¡Muy buenas a todos! Otra vez lo siento por haber tardado tanto en actualizar (tengo la impresión que digo esto cada vez que subo un nuevo capítulo, qué vergüenza me da ^^") Acabo de empezar un nuevo trabajo y me he tenido que mudar, dejándome poco tiempo para publicar mi fic. Pero nos os olvido, de verdad, y me flagelo cada día por ser tan lenta. Además, creo que ya lo mencioné cuando empecé a publicar esta historia, pero somos dos en releer cada capítulo antes de que lo publique. Como traduzco una historia que escribí inicialmente en francés, siempre empezo por hacer la traducción y la pongo en común con otra persona, que es nativa, y que me hace la beta-lectura.

Esta persona también está bastante sumergida por su propio trabajo actualmente, así que he decidido publicar este capítulo con una única relectura, la mía. Espero que no encontraréis cosas horrendas, si véis barbarismos o cosas que se siente que realmente no se dice así en español no dudéis en comentármelo.

Bueno, no sé si compensará mi tardanza, pero el capítulo de hoy es bastante largo :) Sigue con la batalla contra Yggdrasil en el mundo real, después de que Meicoomon haya evolucionado por primera vez sin que sea una digivolución maligna :) ¡Espero que os guste!

Samy :

Muchas gracias por tu comentario, la verdad es que me hace mucha ilusión que sigas leyendo mi historia a pesar de mi ritmo de publicación irregular. Me alegra de que te haya gustado el capítulo anterior, para Meiko, pues, intento darle un papel más activo en mi fic, pero puede que su personalidad no te guste haga lo que haga xD A mi también me hubiera encantado que las pelís sigan así, por eso quise escribir esta historia ;) Espero que el capítulo de hoy te guste y que tendré el placer de leer otras impresiones tuyas.

¡Buena lectura a todos!


Capítulo 57

Los sables de Voltobautamon ya habían eliminado varias copias de Meicrackmon, pero aún no habían logrado alcanzar el verdadero digimon. Mientras tanto, Zhuqiaomon, Azulongmon y Xuanwumon seguían luchando contra los Siete Señores Demoníacos con la ayuda de los tres compañeros digimons de los Niños Elegidos que podían todavía pelear: Vikemon, Seraphimon y Holydramon.

Dejando que Meicrackmon se encargara de Voltobautamon, Meiko se juntó con Ken, Daisuke, Miyako y Iori.

– ¿Estáis heridos?

– No, estamos bien, respondió Daisuke con una sonrisa. Gracias a ti, Meiko.

– Sin tu intervención nuestros digimons no hubieran podido aguantar, añadió Miyako.

– ¡Ojala vuestros compañeros unieran sus fuerzas con las de Meicrackmon, podríamos repeler a Voltobautamon! dijo Meiko con convicción.

– Lo mejor sería hacer aparecer a Imperialdramon, dijo Ken ansiosamente. Pero le prometimos a Taichi y Yamato que no lo haríamos.

En ese momento, los sables de Voltobautamon se dirigieron hacia ellos a toda velocidad.

– ¡Agachaos! gritó Daisuke.

Los sables pasar por encima de sus cabezas y se volvieron hacia los dobles de Meicrackmon que replicaron con sus apéndices. Los adolescentes se enderezaron con el corazón latiendo cuando de repente ocurrió un extraño fenómeno.

Los doce digi-esferas que flotaban alrededor de los cuerpos de Azulongmon, Zhuqiaomon y Xuanwumon empezaron a emitir una luz pálida, que se hizo cada vez más intensa. Al mismo tiempo, en el otro extremo de Tokio, en la isla donde Taichi, Yamato y el Sr. Nishijima estaban luchando contra Yggdrasil, las digi-esferas de Baihumon también se encendieron.

Daisuke, Ken, Miyako y Iori observaron las bolas brillar con mil luces, sorprendidos, y en ese momento, sintieron que se activaba su digivice.

– ¿Qué pasa? exclamó Daisuke sacándolo de su bolsillo.

Todos lo imitaron y descubrieron que en la pantalla del dispositivo electrónico habían aparecido los dos emblemas que cada uno poseía: el coraje y la amistad por Daisuke, el amor y la pureza por Miyako, el conocimiento y la responsabilidad por Iori, bondad por Ken. Para sorpresa de los que detentaban dos emblemas, vieron que los blasones se entrelazaban y se fundían uno con el otro para formar un nuevo dibujo.

– ¿Qué significa esto? murmuró Iori, estupefacto.

De repente el cuerpo de Paildramon se iluminó y la fusión de ADN entre los dos digimons se quebró. X-Vmon y Stingmon se enderezaron y se miraron, sorprendidos.

– ¿Por qué os separasteis? exclamó Daisuke.

– Ni idea, respondió X-Vmon, un poco confuso. Pero me siento lleno de energía.

– Yo también, confirmó Stingmon.

– ¿Cómo? dijo Ken.

Los ojos de Aquilamon y Ankylomon se dilataron cuando ellos también sintieron que sus fuerzas se regeneraban con una velocidad increíble. Miyako observó a sus compañeros y luego a los digimons de sus amigos: pero ¿qué estaba sucediendo?

En ese momento, las digi-esferas que rodeaban los cuerpos de las cuatro Bestias Sagradas emitieron cuatro rayos de luz cegadores: de Baihumon brotó un rayo que atravesó todo Tokio para aterrizar sobre el cuerpo X-Vmon; de Azulongmon partió un rayo que tocó Stingmon; de Xuanwumon salió un rayo que iluminó a Ankylomon; y de Zhuqiaomon surgieron dos rayos: el primero aterrizó sobre Aquilamon y el segundo sobre Ankylomon. Daisuke miró asombrado los cuerpos resplandecientes de sus compañeros, luego bajó la mirada hacia el doble emblema que había aparecido en su digivice y reflexionó a toda velocidad: tres años antes, las digi-esferas de Azulongmon habían permitido que los digimons de Taichi y de sus amigos alcanzaran el nivel perfecto. Por lo menos era la teoría de Koushiro, pero Daisuke la encontraba bastante acertada. Si las digi-esferas de las Bestias Sagradas se activaban otra vez, no podía ser una coincidencia.

¿Se pudiera que las Bestias Sagradas estuvieran dando a sus compañeros la energía para evolucionar? Al pensar esto el corazón del adolescente se aceleró. Miró a sus amigos y en sus ojos vio que pensaban exactamente igual. Asintieron y apretaron firmemente su digivice entre sus manos. En ese momento, la luz que envolvía sus compañeros se multiplicó por diez.

X-Vmon sintió que su cuerpo y sus alas de dragón se alargaban, que sus patas se volvían más musculosas. En su pecho apareció una coraza blanca adornada con arabescos rojos; una punta de lanza blanca creció en su espalda, mientras un kabuto blanco y dorado le cubrió la cabeza. Dos esferas doradas se materializaron entre sus garras rojas y el poder que invadió su corazón le dio escalofríos: entonces supo que se había convertido en Wingdramon.

Stingmon también sintió que su cuerpo crecía y que sus protecciones metálicas desaparecían para verse reemplazadas por una brillante coraza de un verde pálido. Sus antenas se estiraron y unas alas transparentes de insecto surgieron de su espalda, mientras en su mano se materializó un cetro dorado con punta de estrella. A pesar de que no se haya más imponente, el nuevo digimon adivinó que disponía ahora de una fuerza que superaba de mucho la de Stingmon; entonces supo que se había convertido en Jewelbeemon.

Aquilamon sintió de repente que centenas de plumas moradas y suaves crecían en su cabeza, antes de que un casco dorado las recubriese. Su cuello se adornó con plumas blancas, su cuerpo y alas se con plumas negras y además de sus dos patas habituales, le nació una tercera, todas con garras rojas. Unos escudos dorados con punta de lanza en su centra protegieron en el hueso superior de sus alas. Sin embargo, no era ese nuevo equipo que le hizo sentirse al digimon más fuerte, sino la potencia conjugada de las Bestias Sagradas y de Miyako que la invadían: entonces supo que se había convertido en Yatagaramon.

Bajo el flujo de energía que le invadió, Ankylomon entendió que su apariencia entera se iba a transformar: su cuerpo masivo y erizado de púas desapareció para dejarle paso una silueta más imponente y más esbelta. Sintió que su cuello se alargaba increíblemente, que su cola perdía su masa y crecía, que su cabeza se hacía más lisa salvo por el cuerno que le creció en la frente. Sus patas se hicieron más altas y cuando se enderezó ostentaba la apariencia de un Brachiosauraus naranja con rayas azules. Nunca había alcanzado la forma que tenía ahora y adivinaba que debía este nuevo cuerpo a un milagro, aunque no hubiera podido decir cual exactamente, pero sabía que no había llegado a este nivel solamente por la fuerza de Iori. Entonces supo que se había convertido en Brachimon.

Daisuke, Ken, Miyako y Iori miraron fijamente a sus compañeros, sin palabras: habían alcanzado el nivel perfecto. Meiko, atónita, observaba los majestuosos digimons que acababan de aparecer.

Meicrackmon sonrió: ya no estaba sola para enfrentarse con Voltobautamon. El pirata hizo una mueca al notar la nueva forma de los digimons de Daisuke, Ken, Miyako e Iori. ¿Cómo estos mocosos habían podido permitido que sus compañeros evolucionaran? Sospechaba que la luz que había brotado de las Bestias Sagradas tenía algo que ver con todo esto, pero no terminaba de entender lo que había sucedido exactamente. Meicrackmon aprovechó que Voltobautamon se desconcentraba para atacarlo con todos sus dobles: veinte Meicrackmon se abalanzaron sobre él con los puños cerrados. Sin embargo el pirata se recuperó rápidamente, sacó sus sables y los arrojó: más de diez copias se desvanecieron instantáneamente. Cuando la verdadera Meicrackmon se acercó a Voltobautamon, agitó sus apéndices como látigos y lo golpeó con fuerza. Su enemigo soportó los golpes y con una sonrisa maliciosa consiguió agarrar uno de los apéndices de Meicrackmon con la mano izquierda. Con su mano derecha, sacó una espada de su cinturón y cortó el aire frente a él. Su filo dejó una larga herida en el pecho del digimon que gritó y puso una rodilla en tierra.

Voltobautamon sonrió, victorioso. Estaba convencido de la superioridad de su fuerza cuando fue bruscamente atacado por unas garras escarlatas. Levantó la cabeza con rabia: Yatagaramon se había abalanzado hacía él. Jewelbeemon despegó a su vez, agitó su cetro dorado y cruzó los brazos delante de él: una onda eléctrica partió del cetro y se dirigió hacia Voltobautamon. El rayo fue tan rápido que el pirata ni siquiera tuvo tiempo para llevar sus sables y protegerse: fue electrocutado en el instante. Una nube de humo se elevó alrededor de su cuerpo, sin embargo, cuando las nubes se aclararon, los Niños Elegidos vieron que Voltobautamon se enderezaba, una luz inhumana brillaba en su mirada.

– ¿Pensasteis que podríais vencerme? ¡Qué ingenuos sois! Vive en mí el poder de dos mega digimons, ¡no podéis nada contra mi fuerza!

– ¡Eso lo veremos! respondió Daisuke con fiereza.

– ¡Vas a pagar por habernos encarcelado durante meses en ese laboratorio, Voltobautamon! añadió Iori.

– Y también por capturar a Taichi, Mr. Nishijima y Gennai, dijo Ken con un tono amenazante.

Jewelbeemon cruzó los brazos sobre el pecho.

– ¡Spike buster!

Una onda de choque brotó de su cetro y golpeó otra vez a Voltobautamon. Su enemigo se tambaleó pero no perdió el equilibrio. Entonces Yatagaramon juntó sus tres patas y entre sus garras apareció una bola de fuego brillante que arrojó hacia el pirata. Voltobautamon levantó ambas manos por encima de la cabeza y generó unos vapores negros que utilizó para resistir el ataque de Yatagaramon. Meicrackmon, Brachimon y Wingdramon aprovecharon que su atención se desviaba para atacarlo por todos los lados. Meicrackmon se duplicó y cada una de sus copias corrió hacia Voltobautamon, agitando sus apéndices como látigos. Brachimon cargó con su cuerno frontal en una posición ofensiva y Wingdramon apuñaló al pirata, apuntándole con la enorme lanza que llevaba en la espalda.

Pero Voltobautamon tenía unos instintos muy desarrollados y percibió los ataques: con una mano siguió luchando contra la bola de fuego de Yatagaramon y con la otra arrojó sus sables hacia Wingdramon, Meicrackmon y Brachimon: los digimons fueron proyectados hacia atrás. Tan pronto como su segunda mano estuvo libre Voltobautamon atacó a Yatagaramon con todas sus fuerzas: el pájaro recibió los vapores negros del digimon en la cara y cayó al suelo, aturdido.

– ¡Yatagaramon! gritó Miyako.

Voltobautamon seguía riendo, con esa risa sádica y horrible que atormentaba las pesadillas de todos los Niños Elegidos.

– ¿Por qué os empecináis? Ya os lo dije antes: ¡no podéis vencerme!

Daisuke, Miyako, Meiko y Iori apretaron los dientes mientras miraban a sus compañeros que yacían en el suelo. En ese momento, se pusieron de pie con determinación. Wingdramon extendió sus alas de nuevo y despegó para ponerse al nivel de Jewelbeemon: tenía una idea. Le gritó algo a su amigo y Jewelbeemon asintió. El gran insecto bajó en picado hacia sus compañeros digimons para explicarlos el plan: al escucharle, un brillo feroz se iluminó en sus ojos y se pusieron en posición.

– ¡Daisuke! gritó Wingdramon. ¡Agáchate con los demás y cubrid vuestros oídos! Vosotros, les dijo a sus amigos digimon, ¡quedaos detrás de mí para no estar atrapados en la ola!

Entonces Wingdramon abrió la boca y unas ondas de sonido extremadamente agudas se difundieron por el aire. Bajo ese ruido estridente, cualquier ser vivo sentía de dolor terrible. Wingdramon había extendido sus enormes alas azules delante de los Niños Elegidos para protegerlos de las olas, haciando que el sonido solo se dirigiese hacia Voltobautamon. Primero el pirata trató de resistir al ataque con sus sables, pero los filos no podían detener la estridencia. El ruido se volvió tan insoportable que sus manos temblaron y que sus sables se les escaparon. Voltobautamon tuvo la impresión de que se estaba volviendo loco y puso una rodilla en tierra para taparse los oídos.

– ¡Ahora! gritó Wingdramon a sus compañeros.

Brachimon golpeó la tierra con una de sus colosales patas y todo el parque tembló: unos picos de hielo y poderosos géiseres de agua surgieron del suelo y rodearon a Voltobautamon. Yatagaramon despegó, los cuatro picos dorados que coronaban sus alas brillaron y concentraron energía: cuatro rayos ardientes salieron disparados. Jewelbeemon volvió a agitar su cetro y cruzó los brazos en su pecho: un destello más rápido que el sonido salió de su bastón dorado y se mezcló con los rayos de Yatagaramon. Meicrackmon hizo aparecer dos bolas de energía rosa pálido en cada una de sus palmas y las arrojó hacia el pirata.

Todos los ataques se combinaron y explotaron sobre Voltobautamon en un estruendo ensordecedor. Un soplo ardiente barrió el parque, obligando los Niños Elegidos a protegerse la cara con sus manos.

Wingdramon detuvo su ataque sónico y plegó sus alas, para aterrizarse cerca de Yatagaramon y Jewelbeemon. Meicrackmon y Brachimon se unieron a ellos y cuando los humos sofocantes se disiparon, los Niños Elegidos se quedaron con la boca abierta.

Voltobautamon estaba arrodillado en el suelo, con los brazos levantados hacia el cielo. Su cuerpo se estaba descomponiendo lentamente en miles de píxeles, que crepitaban durante unos momentos antes de desaparecer. Sus ojos eran desorbitados y encendido por una luz de locura. Sus pies y sus manos ya se habían desvanecido, sus costillas empezaban a desintegrarse. Pronto sabía que dejaría de existir pero no parecía importarle, no parecía tener remordimientos ni miedo. Se rio, una y otra vez, y esa risa demente heló la sangre de los Niños Elegidos.

– Pobres locos... quizás me habéis derrotado... ¡pero nunca venceréis a Yggdrasil! Nunca, ¿me oís? Nunca... ¡ja, ja, ja! ¡Argh!...

En ese momento, los últimos píxeles que formaban su rostro se descompusieron y el sirviente más fiel de Yggdrasil desapareció con un estertor de agonía. Daisuke, Ken, Miyako, Iori y Meiko se estremecieron, todavía atormentados por la mirada vacía del pirata. Sus digimons habían vencido a Voltobautamon, se acababa de desintegrar ante sus ojos, en el mundo real. Nunca volvería a aparecer.

Apenas tuvieron tiempo para recobrar el sentido. La pared de humo creada por su batalla con Voltobautamon se disipó y detrás, las Bestias Sagradas todavía estaban luchando contra los Siete Señores Demonios. Las balas de Beelzemon y la mano gigante de Laylamon perseguían a Zhuqiaomon y Vikemon que luchaba a su lado. Azulongmon y Holydramon todavía resistían a Leviamon: dos dragones contra un dragón, llamas esmeraldas contra electricidad, eran casi en un pie de igualdad y ninguno podía tomar la ventaja sobre el otro. Seraphimon estaba compitiendo contra Belphemon, que medía tres veces su altura. No soltaba la guarnición de su espada, pero sentía que su fuerza disminuía minuto tras minuto. Belphemon sonrió y preparó otra ráfaga de electricidad entre sus cuernos: la corriente alcanzó a Seraphimon antes de que tuviera tiempo para alejarse. Se derrumbó en el suelo y su cuerpo se iluminó para volver al nivel bebé.

– ¡Tokomon! gritó Takeru, corriendo hacia él.

En ese instante, Leviamon mordió ferozmente el cuello de Holydramon: la compañera de Hikari gritó y sintió que su cuerpo brillaba: se estrelló en el suelo y se convirtió de nuevo en Nyaromon. Entonces Barbamon hizo caer el muro de llamas negras que había creado sobre Vikemon: aplastado por el poder del demonio, se retransformó en Pukamon. Los digimons de Takeru, Hikari, Joe y Mimi habían sido derrotados.

Xuanwumon luchaba furiosamente contra Daemon y Lucemon: había creado dos enormes remolinos de agua que formaron un torno gigante que detenía el tornado de fuego creado por Daemon. Por desgracia, se estaba agotando y sabía que no podría aguantar contra los demonios durante mucho tiempo. Debajo de sus patas, que comenzaban a temblar, mantenía el señuelo de la calcorita protegido, intacto.

– ¡Iori! exclamó Daisuke. ¡Vete a ayudar a Xuanwumon! Tu digimon, Brachimon, puede generar hielo, ¡será útil contrarrestar a Daemon!

– ¡Entendido!

– Miyako, tú...

– ¡No haga falta que me le digas! dijo la joven, saltando en la espalda de Yatagaramon. ¡Vamos a ayudar a Zhuqiaomon!

Ante estas palabras, Yatagaramon despegó.

– ¡Tú también, Daisuke, tienes que ir a ayudar a Xuanwumon! le gritó Ken a su amigo. ¡Los Señores Demonios no tienen que apoderarse del señuelo de la calcorita!

– ¡Vale!

Luego Ken se volvió hacia Meiko, apretó los puños y dijo:

– Azulongmon nos necesita. ¿Vienes conmigo?

– ¡Claro!

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En la mal nombrada Isla de los Sueños, Taichi, Yamato y el Sr. Nishijima vivían una verdadera pesadilla. Cuando se quedaron encarcelados bajo la cúpula de hielo de Yggdrasil entendieron que ni la fuerza de Wargreymon ni la de Metalgarurumon serían suficientes para vencer a su enemigo. Afortunadamente, Baihumon estaba a su lado; el inmenso tigre escupió una enorme ola metálica que cubrió toda la pared interior de la bóveda de hielo. Entonces la Bestia Sagrada se volvió hacia Taichi y Yamato y les gritó:

– ¡Haced aparecer a Omegamon! He fragilizado la bóveda de Yggdrasil con mi metal, ¡ahora solo la espada de Omegamon podrá romperla!

– ¡Entendido! asintió Yamato, sacando su digivice. Taichi, ¿listo?

Su amigo asintió y sus digivices se iluminaron: los cuerpos de Wargreymon y Metalgarurumon se descompusieron en una serie de números binarios, naranjas para Wargreymon, azules para Metalgarurumon. Los códigos luminosos se entrelazaron, se elevaron bajo la cúpula de hielo y explotaron: en un halo de luz apareció Omegamon. El gran digimon desenvainó su espada y golpeó la cúpula recubierta con el metal de Baihumon. La hoja de su arma vibró bajo el impacto e hizo temblar toda la isla. La bóveda se resquebrajó, recorrida por decenas de fisuras.

– ¡Agachaos! dijo Omegamon a Taichi y Yamato.

Los dos adolescentes se bajaron y Omegamon extendió sus brazos para protegerlos. El Sr. Nishijima se refugió bajo el enorme cuerpo de Baihumon, y al minuto siguiente la cúpula se rompió: miles de fragmentos de hielo y de metal volaron en todas direcciones, obligando Baihumon y Omegamon a inclinarse encima de sus compañeros para evitar que estuvieran heridos.

Cuando se enderezaron Yggdrasil se encontraba todavía delante de ellos. En su rostro glacial e inexpresivo apareció una sonrisa: la resistencia de los Elegidos parecía divertirle, como si la juzgara inútil. Sin darles ningún respiro volvió a materializar centenas de picos de hielo y los arrojó hacia Baihumon y Omegamon. El tigre respondió con una gran ola de metal, pero apenas contuvo el ataque, entonces Omegamon cargó su cañón y disparó: esta vez, la mayoría de las estalactitas fueron desintegradas. Yggdrasil sonrió para sus adentros, sin mover los labios. ¿Omegamon le atacaba con fuego? Qué imbécil, no sabía contra quién se estaba enfrentando. Había sido el dios del mundo digital, poseía los poderes y todas las facultades necesarias para el combate: nadie podía derrotarlo. Su cuerpo se iluminó y cambió de forma, abandonando su forma de hielo para retomar su aspecto metálico, provisto de dos cañones a la extremidad de cada uno de sus brazos. Sus ojos rojos se abrieron debajo de su yelmo plateado y un sentimiento de excitación le invadió.

Taichi, Yamato y el Sr. Nishijima abrieron los ojos aterrorizados: Yggdrasil acababa de transformarse en una forma que ninguno de ellos había visto nunca y el nuevo aspecto de su enemigo inspiraba tanto terror como su precedente avatar, incluso más.

Yggdrasil apuntó hacia ellos uno de sus cañones y disparó. Baihumon escupió una ola de metal para contraatacar, pero el ataque de Yggdrasil lo derritió totalmente y miles de gotas de metal líquido explotaron en el aire antes de caer en el mar, levantando unas impresionantes nubes de vapor. Omegamon disparó a su vez: su bola de llamas brotó hacia Yggdrasil y lo golpeó con todo el poder de la fusión del ADN. Taichi y Yamato miraron la nube de llamas con sus corazones latiendo a mil. El metal de la armadura de su enemigo empezó a derretirse. Taichi parpadeó: ¿pudiera que Omegamon tuviese suficiente poder como para? ... El fuego que rodeaba el cuerpo de Yggdrasil se apagó brutalmente y su enemigo se quedó flotando a varios metros de altura: su cuerpo se estaba licuando. En ese momento, una luz intensa lo envolvió y el metal de su armadura, en vez de seguir fluyendo, se elevó gota por gota, reformándose alrededor de sus brazos, de su cabeza, de su pecho. En unos pocos segundos, el cuerpo de Yggdrasil estuvo ya intacto.

– ¡Se regenera! exclamó el Sr. Nishijima.

– No puede ser, ¡nunca podremos derrotarlo! dijo Yamato.

En ese instante, en el parque donde las Bestias Sagradas estaban luchando contra los Siete Señores Demonios, Daemon y Lucemon atacaron juntos a Xuanwumon. Brachimon y Wingdramon intentaron protegerla, sin embargo no pudieron con los ataques de los demonios que los envió a estrellarse contra una reja.

– ¡Wingdramon! exclamó Daisuke.

– ¡Brachimon! gritó Iori.

Xuanwumon estaba ya sola contra Daemon y Lucemon, que lanzaron un nuevo ataque en su dirección: los tornados de agua creados por la Bestia Santa se evaporaron bajo el poder de fuego de Daemon. Antes de que la tortuga gigante pudiera hacer nada, las esferas malignas de Lucemon la aprisionaron; sus paredes giraban a toda velocidad, la esfera de luz en la dirección opuesta a la esfera de oscuridad, y de repente las enormes bolas explotaron y Xuanwumon cayó al suelo con un largo gemido, vencida. Daemon y Lucemon se apresuraron hacia el señuelo de la calcorita...

... y se hicieron con él.

Sin embargo en el instante en que pusieron sus manos en la esfera supieron que esta tampoco era la verdadera calcorita, sino un engaño como las demás bolas. Daemon soltó un rugido de ira que hizo temblar todo Tokio. Su grito llegó a los oídos de Yggdrasil y mientras disparaba contra Omegamon y Baihumon, el Señor del Mar Oscuro cerró los ojos. Proyectó su pensamiento fuera de su cuerpo y trató de contactar a Daemon. El demonio de la ira de repente escuchó una voz que resonaba en su cabeza.

– ¿La calcorita que encontrasteis solo era una copia? preguntó Yggdrasil.

– Sí, amo. ¡Mataré a esos Niños Elegidos por esa humillación!

– Dejo que te encargues de esos niños con los otros demonios. Si todas las esferas que protegían son señuelos, la calcorita que Baihumon y Omegamon tiene que ser la verdadera. Voy a apoderarme de ella ahora mismo.

Yggdrasil cortó la comunicación con Daemon y se reconcentró sobre su pelea: sus ojos rojos se redujeron a dos rendijas y se posaron sobre Taichi, Yamato y el Sr. Nishijima.

– Habéis querido engañarme. Habéis querido ser más inteligente que yo, miserables humanos, os vais a arrepentir.

Se retransformó en su avatar de hielo y extendió su mano delante de él: una columna de luz rodeó la isla en la que se encontraban los Niños Elegidos y sus digimons y en ese momento, Taichi, Yamato y el Sr. Nishijima sintieron que sus pies se despagan del suelo por una fuerza desconocida, sin que pudieran resistir.

– ¿Qué pasa? gritó Taichi.

Miró hacia arriba y a través de las paredes transparentes que se habían formado alrededor de la isla, adivinó el rostro de Yggdrasil. Este último entrecerró los ojos y dijo con voz melosa:

– Como en el mundo digital, puedo actuar sobre las leyes físicas de la Tierra. Si lo deseo, puedo alterar los parámetros e invertir los fenómenos como por ejemplo… el de la gravedad.

– ¿Cómo? exclamó Yamato. ¿Ha suprimido la gravedad?

Baihumon y Omegamon intentaron alcanzar a los Niños Elegidos, pero el poder de Yggdrasil era demasiado grande e incluso los grandes digimons se sintieron que sus pies ya no tocaban tierra. Sin embargo, el señuelo de la calcorita permaneció en la isla.

– ¡No! gritó Taichi.

Intentó luchar, pero se sentía desesperadamente atraído hacia el cielo.

– ¡Baihumon, impide que Yggdrasil se acerque! gritó el Sr. Nishijima.

La Bestia Sagrada abrió la boca y escupió una ola de metal en dirección a su enemigo. Los ojos de Yamato se agrandaron: la ola de metal, en lugar de brotar hacia Yggdrasil, subió directamente hacia ellos.

– ¡Cuidado! exclamó Omegamon, poniéndose delante de los adolescentes y del Sr. Nishijima.

La ola de metal le golpeó con toda su fuerza y gritó de dolor. Su cuerpo brilló y la fusión del ADN se rompió: Koromon y Tsunomon volaron como plumas hacia las nubes.

– ¡No! gritó Yamato, atrapando a su compañero.

– ¡Koromon! gritó Taichi, tomando al vuelo el suyo.

Entonces Yggdrasil atravesó la columna de luz y entró en el perímetro de la isla donde había anulado la gravedad, sin que el fenómeno lo afectara. Avanzó hacia el último señuelo de la calcorita con avidez y puso la mano sobre ella, sin que los Niños Elegidos pudieran hacer nada. En ese instante sus ojos se agrandaron de rabia: al igual que las otras calcorita, esta era solo una copia de goma, Yggdrasil lo entendió inmediatamente. La desintegró con rabia y giró a los Niños Elegidos con una mirada asesina.

– ¡¿Cómo os atrevisteis… cómo os atrevisteis a engañarme?!

Ascendió lentamente hacia los Niños Elegidos y Baihumon, y antes de que la Bestia Sagrada pudiera hacer un gesto, la mano helada de Yggdrasil se cerró sobre cuello del Sr. Nishijima.

– ¡Profesor! exclamó Taichi.

– ¡Daigo! gritó Baihumon, con los ojos desorbitados.

La mano de Yggdrasil estaba tan fría que el profesor sintió que sus manos y sus pies se paralizaban. Yggdrasil apretó más aún su garganta y pronto no pudo respirar. El Señor del Mar Oscuro se volvió hacia Taichi y Yamato y les preguntó con frialdad:

– ¿Dónde está la verdadera calcorita?

Los dos adolescentes apretaron los dientes: si respondían a Yggdrasil pondrían en peligro a Koushiro, Sakae, Meiko y Chisako, así como al futuro del mundo digital; pero si se callaban, el Sr. Nishijima iba a morir. Taichi, desgarrado por este dilema corneliano, miró con angustia el rostro de su profesor que estaba palideciendo a toda velocidad. El Sr. Nishijima se desmayó y su cabeza recayó en su hombro. Taichi estuvo a punto de gritar pero la voz de Baihumon resonó antes de que dijera nada:

– ¡La verdadera calcorita está en la Agencia! Te acabo de enviar por telepatía una ubicación exacta del edificio, Yggdrasil. ¡Ahora suelta a Daigo inmediatamente!

Taichi se quedó con la boca abierta: nunca había visto a Baihumon perder su sangre fría. En su tono normalmente controlado resonaba por vez primera una ira sin límites. Yggdrasil le miró con desdén:

– Incluso tú, que eres una Bestia Sagrada, quisiste proteger a este humano. Vales menos de lo que pensaba, Baihumon.

Sin añadir una palabra soltó al Sr. Nishijima, salió de la columna de luz y voló hacia el lugar que le había indicado el tigre. La luz que rodeaba la isla se apagó abruptamente y la gravedad se restableció. Taichi, Yamato, el Sr. Nishijima cayeron a toda velocidad hacia suelo y se hubieran estrellado si Baihumon no se había apresurado para recuperarlos en su espalda. Aterrizó en la isla y dejó bajar a sus pasajeros. En ese momento, el Sr. Nishijima recuperó lentamente el conocimiento.

– ¿Qué… qué pasó? articuló débilmente.

– No pudimos proteger el último señuelo de la calcorita, dijo Taichi sombríamente.

– Ahora Yggdrasil se dirige hacia la Agencia, añadió Baihumon. Pero nunca me arrepentiré por haberte salvado la vida, Daigo.

Taichi se puso de pie, vacilando, con Koromon en sus brazos. Yamato hizo lo mismo, Tsunomon contra él.

– ¿Qué podemos hacer ahora? preguntó con voz tensa.

– Nada. No podemos hacer nada, dijo Taichi con gravedad.

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En la sala de reuniones de la Agencia, Sakae no había podido contener ni a Meiko ni a Meicoomon. Hubiera podido intentar alcanzarlas, impedir que se mezclaran a la batalla, pero sabía que tenía que quedarse con Koushiro para proteger la verdadera calcorita. Además, su hermana era ya suficientemente madura como para tomar sus propias decisiones. Koushiro había casi terminado el programa en el cual estaba trabajando y un hilo de sudor le perlaba la frente.

En ese momento, un terrible estruendo resonó en todo Tokio. Sakae miró hacia la ventana y a lo lejos distinguió una columna de luz que brillaba sobre el mar. ¡La isla donde se encontraban Taichi y Yamato! ¿Qué estaba pasando? Al cabo de varios minutos, la columna irradiante se extinguió y Sakae de repente vio una silueta imponente que atravesaba el cielo oscuro.

– ¡Yggdrasil!

– ¿Cómo? exclamó Koushiro.

– ¡Yggdrasil... viene hacia nosotros!

– Significa que sabe que la verdadera calcorita está aquí, ¡nuestros amigos no pudieron proteger a los señuelos!

– ¿Qué hacemos, Koushiro? preguntó Tentomon, alarmado.

– Tan pronto como Yggdrasil se acerque lo suficiente a nosotros, tendremos que activar los rifles de plasma.

– ¡Subo en el techo para activarlos! dijo Sakae.

– ¡Voy contigo! dijo Ryudamon.

– Nosotros también, decretó Koushiro.

Chisako, que había guardado el silencio durante su conversación, los miró con preocupación. Koushiro percibió su mirada inquisitiva y caminó hacia ella:

– Nuestro combate producirá probablemente numerosos daños. Baja en despacho del director de la Agencia, en el cuarto sótano: es un refugio nuclear. Aquí tienes la llave que activa el ascensor, dijo entregándole la herramienta.

– Vale.

– ¡Koushiro, cojo la calcorita! le dijo Sakae.

– ¡Entendido!

La joven atrapó la esfera dorada envuelta en una tela azul marino y seguida por Koushiro, Tentomon y Ryudamon, tomó las escaleras que conducían al techo de la Agencia, subiendo las escaleras de cuatro en cuatro. Mientras tanto, Chisako bajó las escaleras en dirección opuesta para refugiarse en el cuarto sótano.

Cuando los adolescentes salieron al tejado, los rifles de plasma estaban ya listos para disparar. Yggdrasil se acercaba a toda velocidad; Sakae le entregó la calcorita a Koushiro y dijo:

– Guárdala y quédate atrás. Si nuestros digimons consiguen repeler a Yggdrasil, ¿podrás abrir una distorsión entre nuestro mundo y el mundo digital?

– Sin problema. Es más bien la etapa siguiente que nos puede dar problemas: espero que mi programa de Muro de Fuego sea lo suficientemente fuerte como para impedir que Yggdrasil regrese a la Tierra.

– Eso esperemos. ¿Koushiro?

– ¿Sí?

– Si nuestros amigos no pudieron luchar contra Yggdrasil, crees que nosotros podremos...

– No pienses en eso.

Se acercó a ella, con su ordenador debajo del brazo izquierdo y tomó la mano de la chica entre las suyas. Sakae se estremeció y lo miró fijamente. Podía leer tanto coraje, tanta determinación en sus ojos… no quería perderlo, pero ya no podían dar marcha atrás. Asintió con la cabeza.

– Vamos a repelerlo.

Se volvieron hacia sus compañeros y sacaron sus digivices.

– ¿Listos? preguntó Koushiro.

– ¡Listos!

Los digimons de los adolescentes se iluminaron y sus digimons evolucionaron: Tentomon se transformó en Kabuterimon, Ryudamon en Ginryumon. Se transformaron una segunda vez para alcanzar el nivel perfecto: aparecieron Mega Kabuterimon e Hisyaryumon. En ese momento Yggdrasil llegó a la Agencia. Se detuvo a unos pocos metros del techo, mirando a los dos digimons y luego a Koushiro y Sakae. Entonces su mirada cayó en el objeto envuelto en una tela que el chico guardaba contra su costado.

– Vuestros amigos han abusado de mi paciencia, Niños Elegidos… No tengo más tiempo que perder. Dadme la calcorita o haré de vuestra ciudad una alfombra de cenizas.

– Nuestros amigos lucharon hasta el final, dijo Koushiro con firmeza. Haremos lo mismo.

Juntos, Mega Kabuterimon e Hisyaryumon se abalanzaron contra Yggdrasil: Mega Kabuterimon hizo aparecer electricidad entre sus cuernos y la arrojó a su enemigo, mientras Hisyaryumon lanzó sus esferas, una bermellón y la otra esmeralda, cuyo poder era capaz de quemar severamente a un oponente. Sin embargo, la rabia de Yggdrasil había multiplicado por diez su fuerza: apartó sus ataques con el reverso de la mano y materializó decenas de picos de hielo que arrojó en su dirección. Las estalactitas golpearon los digimons de lleno y les enviaron estrellarse al pie del edificio de la Agencia.

– ¡Hisyaryumon! Mega Kabuterimon! gritó Sakae, inclinándose por encima del borde del techo.

Yggdrasil se dirigió a toda hacia Koushiro, quien apretaba la calcorita contra él. Sakae se dio la vuelta y vio, horrorizada, que el Señor del Mar Oscuro levantaba la mano en la cual se encendía una bola de fuego.

– ¡Koushiro!

El joven se refugió detrás de un cubo de hormigón que contenía varias salidas de ventilación. El ataque pulverizó el cubo y las aspas de las machinas de ventilación volaron en todas direcciones; Koushiro apretó aún más fuerte la calcorita, levantó la cabeza y le gritó a Sakae:

– ¡Dispara los fusiles!

La chica asintió, corrió hacia el delicado mecanismo que formaban las gomas elásticas y tiró del eslabón que estaba conectado a los demás. Todos los gatillos se accionaron al mismo tiempo y las armas dispararon. Una gran explosión hirió los tímpanos de Sakae mientras decenas de rayos de plasma atravesaron el cielo para atrapar a Yggdrasil en fuego cruzado. Una enorme nube de fluidos se formó por encima de la Agencia e iluminó todo Tokio. Por primera vez, Yggdrasil gritó, paralizado. Sakae corrió hacia Koushiro y lo ayudó a enderezarse. Sin aliento, miraron el plasma que aprisionaba a Yggdrasil.

– ¡Increíble, lo retiene! exclamó Sakae.

– Sí, pero no durara mucho, ¡necesitamos la ayuda de nuestros digimons!

Los dos adolescentes corrieron hacia el borde del techo de la Agencia y se inclinaron por encima de la barandilla: al pie del edificio, sus compañeros se habían enderezado con dificultad.

– ¡Hisyaryumon! Mega Kabuterimon! gritó Koushiro. ¡Tenéis que digievolucionar!

Los adolescentes sacaron su digivice y sus digimons alcanzaron su nivel más alto de evolución: Herakle Kabuterimon y Ouryumon despegaron del suelo para volver al combate. En ese instante, la nube de plasma crepitó y se desvaneció brutalmente. Yggdrasil se liberó y estiró sus largos brazos pálidos como la nieve. Cuando sus ojos grises se posaron en los Niños Elegidos se llenaron de odio. Lanzó un grito de rabia tan potente que todas las ventanas de la Agencia se rompieron.

– ¡Miserables insectos! ¡No sois nada sin vuestros digimons! ¡Nada! ¡Solo seres mortales e imperfectos!

Levantó una mano hacia el cielo y cerró el puño: un remolino negro se formó entre las nubes y un granizo duro y helado empezó a caer. Al principio solo eran piedras del tamaño de una canica, pero rápidamente se hicieron más grandes hasta tener el tamaño de una cabeza.

– ¡Cuidado! gritó Koushiro, agarrando a Sakae del brazo.

En esa lluvia mortal se mezclaban bolas de hielo y estalactitas que se clavaban en el techo de la Agencia como flechas. Los adolescentes se escondieron detrás de la pared que daba a la escalera mientras Herakle Kabuterimon y Ouryumon contratacaron.

– ¡Giga-bláster!

Una enorme bola de electricidad apareció entre sus cuernos e hizo explotar decenas de estalactitas. Ouryumon levantó sus dos enormes sables y cortó las piedras de granizo, mientras Herakle Kabuterimon se abalanzaba contra Yggdrasil: este último levantó una mano frente a su pecho y un escudo detuvo el ataque del escarabajo gigante, actuando como un espejo que le reenvió su ataque. Herakle Kabuterimon la recibió de lleno en la cara y se derrumbó en el techo de la Agencia; su caída creó un enorme hueco hacia los pisos inferiores.

– ¡Herakle Kabuterimon! exclamó Koushiro.

Yggdrasil se acercó para rematarle cuando Ouryumon intervino: levantó sus dos sables al mismo tiempo y los plantó en el cuerpo helado de Yggdrasil.

El amo del Mar Oscuro se quedó helado de sorpresa. Sakae se quedó con la boca abierta: las espadas de Ouryumon habían atravesado literalmente a su enemigo. ¿Podría que fuera suficiente para?... En ese momento, Yggdrasil se enderezó.

A pesar de las dos armas que tenía clavadas en el abdomen, extendió su mano hacia Ouryumon y creó un ataque que le arrojó hacia atrás. El gran digimon se estrelló al lado de Herakle Kabuterimon y el hueco en el techo de la Agencia se ensanchó de manera espantosa. Entonces Yggdrasil cogió la empuñadura de los sables incrustados en su cuerpo con sus dos manos y los retiró con un gesto brusco; las heridas que llevaba se cerraron de inmediato. Apretó los sables y se desintegraron en unos pocos.

– ¡No me lo creo, se regenera! dijo Sakae que sintió el pánico invadirle.

– ¡Y ha destruido mis armas! añadió Ouryumon, lleno de rabia.

Yggdrasil levantó otra vez su mano hacia el cielo y giró su muñeca: un poderoso viento empezó a soplar, decenas estalactitas y de piedras de granizo cayeron sobre techo con fuerza. Koushiro miró hacia arriba y frunció el ceño.

– Yggdrasil controla la presión atmosférica… ¡Hace lo que quiere con el tiempo!

– Si tan solo pudiéramos inmovilizarlo otra vez, nuestros digimons podrían recuperarse y enviarlo de regreso al mundo digital, dijo Sakae con una voz tensa.

Los adolescentes barrieron el techo con la mirada en busca de una solución. "Reflexiona, utiliza tu imaginación..." se dijo la chica a sí misma. "Concéntrate, encuentra en una idea," pensó Koushiro. La mirada de Sakae entonces se detuvo en una antena del techo, mientras la de Koushiro se fijaba en el hielo Yggdrasil que había caído sobre el techo de la Agencia y que se estaba fundiendo para transformarse en grandes charcos de agua. Los adolescentes intercambiaron una mirada.

– ¡Tengo una idea! ambos dijeron al mismo tiempo.

Adivinaron que tenían la misma. Koushiro miró a su compañero digimon y gritó:

– ¡Herakle Kabuterimon! ¡Colócate delante de la antena parabólica y ataca a Yggdrasil! Cuando te envíe tu ataque con su escudo, ¡agáchate!

– ¡Vale! asintió el digimon sin hacer más preguntas.

– Eso tendría que inmovilizarlo dijo Koushiro.

– Eso esperemos, dijo Sakae. Ouryumon, en cuanto Yggdrasil esté inmovilizado, ¡intenta proyectarlo hacia el techo de la Agencia!

Los digimons miraron a sus compañeros humanos y sus ojos se pusieron a brillar: acababan de entender su estrategia. Asintieron y despegaron. Herakle Kabuterimon se colocó delante de la antena parabólica y generó una corriente eléctrica entre sus cuernos, que envió hacia Yggdrasil. El escudo apareció de nuevo delante del pecho de su enemigo y desvió el ataque como un espejo. En el último momento, Herakle Kabuterimon se agachó y la bola eléctrica golpeó la antena del techo, que actuó como un pararrayos: decenas de relámpagos iluminaron el aire y convergieron hacia Yggdrasil que quedó fulminado. Preso de la corriente eléctrica, no pudo moverse; Ouryumon agitó su largo cuerpo en el aire y le golpeó con su cola, arrojándole hacia el techo de la Agencia donde se estrelló con un ruido espantoso. Ouryumon voló luego hacia Koushiro y Sakae:

– ¡Rápido, subid a mi espalda antes de que recobre el sentido!

Los adolescentes obedecieron, Koushiro manteniendo contra él su ordenador y Sakae la calcorita. Tan pronto como despegaron, Yggdrasil se enderezó. Sin darle tiempo para recuperarse, Herakle Kabuterimon lanzó hacia el techo:

– ¡Giga-bláster!

La electricidad brotó hasta el techo y el agua que lo cubría hizo que se propagara la electricidad por todo el edificio... y golpeó a Yggdrasil una segunda vez. El gran digimon gritó, un enorme cortocircuito se produjo y todo Tokio cayó en la oscuridad. Koushiro abrió su computadora y lanzó el programa con el cual tenía previsto reenviar Yggdrasil al mundo digital: una distorsión se formó en el cielo.

– Tan pronto como se apague la corriente eléctrica del techo, gritó el chico a Ouryumon y Herakle Kabuterimon, ¡intenten proyectar a Yggdrasil en la distorsión!

– ¡Entendido!

Koushiro y Sakae se inclinaron hacia el techo de la Agencia; sus corazones latían con fuerza: una nube de humo había envuelto a su enemigo. Los vapores se disiparon gradualmente y distinguieron a una silueta que se enderezaba. Los ojos grises de Yggdrasil brillaron en la bruma y se posaron sobre los Niños Elegido; su cuerpo se estaba regenerando, recreando cada parte que la electricidad había quemado.

– ¡Herakle Kabuterimon, ahora! gritó Koushiro.

El digimon preparó su ataque, pero en ese momento, Yggdrasil levantó los brazos hacia el cielo. El mar en la bahía de Tokio se agitó, y de repente, una gran ola se elevó por encima de los altos edificios, inclinándose hacia la ciudad como la ola de un gigantesco tsunami que avanzaba peligrosamente hacia los Niños Elegidos. Sakae y Koushiro abrieron los ojos con horror: este fenómeno desafía todas las leyes físicas, pero sobre todo, ponía en peligro miles de habitantes de Tokio. Entonces Yggdrasil dirigió su ataque hacia ellos y el tsunami se precipitó sobre ellos con una violencia increíble. Llevados por la corriente, Koushiro y Sakae se cayeron de la espalda de Ouryumon. Al mismo tiempo, Sakae sintió con terror que la calcorita se le escapaba de las manos.

– ¡Koushiro! gritó Herakle Kabuterimon.

– ¡Sakae! gritó Ouryumon.

La ola les sumergió y no pudieron respirar. En el remolino de agua, Koushiro agitó los brazos y las piernas, tragó agua. Cerró la boca y se obligó a abrir los ojos. Adivinó a Sakae, atrapada en la corriente muy cerca de él. Extendió la mano y consiguió agarrar la suya a pesar de la violencia del agua. En ese momento, escuchó el corazón de Sakae que hacía eco en su propio pecho. La chica abrió los ojos a su vez, estupefacta: dos latidos resonaba en ella, y sin que supiera cómo, entendió que el segundo era el del corazón de Koushiro. En ese instante, sus digivices respectivos irradiaron de una luz poderosa.

En el vórtice de agua controlado por Yggdrasil, un halo intenso resplandeció alrededor de los cuerpos de Herakle Kabuterimon y Ouryumon. Sus patas, sus brazos y su cabeza descompusieron en dos series de números binarios, violeta para Herakle Kabuterimon, marfil para Ouryumon. Estas líneas de colores se buscaron, se entrelazaron a pesar de la violencia de la corriente y finalmente lograron fusionarse. Un cuerpo masivo lució en el agua y repeló la ola que Yggdrasil había lanzado sobre ellos. El tsunami recayó como una lluvia sobre Tokio y Koushiro y Sakae sintieron que caían a toda velocidad en el vacío. Vieron con horror el suelo acercarse cuando unas garras firmes les atraparon en el aire. La criatura se dirigió hacia la ciudad y los dejó suavemente al suelo. Entonces los adolescentes levantaron la cabeza hacia el digimon que les había salvado y se quedaron sin palabras.

Delante de ellos se alzaba un enorme dragón bermellón en el dorso y dorado en la garganta. En su cabeza y su espalda se erizaban decenas de púas rojas y blancas, que se parecían unos colmillos de elefante. Unas largas y afiladas hojas de sable se extendían a en su columna vertebral y unas poderosas garras brillaban al final de sus cuatro patas. Su mirada impresionaba tanto como asustaba.

Koushiro, asombrado, entendió inmediatamente quién era ese digimon y cómo había aparecido. Miró a Sakae que no apartaba la vista del gran dragón, aturdida. Había escuchado el latido del corazón de Koushiro al unísono con el suyo. Sakae se volvió hacia el adolescente y sus ojos azules oscuro se encontraron con sus pupilas color avellana.

– Este digimon es... la digievolución del ADN de nuestros compañeros, ¿verdad?

Koushiro asintió lentamente. El gran dragón dorado y bermellón se inclinó hacia ellos:

– Koushiro, Sakae, vuestra fuerza e inteligencia nos han permitido protegeros, dijo con una voz en la cual resonaba los timbres mezclados de Herakle Kabuterimon y de Ouryumon. Ahora somos Spinomon.

Abrió una pata y se la presentó a los adolescentes: la calcorita descansa en su palma.

– ¡La has recuperado! exclamó Sakae.

– Ahora puedes devolvérmela, dijo una voz a sus espaldas.

Yggdrasil había bajado del techo de la Agencia para reunirse con ellos en la calle donde habían aterrizado. Spinomon miró a Yggdrasil con fiereza.

– ¿Spinomon, que te crees? dijo Yggdrasil sin mostrar ningún inquietud. Aunque reúnas dos cuerpos unidos en único ser, no puedes hacer nada contra mí.

– No somos solo dos cuerpos, también somos dos almas.

– No conozco el significado de esta palabra.

Una nueva lluvia de estalactitas cayó del cielo y Spinomon tuvo que proteger a Sakae y Koushiro con su cuerpo. Luego volvió la cabeza hacia Yggdrasil y abrió la boca: una bola eléctrica aún más poderosa que la de Herakle Kabuterimon brotó de ella y quemó el cuerpo de Yggdrasil. Sin embargo, éste permaneció inmóvil y sus heridas se curaron solas. Entonces Spinomon hizo brillar las hojas dentadas que llevaba en la espalda: se separaron todas al mismo tiempo de su piel y se abalanzaron contra Yggdrasil, rompiendo todas las estalactitas en mil. Con una mueca de irritación, Yggdrasil juntó las manos, palma contra palma, y sus dedos emitieron una luz pálida. De repente su cuerpo se dividió en seis clones de sí mismo y cada uno de ellos se enfrentó a las seis hojas afiladas de Spinomon. Si algunos dobles resultaron heridos, regeneraban inmediatamente sus cuerpos. Lanzaron unas olas heladas que aprisionaron los sables de Spinomon; cuando se rompió el hielo, las hojas se quebraron en mil pedazos.

– ¡Sus habilidades son realmente aterrorizantes! exclamó Koushiro.

El chico apretó aún más fuerte la calcorita contra su pecho mientras Yggdrasil se fusionó con sus clones. Spinomon despegó y abrió la boca para escupir una enorme bola de electricidad; tenía a toda costa que empujar a Yggdrasil hacia la distorsión abierta por Koushiro. Sin embargo, su enemigo evitó su ataque y aterrizó en el suelo: la carretera en la cual se encontraban Koushiro y Sakae desapareció abruptamente y los adolescentes cayeron en un abismo a varios metros de distancia. En un instinto de supervivencia, Koushiro alcanzó el borde del barranco y soltó la calcorita. Sakae se agarró de la pared unos pocos metros por debajo de él.

– ¡La calcorita! gritó el chico.

Spinomon se dirigió hacia el precipicio abierto por Yggdrasil a toda velocidad, pero su enemigo fue más rápido: aceleró hacia el abismo donde yacía la calcorita…

…y se apoderó de ella.

– ¡Noooo! Sakae gritó.

Los ojos de Yggdrasil se entrecerraron con satisfacción. Esquivó un ataque de Spinomon, se elevó en el aire, agitó la calcorita hacia el cielo y gritó:

– ¡Por fin! ¡El mundo digital se verá purificado de la presencia de los humanos!

En ese momento, apretó aún más fuerte la bola dorado entre sus manos y la recubrió con hielo. La levantó por encima de su cabeza y una luz rodeó la esfera congelada: en ese momento, la calcorita explotó en un aterrador ruido de metal quebrado. Una lluvia dorada recayó sobre Tokio como una cortina de estrellas y en ese instante, miles de relámpagos púrpuras atravesaron las nubes.

Por todo Tokio, los Niños Elegidos levantaron la cabeza: les parecía que un gigantesco cortocircuito estaba desmantelando el cielo. Un terrible estruendo se extendió por la ciudad, como si miles de ordenadores estuvieran gimiendo.

Yggdrasil había destruida la calcorita del mundo real. Victorioso, ganó altura y llamó a sus secuaces:

– ¡Señores demonios, el mundo digital ya es nuestro! ¡Volvemos a nuestro país!

Los siete demonios despegaron inmediatamente y todos los Elegidos los vieron elevarse entre las nubes para dirigirse hacia la distorsión abierta por Koushiro. Cuatro siluetas se apresaron para perseguirles: ¡las sagradas bestias! Pudieron in-extremis atravesar; eran los guardianes del mundo digital, tenían que hacer todo lo posible para protegerlo. Apenas habían pasado que la distorsión se cerró. Los rayos que iluminaban el cielo cayeron sobre Tokio: todas las antenas, los semáforos y las parabólicas se carbonizaron en unos segundos.

Un silencio de muerte invadió la ciudad. Los Niños Elegidos devastados miraron al cielo: la conexión entre la Tierra y el mundo digital acababa de romperse.

Para siempre.