por mi cuenta.
Los ojos de Voltobautamon se entrecerraron y Ken supo que no le creía. Daemon enseñó sus dientes afilados y dijo:
– En lo que a mí respecta, Ken, no me importa cómo saliste del Mar Oscuro. Te has reunidos con tus amigos y vamos a poder terminar el duelo que iniciamos hace tres años.
– ¡Y volverás a perder! dijo ferozmente Daisuke.
– ¡Eso lo veremos!
Se quitó la capa roja y se transformó en la forma monstruosa y peluda que utilizaba para combatir. Voltobautamon desenvainó sus sables, uno en cada una de sus cuatro manos, los arrojó las hojas se demultiplicaron. Aquilamon despegó y Ankylomon hizo girar su maza en el aire.
– ¡Cuerno celestial!
– ¡Cola martillo!
El viento que produjo Aquilamon no tuvo ningún sobre el avance de las espadas de Voltobautamon y la maza de Ankylomon apenas arañó unas de ellas. Paildramon intervino y sacó sus metralletas:
– ¡Desperado blaster!
Sus balas desviaron las espadas de Voltobautamon pero no consiguieron destruirlas: los sables se volvieron sobre sí mismos y se dirigieron otra vez hacia los digimons de los Niños Elegidos sin que Paildramon pudiera detenerlos. Se abalanzaron contra él y le hirieron al nivel de las patas: el digimon gimió y se derrumbó en el suelo.
– ¡No! Gritó Ken.
Daisuke apretó los dientes: sus digimons no podían competir con los Señores Demonios. Ojalá pudieran hacer aparecer a Imperialdramon, pero habían prometido a Taichi y Yamato que no lo harían para que ellos pudieran hacer aparecer a Omegamon. Las espadas de Voltobautamon volaron otra vez encima de sus cabezas y golpearon a Aquilamon y Ankylomon, cayéndose al suelo.
– ¡Aquilamon! exclamó Miyako.
– ¡Ankylomon! gritó Iori.
En ese mismo instante, Daemon creó una bola de fuego entre sus palmas y la arrojó hacia los Niños Elegidos.
– ¡Bajaos! les gritó Xuanwumon.
La tortuga gigante alzó su enorme cuerpo coronado por un árbol delante a ellos y gritó:
– ¡Double dragon wave!
Cada una de las dos cabezas de la Bestia Sagrada escupió agua a tal presión que formó un vórtice y golpeó la bola de fuego de Daemon. Una inmensa nube de vapor se creó, pero las llamas de Daemon seguían ardiendo. Xuanwumon mantuvo su remolino de agua y al mismo tiempo materializó docenas de largos cristales negros en el aire. La punta afilada de cada uno de esos cristales se orientó hacia Daemon y Voltobautamon.
– ¡Black hail! gritó Xuanwumon.
Los cristales se arrojaron hacia los demonios y a medida que ganaban velocidad, unas gotas de agua brotaron de ellos, que se convirtieron una gran granizada. Cristales y piedras de granizo se arremetieron contra Daemon y Voltobautamon que rugieron de dolor; la bola de fuego de Daemon fue sumergida por el vórtice de Xuanwumon y desapareció en una enorme nube de vapor. Paildramon se enderezó; tenían que luchar hasta el final. Aquilamon y Ankylomon, aunque considerablemente debilitados, se pusieron a su lado: la pelea no había terminado.
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La mano gigante creada por Laylamon avanzó en dirección a Vikemon, Rosemon y Hououmon, que esquivaron sus dedos asesinos justo a tiempo. Zhuqiaomon extendió sus alas y contraatacó:
– ¡Crimson blaze!
El reactor que la Bestia Sagrada llevaba en su espalda se encendió y creó una poderosa bola de fuego que quemó la mano gigante. Laylamon sonrió con desprecio y dobló sus dedos. La mano gigante cerró inmediatamente el pugno sobre la esfera de fuego y la apagó como la mecha de una vela. Sin darle tiempo a Zhuqiaomon para recuperarse, Belphemon generó una nueva descarga eléctrica entre sus cuernos y lo envió hacia la Bestia Sagrada; Hououmon y Rosemon intervinieron para defenderla.
– ¡Explosión de luz estelar!
– ¡Tentación prohibida!
Una lluvia de estrellas doradas y un rayo escarlata frenaron la corriente eléctrica y la neutralizaron.
– ¡Cuidado! gritó Vikemon.
La mano de Laylamon se precipitaba otra vez hacia a ellos, obligando Hououmon y Rosemon a apartarse para escapar de él. Los dedos gigantes pasaron a un pelo de sus cabezas y se cerraron sobre el vacío.
Mientras tanto, Barbamon agitó su cetro que emitió chispas: una pared de llamas negras y púrpuras surgió del suelo y se elevó sobre cinco metros de altura. Su fuego golpeó a Hououmon que estaba tratando de evitar la mano gigantesca de Laylamon: el pájaro perdió altitud y cayó en el suelo. Vikemon levantó sus mazas y las arrojó en dirección al muro infernal:
– ¡Ventisca ártica!
Unas picas de hielo perforaron el suelo y se elevaron hasta la pared de fuego de Barbamon para congelar su base. No obstante, el poder del demonio superaba el de Vikemon y el hilo se derritió en unos pocos segundos. La mano de Laylamon atacó en ese momento... y agarró a Hououmon que yacía en el suelo.
– ¡Hououmon! gritó Sora en pánico.
El cuerpo de su compañera se iluminó y el agarre de Laylamon se relajó: Piyocomon cayó en el parque, vencida. Sora quiso correr a recogerla, pero Mimi la contuvo:
– ¡No, Sora, esta mano te va a aplastar!
La chica no podía apartar la vista de su compañera, rodeada de demonios; no podía dejarla solo. Barbamon hizo girar su cetro y la pared de llamas negras y púrpuras que había generado empezó a vibrar. Las llamas ondularon, se deformaron y de esta pared infernal surgieron unas siluetas que tomaron poco a poco una forma humanoide. Una vez totalmente conformados parecían humanos a primera vista, pero sus cuerpos no eran más que una emanación del fuego oscuro.
– ¿Qué son estos seres? exclamó Mimi, asustada.
– No lo sé, pero no pintan bien, respondió Joe, apretando los dientes.
Los fantasmas de llamas corrieron hacia Vikemon y Rosemon, lanzando unos ataques de fuego delante de ellos. Los digimons respondieron de inmediato: un ataque de Vikemon congeló a varios fantasmas, mientras que Rosemon logró derribar a varios. Sin embargo, más seres malvados seguían surgiendo de las llamas oscuras.
Mientras tanto Belphemon hizo aparecer entre sus cuernos más electricidad: la descarga atravesó el muro de Barbamon sin afectar a los fantasmas que se destacaban. Zhuqiaomon despegó y batió sus alas y del cañón que llevaba en la espalda surgió una bola de fuego, que arrasó con los fantasmas ardientes que se derritieron bajo su poder. Vikemon aprovechó para interceptar la electricidad de Belphemon con su hielo y Rosemon atacó con Zhuqiaomon el muro en llamas de Barbamon, que se desvaneció.
Sin embargo, cuando esta pared oscura se disolvió, la mano gigante de Laylamon se arrojó hacia ellos y aprisionó a Zhuqiaomon.
– ¡No! gritó Joe.
Laylamon sonrió y cerró la mano derecha. Los dedos de la mano gigantesca se apretaron alrededor del cuerpo de Zhuqiaomon y lo asfixiaron. La Bestia Sagrada emitió un largo grito y la mano de Laylamon la mandó a estrellarse contra el suelo: perdió el conocimiento bajo la violencia de la conmoción. Joe, Mimi y Sora se miraron con horror: solo les quedaban dos digimons capaces de luchar, no podrían aguantar mucho tiempo. En ese momento, la mano gigante de Laylamon se dirigió hacia el señuelo de la calcorita que protegían.
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Azulongmon voló hacia la isla donde Seraphimon se estaba enfrentando con Lucemon y Beelzemon. Mientras tanto, Holydramon se alzó frente a Leviamon, abrió la boca y escupió un fuego esmeralda; Leviamon sonrió, abrió la boca a su vez y una luz verde casi idéntica vino a chocarse con la de Holydramon. El demonio barrió el ataque de su oponente con una fuerza asombrosa y aprovechó el efecto de sorpresa para abalanzarse sobre el dragón rosa. Lo atrapó entre los anillos que formó con su cola y Holydramon sintió el pánico apoderarse de ella: le estaba empezando a faltar de aire.
Azulongmon se estrelló contra Beelzemon y Lucemon con todas sus fuerzas. Seraphimon, todavía aturdido por el ataque de Lucemon, se enderezó y extendió ambas manos:
– ¡Siete cielos!
Beelzemon se enderezó en ese momento y disparó sus dos pistolas: sus balas chocaron con el ataque de Seraphimon y la desintegró. El ángel sacó su espada y su filo comenzó a brillar. Cuando Beelzemon lo golpeó con los puños, Seraphimon contraatacó. Sin embargo sus golpes tuvieron poco efecto contra el cuero con el cual Beelzemon iba vestido: parecía indestructible. Las largas garras negras del demonio echaron humo y a cada rasguño que infligía a Seraphimon unos vapores negros quemaban al ángel al nivel de la herida.
Azulongmon consiguió alejar a Lucemon con una poderosa descarga eléctrica y se dirigió hacia Holydramon para echarle una mano. El dragón rosa ya no podía respirar, prisionero del agarre que Leviamon formaba con su cola. La Bestia Sagrada lanzó una nueva descarga contra el dragón que se vio obligado a liberar a Holydramon. Sin embargo, Azulongmon no se había dado cuenta de que Lucemon había despegado para seguirlo.
– Se acabó el juego, Azulongmon.
El dragón sintió crecer detrás del él una potencia aterradora, incontrolable, que despertó un miedo terrible en su corazón. Antes de que hubiera podido darse la vuelta, Lucemon hizo aparecer una bola de luz en su palma y arrojó en dirección a la Bestia Sagrada. A medida que se acercaba al dragón azul, se hinchó, se hinchó... y con la elasticidad de una burbuja de jabón lo aprisionó todo entero. Las paredes luminosas de la esfera comenzaron a girar alrededor de él con una rapidez obsesionante. Lucemon hizo aparecer una bola oscura en su otra palma y la envió hacia Azulongmon.
– Este es mi mejor ataque: ¡Dead or alive!
La esfera oscura creció como una horrible gota de sangre negra y se fusionó con la primera bola de luz, para fortalecer la prisión alrededor de Azulongmon. En el suelo, Seraphimon logró empujar a Beelzemon hacia atrás con el filo de su espada y levantó la cabeza hacia el cielo.
– No pinta bien, le dijo a Takeru. Las dos esferas de Lucemon son capaces de hacer regresar cualquier digimon a su nivel bebé, incluso los más poderosos, quizás incluso pueda llegar a destruir una Bestia Sagrada. ¡Azulongmon no debe desaparecer!
Seraphimon extendió sus alas y despegó para echarle una mano al dragón; Holydramon ya estaba intentando destruir la esfera. Seraphimon desenvainó su espada y golpeó la pared donde la luz y la oscuridad se mezclaban: en vano. Las paredes giraban, cada una en dirección opuesta a la otra, cada vez más rápido. La esfera luminosa se hacía cada vez más irradiante y la esfera negra cada vez más oscura, exhalando un aura fría y pegajosa de muerte. Ambas parecían acumular cada vez más energía, como si se trataran de dos bombas de relojería. Cuando llegaron a su paroxismo explotaron brutalmente.
Azulongmon cayó por el aire hacia la isla donde se estrelló. Takeru y Hikari sintieron que el pánico los invadía: la Bestia Sagrada ya no se movía. En ese momento, Lucemon aterrizó cerca de ellos y con un movimiento de sus brazos, provocó unas ráfagas que enviaron a los adolescentes a morder el polvo. Entonces se acercó del señuelo de la calcorita que defendían.
En ese mismo instante, en dos lugares de Tokio, dos grupos de demonios se apoderaron de una copia de la calcorita. Joe, Mimi, Sora, Hikari y Takeru les miraron aterrorizados.
Sin embargo, en el mismo momento en que tocaron los señuelos, los demonios lo entendieron. Entendieron que estas bolas eran demasiado blandas para ser el metal que deseaba Yggdrasil. Hicieron girar las réplicas en sus manos y descubrieron la goma de los balones de fútbol debajo la pintura dorada. Llenos de rabia, se volvieron hacia los Niños Elegidos; Lucemon, quien no soportaba que su orgullo fuese ultrajado, levantó una mano amenazadora, dispuesto a castigar Takeru y Hikari por esa ofensa cuando Beelzemon lo detuvo.
– No perdamos el tiempo con estos mocosos. El amo está esperando la calcorita, tan pronto como lo tengamos, podremos volver para vengarnos.
Lucemon, lleno de desdén, siguió a sus camaradas en el cielo. Holydramon aterrizó en el suelo junto a Seraphimon, exhausto. Azulongmon, que sufría todavía las consecuencias del ataque de Lucemon, se enderezó débilmente.
– No debemos dejar que ataquen a los demás, dijo Takeru, apretando los puños.
– ¿A dónde van? preguntó Hikari, siguiéndolos con la mirada.
En este momento, los adolescentes distinguieron a Barbamon, Laylamon y Belphemon en el cielo. En el parque que acababan de abandonar, Joe, Mimi y Sora los vieron alejarse, desesperados.
– Ahora que saben que la calcorita solo era un señuelo, ayudarán a los otros demonios, dijo Joe.
– ¡Tenemos que detenerlos! exclamó Mimi.
Zhuqiaomon se había levantado lentamente, todavía aturdido por la gigantesca bofetada que la mano gigante de Laylamon le había infligido.
– No somos los únicos quienes han sido desenmascarados, dijo Sora, señalando con el dedo al cielo. ¡Mirad!
Señaló las figuras de Lucemon, Leviamon y Beelzemon que atravesaban Tokio volando.
– Azulongmon, Seraphimon y Holydramon no han podido aguantar, dijo Joe.
Todos los Señores Demonios se dirigieron hacia el grupo de Daisuke, Ken, Miyako y Iori, dejando que Yggdrasil se ocupara de Baihumon, Wargreymon y Metalgarurumon.
– Daisuke y los demás nunca podrán hacer frente a los Siete Señores Demoníacos solos, dijo Hikari.
– ¡Vamos a ayudarlos! decretó Takeru.
Mientras se apresuraban a unirse a sus amigos, Joe, Mimi y Sora se subieron en la espalda de Zhuqiaomon para hacer le mismo.
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Desde el último piso de la Agencia, Meiko y Chisako observaban desde lo lejos los rayos producidos por las batallas de sus amigos en Tokio. Con una mano crispada sobre el ventanal, Meiko miraba con tensión los estallidos de luz que iluminaban las nubes por intermitencia. Taichi se estaba enfrentando con Yggdrasil ahora mismo, y aunque confiase en el adolescente, aunque el Sr. Nishijima y Baihumon estuvieran a su lado, aunque Wargreymon, Yamato y Metalgarurumon la ayudasen, Meiko no conseguía apaciguar la angustia que le apretaba el corazón. Ese sentimiento se acentuaba aún más ya que se sentía completamente inútil en la Agencia. Echó un ojo a Meicoomon, que miraba por la ventana a su lado. En las pupilas de su compañera brillaban la preocupación y culpabilidad; había sido una enemiga para los demás digimons de los Niños Elegidos durante mucho tiempo y ahora quería redimir sus errores, pero en esa oficina no podía ayudar a nadie. Meiko de repente sintió una mano posarse en su hombro: Chisako le sonrió de una manera un poco forzada.
– Estoy segura de que están todos bien. Sé que Joe y los demás podrán repeler sus ataques.
Meiko parpadeó: hubiera querido confiar con la misma fuerza que Chisako en la capacidad de sus amigos a vencer Yggdrasil. Detrás de ellos, sentado en la mesa de reuniones, Koushiro casi no había levantado la cabeza desde el comienzo de la batalla. Sometía el programa que Ken había elaborado para crear un muro de fuego entre la Tierra y el mundo digital a todos los tests necesarios; si conseguían reenviar a Yggdrasil y sus secuaces al Mundo Digital, esta barrera les impediría regresar a la Tierra. Apoyada en la mesa junto a él y mordiéndose las uñas, Sakae observaba todas las manipulaciones que realizaba. Tentomon ayudaba a su compañero lo mejor que podía sugiriendo correcciones adicionales, mientras Ryudamon los miraba en silencio.
De repente, Chisako gritó:
– ¡Mirad!
Encima de la bahía de Tokio vieron dos esferas, una de luz y otra de obscuridad, que aprisionaron a un largo dragón azul.
– ¡Es Azulongmon! exclamó Meiko.
Las esferas explotaron y la Bestia Sagrada, inconsciente, perdió altitud. Un estruendo monstruoso resonó casi al mismo tiempo: procedía del oeste, en el parque donde se encontraban Joe, Mimi y Sora. Unos pocos segundos después, Meiko, Chisako, Sakae y Koushiro vieron a seis de los Señores Demonios elevarse en el aire y sobrevolar Tokio a toda velocidad, para converger hacia un punto preciso.
– Han tenido que descubrir que nuestros amigos protegían falsas calcorita, entendió Sakae. ¡Todos van a atacar al grupo de Daisuke!
Meiko sintió que su corazón se aceleraba: Daisuke y Ken habían decidido que no harían evolucionar sus digimons con una fusión del ADN para que Taichi y Yamato pudieran hacer aparecer a Omegamon. Nunca podrían aguantar contra los Siete Señores Demonios reunidos, y además Taichi y Yamato no podrían ayudarlos mientras luchasen contra Yggdrasil. Meiko cerró los ojos y se mordió el interior de la mejilla: quería gritar, quería actuar. Reabrió los ojos e intercambió una mirada con Meicoomon. Las pupilas de su compañera, de un verde intenso, brillaban con determinación. Meiko asintió con la cabeza y lentamente retrocedió hacia la puerta de la sala de reunión, sin hacer ruido. Cuando estuvo ya a un paso de la manilla, se dio la vuelta, y sin vacilar, abrió la puerta y salió corriendo, Meicoomon pisándole los talones.
– ¡Meiko, no! gritó Koushiro.
– ¡Meiko, vuelve! gritó Sakae.
Demasiado tarde. Meiko y Meicoomon ya había salido de la Agencia y se precipitaron a la calle. Corrieron hacia el parque donde se encontraban Daisuke, Ken, Miyako y Iori; no circulaba ningún coche en las carreteras y ningún habitante había salido de casa: el director había conseguido evacuar toda la zona. Cuando Meiko y Meicoomon llegaron a la entrada del parque, si aliento, se quedaron congeladas: el área ardía por todos lados bajo los ataques de los Señores Demonios. Las rejas que cerraban el parque yacían en el suelo, deformadas y medio fundidas, mientras los árboles se quemaban a toda velocidad. El césped ya se había transformado en una alfombra de cenizas y costaba respirar en el ambiente lleno de humo. Meiko se puso una mano delante de la nariz, tosió, y entonces distinguió a sus amigos en el campo de batalla.
Xuanwumon resistía con todas sus fuerzas a Daemon y Lucemon que se habían aliado contra él. Sin embargo, se veía que estaba exhausto y que no aguantaría mucho más tiempo, pero ninguna de las otras Bestias Sagradas podía ayudarlo.
Azulongmon se enfrentaba a Leviamon y Belphemon, dos adversarios a su medida: si bien los dos dragones tenían la misma agilidad, Belphemon podía producir una electricidad que rivalizaba con la de Azulongmon de manera aterradora. En ese momento Holydramon y Seraphimon surgieron en el cielo: Takeru y Hikari saltaron de su espalda mientras sus compañeros iban a ayudar a Azulongmon.
Por su parte, Zhuqiaomon hacía frente solo a Barbamon, Laylamon y Beelzemon. Laylamon había hecho aparecer otra vez la mano gigante que podía controlar a distancia, mientras Barbamon había levantado un muro de llamas negras del cual emanaban unas fantasmas espantosos. Beelzemon había armado sus pistolas y disparaba sin discontinuar. Zhuqiaomon no paraba de replicar con su cañón, pero también sentía que se le acababan las fuerzas. En ese instante Vikemon y Rosemon llegaron para unirse a la pelea.
– ¡Tentación prohibida! gritó Rosemon.
Cuando cruzó los brazos en su pecho para lanzar un rayo escarlata, la mano gigante de Laylamon le cayó encima y la aplastó como una mosca al suelo.
– ¡Rosemon! gritó Mimi.
El cuerpo de su compañera se iluminó y se retransformó en Tanemon. Detrás de la cortina de humo creada por la batalla, Meiko distinguió a Daisuke, Miyako y Iori, que se estaban enfrentando a Voltobautamon. Los sables del pirata habían herido a Ankylomon y Aquilamon, y si bien Paildramon todavía resistía, sabía que pronto se quedaría sin energía frente a un enemigo de nivel mega. Tres sables se abalanzaron en su dirección y a pesar de sus esfuerzos, no pudo repelerlos. Se derrumbó en el suelo, exhausto.
– ¡No! Gritó Ken.
– ¡Paildramon, levántate! le gritó Daisuke.
Voltobautamon avanzó hacia ellos, amenazante. A unos cientos de metros de ellos, la mirada de Meicoomon se endureció: ya no podía soportarlo. Se echó a correr hacia Voltobautamon, pero aunque subiese que no podía vencer tal monstruo.
– ¡Mei! exclamó Meiko, corriendo hacia su compañera.
Meicoomon se abalanzó sobre Voltobautamon y lo atacó con rabia, arañándole todo lo que podía. Voltobautamon se quedó más sorprendido que herido, y agarró a Meicoomon por el cuello para levantarla como si fuera un gatito sin defensas.
– ¿Tú? exclamó enojado. ¿Cómo puedes seguir viva? ¡Tus datos han sido definitivamente eliminados con la muerte de Ordinemon!
– ¡Te haré pagar todo lo que has hecho, demonio! le espetó con rabia Meicoomon con una luz de desafío en los ojos.
Voltobautamon se rio y la envió a morder el polvo con violencia. Meicoomon dio vueltas en el suelo, aturdida. Meiko corrió hacia su compañera.
– ¡Mei! Mei, ¿me oyes?
Voltobautamon se rio otra vez y levantó los brazos por encima de su cabeza: una poderosa ola de aire caliente cayó del cielo y golpeó a Meiko, Daisuke, Ken, Miyako y Iori; los adolescentes se derrumbaron al suelo. Cuando la tempestad se calmó, Meiko se enderezó difícilmente y se volvió hacia sus amigos: Aquilamon, Ankylomon y Paildramon ya no podían luchar. Sus compañeros humanos tenían arañazos y heridas en las piernas, en los brazos y en el rostro, y aunque trataran de resistir, eran conscientes de que llegaban a sus límites. Entonces Meiko la silueta de Voltobautamon acercándose a ellos, envuelta una nube de humo caliente que hacía temblar su imagen como un espejismo, pero la chica sabía que ese ser maligno era real. Una sonrisa sádica estiró los labios del pirata, mientras preparaba sus sables.
En ese instante, una ola de ira invadió a Meiko; una ira terrible e incontrolable, la que había sentido cada vez que había visto sufrir a sus amigos en una pelea. Los Siete Señores Demonios siempre les estaban atacando con tanta o más violencia que se sabían superiores a los compañeros de sus amigos. Se complacían en hacer sufrir a los demás para gozar mejor de su poder, y este sadismo desató una rabia hirviente en el corazón de Meiko. Estos demonios solo era unos cobardes, unos cobardes que se aprovechaban de la debilitad de los demás para hacer el mal y satisfacer su orgullo. Meiko apretó los dientes: no dejaría que sus amigos sufrieran nunca más. No dejaría que la injusticia volviera a triunfar.
En ese momento, su digivice y su emblema emitieron una luz rojo burdeos deslumbrante. Voltobautamon se congeló y Meicoomon se enderezó. La luz del digivice de Meiko se multiplicó por diez y un halo intenso rodeó el cuerpo de Meicoomon. El símbolo de justicia de Meiko apareció en el pelaje de su compañera para permitir que se transformara. Las patas y la cola de Meicoomon se alargaron, unas protecciones de metal cubrieron sus hombros y sus patas traseras, y una larga melena blanca creció alrededor de su cuello.
Cuando la luz que la envolvía se atenuó, Meiko se enderezó y descubrió la nueva apariencia de su compañera, atónita. Meicoomon había evolucionado sin que su digivice se volviera negro, sin que los datos de Apocalymon controlaran su evolución: ya tenía prueba de que Yggdrasil no tenía ningún poder sobre ella. La adolescente miró fijamente a su digimon mientras sentía su corazón latir con fuerza.
– Mei...
– Esta vez te protegeré, respondió su compañera con una voz que ya no era infantil. Me llamo Meicrackmon.
Meiko asintió y se puso de pie a su lado, con los puños cerrados. Voltobautamon miró al nuevo digimon con desconfianza. Sin embargo, su sonrisa malvada reapareció rápidamente.
– ¡Aunque hayas evolucionado, sigo siendo más fuerte que tú, gatito!
– Voy a hacerte pagar por el mal que hiciste a Meiko y sus amigos, replicó Meicrackmon.
Voltobautamon se rio otra vez, desvainó sus sables y los arrojó hacia Meicrackmon. A medida que ganaban velocidad, se multiplicaron. Los ojos de Meicrackmon se entrecerraron.
– Yo también sé duplicarme, Voltobautamon.
Inmediatamente su cuerpo se iluminó y decenas de copias de ella misma aparecieron a sus alrededor. Los múltiples sables de Voltobautamon, desorientados, no supieron qué Meicrackmon perseguir y se separaron. Entonces las copias empezaron a agitar los largos apéndices que se extendían por su espalda y los utilizaron como látigos para repeler las armas de Voltobautamon. Meiko apretó un pugno contra su corazón: apoyaría a su compañera hasta el final.
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Lejos de la Tierra, Jesmon luchaba ferozmente contra Alphamon. Su combate había devastado regiones enteras del mundo digital, pero ninguno de ellos estaba dispuesto a someterse al poder de su oponente. Cuando Meicoomon evolucionó, Jesmon sintió una extraña energía en su interior. Al mismo tiempo, Homeostasis se agitó: él también había percibido la evolución de Meicoomon como en un eco lejano, pero íntimo. Era el único digimon que había creado, estaba vinculado con ella desde su nacimiento.
Entonces los Niños Elegidos habían conseguido resucitarla sin los datos nefastos de Apocalymon. Homeostasis hizo girar el vapor que formaba su esfera e intentó contactar a Jesmon. En el campo de batalla, este último se agachó para evitar un disparo de Alphamon y en ese momento, una voz resonó en su cabeza.
– Los Niños Elegidos han logrado traer de vuelta a Meicoomon, dijo Homeostasis. La cual acaba de evolucionar por primera vez sin que los datos de Apocalymon la corrompan.
– Lo sé. Yo también lo he sentido.
– Subestimé a los Niños Elegidos. Quizás hayan perturbado momentáneamente la armonía para restablecer el equilibrio del mundo digital.
– Entonces, ¿vas a ayudarlos, señor? preguntó Jesmon.
– Sí, confirmó Homeostasis.
