¡Muy buenas a todos y todas! Estoy de vuelta con la continuación y por una vez no publico tarde xD Después de la gran batalla de Tokio los Niños Elegidos tienen que hacer frente a las consecuencias de su fracaso contra Yggdrasil. Por lo tanto, el capítulo de hoy será más reflexivo, espero que os guste y que no os deprima demasiado xD

Quiero una vez más agradecer a todos los lectores que siguen esta fic a pesar de su longitud y de mi ritmo de actualización a veces irregular. Espero que la intriga os mantenga en vilo hasta final :)

¡Buena lectura!


Capítulo 58

Después de los rayos vino la lluvia: las nubes derramaron aguas torrenciales sobre Tokio y el trueno resonó en toda la ciudad. Del asfalto todavía ardiente de las batallas se elevó un vapor denso. En todos los rincones de Tokio, los Niños Elegidos miraban desesperadamente hacia el cielo donde Yggdrasil, los Siete Señores Demonios y las Bestias Sagradas habían desaparecido. Este cielo que nunca se volvería a abrir para permitirles cambiar de mundo. La calcorita había sido destruida y con ella se había perdido la conexión entre la Tierra el mundo digital. La tormenta de verano hacía la atmósfera sofocante, pero el agua que se infiltró debajo de la ropa de los adolescentes les pareció helada. Sus digimons también miraban hacia la distorsión que acababa de desaparecer, cerrando para siempre la puerta al mundo donde habían nacido y que estaría ahora dominado por Yggdrasil. A lo lejos, escucharon el gemido de las sirenas de la policía y de los bomberos que se apresuraban para llegar a las zonas devastadas por su batalla.

Al lado de Koushiro y Sakae, el cuerpo de Spinomon se iluminó y la fusión del ADN se quebró: sus compañeros se convirtieron de nuevo en Motimon y Kyokyomon. Koushiro apretó los dientes, lleno de ira y tristeza. Sintió que sus piernas se flexionaban y se arrodilló en el suelo: con rabia, golpeó la acera empapada con su puño.

– ¡No! ¡No es posible!

Sakae lo miró con pena, se arrodilló a su lado y le abrazó suavemente. En ese momento resonaron ruido de pasos sobre el suelo húmedo. Levantaron la cabeza y bajo la lluvia torrencial vieron aparecer a sus amigos: todos habían recogido a sus digimons en sus brazos y en cada uno de sus rostros, Koushiro leyó un sentimiento de derrota. Algunos lloraban, otros apretaban los dientes con ira, otros miraban a la nada. El adolescente distinguió entonces a Taichi: en su expresión se mezclaba la desesperación y un sentimiento de culpa indescriptible, la que sentía por no haber estado a la altura, por no haber podido proteger el mundo digital. Fue esa expresión la que más le dolió a Koushiro, porque sentía exactamente la misma cosa. Se enderezó y Taichi se acercó a él para ponerle una mano en el hombro. No dijo nada, solo lo miró fijamente, pero Koushiro adivinó lo que no le dijo con palabras: "No eres responsable de nada. No podíamos hacer más. "

De la Agencia medio destruida salieron el Sr. Tagaya, el Sr. Mochizuki y Chisako, que corrió aliviada hacia Joe. Sakae vio a su padre acercarse y miró hacia abajo; no habían conseguido evitar ese desastre, sus digimons no habían podido derrotar a Yggdrasil. Pero el director no le dijo nada, simplemente se acercó a ella y la abrazó. Sakae se estremeció, sorprendida, y abrazó también a su padre mientras unas lágrimas rodaban por sus mejillas. El Sr. Mochizuki miró a los Niños Elegidos en silencio.

– Entrad en la Agencia. Necesitáis secaros y limpiar vuestras heridas.

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Los Niños Elegidos curaron sus lesiones, se envolvieron en unas mantas y comieron sin tener realmente hambre. Llamaron a sus padres y los tranquilizaron, pero les advirtieron que no regresarían a casa enseguida; necesitaban tiempo. Realizaron todas estas acciones de forma mecánica, como si no fueran conscientes de lo que estaban haciendo, como si fueran espectadores de su propia existencia. Tenían la impresión de ser un cascarón vacío, desprendidos de cualquier sentimiento, incapaces de sentir la más mínima emoción. Sin embargo, sus corazones ardían, sus corazones lloraban, el fuego ardiente de la ira y el agua helada del dolor les torturaban. Muchos terminaron por dormirse en un edificio de la Agencia que no se había visto afectado por los daños. Se distribuyeron en varias salas que tenían sofás y cayeron en un reposo sin sueños, escapando por unas pocas horas del sufrimiento.

Al día siguiente, Taichi fue el primero en despertar. Se enderezó lentamente y miró por la ventana: el cielo seguía blanco y la lluvia caía sin parar, impidiéndole saber qué hora era exactamente. Se puso de pie y sus agujetas le atenazaron de dolor. Entonces se dio cuenta de que tenía hambre, mucha hambre. Salió de la sala de reuniones y buscó una máquina de café que aún funcionara. Encontró una que, desgraciadamente, ya no distribuía café. Se tomó un té que bebió en silencio; fuera la lluvia golpeaba las ventanas de la Agencia y un silencio absoluto reinaba en los pasillos.

En ese momento escuchó pasos detrás de él. Se dio la vuelta y descubrió a Meiko, que acababa de regresar del exterior: llevaba un paraguas empapado y dos bolsas de compra.

– Buenos días, Taichi.

El joven no respondió de inmediato, sorprendido por la suavidad de su tono. Los ojos de la chica expresaban tristeza, por supuesto, pero al mismo tiempo transmitían paz. Su expresión parecía menos devastada por el dolor que sus amigos. ¿Quizás porque ya había sufrido mucho cuando había perdido a Meicoomon? ¿Quizás porque sabía que no hubieran podido hacer más? ¿Quizás porque a pesar de su derrota, se sentía aliviada de que ninguno de sus amigos estuviera gravemente herido? Meiko conocía el precio inestimable de la vida. Aunque hubieran perdido, todos sus amigos estaban sanos y salvos, especialmente Taichi. A sus ojos era lo más importante. El adolescente la saludó a su vez.

– Buenos días. ¿No estás con Meicoomon?

– Está descansando, no quería despertarla.

La chica se acercó a él y abrió una de sus bolsas: estaba llena de tápers que contenían comida. Taichi pensaba que Meiko se había ido de compras, pero entonces entendió que había preparado todo lo que había traído.

– ¿Has… has cocinado todo esto? dijo incrédulo.

– Sí. No podía dormir, así que me fui a casa; me dije que si os preparase el desayuno, esta actividad me ayudaría a aclarar mi mente. ¿Quieres algo?

– Pues... sí, con mucho gusto.

Fueron a sentarse en la escalera más cercana. Meiko sacó de su bolsa un táper rectangular que contenía arroz y tortilla. Le entregó palillos a Taichi, que la agradeció. Meiko sonrió al verle comer con gusto, pero de repente Taichi se sintió descortés y se detuvo.

– No... ¿no comes nada?

– Ya he desayunado en casa, no te preocupes.

– Ah, vale…

Taichi puso los palillos en la caja de plástico y dio un sorbo a su té. Luego miró a Meiko y dijo:

– Daisuke me dijo que durante la batalla, tú y Meicoomon habéis salido de la Agencia...

Meiko se estremeció: ¿Taichi iba a reprocharle algo? ¿Quizás iba a decir que se había puesto inútilmente en peligro?

– … y que Meicoomon había digievolucionado por primera vez sin. ¿Es verdad?

Ante esas palabras Meiko sintió que su aprehensión desaparecía. Se relajó y sonrió.

– Sí, es verdad. Cuando Voltobautamon atacó a nuestros amigos, me invadió una verdadera… rabia. Quería que pagase por su crueldad, y fue en ese momento cuando brilló mi emblema.

– La justicia, dijo Taichi pensativo. Te corresponde totalmente, Mei.

La joven parpadeó: era la primera vez que Taichi la llamaba por su diminutivo.

– Meicoomon se convirtió en Meicrackmon y pudo luchar, explicó, con las mejillas enrojecidas. Pero luego fueron los digimons de Daisuke, Miyako, Iori y Ken quienes alcanzaron el nivel perfecto; era impresionante.

Taichi se preguntó cómo los digimons de Daisuke y los demás habían podido conseguir tal hazaña. Si tenía valor le preguntaría a Koushiro cuando éste se despertase. Meiko, con una expresión combativa, continuó:

– Nuestros cinco digimons se unieron y juntos lograron derrotar a Voltobautamon.

– ¿Cómo? exclamó Taichi, asombrado. ¿Destruisteis a Voltobautamon?

– Sí, ¿Daisuke no te lo dijo?

– No, se lo olvidó… tenía que estar todavía en shock por la derrota que hemos vivido.

– Voltobautamon no paró de reír hasta que muriera, pero... ahora sé que nunca volverá a perseguirnos.

Taichi miró fijamente a Meiko. En la mirada de la chica, leyó una confianza, una fe en el futuro que lo desconcertó. ¿Cómo podía seguir teniendo esperanza a pesar de la situación dramática en la cual se encontraban? ¿De dónde sacaba esa fuerza? ¿Cómo podía seguir sonriendo? Encontró la respuesta a sus preguntas casi enseguida: Meiko seguía creyendo en el futuro porque Meicoomon le había dado esperanza. Cuando Meiko le había la fuerza necesaria a su digimon para que digievolucionara, había cambiado. Parecía más madura que antes, menos angustiada también y esa nueva expresión la hacía aún más hermosa. Meiko murmuró, sin mirarle:

– Me alegro de que no te haya pasado nada en esta isla, Taichi. Sabes... me preocupé mucho por ti.

El adolescente parpadeó. Meiko le había dicho esas dos frases con una sinceridad y espontaneidad que le hubieran parecido insuperables a la antigua Meiko. Era la primera vez que le confesaba que se había preocupado por él y cuando tomó consciencia de ello, Taichi sintió que su corazón se aceleraba brutalmente.

– Mei…

La chica le miraba fijamente y en sus ojos brillaba el alivio… pero también la ternura. Taichi parpadeó, dejó el táper de lado y se acercó a ella. Se miraron intensamente, en silencio. Tenían la impresión que dos ondas magnéticas había envuelto sus cuerpos y que se atraían mutualmente. Taichi dudó durante unos segundos y luego puso suavemente sus manos sobre los brazos de Meiko. Sintió que se estremecía bajo sus dedos y le sonrió, con admiración y cariño. Leyó exactamente las mismas emociones en los ojos color amatista de la chica. Su valor y su esperanza habían sido puestos a prueba, él como líder, ella como Niña Elegida sin digimon. Ahora ambos sentían orgullo por haber superado sus debilidades, por seguir creyendo en sus amigos y en el futuro a pesar de su derrota. Taichi vaciló otra vez durante unos instantes y finalmente se inclinó hacia Meiko. Posó sus labios en los suyos y la besó. Escuchó su corazón que latía a toda velocidad en su pecho y tuvo la impresión que en su cerebro se había producido un cortocircuito. Un calor embriagador le invadió y se multiplicó por diez cuando sintió que Meiko respondía a su beso. Atrajo a la chica contra él y la abrazó muy fuerte. La suavidad de sus labios, sus brazos temblando bajo sus manos, ya no contaba nada más que ese momento tan intenso que les unía. Extrañamente, estuvo seguro de que Meiko sentía lo mismo, como si la ondas magnéticas que les envolvían se hubieran fusionado para formar una única aura.

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Sora había pasado la noche en la misma sala de reunión que Yamato, Joe, Chisako y Mimi. Cuando se despertó el día ya había amanecido, pero todos sus digimons aún dormían, exhaustos por los combates que habían librado. Todos, salvo Piyomon. Sentada delante de una ventana, su compañera contemplaba la ciudad golpeada por la lluvia. El agua caía desde el cielo oscuro, que parecía llorar por la separación del mundo digital y de la Tierra.

– ¿Piyomon? dijo Sora en voz baja.

Se enderezó y entonces se dio cuenta de que los ojos de su pareja se habían llenos de lágrimas.

– Oh, Piyomon...

Se levantó y fue a arrodillarse al lado de su digimon para abrazarla. El pájaro rosado se estremeció y tartamudeó, con una voz en la cual se adivinaban los sollozos:

– Sora… todavía no puedo creer que nunca volveré allí.

– Lo siento muchísimo, Piyomon...

Sora apretó aún más a su compañera y unas lágrimas corrieron por sus mejillas. En ese momento, sintió que alguien la abrazaba a su vez. Abrió los ojos y descubrió a Gabumon que estaba enlazándola para consolarla. Junto a él se encontraba Yamato, que acababa de despertar. El adolescente le sonrió con tristeza, se agachó a su lado a y secó sus lágrimas. Luego, los dos jóvenes y sus digimons se quedaron delante la ventana para escuchar la lluvia que caía.

No salieron de su letargo hasta que Joe despertara. El chico vio a Sora, Piyomon, Gabumon y Yamato que se abrazaban y sonrió suavemente. Se inclinó hacia Chisako, que se había quedado dormida a su lado, y le dio un suave beso en la mejilla. La chica abrió lentamente los ojos y se sonrieron el uno al otro.

– ¿Quieres ir a beber algo? le preguntó Joe.

Chisako asintió, se levantaron y salieron en silencio de la sala de reunión. Cuando estuvieron al punto de cerrar la puerta, una pata blanca la bloqueó y la cabeza de Gomamon apareció por el resquicio de la puerta.

– ¿Puedo venir con vosotros?

– Por supuesto, asintió Joe con una sonrisa.

Encontraron una máquina que todavía era funcional, y que, a diferencia de la máquina con la cual Taichi había topado, seguía sirviendo café. Cada uno tomó una vaso grande y se lo bebió en silencio. Al cabo de varios minutos, Chisako murmuró:

– Joe...

– ¿Sí?

– Quería decirte... tú y tus amigos podéis sentiros orgullosos por la resistencia que opusisteis a Yggdrasil, aunque hayáis perdido la batalla. Yo estoy muy orgullosa de ti.

Una triste sonrisa estiró los labios del chico.

– Gracias. Por desgracia, como lo dijiste perdimos esa batalla. Ya no podemos proteger el mundo digital y Yggdrasil ahora puede hacer lo que quiera con él. Los únicos oponentes que le quedan son las cuatro Bestias Sagradas, pero sabemos que no pueden vencer a los Siete Señores Demonios solas. Entonces... no sé qué pasará en el mundo digital ahora.

La mirada de Joe luego se posó en Gomamon e inmediatamente se arrepintió de haber pronunciado esas palabras.

– Lo... lo siento, Gomamon, no quería...

– No te preocupes, Joe. Aunque me duela admitirlo, sé que lo que dices es verdad.

Gomamon lo miró con unos ojos brillantes de pena, pero Joe no leyó ningún reproche en sus pupilas. Su digimon miró al suelo y susurró:

– Sabes, Joe… he reflexionado mucho esta noche. Si existiera la más mínima posibilidad de que pudiéramos enfrentarnos a Yggdrasil otra vez, lo haría sin vacilar un instante. Me siento realmente culpable por no haber podido ayudar más a los digimons que todavía viven en el mundo digital. Pero si, como lo creo, ha terminado todo, pues... me acostumbraré a vivir en la Tierra contigo. Me encantaría seguir viviendo en tu piso, si no te importa. Y si algún día decides casarte con Chisako... me gustaría que aceptéis que viva con vosotros.

Joe parpadeó, desconcertado y conmovido. No hubiera pensado que su compañero se hubiese proyectado tan lejos en el futuro, cuando él mismo le costaba imaginar cómo sería el día siguiente. Miró a Chisako, que se había sonrojado.

– ¿Casarnos? repitió, y sus mejillas se enrojecieron aún más.

– ¿No queréis vivir juntos? les preguntó Gomamon con franqueza.

– Pues… tartamudeó Joe, tomado por la sorpresa. Es nunca habíamos hablado de esto antes... pero... si eso sucediera, tú... obviamente estarías el bienvenido en nuestra casa, Gomamon.

– Absolutamente, confirmó Chisako, sonriéndole.

– Mientras tanto, añadió Joe, puedes seguir viviendo conmigo.

El pequeño digimon sonrió y sus ojos se llenaron de un sentimiento de gratitud. Saltó hacia los adolescentes y les abrazó. Con voz apaciguada, murmuró:

– Muchísimas gracias, de verdad… gracias a vosotros dos. Ahora, pase lo que pase, el futuro ya no me da miedo.

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Cuando el Sr. Nishijima había visto desaparecer a Yggdrasil y los Señores Demonios, había entendido que todo estaba perdido. Desde entonces tenía la terrible sensación de vivir al lado de su propio cuerpo, como si su alma flotara en una dimensión paralela espantosa. No había conseguido dormir; en la Agencia, se asfixiaba. Había salido bajo la lluvia torrencial y se había sentado en un banco del patio interior, donde permaneció totalmente inmóvil. Primero la lluvia le había mojado el pelo, el cuello, y luego la cara, la chaqueta y la camisa. Ahora estaba calado hasta los huesos, pero no le importaba.

El rostro de Maki le perseguía, en cada momento, cada minuto, cuando cerraba los ojos y también cuando les tenía abiertos. Veía su imagen en todas partes y el recuerdo de sus rasgos desgarraba su corazón con un dolor insoportable. Maki se había quedado en el Mar Oscuro para engañar a Yggdrasil, para informarles, para proporcionarles los datos que necesitaban para resucitar a Meicoomon. Había puesto su vida en peligro al permanecer en este océano maldito y ahora nunca podría escapar de Yggdrasil. Se quedaría presa de su enemigo por el resto de su vida, salvo que el antiguo dios del mundo digital decidiera matarla. El Sr. Nishijima apretó los puños con rabia: no había podido salvarla, al igual que no había podido salvar a Bakumon, el compañero de Maki, y sus amigos, Eiichiro, Ibuki y Shigeru, diez años antes. Había vivido muchas derrotas, contra los Amos Oscuros, Apocalymon y los Señores Demonios. Sin embargo, había creído en la nueva generación de Niños Elegidos y en sus digimons, había depositado en ellos todas sus esperanzas y sus deseos de justicia. Pero Yggdrasil era demasiado poderoso: contra él no podían luchar.

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Daisuke, Miyako, Iori, Ken, Takeru y Hikari habían dormido en una sala distinta de la de sus amigos, por falta de espacio. Cuando Takeru abrió los ojos, inmediatamente se dio cuenta de que Hikari había salido de la habitación. Se sentó y se frotó los brazos vigorosamente: se sentía congelado. Giró la cabeza hacia un sillón y sonrió al ver que Patamon y Tailmon dormían profundamente. Dejó descansar a su digimon y salió silenciosamente de la sala de reunión.

¿Dónde había podido irse Hikari? Takeru exploró todo el edificio anexo de la Agencia, se topó con Joe, Chisako y Gomamon, que le dijeron que no habían visto a la chica. Continuó su investigación, entró en el edificio principal de la Agencia cuyo techo se había derrumbado e inspeccionó los pisos uno por uno, pero no encontró a Hikari. Volvió a bajar las escaleras y fue a echar un vistazo al patio interior. Allí distinguió la silueta del Sr. Nishijima, empapado por la lluvia; estaba solo y el chico no se atrevió a molestarlo. Dio marcha atrás y regresó al edificio anexo de la Agencia donde había dormido con sus amigos. Allí abrió las puertas de cada habitación, en cada piso. Salía de una sala de reuniones cuando de repente escuchó un ruido ahogado, apenas perceptible.

Aguzó el oído y se dio cuenta de que eran sollozos. Giró la cabeza en la dirección del ruido y su mirada cayó en el pictograma del baño de las chicas. Frunció el ceño, se acercó a la puerta y pegó su oreja contra el batiente: alguien estaba llorando dentro. Se enderezó y llamó a la puerta:

– ¿Hikari? ¿Estás aquí?

El llanto cesó, pero nadie le respondió. Takeru apretó los labios y abrió la puerta. Hikari estaba sentada contra la pared del fondo, y había envuelto sus rodillas con sus brazos. Tenía los ojos enrojecidos por todas las lágrimas que había derramado, cuyos surcos aún brillaban en sus mejillas. Miraba fijamente al suelo con una expresión de dolor profundo, y nunca, nunca Takeru la había visto en un tal estado de desesperación, a la excepción del día en cual había pensado perder a su hermano. Al ver la postura acurrucada de la joven, el corazón del chico se contrajo.

– Hikari… ¿por qué te has quedado aquí sola? Me preocupé muchísimo, te he estado buscando durante al menos media hora.

La adolescente no respondió. Takeru se acercó a ella, se agachó y la tomó suavemente por la barbilla para que le mirase a los ojos: en sus pupilas ya no brillaba ninguna luz. La chica le observó durante unos segundos, y finalmente tartamudeó, con una voz quebrada:

– Yggdrasil ha... el mundo digital... pobre Tailmon... nunca podrá regresar allí... y los digimons que se quedaron allí, van a ser...

Rompió a llorar de nuevo y se puso a temblar. Takeru apretó los dientes y la abrazó. Hikari agarró su camisa y cuando al sentir el movimiento nervioso de sus manos, Takeru entendió lo terrible que era la angustia que le atenazaba.

– Es culpa mía, Takeru... la luz en mí no era lo suficientemente fuerte...

– No, no es culpa tuya Hikari. La luz en ti es poderosa, pero la oscuridad de Yggdrasil lo es aún más.

– Ha destruido el vínculo entre nuestros dos mundos. Hemos perdido, Takeru...

– Hikari, escúchame. Aunque sea cierto, aunque hayamos perdido para siempre, me juraste, en el Mar Oscuro, que la luz que vive en ti nunca se apagará. ¿Te acuerdas?

– Sí…

– Entonces, no quiero que te quedes sola y que escondas tu dolor en un lugar donde nadie te oye. Estoy aquí para ti, ¿entiendes?

– Takeru...

Los ojos bañados en lágrimas de la chica se iluminaron con un leve destello de gratitud. Sonrió con tristeza y abrazó al adolescente con más fuerza. Cuando la oscuridad la asaltaba, era el único que podía tomar su mano para sacarla del abismo donde se estaba hundiendo. Takeru la abrazó fuerte y depositó un beso en su frente. Mientras la lluvia golpeaba contra las ventanas de la Agencia, las lágrimas de Hikari se secaron.

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Cuando Meiko y Taichi se separaron, se sonrieron con cariño; una intensa y nueva emoción inundaba sus corazones. Meiko vaciló por un momento, y luego pasó la mano por la mejilla de Taichi: emanaba de él una fuerza que siempre la había impresionado, y que también la había tranquilizado en los momentos más difíciles. Taichi sabía tomar decisiones y seguir avanzando, pasara lo que pasara. Le había dado el valor para luchar y aceptarse tal como era, aunque a veces se había despreciado a sí misma. A sus ojos y durante mucho tiempo, Taichi era antes que todo el líder de los Niños Elegidos... hasta que otro sentimiento surgiera en su corazón y que se había sorprendido a sí misma al sentir atracción por él. Ahora, ya no era únicamente el líder de los Elegidos para ella, sino un hombre, un hombre que miraba sin sentir esa timidez que la había podido paralizar en el pasado. Sonrió y Taichi le devolvió la sonrisa.

– ¿Nos unimos a los demás? No vamos a privarlos de toda la buena comida que preparaste.

Meiko asintió y su rostro radiante llenó al joven de una inmensa alegría. Cogidos de la mano, subieron a la planta donde habían dormido sus amigos. Todos habían despierto, sus digimons también. Meiko les ofreció los tápers que había preparado: la agradecieron calurosamente y comieron con más apetito que el día anterior. Sin embargo, su mirada permaneció apagada, perdida en el vacío. Joe, Chisako y Gomamon pronto se unieron al ellos y Meiko notó que parecían menos abatidos que sus otros amigos… quizás porque estaban juntos.

Taichi de repente vio a Takeru aparecer un pasillo perpendicular, sosteniendo a Hikari por los hombros en un gesto reconfortante. La chica tenía los ojos rojos y Taichi sintió que la preocupación le invadía. Hikari se sentó junto a sus amigos y aceptó agradecida el táper que Miyako le entregó, mientras Tailmon saltó sobre sus rodillas para consolarla. Takeru se acercó a Taichi y le dijo:

– No te preocupes, he hablado con ella. Todavía está en estado de shock, pero va a pasar.

– Vale… gracias, Takeru, por haberte quedado con ella. No puedo verla sufrir.

– Yo tampoco, por eso le dije que no quería que se aislara cuando está en este estado.

– Hiciste bien.

Taichi observó a sus compañeros uno por uno: sus rostros revelaban un profundo desánimo, a pesar de la larga noche de sueño que habían tenido. De repente se dio cuenta de que faltaba alguien.

– Takeru, no veo al Sr. Nishijima… ¿lo viste esta mañana?

– Está afuera, en el patio.

– ¿Bajo la lluvia?

– Sí.

Taichi se acercó a las ventanas y miró hacia el patio interior. Su profesor estaba allí, exactamente en la misma posición que cuando Takeru lo había visto media hora antes. Taichi frunció el ceño: no era el momento de molestarlo. Suspiró y cogió una silla de la mesa de reuniones para sentarse a horcajadas, al lado de los sofás donde comían sus amigos. Miró a Daisuke: el adolescente, que estaba normalmente lleno de energía, estaba revolviendo sin ganas la salsa de soja en su arroz. Taichi sonrió y dijo:

– Oye, Daisuke… no sabía que eras tan modesto. Me escondiste que con Miyako, Iori, Ken y Meiko, derrotastéis a Voltobautamon esta noche.

Ante estas palabras, todos los demás Elegidos volvieron la cabeza en dirección al grupo en cuestión.

– ¿Habéis... destruido a Voltobautamon? repitió Sora con incredulidad.

– Sí, asintió Daisuke con un desinterés inusual.

– ¿Pero por qué no lo dijisteis antes? exclamó Mimi.

– ¿Para qué? dijo Iori encogiéndose de hombros. No impidió que Yggdrasil ganara...

– Aun así, es una buena noticia, dijo Yamato. Aunque no borre nuestra derrota, Voltobautamon era un adversario temible, podéis estar orgullosos por haberlo vencido.

– Taichi, ¿cómo estas al tanto de esto? le preguntó Joe.

– Meiko me lo dijo. Ayudó a Daisuke y a los demás esa noche con Meicoomon.

– ¿Con Meicoomon? repitió Patamon.

– Sí, confirmó Meiko. Meicoomon digievolucionó por primera vez.

Los ojos de los Elegidos se agrandaron.

– ¿En serio? exclamó Sakae con alegría. ¡Ah, Mei, soy tan feliz por vosotras!

La joven saltó al cuello de su hermana, quien se sonrojó. Mientras tanto, los digimons habían formado circulado alrededor de Meicoomon.

– ¡Meicoomon, está genial! exclamó Palmon.

– Es verdad, Mei, ¡finalmente pudiste evolucionar sin que los malos datos de Apocalymon te afectaran! añadió Agumon.

– Sabéis, yo no hice gran cosa… fue el deseo de justicia que Meiko sintió lo que me dio la fuerza para evolucionar en Meicrackmon, balbuceó el digimon ruborizado. Y luego... no fui la única en evolucionar, X-Vmon, Stingmon, Aquilamon y Ankylomon también le hicieron.

– ¿Qué? exclamó Takeru.

Por primera vez desde que había comenzado el desayuno, una luz de interés se reencendió en los ojos de Koushiro que había guardado el silencio hasta ahora. El joven informático miró a Daisuke y sus compañeros.

– ¿Vuestros digimons... han alcanzado el nivel perfecto?

– Sí, confirmó Ken. Sin embargo, como su evolución no nos permitió derrotar a Yggdrasil, no se lo dijimos esta noche.

– Vuestros digimons nunca habían alcanzado tal nivel de evolución antes. ¿Qué pasó exactamente?

– Bueno, se acordó Miyako, pasó justo después de que Meicoomon se convirtiera en Meicrackmon...

– Ocurrió un fenómeno extraño, continuó Iori. Las digi-esferas que rodean el cuerpo de las Bestias Sagradas de repente se pusieron a brillar...

– Y los dos emblemas de nuestros digi-huevos aparecieron en las pantallas de nuestros digivices, añadió Daisuke. Luego, se entrelazaron, para formar un solo símbolo.

– Salvo para mí, ya que solo tengo un emblema, dijo Ken.

– Luego, continuó Iori, unos rayos de luz salieron disparados de las digi-esferas de las Bestias Sagradas y aterrizaron sobre nuestros compañeros; fue entonces cuando pudieron evolucionar.

Los ojos de Koushiro se agrandaron y durante unos pocos segundos, sus amigos tuvieron la impresión que había dejado de respirar. Se enderezó y preguntó:

– ¿Podéis decirme… qué Bestia Sagrada dio su energía a cada uno de vuestros compañeros?

– Par mí, dijo Miyako, fue Zhuqiaomon.

– Par mí, continuó Iori, fueron Zhuqiaomon y Xuanwumon.

– Por lo que me concierne, dijo Ken, fue Azulongmon.

– Y yo, terminó Daisuke, no vi la Bestia Sagrada que le dio a X-Vmon su energía, pero la luz atravesó todo Tokio, por lo que supongo que fue Baihumon.

La mirada de Koushiro se puso a brillar, su cerebro se reactivó.

– Por supuesto...

– ¿Crees que fue el poder de las Bestias Sagradas lo que permitió que nuestros compañeros digievolucionaran? adivinó Ken.

– Exactamente, pero no es todo. Cuando vuestros emblemas aparecieron en la pantalla de vuestros digivices, se fusionaron en un único emblema que permitió que a vuestros digimons alcanzaran el nivel perfecto. Significa que vuestros dos emblemas se convirtieron en uno para fortalecer a vuestros compañeros, y esta transformación fue posible gracias a las Bestias Sagradas. Si miraís bien, las Bestias Sagradas que dieron su energía a vuestros digimons corresponden a los emblemas que poséis: Daisuke, tienes los emblemas del valor y la amistad, y Baihumon también encarna el poder de estos dos emblemas. Fue él quien permitió que X-Vmon evolucionara. Zhuqiaomon encarna los emblemas de la responsabilidad y de la sinceridad. Entonces tiene sentido que haya enviado parte de su poder a Miyako y parte de su poder a Iori. Sin embargo, Iori, otra Bestia Sagrada encarna uno de los dos emblemas que posees: es Xuanwumon, que representa el emblema del conocimiento. Así que es lógico que también diera su energía a Ankylomon.

– Pero por lo que me concierne, intervino Ken, ninguna de las Bestias Sagradas encarna mi emblema, que yo sepa.

– Es lo que creía también, concedió Koushiro. Pero me dijiste que fueron las digi-esferas de Azulongmon las que emitieron el rayo que dio energía a Stingmon. Por lo tanto, supongo que Azulongmon, además de encarnar la esperanza y la luz, también controla el emblema de la bondad que llevas.

– Entonces, dijo Daisuke, ¿nuestros digimons solo pueden evolucionar al nivel perfecto en presencia de las Bestias Sagradas?

– No creo. Ahora que vuestros digimons han evolucionado al nivel perfecto una primera vez, creo que podrán alcanzarlo cuando lo quieren.

– De todas maneras, ¿qué sentido tiene hablar de todo esto? suspiró Miyako con tono desilusionado. Nuestros digimons ya no tienen motivo para evolucionar, ahora que la conexión entre la Tierra y el mundo digital se ha cortado.

Los Niños Elegidos miraron hacia abajo, acongojados. En ese momento, la voz de Koushiro resonó en la sala de reuniones.

– No, no ha terminado.

Sus amigos se sobresaltaron y lo miraron con asombro.

– ¿No ha terminado? ¿Qué quieres decir? le preguntó Yamato.

– ¿No entendéis? La digievolución de los compañeros de Daisuke, Miyako, Ken y Iori nos revela algo capital.

– ¿Qué? preguntó Mimi.

– Alguien nos ayudó durante la batalla contra Yggdrasil.

– ¿Qué quieres decir? dijo Takeru.

– No fueron las Bestias Sagradas las que eligieron dar su poder a los digimons de Daisuke y los demás. Si hubieran sido conscientes de esta habilidad desde el principio, hubieran transferido su energía a nuestros amigos mucho antes, ¿no pensáis?

– Sí, concedió Ken.

– Lo cual significa, entendió Taichi, que alguien ordenó la transferencia, o más bien permitió que las Bestias Sagradas la activaran.

– Exactamente, confirmó Koushiro. Y estoy seguro de que esta persona fue la que creó las Bestias Sagradas.

– ¿Quieres decir... que Homeostasis nos ayudó? murmuró Hikari, sin habla.

– Claro. ¿No os parece extraño que la digievolución de los compañeros de Daisuke y los demás se haya producido justo después de que Meicoomon haya evolucionado por primera vez? Homeostasis estaba en contra del renacimiento de Meicoomon, pero vio que la habíamos resucitado sin recrear los datos de Apocalymon que la pervertían.

– ¿Se dio cuenta de que Meicoomon ya no era una amenaza? dijo Meiko.

– Sí, y por eso permitió que las Bestias Sagradas nos ayudaran dando parte de su poder a los digimons de nuestros amigos.

– Pero si Homeostasis está realmente de nuestro lado, ¿por qué no nos envió refuerzos para ayudarnos a luchar contra Yggdrasil? objetó Sora. Podría haber enviado a Jesmon, por ejemplo.

– Salvo que Jesmon ya estuviera luchando en el mundo digital, reflexionó Taichi.

– Es lo que pienso también, asintió Koushiro. Si Homeostasis nos ayudó, significa que cree que podemos vencer a Yggdrasil. Por eso digo que la batalla no ha terminado, todavía podemos derrotar a nuestro enemigo.

– ¿Pero cómo? Dijo Sakae. La conexión entre nuestros dos mundos ya no existe, Yggdrasil es inalcanzable.

Koushiro frunció el ceño.

– Lo sé, y es lo que más me intriga. Homeostasis parece esperar que actuemos, pero todos los portales que dan acceso al mundo digital han desaparecido. Sin embargo, debe existir una manera de volver al mundo digital.

Todos los adolescentes fruncieron el ceño y empezar a pensar. ¿Cómo enfrentarse con a su enemigo si no podían alcanzar el mundo digital? Entonces un recuerdo resurgió en la memoria de Tailmon: tres años antes, mientras esperaba a que Hikari saliera de la escuela, la chica había llegado pero se sentía mal. Antes de que Tailmon pudiera unirse a ella, su cuerpo había chisporroteando y de repente, Hikari había desaparecido. Era la primera vez que entraba el Mar Oscuro y para salvarla, Tailmon había tenido que unir sus fuerzas con Patamon y Takeru. Los ojos azules del gato se agrandaron.

– ¡Tengo una idea!

– ¿Qué es? preguntó Taichi.

– Hikari, ¿recuerdas la primera vez que entraste en el Mar Oscuro, hace tres años?

– Sí, asintió.

– ¿Dónde estabas antes de teletransportarte allí?

– Estaba saliendo de la escuela... ¿A dónde quieres llegar, Tailmon?

Los ojos de Koushiro se agrandaron.

– ¡Tailmon, eres increíble!

– ¡Esperad un minuto, estoy perdido! exclamó Daisuke. ¿Alguien puede reexplicar todo desde el principio?

La mirada de Ken también se había iluminado: acababa de entender.

– Claro... la primera vez que entraste en el Mar Oscuro, Hikari, lo hiciste desde la Tierra. Eso significa que podemos llegar a este mar... sin pasar por el mundo digital.

Con la boca abierta, los Niños Elegidos miraron alternativamente a Tailmon y Hikari. Koushiro asintió y añadió:

– Además, ya que Yggdrasil destruyó el Muro de Fuego, ahora el Mar Oscuro y el Mundo Digital tienen que estar conectados. Lo cual significa que si logramos entrar en el Mar Oscuro desde la Tierra...

– …¡podremos volver al mundo digital! exclamó Mimi.

– Eso es.

Los Elegidos intercambiaron una mirada: en sus ojos acaba de reencenderse la luz de la esperanza y la combatividad. Todavía la lucha no había terminado, todavía podían alcanzar a Yggdrasil, todavía podían vencerlo. Los digimons se enderezaron con una expresión feroz.

– ¿Cuándo nos vamos? preguntó Daisuke, frotándose las manos.

– Tenemos que reflexionar antes de actuar, señaló Yamato. Esta vez, no podremos cometer errores.

– Lo mejor, dijo Taichi, sería dedicar todo el día para planificar lo que haremos una vez en el Mundo Digital. Además, nuestros digimons tienen que recuperar todas sus fuerzas.

– Estoy de acuerdo, asintió Joe.

– Vamos a necesitar la ayuda de las Bestias Sagradas, comentó Meiko.

– Sí, en cuanto estemos en el mundo digital tendremos que llamarlas, dijo Mimi.

– No olvidéis que el Mar Oscuro está lleno de criaturas a sueldo de Yggdrasil, dijo Takeru. Tendremos que repelerlas y luego enfrentarnos con Yggdrasil y sus demonios.

– Por eso todos los que pueden realizar una digievolución del ADN tendrán que hacerla, dijo Taichi. Joe y Mimi, Hikari y Takeru, contamos con vosotros. Yamato y yo haremos aparecer a Omegamon.

– Koushiro y yo también podemos ayudaros, intervino Sakae.

Los Niños Elegidos se volvieron hacia los adolescentes, asombrados. Sakae intercambió una mirada con Koushiro.

– Mientras defendíamos la verdadera calcorita contra Yggdrasil, explicó la chica, nuestros digimons se fusionaron por primera vez y apareció Spinomon, la digievolución del ADN de Herakle Kabuterimon y Ouryumon.

– ¿En serio? Mimi exclamó. Esto quiere decir que ahora podemos hacer cuatro digievoluciones del ADN, ¡con esto venceremos a Ygddrasil!

Taichi sonrió y dijo:

– Esta vez atacaremos todos juntos. Descansad y nos vemos a las seis de la tarde aquí mismo.

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Mientras sus amigos volvían a casa, Taichi salió al patio interior de la Agencia: el Sr. Nishijima no se había movido. Sentado bajo la lluvia, miraba al vacío. Su ropa totalmente empapada tenía que helarle hasta los huesos, pero no parecía importarle. El adolescente se acercó a su profesor y se paró justo delante del banco.

– Buenos días, profesor.

El Sr. Nishijima parpadeó, traído de vuelta a la realidad por la voz de Taichi. Levantó lentamente la cabeza para mirarle.

– Hola, Taichi. Lo siento, pero no tengo muchas ganas de hablar hoy.

– Soy yo quien le voy a hablar, profesor. Nuestra lucha no ha terminado. Tenemos una última batalla que librar.

Taichi vio una expresión de sorpresa aparecer en el rostro de su profesor. Con una voz tranquila, le explicó el razonamiento que habían seguido sus amigos y las conclusiones a las cuales habían llegado. Mientras hablaba, los ojos del Sr. Nishijima se agrandaron, sus rasgos recobraron la vida, animados por una repentina e inesperada luz de esperanza. Cuando Taichi terminó su resumen, su profesor lo miró, estupefacto. Todavía le quedaba una oportunidad de salvar a Maki, una oportunidad de reparar sus errores pasados, de proteger los dos mundos. Taichi lo miró fijamente durante mucho tiempo y dijo con una voz firme:

– No debemos abandonar, profesor. Fue lo que usted me dijo en ese laboratorio, cuando estaba a punto de morir; me pidió usted que siguiera creyendo en mis sueños, pasara lo que pasara. Ahora a mí me toca decirle lo mismo.

El Sr. Nishijima y Taichi se miraron fijamente, y cada uno vio respeto y confianza en los ojos del otro. El Sr. Nishijima le había prohibido a Taichi que perdiera la esperanza; hoy el adolescente le devolvía el favor y le pedía, una vez más, que se uniera a él y a sus amigos para luchar. Asintió y el chico hizo lo mismo. En este intercambio silencioso, los dos hombres se entendieron.

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Cuando Yggdrasil y los Siete Señores Demonios regresaron al mundo digital, todos los continentes numéricos ardían. Alphamon y Jesmon se habían enfrentado toda la noche, incendiando bosques y pueblos a su paso. Cuando amaneció un día gris, siguieron luchando sin que uno lograra ganarle al otro. Tan pronto como llegaron al mundo digital, los Siete Señores Demonios fueron inmediatamente unir sus fuerzas con las de Alphamon. Eso sin contar las cuatro Bestias Sagradas que habían conseguido perseguirlos: Baihumon, Zhuqiaomon, Azulongmon y Xuanwumon se unieron con Jesmon y atacaron a los secuaces de Yggdrasil ferozmente. Una lucha despiadada empezó entre los dos bandos, que arrasó el mundo digital bajo el fuego y las cenizas.

A unos pocos kilómetros de distancia se encontraba un castillo en el cual Yggdrasil había establecido su nuevo cuartel general. En la sala principal del monumento, la Sra. Himekawa esperaba de pie al lado de una ventana; las explosiones del combate entre Alphamon y Jesmon le llagaban como el rugido amortiguado de un monstruo infernal. La certitud de que los Niños Elegidos estaban combatiendo contra Yggdrasil era la única cosa que le había permitido mantener la calma durante toda la noche. Sus dedos se cruzaban y descruzaban en un gesto nervioso, la angustia le contraía el corazón. Koushiro probablemente había conseguido resucitar a Meicoomon; además, los Niños Elegidos habían tenido que idear un plan para resistir a Yggdrasil. Eran quince, conseguirían devolverlo al mundo digital. La Sra. Himekawa apretó los labios: tenía que creerlo, pasara lo que pasara. Esos niños representaban la última oportunidad de los dos mundos, y su última oportunidad a ella.

El cielo empezó a palidecer en el horizonte. De repente, múltiples explosiones resonaron hasta los muros del castillo. La Sra. Himekawa se enderezó: ¿qué estaba pasando? ¿Habían entrado los Niños Elegidos en el mundo digital? ¿Los Señores Demonios? ¿Las Bestias Sagradas?

En ese instante, la puerta de la gran sala se abrió de golpe. La Sra. Himekawa se sobresaltó y se dio la vuelta, su corazón latiendo con fuerza: en la penumbra del amanecer azul se asomó la figura helada de Yggdrasil. Cuando el antiguo dios del mundo digital entró en el haz de luz de la mañana, unos sudores fríos corrieron por la espalda de la Sra. Himekawa: en los ojos del Señor del Mar Oscuro brillaba un destello de victoria.

Flotó lentamente hacia ella, majestuoso, aterrador, y con voz dulce, anunció:

– Alégrate, Maki: hemos ganado.

La Sra. Himekawa parpadeó, sus piernas se tambalearon, como si toda su sangre bajase hasta sus pies para quitarle toda energía. Su garganta se contrajo por la angustia, pero consiguió tartamudear:

– Quieres... quieres decir que...

– Sí, he destruido la calcorita. Los Niños Elegidos ya no podrán oponerse a mí nunca más. Ahora, reformaré el mundo digital como me apetece y luego me infiltraré en la red internet de los humanos para sumergir a la Tierra en el caos.

Sus palabras dieron a Maki la impresión que un espantoso abismo acababa de abrirse debajo de sus pies para aspirarla en la nada. No, no era posible. No podía, no quería creerlo. Había esperado tanto, había creído en los Elegidos... pero Daigo, Taichi y los demás no habían podido derrotar a Yggdrasil y la calcorita del mundo real ya no existía. Cambió de cara al comprender lo que significaba para ella: se quedaría prisionera de Yggdrasil, para siempre. Le pareció que el mundo se desmoronaba.

Había ayudado a los Elegidos demasiado tarde. La liberación de Ken y su apoyo para resucitar a Meicoomon no habían podido redimir su traición, el mal que había cometido siempre se quedaría superior al bien que había querido hacer. Cuando lo entendió, la desesperación invadió sus venas.

– ¿Qué te pasa, Maki? susurró Yggdrasil. Parece que esta noticia no te agradece. Sin embargo, pensaba que compartías mi punto de vista.

Lo miró lentamente, aturdida. Los ojos de Yggdrasil se posaron sobre ella sin ninguna amenidad.

– Bueno, eso es lo que creía, dijo el antiguo dios. Al llegar en el mundo de los humanos, descubrí que los Niños Elegidos ya habían encontrado la calcorita. ¿Cómo habían podido descubrir su existencia cuando no habían leído el historial del mundo digital? Eso me pregunté.

La Sra. Himekawa contuvo la respiración, sin apartar la mirada de la de Yggdrasil. La manera de la cual la miraba la paralizaba toda entera, sin que pudiera hacer el más mínimo gesto.

– Voltobautamon nunca confió en ti, Maki. Estaba convencido de que le habías permitido a Ken escapar de mi pagoda. Yo decidí darte el beneficio de la duda... porque sabes que soy magnánimo. Sin embargo, esa noche Voltobautamon se desintegró. Daemon me dijo que cuando se acercó a Ken, le preguntó quién lo había ayudado a escapar de mis cárceles. Este niño vaciló por un momento, pero al final respondió que se había escapado solo. ¿Sabes qué significa este breve instante durante el cual dudó, Maki?

La Sra. Himekawa lo miró fijamente sin responder. Los ojos de Yggdrasil se redujeron a dos rendijas y acercó su rostro del suyo.

– Significa que Ken estaba mintiendo. También significa que solo tú pudiste ayudarle a escapar, Maki, del mismo modo que solo tú pudiste decirles a los Niños Elegidos cómo encontrar la calcorita. ¿Cómo conseguiste leer el historial cuando estabas constantemente bajo la vigilancia de mis demonios? Lo ignoro. Sin embargo, ahora sé una cosa: me traicionaste, Maki Himekawa.

Maki permaneció inmóvil, sin pestañear, sin negar, sin gritar. Ya no servía para nada. Iba a morir, lo sabía. Su cuerpo ya le parecía frío, insensible a todas las sensaciones, a todas las emociones, como si la muerte se acercara a ella sin que su cerebro activara el miedo que hubiera tenido que acompañarle. Yggdrasil levitó hasta ella y estiró el brazo: sus dedos helados se cerraron alrededor de su cuello y la levantó del suelo. Hundió su mirada de acero en sus ojos verdes y Maki sintió que se le congelaba el cuerpo, que se le paralizaban los brazos, que se le cortaba la respiración. Al final, era mejor así. Iba a morir y la espora negra que le había quitado a Ken desaparecería con ella. Así, Yggdrasil no podría utilizarla para aumentar su poder; era un pequeño consuelo, pero en ese instante le bastaba. Con una voz débil, murmuró:

– Hazlo... mátame.

La frente del alto digimon se arrugó de repente, como si le entrase una duda. En sus pupilas, se encendió una chispa de crueldad. Lentamente, colocó a la Sra. Himekawa en el suelo.

– No. No te voy a matar. Estás demasiado dispuesta a morir ahora para que la muerte te sirva de castigo.

Extendió la mano hacia el suelo, que desapareció instantáneamente: la Sra. Himekawa cayó varios metros hasta los sótanos del castillo y se estrelló contra un suelo de piedra dura. Gritó, y durante unos segundos no se movió. Finalmente se enderezó dolorosamente, asombrada por no haberse roto nada. Solo se sentía entumecida por el frío paralizante de Yggdrasil. Levantó la cabeza: había caído en una habitación oscura que en otro tiempo había tenido que servir de bodega. Las paredes rezumaban humedad y el air apestaba a un olor a verduras podridas. De repente, decenas de barras de hierro aparecieron delante a ella y la aprisionaron. Yggdrasil levitó desde la sala superior hasta el sótano donde se encontraba. Se detuvo delante de a los barrotes y la miró fijamente.

– En vez de matarte, te voy a encerrar, dijo con calma. Tendrás el mismo destino que el que he padecido por culpa de los hombres y de Homeostasis. Vas a vivir lo que he aguantado durante doce mil años: el frío, el hambre... y sobre todo la soledad. Una soledad terrible, una soledad que enloquecería a cualquiera. Al final, es un castigo peor que la muerte. Tendrás tiempo para sentir vergüenza por traicionar a los Elegidos, hasta tal punto que terminarás odiándote a ti misma. Sin embargo, tus sufrimientos se acabarán más rápido que los míos, porque tu esperanza de vida es la de un vulgar ser humano.

Se elevó de nuevo hacia la sala del castillo y el techo reapareció entre las dos plantas. La oscuridad rodeó a la Sra. Himekawa como una trampa que atrapa a un insecto. Solo oía el soplo de su aliento, solo sentía la nube de vaho caliente que producía en el aire helado. Se agarró a los barrotes de hierro y se dejó caer lentamente de rodillas. Apretó los dientes y sintió que sus ojos se llenaban con lágrimas. Había tanto mentido, manipulado, traicionado. Sin ella, Yggdrasil nunca hubiera podido hacer salir a los Siete Señores Demonios del Mar Oscuro, tampoco hubiera conseguido el historial del mundo digital, ni fragmentado el Muro de Fuego. Nunca hubiera invadido el mundo digital ni la Tierra; al final, si los dos mundos iban a caer en la oscuridad, era culpa suya. Esta condena, se la merecía.

Por todos los que había hecho sufrir.